Karla Merengues
Alkún conoce a Karla Merengues, a una mujer enigmática con la que aprende a controlar los signos del mundo.
A fin de prepararme para un ejercicio de interpretación que tendríamos la siguiente semana, fui ese sábado a una aburrida conferencia de geología a cargo del Doctor Adolfo Matajudíos, del cual me habían comentado que tenía una manía por pausarse demasiado y acelerar de repente en su discurso, así como una “g” que muchas veces sonaba como “k”. Me acompañó mi estimado amigo Francisco Gerte, con el que además aprovechaba para practicar mi español. Insistía en que lo llamáramos Paco, como es costumbre en los países hispanohablantes. Era un español de presencia agradable, algo sarcástico y perspicaz pero sin malicia real, de baja estatura y que gustaba de lanzar piropos suaves a las chicas en su idioma, aprovechando que no lo entendían, pero de todos modos sólo con su voz suave les sacaba algunas sonrisas y miradas coquetas. Más de una vez lo reté a decirles algo más fuerte, pero se negaba aludiendo a que no sería capaz de mantener la compostura.
Ese día me dijo que nos encontraríamos con una amiga suya que había conocido en una reunión de hispanos que vivían en Danzílmar. Difícilmente pude imaginarme una reunión de danzilmareses viviendo en tal o tal país hispano, pero supuse que, si los hispanos eran en algo parecidos a los mareses, en sus reuniones no harían más que hablar de cómo en su país era todo más bonito, pero más absurdo. La amiga de Paco nos esperaba en la entrada de la sala de conferencias.
—¡Karla! —exclamó Paco al verla y casi me hizo correr hacia ella, que levantó la mirada hacia nosotros. Cuando llegamos, nos presentó—: Karla, este es mi amigo, Alkún Yórno. Alkún —me miró, e hizo un gesto con la mano como ofreciéndome a su amiga—: Karla Merengues.
No ocurrió nada verdaderamente especial en nuestro saludo, ni durante la conferencia. Los dos hispanos hablaban constantemente entre ellos mientras yo intentaba concentrarme en el acento del Doctor Matajudíos, que resultó ser más atropellado de lo que me habían dicho. No hablé mucho con Karla Merengues después de la conferencia, si acaso le hablé del ejercicio que íbamos a realizar:
—La profesora de Interpretación nos va a poner un video de una conferencia del Doctor Matajudíos, y tendremos que interpretarlo uno a uno…
El resto no importa, pues pronto nos separamos: ella en un uber, después de quedar con Paco otro día en otro lugar. Caminamos en dirección al centro de la ciudad, cerca del cual quedaba el edificio de estudiantes de la Universidad del Norte de Yelí. Hablamos de la conferencia y no dijimos nada de la dichosa Karla Merengues, de la cual me reservé mis opiniones, y Paco no me preguntó tampoco nada.
***
Fue una vergonzosa actuación de mi parte durante el ejercicio de traducción: apenas escuché la voz del Doctor Matajudíos me asaltó una lluvia de morfemas que se me enredaron en la cabeza, como si dijera muchas palabras a la vez y al mismo tiempo ninguna. De poco me sirvió hacer mi lista de términos sobre geología que investigué en internet, apenas y pude expresar en danzilmarés la idea principal del fragmento que me tocó escuchar. A mi amigo Paco le fue mucho mejor; aunque en su caso la dificultad era la contraria, logró reconstruir la idea en nuestro idioma mucho mejor, si bien todavía, también a causa de la prisa que demanda el interpretar, utilizaba vocabulario relativamente sencillo, quizás no al nivel de un conferencista tan célebre, pero de todos modos tuvo una nota más alta que la mía. Mientras almorzábamos en la cafetería, discutiendo sobre el ejercicio, apareció Karla Merengues, que se nos unió como si fuera otra alumna más de la escuela. Se puede decir que desde entonces siempre fuimos tres.
