La realidad de Yáke y Sínke 17: Deine Zauber
Viaje al mundo donde Kányu vive en su yo opuesto.
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—Y entrando ella en la estancia, se acercó dando saltitos y dio un beso en los labios a Yáke, para inmediatamente después sorprenderse ella misma de su movimiento tan repentino, intuitivo como abrir los ojos al despertarse. Estaban ahí Kányu y Áte. Séntsa llegó tras ella, sintiendo, al ver a su jínne besar al gemelo, un insoportable fastidio, como si lo ya hubiera presenciado miles de veces.
Se encontraron una vez más en la sala, alrededor de la mesa al ras del suelo. Míralos, mira lo inquietos que están.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Séntsa— ¿Por qué fue como si esos recuerdos aparecieran delante de nuestros ojos?
—¿Todos ustedes lo tuvieron? —preguntó Sínke.
—Fueron como imágenes muy veloces —dijo Kányu—, pero al mismo tiempo muy detalladas.
—Entonces —dijo Yáke—, eso debe ser lo que nuestros cuerpos vivieron mientras estábamos en la jaula. ¿Pero por qué esto no sucedió la primera vez, cuando fuimos al universo de la gente blanca?
—Quizás —observó Sínke—, en esa ocasión no ocurrió nada de gran importancia, nada que valiera la pena recordar, mientras que esta vez regresamos en un punto de tiempo mucho más adelantado.
—Oigan, esto comienza a dar miedo —dijo Áte—, si ya nos pasó dos veces, ¿podría pasar de nuevo?
Entró Hínta por la puerta, vestida con la blusa con la flauta estampada que le había regalado Sínke, y no pudo mirarlo a los ojos.
—Ya todos recordamos, Hínta —dijo Áte.
El rostro de ésta nunca se había puesto tan rojo ni su boca tan tensa. Se sentó lejos de Sínke.
—Tenemos que buscar ayuda —dijo Séntsa con voz firme.
—Por supuesto —dijo Áte, cruzándose de brazos—, vamos buscar a un experto en viajes a otros universos, a ver qué nos enseña.
—No podemos quedarnos sin hacer nada.
—De hecho ésta puede ser una gran oportunidad —dijo Sínke, adquiriendo el naranja de sus ojos un brillo repentino—. Viendo los tipos de realidades a los que hemos ido, me pregunto qué tanto podremos controlar las opciones a nivel consciente.
—¿Qué? —exclamó Séntsa, y su expresión se volvió temblorosa al prever la respuesta de Sínke.
—Imagínense, por un momento, si pudiéramos ir a una realidad con las características que decidiéramos.
Áte se levantó como si el suelo quemara:
—Nos estás jodiendo, ¿verdad?
Sínke se sentía estar a punto de hacer la acción más importante del universo, lo que hizo a Séntsa preocuparse tanto que deseó salir corriendo de ahí, pero no hizo más que apartar la mirada e implorar porque no ocurriera lo peor. Exagera demasiado, ¿verdad?, pero bueno, Sínke cerró los ojos.
Yúska primero miró preocupada a Séntsa, luego se fijó con un escalofrío en la profunda concentración en la cara de Sínke:
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Yúska, con un titubeo.
Yáke lo observaba con cautela.
—Voy a pensar en otra realidad —contestó Sínke sin abrir los ojos, y los apretó cada vez más.
Pasaron unos minutos sin ocurrir nada. Los jínnyi no sabían si sentirse aterrados por lo que podría suceder, o aliviados, porque lo que pretendía el gemelo parecía no funcionar. Hínta se le acercó lentamente, dudando a cada paso, y quiso poner la mano en su hombro.
—Sínke…
Al siguiente segundo, solamente Yáke continuó sentado en el sofá de la sala, mira cómo su expresión se descompone por la sorpresa…
—Espera, cuenta desde otra perspectiva.
***
Vérend subirá las escaleras de la casa, mirará por un momento por la ventana oval que da hacia el prado verde, delante de la casa; doblará en el siguiente pasillo para ir a la habitación donde habían encerrado a su víctima.
—Pronto será la hora —le dirá a su hijo.
El chico de lentes contemplará confundido la casa en la que está, y al escuchar la voz y ver el rostro de su padre quedará pasmado, inmóvil por la repentina sorpresa. Escuchará voces, su cabeza le dolerá por un instante, y luego contestará:
—Lo sé, ya quiero ver muerto a ese hijo de puta.
