La realidad de Yáke y Sínke 28: Espacios y tiempos
Un viaje al pasado. Un mundo helado. Una mansión abandonada
78
¿En qué universo paralelo se encontraron después?
Un mundo cientos de años en el pasado, en la ciudad de Dyánz, una de las ciudades más importantes de la historia antigua de Danzílmar. Apreciaron las nuevas construcciones que en su tiempo serían ruinas o lugares históricos del reino de Dânzil, el cual gobernó la península Oriental de Danzílmar antes de su unificación con el reino Máryo, que reinaba sobre la península Occidental. Reconocieron los cinco los estilos zigzagueantes y llenos de ondulaciones de los antiguos edificios ceremoniales, las humildes casas estilo próuh, de una sola habitación, con sus puertas de marcos tan bajos que los adultos tenían que agachar la cabeza para entrar.
¿Qué dijo Séntsa cuando Yúska le preguntó por qué los marcos superiores de las puertas eran tan bajos?
Le recordó que en aquel tiempo creían en los Kalük, unos enormes espíritus malignos cuyo único límite era no poder entrar en las casas que tuvieran ese tipo de marco sagrado, ya que al agachar la cabeza era como si cada vez se le ofreciera una reverencia a los dioses, y ellos siempre iban con la cabeza en alto, desafiando orgullosamente al cielo.
¿Cuánto tardaron en encontrar a los gemelos?
Un día, cuatro horas y trece minutos.
¿Qué estuvieron haciendo todo ese tiempo?
Kányu recordó que poseía un próuh en las afueras de la ciudad, donde descubrieron que vivía junto con un alter ego de Délo, quien recibió a los invitados de su amigo con recelo, pues la alta actividad delictiva había subido desde hace tiempo, y no confiaba en los que no habitaran la misma sección de la ciudad.
¿Cómo habían aparecido en esa realidad?
Los cinco se encontraban en el gran mercado de Daótz, el mercado circular localizado en el centro de la ciudad, el cual miles de años después se convertirá en un centro histórico en el que se llevarán a cabo eventos culturales. Pero en ese momento era como un campo de batalla entre los pobres que se desesperaban por conseguir un poco de alimento para su hambre y los comerciantes que, sin misericordia, lo vendían todo a precios inaccesibles para los más desamparados. Los que si podían comprar eran comúnmente acosados por llorosos niños y mendigos ancianos, implorándoles aunque sea unas migajas del pan que acababan de comprar. Abundaban los ladrones discretos, que apenas les bastaba alargar sigilosamente su mano para hacerse de lo que otros habían pagado. No faltaban los enfrentamientos cada vez que algún ladrón era descubierto, y el disturbio no hacía más que aumentar el caos y el desastre, aunque también propiciaba que los más desesperados pudieran hacerse de algún alimento aprovechando la distracción de los comerciantes. En ese lugar aparecieron los cinco, apenas a unos metros de distancia los unos de los otros. Por suerte entendían perfectamente el lenguaje antiguo de la época, con un sistema muy parecido al hiperbático hablar de Sínke. Se aproximaron al verse, y por nada del mundo pensaban separarse.
¿Cómo encontraron a los gemelos?
Teniendo miedo del mundo en el que se encontraban, los cinco estuvieron renuentes a salir. Pero, no teniendo más alternativa para poder regresar a su mundo, decidieron salir al día siguiente a buscarlos juntos. No los encontraron durante varias horas, y conforme el día avanzaba la ciudad se volvía más peligrosa, sobre todo cuando los guardias reales salían a hacer sus caminatas rutinarias e intimidaban a todos los pobres habitantes de las casas próuh, muchas veces golpeando a unos cuantos sólo por diversión. Poco después de regresar a la casa de Kányu, Délo llegó también y les informó que cerca de ahí había una börâ[1] en el que un joven estaba haciendo un espectáculo mágico. Áte fue el primero en suponer que podría tratarse de uno de los gemelos, y al pedir más información, Délo dijo que la magia que hacía era poder crear una música extraña de la nada.
¿Qué encontraron al entrar en el börâ?
Encontraron a Sínke parado sobre una de las piedras del centro, hablando, como si fuera un profeta, de los futuros designios que le esperaban a esa nación. A cada movimiento de sus brazos salían sonidos; algunos reconocibles como de instrumentos musicales; otros eran puros y sin sonoridad específica, también cristalinos y agudos. Lo más extraño era que cada sonido provocaba un ligero viento duro que golpeaba a quienes estuvieran demasiado cerca.
¿De qué hablaba?
Habló de la futura crisis del reino de Dyánzil; la gran hambruna que les obligaría a las regiones de Líyoh y Kyél a pedirles su ayuda, con su futura anexión, provocando que posteriormente surgiera un conflicto con los del reino Máryo, conflicto que, después de muchos años de guerras y sangre, terminaría por unificar a los dos reinos oficialmente bajo el nombre de Dyánzilmaryu, nombre que sobrevivirá durante siglos y siglos. Predijo la caída del gran templo del lago Dên, cuando los habitantes del pequeño reino de Útod se liberen de los brutales gobernantes que los mantenían con miedo, pero que los sumiría en una anarquía aún más brutal, la cual solamente podrá ser controlada con el avance del ejército del reino Máryo. Profetizó la segunda gran división danzilmaresa durante el periodo del descubrimiento y colonización por parte de Europa y Asia, en la cual la nación se convertiría en un pastel geográfico y económico del cual todos querrán un pedazo, y cómo el ochenta por ciento de las tradiciones que ahora tanto veneraban sufrirá una abrupta caída de seguidores y un igualmente abrupto aumento de detractores, para luego volver a ser respetadas varios años después de la lucha de Danzílmar contra el imperio japonés para lograr su libertad al fin de la segunda guerra mundial, en un periodo de tiempo conocido como La gran vergüenza[2], en el cual las tradiciones volverán a florecer en el mundo del futuro más como una retribución a su historia que como honesta veneración.
