La realidad de Yáke y Sínke 31: Los gemelos

 


Momentos cotidianos en la vida de los gemelos.



Parte 3

Danzilmareses existiendo en Danzílmar[1]


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Uno tenía una mirada maliciosa y tempestuosa, parecía un ser de naturaleza disparatada, un bosquejo ambiguo entre la locura y la cordura. Su sonrisa era la del que todo y nada le importa en la vida, la mueca de la comisura izquierda de su labio expresaba la más absoluta irreverencia, el cabello totalmente peinado hacia atrás para así lucir toda su apariencia sin vergüenza alguna. El otro era de ojos fríos e inexpresivos, como un ser sin alma y de emociones muertas, aunque algunas veces sus cejas descendían sutilmente cuando la imagen de aquellos seres pasaba frente a sus ojos. Éste lanzó un ahogado suspiro mientras los curiosos estudiantes lo examinaban. Unos pocos cabellos colgaban por delante sus llamativos ojos, como una delgada cortina que no logra esconder nada.

***
Fue Yáke un viernes a casa de Kányu saliendo de la escuela. Tenían planeado pasar la noche ahí para dirigirse al día siguiente a una obra de teatro que darían en la sala de convenciones de la ciudad, donde actuaría un primo de Kányu que no había visto hacía mucho tiempo. Partieron los dos de la escuela en autobús, y en el camino se entretuvieron platicando de esta manera:
Yáke: ¿Y tu primo sabe que vas a ir?
Kányu: Sí. Le dije que intentaría estar en las primeras filas. Hace ya mucho que no nos vemos, de seguro ni me reconocerá.
Yáke: ¿Cómo se llama?
Kányu: Iyán.
Pasa un rato en el que sólo se oyen las charlas de otros pocos jóvenes y de una pareja mayor, ésta última es casi un cuchicheo inquieto.
Kányu: Oye, ¿sabes qué le pasó a la maestra Nín? Por lo de ayer.
Yáke: Oí que su padre tuvo un accidente.
Kányu: ¿En serio?
Yáke: No me consta; eso es lo que me dijo Séntsa; ellas se llevan muy bien, ya sabes.
Kányu: Mmm, pobre. Si Séntsa lo dice, de seguro es verdad. Ojalá no pierda a su padre.
Yáke: Pues la maestra estaba llorando mucho cuando salió. De verdad, hasta yo me asusté un poco. Ella no parece una persona de espíritu fuerte.
Kányu: No te creas. No le digas a nadie que te dije, pero Séntsa me contó que hace años ella perdió un bebé.
Yáke lo mira sorprendido, lanza una exclamación sorda, sin abrir la boca.
Kányu: A causa de eso se separó de su esposo y vino a vivir a Shórsta.
Rato después llegan a una cuadra de la casa de Kányu, donde se bajan y caminan.
Kányu: ¿Te vas a inscribir al taller literario?
Yáke: No lo creo, vi el programa y no me llamó mucho la atención.
Kányu: ¿Qué daban?
Yáke: El énfasis era la literatura del posmodernismo danzilmarés.
Kányu: ¿Y por qué no te llama la atención?
Yáke: Meh, no sé. Siento que los de ese periodo sólo le quisieron copiar a los europeos.
Kányu: ¿Cómo es eso?
Yáke: Mucho flujo de conciencia, la incapacidad de ser objetivos, el valor relativo del tiempo, la muerte de las grandes historias, el uso excesivo de personajes y situaciones cotidianas, cientos de clones de Joyce.
Kányu: ¿Qué tipo de literatura te interesaría?
Yáke: No estoy seguro. Sólo sé, si llego a escribir algo algún día, no quiero que sea para el pasado.
Kányu: Oye, ahora que me acuerdo, todavía no termino de leer el libro que me prestaste, ¿me lo podrías dejar otra semana?
Yáke: Quédatelo más tiempo si quieres. No pensaba que lo terminarías tan pronto. ¿Qué te parece hasta ahora?
Kányu: Me está gustando; es entre divertido y trágico. Me rio cada vez que el personaje se queja de su válvula.
Yáke. Sí, la famosa válvula pilórica de Ignatius. Entiendes el simbolismo de eso, ¿verdad?
Kányu: La verdad no.
Yáke: La válvula pilórica conecta el estómago con el duodeno, pasa la comida del estómago al intestino delgado. Los bebés recién nacidos suelen tener problemas con esa válvula; se les cierra y la comida no puede pasar al intestino delgado, provocándoles vómitos. Es una condición que ya no debe existir conforme se va creciendo, por lo que esa anomalía en Ignatius es un símbolo de su falta de crecimiento, de que es en el fondo como un bebé que se niega a cambiar pese a que se cree un iluminado en un mundo que no lo comprende. A cada cosa que le desagrade, que falte a las normas de la geometría y de la teología, se le cierra la válvula.
Kányu: Intolerancia, ¿no?
Yáke: Más bien su rechazo al cambio. A veces la ideología está tan arraigada que atestiguar su antítesis provoca dolor físico, el dolor de un bebé sensiblero ante todo aquello que no obedezca a su capricho.
Al llegar a casa de Kányu, almuerzan junto con la tía Núra. Comen asado de pescado con salsa, un sencillo draóhi de verduras y jugo de arándano.
Núra: ¿Y qué cuentas, Yáke? ¿Cómo va todo?
Yáke: Normal, normal. Nada fuera de la norma cotidiana.
Tras unos bocados y tragadas:
Núra (apoya la cabeza en la mano, con una sonrisa curveada en la comisura izquierda, y parpadeando lentamente): ¿Y qué es de tu hermano?
Yáke: Sigue por ahí, tan insoportable como siempre.
Núra: ¿Por qué no vino con ustedes?
Yáke: Mañana sale con Hínta de visita al parque nacional, por su aniversario.
Núra: Ah, ¿y tú qué vas a hacer con Yúska?
Kányu (avergonzado): Tía, ya.
Núra: ¿Qué tiene de malo? Sólo es curiosidad.
Yáke: Es Yúska la que se encarga de planear esas cosas. Ya veremos qué planea hacer cuando regrese mañana.
Núra se queda observando a Yáke atentamente durante el resto de la comida, sin disimular lo más mínimo el interés creciente, casi reprimido, que se cuela por el brillo de sus ojos, y disimulando entre el pescado y el arándano, humedece los labios y continúa hablando sobre temas cotidianos. Kányu pierde el apetito poco a poco, hasta que siente que el estómago se le ha encogido tanto que cualquier otro bocado lo haría vomitar.
Pasan la calurosa tarde en el cuarto de Kányu, fresco por dos ventiladores, uno de suelo y uno de techo. Kányu intenta dejar todo pasar volando mientras se entretienen con una película que no interesa a ninguno, pero sus ojos casi ni parpadean frente a la pantalla.
Yáke: Tienen problemas en casa, ¿verdad?
Kányu, acostumbrado a la sagacidad del gemelo, no aparta los ojos de la pantalla.
Kányu: Perdona, amigo, no pensaba que haría eso.
Yáke: Los problemas maritales con comunes.
Kányu (alza un poco la voz): Pero coquetear contigo es demasiado.
Se calló de repente, por coincidencia en el momento en el que la película también llegaba a una escena silenciosa.
Yáke: Si te incomoda que esté en la casa, puedo dormir afuera, en un árbol.
Kányu: ¡No!, no seas tonto, ¿cómo te voy a dejar dormir en un árbol?
Yáke: Bien, no hablemos más de eso.
Tiene que esperar hasta acabada la película para que Kányu calme sus nervios y asiente sus ideas.
Kányu: Creo que se van a separar. Hace noches que mi tío duerme en la habitación de huéspedes, se levanta mucho más temprano para irse a trabajar y regresa mucho más tarde, como si la evitara.
No habiendo nada útil que comentar de toda esa situación, Yáke se limitó a darle un golpe suave en el antebrazo.
Yáke: Tranquilo. Si sucede, esperemos que sea lo mejor.
Esa muestra de humanidad conmovió un poco a Kányu, pero siguió sintiendo temblores amargos en las venas.
Kányu (con tono socarrón): Oye, ¿cómo que irte a dormir a un árbol?, ¿qué pensabas que podría suceder?
Yáke (palideciendo): Lo… lo mismo que tú estabas pensando, no te hagas el inocente.
Kányu (con una explosión de risa): ¿Pensabas de verdad que mi tía iba a escabullirse por la noche hasta aquí para buscarte? No lo puedo creer, ¿qué pensaría Yúska?
Yáke (se calma y sonríe con complicidad): Cualquiera que hubiera visto como me miraba habría pensado lo mismo, ¿acaso carezco de imaginación, he ya pecado de pensamiento, o más bien de suposición?
Kányu: No lo hubiera creído cuando te conocí.
Yáke: Ya, no te pongas así, que no haré nada con tu tía.
Kányu (picaresco): ¿No me digas que no te atrae un poco?
Yáke: ¿Por qué lo haría?
Kányu: Conociendo a Yúska, estoy seguro de que le encantaría saber que te has humanizado un poco más al encontrar atractivas a otras mujeres.
Yáke: También creo que pensaría eso, pero ya olvídalo.

