Un libro perfecto 2
Írgend recibe el libro perfecto de su abuelo.
Llegará al “Templo del dragón de las nubes”[5]. Hay una escultura gigante de un dragón en el patio, su caparazón apuntando al cielo, la boca abierta muestra sus filos, las plumas erizadas crean la ilusión de movimiento[6]. Írgend mirará su sucio caparazón y se reirá porque ni siquiera las palomas temen al dragón, que en las antiguas leyendas era famoso por provocar huracanes y tsunamis. El templo estará oscuro, las columnas, con sus bajorrelieves que cuentan alguna historia que ya se ha olvidado, estarán adornadas con tablas en las cuales se exhiben inscripciones en Danzílmarés antiguo que dirán dichos y proverbios antiguos como: “El que invoca a la lluvia y al sol, que se acostumbre a la inundación y a la sequía”, “La mejor montaña es aquella desde la que puedas ver el mar”, “Un moa sin dueño es dos veces más rápido”. El piso (cuya loza es tan antigua que parece prehistórica) estará limpio y relucirá sus dibujos de dragones. De niño había oído que pararse por mucho tiempo en sus bocas era de mala suerte, y algunos adultos asustaban a los niños diciéndoles que, si saltaban sobre ellos, se enfadarían y podrían hacer que la estatua del patio cobrara vida para comérselos, lo cual funcionaba para mantenerlos quietos. También había oído que era de buena suerte pararse sobre sus caparazones, como si los estuvieran dominando, y recordando eso caminará pisando los caparazones pintados. Habrá muy poca gente; estarán sentados en las incómodas bancas de piedra que rodean el podio central: una amplia plataforma formada de tres círculos uno sobre el otro, cada uno más pequeño que el anterior, arriba del último estará la escultura de una pirámide (ya desgastada) que simboliza el centro, la unidad del templo y de todo el espíritu del pueblo Danzílmarés. Írgend se sentará para contemplar esa insignificante pirámide, cuya figura hace mucho tiempo que habrá quedado reducida a un símbolo nacional, una de las caras que Danzílmar utiliza para mostrarse al mundo, nada más que un dato curioso para que los extranjeros presuman de conocer la cultura Danzílmaresa; dirán que representa la unión del hombre con la tierra, el mar y el cielo, la fortaleza de la sociedad Danzílmaresa, una muestra del largo legado que Danzílmar ha dado para el mundo. Y aun así sólo será un pedazo de piedra desgastada.
***
Date cuenta de que hay una persona mirándote, lejos, tras la tercera hilera de bancas. Tu vista está concentrada en la pirámide, pero justo detrás de ella (tu ojo ajustó la distancia y la pirámide se volvió borrosa para ver con claridad lo que había atrás) hay un hombre en sus XXX, vestido de camisa grisácea, igual que la tuya (es el color habitual para los entierros), tiene también un sombrero que parece una boina. ¿Ya lo habías visto? Tu memoria se pone a trabajar, pero sólo ve bocetos borrosos de alguien que quizás estuvo también en el funeral de tu abuelo. Pese a que te das cuenta de que te mira, con ojos taciturnos, como si en realidad quisiera mirar más allá de ti, no apartas la cabeza; sientes que ya es suficientemente incómodo que se hayan cruzado las miradas y tu boca comienza a formar una sonrisa chueca, vano intento de disculpa. No has terminado cuando el hombre se levanta y comienza a caminar hacia ti, quédate quieto, míralo caminar con su cuerpo robusto, bambolea un poco los brazos y su barriga parece inflamada.
—Tú eres el nieto de Kiént Bán, ¿verdad? —te dice con voz educada, tras disculparse con la mirada por interrumpir tu contemplación de la pirámide.
—Eh, sí… Írgen Bán —saluda con la cabeza—, usted estuvo en el funeral, ¿no?
—Sí, sí, en efecto —y tras un momento, dice—: Yo soy Séker Ném. Es una verdadera lástima; era amigo de tu abuelo desde hacía mucho tiempo y la noticia en verdad me sorprendió.
—Siéntese, por favor.
