Kelkán Madí 3
La boda de Kéya.
Si nos pusiéramos a intentar describir cómo te sentiste a partir de ese momento hasta el día de la boda, llenaríamos un capítulo entero de aburrido relleno que hará al lector querer cerrar el libro por no tratarse más que de un llorón que se tomó su desamor de la manera más melodramática posible. Pero para que no me acuses de menospreciar tu situación, la resumiré de la siguiente manera: de día eras el mismo luchador de siempre, sino es que más salvaje, más inmune al dolor, pero igual de admirado por todos los de la asociación. Tu fama como luchador comenzó a extenderse por todo Danzílmar hasta ser considerado entre los veinte mejores. Pero una vez fuera de la vista de todos, a salvo en tu departamento, una vez libre del sudor de tus luchas, te acostabas y llorabas. Sonabas como si te estuvieras ahogando con la cara enterrada en la almohada, y al levantar la cabeza dejabas pequeñas piscinas sobre la tela sintética; en algún momento tus gemidos se volvían lamentos que después, pasado tu berrinche, temías que tus vecinos hubieran escuchado; y al día siguiente toda tu cama estaba tan desecha que parecía que hubiera habido una orgía sobre ella.
Pero esos detalles son tediosos y no importan tanto. Lo que importa son los hechos, y los hechos son que, durante la semana previa a la boda de Kéya y Thiago, una parte importante de la asociación de yúndáo se emocionó tanto como los novios, sobre todo las íntimas compañeras de Kéya y aquellos que, habiéndose ya habituado al brasileño, le habrán desarrollado alta estima. Deván fue el primero en mostrarte su invitación, y poco a poco los demás luchadores y luchadoras fueron vistos con una, dando la impresión de que a la ceremonia asistiría toda la asociación, incluidos algunos directivos y técnicos que no pensabas que serían conocidos o muy apreciados por Kéya. Al menos no se puede decir que los evitaras durante ese tiempo; fuiste valiente al encararlos todos los días en las prácticas y en el gimnasio, donde viste la amistosa novatada que le dieron a Thiago, consistente en un sparring de cinco contra uno, el cual obviamente no pudo superar; pero al final todo fueron risas e intentos de decirle alguna palabra en su idioma, y Thiago se retorció de risa exhibiendo el interior de su bocaza cuando uno dijo “Bem-bunda” cuando quiso decir “Bem-vindo”. No obstante, fuiste cobarde cuando empezaron a repartir las invitaciones; cambiabas de dirección o te levantabas e ibas a otro lado en cuanto veías que se acercaban con invitaciones, y muchas veces otro colega luchador los ocupaba durante un rato, felicitándoles y hablando otras cosas relacionadas a la boda, lo que te daba tiempo de escabullirte y evitar confrontarlos. Fue de nuevo Deván el que finalmente llegó a ti con tu invitación.
—Kéya y Thiago te estuvieron buscando todo el día para dártela, pero que no te encontraban —dijo antes de dártela—. ¿Dónde estabas? Dijeron que no te vieron en el gimnasio aunque dijiste que irías hoy, ¿te sentiste mal?
Te salvaste a medias diciendo que, en efecto, no te encontrabas muy bien y que habías decidido dejar tu ejercicio por ese día. Pero ahora tenías la invitación, ¡qué ofensa, Ákel, que el colega al que Kéya seguramente más apreciaba, y cuya presencia en su boda más ansiaba, tuviera que recibir su invitación de esa manera tan pusilánime! Te sentiste con las piernas enterradas en cemento, vulnerable ante el ataque de cualquier animal. Pasaremos rápidamente sobre tu melodrama y continuemos con los hechos.