***
Karla Merengues siempre mantuvo en secreto muchos detalles de su vida. Ni siquiera estábamos muy seguros de que su apellido fuera de verdad o de su nacionalidad. Paco confirmaba que su acento no era de su país, a veces decía que parecía mexicano o colombiano, pero fuera de eso nunca tuvimos idea de qué país venía. Ella lo resolvía todo cambiando un poco su acento en nuestro siguiente encuentro, a fin de que nos cansáramos de adivinar y nos olvidáramos de su nacionalidad. Su propósito en Danzilmar tampoco estaba muy claro: decía que había venido a estudiar, pero debido a nuestros encuentros en la cafetería de nuestra universidad, no era posible que estuviera matriculada en ninguna universidad, dado que en Yéli no había turno vespertino para las licenciaturas hasta donde yo sabía. Lo único que supimos, y esto sólo después de varias semanas, fue que vivía en un apartamento en el sur de la ciudad, el cual varias veces visitamos para pasar el rato y beber unas cervezas los viernes. Tampoco parecía trabajar o estar ocupada en lo más mínimo: podríamos dejarle un mensaje a cualquier hora del día y ella siempre lo contestaba pocos segundos después. Pronto todas nuestras preocupaciones sobre los misterios que la rodeaban se disolvieron por volverse estos demasiado cotidianos; incluso Paco empezaba a adoptar la costumbre danzilmaresa de aburrirse pronto de lo que no puedes saber y simplemente dejarlo ser, con todos sus misterios, vivirlos sin explicarlos ni sacar conclusiones.
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Pese a lo despreocupado de su carácter, Karla Merengues tenía un brillo de seriedad tan intenso que la mejor manera de manifestarlo era pareciendo que todo se lo tomaba en broma.
—¿Qué ha hecho el “yo” para venir a suplantarme? Por eso en español no tenemos que usarlo tanto como ustedes.
Y tras unas risas, veía en su espejo que su pelo rizado siguiera bien peinado, y que un mechoncito que rebotaba si lo jalaba se mantuviera siempre sobre su frente, cayendo entre su ojo derecho y su nariz.
—Pero qué barbaridad es el “nosotros” y el “vosotros”, ¿acaso somos japoneses?
Solía sentarse con las piernas cruzadas como una modelo en la playa, aunque sus pantalones estaban rotos en las rodillas y cafés por la tierra.
—¿Y qué me dicen del “su” y el “sus? ¡Qué horror lo deben pasar los traductores!
Paco se divertía con ella y sus ocurrencias, pues pese a ser estudiante de traducción e interpretación como yo, lo cierto era que le daba pereza analizar las estructuras y los sistemas de los idiomas, por lo que cuando Karla Merengues preguntaba:
—A ver, digan palabras que tengan la combinación o-e-o en sus sílabas.
Paco se quedaba un rato enorme para siquiera pensar en la palabra “sombrero”, “torero” o “moreno”. Y cuando Karla Merengues le dijo:
—Conjuga el verbo “abolir”.
Contesto: “Abuelo”, y en un lapsus de vergüenza intentó retractarse, pero para entonces ya los dos nos estábamos riendo.
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Casi todas nuestras pláticas eran en español, como supongo que es evidente, pero hubo un momento específico en el que Karla Merengues prefirió usar la lengua de Ráu Shórsta. Fue el primer día de las vacaciones de invierno; Paco habría de regresar a España durante dos semanas; partiría al día siguiente. La reunión que tuvimos en casa de Karla Merengues fue parcialmente una fiesta de despedida, aunque en ningún momento hablamos del viaje de Paco. En lugar de lloverle a preguntas sobre su país, su familia y demás, nos quedamos sentados mirando el techo como estúpidos; Karla Merengues y yo éramos los únicos que bebían, pues Paco debía irse temprano y no quería resacas. Miré a Karla Merengues, que tenía la mirada fija en el techo como si en él hubiera escrito un chiste decente, pero no tan gracioso como para provocar una risa de verdad. Paco se empezó a quejar de lo incómodo del suelo y se pasó al sofá, donde sin razón alguna (o yo estaba muy distraído para notar su somnolencia) se durmió. Ese día me enteré de que roncaba como tractor.
