La realidad de Yáke y Sínke 33: Las realidades

 


Las realidades enloquecen y zarandean a los gemelos de un lado al otro.



“Si pudiera ser el autor de mi vida, en vez de sólo un personaje…”
Tyúni

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Se situó en la cima del gran altar, imponente cilindro blanco que marcaba el centro de la isla de Útod, reina del místico lago Dên. Ahí meditó por varios días hasta que dejó de escuchar las voces, o más bien cuando por fin logró ignorarlas y le fueron tan indiferentes como los cantos de los grillos en una noche cualquiera[1]. De un salto bajó los más de cien metros de caída. Abajo lo esperaba Télke, el anciano calvo en harapos grises.
—¿Has terminado, Yáke?
—Ya casi, pero ese sentimiento de elevarme hacia un vacío que no termina de absorberme me provoca un enorme desasosiego. Tengo que alejarme de ese gran imán que me atrae como un rayo al pararrayos.
—¿Qué es un imán, y qué es un pararrayos?
Y a mitad de esa selva apenas se oían pájaros o ramas de árboles, tal era el respeto que sentían todos los seres vivos hacia el santuario.
—No son nada.
Bajaron las trescientas escaleras blancas hasta los pies de la pirámide[2].
—¿Cómo va tu libertad?
—Tengo que probarla.
Se elevó un pedazo de tierra. No movió ningún músculo. El montículo comenzó a deshacerse grano por grano por varias horas hasta que quedó uno sólo, minúsculo, apenas más visible que los átomos de oxígeno a su
No, así no es, exagerada comparación, forzada.
De una abanicada de su mano apaga el fuego que amenaza con acabar con el páramo de hierbas, un desierto verde y gris, mezcla de pastizal con desierto.
¿Tantas horas esperando como idiota a que ese montículo se despedazara? Ya está bien el campo, hermoso e inútil como antes. “Vamos, alimenta la belleza del mundo natural, te liberé del fuego que te quería consumir”[3].
—Gracias, Yáke —dice el campesino—, gracias a ti el páramo ya no está en llamas.
—Cabrón —dice Yáke—, justamente estaba meditando algo importante.
—¿Qué era?
—Ya no lo recuerdo.
El campesino se quita su enorme y amarillo sombrero de palma, el rostro moreno quemado y arrugado, dientes amarillos, sonríe mirando la mañana.
—Sólo en esta parte del páramo uno siente como el viento te quita la sed con su frescor.
—Frescor de sandía recién partida, rebanada, quita-sed-sonrisa[4], pero el viento que sale de mis manos es mejor.
—No creo que lo
[5]Yáke
¿Cómo termina esa frase? ¡Carajo, no se me ocurre nada!
Éla
No te preocupes, ya pensarás en algo.
Yáke
Y encima debo pensar una explicación de por qué es tan libre como para apagar un incendio de un golpe de aire, ya sabes; para que no sea inverosímil.
Éla
(Toma un bate de béisbol y le pega en la cabeza)
¿Ya se te ocurre algo?
Yáke
(Tirado en el suelo)
Ya sabes que estos golpes no me ayudan de nada, sólo me provocan esto.
El suelo
Yáke está duro como yo.
Yáke
(Con un rostro rojo hace que todos los muebles formen un corazón a su alrededor con la fuerza de su mente)
¡Inspírame!
Los muebles
Corazón.
Ále
(Sale de la nada)
Muy bien, Éla. Yo por debajo y tú por arriba.
Éla
Ya voy, estimado. Te inspiraré.
—No, esperen, yo les juro que no soy así.
Yáke se levantó del estrado y señaló enfadado la pantalla.
—Juro que mi lengua nunca ha hecho eso de ese modo.
—¿De qué está hablando, acusado Yáke? —enfadado el juez Zúruk.
En la pantalla pasaba un bucle de Yáke resbalándose con una cáscara de naranja y cayendo en el suelo, un camión pasó sobre él y se volcó, resbalando por la calle y despedazando varias tiendas, mientras que Yáke permaneció intacto. Estaba siendo demandado por daños a la propiedad ajena.
—Señoría —Yáke suplicante—, no es mi intención tener un cuerpo tan prodigioso, ¿qué culpa tengo yo de que para mí sea papel lo que para ustedes es acero?
Pifias despiadadas del jurado.
—Te crees muy especial, bestia anormal.
—Deberían desterrarte del planeta a un mundo de ficción.
—Y yo aquí sin quien me defienda —Yáke con mano en la frente—, afronto malvada burocracia que me acusa de mi ser y mi estar, alienígena en un universo que no me quiere ni respeta ni nada, pues si es verdad que soy lo que mis decisiones han elegido, también es verdad que soy lo que los otros de mí han hecho aún antes de haber caído en vuestro mundo.
—Encima existencialista —el juez Zúruk más enojado—, esos llorones deberían ser enviados al sol. ¿Cómo declara el jurado al acusado?
—Señoría, declaramos al acusado culpable de ser un llorón.
—¡Ay de mí! —Yáke lastimero.
—En ese caso —el juez Zúruk hirviendo de ira— te condeno a que te sometan a las más horribles torturas hasta que se te quite lo ficticioso[6]
Esa palabra no existe. O tal vez algo de mis experiencias me hizo recordarla. ¿Debería tachar toda esa parte, modificarla o solamente

