Estaciones: Otoño III

 


Una guerra entre especies durante la caza del moa.


Llevábamos un rato caminando por una pradera que parecía interminable, ya lejos de los bosques y selvas. Vivía ahí un grupo de aves gigantes que se alimentaban de las hierbas en compañía de otros animales más pequeños. Al principio nuestra intención fue continuar de largo, pues mi guía quería llevarme a las montañas que se veían a lo lejos, imponiéndose sobre el extenso páramo como si marcara el fin de éste.
Pero entonces escuchamos una pequeña conmoción, y contemplamos cómo esas criaturas lampiñas de antes se juntaban en pequeños grupos detrás de unos árboles y arbustos. Tenían consigo esas construcciones que asemejaban dientes o garras largas, que tenían que construir porque la realidad no los había dotado de ellas. Al ver cómo se agrupaban observando a las aves, dijo mi guía:
“Esos bípedos se preparan para la caza del moa. Uno sólo, aún con su colmillo de piedra, no podría hacer nada contra ellos, pero fíjate en cómo su número y la confianza con sus compañeros les da el valor de ir contra un animal más grande y fuerte.”
No tardó mucho para que los mamíferos salieran corriendo de su escondite, lanzando fuertes gritos que asustaron a las aves y las hicieron salir corriendo. Eran unos diez cazadores, y todos ellos fueron tras la misma ave separándose en tres grupos pequeños: uno iba justo detrás de ella, los otros dos intentaban flanquearla y de tanto en tanto lanzaban sus colmillos, los cuales el ave evitaba fácilmente, por lo que se clavaban en la tierra. Los cazadores simplemente arrancaban la lanza del suelo y seguían con la persecución, pero sin importar cuánto la asustaran, el ave se alejaba cada vez más de ellos. Mi guía y yo los seguimos desde el aire, poniéndonos al mismo nivel que el ave, desde la cual los cazadores empezaban a verse pequeños. Pregunté a mi guía por qué intentaban cazar a un animal demasiado rápido para ellos, y respondió:
“La realidad ha dado ventajas y desventajas a todas las criaturas. El moa puede matar rápidamente a uno de ellos tan sólo con una patada, pero si los enfrenta en grupo, expone sus partes delicadas a los colmillos de piedra de los demás. Por eso se ha acostumbrado a salir corriendo lo más lejos posible con la esperanza de perderlos. Por otro lado, el mamífero sin pelo es pequeño, sus huesos son débiles, su piel es fácilmente penetrable y sus músculos no tienen mucha potencia; no corren tan rápido como el ave, pero pueden hacerlo durante más tiempo antes de cansarse; al ser bípedos, tienen las extremidades superiores libres para sujetar sus colmillos de piedra. También tienen mejor vista que el ave y no se calientan tanto por el sol gracias a su sudor. Estas pequeñas ventajas, bien aprovechadas, quizá lo vuelvan un día en una criatura más sobresaliente de lo que es ahora.”
Nos acercamos a los cazadores, que seguían corriendo y gritando de tanto en tanto, no permitiendo que el calor o el terreno irregular los ralentizaran. Vi en sus ojos expresiones de cansancio, hartazgo por lo difícil de la persecución, tal vez incluso deseando haber nacido con otra configuración que les permitiera ser más fuertes y rápido. Pero por encima de todo había hambre y miedo, no por el ave sino por el futuro. Dándose cuenta de mis observaciones, mi guía continuó:
“Estos mamíferos toleran el hambre peor que muchas de las demás criaturas, y lo saben. No importa lo difícil que sea la presa o qué tan rápido o lejos vaya, cada alimento que puedan conseguir es valioso, y rendirse ahora, sucumbiendo al cansancio, haría que toda la energía que ya han usado se convirtiera en un desperdicio. Cada uno de sus fracasos será fuertemente castigado por la realidad. Sus hembras no tendrán comida para amamantar a sus crías, y si éstas no sobreviven, desaparecerán. Millones de años de lucha, sangre y cambios desde sus muy lejanos antepasados serían eliminados de este mundo; no existirán lo suficiente como para descubrir el modo de rebelarse contra las limitaciones de su universo y de su naturaleza. El ave también tiene que sobrevivir para poder reproducirse otro día, y así sus descendientes tendrán a su vez la oportunidad de transformarse en algo más libre. Así pues, no se trata sólo de una caza para paliar el hambre o para seguir vivo otro día; es una batalla para el futuro. Una presa atrapada o libre puede ser la diferencia entre la extinción y el dominio del futuro.”
Rato después, noté que el ave empezaba a perder velocidad. Los cazadores mantenían un trote constante, incansable pese a su relativa lentitud, pero el ave se sobrecalentaba y no tenía un momento de descanso o para recuperar energía. Aparecieron a su alrededor, tanto de los cazadores como de las presas, los espíritus de sus ancestros. Alrededor de los cazadores estaban otros animales que, aunque mudos para sus oídos, iban recordándoles su larga y dura historia, en cómo habían sido dominados cruelmente por los ancestros del ave, obligándolos a vivir en las sombras, y que ahora que tenían el momento de volverse la especie superior, no debían dejar de correr ahora, pues su única fuerza era la disciplina, lo que los ayudó a sobrevivir extinciones y adversidades mucho más letales que las que están pasando ahora. Por su lado, los enormes y fieros ancestros del ave le animaban recordándole de los tiempos en los que gobernaban al mundo, cuando sus cazadores actuales apenas les llegaban a las garras de las patas. Aunque reinaban, cometieron el error de no poder adaptarse lo suficientemente bien para mantener el trono, y como consecuencia se vieron obligados a mutar a unas formas más débiles y pequeñas, pero que en el fondo seguían manteniendo la misma esencia del pasado. Le decían que debía sobrevivir, y así algún día sus descendientes tendrían otra oportunidad de recuperar el lugar que les corresponde en la cima de todas las demás criaturas, y que un día aquellos que ahora lo persiguen le temerán y sólo serán un alimento más.
Los mamíferos y el ave seguían corriendo sin que nada de lo que dijeran sus antepasados entrara a sus conciencias, pero yo me puse a imaginar en esos mundos posibles donde unos u otros ganaban esa batalla por el futuro y lograban subyugar al otro. ¿Qué harían las aves o los mamíferos si ganaran mayor libertad? ¿Se rebelarían ante su realidad o perecerían ante ella de todos modos? Le expresé esta duda a mi guía y respondió:
“Cualquiera que se haga con el control del futuro, dictará el destino del mundo. Las aves quizá aprendan a manipular la naturaleza para paliar sus debilidades, descubran cómo aliarse entre ellas, logren concebir tiempos más allá del presente, y sepan cómo transmitir su conocimiento a lo largo del tiempo. Pero los mamíferos ya parecen estar más cerca de ese destino, hasta donde ya hemos comprobado, por lo que mi esperanza está más en ellos. No obstante, sin importar si los mamíferos mantienen la delantera o las aves logran superarlos, la batalla seguirá siendo dura. Lo más probable es que los descendientes del ganador se diversifiquen y reconfiguren para adaptarse y seguir manipulando la naturaleza; algunos de ellos perecerán sin duda, y otros quizá logren prosperar, pero los descendientes de los que prosperen se diversificarán, y de nuevo algunos de ellos se extinguirán y otros tal vez sobrevivan. Este ciclo seguirá hasta que surja la especie lo suficientemente libre para ponerle fin. Mi deseo personal es que llegue un día al menos una especie que pueda escapar del eterno círculo de la vida y de la extinción.”