Todos hablaban de la boda con entusiasmo, pues no pocos de los luchadores eran conscientes de que una unión tan inusual tendría connotaciones simbólicas más allá de dos personas casándose. El director llegó al punto de reunirlos a todos el día anterior a la boda y pronunciar, en medio del gimnasio, un discurso que fue más o menos como sigue:
—Para empezar, mis luchadores, que también son mis amigos, no es posible encontrar palabras que describan lo contento que me pone dicha unión entre una de mis mejores luchadoras con un luchador destacado de otro país, así que me limitaré a decir que les deseo lo mejor, que al unir sus vidas su entusiasmo en el camino de las artes marciales alcance nuevos niveles, que se vuelvan una pareja que sobresalga en lo que se propongan, y que su temple sea tan fuerte en el matrimonio como lo es en la lucha. Para ti, Kéya, a quien conozco desde que tenías poco más de dieciséis años, y ya desde entonces se veía en tu rostro las grandes aspiraciones a futuro dado el empeño de tus prácticas; a esa que entonces era casi una niña que se levantaba antes que todos, aún de madrugada para correr o practicar con los costales, y que era la última en irse a dormir, a esa aspirante a luchadora a la que vi fortalecerse y aprender de sus errores, a la que vi tan enamorada de su arte marcial que pensé: “esta chica sólo tendrá ojos para otro gran guerrero, sólo para alguien que pueda seguirle el paso y que pueda enseñarle a profundidad lo necesario para perfeccionarse a sí misma”, y ahora veo que esa persona venía de otro país… —como que se perdió en sus ideas y se mantuvo un momento en silencio—, a esa niña, ahora una gran mujer, le deseo lo mejor que los dioses puedan ofrecerle, y sé que sabrá ser sabia y que tomará las decisiones correctas. Para ti, Thiago, a quien considero un nuevo hijo así como a los demás, te doy no solo la bienvenida a nuestro país y a nuestra asociación, sino también a nuestra vida en Danzílmar, como alguien que pronto será un danzilmarés casado con una danzilmaresa. Tu unión con Kéya no sólo representa una unión entre dos luchadores, sino también entre dos culturas, dos lenguas, y dos enfoques para con las artes marciales, pues sabe que nosotros en Danzílmar tenemos mucho aprecio y respeto por su jiu-jitu y por su capoeira, con los cuales perfeccionamos y nutrimos nuestro yúndáo. Esperamos que tu unión con una de los nuestros represente también un avance en nuestro propósito de unir a las artes marciales, que seamos maestros y alumnos los unos de los otros, y que esto sirva como ejemplo para el resto de las naciones y el resto de las artes marciales, para demostrar que todos debemos unirnos en vez de luchar entre nosotros.
Hubo algunos que en su interior se rieron por lo improvisado y tópico del discurso del director, sobre todo por la ironía final. Pero para ti, Ákel, a pesar de entender el punto de resaltar a Kéya, fue un ultraje dejarte fuera de todos esos momentos; fuiste tú el que la levantaba de madrugada, el que se burlaba amistosamente de ella si se sentía cansada a las diez de la noche, el que siguió nutriéndola durante años con tu competitividad y deseo por superaros, el que por mucho tiempo pudo haber sido ese gran guerrero del que tan simplonamente habló el director, y ante el cual Kéya había permanecido ciega. Es a ti al que estaban borrando de la historia de Kéya; nadie reconocía que la historia de Kéya es mitad tu historia, que no era posible hablar de Kéya sin hablar de un tal Ákel, que la hizo lo que es ahora y viceversa.
Tu cólera, como de costumbre, pasa inadvertida incluso después de que hubieron vaciado el gimnasio.
***
Para los que no se conforman con sólo una taza de té[1], me alegra informarles que no se celebró sólo una boda religiosa entre Kéya y Thiago después de la boda civil sino dos: una en un templo tradicional danzilmarés de acuerdo a los deseos de la novia, y otra en un templo católico de acuerdo a los deseos del novio. Para la primera ceremonia, todos los invitados rodearon el riúmk[2], donde los novios, ataviados en sus tiégh[3], recibían las bendiciones del monje Drìny[4].
Ákel había llegado temprano, usualmente se sentiría raro por no portar un syílk[5] como la mayoría de los invitados, pero en esa ocasión tan dolorosa, la vestimenta es lo que menos le importa. Se sientan a su lado la hermana Óira y la madre de Kéya, que tan emocionada está que por poco no lo saluda, y tanta es su emoción que el luchador que varias veces cuidó de pequeño, que tanto vivió con su hija, queda pronto relegado ante el brasileño que se la había quitado.