***

Sínke se convirtió en gaviota para huir de la chusma que lo perseguía en la playa. Se le va la forma sin poder controlarla. Cabeza en parte de hipopótamo, cola de león, dientes de cocodrilo y ojos de caracol[7]. Voló por el océano.
—¡Vuelve acá, cabrón! —puños cerrados ondeantes se volvieron la gran cordillera del centro de Danzílmar.
Sínke voló entre las rocas temblorosas. Aludes erraban en su intento de tumbarlo. Pasó por encima de la ventana de la puerta del despacho del doctor Délo y una lanza se clavó en la puerta[8].
—Doctor Délo, ayúdeme.
Volvió a su forma original. El doctor Délo, que era un ojo del tamaño de un gato[9], flotó sobre su inamovible roca y se acercó a una palmera de la playa.
—Toma ese palito de ahí y escribe sobre la arena lo que quieras comunicar.
Sínke tomó el palito de paleta e hizo garabatos en la arena. El doctor Délo lo leyó:
Érase una vez un bichito al que le encantaba ir por ahí todo el día diciendo “soy un bicho, soy un bicho, soy un bicho, soy un bicho, soy un bicho”. Sínke lo vio y lo tomó en sus manos y preguntó: ¿Quién eres, pequeñín? Y el bicho contestó: Soy un bicho, y Sínke preguntó: ¿Y qué te gusta hacer?, y el bicho contestó: A los bichos nos gusta ir por ahí todo el día diciendo “soy un bicho, soy un bicho, soy un bicho”. Y tras escuchar lo mismo por trescientas cuarenta y dos millones ocho veces, se lo comió[10] y siguió leyendo lo que estaba escribiendo en su libreta:
Hoy convertí un vaso azul de plástico en un muro gigante de cristal. Ojalá no hubiera tenido que empeñar mis riñones para conseguir ese vaso, y también me dejé el líquido de mis caracoles y mi ácido gástrico. Alquilé mi casa a sólo diez yáos el mes y voy a tener que prostituir mi cerebro y cuerpo para conseguir rocas y espinas de pescado para comer[11]. ¡No!, tacha, tacha, tacha
—¿Qué estás escribiendo?
Sínke se levanta de la arena y observa sorprendido al hombre feo de dientes amarillentos.
—Escribo mis memorias de otras realidades, mundos en los que nunca estuve y de los que, sin embargo, sé. ¿Y tú quién eres?
—Yo soy Virag, posteriormente Bloom. Salí en un capítulo del Ulises pero nadie se acuerda de mí. Ayúdame, Sínke, nadie me quiere dar trabajo y quiero aparecer en otra novela, una en la que tenga una importancia más grande que la de sólo aparecer en una alucinación.
—Escuché que en Híns hay un escritor que quiere escribirle una secuela al Ulises, el libro se va a llamar Eneas[12], y va a tratar sobre un día en la vida de Simon Dédalus, y en algún momento se encuentra contigo antes de suicidarte[13].
—Allá voy…
Fue todo el camino hasta la ciudad Híns en la península occidental y llegó a la casa del autor.
[14]—Así que quieres que te incluya en mi novela, Sínke —se reirá malvadamente.
—Sí —suplicará Sínke de rodillas—, ya no quiero ser un onimat de esos que pasan en la tele, quiero ser un personaje serio, que trate de los grandes problemas y preguntas de la vida de esos libros voluminosos aplasta-cucarachas que nadie lee.
—Entonces debemos crear tu personaje, pásame esa tijera con la que arreglo a mis personajes.
—¿Ésta de aquí?
—Exacto, ahora vamos a moldearte. Tus orejas están muy largas, hay que recortarlas. Diez dedos en las manos son demasiados, tendrás sólo cuatro. No necesitas dos ojos si ya tienes uno, y nunca me gustó la carne de tu muslo derecho ni el dedo medio de tu pie izquierdo[15]. Fuera, fuera y fuera.
—¿Así estoy bien?
—Todavía no, ahora hay que agregarte cosas. Veamos —revolverá en su cajón sin fondo y sacará varios frascos—, para hacerte creíble, necesitas tener defectos y virtudes, tomate este frasco que te dará granos en la cara, un ligero sobrepeso e incapacidad para montar bicicleta. Este frasco te hará tenerle náuseas al queso y a las flores. Éste te hará propenso a las caries. ¡Huy!, necesitamos trabajar en tus defectos. También tendremos que quitarte virtudes. Fuera tu habilidad de manejar los elementos, fuera tu capacidad de transformarte en animales, fuera tu capacidad de leer mentes, fuera tu superresistencia que te hace casi inmortal. Mucho mejor, mucho más veraz[16].