***

Suaves sonaron los pies de Kúsat cuando entraron a la cámara de Yáke a través de las cortinas del balcón. Pacientemente esperó a que los dulces vibratos fueran liberados por las virtuosas muñecas y que las cuerdas cesaran de estremecerse por las hebras doradas que salpicaban un fino polvo plateado. La tortuga dormía junto a la cama.
—¿Cuántas veces has tocado hoy los 24 caprichos de Paganini? —Kúsat apoyó una gruesa mano contra el piano cerrado.
—No las suficientes todavía —dijo Yáke bajando el instrumento.
Kúsat abrió las cortinas. Las pupilas del gemelo no retrocedieron ante el impacto de la luz.
—Tocas muy bien, Yáke —dijo Kúsat—, es una pena que no permitas a nadie más deleitarse con las notas de los maestros inmortales. Espera, no me digas. Estás triste por lo del concurso. Supongo que tuviste muy mala suerte de que te diera migraña en medio de tu interpretación, pero no es para que te encierres como un niño llorón.
—No pretendas intentar ofenderme como lo haría mi hermano —Yáke se sentó en la silla—, bien sabes que aquello no fue una simple migraña —rasgueó suavemente las cuerdas plateadas, lentas escalas y arpegios.
—Como sea, ya deja de encerrarte, —abrió de golpe las cortinas—, levántate y sal a esa ficción a la que los seres de este mundo llamamos realidad.
Los pizzicatos de Yáke continuaron.
Kúsat vio un libro asentado en el centro de la tapa del piano. Lo tomó.
—¡Oh, El Aleph! —dijo—, ¿cuántas veces lo has leído este año? Mira lo gastado que está —hizo pasar las hojas como un rápido torrente del final al principio, melodía seca de libro viejo—. ¿Qué te parece La escritura del dios? Increíble, ¿verdad? Cuánta reflexión en tan pocas páginas. Estás de acuerdo, ¿verdad? Toda proposición implica el universo entero. Decir una tortuga es decir las tortugas que la engendraron, los tomates y lechugas que comieron, las piedras que pisaron todas hasta el comienzo de los tiempos, así como la tierra en la que viven, el aire que respiran, los átomos que lo conforman, la historia de esos átomos desde el comienzo del universo. Decir algo es decirlo todo. ¿Pero y tú qué? ¿Acaso decir Yáke implica decir a los que te dieron la vida, implica decir el aire que respiras y la luz que te alumbra? No, porque a nada de eso dices pertenecer. Tu indiferencia ante tu propio origen, tus progenitores, de dónde vienes y qué lugar ocupas aquí. La luz de este mundo no te toca, su viento no te sopla, sus sonrisas no te mueven. No fuiste creado por el polvo de las estrellas de este universo, ni eres resultado de la gran expansión que lo hizo lo que es ahora. Decir Yáke es decir Nada.
Kúsat se sentó sobre la cama y lo escuchó tocar.

***

El día que Hínta me propuso unirme al jínnliù me había dirigido a la azotea de los primeros años, planeaba aprovechar la modesta altura del edificio para lanzarme al vacío y estrellarme contra el suelo, sensación a la que llegué a desarrollar un gran aprecio solamente por sentirme capaz de hacerlo, a diferencia de los seres de este mundo, los cuales morirían sin remedio. Esperaba, apretado contra la reja, a que todos se fueran para que nadie me viera, pensaba que en algún momento debía hacerlo en frente de todos. Ahí apareció ella y ya conocen el resto.