Mientras el monje dice sus oraciones en un danzilmarés tan antiguo que casi nadie comprende lo que dice (es divertido ver la cara de Thiago intentando captar alguna de esas palabras), el corazón de Ákel no sabe si está detenido o a punto de desmoronarse. Se ven los dos novios tan resplandecientes en el riúnk: Kéya tiene patrones de zigzag recorriéndole desde el nacimiento del pecho hasta las piernas, de colores entre rojo, azul y verde, de manera que parece un río que brota pintura sobre la plataforma. Thiago tiene uno más sencillo: todo azul excepto por unos triángulos cafés estampados en el pecho y en la espalda. En un momento el monje saca el yóum-pôuh[6] de una manga como un mago; Kéya le indica a Thiago que le presente su mano izquierda mientras ella presentaba la derecha. El monje, aún rezando en su lengua antigua, los ata de la muñeca con el yóum-pôuh y une sus manos, dice unos rezos más mientras los novios sólo se sonríen con impaciencia, entonces los desata y entrega el hilo a la novia, ésta lo mantiene en su palma abierta y luego baja la cabeza para tocarlo con sus labios, después se lo entrega al novio, que lo besa de un modo similar y se lo guarda en el bolsillo del tiégh. Entonces bajan del riúmk tomados de la mano acompañados del silencio de los presentes y sus cabezas bajas, como ofreciéndoselas. Ákel, pese a la rigidez de su cuello, también baja la cabeza y mira fijamente la loza del suelo, y pierde la vista en su diseño salpicado de minúsculas motas azuladas. En el momento en el que bajen el tercer escalón, según la tradición danzilmaresa, serán esposos.
Imagínate que has mantenido la respiración durante cinco minutos mientras un elefante te aplasta el pecho; así se sentía Ákel al verlos dar ese último paso.
La segunda ceremonia fue en una pequeña iglesia ubicada en las afueras de la ciudad, poco concurrida debido al bajísimo número de cristianos que residían en Danzílmar[7]. Si tan sólo no hubieran dejado entrar a los misioneros en el siglo XIX, como originalmente querían los danzilmareses de ese tiempo, no se habría construido una sola iglesia en la isla, y Ákel no tendría que sufrir el tormento de ver a Kéya arrebatada de él por duplicado, una a través de un ritual perteneciente a una religión antigua que en la actualidad ya nadie creía de verdad; otra a través de un ritual extranjero liderada por un dios que sólo veinte mil danzilmareses veneran, y la mayoría de seguro más por tradición familiar que por convicción real[8]. Como de costumbre, el sacerdote es extranjero, alemán tal vez (uno nunca puede fiarse de que un sacerdote danzilmarés sea verdaderamente fiel). Thiago está encantado, y hasta parece prestar atención de verdad a las palabras dichas con mucho acento del sacerdote. Al menos todos los invitados siguen con sus syílk (los que lo llevaron); ni modo de regresar a sus casas a ponerse ropas occidentales en la media hora de trayecto entre el templo y la iglesia. Kéya, como todos sus paisanos, sólo sonríe ante las palabras que el sacerdote dice sobre el micrófono, las cuales habrán de olvidar apenas éste deje de hablar. Sólo los novios habrán cambiado sus ropas; se verá extraño el contrastante cambio de los tiégh con los trajes de novios, pero si él se adaptó en la ceremonia tradicional del país, lo justo es que ella también se adapte a la ceremonia extranjera.
Pero todas estas observaciones son ajenas a Ákel, cuyo corazón de nuevo no sabrá si ya ha muerto o si está latiendo tanto que en cualquier momento colapsará. Estará al lado de sus compañeros de lucha; hasta el director está ahí con una cara complaciente de respeto exagerado. Ahí estará Kéya a unos metros ante el altar, y Ákel tratado como un familiar casi como la hermana Óira y la madre, que se llevan el mejor lugar en las bancas de adelante. Cuando llega el momento de intercambiar los anillos, el sacerdote pregunta si se aceptan el uno al otro, y cuando cada uno contesta un simple “sí” al micrófono, a pesar de que esos rituales no significan nada para el corazón de los danzilmareses, a Ákel se le vuelven a tapar los oídos, o más bien el sonido de su sangre al correr por sus tímpanos es tan fuerte que el resto del sonido es completamente opacado. Termina la ceremonia, y salen los novios de la iglesia acompañados de aplausos dados con timidez, por simple obligación ceremonial[9]. Deván intenta insinuarle a Ákel que debe aplaudir, pero éste está sordo, y aparentemente también ciego, pues sigue mirando al frente, a través del altar, más allá del mar, cruzando la barrera del cielo, en lo más profundo del espacio, mientras todos los demás se han dado la vuelta para seguir con la mirada a los novios que van saliendo, y tras ellos se levantan los invitados y comienzan a salir, todos salvo Ákel, al que sólo Deván le dirige la palabra para despertarlo de su trance.