—¿Ya estoy listo?
—Aún no, falta idear una buena historia para ti. Nada de grandes historias; eso lo han matado los posmodernistas, a mí me la sudan los que dicen que existen historias universales, yo te pondré en una historia en la que no pase nada, vivirás una vida de pordiosero que los lectores identificarán como una crítica a la pobreza y miserias del mundo, así te convertirás en un personaje importante y no trivial.
—Ya ansío ser parte de esa obra.
—Ahora entrarás ahí.
[17]“¡Lárgate de aquí, pordiosero asqueroso!”
“Oh, discúlpeme, señor. Oh, cómo me has dejado, realidad: hambriento y lleno de garrapatas hasta en el ombligo, pero soy optimista y sé que si sigo hacia adelante con fervor podré superar todas las vicisitudes, intentaré que me regalen un poco de carne putrefacta y vegetales carcomidos por gusanos en esa casa. Disculpen, amables señores, ¿no tendrán por casualidad algún mendrugo semidigerido y podrido que les sobre para calmar la intensa hambre de este pobre miserable?”
“No, sucio vagabundo, no hay nada para ti. Somos tan pobres nosotros que tenemos que comernos hasta la mugre de nuestras uñas. Aunque tu miseria nos haga sentirnos más agradecidos con lo poco que tenemos, de todas formas te diré que te largues”.
“¡Oh, miseria, agria y seria miseria! Aquí en mi charco de vómito de borracho, mi único ojo es suficiente para ver tanta peste de charcos nauseabundos y perros sarnosos que asquerosamente le lamen los dedos a los borrachos que han caído perdidos, buscando el más mínimo rastro de sabor de alguna carne que aquellas miserables manos hayan tocado. ¡Ayuda por aquí, por favor! Ayuden a los pobres que no saben nada y que no pueden hacer filosofía porque los alaridos de las tripas superan a los gritos de la mente”.
“Lo siento, pobre vagabundo, pero este pan es para mis hijos que están enfermos de lepra, lombrices, piojos y pereza, ve al otro distrito donde viven los ricos, tal vez ahí te den algo”.
“Oh, con gran pena dirijo mi vejado y amputado cuerpo hacia los ricos con la esperanza de que me dejen lamerles la carne que les ha caído a los pies. ¡Ayuda al hambriento, al miserable que no puede filosofar porque los aprietes del hambre superan a la desesperación de la mente! Amable rico que vas sobre tu brillante transporte de oro, me hice yo pobre para que tú seas rico, dejé de tener yo para que tú pudieras tener, tu gordura es resultado de mi flacura; tu sonrisa, resultado de mis muecas de dolor. Déjame ver tu corazón tras esas ricas vestiduras tradicionales de nuestro miserable país, apiádese tu sed de riquezas por un instante para darle una pizca de dignidad a un semejante tuyo, apártese de tu avariciosa mente todo deseo de oro y plata para saciar tu hambriento bolsillo”.
“Miserable vagabundo, ¿cómo te atreves a pedirle a un rico que se haga un poco menos rico para hacerte un poco menos pobre? ¿En qué realidad crees que vives? Aquí los ricos nos hacemos más ricos, los pobres se hacen más pobres y no hay nada que puedas hacer para evitarlo, acepta esa realidad y resígnate como buen ser humano maduro, no te rebeles contra ella como adolescente caprichoso. Avancen, mis bestias”.
“¡Oh!, me han pisado los moas, me han roto todos los huesos, la sangre me sale por la boca y mis entrañas están desparramadas sobre charcos de orines de caballo. Moriré, moriré como un ser miserable, como un ser desdichado, como un maldito miserable sin historia ni importancia, pero moriré como alguien real, como alguien serio, y no como un privilegiado ser divino. ¡Pero no!, no es verdad, ese autor cabrón me engañó, no estoy en un mundo importante que refleje la realidad de la vida; estoy en un mundo caricaturizado, en una forzada y simplista crítica de las clases sociales. ¡Maldito Autor Cabrón[18]! Me has hecho partícipe de un mundo banal sin rigor ni sutileza

