La realidad de Yáke y Sínke 30: El último golpe

 


Un amargo regreso a la ficción.


84

Un puesto de comida desierto cerca del centro de la ciudad de Shórsta
(Entran Zúruk, Yáke y Sínke)
Zúruk.—Si yo tuviera la mitad de la fuerza que ustedes tienen, todo esto no sería necesario. Pero bueno, ya es tarde para dar vuelta atrás.
Yáke.—¿Cuánto tiempo falta?
Zúruk.—Unos veinte minutos. Desde aquí alcanzaremos a escuchar la explosión.
Sínke.—¿Estás seguro de que funcionará?
Zúruk.—(Sonriéndoles). Mis bombas nunca fallan. Y si lo que me piden es poder volar toda su mansión, les garantizo que su mansión volará. ¿Qué les sucede? ¿Se sienten mal?
Sínke.—No te preocupes, amigo. Estamos pensando qué es lo que haremos después de todo esto.
Zúruk.—Yo no me preocuparía. (Murmurando) ¿Recuerdan la casa de esa maestra de inglés que explotó, a que no adivinan quién lo hizo? ¿Encontraron culpable? No.
Sínke.—Claro, ¿quién podría dudar del pequeño y delicado Zúruk? Pero por lo que te vamos a pagar, mejor será que la bomba no falle al último segundo.
Zúruk.—Sigo diciendo que me parece muy exagerado que me pidieran hacer la bomba, quiero decir, (murmurando) ¿por qué no solamente los matan con sus propias manos? He visto demostraciones de su fuerza y me consta que lo habrían tenido muy fácil; tan sólo un apretoncito con los dedos en sus pescuezos y ¡ksh!, sus cabezas rodarían como cortadas por guillotinas. ¿Se quedan callados? Jajaja, tienen mentes asesinas, pero no son carniceros, mejor que un genio de las bombas le dé a sus jínnyi una muerte grandiosa, con suerte no sufrirán si la droga que les aplicaron es lo bastante fuerte. No me hago responsable si se despiertan antes y por alguna circunstancia sus muertes son algo dolorosas.
Sínke.—Tal vez no despierten.
Zúruk.—La verdad me sorprendieron, gemelos. Pese a no tener el corazón para hacer el trabajo sucio ustedes mismos, en verdad tuvieron el valor para reunirlos a todos en su casa, dejarlos inconscientes y amarrarlos mientras yo instalaba la bomba, y después irse de ahí conmigo sin una pizca de remordimiento.
Sínke.—Claro, tal vez es verdad que somos unos monstruos.
Zúruk.—Es una pena que su mansión tenga de destruirse, pero eso tampoco es mi asunto.
Yáke.—Es nuestro símbolo: la mansión en la que vivimos por tanto tiempo destruida al mismo tiempo que los seres con los que tanto tiempo convivimos.
Zúruk.—Sus motivos son difíciles de entender, pero ni modos. A decir verdad, gemelos, también tengo algún motivo personal para ayudarlos, aunque tal vez a estas alturas es absurdo decirlo.
Sínke.—¿Por lo de Hínta?
Zúruk.—(Mirando el tráfico) Su rechazo despertó mi sed de destrucción, soy una abominación al igual que ustedes, es verdad, pero creo que ésta será mi última explosión. Muerta la razón de mi dolor, espero que esta manía se esfume.
Yáke.—Eres peor que nosotros.
Zúruk.—¿Ah, sí? ¿Entonces por qué no van ahora mismo y los salvan? Ustedes los quieren muertos por razones mucho más absurdas que yo. (Sínke se levanta). ¿Qué te ocurre? ¿En verdad quieres salvarlos?
Sínke.—No recuerdo por qué razón…quiero que mueran. Quiero que mueran, como mi hermano y yo queremos morir.
Zúruk.—¿Y ahora de qué estás hablando?
Yáke.—(Exaltándose) Van a morir, hermano.
Zúruk.—¿Yáke?
Sínke.—¡Van a morir!
(Salen Yáke y Sínke)

***

Corren hacia la mansión. No concuerda, hermano, no tiene sentido. ¿Por qué los querríamos muertos? ¡Cállate y corre! Mis pies no avanzan más; somos lo que nuestros alter egos han hecho de nosotros. Volemos. No puedo. ¿Qué tenemos entonces? Esa fuerza que nos dijo Zúruk. Eso no nos sirve. Cruzan la avenida. Suenan los cláxones y frenazos de los automóviles. No concuerda, ¿por qué no cerramos la puerta con llave al salir? Tampoco los dejamos amarrados muy fuertemente. ¿Qué necesidad había para poner tanto tiempo en la bomba? Si los quisiéramos muertos, le hubiéramos dicho a Zúruk que no tardara tanto tiempo. ¿Y si en realidad no queríamos que murieran? ¿Y si todo eso fue a propósito para darles la oportunidad de escapar? Debe ser eso, ¡debe ser eso, hermano! Avanzan muchas calles más. ¡Ya llegamos! La reja se hace cada vez más grande. Entran. ¡Ahí están! Una pared cegadora y un estruendo hirviente los empujan lejos de sus jínnyi, y ven como aquellos rostros son borrados por la luminosidad y el polvo.

***

El aire polvoriento asfixiará los restos de la mansión Grámt como la niebla. Estrellados contra el muro desquebrajado de la casa de enfrente, los gemelos respirarán los escombros y contemplarán las siluetas de los pocos fragmentos de las paredes que aún siguen en pié. Yáke se levantará y caminará a través del jardín gris. Llegará hasta donde solía estar la puerta y buscará con los ojos entre la neblina polvorosa. Estará sordo al igual que su hermano, el cual también se adentrará en ese campo antes lleno de árboles verdes. Como dos fantasmas en un limbo silente de polvo blanco y gris, se pasearán por todo el perímetro esperando encontrar algún resto u osamenta, pero todo, salvo algunas paredes, habrá sido desintegrado; ningún mueble habrá sobrevivido el calor de aquella pequeña bomba atómica. Tras algunos minutos sus oídos volverán a funcionar, y escucharán las sirenas de un ejército de ambulancias y policías. El polvo comenzaba a despejarse lentamente.
Yáke comenzará a caminar fuera del terreno, hacia donde el mundo volvía a tener color.
—¿A dónde vas? —preguntará Sínke.
Yáke no contestará. Seguirá caminando hasta volver a ver el cielo, su hermano lo seguirá entre todas las calles en dirección contraria al sonido de las sirenas. Llegarán al río Skér, cruzarán el puente y continuarán hasta más allá de la avenida principal de Shórsta, ignorando toda la alarma y el pánico que se generaba alrededor. La gente, aterrada por el siniestro, se alejaba caóticamente del lugar de la explosión, aunque algunos tenían la suficiente voluntad para dirigirse hacia ahí en caso de poder brindar su ayuda. Mucho rato después se encontrarán en las afueras de la ciudad.
Caminarán hacia el sur en dirección a los páramos de Máru. Sínke tendrá que apretar el paso para alcanzar a su hermano, pero permanecerá detrás de él. Se adentrarán todavía más en la extensa explanada verde poblada de arbustos y rocas, ocasionalmente algunos poblados lejanos romperán la monotonía del paisaje, pero Yáke no se detendrá ni siquiera para pensar.
Continuarán caminando un día entero sin detenerse. La ciudad de Yânt alcanzará a verse a la lejanía. Yáke se detendrá en una zona llena de muros enormes hechos de roca, vestigios de una antigua pirámide que no soportó el paso del tiempo. Se sentarán a la sombra de uno de esos muros desquebrajados y no hablarán por un día entero. Dormitarán y se despertarán exaltados, para volver a dormirse casi inmediatamente; cambiarán de posición sobre la tierra, sin que ninguna les acomode. Escucharán el viento lejano que cruza los páramos desde la cordillera central hasta los lejanos acantilados de Zéu. Pequeñas nubes detendrán brevemente la luz del sol a lo largo de todo ese día silencioso.
—¿Por qué no sentimos el horizonte de su realidad cuando murieron? —preguntará Yáke.
—¿Por qué habríamos de hacerlo? —dirá Sínke.
—En el barco…. nos llegó la certeza de que muriendo escaparíamos de ese universo. ¿De dónde salió eso?
—No lo sé, hermano.
Rato después, cuando la noche con luna menguante se haya levantado, Sínke reflexionará contemplando con contenta melancolía las estrellas:
—A lo mejor ellos ya están de vuelta en su mundo, el que nos acogió a nosotros. Me los imagino: Séntsa regañándonos colérica, je, je, todos muy enojados con nosotros, y con mucha razón. ¿Cómo les diremos que nosotros los matamos? Nuestros alter egos también han de estar impactados por este relato. Espero que con esto al menos se hayan liberado de nosotros.
Yáke permanecerá callado. De vez en cuando mirará a su hermano y a las mismas estrellas que éste mire, imaginándose su propia versión de una vida en la que esos viajes nunca hubieran ocurrido: un paseo normal sin levantar la conciencia hacia otros mundos, centrados únicamente en lo que los sentidos sienten inmediatamente, en las consecuencias directas de sus acciones sin preocuparse por los qué hubiera ocurrido de haber hecho otra cosa, sin tener que enfrentarse a las situaciones hipotéticas de mundos de ficción.
La madrugada quemará con su frialdad el páramo. Las rocas y las hierbas adormecidas por la música de los grillos. Las estrellas tenues dilatando sus sombras. Las miradas estáticas intentando encontrar el punto que les corresponde en el universo.
Un aura centelleará con una luz fría a sus espaldas. Voltearán al mismo tiempo. Cinco figuras de resplandor opaco los mirarán tristemente.
—¿Estimados? —dirá Sínke. Se levantará sin contener su emoción, pero los rostros fríos y el silencio de los jínnyi le borrarán la sonrisa. —¿Quiénes son? ¿Los de nuestro mundo o los de éste?
El espíritu de Hínta hablará, bajando la mirada:
—Lo sentimos; no podemos regresar ya más.
—¿Por qué? —preguntará Yáke, consternado.
—Son las reglas de este mundo —dirá Kányu.
—¿Qué reglas? —preguntará Sínke.
—El alma permanece por siempre en este universo —dirá Áte—. El alma es la mente, las experiencias y lo que uno se lleva consigo.
—No —dirá Sínke—. Al menos sus mentes deben regresar porque no son de esta realidad.
—Todo lo que tiene alma se queda al morir —sentenciará Séntsa—; son las reglas.
Los espectros aumentarán sus brillos conforme comienzan a ascender, pero al hacerlo se volverán más transparentes y sus formas desaparecerán poco a poco.
—¡Esperen! —gritará Yáke con la voz quebrada, dará unos pasos hacia ellos levantando la cabeza— No pueden quedarse para siempre en una realidad que no es la suya. ¡Eso es injusto!
El espectro de Yúska los mirará por última vez, llorando pequeñas lágrimas al mismo tiempo que sonríe con la misma jovialidad con que le había propuesto a Yáke unirse al jínnliù. Antes de difuminarse en el cielo nocturno, levantará la mano y se despedirá:
—¡Adiós, gemelitos! Nos vamos a recorrer este universo. ¿A qué galaxia nos recomiendas ir primero, Yáke? ¡Bah! No importa, ¡iremos a todas!
Los grillos, las estrellas y el frío volverán a dominar el páramo. La hierba suave se sacudirá cuando dos rodillas caigan pesadamente sobre ella; el aire helado invadirá dos bocas abiertas; una pierna reducirá a polvo uno de los enormes muros que habían sido los cimientos de una antigua pirámide maresa.