¿Hicieron algo los cinco?
No durante un rato. Pensaron que era mejor no interrumpirlo.
¿Qué pasó cuando Sínke terminó?
La gente murmuraba; algunos se reían; otros se quedaron embelesados por sus palabras; algunos muy ebrios aplaudían. Pero en general la gente se fue yendo, como si el acto de magia musical no les importara en absoluto por carecer de utilidad práctica para sus pobrezas y miserias. Uno de los ebrios le ofreció a Sínke una jarra con un fuerte licor de bambú, el cual bebió con avidez.
¿Fueron hacia él los cinco?
No, porque Sínke de inmediato quedó ebrio, o al menos su actuar así parecía indicarlo, y entonces comenzó a brotar música de él, y los sonidos y ritmos eran extraños y confusos (aunque fantásticos) para los parroquianos danzilmarses de aquel tiempo. Y cantó mientras, como todo un alegre borracho, se paseaba entre los bebedores como si hubiera perdido la poca vergüenza que de por sí tenía.
¿Qué cantaba?
In taberna quando sumus,
non curamus quid sit humus,
sed ad ludum properamus,
cui semper insudamus.
quid agatur in taberna
ubi nummus est pincerna,
hoc est opus ut quaeratur;
si quid loquar, audiatur…
¿Por qué dejó de cantar?
Yáke entró en ese momento.
¿Cómo estaba vestido?
Desnudo del torso y pies, pantalones raídos de tela marrón áspera, una banda roja en la cabeza con el símbolo del reino de Máryo[3].
¿Cuál era el símbolo?
La imagen de una montaña enorme entre dos montañas pequeñas.
¿Cómo se veía Yáke?
Cansado y alterado, aunque aún conservaba parcialmente su seriedad.
¿Qué hicieron los demás al verlo?
Yúska y Séntsa quisieron hablarle, pero no pudieron.
¿Por qué?
Yáke las interrumpió.
¿Qué dijo?
Anunció que los guerreros del reino de Máryo estaban a punto de atacar la ciudad y que debían salir de ahí. Sínke, que sólo había fingido su ebriedad, dijo que eso no debía ocurrir, puesto que el primer ataque tendría lugar en la región que en el futuro sería llamada Níhg.
¿Qué hicieron cuando finalmente Yáke los hizo salir de la cantina y de la ciudad, con una inverosímil desesperación, hasta llevarlos a las afueras?
Los condujo lo más lejos posible. Ante las incesantes preguntas de todos, él respondió que intentaba salvarles las vidas presentándolos rendidos ante los atacantes.
¿Qué hizo Sínke?
Le preguntó cómo sabía dónde encontrarlos exactamente.
¿Qué respondió Yáke?
En esa realidad su capacidad auditiva era increíblemente aguda; lo había escuchado cantar desde las afueras.
¿Y qué más?
Podía moverse casi tan rápido como el sonido y solidificarlo como el diamante. Pero aún no entendía como controlar esa habilidad, y constantemente se apagaba y regresaba a su audición normal.
¿Alguien dijo algo después?
Hínta estuvo a punto de preguntar una gran cantidad de porqués, pero no tuvo tiempo.
¿Por qué?
Los moas de los guerreros del reino de Máryo aparecieron corriendo a lo lejos.
***
Protegidos por la distancia, en un pesaroso silencio esperarán que los gemelos no mueran mientras luchan volando contra el Gyün-déi, o dragón de la mitología danzilmaresa, que rugía con furor al no poder atrapar a los gemelos que volaban en torno a él. De sus voluntades se materializaba el fuego que quemaba las largas plumas de la bestia. El agudo sonido que generaban de la nada frente a sus oídos aporreaba y despedazaba sus tímpanos poco a poco y se enfurecía más. El dragón alado con caparazón alargado de tortuga intentaba en vano derribarlos vomitando violentas trombas de viento por la boca. A una distancia mayor, los guerreros del reino Máryo tomaban la ciudad, de la cual surgían los clamores de las armas y los gritos de los verdugos y condenados.
/Al acercarse a una tienda de telas que tenía una antorcha encendida en frente, colocada por el dueño a causa de la inminente noche, el fuego flotó hacia ellos y afectuosamente abrazó los cuerpos de los gemelos. Áte estuvo a punto de ser alcanzado por las llamas que impregnaban a Sínke.
—¡Oye, cuidado! —se alejó unos metros.
—De nuestra incapacidad de evitarlo, sabes ya —dijo Sínke.
La gente retrocedió palideciendo de los cuerpos en llamas.
—No podemos ir así a mi casa —dijo Hínta—, vayan a apagarse a la fuente/.
El largo caparazón protegía la espalda del dragón, pero los gemelos atacaban sus ojos, nariz, oídos y cola. Las largas garras como espadas no eran lo bastante rápidas, los filos de su boca no conseguían atraparlos.
Yúska se sentará en la tierra húmeda por la lluvia de la noche anterior, y rabiará quedamente.
—¿Qué te pasa? —preguntará Séntsa.
Pese a la desgracia frente a la cual se encontrarán, ninguno se mostrará horrorizado o exaltado, sino que será como si simplemente no les importara.
—Estoy cansada —dirá Yúska.
Áte se sentará a su lado. Jugueteará con las hojas marchitas del suelo, rompiéndolas despacio.
—Vamos a volver a aparecer en otra realidad —dirá Yúska—, a otro mundo del cual tendremos suerte de saber algo, y no podemos controlarlo. Deberíamos simplemente matarnos.