***

Solamente un largo paseo por las calles limpias y ordenadas de la ciudad de Shórsta era suficiente para ayudarme sentirme más calmado; había algo reconfortante en esa gran contradicción de sentirse sólo al mismo tiempo que se está acompañado por tantas personas. La soledad no era para mí un cáncer que se curara con compañía. La compañía muchas veces agrava el deseo de estar sólo, y esa soledad en la compañía provocaba en mí una extraña fascinación, precisamente por lo contradictorio que parecía. Únicamente en mi grupo ese sentimientos de soledad-compañía tintineaba con fuerza entre las risas y discusiones, los problemas y las tranquilidades, los enojos y los romances, lo inteligente y lo estúpido, toda la vida era un juego de opuestos en los que asocié mi propia obsesión: la realidad y la ficción, la seriedad y lo trivial, no sabiendo si sentirme real y serio o ficticio y trivial, quizás podía ser ficticio y serio o real y trivial; diferentes fuerzas gravitatorias tirando de mí, cada cual ganando por momentos y tranquilizándome o alterándome.
Había ratos en los que podía identificarme como un ser ficticio y serio, como cuando tuvimos que ser voluntarios para recolectar y organizar víveres para los afectados por un huracán que hubo en Dyánz, o cuando hicimos algo parecido pero para ayudar a los pobres niños de Kenya y otros países africanos. Digo que era ficticio porque desde mi percepción de la vida, sesgada por el horizonte que no puedo dejar de sentir, la pobreza y la miseria humana son de naturaleza ficticia porque no tendrían que existir; su existencia implicaba un error en la manera en la que los seres de este mundo y la naturaleza habían moldeado la realidad. Sin embargo, también identificaba ese problema como serio porque, si bien para mí no representaba algo real, tenía conciencia de que para el resto del mundo sí lo era. Aquí mi capacidad para la alteridad entraba en juego con mi horizonte. ¿Cómo puedo tratar seriamente algo que es ficticio para mí? ¿No se supone que solamente lo que identificamos como real nos supone un asunto serio? Si en verdad existía un universo del que mi hermano y yo viniéramos, ¿ese universo no sería acaso ficticio para los seres de ese mundo y, por lo tanto, trivial e inútil?
Alguna vez saqué este tema para conversarlo con los demás. Es obvio que haber experimentado otros mundos por ellos mismos iba a cambiarles su visión de la vida y sus meditaciones sobre la misma; ya no rehuían tanto a hablar de este tema, siempre y cuando no se sacara tan seguido. Fue entonces que pude apreciar que, pese a su juventud y prejuicios, en ellos había seres inteligentes o que se esforzaban por serlo. Áte dijo que, antes que nada, teníamos que definir lo que era la realidad y lo que era la ficción, tarea que nadie ha podido hacer con precisión durante toda la historia de la humanidad, no obteniendo más que respuestas provisionales y que responden a una utilidad práctica. Podíamos alegar que un mundo inventado en un libro no tenía por qué ser forzosamente irreal, o que tuviera obligatoriamente una jerarquía de realidad inferior a la de un país de nuestro mundo azotado por una guerra, sin embargo eso no importaba en la práctica; cuando hubiera una guerra, o la amenaza de una, ésta pasaba a ser automáticamente más real que una guerra imaginaria de un libro. Kányu concluyó (con palabras no muy elegantes) que entonces lo real es todo aquello que puede percibirse y que conlleve una aplicación práctica en el mundo, pero entonces recordó nuestros viajes y se preguntó si los seres de esos universos representaban para este mundo alguna utilidad práctica. Habría sido demasiado pretencioso decir que aquellos mundos no eran reales si no podían afectarnos de alguna manera. Se rompía así la noción de que la realidad debe estar centralizada a las experiencias que uno percibe en su mundo de origen. Yúska opinó (con palabras y una forma aún menos elegante) que eso no podía contar porque a nosotros sí nos afectó de manera práctica el haber experimentado esos universos paralelos, volviendo a centralizar la realidad. El problema con la centralización de la realidad, mi hermano explicó, es que es algo parecido al sistema geocentrista, en el cual todo lo que existe (lo real) da vueltas alrededor de nuestras experiencias y necesidades. Como ejemplo puso a Délo y Déla, los cuales no habían experimentado los cambios como nosotros, y preguntó si esos universos paralelos podrían ser reales desde su punto de vista sin haberlos experimentado de forma alguna. Según la centralización, esos mundos serían ficticios porque no representan ninguna utilidad ni experiencia para ellos, y al mismo tiempo sí serían reales para nosotros porque ya los hemos experimentado y hemos sacado utilidad de ellos. Según la descentralización, esos mundos seguirían siendo reales independientemente de que alguien los experimente, sólo que, al no poder experimentarlos, no les importan en absoluto: son inútiles aunque sean reales.
Aquí Séntsa hizo una observación, puso como ejemplo la situación de los países pobres: ellos viven una realidad (experiencias) diferente a la de nosotros a pesar de que estamos viviendo en el mismo mundo, y al mismo tiempo tienen experiencias semejantes a las que vivimos aquí en Danzílmar. En efecto, el pertenecer al mismo mundo implica que algunas experiencias serán compartidas por todos sus habitantes, tales como el hambre, la sed, el instinto sexual, la muerte o las limitaciones de la fisiología, la biología, la física y la química. Todas esas son circunstancias impuestas por la naturaleza para todos los seres de este mundo conforman una “realidad común” que nadie puede eludir ni modificar, y es el único caso en el que es posible decir que todos en un mundo viven una misma realidad (un conjunto común de experiencias). Decir que la realidad es que hay que comer es quedarse en un plano muy básico, pero fácil de comprender y que lleva a realizar actividades con resultados prácticos y concretos. Luego viene el conjunto común de experiencias que no son ya creadas por la naturaleza, sino por los seres que actúan y generan cambios en ella; aquí entrarían las culturas, los lenguajes, las naciones, las sociedades, las guerras, los sistemas monetarios, las religiones, las clases sociales, los niveles educativos, todo eso no es la realidad en sí, sino varias maneras en las que la realidad ha sido configurada desde que el ser humano logró adaptar su entorno, el cual cambia con el tiempo según las nuevas decisiones que se hagan en ella. Entonces tenemos que la realidad puede ser invariable (en el primer caso) y variable (en el segundo), todo eso al mismo tiempo. Sumando todo a nuestro reciente descubrimiento de que los universos paralelos existen y que se conforman de todo lo posible, nos hizo pensar a todos que preguntarse por la realidad era algo cada vez más absurdo, ya que si todo era real, entonces también todo es ficción; no hay manera de distinguir la realidad de algo que no lo es, y lo único que podemos hacer para dar una respuesta práctica es caer en la centralización de la realidad. La gran mayoría de la gente no tiene otra opción.
Ya con algo de dolor de cabeza, Áte dijo que, al fin y al cabo, cuando regresara a su casa, la realidad era que iba a haber platos sucios en el fregadero, polvo en el suelo, ropa que lavar y tarea por hacer. Hínta objetó, siguiendo la lógica que hemos seguido hasta ahora, que todo eso no era la realidad en sí misma, sino consecuencias conformadas por realidades inmutables y realidades mutables. Pues sí, un plato sucio es consecuencia de nuestra realidad de tener que comer y de la realidad de que no se puede cocinar sin ensuciar. Pero tal vez algún día esos aspectos de la realidad cambien, y entonces el decir que hay que lavar los platos nos sonará a ficción.
Ya fatigados y con la alarma a punto de sonar, decidimos, medio en serio y medio en broma, que romperse la cabeza por saber qué era la realidad era una pérdida de tiempo.

