Kelkán Madí 4

                                                                          


Ákel sigue luchando durante la luna de miel de Kéya.

Serían las seis y media cuando Ákel interrumpió su narración para descansar y tomar unas pastillas que Níma le había traído. Media hora antes, ésta había entrado en silencio para no interrumpir el relato de su patrón, dejándoselo en la mesita a la derecha de la cama. En el momento en el que Ákel tragaba las pastillas, Níma entró un instante para cerciorarse de que las había tomado, y encontrando el plato y el vaso vacíos, se retiró complacida.
Yésuan aprovechó el descanso para cerrar el documento y abrir uno nuevo, pues era su costumbre clasificar los episodios (o lo que él consideraba episodios) en archivos diferentes para no saturarse de notas. No obstante, dada la fuerza emocional del episodio que Ákel acababa de relatar, dio por sentado que ese día ya no tendría fuerzas para continuar, por lo que cerró el nuevo documento y su laptop.
—¿Por qué cierras tu computadora? —Ákel habló con la mano en la boca en el estómago, como si temiera regurgitar el agua con la medicina.
—¿Está seguro de que quiere continuar?
—¿Por qué querría parar ahora que empezamos lo importante?
—Todavía está agitado —Yésuan lo miró con compasión—. Además, necesito tiempo para organizar esas notas de la boda y de la canción, así que ya debería irme.
—Te irás hasta que te diga —dijo Ákel, alzando un poco la voz, sonando más suplicante que intimidante.
Yésuan quiso que en ese momento volviera Níma para que comprobara que el anciano ya se veía agotado, y que lo obligara a descansar un poco.
—¿Crees que necesito descansar? —dijo Ákel con energía mientras, irónicamente, volvía a acostarse en la cama— Toda mi vida me la pasé entrenando este cuerpo; mis fuerzas no me dejarán tan fácil aunque esté viejo y enfermo. Abre tu máquina entonces.
Resignado, Yésuan abrió la computadora y el nuevo documento. Se quedó un momento mirando la hoja en blanco, esperando oír la voz de su patrón, pero pasó casi un minuto y no escuchó nada.
—Yésuan, ¿eres casado?
La voz de Ákel de repente sonó como la de un anciano que les pregunta a sus hijos cuándo le darán nietos, sintiendo que se le va la vida.
—No, señor —respondió algo mortificado, como si le hubiera respondido a su abuelo que nunca le daría nietos.
—¿Novia, alguna candidata siquiera?
—No por ahora, señor.
—¿Por qué no? —tras su incredulidad, había cierta mofa que intentaba sonar amistosa.
—Señor Ákel —titubeó; iba a decir que su vida personal no venía al caso, pero mejor dijo—: Estuve con alguien hace unos años, pero no llegamos tan lejos. —Lo volteó a ver como disculpándose—: No soy tan bueno para amar como lo fue usted; ojalá yo hubiera sabido aferrarme a alguien como usted aún se aferra de Kéya.
El semblante de Ákel se volvió más afligido aún; miró hacia el frente y se perdió en la nada.
—¿Ya estás listo? —dijo con voz distante.
—Ya —puso sus manos sobre el teclado—. ¿Qué ocurrió después?
—Después de que Kéya y Thiago se fueran de la fiesta, le pedí a Deván que me regresara a mi departamento…
—Eso ya lo contó hace un rato.
—¿Ah, sí?
—Sí; lo mencionó brevemente cuando se lo encontró en el estacionamiento.
—Bueno, si lo menciono de nuevo es porque estoy recordando otro detalle, ¿no?
En vano esperó Yésuan el otro detalle con el que el viejo pretendía justificar la repetición. En vez de eso, Ákel simplemente continuó:
—Se fueron a Brasil a pasar su luna de miel, según me dijo la madre de Kéya cuando los despedimos mientras la limusina los llevaba al aeropuerto. Un mes entero se quedaron con la familia de Thiago, y la cantidad de fotos y videos que tomaron fue enorme y te podría describir algunas de esas fotos: había una donde estaban en una calle de tierra, con charcos y lodazales; las casas se veían ruinosas y con pintura descolorida; los cables de luz rotos; pero ahí estaban los dos sonriendo en el centro, Kéya con un pie casi en uno de esos charcos; Thiago pasándole un brazo por la cintura; los dos tan felices en medio de esa calle que era la de en frente de la casa de Thiago. Luego otra foto igual pero con una mujer en medio, con los ojos blancos: la madre ciega de Thiago, pero tan feliz de saber a su hijo casado al fin, y con una danzilmaresa para acabar… ¡Ah! Ya me estoy yendo por las ramas. El caso es que permanecieron un mes en Brasil…

