La descentralización



Ánkora tiene un trabajo incomprensible en un mundo incomprensible, y tiene la intención de renunciar a él para buscar una realidad más centralizada a la suya.



Ánkora por poco olvida las llaves de su casa después de, tras un momento de intensa cavilación, haber decidido que ese día renunciaría a su empleo. Habiendo tantos mundos en los que aprovecharía mejor mi potencial, ¿por qué quedarme en esa compañía donde no hago más que sentarme atender a los que quieren ver al jefe? Sí, de vez en cuando es verdad que me llaman y puedo estirar las piernas un rato, el ambiente honestamente podría ser peor… ¿irá hoy Néing o seguirá enfermo? Me dijo que en su mundo no existen las mismas enfermedades que en el mundo donde está la compañía, me preocupa que se haga el resistente y termine con los hogls amputados de nuevo. Meditando sobre cómo llegaría hasta la oficina de su jefe y le entregaría su renuncia, llega a la estación de viajes. Se interna en aquel laberinto cúbico como siempre lo había hecho desde que era niña, y camina hacia la sección que contiene los cubículos de octava dimensión, dado que el mundo donde trabajaba se encuentra fuera de su megaverso. La estación es lo bastante grande para que casi nunca se tuviera que esperar por un cubículo vacío; Ánkora sólo una vez en su vida tuvo que tener paciencia para viajar a otro universo: tenía diez años, la habían invitado a la fiesta de cumpleaños de una amiga que vivía en un multiverso un poco lejano. La festejada había alquilado un cubículo para que los invitados se transportaran directamente a su casa. Lo que no sabían Ánkora y otras dos amigas que la acompañaban era que la cumpleañera había cometido el error de invitar a media realidad a su fiesta, y los invitados que saturaban ese único cubículo fueron tantos, que Ánkora y sus amigas tuvieron que esperar más de una hora hasta que las coordenadas del cubículo finalmente se marcaran como disponibles. Ella había sugerido que simplemente pusieran las coordenadas de la estación de viajes más cercana a la residencia de la cumpleañera y ellas caminarían el resto, las razones por las que no habían hecho eso ya no le quedan muy claras ahora. Cuando al fin entra a uno de los cubículos de octava dimensión (desde la infancia no había podido evitar compararlos con gordos refrigeradores cilíndricos, cuyo color gris daba sueño al mirarlos), recuerda borrosamente que le habían dicho algo de que no habría sido educado llegar a la fiesta de otro modo, cuando habían dispuesto tan gentilmente de un cubículo personal. Fuera como fuera, sus memorias durante esa hora de espera son de aburrimiento, pasándosela percutiendo ruidosamente con el pie contra el suelo gris, cuya consistencia recordaba un poco a la arena mojada.

***

“Le damos la bienvenida”
Ánkora pone en el suelo su portafolio y se dirige hacia el panel, pegado a la pared curva.
“Le recordamos que este cubículo sólo transporta hacia megaversos. Por favor, verifique que las coordenadas hacia las que desea viajar se correspondan con las de un megaverso; de lo contrario, haga el favor de salir…”
Ánkora había sacado su tarjeta de viajes y la había metido en la ranura del panel. Al ser detectada, tecleó su contraseña en la pantalla táctil y apretó el botón silenciador de la derecha; ya está harta de escuchar la misma voz todos los días, como si fuera siempre la primera vez que viajaba. En la pantalla aparece la listas de “coordenadas guardadas, nueva coordenada, añadir y eliminar coordenadas”, selecciona su lista de coordenadas guardadas: Mamá-Universo, Sorenkiu-Multiverso, Zúruk-Ultraverso, Sol verde-Multiverso, Tía Vénua-Universo, Parque de las flechas-Megaverso, Papá-Ultraverso…Bajó por la lista con el dedo hasta que llegó a Trabajo-Megaverso. Lo selecciona y aprieta en “viajar”, pasan unos segundos, la pantalla pregunta Confirmar viaje a Trabajo-Megaverso-MegEx*2245*4653708*0078, ella confirma y la pantalla muestra viajando. Cuentan algunos que la primera vez que utilizaron los cubículos pudieron sentir, por una fracción de segundo, cómo el cubículo traspasaba la brana del universo; una ligera y sutil sensación de algo viscoso fuera del cubículo que viajaba a través de sus pies, pero había que estar muy atento para percibirla. Ánkora intentó sentir aquello muchas veces cuando era niña; nunca llegó a estar segura de si alguna vez lo sintió de verdad, o si lo poco que llegó a sentir no había sido más que su percepción engañada por la expectativa. Ahora el viaje era casi instantáneo; tardaba más tiempo elegir el universo al que quería ir que el viaje en sí. La pantalla ahora muestra el mensaje: Viaje realizado. Ánkora abre su portafolio y saca su huónt[1], que luego, como un collar para perros, se pone alrededor del cuello, aunque la forma del artefacto recuerda más a una diadema para el cabello que le deja la garganta descubierta. Entonces sale del cubículo.