***

Cansado de pensar tanto y no actuar nada, Yáke fue un día a uno de los almacenes donde se recibía ayuda para los damnificados del huracán que hubo en Dyánz. Cargó con cajas y cajas de alimentos y vestimentas los camiones hasta que todos estuvieron listos para partir, los demás voluntarios observaban cómo ayudaba con un extraño semblante en los ojos, como si al hacer aquello se redimiera de algo que había hecho, pero al mismo tiempo estuviera renuente a aceptar lo que estaba haciendo y no pensara en eso, y durante las horas que duró aquello se convirtió en una máquina de altruismo casi perfecta. Al terminar, y recibir las gracias de los organizadores y de otros voluntarios, Yáke intentó con todas sus fuerzas sentirse dichoso, una parte útil de ese mundo al que no pertenecía. Lo consiguió un poco; sintió que en aquellos camiones partía una parte de su ser, una parte que siempre había negado al mundo desde que tuvo consciencia. Pensó que podría hacer algo más, sus habilidades podrían hacerlo cumplir con un propósito más allá de sólo definirlo interiormente. Podía dejar de ser sólo para sí y ser también para los demás. Volvió a su casa con una sonrisa algo tonta, y era algo tonta porque poco a poco iba dándose cuenta de la absurdez de su deseo, iba surgiendo como sube lentamente una burbuja desde la profundidad del mar, la cual no llegó a la superficie hasta que se halló en su habitación, tocando el piano junto a su tortuga. Y mientras hacía sonar acordes y notas jocosas se dio cuenta de que aquello iba a representar su caída final: la realidad ya lo había hecho enamorarse, ya lo había hecho experimentar fuertes sentimientos por su grupo de jínnyi, y ya empezaba a hacerlo sentirse compadecido por los demás seres que lo acompañaban en el mundo. Pero entonces, mientras su mano izquierda caía de nuevo sobre las notas graves del piano, pensó que la realidad se había saltado un paso: todavía no lo había hecho sentir aprecio y amor por la familia que lo había adoptado, sus padres Náo y Kínabi Grámt, y sus tías Kísa y Venúa. Deseaba que la realidad se hubiera olvidado de ellos, que respetara al menos un pedazo de lo que lo mantenía fiel a aquella otra realidad más allá del horizonte. Si ocurría aquello, iba a pertenecer definitivamente a ese mundo. Para su desgracia o fortuna, la realidad volvió a reírse de él.
Sonó el teléfono y Sínke se apresuró a contestarlo. Era su padre, que avisó que iría junto con su madre y sus tías a pasar las vacaciones de abril con ellos, en familia.

***

A pesar de que sentía mucho sueño, Sínke no lograba alcanzar la inconsciencia sin importar cuánto tratara de dejar su mente en blanco. Su mente divagaba caóticamente en pensamientos que se mezclaban, se separaban, se relacionaban y se destruían unos con otros. En la oscuridad y la soledad de su habitación, experimentó sensaciones de compañía que no venían de ningún lado, fantasmas hablando desde su cerebro lo mantenían despierto. Ninguna posición le acomodaba. En vano intentó buscar una posición que le permitiera experimentar aunque fuera un estado pequeño de confort, pero todo, ya sea boca arriba, boca abajo o de lado, le parecía tan incómodo, tan asfixiante, tan limitante, que no pudo soportarlo más y se incorporó en la cama. Estar sentado tampoco lo liberó de esa opresiva sensación, como si su cuerpo se hubiera encogido y lo apretara. La angustia era equivalente a la de una mariposa que no consigue salir de su crisálida. Se levantó de la cama y comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación. El movimiento alivió un poco su angustia, pero aun así se sentía atrapado en su cuerpo. Abrió las ventanas del balcón. El pato, que dormía en el barandal, se despertó. Vio cómo Sínke se aproximaba y miraba largamente el pequeño bosque de enfrente, se subía al barandal y disfrutaba la brisa fría de la madrugada, pero todavía se sentía preso de su cuerpo. Poco a poco, Sínke vio que algo más había cambiado, pero no con el mundo, sino con él. Se sintió más liviano, su masa y su peso disminuyeron, y empezó a flotar lentamente en el aire. Esa experiencia le proporcionó tanta paz que no se la cuestionó. Sólo se dejó llevar. Subió acostado en el aire hasta alcanzar el techo de la mansión. Volvió a experimentar un cambio: se hacía invisible, traspasable y sin forma. El desprenderse de esa manera de su cuerpo físico lo adormeció como un fuerte sedante, y batalló por no dormirse porque quería ver qué sucedería después. Cuando cerró los ojos, escuchó y vio más claramente sus pensamientos, descubrió que aquellas sensaciones eran un regalo que provenía de algún rincón lejano de la existencia. Un alter ego le había pasado ese alivio sin saberlo, un alter ego de un mundo en el que toda la materia era más resistente en comparación, en la que él sería un ser patético y debilucho, donde no sería capaz de romper ni una roca y donde no podría saltar ni un metro en el aire. Cuando se sintió completamente sin cuerpo, quedó sumido en un sueño en el que se encontraba en ese mundo, lo veía desde los ojos de ese alter ego carente de cuerpo, y recorrían planetas y galaxias buscando nada y todo al mismo tiempo. Cuando despertó, con el sol de la mañana en la cara, estaba tendido en el balcón con los miembros extendidos. Intentó volver a experimentar la inmaterialidad, pero apenas logró volverse traspasable por unos instantes; atravesó el balcón y cayó al césped.