—Alkún —dijo Karla Merengues, tan concentrada en el techo que me recordó a una antigua leyenda en la que unos seres espirituales de bien hacían reír a los niños desde los techos—, ¿por qué estudias idiomas, por qué traducción?
Esa fue la primera vez que la escuché hablándome en danzilmarés a mí, y lo hizo de manera fluida y sin el más mínimo acento que pudiera delatar que era una extranjera. Sin mucho esfuerzo, pude imaginar que esa piel clara, algo bronceada, y ese cabello oscuro lleno de rizos pudieron haber salido de sangre maresa. Aunque es verdad que el alcohol ya volvía poco confiables mis sentidos.
—Porque no creo en el poder de las palabras —contesté, ya no recuerdo si en serio o bromeando parcialmente.
Karla Merengues lanzó una risa, y por coincidencia ésta fue seguida de un fuerte ronquido de Paco.
—Ven aquí, Alkún, acércate —dijo haciéndome señales de que me sentara a su lado. Cuando estuve donde me quería, señaló el techo, entrecerró los ojos y dijo—: Mira ahí con mucho cuidado.
Cuando levanté la mirada, mi primera reacción fue de incredulidad, después me reí por considerarlo una broma muy elaborada, pero un momento de reflexión me convenció de que no era posible que existiera manera de llevar a cabo semejante treta por medios humanos. Escrito sobre la superficie del techo, o más bien como una luz que flotaba a ras de él, vi muy claramente la palabra “techo”; la vi en español, la vi en danzilmarés, la vi en francés, y en chino, y en muchos otros idiomas que no conocía, con decenas de diferentes alfabetos de los cuales algunos nunca había visto. Todas esas versiones de la palabra “techo” ocupaban el mismo espacio sin sobreponerse la una a la otra, pero al mismo tiempo cada una la percibía como una entidad independiente de las demás, sin que fueran estas un estorbo o se obstaculizaran entre sí. Me levanté de un salto, pero apenas lo hice ese fenómeno desapareció. Karla Merengues se rio de mi reacción y me exhortó a volver a sentarme. Lo hice sólo por un momento, para cerciorarme de que en verdad esas letras luminosas sólo podían verse desde esa posición. Seguían ahí. Me reí entonces y dije que ya había bebido demasiado. Karla Merengues me pidió un uber, y me fui a mi casa.
***
Tras despedirnos de Paco en el aeropuerto, Karla y yo nos quedamos un rato hasta que el avión hubo partido. Nuestra despedida fue bastante rápida porque habíamos llegado con algo de apuro, y Paco apenas se volteó a despedirse con la mano mientras seguía corriendo hacia donde debía abordar el avión. Yo me había perdido en pensamientos y no me di cuenta de que el avión de Paco ya había despegado, pensando que alguno de los otros que veía en la pista desde la ventana lo era. Karla Merengues me sacó de mi error, y de inmediato tomó mi cabeza y la posicionó muy cerca de ella, a tal velocidad que me pareció que me quería apartar de una bala. Me mantuvo viendo hacia la pista, donde la palabra “avión” brillaba del modo ya descrito sobre su superficie. Me sostuvo en esa posición hasta que se alejó demasiado y la palabra se borró. En el camino de vuelta, volvió a tomar mi cabeza más de ocho veces apenas veía que las palabras volvía a aparecer. De ese modo vi “coche”, “farmacia”, “árbol”, “semáforo”, “acera”, “cielo”, “hombre” y “muro”. Algunas veces intentó hacerme ver algo más cuando el uber se movía, pero de inmediato la palabra se desvanecía y ella se quedaba decepcionada. Me dejó en mi departamento y se fue, no sin antes quedar para el día siguiente en su casa.
De ese modo pasé las vacaciones de invierno en compañía de Karla Merengues. Con ella sólo había dos opciones: quedarse en su departamento todo el día, o salir a pasear todo el día, lo cual nos alternábamos todos los días que duraron las vacaciones.