—¿Qué estás diciendo, tonta? —dirá Séntsa— No digas cosas horribles.
—Si lo hacemos quizás podríamos regresar —dirá Áte—, nuestras mentes podrían viajar a nuestro universo original y todo se detendría.
—¿Por qué piensas eso? —preguntará Hínta.
—Por lo que me dijo Sínke, ya lo sabes, Séntsa.
El dragón cada vez estaba más débil por las quemaduras. Los tímpanos, por los golpes de sonido, ya se le habían reventado completamente, y se tambaleaba en el aire.
—¿Qué cosa? —preguntará Kányu.
—Según Áte —responderá Séntsa—, los gemelos creían que suicidándose regresarían a su realidad original, si es que existe. Pero no lo hacen porque en parte ni ellos se lo creen, y también porque no tienen prisa en descubrirlo.
—Pero si Yáke todo el tiempo se quejaba de nuestra realidad y lo mucho que le gustaría alejarse de ella —dirá Hínta con laxitud.
—Eso no quiere decir que de veras creyera que matándose podrían salir —dirá Áte—, pero después de todo esto, y lo que tal vez vendrá, ¿qué les impediría intentarlo?
El dragón cayó a la tierra con gran estruendo. Los cinco estarán indiferentes ante eso. Los gemelos bajaron exhaustos del cielo y no se acordaron de ellos.
79
El frío hace a Séntsa frotarse las manos a través de los guantes de piel. Lleva caminando por la inmensa estepa rusa hacia su pueblo natal, apura el paso antes de que se haga más tarde. La mente de la Séntsa que hacía unos instantes se tambaleaba sobre la roca flotante después de hundirse la isla de Yazalá cae sobre ella, no pudo hacer más que sentir cómo su voluntad dejaba de ser suya, y quedó sumida en una profunda inconsciencia de la que no se recuperaría.
La nueva Séntsa ausculta asustada el bosque de pinos en el que se halla, y sin gritar los nombres de sus jínnyi debido al frío que le corta la garganta, camina sin dirección por varias horas.
Cae en la desesperación cuando el sol comienza a desaparecer tras las blancas montañas; la belleza de la tarde no puede ser apreciada. Escucha estruendosos pasos por su espalda, sonidos de árboles desquebrajándose. Está ahora frente a una casa asentada sobre dos enormes y grotescas patas de gallina, desde la cual una fantasmagórica anciana la observa. Se forman en la nieve las huellas reculantes de Séntsa. Las manos aterradas hacia adelante. Los ojos rojos de la vieja permanecen inexpresivos por unos instantes, y luego las patas de gallina se lanzan a la persecución de Séntsa, quien no tiene más alternativa que salir huyendo mientras tras ella la voluminosa casa destruye los pinos a su paso. La oye gritar palabras en ruso conforme se acerca. En vano intenta perderla entre la espesura de los pinos enanos cuyas ramas le raspan la cara. Las patas de gallina los aplastan y la dejan expuesta.
Escucha una voz conocida, una voz teatral, fingida, orgullosa y que hablaba en ruso. El gemelo había saltado desde atrás de la casa marchante y había caído en su tejado de madera húmeda. Le grita algo, y de sus manos sale hielo y nieve que envuelven a la bruja. Séntsa aprovecha para alejarse de ahí, y la vieja lanza a Sínke del techo con una fuerte sacudida. Cae frente a ella y una pata de gallina lo aplasta contra la nieve. Séntsa se detiene, voltea y ve a un Sínke inmóvil debajo de la horrorosa pata de gallina. Se dice a sí misma que no necesita su ayuda a causa de sus habilidades, pero al ver que el gemelo no se mueve, su tranquilidad se vuelve horror, y más aún cuando ve que la vieja estira su grotesco cuello hacia el suelo, cuatro colmillos como espadas saliéndole de la boca. Sin pensarlo, toma una piedra del suelo y la arroja hacia aquella cabeza blanca. La bruja se aturde por unos instantes. Séntsa empuña otra piedra, temblando pero atenta. La cabeza de la bruja se abalanza hacia Séntsa, como una cobra cayendo sobre su presa. Séntsa no alcanza a cerrar los ojos cuando una punta de hielo sale desde el suelo y se clava en el cuello de la bruja. Sínke, aún aplastado por la pata de gallina, la ha creado con la nieve del suelo. De la herida no sale sangre. Los ojos de la bruja se apagan, las patas de gallina se tambalean y la casa cae hecha pedazos.
***
Un entrometido rostro invadió su espacio personal, pronunciando palabras que no entendió.
—Soy yo, Séntsa —se apartó de él—, ¿no me reconoces?
—¡Ah! —dijo Sínke— Así que hablas danzilmarés. Yo también por extraordinaria coincidencia.
—¿Eh? ¿No recuerdas que esa es tu lengua natal?
Volvió Sínke a inspeccionar el cuerpo de la bruja.
—Sigue, pues, con tu camino —dijo—. Yo también seguiré el mío hacia mi pueblo.
—¿En serio no me recuerdas para nada?
—Esta era la bruja Baba-Yaga. Los lugareños, asombrados por mi formidable poder, me suplicaron que viniera a matarla porque andaba matando a la gente que se adentraba en el bosque. Creí que podría congelarla fácilmente, pero fue más difícil de lo que creí.
—¿Dónde está Yáke?
—Ven conmigo, vagabundeante-en-el-bosque-chica, celebraremos en mi aldea nuestra extraordinaria victoria.
Se sintió elevada por una pared invisible. Sin nada a qué sujetarse, quejándose e intentando hacerlo recordar con palabras, se dejó llevar volando mientras Sínke corría delante de ella.