—En un momento salgo —dice Ákel con voz distante, sin mover la cabeza.
Si Deván no hubiera prometido a otros compañeros que los llevaría a la fiesta en su auto, se habría quedado a esperarlo en la banca de atrás. Pero como no fue así, salió de la iglesia volteando de tanto en tanto para ver la cada vez más distante nuca de Ákel.
¿Cuánto tiempo se quedó Ákel en aquella posición, con los ojos perdidos en alguna galaxia lejana? No mucho, pues una fuerza inesperada le hizo ponerse en pie, y sin fijarse en dónde ponía los pies salió de la iglesia; los novios y la mayoría de los invitados ya se habían ido al local donde tendría lugar la fiesta. Él no se decide a pedir un uber para ir; está realmente considerando olvidarse de todo y volver a su casa, cuando el auto de Deván se detiene en frente de él, acompañado de otros dos colegas.
—¿Vienes con nosotros? —pregunta Deván.
¿Y qué pretexto podría inventarse para rehusarse? Ninguno. Hace un gran esfuerzo para volver a poner su mirada en la tierra, se sube al auto y parten.
***
En la fiesta, el grupo de invitados de la asociación se mezcló con el grupo de la familia y amigos de Kéya. La música del local era tan fuerte que sólo era posible hablar con calma en el estacionamiento, mientras que adentro casi todo tenía que ser a gritos. Dado que en la tradición danzilmaresa no existían las celebraciones tan grandes después de las bodas, sino que dichas fiestas ruidosas y multitudinarias habían llegado de afuera, adentro del local más parecía una fiesta de recién graduados en el centro de los cuales estaban unos recién casados, ataviados con tal traje y vestido que nadie externo podría diferenciarlos del resto de los invitados.
Si algo asemejaba a los danzilmareses al resto del mundo, era su fascinación por el poder de las luces sometidas bajo el mando de la música y el baile, y, como todos los demás, se dejaban hipnotizar por esas luces y esa música. Hasta Kéya bailaba con su nuevo esposo, intentando ambos seguir los pasos de algún tipo de baile que a momentos los juntaba y separaba, pero al fin y al cabo era poco más que un bamboleo que usaba las piernas como resortes. Ákel nunca había visto ese lado de Kéya; nunca la había imaginado sonriendo tan complacida en una situación parecida, ya que sabía que ella tenía una opinión negativa de las danzas.
“El mejor baile es el combate.”
Y combatían.
Pero ahí estaba ella, que veía en los bailes un esfuerzo desperdiciado que podría ser mejor aprovechado en golpear o patear costales, correr unos kilómetros o levantar unas pesas. Y Thiago tan feliz con ella, bailando igual o peor incluso.
Antes de empezar a bailar, los vio recibiendo y conversando con el resto de los familiares de Kéya, incluso tíos y primos que vivían lejos habían venido para conocer al brasileño. Pero en cuanto a Ákel, ni siquiera lo buscaron con la mirada ni intentaron averiguar si al menos había llegado al local.
Como si le doliera la cabeza, se levantó de su mesa, donde había estado observando todo en solitario, y salió al estacionamiento. El ruido atenuado y el fresco de la noche aliviaron un poco el impacto del alboroto de la fiesta, pero ahora no sabía qué hacer; podría irse sin más, nada lo obligaba realmente a quedarse; ¿quién le impediría irse? Sacó su celular para pedir un uber.
—Ákel, ¿ya te vas?
Deván, que desde que hubieron llegado a la fiesta no había dejado de mantener cierta vigilancia sobre Ákel como un alumno cuidando de su maestro, lo había visto salir del local y de inmediato se excusó con un primo de Kéya para ir tras él.
—No… no, sólo que no me gusta mucho la música fuerte.
Deván hizo como que iba a regresar, pero acabó por aproximarse más a Ákel:
—Oye, por favor sé honesto conmigo, se nota que algo te inquieta demasiado, incluso en un día como hoy. Siento raro que tú —levantó un poco la voz de manera enfática—, aunque eres el mejor amigo de Kéya, estés tan deprimido el día de su boda.