—Ah, muchas gracias, perdona la molestia —se sienta y la sonrisa que asoma por su bigote es de tanta familiaridad que te incomodas un poco, pero sonríes de todas formas—. Me gustó mucho tu pequeño discurso —dice tras un momento, con evidente esfuerzo por buscar un tema de conversación—, la verdad me sorprendió que mencionaras lo del libro perfecto; no pensé que alguien lo mencionara.
Se activa una descarga en tu cerebro. Tu espalda se siente tiesa. Miras al extraño intentando no parecer muy impactado.
—Sólo recordé que me habló de él cuando yo era niño. Se me ocurrió que podría mencionarlo —respondes con calma, pero la mueca de tu boca revela tu desorientación.
—¿Ah, sí? —dice él con igual calma, mirando un punto muerto en el techo del templo con una sonrisa un tanto tonta— Él me dijo que nunca había hablado del libro con nadie de su familia. Yo que ya pensaba que su proyecto del libro perfecto me lo iba a dejar a mí, qué tonto me siento ahora.
—¿Cómo sabe usted del libro perfecto? —dices mirándolo con desapruebo, estás algo molesto y confundido por sus implicaciones.
—Perdona, creo que debí mencionar eso primero —dice con un tono servil—. En mi familia también tenemos un libro perfecto, en el que estoy trabajando, y durante mucho tiempo mi padre y yo trabajamos en compañía de tu abuelo, cada uno con su libro perfecto; hablábamos de nuestros progresos y nos leíamos mutuamente. Cuando mi padre murió, Séker Bán siguió asesorándome por muchos años; llegué a considerarme parte de su familia, una secreta, por así decirlo —lanza tres risas—, y siempre creí que ninguno de sus hijos o nietos sabía del libro perfecto; me hice a la idea de que podría dejármelo a mí cuando muriera, ¿por qué? No lo sé, sólo lo supuse.
Hay tantas preguntas dentro de tu cabeza que necesitas un momento para decidir cuál es la más importante y con qué palabras debes expresarla. Finalmente te decides y preguntas:
—¿Hay más de un libro perfecto?
Séker te mira con una pizca de asombro.
—¿Tu abuelo nunca de habló de eso cuando eras niño?
—No. En realidad se limitaba a mencionar el libro; nunca nos dijo de qué se trataba ni que había más personas escribiendo otros.
—Bueno, pues sí: hay muchos otros libros perfectos —su tono se vuelve aún más familiar—. Esencialmente se trata de lo siguiente: hace miles de años a alguien se le ocurre una buena idea para una historia y comienza a escribirla; sin embargo, por más que se esfuerce, el resultado nunca parece gustarle, por lo que la mantiene en secreto para perfeccionarla, pero como su tiempo de vida se queda corto en comparación al tiempo necesario para crear la historia perfecta, hereda el escrito a alguien para que lo continúe, generalmente a los hijos, y así cada generación continuaría escribiendo, corrigiendo, agregando o eliminando partes del texto con el fin de acercarse lo más posible a la perfección. No fueron pocas las personas que pensaron de esta manera, y al día de hoy hay al menos cincuenta familias en Danzílmar que poseen un libro perfecto, y lo que en principio se hizo con la esperanza de alcanzar la perfección, se ha convertido en una tradición en la cual la regla es que el libro nunca debe publicarse. ¿Conoces una cita de Ráu Shórsta que dice: “Un libro es perfección en potencia, pero una vez publicado la perfección se le cierra”?
—Sí, la he leído por ahí.
—Pues eso no lo dijo sin razón —se acerca como si te fuera a decir un secreto—: la familia de Ráu Shórsta también poseyó un libro perfecto, y ¿quién crees que posee ese libro ahora? —hizo una cara contenta, como si la respuesta fuera evidente, pero al ver que sólo lo mirabas desconcertado, dijo—: ¡Tú abuelo, Kiént Bán!... Bueno… antes era de él…
Te sobresaltaste.
—¿Cómo iba a tener mi abuelo el libro perfecto de Ráu Shórsta? Sé la historia de mi familia y, hasta donde yo sé, no tenemos ascendencia de él.