La persecución ya se había alargado demasiado, y aunque el ave ya se había agotado bastante, seguía siendo lo suficientemente peligrosa para requerir precaución al acercársele. El sol poco a poco descendía hacia el horizonte, y parecía que con él también las energías de los cazadores y de la presa. De pronto uno de los mamíferos lanzó su colmillo de piedra y éste se clavó en el cuerpo del ave, a quien el repentino dolor pareció volver a llenar de energía pues volvió a ganar velocidad, aunque su paso se tornó bamboleante e inestable. Llenos de nuevos bríos, los cazadores también redoblaron su velocidad a la vez que intentaban atravesarlo de nuevo. Otros dos colmillos de piedra se incrustaron en el cuerpo del ave y ésta volvió a gemir de dolor. Me dio mucha tristeza ver cómo seguía resistiéndose y soportando el dolor para no dejar de correr, desesperada por preservar su vida. Los ancestros del ave se lamentaron mientras que los de los mamíferos se mostraban contentos. Finalmente, la enorme ave no pudo mantenerse en pie y con una fuerte convulsión cayó por tierra. Los cazadores lanzaron exclamaciones de victoria mientras se acercaban corriendo empuñando los colmillos. Vi cómo la pobre ave intentó defenderse con sus gruesas patas mientras los colmillos atravesaban su plumaje.
Mientras observábamos cómo acababan de matarla, mi guía comentó:
“Aún en sus últimos momentos, la vida intenta mantenerse hasta sus últimas fuerzas aunque todo esté perdido. Esa es la verdad de este mundo: sólo hay paz verdadera en la muerte; mientras haya aunque sea un aliento o latido de vida, habrá feroces batallas.”
Las patadas del ave fueron disminuyendo en fuerza hasta que se quedó totalmente inmóvil. Los cazadores volvieron a vitorear por su éxito y no perdieron tiempo para desmembrarla y repartirla para llevarla con los suyos. A poca distancia, el espíritu del ave caída contemplaba cómo le sacaban las entrañas y la desplumaban para luego llevarse el resto de su carne dejando detrás sólo sus patas y su cabeza sin ojos. Uno de los cazadores tuvo de repente una idea y, tomando una de las patas cercenadas, con uno de sus colmillos de piedra arrancó las garras afiladas. Todos entendieron la idea y lo felicitaron por ello, yéndose algunos de ellos con una de esas garras que seguro usarían como su fueran suyas. Al verlos irse, dijo mi guía:
“Parece que han encontrado otro recurso que los puede beneficiar. Eso es algo que las aves y otras criaturas parecen todavía no comprender: las bestias son sólo comida, pero no aprovechan el potencial del resto de sus cuerpos. Ese mamífero sin pelo ha visto más allá de eso precisamente porque la realidad lo ha limitado demasiado; tiene que buscar su beneficio en las demás criaturas.”
Me pregunté qué uso le darían a las plumas, y mi guía no supo qué contestar.
El espíritu del ave recién cazada sólo miró sus restos por última vez antes de irse con sus antepasados, que lo acogieron y felicitaron por haberles dado una buena batalla a esos mamíferos. Ahora sólo les queda esperar a que el resto de su especie, y de todas las aves, un día puedan superarlos para recuperar su antigua gloria.
Seguí caminando junto con mi guía hacia las montañas. Una parte de mí quiso quedarse durante algunos miles de años más para saber si los descendientes de esos mamíferos lograrían extinguir a esas aves gigantes, o si éstas lograban su venganza.


          



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