Los pueblerinos lo ovacionaron al verlo volver sano y salvo. Todos hablaban una extraña mezcla de idiomas que no era ni enteramente ruso, danzilmarés o chino, pero Sínke se comunicaba con todos con soltura. El pueblo estaba hecho de madera, construcciones básicas que nunca había visto: casas perfectamente cúbicas como un pequeño laberinto entre caminos blancos. Vio ahí a Yúska, vestida con piel de venado y zapatos de piel de oso. Se abrazaron con alivio. Yúska no había dejado de preocuparse por ella desde que había aparecido en ese mundo, en especial por la noticia de la bruja del bosque, y no pudo evitar sacar una lágrima.
—¿Dónde está Yáke? —preguntó Séntsa.
—Me temo que es como si no nos recordara tampoco. Es como en la isla.
—Voy a hablar con él directamente —dijo Séntsa con decisión—. Esto ya es demasiado para que podamos soportarlo.
—Ya intenté hablar con él, pero no escucha. No podemos hacer más que esperar un cambio.
—¿Esperar un cambio a dónde? ¿A otro mundo? ¿Y luego qué, otro más? Ya hemos estado en demasiadas realidades. Hay que volver a la nuestra. Dime dónde está.
Yúska la detuvo de los hombros con la cara sombría, algo que nunca había hecho.
—Espera un poco al menos —dijo como si lo suplicara—, saldrá al anochecer, cuando enciendan la gran fogata. Déjalo hablar y después dile todo lo que quieras.
Séntsa le apartó las manos con suavidad. Yúska parecía tener una triste resignación en los ojos, como si sus esperanzas de volver estuvieran muriendo.
—Está bien, si así te parece mejor. ¿Dónde están los demás?
—Ellos están con Yáke, en su cabaña.
Y mientras tanto, una fiesta había comenzado en el poblado. Sacaron instrumentos musicales: violines, balalaikas, flautas de madera y tambores de piel. Sínke tocaba un violín entre ellos. Era una melodía que más se asemejaba a las tonadas rusas que a las danzilmaresas, pero con un toque infantilizado, como si el violín cantara una letra sencilla, largos y estruendosos trinos acompañaban su pose teatral, la flauta duplicando la melodía. Luego un pasaje lírico, violento y apresurado, acompañado del trino de la flauta. La balalaika fue el acompañamiento del contrabajo, cuyo tema se volvió melancólico y lloroso. Tocaron de nuevo al unísono un pasaje movido y pausado, ante el cual todos los presentes bailaron jubilosos. Terminó Sínke, acompañado de las campanillas, con una melodía grave y siniestra, cuya última nota sostuvo hasta volver al silencio.
***
Terminada la parte alegre de la celebración por la muerte de la bruja, dio paso al discurso nocturno del sabio de la aldea. Instalaron la gran hoguera, cuyo calor era tan fuerte que la mayoría estaba más confortable sin guantes. Se sentaron sobre la nieve alrededor del fuego, manteniendo su distancia de él.
Yáke salió de su cabaña junto con Áte, Kányu y Hínta, todos en silencio, como si fueran a protagonizar un ritual sagrado. Los tres se separaron de Yáke y se mezclaron en la multitud. Divisaron a Séntsa y a Yúska y se sentaron junto a ellas.
—¿Qué va a suceder ahora? —preguntó Séntsa.
Los tres se veían consternados, como si en todo ese tiempo hubieran estado sometidos a un conocimiento incómodo que los mantenía resignados a un triste destino.
—No hay nada que hacer —dijo Áte—. Yáke no reconoce a nadie y sólo habla incoherencias.
—No hay sentido en intentar volver a nuestra realidad —dijo Hínta, con tristeza—, es mejor aceptar que esta es nuestra nueva realidad.
Yáke alzó la voz. Iba ataviado con prendas similares a los demás, pero con el rostro pintado de una substancia roja alrededor de los ojos, que le daba un aspecto atemorizante junto con su color anaranjado natural. Portaba además un pequeño sombrero piramidal, como una versión en miniatura del tradicional sombrero danzilmares.
Y habló así en una mezcla de varios idiomas:
—Existir, compañeros, esa palabra que ha intrigado a tantos de nosotros. Hoy, mi hermano ha acabado con una amenaza para vuestra existencia, que no vuestra vida, pues esa únicamente puede ser ultimada por uno mismo, los seres que buscan no solamente subsistir. Pero es ahí, en el existir, donde yace la clave de mis palabras de esta noche. Sé que muchos de ustedes nos han admirado, a mi hermano y a mí, desde nuestros nacimientos, a causa de las cualidades que, a falta de entendimiento, habéis decidido nombrar con apelativos como “mágicas” o “místicas”, y que sin embargo para nosotros no son más que una forma más en la que existimos, sin sentir en ellas nada que merezca vuestros asombros y aplausos. La pregunta es: ¿existimos más nosotros dos que vosotros? Después de todo, ¿por qué otra razón me habéis designado como vuestro guía si no es por las características que en mí veis, pero que en vosotros no existen? Si todos en la aldea supiéramos tocar la flauta, se acabarían los pasmados clamores de admiración cada vez que alguien afirmara tocar la flauta. ¿Por qué pasa eso? Porque para que algo sea especial, para que algo levante encantos y pasmos, es necesario que el número de seres que no posean esa habilidad sea mucho mayor al de los que sí la poseen. Y esos seres que levantan encantos y pasmos, aquellos que son admirados por sus características irrepetibles, son los que más existen para el resto. La existencia es precisamente eso: hacerse presente para el mundo, hacer de tu ser algo reconocido. Es verdad, uno puede existir únicamente para sí mismo, sin importarle la relación de sus homólogos con los que vive, pero ese ser de todos modos tendrá que probarse su propia existencia a sí mismo, y por eso es necesario adquirirla. Al nacer somos como jarrones casi vacíos, salvo por nuestras herencias evolutivas, y somos llenados con agua conforme crecemos. Y aquí, me atrevo a decir, que entre más lleno sea el jarrón, más existe, tanto para sí mismo como para los demás. Algunos tenemos la suerte de nacer con un poco más de agua, pero la mayoría tiene que ir llenando su jarrón poco a poco. Si el jarrón no recibe agua, uno se siente seco, vacío, sin existencia y no quiere seguir viviendo en un mundo en el que siente que no existe. Es por eso que no debéis sentiros intimidados o acomplejados por nosotros, pues existimos poco desde el punto de vista de los seres de otros mundos, y a su vez vosotros existís mucho para otros seres, porque en esos mundos vuestras pocas habilidades serán como prodigiosos milagros dignos de ser considerados transendentales e inalcanzables. Eso es lo que debéis buscar: elementos que os hagan existir más.
