Láminas azules I
Aquella lámina azul que una vez poseí decía lo siguiente:
Apogyéus, el ser máximamente libre, se limita y bifurca para crear estados conocidos como realidades y ficciones, de los cuales todas las entidades formamos parte como un único personaje en una única historia. Al conjunto de todas las variaciones de esta historia, que existen dentro de Apogyéus, hemos acordado dar por nombre ParalefikZland.
Para compartir estos fragmentos de Apogyéus con los seres de otras realidades, hemos optado por transcribirlos en forma de narrativas lo más fielmente posible a como han sido atestiguadas o percibidas. Usaremos como medio unas láminas azules hechas con un material de nuestra propia invención, el cual ha sido creado para ser imperecedero en el mayor número de realidades que nos sea posible. Cada uno de mis alter egos y compañeros viajeros decidirá de qué manera expondrá su juego de láminas a los seres de las infinitas realidades; sé de algunos que las harán aparecer repentinamente frente a la cara de alguna figura importante o de gran poder e influencia en su mundo; otros lo harán poco a poco, siguiendo un orden previamente planificado o completamente aleatorio; otros las esconderán muy bien en algún lugar de aquellos universos, esperando a que alguien las encuentre. En lo que respecta a mí, las haré aparecer en diferentes regiones de un pequeño planeta, sin muchas especificaciones sobre el orden en que dichas láminas deberían ser leídas (y aunque hubiera algún orden, como algunos compañeros pretenden, lo mismo daría si comenzaran a leer desde este prólogo o desde la última de las crónicas). Debo aclarar que, pese a que todos mis compañeros y alter egos han decidido que la forma de dar a conocer estas crónicas sería a través de estas láminas, nunca será posible confiar plenamente en ellos, por lo que no ha de sorprenderme si alguno decide transmitir estas experiencias de otra manera, sea por medio de señales en el cielo y la tierra, sea hablándoles directamente a sus oídos, sea a través de sueños.
Poco antes, la noticia de las láminas azules había llamado atención internacional. Los reportes de personas que se habían topado con alguna de ellas se multiplicaron a lo largo de todos los continentes, y los lugares donde aparecían eran a veces tan azarosos, tan insospechados e imposibles, que era como si las hubieran escondido fantasmas. Por ejemplo, la lámina que acabo de transcribir fue hallada en la silla del estudio de un conocido mío, el cual había tenido que interrumpir su trabajo por un instante, y al regresar, ahí la encontró, brillando con un azul opaco, un pedazo de océano congelado. Sobre ella, las palabras en perfecto danzilmarés lucían un grabado tan fino y detallado como los religiosos atribuirían a un dios. Otras láminas fueron encontradas en entradas de casas, bajo las camas y almohadas, sobre los tejados, dentro de cajas nuevas y selladas, dentro de armarios, en brazos de muertos en sus tumbas, a la mitad de una carretera abandonada. Entre los casos más extraños, se encuentran una que fue hallada dentro del estómago de una ballena encallada, las que fueron encontradas en la Fosa de las Marianas y en la cima del Everest, la que tuvieron que sacar de un casquete polar, la que desenterraron accidentalmente un par de asesinos cuando querían esconder un cuerpo, y la que suplantó repentinamente una hostia consagrada en las manos de un sacerdote. Además de esto, no todas las láminas eran del mismo tamaño; se descubrieron algunas tan pequeñas que sólo contenían un párrafo corto, y las había tan largas que parecían tablas de surf, en cuyo caso las letras tenían el tamaño en que un escarabajo las escribiría. El idioma también cambiaba según el lugar en el que fueran encontradas; creo que no hubo algún sistema de escritura en el que las láminas no estuvieran escritas, ni siquiera las lenguas artificiales, los dialectos o las lenguas en peligro de extinción escapaban de las láminas; mientras al menos una persona hablara una lengua, las láminas podían escogerla.
Mi amigo dispuso la suya a mi cuidado alegando que tener esa cosa cerca de él le producía un sentimiento extraño, como si algo que emanara de esa lámina le provocara una somnolencia de la cual temía no despertarse si sucumbiera ante ella.
Tras tenerla conmigo algunos días, decidí que sería mejor entregarla a un grupo de voluntarios que se habían propuesto buscar todas las láminas a nivel mundial, para posteriormente entregarlas a científicos que las someterían a estudios. En Shórsta habían dispuesto un pequeño centro donde los dueños de las láminas podían ir a donarlas. Estos centros se habían creado con mucha rapidez por todo el mundo, y sus miembros muchas veces solían ir de casa en casa preguntando si alguien había encontrado una lámina. Cada una era celosamente empaquetada y enviada a alguno de los diferentes centros del mundo, donde cientos de investigadores se habían conjurado para intentar resolver su misterio.
No faltaron aquellos que se negaron a entregar sus láminas sin recibir a cambio alguna recompensa. Los voluntarios muchas veces tenían que suplicar que se las dieran; argumentaban que esas láminas podrían ser la primera prueba de que alguna fuerza superior (algunos decían que provenía de dioses) estaba intentando comunicarse con ellos de un modo que no dejara dudas de su divinidad. Tuvo que pasar algún tiempo antes de que, a causa de la negativa masiva de muchos ciudadanos avariciosos, algunas instituciones accedieran otorgar una recompensa monetaria por las láminas, llegando a valorar algunas especialmente largas hasta por treinta mil yáos danzilmareses.