***

Si no fuera por el huónt, los sentidos de Ánkora no habrían percibido más que densas nubes opacas que chocaban unas contra otras, desprendiendo fuertes sonidos metálicos y luces azules y amarillas, y todo se arremolinaba, ascendía y rebotaba en una turbulenta danza de aire vacío y pedazos de niebla. Pero el huónt registraba el mundo a su alrededor y se lo traducía a sus sentidos de un modo que su mente pudiera comprender más o menos: ella percibió rectángulos similares a calles y cuadrados como edificios, la primera vez en ese mundo tuvo problemas para orientarse porque todo parecía estar en segunda dimensión; le costó algo de trabajo caminar con la misma naturalidad que como lo haría en su mundo, pero la costumbre, día a día de viajar hasta ahí para ir a trabajar, habían vuelto esa experiencia pura monotonía. Caminando por esas “calles”, el huónt percibía seres y los interpretaba como vagas figuras humanoides o monstruosas que se movían de un lado a otro. Sus voces, que normalmente no podría escuchar, eran interpretadas en los oídos de Ánkora como un danzilmarés sumamente estándar, con tonos que sonaban falsos y casi sin emociones. Recordó que días atrás había visto cerca de su casa un anuncio que promocionaba la nueva versión de los huónt: Verás cómo en tu realidad, escucharás como en tu realidad. Ánkora ya quería comprar esa nueva versión, pues estaba cansada de las formas abstractas de la versión actual. Otra función esencial del huóntes hacer que el usuario adquiera una estructura similar a la de los seres nativos de otros universos. Desde el punto de vista de los seres a su alrededor, Ánkora se veía como un intento bastante pasable de niebla colorida, al que aún se le notaba una consistencia bastante opaca que delataba su procedencia de otro mundo. Ánkora también había visto a seres de ese mundo en su realidad, como turistas, y ellos también portaban su propia versión del huónt que también parecía hecho de niebla, y los percibía como monigotes con disfraces y máscaras humanas.

***

Hoy renunciaré, sí (esquinas puntiagudas de las “calles”) visita un poco más antes, ¿no? ¿A este mundo? Se siente bien (el aire) fresco, (yo) sé qué hacer, iré (a trabajar al mundo donde vive Zúruk, que me propuso ayudarlo con el negocio de las tecnologías para universos de pintura) (pero) volver quizá después, no quiero (irme para siempre) [Seres hablan: —Oye no, pues, eh, a rato, ¿sí?, deja primero avisar a los demás y vemos], bastante (son como nosotros), (espero volver a ver a) Néing (los higtds que salen de su “cabeza”) son interesantes, (intento de sonrisa) (él dice que) en su mundo no pueden (sonreír), no es natural. (Sonrisa) le gusta cuando lo hago (yo) (se me queda mirando): hazlo otra vez(pide) [Al doblar una esquina, un grupo de pájaros turistas, que Ánkora percibe grandes y azules, nítidos porque son originalmente de un universo primo del suyo, cantan: Ecce gratum] ¿Siguen (aquí)? ¿Aún no se van? Bueno, es agradable (escuchar aquí un canto que yo pueda oír como en mi mundo). [Seres se reúnen para escuchar admirados a los pájaros. Ánkora los pasa y se aleja]. Alguna vez quise (ser cantante), pero no tenía una buena (voz), (y tuve que) trabajar. (Estrés y cansancio de días de estudio y trabajo.) (Buscaba la) independencia, (nunca me sentí) independiente. (Esto es)… la independencia es una ilusión (un bebé bebiendo del biberón); sólo cambiamos de biberón a lo largo de la vida. El trabajo (papi, mami, biberón, teta, falda y brazos maternos). (El jefe) depende de sus empleados; (el rey) depende de sus súbditos; (el dios) depende de sus creaciones. No hay independencia mientras sigamos comiendo, durmiendo, bebiendo, necesitando este huónt. (Incluso si voy a trabajar con Zúruk) no seré independiente, (incluso si inicio mi propio negocio) seré dependiente, (incluso si tomo mis propias decisiones y lucho por mi libertad) no tengo independencia. (Un cuerpo con atributos limitantes) (siempre) dependiente de este cuerpo y este ser.