***

Ákel soñó frecuentemente con imágenes de la selva amazónica, en la cual venían risas festivas de los árboles y él sólo buscaba algo sin saber qué. El sueño se transformaba en pesadilla cuando se daba cuenta, no con los ojos sino con la certeza del sentido del tacto de los sueños, que en algún lugar de esa selva había alguien buscándolo también, pero cuando se sentía acercarse, una fuerza invisible lo derribaba y lo inmovilizaba con una llave en los brazos y el cuello, y esa misma fuerza lo arrastraba lejos; pero a causa de esa pequeña omnipresencia que a veces nos otorgan los sueños, sabía que la persona que buscaba corría también tras él, riendo como si se tratara de un juego, aunque él estuviera desesperado por liberarse de los brazos invisibles que lo apresaban. Algunas veces en el sueño creyó ver el rostro de una mujer que nunca había visto; una amalgama de todas las mujeres que retenía su memoria, pero a la vez le escuchaba una risa demasiado exagerada hasta lo burlesco. Otras veces, las variantes que más lo perturbaban, se sentía en presencia de una mujer embarazada que corría con él a la par que los brazos invisibles lo arrastraban alejándolo de ella, y desde ese vientre venían gritos agudos, guturales y que a cada tanto les faltaba aire como en una tortura, y esos gritos se mezclaban con las risas de la mujer que los retenía en su vientre. Alguna vez logró zafarse de los brazos, pero no por eso dejó de estar inmovilizado; en esa ocasión, fue la mujer la que se aterró al verlo liberado y se alejó corriendo entre el follaje de la selva; los gritos de sus entrañas tardaron un tiempo en volverse inaudibles.
Cualquiera que fuera la variante de este sueño, Ákel siempre se despertaba al momento en que una música empezaba a escucharse; la letra eran puras sílabas sin significado, pero la melodía era nítida, y no provenía de los árboles sino de su propia cabeza, sintiendo que le bastaba mover los labios para empezar a cantarla por su propia cuenta. Se despertaba siempre en el momento en que esa melodía empezaba a relajarlo, a hacerlo olvidar de sus horribles visiones como una madre le canta a su hijo para que se le pase el susto de una pesadilla. A veces ya había amanecido, a veces aún era de madrugada, pero siempre sentía que aquella canción lo había anestesiado lo suficiente para liberarse del horror de la pesadilla, y se volvía a dormir o se levantaba en paz, o al menos no en un estado de perturbación lo suficientemente fuerte como para impedirle volverse a dormir o ir a entrenar con soltura.
Una cosa funcionó a su favor: casi nadie en la Asociación de yúndáo volvió a mencionar a Kéya y a Thiago mientras estuvieron ausentes. Los primeros días hubo quizás algunos pensamientos sueltos provenientes de sus compañeros, dirigidos hacia los recién casados, y expresados en voz alta: “Espero que hayan llegado bien”, “¿crees que Kéya descuide su entrenamiento durante su luna de miel?”, “quisiera volver yo también a Brasil por un tiempo”, pero rápido se detuvieron, o al menos así fue para los oídos de Ákel. Tal situación hizo que Ákel tomara un rol más activo en la asociación: le ofrecieron fungir como instructor para los alumnos adolescentes de nuevo ingreso para supervisar su fortalecimiento físico, posición que aceptó gustoso y que desempeñó con cierto aire de superioridad, el cual no llegó a ser lo suficientemente notorio para tacharlo de arrogante. A simple vista, Ákel se recuperaba de su aire deprimido y zombificado que había tendido desde que regresaron del viaje alrededor del mundo, y el director veía con buenos ojos esos bríos que poco a poco iban subiendo.