***

Acaban de terminar un largo proyecto de historia en casa de Áte. Todos los jínnyi se van excepto Sínke, pues había quedado de jugar videojuegos con Áte. Pasado un rato, Sínke salta con una nueva idea:
—Vamos a ver porno.
Áte se dejó arrastrar hasta su propio cuarto, Sínke cerró puertas y ventanas celosamente y prendió la computadora.
—¡No me jodas! —dijo Áte—, ¿cómo dices eso tan de repente?
—¿Que acaso nunca vez porno?
—¿Qué te importa?
—Anda, no seas cobarde. Además sólo vamos a ver, no vamos a hacer nada más.
Antes de que Áte encontrara palabras para rebatirle, Sínke ya había entrado a una página y buscaba en la lista de videos. Hizo a Áte sentarse a su lado y leyó los títulos como si fuera una importante investigación. Al no encontrar alguno que le agradara, dijo:
—Voy a buscar uno que mi hermano me dijo, debí pedirle el nombre exacto en lugar de sólo las tags.
—¿Yáke también ve porno? —dice Áte aturdido.
—Bueno, más bien Yúska le hace verlo. Muchas de las cosas que hacen en la intimidad la sacan del porno.
—¿Yáke te cuenta de eso?
—A veces, pero es más bien Yúska la que lo hace.
—¡No jodas!
Sínke había encontrado el video y lo reprodujo. Los cables se le cruzaron en la cabeza a Áte, y en vez de los actores vio a Yáke y a Yúska, imaginándose su desnudez y sus voces plasmadas en video. Pero hubo algo más que le hizo temblar, y es que al ver el video regresaron a él recuerdos recientes, memorables e inverosímiles, y le pareció volver a escuchar la voz de Séntsa y volver a sentir su cuerpo junto al suyo. Tal fue el conjunto de retortijones que sintió que se levantó de un brinco y se alejó de Sínke.
—Ah, no empieces, Áte —Sínke volteó la mitad de su cuerpo—, no te hagas el inocentón.
—¿Al menos podrías poner otro video?
—¿Es en verdad el hecho de imaginártelos lo que te hace sentir tan incómodo —Sínke tornó su voz como un susurro—, o es el hecho de que lo que acabas de ver es similar a aquello que ya sabemos que viviste con Séntsa?
Áte volteó la cabeza hacia el gemelo, que sonreía como un detective degenerado, y palideció hasta un punto en el que Sínke, preocupado, temió que se desmayara, por lo que cerró la ventana del video. El sonido se apagó violentamente y sólo se escuchó la fuerte respiración que salía de la nariz de Ate.
—¿Có…có…cómo sabes cómo fue…?
—Ah, sí —de una patada en el suelo, Sínke hizo girar la silla y quedó frente a Áte—. Séntsa misma se lo contó todo en profundo y obsceno detalle a su queridísima Yúska, quien a su vez se lo contó a Yáke, quien, tras asegurarse de reducir en la mayor medida posible el fenómeno del teléfono descompuesto, contómelo todo. Incluso me dijo que Séntsa ni siquiera le había hecho prometer a Yúska no contar nada; es más, Séntsa misma le dijo que no había problema si lo sabíamos.
—¿Ella dijo eso? —Áte tuvo que sentarse en su cama y escondió la cara tras las manos.
—Lo sé, estimado. ¡Inaudito, apocalíptico, alguna antigua profecía ha de haber despertado de las entrañas de la tierra; los manatíes volarán, los moas comerán tierra y escupirán árboles, nos invadirán las orugas carnívoras y no dejarán ni el tuétano de nuestros huesos!
Áte no salía de su letargo. ¿Vergüenza, frustración, había sucedido algo más que sólo un encuentro placentero?, pensaba Sínke mientras cómodamente se sentaba a su lado.
—¿Qué te perturba tanto, estimado? ¿Será que tan acostumbrado estabas a verla como amiga, casi hermana o madre, que aquel acontecimiento resulta para ti indistinguible del incesto?
Áte levantó la cabeza, había un aire de resignación en sus ojos, pero apretaba los labios con fuerza.
—Sínke, tú eres inteligente. Dime, ¿ya notaste mi orientación sexual?
Sínke lanzó una risa burlona, más bien por el tono derrotista de Áte.
—La pregunta correcta es si ella lo notó.
—No, no lo hizo.
Y tras dejar pasar adrede unos segundos de silencio, Sínke preguntó, con verdadero interés:
—¿Por qué la dejaste continuar entonces?
—No sé, fue tan repentino que no pude hacer nada. Estuvo ahí, y al momento siguiente no tenía ropa, y pasaron muchas cosas por mi cabeza.
—Realidades guerreando en tu interior.
—¡No empieces! Y luego sólo pasó, sólo pasan las cosas.
—Qué dramático te ves al decir eso, ¿en verdad fue tan malo, ni siquiera gozaste algo?
—No llego al punto de sentir repugnancia por el cuerpo de una mujer o de nadie, si eso es lo que dices. Ninguno me atrae. Pero en realidad fue algo más allá de eso, quiero decir, ya era obvio que no era la misma desde tiempo atrás, ¿recuerdas?, fue como si se hubiera destruido y reconstruido después, y el resultado…
—¿Pero cuál es el verdadero núcleo de este pesar tan exagerado?
—Ponte en mi lugar, ¿cómo habrías reaccionado?
—No como tú, te lo aseguro. Pero respondiendo, quizás estaría contento porque, lo veas o no, Séntsa ahora se siente mejor; se ha liberado de aquello que la mantenía en el pasado, y por la satisfacción de verla encaminada hacia una nueva personalidad, bien habría valido la pena aguantar sus repentinas actividades sexuales.
Áte pareció un poco menos intranquilo, y rio hacia Sínke con sarcasmo.
—Claro, para ti es fácil decirlo.
—Áte, estimado jínn, yo tengo cientos de alter egos en mí, algunos de ellos comparten tu falta de interese, no sabes cómo sufren cuando lo hago con Hínta.
—Claro —Áte rio sarcástico—, no creas que con eso logras algo.
—¿De verdad no te sientes bien por ella, ni siquiera un poco?
Viendo que Áte no iba a responder tan fácil, Sínke se retiró. No fue sino hasta varios días después, durante los cuales Áte no le dirigió la palabra, que vio a Áte y Séntsa platicando normalmente sobre los próximos exámenes, que serían los últimos antes de embarcarse en la siguiente etapa de la vida. Sínke especuló sobre ese nuevo cambio de Áte, y muchas noches no durmió.

***

Mientras sentía las hierbas cosquilleándome los pies descalzos, la tía Venúa ayudaba a mi padre a servir los platillos llenos de carnes, ensaladas y otros alimentos de los cuales mi hermano y yo comimos hasta hartarnos. La intemperie era soleada y ventosa, las nubes allá arriba nos brindaban espacios placenteros de frescas sombras que avanzaban a paso de caracol. Los aromas de los hierbajos recién bañados por la llovizna de anoche daban a los alimentos un sabor más natural, fresco de vida, húmedo de ensueños al calor de la compañía de nuestros padres, nuestras tías y nuestras novias. “Si no te parece bien, podemos ir a la Costa de platino”, dijo mi padre refiriéndose a las futuras vacaciones de verano, “sí, la Costa de platino me han dicho que es muy bella en verano”, dijo Yúska, que en el frenesí de la plática planeadora con mis tías, se había olvidado que mi hermano estaba a su lado, sonriendo y soñando despierto mientras su amada no dejaba de sorprenderse con cada cosa nueva que le contaban sobre nuestra infancia. “¿Y por qué no ir a la jungla de Yáok?”, inquirió mi amadísima, siempre pendiente a lo que decían mis tías, “no habías dicho, tía Vénua, que te gustaría visitar los ríos Blancos[2] de la selva?”, “Yo no aguantaría visitar la jungla”, dijo la tía Kísa, “soy del sur y estoy acostumbrada al clima seco, la humedad me mataría”. Observa mi madre Kinábi los gestos de Yúska y Hínta, ¿orgullo, presteza a evaluar las condiciones de nuestro actual estado, o simplemente amabilidad?, nuestra madre expresaba su aprobación irónicamente al no comentar nada, pues era de la creencia de que sólo hay que interferir cuando las cosas vayan mal, y si nada va mal, ¿para qué meterse? “Por cierto”, dijo mi padre en algún momento, “¿aún tienen ese viejo prototipo del control remoto universal?” No nos había vuelto a importar desde nuestra aventura en la casa abandonada, y se había quedado por ahí arrumbado en la inmensidad de los recuerdos, “yo lo guardo aún”, dijo mi hermano, “pero no nos ha servido para nada”, “ya lo suponía”, dijo mi padre, con una de sus risas escépticas que siempre lanza cuando sabe que algo en realidad no importa tanto, “después de crear ese prototipo, el proyecto del control quedó cancelado durante mucho tiempo por otras cosas más importantes”, “sólo a ti se te pudo haber ocurrido que un control así pudiera gustar a alguien”, irrumpió mi madre, vivazmente, con una amorosa malicia, “ah, vamos, era una gran idea”, se defendió mi padre, “imagínense si se hubiera completado mi idea: un control remoto que abra hasta las puertas del refrigerador, encienda y apague las luces, localice teléfonos y reciba correos electrónicos”, “no es una sorpresa que sea yo la que prácticamente dirija la empresa”, dijo mi madre a Hínta, que estaba a su lado, susurrando a gran volumen para que mi padre la oyera, “es mejor crear ideas tontas a crear lo mismo de siempre”, dijo mi padre fingiendo enojo, “¿y qué cosa de nuevo piensa crear ahora?”, preguntó Yúska, “ahora estoy trabajando en un departamento especial”, y al hablar se daba aires de importancia, “es un secreto lo que ahí estamos desarrollando, pero cuando salga a la luz, le dará la vuelta al mundo, te lo garantizo, Yúska”, y mi madre rio escéptica con la boca cerrada, “el día que esa cosa funcione, caminaré por la Playa de los peces piedra descalza”, “es una apuesta entonces”, mi padre se apresuró a seguirle el juego, y la plática continuó.
Sin embargo, algo no avanzó para mi hermano y para mí. Ahí, en esa maravillosa colina desde la cual se veían los acantilados de Zéu, lejanos como siluetas de gigantes, la palabra “apuesta” sonó en nuestros oídos como si provinieran desde aquellos riscos puntiagudos; hasta la sensación de sus rocas resbalosas rozó nuestra piel y nos estremeció. ¿Había ganado alguien? Oh, aquí vamos de nuevo. Caer, caer, caer de los peñascos, la liberación, la gran travesía, el gran retorno; todo eso allá a lo lejos, enterrado bajo el peso de los nuevos sentimientos, pero cuyos gritos de tanto en tanto aún se escuchan desde la gran profundidad de nuestra naturaleza. No. Volteamos los dos la mirada hacia los riscos, y al mismo tiempo, como dos marionetas, dijimos que no con la cabeza.