Ákel sólo se mantenía firme, casi adormecido, aunque por dentro se quemaba. Cuando se dio cuenta, Deván se encontraba de frente a él, aproximando la cara sigilosamente:
—Te enamoraste de Kéya, ¿verdad?
Ákel sintió que se levantó aunque ya estaba de pie, que se despertó aunque ya estaba despierto. Miró a Deván como si fuera un contrincante en la arena de lucha, y por su semblante tenso parecía dispuesto a lanzarse al ataque como un animal que tuviera una cadena al cuello. Deván no se intimidó; se dio por respondido. El cuerpo de Ákel se destensó lentamente y su rostro volvió a apagarse. Deván, que había hablado con convicción, se arrepintió de haber sido tan directo y se alejó un poco:
—Perdona.
Ákel le sonrió débilmente y le dio un amistoso golpe en un pectoral.
—¿Te vas a ir entonces? —preguntó Deván.
Ákel resopló y dijo:
—No lo sé, Deván. Por favor, dime qué debería hacer.
Deván al principio se sorprendió por esa petición y pensó decir que tampoco sabía, pero entonces, casi fuera de su control, recordó todas las veces que Ákel había sido estricto con él durante el viaje de la asociación, ayudándole a superar su miedo ante nuevos luchadores que lo intimidaran. Le pareció que irse sería un acto de cobardía, y en el furor del momento quiso ser, al menos por una vez, el maestro en vez del alumno.
—Regresa a la fiesta, Ákel; tu mejor amiga se ha casado. Si en verdad eres tan buen amigo, acompáñala en su alegría.
Ákel se quedó pasmado, pues había entendido por su tono que, con todo y que sufriera, Kéya no se merecía su abandono. Se irguió lo más que pudo y esbozó una sonrisa resignada pero digna, como alguien que va a combatir contra su voluntad por una buena causa.
***
Era ya más de medianoche y el banquete todavía seguía en su apogeo. Sirvieron unos draóhis especiales de boda cuyos nombres no conocía y no me molesté en aprender cuando la madre de Kéya, finalmente reconociendo mi existencia, me hablaba ampliamente de ellos mientras estábamos sentados a la mesa circular de los novios, donde comía la familia y algunos amigos muy cercanos[10]. Volví a encontrarme con varios primos y amigos de Kéya que no había visto desde que nos unimos a la asociación de yúndáo: ahí estaba el primo Dégo, violinista de profesión, tan flaco ahora como cuando tenía quince años; le decíamos bromeando que si hubiera un violín lo bastante grande, podríamos usarlo de arco. Se la pasó hablando con Thiago sobre yo qué sé, pero me desesperaba como el primo movía todo el tiempo sus manos; estuvo a punto de darle un manazo a un mesero que pasó por detrás. Estaba también una prima, llamada Génuba, que desde pequeña gustaba de los sombreros raros; había llevado para esa fiesta un sombrero muy feo que parecía cartón mojado con una flor de plástico de pétalos derretidos; ella se entretenía hablando con la hermana Óira y otra prima llamada Yúska, que lanzaba unas risas estrepitosas por cada tontería que escuchaba; de niña y adolescente era la principal fuente de sobresaltos de la colonia en la que vivíamos. En algún momento, Yúska decidió desprenderse del trío y dijo, volteando hacia mí, con una sorprendente voz baja (y algo ebria):
—Oye, Ákel —y con el codo me dio en las costillas juguetonamente—, siempre pensé que tú estarías en lugar de ese lindo brasileño —dio un trago a su vaso de licor de naranja, hizo una mueca por lo amargo, y preguntó—: ¿por qué no aprovechaste?
Esta fue mi lucha. No sólo ella, sino casi todas las personas que conversaban conmigo. Tanto familiares como amigos, muchos de los cuales yo conocía hasta cierto nivel, me decían de forma discreta pero certera, o, en el mejor de los casos, dándole mil vueltas al asunto como abochornándose por mencionarlo, que tenían muy en claro, desde que éramos niños, que el novio de esa boda sería yo. Muchos sólo lo comentaron como mera curiosidad, una mera expectativa de la infancia que no debía tomarse en serio; pero otros, que usualmente eran los más directos, lo decían casi como un reproche o como una burla: “¿Por qué no pasó nada entre ustedes?”, “Perdiste una gran oportunidad”, “Seríamos familia ahora”, “Te la ganó un extranjero, ja, ja, ja”. Y yo reía o los acompañaba en sus alegres bromas y decepciones, aunque por dentro quise estrangular a más de uno ahí mismo, pero el coraje no era suficiente para nublar mi juicio, y seguí resignándome a mi suerte como el que casi pudo estar en el lugar de Thiago, el que a pesar de haber sido prácticamente familia de Kéya, era un título que por siempre me quedaría vedado al menos de manera oficial.