—Así es, y de hecho Ráu Shórsta nunca tuvo descendencia tampoco. Sin embargo tuvo muchos alumnos, y, según sus biógrafos, entre ellos figura uno llamado Ánke Bán, ¿te suena ese nombre?
Miras hacia arriba incrédulo[7], y respondes como si el lejano y oscuro techo te lo hubiera preguntado:
—Mi bisabuelo.
—Lo más seguro es que Ráu Shórsta heredara su libro perfecto a Ánke Bán, o quién sabe, a lo mejor lo robó —lanza una risa burlona, y de inmediato te mira como disculpándose, pero eso a ti no te importa, y Séker continúa volviendo a un tono más moderado—: Aunque los libros perfectos suelan heredarse, a veces nadie de la familia es el adecuado para continuarlo. Se me antoja que cuando eran niños tu abuelo mencionaba el libro para ver si alguien se interesaba en él, y al ver que no era así, se desilusionó por no encontrar un heredero en su familia, ni en sus hijos ni en sus nietos, por eso luego ya no les dijo nada.
—Qué absurdo —dijiste con un tono reclamador—, éramos unos niños apenas, ¿quién va a interesarse por escribir un libro a esa edad?
—Sí, ya sé, sólo es una explicación que se me ocurrió. Como dato curioso, a mí sí me interesó el libro desde que mi padre me habló de él cuando tenía seis años, y él me contó que había comenzado a trabajar con mi abuelo desde los siete. Hay esta idea general, entre los poseedores de los libros perfectos, de que todo poseedor digno de él debe ser tan dedicado, tan amante de las letras, que ese amor tiene que reflejarse desde temprana edad, como si tuviéramos que hacer de ese libro parte de nuestras vidas, integrarlo en nuestro corazón desde la pureza de la infancia, comenzar a vislumbrar su futuro desde una etapa en que apenas se está descubriendo lo que es la vida, donde dominan la fantasía y la ficción, que son el motor central de la literatura del libro perfecto, y quizás un comienzo tardío ya no tenga el mismo efecto.
Ya no sabes qué pensar. Por un pequeño rato intentas concentrarte de nuevo en la pirámide, sobre la cual cae la luz de unas lámparas en el techo, creando un aburrido juego de luz y sombras con la pirámide y el podio en que reposa. De pronto dices:
—Si ese es el caso, ¿de qué se preocupa?; nadie de mi familia creció con el libro perfecto; si lo que dice es verdad, es casi seguro que mi abuelo le ha dejado el libro a usted, como Ráu Shórsta lo hizo con mi bisabuelo.
—Sí, tal vez me precipité al preocuparme, supuse que si la familia sabía del libro, lo natural sería que lo reclamaran, ¿no?, después de todo, ¿cómo iba el abuelo a andar heredando reliquias familiares a un pusilánime que ni siquiera conocen? —ríe y adquiere un semblante algo melancólico, respira con más calma— Pero Kiént Bán era un hombre extraño; nunca se podía estar seguro con él. Cada vez que hablábamos acerca de a quién le dejaría el libro perfecto, desviaba el tema a cosas sin importancia. La única vez que le dije que yo podría tenerlo, él dijo: “Es una opción”. Entonces un día, muy casualmente, me comentó que tenía un nieto graduado en literatura danzilmaresa.
—O sea yo.
—Así es. Y ahora que me obligas a acordarme de eso, tengo la pequeña impresión de que vi una pequeña chispa de esperanza en sus ojos. Sin embargo, lo olvidé pronto porque tenía en mente que nunca le había hablado del libro perfecto a su familia, como si eso les cerrara para siempre la oportunidad de poseerlo, pero si ahora dices que siempre sí sabían de él, y encima que uno de sus nietos vive también de la literatura… no sé, di por hecho que eso sería suficiente para hacer a Kiént cambiar de opinión acerca de la regla no escrita de empezar desde la infancia. No estaremos seguros hasta no ver su testamento.