***

Ciudad al final de una bella selva, rodeada de grandes montañas, brisa salada del mar que viajaba desde kilómetros de distancia hasta nosotros, entre calles y puentes de piedra roja y verde en zonas con apenas automóviles. Recorrimos la ciudad de Híns en nuestro viaje escolar. ¿Era esto lo que necesitábamos? ¿La experiencia exacta para sentirnos en una realidad viva? Un vuelo de fe sobre el mar de la experiencia, sutil y a la vez gritona, llena de calma y nada más que buenas comidas locales y bromas. Charlas con los nativos, coqueteos inocentes de Yúska con los muchachos guapos que no generan reacción en mi hermano, pero al terminar y regresar nuestro camino durante los ocasos que pasamos, toma su mano con más firmeza y firmemente le murmura al oído palabras que la hacen sonrojarse sumisa. Uno de esos chicos guapos por un momento colora y derrite la cara pálida y dura de Séntsa; iba aquél sin camisa por el puente que cruzaba el río, y sus abdominales bien formados y piel morena hacen surgir en el corazón de mi jínne un instante de pensamientos libidinosos, tal era la honestidad de su cuerpo. Juntos todos en el hotel, de noche, jugando damas chinas, ajedrez o dominó, le echamos en cara su repentina lujuria visual. Me ofrezco a buscarlo al día siguiente para ella, pues he memorizado su fragancia. Se debate. Está a punto de decir que no, pero dice está bien, roja hasta las piernas. Ella se ha retenido mucho, ha dejado pasar y pasado de largo, se ha arrepentido y ha aprendido; ella se ha renovado (me preocupa un poco la dirección hacia la que su nueva personalidad se dirige, pero, como siempre, prefiero esperar a que surjan los problemas antes de hacer algo). Siento a Áte levantarse a media noche, pasar sobre nuestras colchas y acercarse al balcón. ¿Qué consuelo buscas en las estrellas, chico indolente? Nada más que aire fresco por el calor, pues es verdad que el ventilador anda bastante lento. Se duerme sentado en la silla playera. Hínta, abrazada a mí, lanza ronquidos húmedos, ríe en sus sueños y su cuerpo también se estremece. No tener que dormir tiene sus ventajas: no sabía que Kányu hablaba dormido. Dice: lebenredosnolo, oyemtodamlacosa, eeeeee, ¿eeeee? El habla del inconsciente pacífico. Antes del alba, mi hermano ya no aguanta el aburrimiento, se separa lentamente de Yúska, le da un beso en la mejilla y sale a la playa. Lo sigo. La paz y serenidad de los minutos previos al amanecer, esos instantes en el que el último frescor de la noche hidrata el espíritu con el canto de las olas y los vientos en los oídos, la suavidad de una arena de millones de años, fina y acariciante; todo eso nos quedamos a disfrutar hasta que los rayos aparecen por la raya del eterno horizonte. No pensamos ya en nuestra realidad ni tonterías filosóficas, sólo sentimos con miradas idiotas aquel prodigio trivializado de la naturaleza, sólo el sentir el placer de la contemplación por el simple placer de la contemplación, sin razonamiento, sin pensar en lógica alguna, sin querer darle explicación, sólo la experimentación sin rigor, el placer por el placer. Nos volvimos humanos por ese momento.
Entonces recordamos, casi al mismo tiempo que sale el sol, que la ciudad de Híns no está a la orilla de ningún mar, o sería más exacto decir que no lo estaba en el mundo que recordábamos el día anterior.

***

Adiós, horizonte.