***
Mejilla a mejilla contemplamos los signos lingüísticos que aparecían como espejismos multilingües. Debimos ser una pareja muy rara todas esas tardes que la pasamos en los bancos de los parques mirando la nada delante de nuestros ojos, siempre tan cerca que parecía que nos íbamos a besar, pero tan abstraídos que apenas parecíamos conscientes el uno del otro. ¿Cuántas veces vimos “flor”, “pétalo”, “árbol”, “corteza”, “hoja”, “piso” o “tierra” antes de que el número de palabras se multiplicara de formas cada vez más abstractas? Karla decía que debía ser como los bebés que primero aprenden lo concreto y lo fácilmente identificable antes de poder calibrar lo ambiguo o lo abstracto. Una semana después, aparecieron las palabras “felicidad”, “vergüenza” y “emoción” flotando delante de las personas, y tiempo después “depresión”, “conversación”, “discusión”, “aburrimiento”. Las palabras también dejaron de desaparecer con sólo cambiar nuestra posición, sino que acompañaban a sus respectivas entidades por mucho más tiempo.
No obstante, nuestras observaciones más impresionantes las teníamos en privado, en la casa de Karla. A veces nos quedábamos mirando fijamente y en su cara veía “cabeza”, “ojo”, “boca”, etcétera, y si me concentraba un poco más empezaban a aparecer las palabras “curiosidad”, “interés”, “desesperación” ocupando el mismo espacio en frente de su cara. Ella se negaba a decirme lo que leía en mi cara, aunque casi le supliqué. Al final yo le seguí leyendo en voz alta lo que leía en su cara, y ella o se reía o se hacía la tonta apartando la mirada de mí.
Un día vi la palabra “eternidad” frente a su rostro. Cuando se lo dije, se levantó de un salto para buscar otra cerveza. Mientras se alejaba, vi la misma palabra en su espalda al mismo tiempo que la palabra “caminar”, era la primera vez que veía un verbo. Moví mi mano y vi la palabra “mover”. Cuando Karla volvió y se puso a beber, vi la palabra “beber”. Pero la palabra “eternidad” nunca volvió a borrársele. Le pregunté si yo tenía también esa palabra y me dijo que no.
***
“Volar”, “dudar”, “escudriñar”, “impedir”, “complementar”, “imperceptible”, “inconsecuente”, “sustancialmente”, “generosamente”. Los signos comenzaron a invadirnos apenas posábamos los ojos en cualquier cosa o en cualquier persona, incluidos nosotros mismos, y no siempre sabíamos por qué tal adjetivo, verbo o adverbio era atribuido a tal objeto. Empecé a ver las palabras incluso cuando estaba lejos de Karla Merengues, incluso con la cabeza oculta bajo mi sábana, el mero contacto con la almohada y el colchón hacía bailar palabras ante mis ojos. Escuchaba sonidos de la calle y veía “ruido”, “auto”, “riña”, “enojo”. Mi estado de ánimo, que originalmente era de asombro absoluto por ser parte de tal fenómeno, comenzó a decaer: todo eran palabras, flotando por todos lados en todos los idiomas. Se dice que el danzilmarés, cuando se acostumbra demasiado a lo extraordinario, lo vuelve cotidiano y no puede imaginar su vida sin eso, como si aquello hubiera sido parte de la realidad que conocía desde pequeño; pero si lo extraordinario empieza a usurpar a lo normal, en vez de asustarse o preocuparse, el danzilmarés se vuelve loco de tedio, hasta el punto en el que lo ordinario se convertiría en lo nuevo extraordinario.
Cuando Karla Merengues notó mi aburrimiento y angustia por estar viendo palabras por todos lados, se acostó como si fuera a dormir y dijo:
—Entonces cierra los ojos.
Pero cerraba los ojos y veía “oscuridad”, y mis oídos me hacían ver tanto como mis demás sentidos.