***

Percibió el edificio de la compañía y entró por una “puerta” hecha de una “membrana”. Al principio solía saludar a los trabajadores que se encontrara en su camino mientras estos avanzaban hacia sus respectivos puestos, pero pronto se dio cuenta de que un nivel de diferencia tan enorme como lo eran sus dos mundos hacía prácticamente imposible una convivencia cercana y con canales de comunicación abiertos para todos los seres, lo cual no era un problema debido al sistema que la compañía tenía para acoplar a los seres de diferentes mundos; un ambiente en el que sus limitantes no supusieran una desventaja. Esto lo habían logrado adaptando los espacios de trabajo a las necesidades de cada ser. En el caso de Ánkora, su cubículo, que se encontraba fuera de la oficina del jefe, estaba hecho con materiales de su mundo: madera y plástico, la pantalla holográfica estaba diseñada para poder ser usada con el huónt de manera telepática. Cada vez que algún ser llegaba con la intención de ver al jefe, ella guardaba en el archivo la información del solicitante y la base de datos revelaba información sobre él. Tenía una serie de requisitos mínimos que se debían cumplir para conceder la consulta con el jefe, y constantemente tenía que explicarlos una y otra vez porque al ser a veces le habían dado los requisitos equivocados o en proporción insuficiente. No faltaban los que ni siquiera tenían conocimiento de los requisitos y pedían una lista detallada de todos. Pero lo que más frustraba a Ánkora era que los requisitos andaban cambiando todo el tiempo; había días en los que podían ser centenares de requisitos diferentes, todos tan específicos y minuciosos que mientras estuvieran vigentes no había ser que pudiera entrar, pero al día siguiente podría ser un solo requisito, por lo que se formaban enormes filas de seres que esperaban, con impaciencia, su turno para ver al jefe. En el primer caso, siempre terminaba explicando y dictando los requisitos todo el día; y en el segundo, tenía que controlar a decenas de seres que tenían prisa por ver al jefe antes de que los requisitos cambiaran. Esto podía ocurrir de repente; Ánkora recibía en su pantalla transparente la información de los nuevos requisitos con tanta frecuencia que el resto de su trabajo consistía en leer listas y listas de requisitos una y otra vez. Eran relativamente tranquilos los días en los que los requisitos no cambiaban; sólo tenía que explicarlos a cada solicitante, sacaba las citas o las negaba, y a veces pasaba el resto del día sin hacer nada, pero debido a la naturaleza errática de los cambios de requisitos, sus momentos de ocio estaban contaminados por constantes vistazos a la pantalla. Tenía la impresión de que a cada rato algo había cambiado, y no dejaba de revisar la lista una y otra vez en busca de algún pequeño cambio que hubiera escapado a sus sentidos. En resumen, si no estaba ocupada atendiendo a los solicitantes, explicándoles los requisitos y manteniendo la calma cuando había filas, tenía que estar el resto del tiempo comprobando el estado de los requisitos. Sus descansos tampoco tenían consistencia; estos le eran señalados por medio de un aviso que aparecía en su pantalla. La reanudación de su trabajo era anunciada del mismo modo, y el momento de este aviso también era diferente cada día, por lo que durante todos sus descansos tenía que estar atenta al aviso de reanudación. Había ocasiones donde el aviso del descanso nunca llegaba y terminaba trabajando más de ocho horas sin parar; otras veces era el aviso de reanudación el que nunca llegaba y se pasaba todo el día sin hacer nada más que tener que estar pendiente de él. La última particularidad que podemos mencionar de su trabajo es que, en algún momento igualmente azaroso de su turno, aparecía en su pantalla un aviso del jefe en persona, el cual era siempre para hacerla entrar ala oficina para que le encendiera un cigarrillo (razón por la cual Ánkora siempre llevaba un encendedor en su portafolio), y este aviso podía aparecer ya sea mientras Ánkora se encontraba a mitad de la conversación con un visitante o durante sus descansos. En el primer caso, solía contestar al enojo del solicitante que, si entraba, podría intentar convencer al jefe de dejarlo entrar inmediatamente, lo cual era siempre bien recibido por el solicitante; pero nunca se lo permitían, absolutamente nunca, ni siquiera cuando Ánkora, en un lapsus de generosidad, o como una manera de intentar quitarse de encima al solicitante, lo intentaba de verdad.