Pero vean a los novios, tan felices. Incluso cuando alguien les está hablando de lado a lado tienen las manos entrelazadas. Puse los codos sobre la mesa y oculté mi cara entre las manos, alegando que se me había subido un poco el alcohol y estaba algo mareado. Pero esa pantomima duró poco ya que, deteniéndose de repente toda la música, el maestro de ceremonias anunció que el novio había preparado una sorpresa especial para la novia. Todo quedó en un silencio parcial, si no contamos los minúsculos murmullos que en total asemejaban al soplido de un viento suave, pero que individualmente habrán sido trivialidades como: “¿Qué hará el brasileño?”, “¡Una sorpresa!”, “¡Ohhhh!”.
Thiago, poniéndose lo más rojo que puede verse alguien tan moreno como él, se levantó de su asiento y caminó hacia la pista, envió un beso a su esposa y sonrió a la multitud mientras le daban una guitarra y le ponían un micrófono delante.
Empezó a hablar de este modo:
—Antes que nada… quiero agradecer a todos los que están aquí por acompañarnos… este… lo siento, mi danzilmarés se vuelve feo cuando hablo en público —hubo un ligero murmullo de risas, y al acallar, continuó—: bueno, pensaba decir muchas cosas, pero memorizar tanto en otro idioma todavía no es muy fácil para mí, así que sólo diré que… bueno, nunca imaginé que me casaría con una mujer como Kéya, en un país como Danzílmar. ¿Saben? En Brasil se tiene una idea sobre Danzílmar, se dice que son muy tercos y que nunca aceptan que los demás les digan cómo hacer las cosas —hubo otra marea de risas más suave—, y en mi experiencia con Kéya y el poco tiempo que he vivido aquí, debo decir que… es bastante verdad —leve explosión de risas; la prima Yúska lanzó una carcajada que asustó a Óira—. Pero en parte eso es lo que me atrajo tanto de este país, porque sé lo mucho que han tenido que lidiar con las influencias del mundo exterior, siempre queriendo decirles cómo vivir, a veces para bien o a veces para mal. Pero ustedes no se dejan cambiar tan fácilmente, incluso si a veces pueden parecer asiáticos, europeos o americanos, siempre se nota que son danzilmareses, y me siento orgulloso de pertenecer ahora a una familia danzilmaresa. —Siguió un breve silencio como si se le hubiera olvidado lo que estaba evidentemente improvisando, pero verlo ahí sin saber qué hacer sólo acrecentó las sonrisas amistosas de todos. Se rió varias veces más y finalmente dijo:— Bueno, pero eh… yo le tengo una sorpresa a la mujer más… extraordinaria que he conocido. Le quiero dedicar esto no sólo a mi esposa Kéya sino a todos ustedes.
Hizo una señal a la orquesta que estaba detrás de él. Entonces empuñó la guitarra y comenzó a tocar.
Si en algo se parecen los danzilmareses al resto del mundo es su asombro ante lo que uno no se espera, y en este caso, la idea de que un luchador como Thiago tuviera dotes tan diestros como cantante estaba fuera de la imaginación de todos los que lo conocíamos. La canción estaba en portugués, pero a juzgar por la tonada y la cara exageradamente amorosa de Thiago, la letra debía ser romántica. Al cantar, su voz se tornó más aguda de lo que era, pero tan melodiosa y nítida que a nadie le importó que no concordara con su reputación, aunque hasta cierta medida concordaba con su cara inocentona.