Morí, pero aparecí en mi casa junto al pato, él me dijo que había estado durmiendo mucho, y leyendo dormido y tocando el piano dormido y comiendo dormido y bebiendo dormido y soñando dormido y corriendo dormido y roncando dormido y gritando dormido y cantando dormido y arrastrándome dormido y hablando dormido y durmiendo dormido y

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dejarla así. Revisar de nuevo para ver si puedo darle mayor calidad literaria; nada de facilidades del lenguaje como decir “una especie de”.
—¡Oye, no me ignores! ¡Concéntrate en nuestra pelea! ¿Qué carajo estás escribiendo?
El bicho rojizo del espacio enfurecióse y retorció su cucarachoso cuerpo en el aire. Brillábanle las patitas porque estaba cargando su potentísimo ataque destruye-planetas.
—Lo siento, Samsa Trivial —bostezó Yáke—, pero es que eres aburrido.
—¡Imbécil! ¿No sabes que yo he destruido cientos de planetas con uno solo de los disparos de lucecitas de mis patitas?
—¡Bah! —Yáke aburrido—, yo suelo matar seres que con el golpe de un meñique han destruido millones de planetas.
—¡Ya verás, imbécil! Cuando te mate voy a destruir este planeta y a todos los que viven aquí, menos a los pajaritos, pues son omnipresentes.
—Sí, ya sé, se supone que yo debo salvar este planeta. ¡Por favor! Esto es el posmodernismo, ¿qué pasó con la muerte de las grandes historias épicas? ¿Qué pasó con las pequeñas historias? Esta clase de premisas déjaselas a las masas, no a mí.
—Te equivocas —en las patitas se formaron grandes bolitas luminosas de plasma calientisisísimas—, esto es el neosuprairrealismo[19]; las historias épicas ahora vienen de otros universos. Ahora ¡muere!
Fiúuuuuuuu disparavolantes las luminosidades hirvientes impactan en vano el cuerpo de nuestro valiente héroe que nunca retrocede ante el peligro. Por cierto, están en un desierto[20].
—¿Pero qué? ¡No es posible!
—Te dije que estoy acostumbrado a luchar contra entes más libres que tú. Esto no es más que una mezcla de energía térmica y energía nuclear condensada en bolitas luminosas de plasma, lo cual mi cuerpo absorbe sin recibir ningún tipo de daño y se alimenta de ellas.
—¡Maldito seas!
Yáke tomó a Samsa Trivial del pescuezo y llevólo volando a la velocidad de la luz hacia el sol. Samsa Trivial retorcíase intentando liberarse del agarre y temblaba por el calor del espacio.
“Carajo, voy a tardar ocho minutos en llegar, quiero que esto termine antes”. Aumentó al doble de la velocidad de la luz, luego al triple y al cuádruple hasta que llegó al sol en un instante. Samsa Trivial despedazóse con gritos silenciosos en instantes. Yáke decidió aprovechar que ya estaba ahí para darse un sabroso baño de sol en el sol. Las ropas se le hicieron pedazos y desnudo nadó entre las lenguas ardientes de la corona, avanzó hacia el interior y se relajó entre el calor insoportable y los químicos bullentes, en la superficie se durmió por algunos días hasta que un estallido solar lo despertó. “Tengo que volver a la tierra para salvarla de cualquier otra estupidez. O mejor no, mejor me quedo aquí para siempre en el sol; o mejor aún, me voy a otro sol, como al Cannis Majoris, ahí debe sentirse todo mucho mejor”. De un golpe de súper poder controla-energía[21] destruyó el sol, la supernova resultante fue para él como una brisa refrescante junto a un mar tropical. Una vez jodido todo, se fue de la galaxia y viajó mil veces la velocidad de la luz en un letargo del que de algún modo no se despertó
[22]Borró el de algún modo.
“¿Qué acabas de decir de las facilidades del lenguaje?, sé consistente”
La goma rosada golpetea sobre las palabras en la libreta.
“¿Qué clase de historia podría darle a un ser con tanta libertad?”
“Eso me recuerda a un chiste malo: ¿por qué un dios nunca ganará el Nobel de literatura?: Porque sus escritos están llenos de Deus Ex Machina”.
[Jajajajajaja]
“Ni una puta gracia”
“Mejor averiguar por qué está todo tan oscuro”.
[Plum, plum, plum]
“¿Qué es eso?”
[Plum, plum, plum]
“Lo sé. Son sutiles y pianos latidos de corazón”.
[Plum, plum, plum]
“¿Pero qué corazón?, no hay nada en esta oscuridad, mucho menos un corazón”.
[Plum, plum, plum]
“Es el corazón de la noche oscura”[23].
[Ja, plum, ja, plum, ja, plum]
—¿Qué es lo que escribes, Yáke?
Al voltearse, el cuadernillo y la pluma cayeron de las manos de Yáke. Yúska estaba acostada en su cama plegable, la habitación desordenada como de costumbre, la luz del sol poniente pasaba a través de la cortina amarilla y caía sobre su rostro famélico. Su delgadez era extrema, su piel acartonada y quebradiza; parecía que iba a desprenderse con cualquier contacto. Con apenas fuerza, respiraba pesadamente en su lecho de muerte. Lo único en ella que se negaba a morir era su sonrisa de parábola, la cual arrugaba sus labios secos. Temblaba. Los músculos intentaban jalar esa boquita hacia una posición horizontal, desesperanzada. Sus ojos, hundidos y ojerosos, perdían poco a poco su brillo y parpadeaban con mucha frecuencia.