***

Sucios y silenciosos recibieron los rayos del intenso sol del mediodía en el pedregal. A veces interrumpían el sonido del viento que peinaba las hierbas para preguntarse qué harían, y no se contestaban. En un momento de la tarde, Sínke volvió a patear otra de las piedras; ésta se rompió también con gran facilidad. Yáke, sentado sobre la hierba, palpó la tierra y dio un pequeño golpe. El suelo retumbó y sacudió varios muros y parte del pastizal. Sínke dio un pisotón y el mismo efecto volvió a ocurrir. Yáke volvió a golpear más fuerte; la sacudida de la tierra hizo tambalearse a otros de los muros, algunos cayeron; varios árboles dejaron caer algunas hojas. Riendo, Sínke golpeó el suelo con el puño, poniendo un poco más de fuerza. Del lugar en que su puño cayó se formó un pequeño cráter de varios metros de largo en el que se hundió; el campo volvió a estremecerse. Yáke miró a su hermano en el fondo del agujero, apretó el puño por un momento y golpeó el suelo con tanta fuerza que el temblor alcanzó la ciudad de Yânt; el cráter que dejó fue mucho más grande que el de Sínke. Ambos salieron de sus cráteres y miraron la niebla de tierra, las piedras que habían sido desperdigadas y los árboles derribados. Parecía como si hubieran caído dos pequeños meteoritos en aquel páramo.
Como si leyeran sus pensamientos, Sínke le sonrió y se acercó a su hermano; Yáke mantenía su triste mirada; apretaron los puños hasta que les dolieron. A la cuenta de cuatro, golpearon el suelo al mismo tiempo. El páramo se volvió un agujero café; la ciudad de Yânt se derrumbó. Ya emocionados, saltaron del hondo crater y corrieron por el campo muerto por varios kilómetros hasta que volvieron a ver hierba. Volvieron a dejar otra marca de meteorito en esa sección del páramo.
Durante varias horas continuaron ese juego, corriendo hacia el sur y las montañas de la cadena central[1], dejando tras de sí mares de tierra caóticos y destrucción. Al llegar a las montañas, Sínke hizo pedazos una de ellas de un puñetazo; Yáke lo imitó y destruyó otra. El polvo de ambas montañas bloqueó parcialmente la luz del sol. Se sintieron de nuevo en ese limbo en que se había convertido su mansión tras el estallido. Se sentaron a respirar ese aire polvoriento y descansaron. Varias horas después, cuando el sol pudo iluminar mejor sus cuerpos mugrientos, tenían los rostros más serenos. Luego se pusieron de pie y se miraron con paz. Se escondieron entre las montañas de la cordillera central durante más de una semana. En su aislamiento, aprendieron a conocer lo que eran en ese mundo. Adquirieron lo que sus alter egos habían conseguido y perfeccionado por medio de recuerdos e introspecciones interminables, pasando una vez más por toda su vida hasta ese momento. Al cabo de ese tiempo salieron, andrajosos y sucios como las propias montañas. Relajaron los puños, respirando hondamente con los ojos cerrados, preparándose para el desastre que estaban a punto de realizar.
Apretaron los puños de nuevo por unos segundos, resistiendo el dolor de la tensión de sus músculos. En ningún momento se miraron ni se hablaron. Cuando finalmente sintieron que tenían suficiente fuerza acumulada, la dejaron salir sobre el suelo.

***

¿Cómo se vio la destrucción de esa tierra?
Como si un gran meteorito invisible hubiera impactado justo en el centro de Danzílmar. Este país desapareció casi inmediatamente; el resto del mundo tardó aproximadamente un minuto en ser borrado y el planeta comenzó a desmoronarse en un infierno rojo. Cuando todo terminó, sólo quedaron fragmentos de la tierra perdiéndose lentamente en el universo.

***

¡Yáke, Sínke! Nadie responde. ¿Estamos solos? ¿Ahora en qué nos han metido? ¿Cuánto tiempo más vamos a estar así? Tranquila, Séntsa, ahora tenemos que buscar cómo salir de aquí. ¿Para qué? Si al fin y al cabo esto continuará para siempre. ¡Mira! Me estoy desamarrando. Tenemos que hacer que nos regresen a nuestro mundo, y después hay que alejarnos de esos gemelos para siempre. ¿Áte? Todo esto es por su culpa. Es por culpa de ustedes por decidir abandonar el jínnliù, ¿recuerdas lo que dijo Sínke? Nosotros comenzamos estos cambios. Sé que lo dijo, pero no tiene sentido, yo digo que lo hicieron ellos y sólo quieren echarnos la culpa. Áte, cálmate. ¡Lo logré! Ayúdanos a desamarrarnos. Hínta, ¿tú qué dices?, sé sensata y admite que nunca debimos juntarnos con ellos. Yo… ¿cómo podría saber que esto sucedería? Desátenme a mí ahora. Debe haber una manera de poder detener todo esto. ¿Nunca se acaba tu optimismo, Kányu?, ni siquiera los gemelos pueden controlar nada, sólo nos arrastran de un mundo a otro y yo ya no lo aguanto. Séntsa. Voy a subir, ¡Yáke, Sínke! Tal vez si nos alejamos todos de aquí lo antes posible… ¿Cómo va a funcionar eso? No sé, pero no quiero volver a estar cerca de ellos; si los encontramos o nos encuentran, algo pasará que arriesgará nuestras vidas… y luego apareceremos en otro mundo, algo ocurrirá y apareceremos en otro, ¡y así y así por siempre! No hay nadie. Yo tampoco encontré a nadie. Salgamos de aquí de una vez. Esperen, antes de eso, prometamos algo. ¿Qué? Que seguiremos con ellos sin importar lo que suceda. ¿Nos estás jodiendo, Kányu? Sólo no creo que rendirnos sea la solución. Si seguimos así, en algún momento acabarán por matarnos. Sí, ¿y qué? ¿Eh? ¿No hemos acaso sido testigos de un hecho maravilloso de la vida? ¿No hemos comprobado que hay otras realidades en las que nosotros existimos y tomamos decisiones? Porque, como yo lo veo, Yúska tuvo razón, tuvimos la fortuna de encontrar a dos personas que pueden mostrarnos algo tan nuevo e importante, me siento afortunado, privilegiado; es una gran oportunidad para experimentar lo que nadie en nuestro mundo puede, imagínense todo lo que seremos capaces de hacer si logramos controlar estos viajes. Para mí vale la pena la posibilidad de morir en el intento. Estás loco de verdad. Yo apoyo a Kányu. Ay, Yúska. Tú también estabas harta de todo esto. Sí, pero lo que dice Kányu es verdad, tal vez sea aterrador a veces, pero viajar de mundo en mundo es una gran oportunidad; estoy segura de que podríamos llegar a hacer algo extraordinario con esto, algo que no podríamos sólo viviendo en un mundo. Pues hagan lo que quieran. Sí, nosotros nos vamos, Hínta, ven. ¿Hínta? Una oportunidad más, si no podemos regresar, haré lo que ustedes digan. Hínta, ya fue suficiente. Sólo una oportunidad más, por favor. Bien. ¿Séntsa? Bueno, ¡sólo una más!, la próxima nos alejaremos de ellos. ¿Eso cómo les va a ayudar en algo? No lo sé, pero lo vamos a hacer, vamos a buscarlos, pues. ¿Eh? Ahí están. ¡Ey, gem…!