—Entonces apaga tus sentidos.
Luego pareció quedarse dormida. Me acerqué para ver mejor sus rasgos, y ante mis ojos aparecieron “ojos bellos, boca jugosa, piel suave, olor dulce”. Posé mis labios sobre los suyos; ella los besó mecánicamente. Cuando salí de su casa, me era imposible separar a todo ente de sus representaciones simbólicas.
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Karla me propuso un juego: inventarnos un idioma, o al menos crear palabras nuevas, para ver si éstas aparecían junto a las demás. Los primeros días nos emocionamos creando el nuevo idioma, pero más pareció una mezcla de gramática española y danzilmaresa cuyas palabras eran cualquier sonido que se nos ocurriera en el momento. Pronto tuvimos tanto vocabulario que creamos nuestro primer intento de un diccionario. Cuando tuvimos una base léxica y gramatical lo suficientemente fuerte, empezamos a utilizarlo en nuestras conversaciones. Al principio sonaba forzado y poco natural, pero para Navidad ya podíamos articular conversaciones sencillas. Nos propusimos practicarlo hasta que este nuevo idioma apareciera junto con los demás idiomas, con cada palabra sobre su respectivo objeto.
Llegó el año nuevo y todo seguía igual. La continua exposición a los signos nos había vuelto más retraídos y casi no hablábamos. Yo al menos sentía que podía ver los pensamientos de Karla con sólo mirar su cabeza y leer las palabras que surgían. Cuando le hice esta observación, ella contestó que era absurdo, y yo estuve de acuerdo. No obstante una cosa me fastidió un poco: todavía no se me iba la necesidad de dejar de ver las palabras, aun si encontraba ese fenómeno fascinante. Me frustraba que algo que me fascinara también me apabullara hasta el punto de no poder pensar en otra cosa, pues el danzilmarés se cansa hasta de lo que admira.
Karla siguió diciéndome que si quería dejar de ver las palabras, debía dejar de percibir por completo, pero nunca ahondamos más con respecto a cómo lograr eso, pues pocos días después del año nuevo, un nuevo fenómeno convirtió esa tediosa obsesión en algo nuevamente placentero. Estábamos observando a la gente del parque, esta vez ya sin estar mejilla con mejilla, pero de todos modos nos tomábamos de la mano. Pasó frente a nosotros un hombre en sus cincuentas, alto y robusto, con elegante ropa arrugada; supusimos que era el empleado de un banco o de algún sitio similar; sobre él flotaba la palabra “incongruencia”. En vez de preguntarnos por qué dicho sustantivo se mostraba como atributo de ese hombre, Karla se quedó paralizada y con la mano me indicó que mirara mejor aquellas letras: ¡se habían movido! O más bien, el hombre siguió caminando, pero las letras lo abandonaron y se quedaron flotando en el aire. “Incongruencia” llegó flotando hasta nosotros, brillando en todos los idiomas, Karla extendió la mano para tocar las letras y éstas desaparecieron como una vela que se apaga. No nos dimos cuenta sino hasta entonces que el empleado se había detenido como ante una pared invisible, volteó una mirada extrañada hacia atrás, y luego hacia los lados. Sobre él se leía “inquietud”, palabra que también se desprendió de él y flotó hasta Karla. El hombre esta vez se puso blanco y sobre él decía “miedo”. Cuando esta nueva palabra lo abandonó, sobre él se leyó “sorpresa”. Ese fenómeno continuó de forma silenciosa durante un rato; ni Karla ni el hombre se miraron ni se les ocurrió hablarse, aunque yo estuve tentado a hacerlo. Ya no recuerdo exactamente qué decía sobre aquel hombre cuando decidió por fin marcharse, pero su rostro se había vuelto frío, extremadamente concentrado en nada, resignado a una suerte que no sabría calificar de buena o mala.