Las llamas de la hoguera formaron una lengua de fuego que cubrió a Yáke. Todos se alejaron horrorizados, pero rápidamente vieron con asombro que su líder no se consumía por el intenso calor. Y finalizó:
—Ahora existo más. Y podría existir aún más en el futuro si descubro más de mí.
***
Por varios meses, el jefe Yáke se había mantenido encerrado en su cabaña. Rara vez hablaba con alguien además de sus tres confidentes, los cuales entraban sin necesidad de anunciarse, y se sentaban en las sillas recubiertas de piel de oso alrededor del taciturno jefe que, sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo de madera, había decidido emprender una inanunciada huelga de contacto con el mundo exterior, y pasaba días enteros en aquella posición de la cual nadie sabía si se hallaba despierto o dormido.
Pasados varios días, Áte se atrevió a preguntar:
“¿Qué es lo que te has propuesto ahora, Yáke, que ni siquiera quieres notar que hemos venido cada día desde tu cautiverio voluntario?”
“Has encontrado algo en tu introspección”, dijo Hínta, “estoy segura de eso. Deberías al menos hacernos saber un poco de aquello que mantiene a tu mente ocupada”.
Por varias horas Yáke no dijo nada. Ninguno intentó preguntarle nada; sólo Kányu expresó en voz alta su deseo de permanecer ahí hasta que hablara.
Fue hasta el fin de la noche cuando abandonó su letargo, y comenzó a hablar como si le hablara a seres invisibles:
“He estado percibiendo cosas increíbles. Como escudriñeos sensoriales, sensaciones-en-visiones-tornantes. Ecos de sonidos de otros mundos cercanos, y sin embargo inaccesibles. Siento que los he visto, que he vivido con ustedes, en otros lugares, tiempos y circunstancias, y mi cuerpo se siente cambiar, se siente invadido de tantas voces, deseos e intenciones, tantas emociones contradictorias, como si poco a poco dejara yo de ser uno solo y me convirtiera en varios. Pero al mismo tiempo adquiero algo a cambio: me siento existir más conforme me dejo llevar en esas meditaciones, y ahora es como si mi cuerpo hubiera robado algo de alguna de esas ilusiones, algo que dentro de poco me creo capaz de entender y dominar”.
Días después, cuando hubo el anuncio de que la bruja Baba-Yaga andaba por las cercanías, Yáke se negó a abandonar su meditación y dejó ir solo a su hermano, el cual, al verlo en su terca concentración, le dijo:
“Más vale que aquello que te ocupa sea espectacular”.
A lo que Yáke contestó:
“Hoy en la noche lo será”.
Y permaneció ahí con sus tres silenciosos compañeros, hablándoles de las observaciones de sus sentidos y el significado que les atribuía.
***
Un año pasó desde el día que cayeron en aquella estepa rusa. El cambio nunca llegó, y no tengo esperanzas de atestiguar otro en ese estado de la realidad. Por primera vez voy a escoger voluntariamente el universo paralelo en el que quiera atestiguarlos.
80
—Áiyo[4]!
La palma de Yúska se alzó como una bandera. De su abdomen se abrazaba Hínta, que tiembla con cada pedaleo hasta que la bicicleta se detuvo en la entrada.
—Es increíble que Hínta haya soportado tanto tiempo —dijo Áte, y se dirigió hacia el interior del instituto Ítuyu.
—¡Ey! ¿A dónde vas? —preguntó Yúska.
—No hay que esperarlos a todos todo el tiempo en la entrada, ¿verdad?
—Bueno, espérame.
Se propuso Hínta a esperar a los demás, acto que únicamente la costumbre dogmática, ya inseparable de su vida, le obligaba a realizar. Vio a Kányu llegar por la esquina. Sínke pasó corriendo junto a ella en desenfrenada carrera. Otra vez está así de apurado, pese a que aún falta para que toquen la alarma. ¿Qué? Oh. Ahora su primo va tras él, siguiéndole el juego como niñera. No nos ha vuelto a hablar ni mirar desde ese día en que Yúska les propuso ser parte del jínnliù en el puente.
—Áiyo! —dijo Kányu.
—Áiyo!
Caminaban hacia el edificio 3-C, con prisa por la proximidad de la alarma. Si Séntsa no se apura, va a llegar tarde; no podemos esperarla ahí hasta que suene la alarma. Es raro que llegue tarde. Sería una lástima que estando a punto de terminar el ciclo escolar manchara su registro de asistencias. Sonó la alarma. Entraron a su edificio y el cuidador les anotó la asistencia. Subieron a prisa la escalera de caracol, resonaban los pisotones de los rezagados como una carrera de caballos. Lo logramos. La maestra Nín cerró la puerta tras ellos. Pobre Séntsa, pero aún podrá entrar a la segunda hora. Se sentaron en sus lugares. Qué raro, tampoco está Yáke en su lugar. Él tampoco ha faltado nunca en todo este tiempo. Bueno, Sínke no se ve preocupado por eso ni su primo. Le preguntaré en el descanso. Tal vez sea hora de romper este silencio entre nosotros. No tiene sentido que estemos por terminar y quedarnos con esta impresión incómoda.