85

Se encontraron los hermanos en lo alto de la escalera de su mansión. Se habían despertado vistiendo ropas ligeras por el calor, en sus camas, con un viento fresco entrando por las ventanas de los balcones. Primero tuvieron consciencia de que seguían vivos, como ya habían supuesto que sucedería antes de matarse. Luego se dieron cuenta de que ya no sentían el horizonte que dividía su realidad con otra; algo había pasado con los alter egos en los que habían caído, que ya no sentían que el aire que respiraban se entumecía en sus pulmones, los vivos colores del mundo ya no eran inverosímiles para sus ojos, el tacto con la materia ya no se sentía opaco ni distante. Todo era real. La tortuga y el pato estaban junto a ellos. No les sorprendió lo humano de su estética ni lo artificial de sus reacciones. Se incorporaron y salieron, pero no se hablaron en la escalera; no querían expresar con palabras ese increíble sentimiento de ya no estar en un mundo de ficción, pese a que en apariencia era exactamente el mismo de siempre.
Escucharon el timbre de la reja. La voz de Yúska salió de la caja de control que estaba a un lado de la puerta.
—¿Hola, gemelos, están ahí?
Sínke bajó las escaleras y corrió hasta el monitor. Vio en la pantalla la imagen de los cinco chicos que en la realidad anterior habían muerto.
—Ya abre de una vez, Sínke. Estamos perdiendo el tiempo —dijo Séntsa.
—Exageras —dijo Áte—, sólo es una tarea sin importancia.
—¿Cómo que no? —replicó Séntsa— ¿Oíste, Sínke? Áte dice que el último proyecto no es importante sólo porque no será calificado.
—Tranquila —dijo Kányu—, todavía hay tiempo para hacerlo.
Yáke bajó las escaleras lentamente, sobrecogido por dentro al oír esa conversación trivial, y que, sin embargo, le pareció en aquel momento tan emotiva, tan nostálgica y llena de vida que no pudo contener una sonrisa, y por poco tampoco contuvo las lágrimas.
—Sínke, ¿qué sucede? —preguntó Hínta al ver a Sínke gimoteando en el monitor.
—No, nada —Sínke apartó la mirada al contestar. Por su mejilla escurrían gruesos ríos de lágrimas mientras su boca mostraba los dientes.
Pulsó el botón para abrir la reja y los cinco entraron.

***

El proyecto final del instituto Ítuyu, que se marcaba después de que los de tercer año terminaran los exámenes finales, constituía en un ensayo en grupos acerca de sus experiencias en el instituto. Los gemelos, dominados todavía por la felicidad de verlos vivos de nuevo, encerraron todo recuerdo de lo ocurrido, así como todo su raciocinio y su natural tendencia de sobreanalizar las circunstancias que vivían. Quedaron sumidos en un estado extraño en el que Sínke detuvo sus extravagancias y sus pláticas complicadas con su habla antigua, y Yáke tampoco analizó nada, no se hizo observaciones de nada, no contradijo a nadie e hizo todo lo que le pedían. La realidad finalmente les había hecho aceptar aquel mundo como el suyo. En ese estado de alegre conformidad, no dudaron en escribir la aceptación de la realidad como parte de lo que su estadía en el instituto Ítuyu les había brindado, y para la incredulidad de sus amigos, ambos afirmaron que era un sentimiento honesto. Se veían llenos de paz, tan plácidos y seguros de esa tranquilidad que no se liberaron fácilmente de las preguntas de Yúska y Kányu; esa preocupación por ellos y esa muestra de hermandad no hizo sino incrementar sus sentimientos de simpatía y felicidad. Séntsa y Áte también los miraron con extrañeza; la primera quizás con cierto alivio que no ocultaba del todo su curiosidad; el segundo intentaba ignorar ese cambio, e interiormente les recriminaba por lo abrupto de sus actitudes. Hínta fue la única que pensó, al menos por un momento, que los universos paralelos habían tenido algo que ver, pero era un tema del que habían jurado nunca volver a hablar.
Durante los días que tuvieron que esperar antes de la graduación, los gemelos no se molestaron en preguntarse nada sobre el mundo en el que habían caído, por lo que ya he explicado acerca de su conformidad. No se preguntaron por qué habían dejado de referirse a sí mismos como jínnyi para pasar a denominarse simplemente amigos. Tampoco se interesaron en averiguar lo que sus alter egos habían hecho en esa realidad. Durante ese corto periodo de tiempo, en el que vivieron en un estado de presente eterno, sin querer saber ni pensar, fueron felices.

***

La fiesta de graduación será monumental. Ataviados en sus coloridos trajes y vestidos, reunidos en el auditorio, donde hay siempre comida y mucha plática entusiasta, los recién graduados festejan con sus compañeros; ríen de sus experiencias, lloran los que temen no volver a verse, añoran con cinismo las vivencias escolares que, en su momento, juraron detestar; dicen que extrañarán a los estrictos profesores que eran sus pesadillas hasta hace pocos meses, claman que los caóticos días previos a los exámenes no fueron tan malos, afirman una y otra vez que extrañarán sus libros de texto, que en su momento odiaron, y que los seguirán leyendo durante mucho tiempo después, para no olvidar. Nada los hará amar más la escuela que el saber que ya no tienen que vivirla.
Al anochecer comenzará la ceremonia de entrega de los diplomas. Como ya todos esperan, Yáke y Sínke son los primeros en ser llamados por el director. Verlos de pie en frente de todos con modestas sonrisas, vistiendo la tradicional toga verde de los egresados en Danzílmar, recibiendo sus diplomas y reverenciando al director y a los profesores que los felicitan, será una imagen que se quedará con toda esa generación, incluso entre los que apenas se habían fijado en ellos hasta ese momento. Se dirigen hacia el micrófono, porque los egresados clamarán a grandes voces que digan su discurso al mismo tiempo, por la pura curiosidad y morbo por saber si cada uno puede continuar diciendo lo que el otro diga.
Los gemelos sonreirán y les darán ese gusto.
Hablarán el mismo discurso que todos los egresados hacen al terminar la escuela: lo que representó para su crecimiento emocional, lo mucho que extrañarán a los profesores y a la institución en general, un pequeño discurso que pretende sintetizar toda esa emoción y melancolía que sentirán al irse. Contarán cómo conocieron a los cinco chicos que los habían acogido en su grupo, brindándoles así una amistad eterna, motivando a los demás a hacer algo parecido, porque el principal objetivo de una escuela no es precisamente enseñar o transmitir información, sino promover el acercamiento humano para encontrar un lugar en el mundo, crecer por dentro, cambiar sus valores, actitudes, sentimientos y emociones hacia la vida para bien. Este discurso será lo que, unas horas después, será el más grande motivo de vergüenza de su vida.
Al terminar la entrega de los diplomas, continuará la fiesta. La música no se hará esperar; el baile tampoco. Las alegrías se mezclarán con las tristezas con más intensidad conforme la noche avance. Ahí estarán los inseparables Délo y Déla, disfrutando su tiempo juntos antes de que Déla tenga que partir hacia Híns, en la península occidental, según contará a Yúska rato después, para estudiar biología marina. Áte habló con Délo, quien estará optimista pese a su tristeza, pues él se quedará en Shórsta a estudiar Economía. Al menos le será fácil ir a visitarla usando el tren transpeninuslar.
Hínta acompañará a Ále y Éla al exterior del edificio, pues tanta música les impide conversar con tranquilidad. Hablan del extraño club que habían fundado el primer año y lo tonto que les había parecido al principio. Le preguntan a Hínta por qué habían decidido terminarlo, y ella contestó, con algo de pena, que en aquel momento se dieron cuenta de que el jínnliù parecía no estar funcionando bien, por lo que decidieron distanciarse un poco.
Kányu, acompañado de su novia Íma, se encontrará con Dégo en la mesa de los bocadillos, y lo felicitó por el concierto de la semana pasada en el que había sido solista. Dégo dice que probablemente se irá a Kráings a continuar con sus estudios musicales.
Séntsa se quedará un rato platicando con la maestra Nín acerca de sus planes a futuro. Séntsa le dice que quiere dedicarse a la educación como ella, y que en el examen vocacional había sacado una puntuación tan buena que prácticamente todas las universidades de Danzílmar la podrían aceptar, pero no se decide a cuál sería mejor ir. La maestra Nín le sugiere la universidad de Kutuzá, su ciudad natal.
Rato después, saldrán los siete amigos para recorrer el instituto Ítuyu por última vez.