86

Pobre Yáke. La verdad es que casi ni hablé contigo cuando vivías. Lo más que convivimos fue cuando te cambiaste de lugar para sentarte a mi izquierda en el primer año cuando empezaste a juntarte con el grupo de jínnyi, y también cuando hicieron su audición para entrar a la orquesta de la escuela, no entiendo aún por qué al final decidieron no unirse si tocaban tan maravillosamente. Tuve envidia de los dos; quizás un poco más de ti. Admito que me sentí aliviado cuando decidieron no unirse porque de seguro que el director iba a darle mi lugar de concertino a alguno de ustedes. Me siento un intruso aquí en esta mansión, apenas tengo relación de amistad con alguno de los aquí presentes. No sé, cuando me enteré de la noticia hace apenas unos días sentí un no sé qué, algo que supongo que se siente cuando muere una persona que conoces y con la cual estabas cerca todos los días. Aunque no eras nada para mí, aunque no congeniamos ni nada de eso, puedo sentir ese no sé qué porque ya no estás aquí, porque nunca más tus manos volverán a tocar el violín y ya no estará tu fría mirada observando el mundo. Costumbre, eso es, pura costumbre después de tres años de ser compañeros de clase: nada más. Lo superaré con toda facilidad y tranquilidad. Pero ellos no. Pobres. La muerte es algo inaudito, son los vivos los que la sufren, los que están muertos no lo hacen porque ya no sienten nada. Pero me cuesta trabajo creerlo, ¿qué hiciste, Yáke, para que Yúska tenga esos ojos tan desconsolados, esa respiración tan pausada y llorosa, esa inmovilidad como la de una parapléjica? Si vieras cómo sufre por tu muerte, cómo Séntsa intenta consolarla con el cálido contacto del abrazo, Hínta sentada del otro lado, llorando con ella y hablándole llorosamente, pero Hínta no llora por amor perdido y culpa insoportable, pero sí por la amistad perdida, y de incredulidad; Séntsa no derrama lágrimas por ti, pero sí te otorga unas largas miradas perdidas hacia la nada infinita, meditativa, sus ojos piensan y analizan, quieren comprender y quieren explicaciones. Kányu está unas sillas más atrás, las piernas abiertas, el codo clavado en el muslo, la mano en la boca, no sé si llora. No lo veo bien, pero es evidente que su eterna sonrisa por fin se ha borrado. Murmura imperceptiblemente; de tanto en tanto su cabeza se sacude, cavila con dolor. Áte es el único que se acerca al ataúd, tampoco lo veo llorar, pero sí lo veo con leves temblores, se queda ahí a tu lado, mirándote con una mano en el ataúd, luego dice unas palabras que no alcanzo a oír, regresa con sus jínnyi con una expresión enojada. Sínke, tu hermano: no está, no le he visto desde que llegué, supongo que su dolor debe ser mucho peor, tendrá vergüenza de mostrarse así, no sé. Algunos de los presentes que te conocieron un poco se van; muchos son compañeros como yo: Délo y Déla, Zúruk, también Íma Líb, otros cuyos nombres tal vez nunca supiste, todos tristes, quizás sólo para hacer un educado acto de presencia, tal vez impulsados por la misma fuerza que me movió a mí. Yo no debería quedarme mucho tiempo tampoco. Voy a verte, Yáke. Paso a lado de tus jínnyi y oigo sus pequeñas voces.
Aquí estoy, Yáke. Qué sereno te ves; tu rostro, siempre tan muerto cuando vivías, ahora está tan plácidamente dormido como lo parecen todos los muertos. No te queda ese traje tan elegante; sólo servirá para pudrirse contigo. ¿Qué estabas pensando cuando te mataste? Está más allá de mi comprensión, pero no más allá de mi curiosidad. La razón que fuera debía ser muy fuerte. La verdad es que todos creían que eras interesante, tu hermano y tú, pero cuando hablábamos de ustedes en la escuela a sus espaldas siempre acabábamos por referirnos a ti mucho más que a tu hermano. “Lindos ojos”, decían algunas chicas; “Raro”, decían todos; “Ojalá yo tuviera su memoria o su fuerza”, decían algunos; “No parecen reales”, decían unos pocos, “¿De dónde salieron?”
Ya me siento muy incómodo, me voy. Daré una vez más el pésame a tus padres antes. Lamento su pérdida, señores Grámt. Me voy. Qué bonito jardín, ya quisiera yo tener tantos árboles; se siente todo alegre en este pequeño bosque. Pero no: debo dejar pasar unos días antes de deshacerme de esta impresión de no sé qué.
Ya estoy afuera, pero aún debo tener el mismo rostro con el que te vi por última vez ahí en tu ataúd. En realidad te veía muchas veces; no es que lo intentara, es que no eras alguien fácil de ignorar, sobre todo con esos ojos anaranjados. También ayudaba la gran atención que tu hermano atraía, que inevitablemente te conectaba a ti también: decir “Sínke” es decir “Yáke”. El día en que Íma Líb se te declaró, ¡qué sorpresa fue esa!, hasta yo me estaba riendo de celos, y ahora todavía me rio, suertudo tonto, pero no pasó a mayores y todo se olvidó, hasta que fue evidente que estabas con Yúska, más inverosímil pensar que alguien como ella podía llegar a gustarte, pero el amor es el amor, ¡ni siquiera tú te libraste!, es una curiosidad que me servirá para relatar a los demás, ja ja ja, sí, me llevo algo de ti después de todo.
Adiós, Yáke. Suerte donde sea que estés, tanto en el cielo como el en infierno, o en el Lérenh, o en algún otro mundo por ahí.

***

A eso de las cuatro de la tarde, salieron rumbo al cementerio en las afueras de la ciudad. Los trabajadores de la funeraria cargaron el ataúd hasta la carroza, en la cual también se subieron Náo y Kinábi Grámt, así como Yúska. El señor Mírt Fónet llevó al resto de los jínnyi en su limusina. El resto de los familiares y amigos fueron por su propia cuenta tras ellos. Fueron los señores Sémt y Prágt, así como los tíos de Kányu, en pequeña y lenta procesión al lugar en que enterrarían al gemelo. El sol cálido y el viento fresco del verano contrastaban con los pesares dentro de los dos vehículos. Vi a cientos de personas yendo de un lugar al otro, caminando y viviendo otro día más, aunque no fueron pocos los que repararon en el vehículo que transportaba al muerto, y por un respeto inculcado por su educación, pausaron por un momento sus alegrías para dar paso a breves y fugaces reflexiones acerca de la vida y la muerte, sólo para continuar con sus pensamientos habituales minutos después de perder la carroza fúnebre de vista.
Algo cansado de atestiguar tanto, me recosté en el techo del vehículo de Mírt Fónet, separado de los jínnyi sólo por unas capas de metal. No tuve ganas de saber qué pasaba ahí adentro.
La enorme explanada en la que habían erguido el cementerio de Shórsta había sido antaño un pequeño pueblo que fue arrasado durante la segunda guerra mundial. Los cuerpos de los aldeanos fueron enterrados ahí mismo entre los escombros, y se volvió un pueblo habitado por tumbas. Durante el resto de la guerra, los que murieron en las cercanías fueron enterrados o abandonados en ese pueblo de muertos. Se creía que, a fin de no esparcir el horror de la muerte, los cadáveres debían ser enterrados ahí donde la muerte ya hubiera puesto su mano; no “sembrar” la muerte en otros lugares donde aún hubiera vida[3].
Pocas décadas después se había convertido en el cementerio oficial de Shórsta. Las ruinas del pueblo fueron dejadas para no faltar al respeto a sus habitantes. Pedazos de casas, muros y pozos abandonados acompañaban a las lápidas triangulares dispuestas en un orden zigzagueante, todas con el omnipresente triángulo azul danzilmarés pintado sobre ellas[4].
En otras circunstancias, un sacerdote danzilmarés hubiera estado ahí para realizar los ritos tradicionales para despedir al difunto, pero los Grámt, conociendo la posición de Yáke con respecto a las tradiciones, pensaron que él no habría deseado ceremonia alguna. Se limitaron a guardar silencio mirando el ataúd al borde de la tumba, listo para ser enterrado en cuanto los trabajadores tuvieran permiso. Para los danzilmareses no era bien visto hablar durante los entierros, por lo que el silencio del cementerio no se perturbó por ningún discurso de despedida[5]. Después de un rato de no hacer nada más que observar la nada, perdidos cada uno en sus cavilaciones. La tía Kísa, la tía Vénua, los padres de los demás jínnyi y los compañeros Délo y Déla eran de los pocos rostros conocidos que vi, siendo el resto amigos y compañeros de los padres. La espera para enterrarlo se prolongó. Un amigo de Náo lo agarró del codo y dijo que ya tenían que hacerlo. Náo Grámt, al cual en ningún mundo volví a ver tan triste, dio permiso para enterrar el ataúd.
Bajó lento hasta la oscuridad de la tumba. Yúska rompió en llanto.
Dejaron a los enterradores echando tierra sobre Yáke. Se dirigieron hacia un edificio construido a la entrada del cementerio, al que llamaban Tríjmei[6], donde tendría lugar la reunión post-entierro; los que sufrían la pérdida se unían para expresar sus penas y reflexiones, como era la costumbre en Danzílmar[7]. La hermosa tarde caía para abrirle paso a una hermosa noche.