—Algo que voy a leerte algún día —dijo Yáke—, cuando nos veamos de nuevo.
Yúska rio jovialmente. Su risa era seca pero todavía con energía. Tosió después de reír. Yáke se puso a su lado y le tomó de la mano huesuda y temblorosa. Lo hizo diciéndose que no debía hacerlo, queriendo salir corriendo de ahí, queriendo que el Yáke que escribía este fragmento se detuviera.
—Yáke —dijo Yúska entristeciéndose, la voz se volvió más hueca y apagada—, perdón por no poder quedarme más tiempo, pero fue divertido estar contigo. Me hiciste ver que nuestra realidad no es la única, me siento privilegiada por haber viajado contigo a pesar de todo lo malo. Quizás sólo aparezca en otra realidad, una en la que todo haya salido bien, y quizás estés ahí conmigo, todos los siete juntos otra vez, viajando entre los universos paralelos eternamente hasta volvernos sabios… o estúpidos.
La mano que Yáke sujetaba perdía fuerza, pero no la voluntad. Yúska escurría espesas lágrimas opacas, se volvían pequeños charcos en sus mejillas grises.
—¿No quieres que llame a tu padre para que esté contigo?
Yúska se aferró a su mano sacando sus reservas de energía, y con la misma voz hueca y cansada, pero movida por una gran voluntad, dijo:
—Por favor, quédate.
Yáke fue testigo de cómo aquellos labios secos se iban fundiendo y descendiendo hasta apagar por completo su sonrisa, cómo la piel perdía el resto de su color con la lentitud del atardecer, cómo los latidos de su corazón desaceleraban hasta convertirse en murmullos, cómo los temblores de la mano se detenían y ésta comenzaba a caer. Yáke no la soltó; se quedó sujetando todo el peso de esa mano. Los ojos de Yúska fueron lo último en apagarse; miraron al gemelo con una paz que fue menguando hasta convertirse en una frialdad parecida a la del semblante de Yáke en sus momentos de mayor indiferencia. Cuando la cabeza de Yúska cayó, mirando hacia la derecha con los ojos muy abiertos, su rostro carecía de toda expresión humana, sin ojos muy abiertos sin brillo alguno. Se había vuelto un costal de células, listas para marchitarse en una tumba.
Re2 y re3 tocados por cuerdas con un sonido eléctrico distorsionado durante la duración de dos cuadradas en un tiempo adagio
#Es morta, es morta, l’has matada![24]#
Yáke lanza lejos la libreta; en sus ropas cafés y roídas, sube con bastón el tembloroso volcán que exhala el humo que le entra por la nariz y la boca.
<Tú has eso hecho, porque tú su ficción no soportabas>
/La ficción es un cáncer, como tú ya sabes, y es el deber de la realidad combatirla/
Kányu baja caminando del tembloroso volcán.
—¿No crees, Yáke, que es justamente lo contrario? El cáncer es la realidad, aquella que nunca has experimentado directamente y a la que, sin embargo, quieres pertenecer —alza las manos y le grita, mientras lo ve alejarse hacia la cima—: ¡La realidad es el cáncer, la ficción es la cura!
Sol#4, 5 y 6 tocados por alientos en trémolos de semigarrapateas en un tiempo allegro
Yáke llega a la cima. Hínta está ahí; con ojos escépticos sale del humo y habla sin mirarlo.
—Vas a huir de nuevo, ¿verdad? Pues hela ahí, la lava del volcán. Aviéntate si quieres, pero de nada servirá; tu cuerpo soportará el calor como si fuera un fresco baño y aparecerás en otro lugar. Eternamente condenado a viajar hasta que aprendas por fin.
Yáke se lanza al vacío, cae en la lava y se hunde hasta el fondo. Se hunda más y más en las entrañas de la tierra.
{No habrá escape de tu naturaleza en ningún universo paralelo}
Se vuelve agua la lava. En traje de baño, se encuentra en un lago perdido en una selva nocturna. Áte se acerca a la orilla.
—No importa a cuantos universos viajes, Yáke, ninguno te parecerá real. No sirves para la realidad.
[Condenado a nunca sentirte en la realidad]
Yáke sale del agua y tiembla; la oscuridad de la jungla le llena de miedo. Cae retorciéndose de un insoportable dolor de estómago.
Está en una camilla. Séntsa, tras una mascarilla azul y en traje de enfermera, va corriendo empujando presurosamente la camilla por los pasillos del blanco hospital, y grita sarcásticamente:
—¡Rápido, rápido, lo perdemos! A este pobre lo está matando su realidad, ¡pobrecito! No te preocupes, te llevaré a donde deben ser llevados los quejumbrosos como tú.
Una enorme ventana abierta sin cristales, bajo la cual hay un enorme basurero lleno de podredumbre humana; cae, cae, cae.
Mib5, sol5,si5, re6,sol6,sib6 tocados por cuerdas