***

Es aquí cuando la realidad vuelve a hacer estragos en la ya delicada condición de los gemelos. Es agobiante describir la amarga sensación de melancolía, el calambre espiritual que sienten los recién graduados al pasearse entre los obscuros árboles desde los cuales suenan grillos y brillan luciérnagas, sobre los caminos blancos alrededor del lago adornado de lámparas amarillas hexagonales, al subirse al puente rojo bajo el cual la luna se refleja en el agua, donde los peces, las ranas y los renacuajos existen ignorantes de que los ojos que los miran probablemente nunca más lo harán. Entran a sus edificios, miran los ahora vacíos cubículos donde los cuidadores controlan las entradas y salidas de los estudiantes; suben silenciosos las blancas escaleras de caracol, guardando en la memoria el sonido de cada escalón al pisarlo; visitan una vez más sus antiguas aulas y se sientan en sus antiguos lugares. Sonidos fantasmales, reminicencias de los recuerdos de sus clases pasadas, saldrán de la pizarra y de los pupitres; del abandonado marcador negro que aún yace apoyado en el metal de la pizarra brotará el mismo olor alcohólico; de las lozas blancas emanarán sonidos de zapatos y el aroma del detergente de los lunes.
—Dentro de unos días nos separaremos —dice Kányu con tristeza—, cada quién por su lado.
—No te sientas así —dice Hínta—, estaremos en contacto y será fácil visitarnos aunque estemos muy lejos.
Habían decidido no hablar de eso durante los días anteriores para evitar sentirse tristes. Se habían esmerado durante el último mes con impacientes ansias de terminar la escuela, sin apenas pensar en las implicaciones para sus vidas al salir; por eso la realización de que el fin había llegado los golpeó de repente al último minuto, y nadie podía explicar ni definir ese sentimiento de haber despertado a un nuevo mundo, de sentir que toda su vida hasta ese momento había sido un sueño.

***

Todos habían decidido inscribirse en diferentes universidades de Danzílmar. Séntsa anunció que le daría una oportunidad a la universidad de Kutuzá, como le había sugerido la maestra Nín. Yúska irá a Hyíng a estudiar historia mientras se entrena para ser ciclista profesional. Hínta se irá a Dyánz a estudiar criminalística. Áte irá a Láf a estudiar Filosofía. Kányu irá a Utód a estudiar ciencias culinarias con íma Líb. El conocimiento de esa separación hizo reaccionar a los gemelos; no tenían idea de cómo es que esas vocaciones habían llegado a formarse en aquellos cinco alter egos de sus jínnyi, ni qué experiencias o razonamientos justificaban aquellas decisiones académicas. En ese momento comenzaron a desvariar. En sus cerebros se clavaron como balas voces y sensaciones en todos los tonos y timbres que alguna vez habían escuchado salir de las bocas de los cinco.
—¿Ustedes también tienen que irse en una semana? —preguntó Áte.
El Sínke de ese mundo había decidido estudiar literatura en Rínd, y Yáke en Génd.
—Sí —dijo Sínke.
¿Por qué habían decidido alejarse tanto? ¿Solamente por pura vocación? En Shórsta también se daban todas esas carreras, ¿por qué no quedarnos todos aquí?
—Volvamos al lago —dijo Yúska, poniéndose de pié—, es el lugar que más voy a extrañar.
De camino de regreso al lago, decenas de imágenes pasan por los ojos de los gemelos. La sensación es peor que cuando habían recordado sus vidas en otros universos, como si en ése en particular hubieran vivido demasiado. Al llegar al lago no se oía ni un grillo; el agua estaba tan quieta como si todos sus habitantes se hubieran dormido. Aquel lugar bajo las palmeras a la orilla del lago se había convertido en un triste santuario en el que todos los seres vivos mostraban un solemne respeto por la aflicción de los siete. Los cinco chicos de ese mundo se vieron sentados de nuevo en aquel rincón que habían vuelto suyo, y que un día otro grupo de amigos adoptará como lugar de reunión y formará nuevos recuerdos bajo las palmeras. Se vieron comiendo, bromeando, regañándose, estudiando, aburriéndose, esperando, discutiendo y en silencio, y se imaginaron a hipotéticos grupos de amigos del pasado y del futuro representando esas mismas escenas.
—¿Recuerdan cuando estuvimos aquí por primera vez? —pregunta Yúska, acariciando una de las palmeras que los habían abrigado por tres años.
—Fue una situación incómoda —dijo Áte, pero pensó: “aun así, no fue tan mala”, y sonrió.
Hínta levantó la voz:
—Me pregunto si el próximo curso, cuando otros estén aquí, alguien de un año anterior que nos haya conocido dirá: ese es el lugar donde estuvieron los que fueron un jínnliù.
Todos miran sus rostros y no ven la tristeza esperada en esas circunstancias. Una sutil felicidad yace bajo sus ojos nostálgicos. ¿Será que en el fondo quieren separarse?
Durante un largo rato siguen recordando hechos ya conocidos para el lector, riéndose de ellos aunque no hayan sido episodios graciosos, sólo para mitigar la nostalgia que sentirían al llegar la hora de irse. De repente Yáke siente un agudo dolor en la garganta, como el golpe de una guillotina helada; Sínke siente un hacha cayéndole repetidamente en la garganta también. A ambos se les corta la voz, se les cierran los ojos, se voltean para esconder sus rostros y gimotean.
—¿Qué les sucede? —pregunta Séntsa.
—Nada —dice Yáke.
Sínke dice lo mismo. Sus voces son secas y débiles, pero no tienen tristeza notable.
Los alter egos de ese mundo también habían viajado a otras realidades como ellos, y también los jínnyi lo habían hecho. Revivieron cuando Kányu mató a Áte, cuando Séntsa quedó drogada, entre otros muchos sucesos no conocidos que, posteriormente, los llevaron a dejar de verse del mismo modo que antes. No pudieron soportar el volver a considerarse un jínnliù, por lo que dicha sociedad fue disuelta. No se separaron, sino que continuaron juntos bajo la definición clásica de amistad durante el tiempo que continuaron en el instituto. Pero en el fondo no estaban convencidos de su honestidad. Quizás habían permanecido juntos sólo por sentirlo como su obligación, tratando de compensar las experiencias que vivieron en esas realidades. El fin del instituto conllevaría una oportunidad para escaparse. Todo eso son suposiciones de los gemelos, pero en el estado de amargura que intentaban disimular frente al lago, no les queda fuerza intelectual para pensar de otro modo.
—Tenemos que irnos —dice Sínke.
—¿Te duele algo? —pregunta Yúska.
—Sólo estamos algo tristes —Sínke sonríe forzadamente.
Ya no quieren estar en esa realidad, una en la que, a largo plazo, quizá todo volvería a ser como la que ellos habían intentado evitar. Se levantan.
—Bien, nos vemos mañana —se despide Hínta, intentando animarlos con una sonrisa amigable, su sonrisa típica que nunca lograba ocultar su profunda preocupación.
La música aún sale estruendosamente del auditorio cuando los gemelos abandonan el instituto. Muchos jóvenes también se retiran o se detienen a conversar o a besuquearse en la entrada.
No son ellos, no son los mismos que han conocido de siempre, los del mundo de la gravedad, el de la mansión, el del dragón, el del barco, y los dos lo piensan casi a la vez.
Pronto dejan atrás el instituto Ítuyu, pero sus pensamientos continúan en él hasta que la música deja de oírse.
Las callejuelas de camino a su mansión están silenciosas, un silencio asesino en el que las visiones de las experiencias de sus alter egos se materializan.
—Me odió, hermano, lo recuerdo ahora —dice Sínke, con voz sombría—, Hínta me odió en cuanto regresamos, me odió y tuvo miedo de mí.
—A los dos.
—Primero compañeros, y luego me odió.
—Y Yúska también. Y todos.
—¿Nos importa acaso, hermano?
—No debería, y sin embargo, sucede.
Llegan a la mansión. En su estado mental, les parece lúgubre, indeseable, pero también un refugio cómodo mientras llega la mañana. Caminan lentamente hasta la entrada, y de ahí suben por la escalera, totalmente a oscuras salvo por la luz de la luna que entra por la enorme ventana.
—¿Qué vamos a hacer entonces, hermano? —pregunta Sínke.
—Seguir existiendo, aquí o donde sea, hermano —responde Yáke.
Se dirigen a sus habitaciones, se quitan la ropa de gala y se tumban sobre sus camas. La suavidad y frescor de las sábanas y los colchones los abrazan, pero no alivian la combustión que bulle de sus reflexiones. Hay una pesada sensación en la oscuridad de sus recámaras; pensamientos que no son suyos los adormecen, pensamientos descontrolados, pero por alguna razón comienzan a sentirse bien con ellos, como si se integraran y los aceptaran para formar parte de sus propias vivencias. En otras realidades, alter egos suyos están pasando por un momento similar, y los sienten cada vez con más fuerza.