***
Así como Karla de repente podía sustraer conceptos de los demás, también pronto aprendió a otorgarlos, si no es que imponerlos sería una mejor palabra. Un día dibujó un círculo con un lápiz sobre una de las bancas de madera. De inmediato aparecieron las palabras “circulo”, “circular”, y otras que lo definían. No me di cuenta de cuando apareció sobre Karla la palabra “triángulo”, pero ésta estaba más apartada de su cuerpo, de manera que se notaba independiente de las demás palabras que la definían. “Triángulo” flotó hasta posarse sobre el círculo; yo no parpadeaba ni respiraba por la expectativa de que el círculo adquiriera la forma de un triángulo. Habían pasado largos segundos desde que el círculo hubo absorbido el concepto de triángulo cuando empezó a temblar, o a parpadear, qué se yo, el caso es que no estaba inmóvil sino que de su único lado, curvo e infinito, apareció una línea recta, y luego una punta, y así hasta que hubo tres líneas rectas y tres puntas. Por varios días, Karla siguió experimentando mientras yo la observaba sin hablar. Cambiaba no sólo figuras geométricas, sino también sus colores, y hacía que dibujos sencillos como soles se transformaran en nubes, estrellas en corazones y monigotes en dibujos obscenos. De poco sirve ponerme a detallar todo lo que pasó después hasta el final de las vacaciones, el lector adivinará que Karla no iba a dejar de experimentar lentamente para descubrir el poder de las palabras hasta sus últimas consecuencias. Para no abrumar con tantos detalles, diré que para el fin de las vacaciones, Karla ya era capaz de transformar, por medio del mismo sistema, vasos en platos, cucharas en tenedores, en suave lo duro, amarillo lo azul, y hacía felices a los tristes e inteligentes a los estúpidos. Mientras ella perfeccionaba su arte, en ningún momento dejamos nuestro proyecto del idioma inventado, y nos empezó a frustrar que incluso a esas alturas todavía no fuera admitido entre los demás. Dos días antes de volver a clases, Paco regresó de España. En la pequeña reunión de bienvenida que le ofrecimos, Karla le impuso “silencio” cuando se quedó dormido.
***
La brusquedad con la que este relato termina puede sentirse grosera, así que imagínense cómo me sentí yo al momento de vivirla. Al día siguiente de volver a clases, Karla Merengues desapareció. No sólo eso, sino que también todo recuerdo de ella desapareció de Paco, el cual, al recordarle sobre ella, se rio diciendo que no era posible que alguien con ese apellido existiera. Por pura coincidencia esa tarde caí enfermo de una infección de la garganta, que ya había empezado a notarse desde hacía algunos días. Me dio una fiebre de cuarenta grados, lo cual volvió mis noches en pesadillas de signos. Nunca entendí si estaba despierto o dormido cuando vi cientos, miles de palabras bailar a mi alrededor, y cada palabra generaba otras palabras como pariéndolas: “circunstancialidad” dio origen a “abismo”, “tornado”, “suerte”, “pecado”, y cada una de esas dio a luz a otras palabras hasta que me creí sumergido en todas las palabras que alguna vez hubieron existido, en todas las lenguas del mundo excepto en la nuestra, la que inventé junto con Karla Merengues. Tardé dos días en recuperarme, y cuando lo hice, las palabras iban y venían a mi voluntad: si no quería verlas, no aparecían, y si se me antojaba que aparecieran, las tenía a mi disposición. Por mi propia cuenta intenté continuar el juego que había comenzado Karla para manipular la realidad con las palabras, y aunque no me fue difícil conseguir en poco tiempo lo que ella había logrado, pronto dejó de interesarme porque sentía que todo aquello era una farsa, pues obviamente no era posible que el mero hecho de imponer una palabra fuera lo que efectuara un cambio real en los entes de verdad, sino que debía haber algo más que no entendía aún, pero abandonado y sin guía ni compañera para seguir explorando ese milagro del cual era yo parte, me sentí desanimado y sin motivación para continuar. Tal vez alguna mente menos confusa, o menos propensa a mandar todo al demonio cuando todo se vuelve muy complicado, hubiera usado de forma más eficiente el poder de las palabras.