Inventó como excusa que había quedado de almorzar con Zúruk para ayudarle a entender algo que no comprendía de matemáticas. Vio que el gemelo y su primo se dirigían hacia el huerto de naranjos de la escuela, cuyos árboles estaban sin frutos debido a la recolección que los alumnos habían hecho un mes antes como actividad obligatoria. Los escuchó hablando mientras se acercaba. Kúsat le quedaba de frente desde la posición en la que estaban sentados en la banca, la miró con una alegre suspicacia, pero Sínke no volteó pese a lo evidente de la acción de su primo.
—Buenos días, Sínke, Kúsat —dijo Hínta—. ¿Por qué no vino Yáke? ¿Se enfermó?
Y aunque Sínke la había oído, no volteó a mirarla ni contestó sus preguntas. Hínta creyó ver que el gemelo se ensombreció cuando escuchó su voz, a causa del movimiento que realizó su cabeza como escondiéndose entre los hombros. Kúsat siguió con su impasible suspicacia.
—Así es, Hínta —dijo Kúsat—, y al parecer Sínke también está por caer enfermo —sonrió y observó a éste esperando alguna reacción.
Sínke se levantó, visiblemente incómodo, y nunca había tenido una sonrisa tan forzada como en ese momento, casi apretando los dientes. Se le acercó. Hínta se sintió preocupada al verlo a punto de desmayarse.
—¿Estás bien? —preguntó.
Después de un instante, Sínke dijo:
—Fue mejor así, Hínta.
Y como si la energía hubiera vuelto a él, se alejó en dirección al lago, caminando apresuradamente. Hínta vio que, pocos instantes antes de perderlo de vista, se llevaba la mano al rostro.
—No te preocupes por él —dijo Kúsat—, está pasando por un momento difícil en su vida.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Algunos seres son afortunados de ser similares a páginas en blanco, y de tener que llenar la historia de sus vidas poco a poco conforme van existiendo. Esa es la realidad común de muchos, pero no para ellos.
—No te entiendo.
—Y no pretendo que lo hagas. Sin embargo, ahora es más que innegable que tu influencia, y también la de tus jínnyi, es propicia.
Hínta, incómoda, se despidió educadamente y se fue.
“El trece de junio, después de la graduación, irán a la mansión de los Grámt, tú y todos tus jínnyi”.
Kúsat permaneció en el huerto, mirando el cielo despejado con satisfacción.
***
Habiendo retornado del descanso, Yúska sentirá ganas de ir al baño por haber tomado tanta limonada en el almuerzo. Pedirá permiso para salir y le será concedido. Bajará las escaleras de caracol y entrará al baño. Cuando salga, y se dirija de nuevo hacia las escaleras, verá a Yáke entrando al edificio, sin mochila en su espalda y con la mirada espantada, alterado como recién despertado de un coma. Él se acercará hacia ella ignorando el reproche del cuidador. Se asustará más Yúska de verlo con esa expresión que evidenciaba indudablemente un profundo pavor, lo suficientemente fuerte para hacerle salir un gesto aterradoramente humano: las cejas alzadas, la piel pálida, las narinas contrayéndose por el paso del aire y temblándole la barbilla.
—¿Está mi hermano en el aula? —preguntará Yáke, después de unos segundos.
Titubeando, Yúska asentirá. Yáke subirá corriendo la escalera.
—Yáke, ¿qué te pasa? —preguntará, pero no obtuvo respuesta.
Subirá también.
Irrumpirá Yáke con más fuerza con la que su hermano lo había hecho el primer día en esa escuela. El ruido espantará a todos y le lanzarán miradas agudas, pero Yáke sólo observará a Sínke y a su primo sin hablar.
—Yáke —dirá la profesora Nín—, ya es tarde para que puedas integrarte a la clase.
No habrá terminado de hablar cuando Sínke se levante y salga con él tan rápidamente que dejará sus cosas olvidadas en su lugar. Se encontrarán a Yúska, que acabará de subir la escalera, y pasarán de largo. Yúska apenas tendrá tiempo para ver cómo desaparecen tras la curva de la escalera y a través de la puerta del edificio.
Kúsat se levantará tranquilamente de su asiento y tomará la mochila de Sínke.
—También tengo que retirarme, profesora Nín —dirá y se acercará a la puerta.
—No puedes retirarte, Kúsat —dirá la profesora—. Si lo haces, tienes falta y un reporte.
—Cómo sea; de todos modos ya no volveré más.
***
(“¿Qué le pasa a esta niña?” ¿jínnliù, qué es eso? “¿Cómo una familia?” ¿Por qué quieren que me una a ustedes tres? No estoy sólo y triste, sólo estoy solo. No, “¿por qué preguntas tan de repente?” Mi hermana está en la preparatoria. No es tan genial tener hermanos como crees, “¿por qué te importa saber?” No, no hago nada en las tardes. Hazle caso a tu amiga, déjenme en paz. ¿No? Bueno, “a veces vamos al parque juntos para”… ¿qué te importa? ¡Oye, ese es mi bumerán! Sí, estoy aprendiendo a lanzarlo… ¡espera, no lo lances! “¿Por qué lo traigo?”, me gusta traerlo a la escuela aunque no lo lance. “Y sigues sin callarte, no entiendo ni me importa lo que digas, hazle caso a Séntsa, mejor vete con ella y con Hínta también. Qué bueno, la alarma”.