***

Kányu tocó la puerta que los estudiantes que había encontrado le indicaron. No pudo ocultar su alegría cuando Sínke le abrió. Se saludaron con un abrazo y entró.
—Te dejaste crecer el cabello —dijo Sínke—. Me gusta, te ves mucho mejor así.
—Y tú no te lo has cortado nunca —dijo Kányu.
Kányu vio la computadora encendida y el documento en el que trabajaba Sínke.
—¿Estoy interrumpiendo? —preguntó— Si quieres, vuelvo cuando termines.
—No te preocupes —dijo Sínke—, eso es una novelita que estoy escribiendo.
—¡Vaya! ¿De qué trata?
—No creo que interese a nadie —dijo Sínke, aparentemente bromeando—, trata de una persona que se vuelve loca y ocurren cosas quijotescas pseudofilosóficas. Se me ocurrió cuando la vi en un sueño en el que estaba en un desierto.
—Suena bien —dijo Kányu—, cuando la termines me gustaría leerla.
Sínke le ofreció un té de espinas de pescado tradicional en la isla de Rínd; tenían que beberlo con cuidado para no tragarse una espina. Hablaron un rato acerca de sus carreras. Kányu se alegró de volver a escuchar la manera antigua de hablar de Sínke.
—¿Cómo vas con Íma? —preguntó Sínke, con una emoción algo exagerada.
—Todo va muy bien —dijo Kányu—, tuvimos algunos problemas para acoplarnos al ritmo de vida en Utód, pero en sí todo va perfecto.
—Así que dio resultado eso de “¡Ah! Déjame aprender a amar tu mente del mismo modo que amo tu cuerpo” —Sínke exageró un tono poético.
—Búrlate, amigo, pero al final sí que tenía mente y alma para amar.
Siguieron hablando por poco más de una hora, durante la cual Sínke sirvió un poco de licor de naranja. Conforme pasaba el tiempo, Sínke notó que la animosidad inicial de Kányu decrecía, como si estuviera postergando el momento de hablar de algo más importante. Después de hablar de algunas otras tontas reflexiones sobre su vida vista desde ese periodo de tiempo, Kányu preguntó repentinamente:
—¿Cómo está Yáke?
Era poco creíble que Kányu hubiera esperado tanto tiempo para preguntar por él.
—Sigue en Génd —contestó Sínke—. A veces se pone en contacto conmigo, pero casi nunca hablamos.
—¿Y los demás? —preguntó Kányu, poniéndose serio.
—No, no he hablado con los demás en años —dijo Sínke—, ¿por qué pones esa cara?
Kányu miró con tristeza las espinas blancas del fondo de su taza.
—Creo que tu hermano y tú deberían reunirse con ellos para arreglar algunas cosas —dijo.
—¿Qué? —Sínke rio—, bueno, tal vez sea verdad que no nos hemos hablado en mucho tiempo, pero tanto como “arreglar algunas cosas” me suena exagerado, ¿no?
—No están muy contentos, en especial en estas fechas, cuando… ya sabes, lo de Hínta.
Sínke disimuló su repentino desconsuelo. Bajó su taza y miró la mesa de madera tallada con bajorrelieves de critaturas mitológicas danzilmaresas.
—No es nuestro problema si aún nos culpan por eso —dijo Sínke, algo cínico.
—Pero aunque no lo crean así, no me parece bien que así sea como terminemos. Después de todo fuimos jínnyi.
Sínke se puso de pié y caminó hacia la puerta.
—Lo pasado es presente y es futuro —dijo tranquilamente—, pero un camino no puede ser desandado en estas circunstancias —abrió la puerta y miró a Kányu—; en otras, podrá serlo.
Kányu entendió el mensaje y se aproximó a él, se colocó del lado exterior de la entrada y le dio una última sonrisa optimista igual a la del primer día de su unión al jínnliù.
—¿Hablaremos cuando estés más tranquilo?
—Dalo por hecho —dijo Sínke, sonriendo fraternalmente y dándole una amistosa palmada en el hombro.

86

Cuando los gemelos se dieron cuenta, ya no estaban volando sobre la ciudadela Ítuyu en medio de la selva. Se sintieron débiles de repente y cayeron de rodillas. El carnaval del verano los rodeaba; la estridente música salía de enormes bocinas en carros alegóricos decorados con zigzags coloridos, hechos de papel opaco de bambú. La música mezclaba sonidos electrónicos modernos con melodías de escalas tradicionales, los típicos tarareos de la música danzilmaresa sonaban con ritmos de baterías, guitarras e instrumentos tradicionales. Sobre los carros, diversas representaciones del arte y cultura danzilmareses se exhibían con improvisadas danzas; bailarines con máscaras de dragón danzilmarés hacían como que lanzaban agua en cubetas a la gente. Mujeres y hombres de gran belleza se exponían con prendas de la antigüedad como guerreros, princesas y príncipes, poetas y poetisas. Había también baile desenfrenado, papeles de colores ensuciando las calles, y bailarines de bastón largo danzaban entre los carros. La gente, embriagada en dicha, veía pasar los carros y los seguían con alcohol en sus sistemas. Algunos se besaban; otros estaban al límite del nudismo. Pero la masa humana era feliz ahí, indiferentes al inmenso dolor que los gemelos sentían en el suelo cuando las memorias de todo el tiempo perdido de esa realidad les entró como una daga en el cerebro. Nadie les prestaba atención ni se preguntaba por la razón de su repentino colapso.
—¡Yáke! —gritó Yúska entre la muchedumbre.
Pronto los demás también surgieron de entre los festejantes, asustados y aliviados por el repentino cambio y el inesperado ambiente de carnaval.
—¿Están bien? —preguntó Kányu.
Sínke se levantó con dificultad.
—Para ustedes sí —contestó exaltado—, pero nosotros los tenemos a todos ellos aquí —se tocó la cabeza—. Ja, ja, ¿no les parece algo poco común que Séntsa haya aceptado venir a esta celebración? ¡Miren cuánta alegría a nuestro alrededor!
Hínta lo tomó de la mano.
—Mejor vamos a su casa —dijo.
—¿Ya todo terminó? —preguntó Áte, quien empezaba a recordar también— ¿Ya no habrá más viajes?
—Eso es algo que no puede saberse —dijo Sínke, cada vez más histérico— Pero miren qué aventura sin estar nosotros conscientes de nuestras situaciones. Durante ese tiempo aceptamos esas realidades como si nada, y al recordarnos que no éramos de ahí, volvíamos a cambiar —cada vez hablaba más fuerte—. ¡Pero cuánta seriedad pudimos sacar de esa banalidad, cuántas existencias hemos adquirido, cuántos seres somos ahora, seres que quieren salir y gobernarnos! ¿Quieren otra ronda de viajes?
Hínta lo abrazó por detrás, y llorando de rabia, lo apretó con fuerza.
—¡Ya, Sínke! —gritó— No sé si lo puedas controlar, pero por favor, haz todo lo posible para permanecer aquí. Ya han sido demasiadas realidades, no pueden hacernos sufrir así.