Se mantuvo invicto en todas las peleas en las que participó, las cuales, además de ser numerosas, se caracterizaron por darles cierta espectacularidad que muchos luchadores preferían ignorar a favor de una efectividad más rápida. Ákel no se contentaba con dar unos golpes y patadas para aturdir a su oponente y luego llevárselo al suelo para terminarlo con llaves; prefería hacer pleno uso de la arena para realizar movimientos vistosos y exagerados, casi paródicos, a modo de mofa para que su contrincante sintiera rabia y luchara con más fiereza. En varias ocasiones dejó escapar a un contrincante en posición desventajosa o cuando ya lo tenía listo para aplicarle un derribo o una llave con facilidad, lo que muchas veces le costaba que el contrincante tuviera subidas de frenesí tan fuertes que por poco le cuestan la victoria. Pese a esos pequeños incidentes, llevaba un control del espacio lo suficientemente bueno para que no lo tomaran por sorpresa y fuera alcanzado o sometido por una técnica más seria. Dicha actitud pronto le dio fama, tanto positiva como negativa, entre los fans del yúndáo; algunos decían que actuaba irrespetuosamente y que se hacía el payaso para ganar la atención; otros decían que era divertido de ver y que, al fin de cuentas, no era un fanfarrón dado que ganaba los combates limpiamente y con gran técnica; además, personificaba el arquetipo del luchador que parece no saber lo que está haciendo, o que se toma la lucha a la ligera, pero que sorprende cuando demuestra poder ganarle a alguien que se comporta de manera más seria.
Durante todo el mes que duró la luna de miel de Kéya y Thiago en Brasil, la vida de Ákel estuvo dividida entre noches de sueños inquietos y días de peleas extravagantes; los acontecimientos mundanos o rutinarios que sucedieran entre ambos momentos se perdían como ecos en su memoria a tal punto que, al tener que redactar su autobiografía durante su vejez, no podría mencionar muchos más detalles sobre casi nada más que ocurriera entre las peleas y las pesadillas. Fuera de su interés estaba la creciente base de fans que iba acumulando, las entrevistas que los medios insistían en hacerle y las múltiples ofertas que recibía de otros lugares de Danzílmar: el director le informaba con frecuencia que, en tal o tal estado, alguna agencia o centro de yúndáo le proponía unirse a su equipo. Ákel solía contestarle al director que todavía no le interesaba formar parte de alguna de esas agencias, de las que decía que “sólo les gustaba inventarse juegos”: le disgustaban, por ejemplo, los concursos de Dáek Yúndáo[1], Yínbaenkdáo[2], y Kímh Yúndáo[3], y en particular le molestaba que la asociación quería que ésta última fuera admitida como un nuevo deporte en los próximos juegos olímpicos.
—Imagínese, señor director, que le pusieran delante al psicópata más peligroso del mundo, que tiene ojos de fiera, y que a la más mínima oportunidad se lanzaría como poseído contra usted para hacerlo pedazos con sus uñas y dientes en un ataque de furia ciega, y le dicen: “en un mes te vas a pelear a muerte contra él”. El yúndáo se trata de ir a esa pelea y ganar; es más, se trata de ganar sin siquiera saber que se va a pelear contra él, se trata de ganar incluso si tal animal salta con un cuchillo sobre uno mientras se está dormido. ¿Por qué voy a desperdiciar mi talento en jueguitos entonces? Ese monstruo no se va a rendir porque le des dos pataditas en el estómago para ganar un punto.