De ese modo, las láminas pudieron llegar a los centros donde tenían previsto ser estudiadas. Ciudades como Nueva York York, Tokyo, París, Viena, Moscú, Helsinki, Dyánz, entre muchas otras, habían creado un acuerdo para investigar y traducir las láminas y dar a conocer el contenido a todo el mundo. La parte de la investigación, debo reconocerlo, fue la que menos me llamó la atención; sólo confirmaron lo que todos ya habíamos supuesto: no estaban hechas de material conocido; más aún, una investigación más profunda comprobó que ni siquiera estaban constituidas por átomos, y ni con todos los experimentos que les hicieron pudieron sacar de ellas más propiedades de las que se pudieran haber conseguido en un laboratorio de aficionado. Lo único que sorprendió a todos en este apartado (o más bien, lo único que no resultó tan poco interesante) fue que eran aparentemente inmunes a todo intento de destrucción, pero estas tentativas de evaluar su durabilidad fueron duramente criticadas y se detuvieron casi de inmediato.
Todo el mundo estaba al pendiente del momento en el que se diera a conocer el contenido de las láminas. Aquellos que las habían poseído eran constantemente entrevistados para hacerse una idea de los escritos en general; sin embargo, aun cuando las láminas encontradas tuvieran mucho texto, éste casi siempre estaba descontextualizado y no tenía mucho sentido, como si cada lámina no fuera más que el fragmento de un relato cuyas partes hubieran sido desperdigadas por el mundo. Los antiguos dueños revelaron muchos nombres de personajes y lugares, a veces también atisbaban alguna trama que no terminaba de ser clara, pero era suficiente para mantener altas las expectativas.
El proceso de traducción y determinación de la secuencia de las láminas también tuvo una amplia cobertura. Los traductores y editores tuvieron que afrontarse (y aún hoy lo hacen) a la tarea de armar un enorme rompecabezas en el que los fragmentos se revolvían en un caótico conjunto de idiomas. Pero incluso sin este problema, pronto descubrieron que las láminas no formaban un solo documento, sino (tal y como decía mi lámina) toda una serie de relatos, cortos y largos, cuya correcta ordenación era muy difícil de conseguir, dada la falta de consistencia narrativa que permitiera identificar a muchos de los fragmentos con alguno u otro relato.
Tras cinco años de trabajo con las láminas, se anunció que el contenido podría finalmente comenzar a ser publicado bajo el nombre general de ParalefikZland, dividido en varias colecciones y volúmenes. Las historias cortas serían recopiladas en una colección que llamaron Memorias de otras realidades; los relatos más largos, en una llamada Senderos alternativos. El orden de las publicaciones no necesariamente se correspondería a ningún orden cronológico que pudiera haber en las láminas. De hecho, en el mismo mensaje anunciaron que no era posible definir con exactitud cuál de todos los relatos debía ser considerado el primero o el último, y también anunciaron, para el orgullo de mis compatriotas, que, por alguna extraña razón (así lo dijeron), la mayoría de las historias, hasta donde habían terminado de armar, tomaban lugar en Danzílmar o al menos hacían referencia a este país. Esas palabras fueron suficiente para que muchos se apresuraran a exigir que las láminas, junto con la totalidad de su contenido, fueran consideradas parte del patrimonio danzilmarés [1]; a mí eso nunca me importó, e inmediatamente dejé de prestarles atención. Otro de los anuncios que causó emociones diversas (sobre todo confusión) fue que los investigadores habían descubierto que los números con que las láminas estaban paginadas no necesariamente se correspondían al orden lógico de los relatos que contenían, al menos para los relatos más largos. Ésta fue una de las razones por las que había resultado tan difícil decidir el orden en el que iban a estar organizados los libros, y al final se decidió respetar la paginación más que sus propios juicios sobre la coherencia narrativa. Así pues, advirtieron que parte de las obras podrían resultar incoherentes para los acostumbrados a la linealidad literaria. Con respecto a esto mismo, aclararon que habían decidido respetar la naturaleza fragmentaria de las láminas, es decir, los relatos estarían formados por fragmentos separados entre sí por tres asteriscos, a los que llamaron “Cambios”. Éstos indicarían que el fragmento siguiente pertenecía a otra lámina, por lo que éste podía ser diferente del fragmento anterior en escena, tiempo, espacio, estilo o perspectiva, a veces tan súbitamente que parecían desviarse del relato. Luego de eso se pusieron a parlotear sobre el valor que ese contenido representaba para la raza humana, pues seríamos testigos de un conjunto de historias abandonadas en nuestro mundo por algún ser desconocido que, por alguna razón (de nuevo lo dijeron así), quería que nosotros nos enteráramos de ellas. Aquí fue cuando apagué el televisor; no me interesaban las exageraciones y patrañas que todos se esforzaban por hacer sobre la importancia de esas historias para nuestro mundo. Decidí que, aunque hubieran llegado a este mundo puestas por algún dios de otro universo, iba a tratarlas igual que a cualquier otra ficción.
En este momento tengo el primero de los volúmenes conmigo; lo ordené por internet apenas salió a la venta y se agotó en pocas horas. Me siento enormemente complacido de que la introducción a este primer volumen sea la misma que os he puesto al principio de este escrito, como si toda esta futura serie de escritos hubiera pasado primero por mis manos.
[1] Al día de hoy, todos los escritos bajo el nombre de ParalefikZland tienen oficialmente a Danzílmar como su país de origen.
Muy buena introducción, creo que me quedaré un rato a leer
ResponderBorrarEn espera de esa futura serie, leyendo la introducción, será muy amena de leer.👍
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