Todo queda en silencio por un rato. Te sientes como si estuvieras frente una caja con un tesoro que no sabes si quieres; te preguntas inquieto si la elección de tu carrera fue suficiente para convencer a tu abuelo de mantener el libro perfecto en la familia, o si habían perdido la oportunidad desde la infancia. Al mismo tiempo te cuestionas si verdaderamente te interesa ser el poseedor del libro perfecto; una parte de ti siente que no lo mereces, otra siente que poseer ese libro te condenará a cumplir una tarea que quizá no te convenga, pero otra sentirá una insoportable curiosidad por saber lo que contiene ese libro y si de verdad es un texto que está en camino a la perfección literaria.
Después de un rato te levantas y dices:
—Gracias por la plática, señor Séker. Siento que ya me tenga que ir.
—Sí, por supuesto —dice y muestra una sonrisa infantil—, yo también tengo otros asuntos que atender, se supone que sólo iba a orar un rato y mire lo que sucede —rio de nuevo.
—Creo que nos veremos mañana con el notario, ¿no?
—Sí, ahí estaré para ver si sí o si no. Espero que mi presencia no le moleste a tu familia.
—Sí, no se preocupe, y sé que el libro será suyo.
Ambos salen y se despiden una vez más, entonces volteas y le preguntas, antes de que se haya alejado mucho.
—Señor Séker, ¿usted de verdad cree en orar en los templos?
Séker sonríe apenado, preso en una trampa de la que no se puede salir con lógica.
—Me relaja —dice levantando los brazos, como rindiéndose a un arresto.
***
El secretario: Familia de Kiént Bán, favor de pasar.
Los familiares ocupan con ceremonia sus asientos para escuchar el dictamen final de la herencia del amado abuelo. Tíos, tías, primos, primas, ocultan tras sus caras afligidas su esperanza de recibir un buen pedazo de lo que el abuelo obtuvo en vida. Dado que algunos de ellos habían venido de lejos sólo para el funeral, aprovecharon para solicitar una lectura grupal del testamento ante el notario en lugar de meramente enviarles copias del mismo, aprovechando que el abuelo había solicitado que algunas pertenencias fueran entregadas con testigos ante la autoridad.
El tío Míy (a su esposa): Oye, ¿quién es ese de ahí?
La tía Líe (mira de reojo): No sé; parece amigo de Írgend.
Séker siente las miradas interrogantes y les sonríe como si fuera un encuentro casual en un parque. Írgend se da cuenta de que su prima Biéda lo interroga con los ojos, siente que le insista una respuesta a la presencia del extraño y el porqué de su compañía. Se disculpa con Séker y se dirige hacia el grupito de la casa que lo acoge.
Biéda (recelosa): ¿Quién es ese hombre?
Írgend: Se llama Séker Ném, fue amigo del abuelo.
Biéda: Pero ¿por qué está aquí? (enojada) ¿Piensa que el abuelo le dejó algo?
Zái (a Biéda): No te pongas así. El abuelo tiene el derecho de dejarle lo que sea a quien quiera.
Biéda: Mientras no sea nada importante o de mucho valor.
Zái (a Írgend): Primo, ¿sabes de dónde conocía al abuelo?
Írgend (dubitativo): Me dijo que tiene que ver con lo del libro perfecto.
Biéda: ¿Libro perfecto? ¿Lo que mencionaste en el funeral?
Írgend: Eh, sí. Resulta que el abuelo siguió trabajando en él durante todos estos años, y esa persona fue… algo así como un ayudante o compañero. No sé los detalles. Sólo está aquí porque cree que el abuelo podría haberle dejado su libro.
Biéda: Ah, bueno. Si se trata sólo de eso, creo que no hay problema.
Zái: No sé. Es un proyecto del abuelo; debería pertenecer a la familia. No estoy seguro de que un extraño deba quedárselo.
Biéda: El abuelo tiene el derecho de dejarle lo que sea a quien quiera, ¿no, Zái?
Y como siguió un silencio incómodo, Írgend regresó al lado de Séker.
Írgend: Casi todos los hijos y nietos de mi abuelo ya habían olvidado el libro perfecto hasta que lo mencioné ayer, tal vez ni siquiera esperan que sea mencionado en el testamento.
Séker: Si es que al menos Kiént decidió ponerlo en su testamento, claro.