—En tiempos de guerra, joven Ákel, tu filosofía sería muy útil. Pero me temo que esa perspectiva es difícil de mantener en un mundo en el que quieren controlar la violencia en los deportes y en los medios de entretenimiento. ¿Sabes que ha habido quejas de padres y maestros que nos culpan a nosotros cuando los niños se pelean en las escuelas? Si no fuera por esos “jueguitos”, como les dices, la asociación de yúndáo no podría mantener su estatus de deporte ante la opinión pública.
—El yúndáo no es un deporte; es un arte marcial.
—¿Crees que este arte marcial sería lo que es ahora si no fuera porque se ha adaptado a los deportes? No te culpo por no darte cuenta, pero debes saber que, por más popular que sean las peleas tradicionales, como en las que participas, nuestro principal apoyo económico proviene de esos jueguitos. Sin ellos, nuestras peleas tradicionales y los eventos estatales disminuirían mucho, probablemente tendríamos menos espacio en televisión y tal vez ni siquiera campeonato nacional.
—Si ustedes piensan eso, entonces sigan con sus juegos. Yo estoy bien aquí peleando en la arena con las manos desnudas. Muchos otros de aquí pueden aceptar esas ofertas si quieren.
El director, sin perder si habitual calma paternal, se reclinó sobre su sillón de cuero, miró las ofertas de varias agencias y escuelas que solicitaban a Ákel, y dijo:
—El yúndáo trata sobre adaptarse, sobre buscar en otros lugares lo que no encuentras donde estás, explorar alternativas, llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Y algo que me ha preocupado de ti desde que entraste hace años, Ákel, es que te da trabajo entender el lado unificador del yúndáo. Hasta ahora, todo lo que lo has vivido ha sido sólo para llenarte de lo que otros saben, sólo has usado a los demás para llenarte de conocimientos y adquirir nuevas habilidades, pero no has aprendido a llenar tu espíritu de los demás, de la persona que hay detrás de aquel que te lanza una patada o a la que sometes con una llave: no has aprendido a ver en tu contrincante un reflejo de tu propia humanidad.
—Tal parece —dijo Ákel con una leve agresividad— que usted sabe lo que pasa en mi cabeza mejor que yo.
El director posó los codos sobre la mesa:
—Sé que este personaje que representas en la arena indica que tu espíritu no está en paz, que no estás satisfecho con demostrar que tienes talento, sino que quieres llamar la atención.
—¿Qué desgracia hay en que un luchador quiera ser reconocido?
—Ninguna, pero tú nunca fuiste así. Aun cuando eras de los sobresalientes, eras modesto; no veías la humanidad en tus rivales, pero al menos no te burlabas en sus caras.
—¿Debo dejar de actuar así entonces? ¿Eso es lo que me pide?
—No. Te pido que consideres explorar otras facetas del yúndáo aparte de ésta, en la que te sientes cómodo. Cambiar de aires, experimentar modos menos violentos de yúndáo tal vez le haga bien a tu espíritu.
Ákel iba a quejarse de que el director empezaba a sonar como un místico oriental, pero sólo asintió y dijo que lo consideraría. Por supuesto no lo dijo en serio, y siguió con su faceta habitual, manteniéndose invicto en cada pelea, y siguió así hasta el día en que los recién casados regresaron.


          





[1] Competencia en la cual se enfrentan equipos de cinco a siete luchadores en una arena. Dependiendo de la modalidad, ganaba el equipo que sometiera primero a más rivales del equipo contrario.
[2] Juego de varias modalidades en las que lo importante no es someter al otro luchador sino robarles anillos de papel o plástico que les rodean los brazos, las piernas y el cuello.
[3] Literalmente “yúndáo suave”. Tipo de Yúndáo basado en la obtención de puntos, con protección en el abdomen y en el rostro.

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