Pero aun en medio de esa crisis de mediocridad, una cosa todavía me dio la suficiente curiosidad para intentar algo que me puso a temblar en el momento de pensarla. Me preguntaba si, del mismo modo en que Karla y yo habíamos usado las palabras para quitar e imponer características a los otros entes, podíamos llegar a un punto en el que cambiáramos tanto a una persona como para convertirla completamente en otra, con una nueva psique, una nueva mente y, para los románticos, una nueva alma. El blanco de esa nueva obsesión fue mi amigo Paco, que tan ajeno había estado a toda esta aventura que me pareció, tal vez con algo de malicia, que sería una estupenda manera de meterlo en este juego de signos. Mi plan era ver si podía convertirlo en otra persona imponiéndole una naturaleza diferente, y como resultará predecible, en aquel momento la única persona en la que podía pensar era Karla Merengues. Los días previos a llevar a cabo mi plan, me la pasé sumergido en otra orgía de signos, intentando recopilar todos los que, desde mi memoria, comprendían toda la esencia de Karla Merengues. Yo simplemente me la imaginaba y dejaba que las palabras surgieran, incluso si no entendía por qué lo habían hecho; entre esas palabras, “eternidad” fue una de las primeras en saltar. Durante varios días, recopilé todos los conceptos que pude y los encerré en un único concepto: “Karla Merengues”.
Días después, cuando me encontraba bebiendo en casa de Paco, llevé a cabo mi plan. Me sentía helado, como a punto de cometer un crimen, y es que, si todo salía como lo planeaba, técnicamente se podía considerar que estaba matando a alguien para hacer nacer a otra persona, pero me consolaba diciendo que sólo tendría que volver a hacer el proceso a la inversa para regresarlo a como era. Pasaron las horas y casi estuve a punto de desistir; ese día, Paco estaba más distraído que nunca, y poco se daba cuenta de que su divertida plática sobre la Navidad en su país era acompañada por un danzilmarés que tenía preparada una bomba de signos a punto de lanzarla sobre él. Que termine de contar, me decía, una anécdota más y ya. Por poco me conmueve cuando me habló de su hermanito Ricardo, que a su edad ya era todo un experto en historia y en especial le gustaba la historia de mi país, y yo prestaba atención para retrasar lo inevitable; me entró un repentino miedo de no volver a verlo nunca más y quise salir corriendo. No aburriré con más detalles de cómo me sentía, sino que me referiré de una vez al momento en el que, ya ebrio, se acostó a dormir en su sofá. Yo también estaba “ebrio”; vi esa palabra en mí y me impuse “sobriedad”. Ya con todos mis sentidos, hice flotar “Karla Merengues” sobre mi amigo. Creo que por media hora la mantuve flotando sobre él, y no cayó sino muy lentamente, como temiendo que hacerlo con brusquedad ocasionara algún desastre que pusiera en peligro a la realidad. “Karla Merengues” fue pronto absorbida por su cuerpo; di unos pasos hacia atrás y contuve el aliento. Sentía mis manos palpitar y mi corazón en mi garganta intentando no apartar los ojos de lo que tal vez sería una horrible quimera que acababa de crear.
Muy despacio, al compás del minutero, hubo movimiento en el cuerpo del dormido Paco. Yo cerraba y abría los ojos a fin de ver los cambios como fotografías con agujeros temporales entre ellas; no quería ver la sutileza de los cambios, sino los progresos a grandes rasgos. Unos minutos después, casi no reconocía a Paco: su cara ya era otra; sus ojos, ahora abiertos, estaban vivos y miraban más allá de la eternidad; al mismo tiempo tenía una gran sonrisa de victoria, y emitió unas risas nasales como si quisiera evitar reírse de un chiste. Se incorporó y me miró fijamente. Yo caí de rodillas y contemplé mi creación. Sobre aquel nuevo ser, veía comprimidos todos los conceptos y signos que en su momento habían pertenecido a Karla Merengues.
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