“¿Cómo puede ser? ¿En serio ésas están en un jínnliù, como una familia? ¿En verdad se tratan como hermanas? No me lo creo para nada. Como hermanas, y si yo me uniera, ¿me tratarían como un hermano?” ¡Eh! “¿El primer kény de la dinastía Dánzil?”. Sí lo sé, maestra… esteee. “¿Eh, qué hace ella volteando hacia mí? ¿Por qué me sonríe así esa Yúska? Hínta también lo hace” Fue el kény Dyután. “¿Por qué Yúska me levanta el pulgar? Está empezando a incomodarme”. “No dejan de mirarme de reojo las tres; Séntsa me reprocha con los ojos, ¿por qué me miras así? Pero, ¿en verdad se llevarán bien entre ellas? No, no es como que yo quisiera ser tratado como un hermano. Kuésta es mi hermana, pero aun así, ¿por qué esto me da curiosidad? Ella está muy ocupada siendo muy buena en lo que hace, últimamente no hacemos nada juntos. Ella es tan inteligente en todo, no como yo; puede reparar cualquier aparato sólo con abrirlo y examinarlo. ¿Qué he hecho yo hasta ahora? Bueno, todavía soy un niño, pero para ella eso no fue un pretexto. No esperan nada de mí, ¿verdad? Sería ridículo que mamá y papá quisieran ver en mí un genio similar. La alarma”.
“No puedo dormir”, ¡Asht, humm! “No puede ser que esas niñas me hayan hecho pensar tanto. ¿En verdad me vi tan desesperado, tan miserable y patético que sintieron que necesitaba un hermano? ¿Qué clase de hermanas serían ellas con un niño que apenas conocen? No tiene sentido, pero, por otro lado, es la primera vez que quieren juntarse conmigo. Qué cursi, me siento así por algo tan cursi. ¡Ya intenta dormirte y deja de pensar! ¿Pero y si es una buena idea? ¿Si en verdad podemos ser como hermanos? ¿No esperarán ellas nada de mí como todo el mundo lo espera de mi hermana? Quizás lo hagan, pero no son de verdad de mi familia. Podría sentirse diferente. ¿En serio lo estoy considerando?”
Sí, lo estuve pensando por muchos días, “no te emociones tan ridículamente”. Está bien, estaré en su jínnliù o lo que sea, pero sólo por un tiempo).
Y aquí he estado desde entonces.
***
Entran Yáke y Sínke a la mansión
Sínke
Contesta ahora, hermano, que tercamente has querido permanecer mudo todo el camino. Interrumpiendo la clase y manteniéndome en este estado de asombroso pavor. ¡Contéstame ahora! ¿Por qué te escuché en mi cabeza, por qué fue como si atisbos de tus ilusiones y reflexiones quisieran apoderarse de las mías?
Yáke
Hermano, nunca me había sentido tan al borde de la depresión, pero al mismo tiempo nunca he estado más maravillado con mi existencia. Se debe todo a que, al menos por un breve periodo de tiempo, estuve en otro universo paralelo. De ahí robé esa capacidad que ya has experimentado.
Sínke
Ya no sé si debo creerte; no puedo dar otra explicación, pero ¿cómo ha sido así?
Entra Kúsat
Sínke
Primo, perdón por no explicarte nada, pero lo que pasó ameritaba nuestra inmediata atención. Yáke dice haber estado en otro universo, y por esa razón ahora sus experiencias agonizan.
Kúsat
Cuéntanos pues, Yáke, la experiencia que tuviste. Que sepas que no dudo ni un segundo de tu honestidad, y si clamas haber viajado a otra realidad, te creo, pero quiero oír con tus palabras las experiencias de tu mente.
Sínke
Por más acostumbrado que esté a tu inusitado interés, primo, creo que esto debería ser un asunto sólo entre nosotros dos.
Yáke
No, hermano, déjalo que escuche. Él es en parte como nosotros desde que lo conocemos, y, a decir verdad, él siempre se ha interesado más por nuestras anormalidades que nosotros mismos.
Sínke
Como quieras, hermano.
Yáke
Como ya saben, les había anunciado que hoy me negaría a asistir al instituto, y lo aceptaron sin reclamarme, pero lo que no saben es que anoche dormí, y más raro aún: soñé. O al menos eso creí al principio. Me sentí en un cuerpo similar al mío, pero como si estuviera envuelto en un material que entumecía mis sentidos y mis pensamientos, membranas duras que restringían mi voluntad, estaba yo completamente consciente, sin llegar a sentirme como un sueño o algo irreal.
Sínke
¿Membranas?
Kúsat
Las branas del multiverso, tal vez.
Yáke
Me encontré en una cocina común y corriente, no es necesario describirla por completo salvo por el hecho de que había una bandeja con panes en la mesa. Áte, nuestro compañero, apareció en algún momento que no alcancé a procesar. De hecho, todos los agujeros que encuentren en mi historia son porque mi mente cambiaba de un estado de vigilia a irresistible somnolencia. Alcancé a oír de él:
—Todo está preparado, Yáke.
Lo siguiente que vi fue la imagen de un niñito entrando en la cocina y sentándose al lado de los panes. Se le acercó Áte y le dijo:
—Pase lo que pase, no comas estos panes por nada del mundo, porque si lo haces te morirás.
Pese a que nunca había visto a ese niño en mi vida, por alguna razón sabía su nombre y quién era. Práke, era el nombre que resonaba en mi cabeza, el primo de Kányu, fue lo que también pensé sin poder evitarlo, un experimento macabro era lo que habíamos planeado hacer. De repente me encontré con Áte en una habitación contigua a la cocina, donde había un cristal desde el cual podíamos ver a Práke sentado junto a los panes, no recuerdo haber visto ningún cristal desde la cocina, como si estuviera camuflado en el concreto de la pared.