***

Mientras Sínke habla, Yáke se incorpora poco a poco.
—¿Estás bien, Yáke?
La dulcísima voz preocupada de Yúska lo hace retroceder con un temblor. Quiere mirarla, y al mismo tiempo no quiere; su presencia le da gozo, y le da nauseas; quiere abrazarla, y también apartarla.
Sale corriendo; desaparece en el mar de alegres seres embriagados de carnaval.
Yúska no pronuncia su nombre al escapar; en el furor de los ojos de Yáke había visto la orden de no acercarse. Nunca le había hecho caso cuando él le indicaba con su actitud que quería estar solo, y esa rebeldía suya casi siempre había terminado bien para los dos, pero esta vez no tiene el valor de ir tras él. En el fondo no está muy preocupada; tiene la confianza de que ya no volverán a cambiar de realidad porque, desde el principio, había supuesto que, si no podían regresar a ese mundo, era porque los gemelos aún tenían que arreglar algún problema entre ellos, algo que les aquejaba y hacía miserables, y que quizás esos viajes habían servido para arreglarlo todo. Ingenuamente cree que ya todo está resuelto aunque no sea muy evidente todavía.
—¡Ya! —gritó Séntsa. Se acerca a Sínke, aún abrazado por Hínta, y le clava unos ojos furiosos y suplicantes, temblándole un poco la espalda por la ira—. ¡Idiota! Te dije que no volvieras a hacer eso, lo que sea que fuera que nos cambiara de mundo.
—Séntsa, cálmate —dice Kányu—, ya todo terminó.
Trata de acercarse, pero Séntsa lo empuja tan violentamente con ambas manos que casi lo hace caer. Kányu se queda con la boca abierta.
—¿Ya terminó? ¿Y hasta cuándo será eso? —la voz de Séntsa se vuelve pesada— ¿Cuánto tiempo estaremos aquí hasta que vuelva a pasar lo mismo? ¿Qué te hace pensar que no volverán a hacerlo? Tal vez no hoy ni mañana, pero en algún momento lo volverán a hacer y nosotros vamos a pagar por eso si nos quedamos con ellos. ¿No estás de acuerdo, Áte? —voltea a mirarlo.
Áte no sabe cómo poner sus pensamientos en palabras. Nunca lo habían visto tan agitado e intimidado, como si entendiera lo que Séntsa insinuaba con ese tono tan asertivo, pero no supiera si apoyarla o no en ese estado. Titubea y no logra decir nada.
—¡Voy a dejar el jínnliù! —exclama Séntsa.
La alegre música y ambiente festivo opacan las reacciones de esos chicos para las consciencias de los que pasan por ahí, perdidos en su propia diversión, ajenos al dilema que viven los jóvenes que han estado en otras realidades.

***

Se ha terminado, el instituto Ítuyu se ha terminado. Yáke sube las escaleras y se dirige a su habitación. La mansión oscurece conforme el sol se oculta. No enciende ni una luz. Ya somos todos bachilleres, y ni siquiera estuvimos aquí. Los recuerdos de todo el tiempo que estuvieron ausentes terminaron de acoplarse en su cerebro para cuando llegó a la puerta de su cuarto. Su tortuga estaba en el corredor. Yáke la dejó entrar con él. Se quitó los zapatos, arrastró una silla y se sentó frente al balcón, encarando la tarde que menguaba. Intentó dormir. La tortuga se recostó a su lado.

***

“¿Ya estás en paz?”
—¿Eh?
“A salvo de nuevo en tu realidad, bueno, en la realidad que has experimentado desde que tienes consciencia”
—¿Quién eres?
“Proyecto soy, como lo son todos. Aunque supongo que a partir de ahora seré tu proyecto, aquello que decidas hacer de mí”
—Yo… eres; alter ego mío.
“Era otro Tú. Me sacaste de mi realidad; me dividiste. Ahora sigo en ella, viviendo como siempre, desarrollando el proyecto que había planeado, pero me adquiriste; robaste mis conocimientos, mi libertad, mis recuerdos, pero también mis sentimientos, mis ideales, mi deseos”
—¿Cómo te saco?
“¿Cómo lo sabría yo? Tú eres el que ha hecho todo esto, vive con ello”
(A mí también. ¿Recuerdas? Soy el que habitaba la isla. Imbécil, si no hubiera sido por tu influencia, por tu patético deseo de no lastimar a nadie, habría evitado su hundimiento. Es tarde para quejarse, después de todo, ahora tus deseos y sentimientos para con esos seres que destruyeron mi isla son míos también)
—¿Todos ustedes están aquí?
/Estamos y somos en ti, ¿por qué no lo entiendes?/
“Tiene miedo; es más patético de lo que cree”
/Se arrastrará a la locura si no lo domina/
—¡Tú eres el de la gente blanca!
/No viste el color de tus ojos, ¿recuerdas? Porque no te conocías/
—No me expliques.
(¿Qué nos mantiene en este mundo?)
—¿Qué nos mantiene?
[Lo que seas tú lo somos nosotros, lo que te ata a ti nos ata a nosotros]
—No lo sé, ni siquiera entiendo qué provoca exactamente nuestros viajes.
/No hablemos de esos viajes. No los provoques. Así sólo conseguirás más y más alter egos/
[No los busques. Acabarás existiendo tanto que ya no serás nadie]
—Se refieren a volver a donde inició todo.
“Nuestra realidad original. Ahí debe estar la solución”
{Aún podemos sentir nuestro horizonte; el horizonte que siempre nos gritó que volviéramos a él. ¿Cómo vamos a llegar?}
—Desearlo no nos funciona, lo hemos intentado desde siempre.
(Mientes, en parte no creías que fuera verdad lo que sentíamos)
—Las circunstancias lo indican ahora más allá de toda duda.
[¿Quieres ir entonces?]
—¡Sí, sí quiero!
=¿Qué te ata aquí entonces?=
/¿No respondes?/
#Sabemos todos ya la respuesta: son ellos, en especial ella#
{Por ella has abandonado tu realidad; con su ficción te ha seducido}
“Pero no te culpamos; a algunos de nosotros nos pasó igual. Lo sabes, conoces cada instante de nuestras vidas como si las hubieras vivido. No somos invulnerables”
<Si quieres ir a tu realidad, debes liberarte>
—¿Cómo?
<Hace mucho tiempo que sabes. Decías que no tenías prisa por llevarlo a cabo, pero a todos nos parece que el momento es propicio>
—No podemos saber si va a funcionar.
/¿Tienes una mejor idea?/
=No, míralo. En el fondo no queremos irnos=
{No queremos joder lo que hemos creado aquí. ¡Poco a poco hemos aceptado esta realidad!}
(¡Qué vergüenza siento por nosotros! Tan hostiles hacia este mundo, y al mismo tiempo con tanta admiración por él)
“¡Ah, Yúska! ¿Por qué has tenido que anclarme? Jínnyi, ¿por qué me han enterrado hasta el cuello en sus fangos?”
<Y sin más razón que la pura costumbre. Somos la vergüenza de lo que tanto clamamos. La realidad nos ha ganado>
#¡No! No ha de ser así. Aún podemos revelarnos contra ella. Hasta ahora ha estado haciéndonos lo que quiere, pero aún podemos dar un último golpe de libertad#
“No elegimos cuándo ni dónde nacer. De manera limitada podemos elegir cómo y por qué vivir. Morir es la única certeza que podemos conseguir. Con suerte nos esperará otra vida, una en otra realidad que podamos llamar nuestra”
—Cállense.
[La novela ha terminado. No hay nada más que leer]
—¿Ninguno de ustedes va a defenderme? ¿Nadie puede ver que aún hay razones para permanecer aquí?
/Tú nos sacaste a nosotros. También creíamos que nuestras realidades aún tenían algo que ofrecernos. Con qué cara nos exiges que nos resignemos a aceptar la tuya/
—Haremos lo que yo elija. Ustedes son mi proyecto. No tienen poder sobre mí.
<Me temo que así es. Mientras tu cuerpo esté bajo tu control no podemos hacer nada. Pero considéralo, sabes que quieres hacerlo>
—¡Cállense!
#Tú eres el verbo, nadie te quita ese derecho, pero nosotros somos voz, y no queremos permanecer aquí#
{No es fácil, poco a poco te vuelves parte de nosotros: comenzamos a sentir tu aprecio por estos seres y el aprecio que empezaste a sentir por este mundo durante todos tus viajes}
/Cada realidad que visitabas sólo te hacía sentirte afortunado de haber existido en ésta, y ese sentimiento se está pasando a nosotros. Así que, antes de que tu consciente nos entierre, tenemos que insistirte de nuevo: vayámonos/
—Cállense.