***

muriéndome dormido entre calambres y gritos o intentos de gritos que no comenzaban ni terminaban de salir, flotando de un lado al otro con la piel entumecida temblorosa y rígida como en una parálisis de sueño. El pato me preguntó cuánta libertad estás adquiriendo ahora, y yo sentía que me inyectaban soles y átomos y gravedad y electricidad, yo respondí entre gritos de dolor me estoy convirtiendo en un ser más libre, y él me dijo imposible, y para demostrarlo lo tomé del pescuezo y lo convertí inundado en dolor en una flauta y luego en un árbol y luego en una campana y luego en un libro gigante y luego en mí mismo y me solté
Siente el cuello liberado. Mira hacia las altas montañas donde luces esplendorosas fulgen como espíritus inquietos. Kányu se le aproxima por entre las rocas y le toca el hombro.
—¿Qué buscas, Sínke?
—Busco mi universo al otro lado del horizonte, pero las realidades me zarandean y nunca llego.
—Ya sabías que esto pasaría, ¿verdad?
—Sí, sólo hay cuevas dentro de cuevas, el horizonte sigue ahí y es inalcanzable, tal vez deba resignarme y aceptar vivir en esa realidad que me acogió.
—¿Es eso lo que deseas?
—No lo sé.
—¿Qué hay al otro lado del horizonte que te haga más feliz que en la otra realidad?
Sínke sentirá la mano del desvaneciente de Kányu colocar algo en su hombro: una cajita musical, regalo para su novia en millones de universos.
“A veces la felicidad y la realidad no van de la mano”, dirá y la abrirá. Adentro estaba una pequeña Yúska. El sonido del viento chocando contra los peñascos elevados y las olas impactando contra las rocas formará una sinfonía natural difícil de ignorar.
“Elige, Sínke, felicidad o realidad”, dirá Yúska.
“Es una felicidad en un mundo que no es mío.”
“Felicidad o realidad.”
“Es una realidad que no me hará feliz.”
“Felicidad o realidad.”
“La felicidad de las ficciones no me hará feliz a largo plazo en la realidad.”
“Felicidad o realidad.”
Sínke lanzará la cajita musical lejos y correrá frenéticamente hacia los acantilados.
“¡Huye de nuevo! ¡Viajarás de realidad en realidad por el infinito hasta que te vuelvas sabio o loco!”
Sínke saltará. Las rocas puntiagudas recibirán su cuerpo como si estuvieran hechas de papel
Saca la cabeza del agua, nada hacia la playa, arrodíllate a los pies de Séntsa y pídele que te mate para ver si así regresas a tu mundo. Ella te dirá que no tiene medios para hacerlo, nadie puede matarte ahora excepto algo igual o más libre que tú, y piensas que el único así es tu hermano. Ella te preguntará por qué intentaron matarse en aquellos mundos que comenzaron en una escuela y terminaron en un carnaval. Dile que pensaban tontamente que uno debía morir para activar los viajes pero se les salió de control. Ella no te creerá. Dile que en el fondo se tenían rencor por el asunto de la apuesta que nadie ganó, que era una representación irracional de una apuesta que debía ganarse. Ella no te creerá. Dile que aquellos alter egos tenían de por sí naturalezas y deseos de muerte ajenos a los suyos y que no fue su culpa que cayeran en ellos y no pudieran controlarlos. Ella no te creerá. Levántate entonces, y mira extasiado el humo que sale a borbotones del volcán y dile que todas esas razones se mezclaron incontrolablemente, que todas ellas son verdad al mismo tiempo sin excepción. Ella entonces te creerá. El volcán entrará en erupción. Te parecerá tan grande que pensarás que el mundo entero se partirá como cuando lo destruyeron con sus propios puños. Te dejarás bañar por esa lava ardiente como si fuera el agua refrescante de una cascada de la selva de Yáok.

***

Cae Yáke y Sínke se sacude la lava. Sínke lo ve y le da un golpe en la cara que no lo mueve de su lugar; Yáke responde con un puñetazo similar. Se enfrascan ahora en una batalla tan colosal que esa realidad se fue desmoronando con cada golpe. Una patada de Sínke y la tierra completa se hizo polvo; una patada de Yáke y el sistema solar quedó despedazado. Se entrelazan y forcejean con tanta fuerza que crean agujeros negros ahí donde ponen un poco de presión. Al golpearse, el espacio-tiempo se contrae y deforma la imagen del universo, haciéndolo temblar como las imágenes de un lago al lanzar dentro un diluvio de piedras. De otros golpes despedazan secciones enteras de las galaxias con sus planetas y estrellas. Se hacen gigantes y de un manotazo desaparecen las galaxias más lejanas. El manto del universo comienza a desquebrajarse como la cáscara de un huevo, y finalmente se rompe igual que un cristal de una pedrada.
Los hermanos se detienen y observan la nueva blancura que salió detrás del teatro del universo. Muy lentamente, una sensación familiar y muy cómoda tranquilizó sus corazones. La mera contemplación con todos sus sentidos les hacía percibir un arrullo suave, o más bien una vibración del espacio que se sentía familiar, inherente a ellos. No había imágenes ni sonidos; sólo la dulce certeza de estar ante las puertas de la realidad madre.
—El horizonte —dijo Sínke, embelesado.
Yáke también lo miraba con la boca abierta, pero por un extraño motivo: estando ya en frente de él, empezó a sentir una indiferencia desconcertante, y sonrió dolorosamente. Sínke volteó hacia su hermano, luego hacia el horizonte y sollozó con las manos en la cara.
—¿Viniste a buscarme? —preguntó Yáke.
Sínke descubrió su cara llena de lágrimas.
—No, hermano. Sobreviviste y quise saber qué habías experimentado.
—Entonces, ¿no estoy muerto?
—No.
—Entonces este horizonte no es real.
—Tal vez sí lo es, sólo que no es necesario morir para llegar a él.
Yáke miró a su hermano con tristeza.
—¿Estás a punto de morir?
—No, en cualquier momento me debes descubrir y me bajarás de mi patíbulo. Creo que ya lo hiciste, empiezo a sentir los efectos del despertar.
—Yo también vuelvo a sentir la vida.
Los corazones de ambos habían vuelto a bombear y los pulmones a respirar. Ambos sentían sus pulsos y sus respiraciones desde el universo en el que se habían matado.
—¿Qué haremos, hermano? —preguntó Sínke— ¿Deberíamos cruzar ahora que tenemos tiempo, antes de revivir?
Yáke no dijo nada, pero dirigió a su hermano una sonrisa extraña, nunca antes vista en él, como una nostalgia que le resultara graciosa, que al recordarla también le llenara de paz.
—Yáke, yo tampoco me quiero ir aún.
—¿Consideras que hemos perdido, Sínke?
—No, hermano. Volveremos algún día, esta vez sin morir, y cruzaremos al otro lado.
—¿Qué día será ese?
—Uno muy lejano, tal vez, pero no antes de haber vivido plenamente en nuestra realidad adoptiva.
Yáke asintió y miró por última vez al horizonte, su hermano lo imitó.
—Así será.