—Miremos ahora qué sucede —me dijo, y en seguida habló por un aparato en su muñeca que no pude distinguir.
Cuando me volví a sentir despierto, junto a Práke se encontraba Kányu, con la misma alegría irritante de siempre, y le decía (lo que nosotros podíamos oír de algún modo) que era mentira lo de morir en cuanto comiera los panes, agarró uno de ellos y se lo comió. Práke, encantado por esa revelación, y por la confianza que inspiraba la presencia y la bondad de Kányu, tomó uno y se lo comió también. Áte lanzó un largo suspiro.
—Bueno, parece que no hay de otra —dijo.
Un momento después, estábamos en un baño de loza muy blanca, y Áte estaba ahogando al pequeño Práke en la bañera. Mantenía la cabeza del niño sumergida en el agua mientras éste pataleaba y forcejeaba desesperadamente. Kányu no estaba por ningún lado, o tal vez simplemente no lo vi. Sentí un fuerte mareo, mis sentidos se intensificaron. Sufrí entonces un gran dolor en los pulmones, como si se estuvieran llenando de agua. Áte no se daba cuenta, pero era como si la agonía del niño fuera compartida conmigo, y sentí, que no oí, los horrorosos pensamientos del niño, impactado por el hecho de estar siendo asesinado de ese modo, llorando lágrimas que se perdían en el agua que lo ahogaba, gritando mudos alaridos que sacudían el agua y le hacían inundarse aún más los pulmones. Luego, el momento en que el cerebro, privado de oxígeno, condenado a una extinción inevitable, entra en éxtasis. Es la droga de la pérdida de la vida, temblor del espíritu que uno percibe como largos periodos de tiempo y espacios que se contraen y se funden unos con otros. En ese estado lamentable me comuniqué con el pequeño, segundos antes de que ambos perdiéramos la conciencia; él para siempre. No sé qué le dije, probablemente no era el yo que mi consciencia controlaba, pero sé que le dije algo sin hablar y que él me escuchó. Mi despertar en este mundo fue mi reencarnación, y aquellas partes en las que mi mente estuvo lo suficientemente despierta se impregnaron fuertemente en mi cerebro, y no me quedó duda de que aquello había sido algo real. Sentí, instantes después, que mis pensamientos podían dejar de estar sólo en mi cabeza. Fue una convicción tan innegable como que tenía dos brazos y dos piernas, y desconcertado y aterrado por todo eso, fui hasta el instituto por ustedes para contarles todo esto.
Kúsat
Y sin duda crees que de tan obvia referencia adquiriste esa habilidad de proyectar el contenido de tu mente.
Yáke
Esto es lo más extraordinario que pudiera descubrirse, y es por eso que hemos estado sintiendo todas estas emociones, todos esos sentimientos y habilidades como si nuestras definiciones se enriquecieran por medio de lo que somos en otros mundos.
Sínke
Yo todavía me niego a darlo por hecho.
Yáke
¿Tienes alguna otra explicación?
Sínke
No caigamos en falsas dicotomías.
Yáke
Tengo la certeza de que no fue una alucinación o un truco de mi mente, pues de otro modo no tendría yo esta nueva habilidad.
Sínke
¿Y si ya era parte de ti desde el principio y no la hubieras descubierto hasta el día de hoy? Quizás ese sueño sólo te reveló esa parte de tu definición que ya tenías. De hecho, todo esto puede reducirse sólo a eso: revelaciones de nosotros mismos que no podemos entender ni controlar pero que ya eran parte de nosotros. No hay necesidad de meter alter egos de otras realidades alternativas.
Kúsat
Entonces, Sínke, ¿lo que has estado sintiendo por esos cinco compañeros, sobre todo por Hínta, ha sido siempre algo innato de tu ser? ¿De repente su indiferencia hacia aquellos seres ha pasado a ser un sentimiento tan grande de hermandad, a tal punto de sentirse tristes por ellos? ¿No contestas ahora, Sínke, porque sabes que es verdad lo que digo? Algo también has ocultado desde hoy en la huerta de naranjos, algo sentiste, algo escuchaste, fuiste víctima de una terrible certeza que te doblegó y te obligó a irte de ahí.
Sínke
Es verdad, no lo niego, y es, en efecto, algo que no puedo explicar alegando a mi idea de que todo estaba en nosotros. También he estado soñando, de manera terriblemente vívida, y en uno de esos sueños fui testigo de la muerte de todos ellos. La culpa era nuestra por alguna razón. Al despertar, esos recuerdos y sensaciones de insoportable desdicha seguían en mí, y al estar frente a frente con Hínta esos recuerdos se intensificaron y no pude soportarlo. En verdad era como si yo la hubiera matado de algún modo, y como si eso tuviera que ver con aquella proposición que rechazamos al comenzar el instituto, y por eso le dije que era mejor así, sin haberse juntado con nosotros, para no acabar muriendo por causa nuestra.
***
Kúsat no fue visto de nuevo desde ese día; simplemente había abandonado la mansión Grámt y el instituto Ítuyu. A partir de ese día hasta la graduación, los gemelos seguirán sintiendo, con gran pesar, todas aquellas vidas que no habían vivido, todas aquellas experiencias de las cuales no habían formado parte. Mientras más evocaciones se hacían espacio dentro de sus mentes, sienten más nostalgia.
[1] Especie de cantina antigua de piso de tierra y techo de palmas secas, cuyos asientos y mesas eran de enormes y rasposas piedras del desierto.
[2] Ráu Shórsta detalla este período en El danzilmarés y sus demonios.
[3] En nuestro mundo es una mano que sostiene un disco con un triángulo adentro.
[4] Saludo y despedida muy informal.
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