Parpadeos



El mundo cambia alrededor de una entidad cada vez que ésta parpadea.


Durante el largo transcurso de mi vida un día me encontré de repente en una distinta realidad. Caminaba a través de una extensa región que sin explicación comenzó a cambiar con cada parpadeo de mis ojos; primero desértica, llena de arena y sin rastros de vida, con un ardiente sol y viento árido. Luego la tierra comenzó a sustituir la arena bajo mis pies. Pequeñas plantas salieron del suelo. Luego árboles. Y unos cuantos parpadeos después me hallaba en un frondoso bosque oscuro, habitado de enormes secuoyas que tapaban la luz del sol salvo por unos pocos rayos que se colaban entre las hojas. Las flores adornaban el lugar con sus vivos colores que brillaban en la penumbra. Árboles frutales también se hallaban desperdigados por todo el lugar, ofreciendo sus frutos a la tentación de la mano y de la boca.
A unos metros de mí entonces hallé un bebé recostado en lo que parecía un nido hecho de flores que recién habían brotado[1]. Ese pequeño ser humano me sonreía con ternura, sin tener el más mínimo miedo; todo lo contrario, me esperaba, y su felicidad por verme me conmovió. Antes de poder pensar claramente qué era lo que sucedía tuve que volver a pestañear, y ante mis ojos aquel bebé se había convertido en un niño, el cual aún tenía la misma mirada tierna que su anterior forma. Sin poder evitarlo, volví a parpadear y el infante se convirtió entonces en un adolescente. No habló, sólo me sonrió igual que siempre. Me aparté unos pasos. Intenté no seguir pestañeando, pero mientras más lo intentaba, mayor era el ardor de mis ojos. El adolescente se convirtió en un adulto joven. El espíritu de esta nueva forma seguía siendo tan jovial como la primera, e igual de mudo. Al siguiente parpadeo se volvió un adulto maduro. Comenzó a incomodarme mucho que siguiera mirándome con una actitud infantil, pero no hacía nada más. Un parpadeo después, se había convertido en un decrépito anciano de larga barba canosa, cuerpo casi en los huesos, sin dientes, pero de nuevo con esa ya incómoda mirada infantil.
Entonces miré a mi alrededor y noté que el frondoso bosque era ahora un bosque marchito; las hojas secas eran llevadas por un viento frío de un lado al otro, la tierra se había cuarteado por la falta de agua, y los árboles estaban tan débiles y secos que un simple viento hacía que se les cayeran las ramas. Todo el lugar se volvió desolador y triste, completamente diferente del frondoso bosque de hacía sólo un rato. Estaba tan desconcertado desde el momento en el que vi al bebé que no noté que el mundo a mi alrededor también cambiaba con mis parpadeos. No pude evitarlo y volví a pestañear. Volví la mirada hacia el anciano, pero en su lugar sólo vi una pila de osamentas humanas aún con algo de carne pegada a ellas. Un parpadeo después, la pila de huesos se había convertido en un pequeño campo de flores que comenzaban a despertar. Intenté no pestañear con toda la fuerza de mi ya precaria voluntad, temiendo lo que pasaría si lo hacía. Luego, una pequeña oruga trepó hasta la cima de una de esas flores y me miró esperando a que pestañeara de nuevo, quizás ansiando convertirse al fin en mariposa[2].
Cerré los ojos, y desde entonces ya no he querido abrirlos.


[1]Una leyenda danzilmaresa habla de humanos que nacen en cunas de flores y pasan ahí toda su vida.

     [2]Posible referencia a la diosa del tiempo Zítya, que sostiene una oruga en una mano y una mariposa en la otra. 

Comentarios

  1. Wow... me encantó. Un texto breve pero que encierra muchas cosas para reflexionar. Tienes una gran imaginación y sensibilidad. Saludos.

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