***

Lentamente la suavidad de las sábanas de hospital sustituyó el vacío letargo de sus sentidos provocado por la falta de sangre en el cerebro. Primero registró los sonidos de su hermano, sentado a su lado, y luego apareció su figura nítida, de aspecto reprochante pero contenta, una alegría maliciosa.
—Bienvenido de vuelta a nuestra realidad, hermano.
Yáke tardó unos segundos en recuperar el control de sus cuerdas vocales.
—¿Tú me salvaste?
—Por así decirlo; sólo corté la cuerda y te traje hasta acá. Los médicos intentaron reanimarte, pero el desfibrilador se quedó sin energía tocar tu cuerpo, como si la electricidad hubiera sido absorbida, creo que ya sabemos de dónde viene eso. Luego intentaron inyectarte adrenalina, pero las agujas no pudieron penetrar tu piel. Fuiste tú el que poco a poco se recuperó; tu propio cuerpo tomó energía para seguir viviendo a pesar de que tu corazón ya no latía. Me pareció como si el oxígeno, al que nuestros cuerpos aún parecen estar sujetos, hubiera sido respirado por tu piel, aunque sólo es mi idea. Todos dicen que fue un milagro.
Yáke se incorporó, se bajó de la cama y se dirigió al armario para buscar su ropa y cambiarse de la bata de enfermo. Sínke lo detuvo de los hombros y lo miró a los ojos.
—¿Estás seguro de que estás bien?
—Quiero irme de aquí.
—¿Volverás a hacerlo si te dejo ir?
—No, ya no lo haré.
Entonces Sínke, sin avisar, lo abrazó. Con los ojos cerrados, apretó con fuerza fraternal el cuerpo de su sorprendido hermano gemelo. Yáke le correspondió el sentimiento de hermandad y lo abrazó con la misma calidez. Sintió la honesta alegría de su hermano a través de ese contacto; era exagerada, pero tan conmovedora que no pudo sino corresponderle al mismo tiempo con una fuerza similar, contagiado incluso por el temblor de sus sollozos. Era la primera vez que los hermanos se abrazaban de ese modo, aliviados del miedo de no volverse a ver. Nunca antes habían sido tan conscientes de que, al fin y al cabo, habían venido de la misma carne y sangre, y de que uno no era sino la bifurcación del otro, del mismo modo que un universo lo era de otros universos.
Se separaron. Sínke secó rápidamente sus lágrimas; Yáke sacó su ropa del armario, se quitó la bata y empezó a vestirse.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión, hermano? ¿No decías que estabas convencido de que la única manera de salir de este mundo era muriendo?
—En parte así fue, pero las circunstancias han modificado mis opiniones.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que sentiste mientras estabas muerto?
—Estuve viajando, mucho. He visto y sentido tantas cosas, mis alucinaciones se materializaron en universos reales; fui a otros mundos que al mismo tiempo eran parte de mí.
Terminó de vestirse. Sínke se sentó en la cama, meditativo.
—¿Así que no hay realidad original nuestra? ¿No hay nada más allá de ese horizonte? Entonces no hay un afuera de la caverna, solamente infinitas cavernas existiendo simultáneamente.
Yáke se terminó de calzar, y lo miró con sosiego.
—Estrictamente hablando, no llegué a morir; no logré alcanzar el otro lado del horizonte, así que no lo sé.
—¿Sientes algo ahora, a algún alter ego? Yo he estado teniendo tantas sensaciones desde que regresamos, opuestas, contradictorias. Si hubieras llegado a morir, una parte de mí habría decidido seguirte, pero otra habría decidido quedarse, ¿qué hubiera debido hacer? ¿Esos viajes que tuviste valieron la pena como para intentarlo?
Yáke se le acercó y habló serenamente.
—Desde un panorama general, es inútil preocuparse por eso dado que todo está sucediendo ahora mismo, infinitamente. No podemos ver desde el exterior para discernir qué decisión hubiera sido la más deseable; sólo tenemos la realidad en la que nuestra conciencia funciona, aunque por dentro seamos una legión de infinitos.
Se dispusieron a salir.
—Por cierto —dijo Yáke—, te encontré al final de mis viajes.