***

Se han ido Séntsa, Áte y Yúska a sus casas. La primera se fue apenas terminó de gritar contra Sínke, hirviendo en furor y afligida hasta las lágrimas a la vez. El segundo permaneció unos minutos más hasta que vio que Sínke no pensaba decir nada más, como si se hubiera olvidado de todo lo que había pasado y no hiciera más que ignorar a los jínnyi; luego se escabulló entre la gente sin despedirse. La tercera estuvo con ellos media hora, periodo durante el cual Sínke se unió a la alegre caravana de jóvenes celebrantes, bailando al son de la música azarosa que ahora dominaba el carnaval, bebiendo cerveza y animando a los demás a unirse. Se fue de ahí porque la preocupación por Yáke y Séntsa le impidió tener cualquier goce fiestero. Ya en su casa, se le ocurrió llamar a Séntsa para proponerle hacerle compañía durante la noche, pero ésta nunca contestó, y durante todas las horas que pasó hasta que quedó dormida en su cama, no dejó de preguntarse si estarían bien todos.
La locura del carnaval aumentaba conforme los relojes se acercaban a la media noche. Kányu se había quedado acompañando a Hínta, movido por la fuerza del deber, para que no estuviera sola en ese momento de gran turbación, pues era evidente que Sínke estaba en otra realidad frente a ellos, como si al dejarse llevar por el ímpetu de la música y el alcohol postergara el inevitable momento de enfrentarse a la realidad a la que habían vuelto.
—No tienes que quedarte, Kányu —dijo Hínta—, vete a tu casa.
—No, Hínta. No te voy a dejar sola así.
Apenas podían oírse por la fuerte música, pues no querían alejarse y perder a Sínke de vista.
—Esto es humillante —Hínta apretaba el cuerpo con enojo—, sé que él es así desde siempre, pero ahora sólo lo veo como un cobarde.
—¿Vas a seguir siendo su novia? —Kányu nunca supo qué cosa en el tono de Hínta le impulsó a hacer esa pregunta.
—Ya no lo sé —tardó un rato en responder.
Kányu pensó que Hínta decidiría irse en algún momento, o eso parecía sugerir su lenguaje corporal cada tanto. Sin embargo, alrededor de las diez y media, algo le pasó a Sínke que lo hizo caer al suelo, como si lo hubiera golpeado un rayo.

***

(¿Cuánto más vas a seguir haciendo el ridículo?)
No te hago caso.
[Mira a los demás mirándote, embobados por tus pasos de Kozak. Patéticos. Mejor es irnos]
No.
“¿Intentas burlarte ahora?”
Ustedes son los que me hablan con ironía. Mejor cállense un rato.
/Cierto, cabrón. Mejor sigue bailando frenéticamente, así todo estará bien/
“¿Por qué no sigues con algo de Povzunec?”
Buena idea.
(Más aún, ¿por qué no haces sonar la música más allá de tu cabeza? Deja a todos perplejos cuando escuchen que sale música de ti)
/Ya están perplejos; hemos estado así durante mucho rato, están empezando a apostar en cuánto tiempo se te van a romper las rodillas/
#Somos el espectáculo de esta calle, al parecer#
No me importa.
—¡Uoh!
=Déjame salir un poco y los sorprenderemos con nuestra manipulación de la materia; convertiremos sus cervezas en agua=
Paso.
<Ya nos están doliendo un poco las piernas>
Todavía podemos seguir.
[¿Quieres seguir bailando para siempre?]
{Así no tendrá que volver con ellos. Ah, ¿qué estará pensando nuestra novia ahora?}
+¿Nuestra?+
=¿Ya está comenzando a importarnos?=
/Él es la mente dominante, estamos sintiendo lo mismo que él/
(¡Carajo! ¿Seremos por siempre parte de la existencia de este Sínke?)
<El Sínke que controla la tierra tiene razón. Yo quiero salir un rato>
¿Qué se supone que vas a hacer? Ésta ya no es la realidad en la que habitabas.
<Eres demasiado alocado, quisiera irme a un lugar más tranquilo>
Pero a mí me gusta aquí.
“No vale la pena discutir con éste tonto, muchachos. Tenemos que resignarnos a lo que él decida”
—¡Uoh!

***

La multitud lo rodea mientras Sínke comienza a convulsionarse.
—¡Sínke! —grita Hínta aterrada.
¿Qué ha pasado?
#¡Ha llegado uno nuevo!#
)¿Dónde estoy?(
/Bienvenido a la mente de tu alter ego de esta realidad/
)¿Otro viaje?(
[¿Ya has viajado antes?]
)Muchísimas veces(
¿Eh? ¿Qué es esto?
El alter ego recién llegado llena su cerebro con todas las experiencias que había tenido. Sínke siente un dolor insoportable.
=¡Joder! ¿También tienes alter egos en ti?=
)¡Ah! Sí, he viajado a otras realidades y absorbí a otros(
—Háganse todos a un lado, ¡llamen a una ambulancia!
—¿Qué pasa, Sínke? —exclama Hínta, alterada.
Los miembros de Sínke no dejan de temblar.
)¿Hínta?(
“Tus memorias se nos están pasando a nosotros”
[¡Ah, perfecto! Ahora tenemos este dolor nuevo]
Recuerda ahora lo ocurrido en la ceremonia de clausura, el recorrido nocturno del instituto Ítuyu y todo lo demás hasta que cayó sobre su cama.
/¿En serio dijimos todas esas tonterías/
(Tranquilo, estabas emocional. Yo lo hubiera hecho también)
—¡Sínke! —grita Kányu.
El gemelo se tranquiliza; se queda inmóvil sobre el asfalto. El Sínke recién llegado también termina de recordarlo todo. Ya no existe por su cuenta; ahora se ha mezclado con un alter ego que ha vivido viajes similares a él. No sabe si sentirse aterrado porque su existencia independiente ha terminado o sorprenderse porque ahora existe mucho más, al lado de todos esos alter egos.
—Supongo que ya me cansé —ríe Sínke, con voz temblorosa.
Los alter egos que el recién llegado traía se acoplaron junto a los demás.
+Miren cuántas habilidades tenemos entre todos+
*Yo no quiero existir así para siempre. Pero… ¿por qué me siento así?*
=Tranquilo. Te estás acoplando a la mente consciente de este Sínke=
*¡Carajo!*
—Ya está bien.
—Solamente se cansó.
—¿Cómo no va a ser después de todo lo que bailó? Oye, amigo, ¿quieres un poco de agua?
Sínke tomó el vaso que le ofrecieron y bebió. Sintió una parte de ella congelarse en su boca.
~Lo siento, creo que lo hice yo~
(¿Lograste salir un poco?)
~No sé, el agua sólo suele congelarse un poco cuando la toco~
[Entonces los demás también podremos salir]
—¡No! —el intenso grito de Sínke, como una violenta ráfaga de aire, opacó el ruido de todo el festival, muchos de los que estaban cerca se espantaron, pero la música no se detuvo.
:Esa es parte de mis habilidades:
“Al parecer la llegada de ustedes bajó la capacidad de control de Sínke”
¡Ya no los aguanto más!
Sínke se levanta tambaleándose. La gente que lo había visto gritar se aparta confundida.
—¿A dónde vas, Sínke? —pregunta Hínta.
—¿Te sientes bien? —pregunta Kányu—, ¿te acompañamos a casa?
‘No tienen idea de lo que sucede aquí adentro. Si me dejas, me infiltraré en sus mentes para hacerles saber lo que nos sucede’
“No valdrá la pena; sólo nos tendrían lástima”
Sínke los miró con una sonrisa conmovida.
—Vayan a sus casas —dice alegrando su voz—. Se está haciendo tarde; tu padre se enojará, Hínta.
Les da la espalda y se aleja de ahí corriendo.
Hínta quiere ir tras él, pero Kányu la detiene.
—Creo que quiere estar sólo —dice.
—Debería poder ayudarlo yo —dice Hínta, llorosa.
—Si recuerdas todo lo que pasó, creo que ya sabes que no podemos ayudarlos de verdad.
—Pero… ¿por qué no?
—Porque ellos no son de esta realidad. Tienen problemas que nos pueden explicar, pero no podemos comprender. Déjalo solo.
Kányu la acompañó hasta su casa.