***

—Yáke no gustaba de este tipo de cosas —dijo Kányu—, no hubiera querido que dijeran algo sobre él ni siquiera a su muerte. Sin embargo, puedo decir que ni yo ni mis jínnyi somos las mismas personas desde que lo conocimos. No voy a mentir, no nos llenó de muchas alegrías, no era una persona cómoda de tener a tu lado, no era fácil siquiera iniciar una plática con él. Pese a todo eso, al menos a mí me dejó algo que nunca olvidaré… y es que… no existe una única realidad ni un único mundo, me enseñó a apreciarme, y por consiguiente a tenerle un gran respeto a mis decisiones y a las consecuencias, para no terminar envidiando a algún alter ego de un mundo paralelo en el que no estoy yo.
El señor Grámt se había apoderado de una botella de licor de naranja, Kinábi prefirió sentarse en el pórtico del local y fumar tristemente con el cementerio a plena vista. No hay aplausos para Kányu, pues en la realidad de los danzilmareses el silencio es más respetuoso y glorificante que el ruido.
Iba Yúska a hablar cuando el señor Grámt no pudo seguir manteniéndose en pie. Ábant Sémt y Mírt Fónet lo llevaron a la limusina y prometieron a Kinábi que se asegurarían de que durmiera. Pasada la conmoción, Yúska volvió a tener otro ataque de nervios y tuvo que ser auxiliada por Hínta y Séntsa para volver a sentarla. Los pocos que aún quedaban ahí, entre ellos los tíos de Kányu, decidieron darles su espacio; salieron del edificio a petición de Áte.
—Yo había sentido algo —dijo Yúska, entre lágrimas.
—No digas nada —dijo Séntsa—. Sé que te duele, pero no hay nada que hubiéramos podido hacer.
—Yo sí sentí algo poco después de que regresamos, como esa repentina sensación de recordar lo que un alter ego mío había hecho en otro mundo.
—Yúska, ya no pienses en eso —dijo Hínta.
—Viajamos en ese momento, el día de nuestra primera vez. Aparecimos en un campo hermoso con un riachuelo, ahí sentimos todo lo que nosotros hacíamos en este mundo. Puedo recordarlo todo porque esa Yúska que viajó soy realmente yo. Pero poco a poco dejo de sentirlo tan bien como minutos después de recordar, y dejaré de sentirlo; dejaré de ser esa Yúska si sigo en este mundo, volveré a ser una en un solo cuerpo. Pero ellos no; sus alter egos serán parte de ellos para siempre, y yo lo sospeché, sospeché que lo haría, que intentaría irse de este mundo como nosotros queríamos irnos de otros que no eran el nuestro, ¿y recuerdan? Nosotros volvíamos cuando moríamos. Áte tenía razón cuando nos lo dijo esa vez, cuando fuimos al pasado…
—Ya es suficiente, Yúska —dijo Áte—, no quiero volver a oír de universos paralelos.
Y Hínta, no pudiendo aguantar ver a Yúska así, salió del edificio hacia el anochecer. Los invitados se habían ido; Kinábi y los demás padres esperaban en el estacionamiento a que sus hijos por fin se decidieran a irse. Hínta dio un rodeo al edificio para buscar la soledad de los árboles que marcaban el comienzo del bosque. Y ahí, entre las oscuras ramas de los pequeños y secos árboles, vio a Sínke.

***

Sólo te quedas pasmada por un momento, luego corres hacia él, a la entrada de la arboleda seca.
—Sínke, ¿dónde has estado? —algo de enojo en tu voz, pero luego alivio y cariño en tu forma de mirarlo.
Sínke sonríe con cinismo, una sonrisa que tiembla.
—Ven con nosotros —propones, intentas tomar su mano.
Sínke se aparta y te mira con lástima.
—¿Qué más hay aquí para mí? —te dice— No pude llegar a tiempo y se fue. La realidad ha hablado, no tengo razón para estar aquí.
Te recorre un escalofrío.
—Sínke, ¿qué estás pensando? —sientes miedo.
—Lo siento, Hínta, sólo quiero que voltees y mires esa hermosa luna.
Te diste la vuelta, Sínke tomándote de los hombros desde detrás, y contemplaste la enorme luna que iluminaba el cielo oscuro lleno de estrellas; un ojo brillante sin pupila, que sin embargo parece verlo todo desde lo alto.
—Qué hermosa, ¿verdad? —murmura Sínke, sientes su aliento en tu cuello—, como si la naturaleza se riera de esta tragedia.
Te besa dulcemente la mejilla, te sientes mareada.
—¿Qué me estás haciendo? —dices tambaleándote.
—Que la luna no te impida apreciar el universo, estimada —dice y todo queda en silencio.
Al darte cuenta, él ya no está tocándote. Aún miras la enorme luna. Sientes como si hubieras dormido profundamente el tiempo que dura un parpadeo.
—Sínke.
Te das la vuelta.
—¿Sínke?
Miras por todos lados. Un instinto profundo te impulsa a correr hacia el bosque y te metes entre los árboles. Ajustas tus ojos a la oscuridad, pero sólo ves árboles y hojas, y sombras de árboles y sombras de hojas.
—¡Sínke!
Tu voz y el ruido de tus pies al correr son el único estruendo en ese bosque. Te adentras, te agitas y casi no respiras. El ruido de las criaturas que se arrastran en la tierra y el viento son opacados por tus gritos cada vez más desesperados, tu voz se vuelve más húmeda de llanto, tu garganta te duele y toses, y las lágrimas de tus ojos te empañan la poca vista que te permite la luz de la luna a través de las sombras. Te detienes, escuchas pero no hay respuesta.
—¡Sínke!
Ahí caes, tus rodillas sobre el suelo frío, tus manos conteniendo tu llanto como una pared a un huracán.

***

No volverán a saber nada de Sínke. Por el resto de sus vidas se preguntarán si los gemelos habrán logrado cruzar su horizonte.


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[1] Posible referencia al libro de cuentos de Ráu Shórsta Danzilmareses viviendo en Danzílmar.
[2] Rios de la selva de Yáok a los que los lugareños atribuyen propiedades curativas.
[3] Antigua costumbre ritual que data de las tribus anteriores al imperio Dyánz. Una leyenda cuenta que los dioses habían ordenado a los primeros habitantes de la isla sólo construir pueblos y ciudades ahí donde algún miembro muriera. Se cuenta que ciudades como Ákelos, Kórens, Sonlái, Démtu y Láf tuvieron este origen.
[4] En el centro de la lápida triangular se dibuja un triángulo de cabeza, bajo el cual se esculpe el nombre del difunto.
[5] Esta costumbre varía de región en región. En ciudades como Útod sí se acostumbra que todos los conocidos expresen algo en frente de la tumba.
[6] “Cása de lágrimas”.
[7] La costumbre real es reunirse en la casa del difundo; el Tríjméiy es poco utilizado actualmente.

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