***

Te preocuparás porque en todo el día no has visto a Néing, recordarás cómo con su sola presencia, que percibes como un manojo de figuras sin sentido, te hace sentir un pequeño alivio que nunca te has sabido explicar. El simple hecho de que de repente pase por tu escritorio y mueva a la distancia sus múltiples apéndices en tu dirección, en un gesto que, para tus sentidos, asemeja torpemente a lo que en tu mundo se conoce como saludo, te hace sonreír y calma tus nervios, como si el apreciar ese inocente intento de un ser de otra realidad por imitar tus modos, por reconocer tu existencia, pese a que nunca llegará a comprender ni un cinco por ciento de lo que eres, te hiciera regresar a aquellos lejanos tiempos, antes de los viajes universales, en los que tu realidad era el centro de todo cuanto existiera, cuando los seres como los que te rodean estaban catalogados en una obsoleta categoría llamada ficción, cuando los seres de otros mundos, atrapados en la abstracción, eran los que tenían que reflejar los modos y necesidades de tu realidad para ser considerados valiosos, significativos y admirables. También recordarás cómo, al terminar tu turno de trabajo, te encuentras con él a la salida y te pide que sonrías, pues ha escuchado que para los de tu mundo el sonreír es una parte importante de sus costumbres, y a él le da tanta curiosidad ese acto que no puede evitar pedírtelo cada vez, y eso te gusta y accedes a sonreírle, con tal de volver a sentir que un ser de otro mundo se rinde a los modos de tu realidad. Pero luego tu amorfo compañero de trabajo continúa siempre su camino, y así todo homenaje que ofrece a tu mundo se esfuma; te vuelves a sentir como lo hizo la tierra al enterarse de que nunca fue el centro del universo.

***

Siéntete triste, te lo ordeno, pues en tu último día de trabajo en esa empresa no verás de nuevo a Néing, que él siga enfermo, que le amputen los hogls con tal de que no pueda ir a saludarte ni pedirte que le sonrías. Pero también siéntete esperanzada, pues renunciarás e irás a un trabajo en un mundo donde no necesitarás el huónt. No te sientas fuerte, pues como tu bien has razonado: en ningún universo serás completamente independiente hasta que no elimines toda tu naturaleza. Date cuenta de los seres de ese universo, ellos ya eliminaron de sí mismos muchas definiciones que a ti aún te aquejan; envídialos, desea ser como ellos, olvida por unos momentos tu mundo original, aquel que antes llamaban real, y anhela ser más que lo que ese mundo te puede ofrecer, ten la idea de que puedes ser más de lo que eres si no te limitas a los universos de tu formato y estructura, siente las ganas de huir del centro y acercarte a los bordes peligrosos, ahora siente que en el fondo no quieres trabajar con Zúruk sino que quieres encontrar tu libertad en un mundo similar a aquel en el que todo es bruma, luz y ruido. Sueña con eso sólo por unos segundos; no lo pienses tanto que te lo tomes en serio; piénsalo como una idea fugaz, inmadura e irrealizable porque, al fin de cuentas, perteneces a una realidad y no querrás dejarla; en el fondo no estás lista para apartarte del centro.
Que el mensaje del jefe aparezca en tu pantalla. Entra a la oficina. Aprovecha para renunciar, o no lo hagas: ¡te doy la libertad, te condeno a la libertad, Ánkora! Tu jefe, que es una inmensa presencia brumosa que cubre toda la “oficina”, te pedirá que enciendas el cigarrillo que está sobre la “mesa”, pues no domina el fuego. Él ama ese invento de tu mundo; se centraliza en torno a él durante esos momentos. Se había vuelto adicto al cigarrillo un día en que había viajado a una realidad similar a la tuya.



[1] "Cadena".

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