***

Al día siguiente, cuando Yáke volvió después de pasar toda la noche en casa de Yúska, sintió el cuerpo de su hermano balanceándose en su habitación apenas puso un pie en los terrenos de la casa. Por breves instantes se volvió etéreo, atravesó rápidamente las paredes de la mansión y llegó frente al cuerpo de su hermano ahorcado. Cortó la cuerda con una ráfaga de viento afilada y lo recibió. Su hermano estaba rígido. Esperó, pensando que se recuperaría naturalmente como él lo había hecho, y tardó tanto que estuvo a punto de intentar reanimarlo metiéndose en su cerebro y reanimando su corazón, pero súbitamente su respiración y sus latidos reaparecieron. Ahora sólo estaba dormido. Lenta y pacíficamente, Sínke descansaba de sus viajes. Yáke lo llevó a su cama y lo custodió por varias horas. Cuando Sínke volvió en sí, éste le sonrió plácidamente.
—Tenías razón, hermano. Estuviste ahí conmigo, al mismo tiempo los dos, frente al horizonte.
Yáke sonrió y le palmó la cabeza fraternalmente. Se levantaron y fueron a la cocina. Tenían mucha hambre.

***

—Dime, hermano, ¿aún queremos atravesar el horizonte?
—Sin duda alguna.
—¿Tenemos prisa para hacerlo?
—Yo no, y tú tampoco.

***

Yáke tuvo una extraña sensación a las dos de la madrugada. A su lado estaba Yúska, dormida y cubierta con nada más que sábanas como él. Bajó de la cama y se vistió de la cintura para abajo, Yúska se movió en la cama, pero sólo soñaba. Yáke salió de su habitación y se dirigió a las escaleras.
Sínke también lo había sentido. Se levantó con cuidado de no despertar a Hínta, que se había dormido abrazándolo. Antes de salir, volteó a verla preocupado.
Ambos hermanos se encontraron ante la gran ventana al final de las escaleras. La luna iluminó sus cabezas. La cabeza de Sínke tenía el cabello corto, se lo había cortado al comenzar la universidad hacía cuatro años. El cabello de Yáke le llegaba en cascada hasta los omóplatos por tantos años sin cortárselo.
“¿Sentiste eso, hermano?”, pensó Sínke.
“Sí, es muy familiar”, pensó Yáke.
Bajaron las escaleras. Entraron en el comedor. Una figura bebía un poco de agua sentada en una silla.
—Hola, gemelos —la voz era animada como la de un adolescente, pero profunda e imponente como la de un gran sabio—, ¿Qué tal les ha ido?
Los dos esbozaron pequeñas sonrisas.
—Hola, maestro Gyéo.
Gyéo Fúntuo se levantó y se acercó a ellos. No aparentaba más de xxx años, pero sabían que tenía muchos más. La curva de su bastón asomaba por encima de su hombro derecho.


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[1] Posible referencia al poema épico Midránks, cuando el héroe Éntas pasó más de un año sentado en el pilar de los Kéreny.
[2] “La cuna de los Kéreny”, o la gran pirámide de Útod, hoy convertida en atracción turística.
[3] Palabras del dios Áikan en Midránks, refiriéndose a la humanidad que estuvo a punto de morir por la ira del dios, sino hubiera sido por la intervención de Éntas.
[4] Juego de palabras entre “viento” y “sandía”, “Pléim” y “Plóin” respectivamente.
[5] Esta sección es probablemente una parodia de las anti-obras de teatro de Tyúni, especialmente de “El secreto del escritor casto”.
[6] En el original esta palabra era “Léfik-ant”, construcción que trata al sustantivo Léfik (ficción) como un verbo en aspecto continuo. Se podría entender como “que existe en el estado de ser ficticio”. Es una construcción gramatical válida pero muy rara al oído.
[7] Existe la leyenda de un animal que, no quedando conforme con la forma que le dio el dios Áikan, se quejó ante él, el cual lo castigó haciéndole adquirir las formas de los demás animales sin poder controlarlo.
[8] Referencia a un poema de Kórang Dyí: “… perseguirán y matarán a aquel, en cuya casa clave una lanza…”
[9] Uno de los personajes de “La migraña”, otra de las anti-obras de teatro de Tyúni.
[10] Casi igual que en la escena de “La migraña”. El personaje del bicho era una mano amputada que caminaba con los dedos medio y anular, usando el índice y el meñique como brazos.
[11] Parodia de “El pobre más rico”, otra anti-obra de Tyúni.
[12] El escritor Ném Séker propuso un proyecto con el mismo nombre y propósito, pero nunca se supo que intentara llevarlo a cabo y sólo lo menciona en algunos escritos y mensajes a sus familiares.
[13] Aquí Sínke parece confundir al Virag padre con el Virag abuelo.
[14] Este pasaje se parece a “Las tijeras de papel”, otra anti-obra de Tyúni.
[15] Sínke sufre el mismo cambio que Zái, el personaje principal de la misma anti-obra.
[16] Sínke toma para sí mismo muchos de los cambios que, en la anti-obra original, se efectuaban a muchos otros personajes.
[17] Pasaje basado en “El mendigo”, otra anti-fábula de Tyúni.
[18] Personaje recurrente en la obra de Tyúni.
[19] Término que Ráu Shórsta utilizó para burlarse de las corrientes artísticas que surgieran en el futuro.
[20] En el original decía llanura, pero se cambió para conservar la rima.
[21] Traducción aproximada de “Tárh ícu SúperYíq Ké”.
[22] Pasaje similar a la anti-obra de Tyúni “Sonidos de la noche”.
[23] Canción del grupo Truyánta.
[24] Así en el original.


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