Írgend (mirándolo inquieto): ¿Es posible que ni siquiera lo haya incluido?
Séker (alzando los hombros): Te dije que con tu abuelo nunca se sabía. Puede que haya optado por no dárselo a nadie y dejarlo estancándose para siempre, a falta de alguien digno para continuar con la obra.
Entra el notario y todo queda en silencio. Se hacen las formalidades y se saca el testamento. No hay en sus gestos o movimientos el mínimo sentimentalismo ni reparo por las expectativas de los familiares, hasta se ríe por dentro a causa de los recuerdos, dados por la experiencia, de los chascos que se han llevado cuando no les ha tocado la parte de la herencia que daban por hecho que les tocaría. No hay mayor cabrón que un moribundo con fama de excéntrico acompañado de un notario.
El notario (se pone las gafas y lee): A mi amada familia, con los que compartí los momentos más agradables de mi vida, de la que estoy orgullosa y no me arrepiento de nada…
El parloteo sigue y sigue. Los familiares exhiben un rompecabezas de gestos que en suma forman la imagen de una sonrisa impaciente, que busca ser amorosa y forzar más tristeza de la que deberían mostrar. Desentona la tía Únza, que no puede evitar llorar al llegarle al corazón las palabras de su padre, esconde la cara entre las manos, Zái intenta hacer que se calme, Biéda observa a los demás con vergüenza ajena. Írgend y Séker casi se han vuelto sordos a todo ese desfile de sentimientos. Írgend siente raro que su abuelo pudiera expresarse de ese modo tan emocional, pero luego piensa que de seguro es para complacer a las costumbres que rigen las formalidades de la muerte. Finalmente pasan a las herencias. Uno a uno se dan objetos y propiedades, pasando los aludidos a recoger papeles, llaves, etc. Los tíos y los primos por instantes borran sus sonrisas para presentar una triste vergüenza, pues no se debe uno poner nunca contento o enojado, y siempre hay que actuar como si no se mereciera nada de lo heredado al mismo tiempo que se muestra agradecimiento por haberlo recibido. La familia de la tía Únza recibe una pequeña propiedad del abuelo en Kórens, la cual les podrá dar buenos beneficios si la venden, pero pese a eso la tía Únza no sale de su pesadumbre, la vergüenza ajena se contagia a todos con más agilidad e intentan prestar más atención al notario. Continúa la lectura del testamento por media hora más, hasta que llegan al artículo final.
El notario: Mi última posesión material, si acaso la más preciada de todas, es conocida por todos mis hijos y mis nietos, dado que desde sus infancias intenté que fuera parte de sus vidas, pero sus destinos no estaban dirigidos hacia esa dirección. Estoy hablando de mi libro perfecto (Írgend y Séker ahora prestan toda la atención; entre los familiares hay murmullos de sorpresa), el libro que abarca todos los libros del mundo, que nunca debe ser publicado a ningún costo, cuyo valor está en su propia ambición y su objetivo es su proceso mismo. Me había desilusionado al ver que nadie se interesaba en él y a poco estuve de dejarlo fuera de la familia (la sonrisa expectante de Séker se apagó con amargura y mantuvo el aliento), pero finalmente he decidido dejárselo a mi nieto Írgend, que si bien fue tan indiferente como el resto durante su infancia, lo considero el más adecuado para continuar con este proyecto que nunca debe terminar.
Algunas miradas voltearon hacia la parte de atrás, donde estaba Írgend manteniendo la respiración, estupefacto y dividido en mil opiniones. Mientras el notario acababa de leer la despedida de Kiént Bán, y daba información acerca de los procedimientos legales para algunas de las propiedades que aún había que atender, Séker se despidió de Írgend con la misma sonrisa amigable con la que lo había encontrado en el templo del dragón.
[5] Destruido en nuestro mundo por un incendio en 1998.
[6] Los dragones Danzílmareses están basados en diferentes reptiles con plumas, siendo los inspirados en tortugas los más frecuentes.
[7] Los Danzílmareses suelen mirar hacia arriba cuando se enteran de algo que les sorprende.
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