***

Sínke se alejará del festival en dirección opuesta a su casa, no le importa hacia dónde se dirige. Sus alter egos se calmarán entre más adquieren las experiencias de los demás. Caminará por más de una hora.
)En este mundo sí somos una pareja; en el mío esa oportunidad se arruinó(
/No es momento de seguir pensando en eso. Ya tenemos mucho con haber visto morir a nuestros jínnyi/
=¿Todavía les importa el jínnliù a estas alturas? ¿En serio no se dan cuenta de la importancia de lo que nos está pasando?=
—Sí, pero ¿qué podemos hacer? Estoy muy cansado de todos ustedes; no puedo pensar.
<¿Todavía crees que vale la pena estar en esta realidad?>
—No, por favor, no me hables de eso.
)Ya veo, también tú has pensado en el suicidio(
+Casi todos nosotros lo hemos pensado como una manera de ir hacia el horizonte+
—¿En serio quieren que me suicide para saber si así vamos a nuestra realidad?
#Si todos tenemos ese sentimiento, por algo será#
)¿Qué pasa si en realidad acabamos cayendo en otro alter ego, y el ciclo se repite infinitamente?(
—Acabaríamos condenando a otro Sínke a cargar con todos nosotros, y yo dejaría de existir aquí.
<Como todos nosotros en nuestros mundos>
Se sentaron en una banca despintada de la calle. Se habían adentrado en una colonia desierta donde la iluminación fallaba como el día en que habían hecho la actividad de la casa abandonada. Sólo había rumores muy lejanos de fiesta y un viento frío que venía del mar.
—Yo todavía quiero permanecer aquí.
“¿Estás seguro? Los demás no parecen muy felices con ustedes. Séntsa incluso renunció al jínnliù”
{Tal vez se les pase dentro de poco}
[Eso si no ocurre otro viaje; eso pondría locos a todos]
‘A todo esto, ¿qué será lo que ocasiona los viajes?’
—Quizás nuestros deseos reprimidos, algo que queramos exteriorizar o lograr.
)¿Por qué queríamos matar a Yáke?(
*No lo tenemos muy claro todavía, alguna razón absurda ha de ser*
/¿Y eso ya se resolvió?/
<Ya todo quedó olvidado, o perdonado incluso, porque ahora vemos que no importa quién tenga razón con respecto a todo esto>
—Ya no tiene caso. Ambos perdimos.
#Me reconforta un poco pensar que, ahora mismo, los alter egos de los que vinimos siguen viviendo las vidas que dejamos atrás#
‘Me pregunto qué tanto podrán recordar’
{Tendríamos que volver a uno de ellos para saberlo}
)Nuestro hermano quizá ahora mismo esté hablando con sus nuevos alter egos, si el Yáke de mi mundo también viajó hasta aquí al igual que yo(
“Quisiera verlo hablar consigo mismo, de seguro se ve tan ridículo como nosotros”
+Me pregunto a qué conclusiones estará llegando+
)Ya conocemos a nuestro hermano; de seguro está haciendo un melodrama peor que el nuestro(
=No me sorprendería si ya está calmado, incluso más que nosotros=
—Hermano —dijo en voz alta, sonriendo y relajado.
[Creo que más bien sus alter egos serán más renuentes a aceptar este hecho de la realidad]
‘Le estarán insistiendo que quieren salir, que tienen que ir al horizonte, sin dejarlo en paz. Es así de terco aun en todos esos mundos’
)Le van a estar insistiendo en que se suicide(
—No, ¿verdad? —desaparece su tranquilidad.
/Yáke tal vez…/
—No.
<Él siempre ha sido más capaz de desprenderse emocionalmente de este mundo>
—No lo haría; tiene a Yúska y la quiere.
=¡No sabemos con certeza qué tanto eso es verdad! Podrían convencerlo de lo contrario=
—¡No!
)¡Hay que ir, Sínke! Sabemos que es capaz de hacerlo, ¡Rápido!(
—¡Yáke!

***

Nunca había visto a Sínke tan desesperado. Su pánico era tal que apenas respiraba mientas corría hacia su mansión. Su turbación le impedía sacar toda su velocidad; se maldecía por eso. Intentó volar; no le importó que alguien pudiera verlo. Apenas lograba levitar unos metros por unos segundos, y la velocidad con la que avanzaba en el aire era tan lenta que era mejor seguir corriendo. Mentalmente le gritaba a su hermano que no lo hiciera, que no fuera tan estúpido, y que dejara de lado la tontería de ser originarios de otra realidad. “No podría ser verdad”, gritaba en su mente, “es todo una fantasía, ¡no vamos a ir a ningún lugar al morir!” Algunos de sus alter egos le decían que tenía razón porque cuando ellos habían muerto, como el Sínke que fue decapitado o el Sínke que hizo estallar la tierra, sólo habían regresado a los universos de los Sínkes cuya mente dominaba en aquel momento, pero los otros alter egos pensaban que lo del suicidio podría funcionar si los que murieran eran los de las mentes dominantes, que quizás si el Sínke que había sido decapitado por Áte no hubiera sido invadido por otro Sínke, habría funcionado su muerte y ya estaría en su mundo real. “¡No piensen eso ahora!” La sensación de ácido en sus venas le hacía temblar, pero sus piernas siguieron corriendo lo más rápido que podían.
Al llegar a la mansión, de un salto intentó cruzar el muro, pero apenas logró ganar altura para aferrarse a la cima y trepar. Aún sin haber cruzado, vio la oscura habitación de su hermano con la ventana del balcón abierta, pero las cortinas cerradas. En el barandal del balcón, el pato agitó las alas desesperadamente al ver al gemelo aparecer tras el muro. Sínke se apuró a dejarse caer al otro lado. Sintió un dolor en las rodillas cuando aterrizó; la desesperación absorbía sus fuerzas poco a poco, y cuando llegó a los pies del balcón se sintió exhausto. Con la poca energía que le quedaba, tomó aire y dio un salto que le permitió asirse al barandal. Sus brazos vibraron al hacer fuerza para subir su cuerpo, y al dejarse caer al interior se sintió desfallecer. Se levantó temblando, sintiendo frío y calor a la vez. Deseaba con toda su voluntad que su hermano estuviera durmiendo cuando apartara la cortina.
La luz de la luna no había iluminado la habitación ni por dos segundos cuando Sínke se abalanzó sobre las piernas colgantes de su hermano, y con todas sus fuerzas lo elevó para que la gruesa soga que colgaba del candelabro del techo aflojara la presión sobre su cuello. La respiración de Sínke se oía como gemidos que no terminaban de salir, entrecortados, secos y sin aire, como si gritara con voz inaudible. Yáke estaba completamente rígido como el acero. Los agudos sentidos de Sínke no pudieron oír su corazón ni sentir su pulso. La luz de la luna iluminaba los ojos cerrados de Yáke.

***

Yáke se despierta. Está frente a la ventana de su balcón, mirando la enorme luna llena junto a su enorme tortuga. ¿Ya volví a mi realidad? ¿Ah? Siente que mil hachas ardientes se le clavan en el cerebro. Queda ahogado en imágenes, sonidos y sensaciones de un enorme número de vidas alternas, de las cuales su cerebro archiva con dolor cada instante, cada experiencia, cada pensamiento que tomó lugar en todos esos mundos, y deja entonces de ser sólo uno y se vuelve muchos en una misma mente, cuyas personalidades y deseos quieren hacerse oír. Todo eso será y estará en él para siempre.
Queda tumbado a los pies de la cama. La tortuga se ha despertado y mantiene su distancia. Siente Yáke que su diafragma no absorbe oxígeno, que en sus venas ahora no hay más que ácido, que sus nervios se restriegan contra espinas.
/Ahora ya quieres morir, ¿verdad?/
)Ahora hasta yo quiero hacerlo(
—Sí.
:Quítate las manos de la cara, enfrentémonos de una vez a nuestro horizonte:
—Sí.
#No hagamos dramas, sólo hagámoslo ya#
—Sí.
No hay más sufrimiento en sus ojos; hay locura, pero no sufrimiento. Tantas vidas posee que no vale la pena anclarse a ninguna. Cierra la cortina del balcón. De atrás de su librero saca una cuerda con forma de horca.
#Esta cuerda…#
“La tenemos desde el primer día que llegamos a esta casa, en caso de que este día llegara”
Yáke toma firmemente el lazo que en pocos minutos privará a su cerebro de sangre.
Lo siento, jínnyi; lo siento, hermano. Tengo que pasar al otro lado del horizonte.
Hace un lazo en el otro extremo de la cuerda y lo arroja hacia el fuerte candelabro del alto techo; se atora en él, se sube a una silla y ajusta la altitud del nudo, jala de la cuerda para probar su resistencia.
+Sirve+
Ya no importa lo que pude llegar a sentir por todos ustedes, seres de este mundo. Se coloca el lazo alrededor del cuello. He permanecido mucho tiempo en esta ficción, y aunque no me vaya con las manos vacías, y desde el fondo de mi honestidad reconozca que mucho extrañaré, no puedo abandonar la realidad que me llama.
Se deja caer. La silla se tambalea y se desploma detrás del cuerpo colgante de Yáke. La fuerza de su cuerpo lo mantiene vivo.
*Yo nos ayudaré. Relajaré los músculos del cuello para que la soga apriete*
=Corazón, deja de bombear ya. Has latido suficiente en este mundo; reserva tus latidos para el mundo real=
{Ya descansen, pulmones, no tiene caso llenarse de oxígeno irreal}
Suavemente perdamos la voluntad de vivir. Yúska, fuiste mi ancla, casi lograste ser la única razón por la que detenerme, pero no puedo doblegar mi naturaleza a tu influjo, tengo una realidad a la que pertenezco y tú no eres parte de ella. No, ¿verdad?
La soga se incrusta poco a poco en su cuello, la tráquea se cierra y las venas se bloquean. Las manos sienten aferrar mazorcas de agujas finas que no duelen. La mente se marea y el corazón desacelera. Muy gradualmente los sonidos enmudecen; los cortos segundos se sienten como horas; las imágenes dan vueltas en todas direcciones; su cuerpo vuela a gran velocidad hacia todos lados al mismo tiempo. El horizonte se acerca, resplandeciente.


          

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[1] Cordillera Krénd.

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