Al iniciar esa canción, cuyo nombre no supe sino hasta mucho tiempo después, me hizo saltar poco a poco de mi estado de muerto que se fingía vivo: yo había apoyado la cabeza en las manos cuando Thiago comenzó a hablar, pero al empezar a cantar me erguí en mi silla, y sentí el mismo calor que sentiría alguien al ser apuntado sorpresivamente por una pistola. Recuerdo que mis pies se sintieron temblar a medida que Thiago rasgueaba la guitarra y cantaba con su voz aguda. Tuve la sensación de estar percibiendo una imagen familiar y muy reconfortante con ninguno de mis sentidos; la melodía, más que escucharla con mis oídos, era como si atravesara mi cuerpo y la “escuchara” hasta con la espalda. Aunque era la primera vez que la oía, era como si una parte de mí ya la conociera y la hubiera estado escuchando desde mi más tierna infancia. Obviamente no entendía nada de lo que decía, pero ante mi imaginación apareció primero la imagen de un cielo soleado y, extrañamente, con estrellas que parecían tan cercanas que, en mi fantasía, levanté la mano, y aunque sentía que las tocaba, en realidad estaban fuera de mi alcance, y cada estrella emanaba un calor tan agradable, y al compás de la melodía y la letra de la canción sentía que le quería decir algo a esas estrellas, ¡no!, les estaba suplicando algo, algo que no sabía, pero no me sentía ni triste ni desesperado, sino en calma, en paz con esas estrellas que estaban a su vez tan cerca y tan lejos.
Poco me importa que alguien encuentre algún tipo de simbolismo a esta ilusión, porque lo importante no era eso sino cómo me sentía, y si tuviera que resumir todo en unas palabras, sería como si al hombre más miserable del mundo se le hubiera concedido el deseo de nacer de nuevo, y ese nuevo bebé siente desde el vientre la alegría y paz de su antiguo yo al saber que tendrá otra oportunidad.
En vez de pasar varias páginas intentando explicar más detalladamente lo que sentí, mejor dejémoslo como que, al terminar de cantar, y estallar el aplauso tan poco habitual de los danzilmareses, yo estaba con los ojos rojos y mojados por unas pocas lágrimas, con la boca aspirando aire suavemente y sintiéndome como si hubiera vuelto a algún punto de mi pasado en el que mi corazón aún latía con alegría.
Vi a Deván, al director, a Kéya, a su madre, su hermana, sus primos, sus tíos, a mis compañeros luchadores y a otros invitados que no sabía de dónde salieron, y todos aplaudían con tanto vigor que ya no parecía el típico aplauso respetuoso que los danzilmareses efectúan para acoplarse con los extranjeros, sino que eran tan auténticos que uno hubiera pensado que siempre se había tratado de una costumbre de nuestra isla. Y yo me uní al aplauso, y aplaudí fuerte, y quise superar a todos en intensidad. Pero duró poco, como si toda esa canción no fuera sino un pequeño interludio entre lo que había antes y lo que habría después en el itinerario de la fiesta.
[1] Expresión para señalar a los que siempre quieren más.
[2] Plataforma circular donde se efectúa el matrimonio, normalmente compuesta de tres niveles.
[3] Trajes matrimoniales tradicionales. El de ambos es largo como una túnica y sin mangas, y tienen un único bolsillo en la cintura donde se guarda el yóum-pôuh.
[4] Monje a cargo de un templo. Su participación en rituales sociales es más simbólico que oficial en la actualidad.
[5] Tipo de vestimenta usada habitualmente en Danzílmar antes del siglo XX, cuando empezó a ser reemplazada por las vestimentas occidentales. Se suele usar aún en ceremonias tradicionales o en eventos sociales. Consiste normalmente en un manto diseñado para cubrir el torso y los brazos, y en un pantalón que llega hasta la rodilla cubierto por un manto que llega hasta los tobillos.
[6] Hilo blanco con el que se amarra a los novios en durante la ceremonia de matrimonio. Según la costumbre, los esposos tienen que guardarlo el resto de su vida matrimonial, y perderlo acarrearía mala suerte en el matrimonio.
[7] Existe al menos una iglesia católica o cristiana en cada ciudad grande de Danzílmar.
[8] Danzílmar es considerado uno de los países menos religiosos del mundo; incluso si los censos indican un número destacable de participación religiosa, se estima que menos del 5 % de los que se denominan religiosos se toman en serio sus creencias.
[9] Los danzilmareses no están acostumbrados a aplaudir, pero lo suelen hacer en eventos de origen extranjero.
[10] En las fiestas conmemorativas o de eventos especiales de Danzílmar, la costumbre es que los invitados se sienten en mesas de forma diferente a la de los celebrados y sus familias.
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