—Así será, hijo —dirá Vérend, golpeando suavemente su hombro—, pronto llegará.
Kányu intentará deshacerse de la sensación eufórica que le producirá escuchar esas palabras, y al hacerlo no podrá evitar lanzar un gemido de dolor.
—¿Qué pasa? —preguntará Vérend, como hablándole a un niñito que se ha lastimado.
—No es nada —responderá, manteniendo sus lágrmias al borde de sus ojos.
Se escuchará un ruido dentro de la habitación, su padre reirá con voz rasposa y emocionada.
—Parece que ya despertó, ¿por qué no le das la bienvenida? Seguro le sorprende verte.
Kányu asentirá. Al abrir la puerta encontrará a una persona con una gruesa bolsa de tela en la cabeza.
—Háblale de todo —dirá Vérend—, dile lo que quieras. ¡Que tenga miedo!
Kányu cerrará la puerta tras de sí. No podrá evitar temblar ante esa persona amarrada que se mueve desesperadamente con gemidos desesperados. Su cuerpo no le obedecerá cuando le den ganas de salir corriendo; intentará luchar contra el impulso de su mano de liberar la cabeza del pobre que grita cada vez más. Su mano le arrancará la bolsa y casi caerá hacia atrás al ver a Áte, quien tendrá los ojos húmedos de terror. Le quitará la mordaza de la boca, pidiendo perdón repetidamente.
—No te preocupes, te voy a sacar de aquí —hablará en voz baja.
—Comencé a recordar algo —dirá Áte, respirando entrecordatamente—, me golpearon cuando salía de mi casa… Tenemos que encontrar rápido a los gemelos…
Mientras lo desata, las manos de Kányu se abalanzarán sobre el cuello de Áte, y apretarán con furia por unos instantes antes de que Kányu las retire aterrorizado, tras recuperar el control.
—¡Perdón!... Yo no quise.
—Es como lo que le pasó a Séntsa —Áte se sobará la garganta—, debemos irnos antes de que te domine…
—¡Hijo, ya es la hora! —exclamará Vérend, triunfal— Ese cabrón ha llegado, baja a tu amigo al patio en cinco minutos, yo iré a darle la bienvenida.
Bajará rápidamente, escondiendo una pistola en su bolsillo.
El señor Zíyi Prágt se encontrará caminando despacio hacia la casa a través del campo, donde la hierba crece a diferente altura, desde estar al ras del suelo hasta llegar a la rodilla. Su cuerpo, delgado y débil, será eclipsado por la valentía y decisión de sus ojos. Mirará hacia los árboles que bordean al pastizal por los dos lados. Aunque sólo escuchará silencio, se sentirá tranquilo.
Lo esperará Vérend en el chalet, apuntándole con la pistola.
—No puedo creer que hayas tenido el valor de venir, cabrón.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntará Zíyi fríamente.
—Mi hijo lo bajará en un momento, no hay prisa.
—Recuerda que es un trato, mi vida por la suya.
Kányu y Áte verán la escena desde la ventana oval del pasillo. Kányu dirá que es momento de escapar por la puerta trasera. Áte se quedará mirando un segundo a su padre y cómo el padre de Kányu le apunta. Le sobrevendrá un dolor de cabeza acompañado de imágenes azarosas de su vida con él, breves momentos de alegrías familiares y escolares, sentimientos de amargura por su madre muerta al dar a luz y su padre en prisión por matar a una mujer al conducir ebrio.
—Áte, apúrate —dirá Kányu.
Reaccionará y bajarán las escaleras; pero al pasar por la cocina, Kányu verá sobre la mesa una ranita de juguete, pequeña y sucia, despintada y maltratada por la soledad. Aturdido, se acercará a ella y la contemplará con más detenimiento; en sus manos sintió su plástico y su nariz percibió el olor fantasma de cuando aún era nueva. Habrá calor recorriéndole el cuerpo; unos brazos invisibles lo rodearán, unos labios invisibles le darán un tierno beso en la frente, y escuchará la voz dulce de una mujer; una voz maternal, devota, libre de toda humanidad salvo por las virtudes, que lo llenará de paz. De manos de esa mujer recibió aquel juguete, compañero en sus ratos de ocio, siempre presente a su lado cuando la mujer lo adormecía y lo sacaba a pasear. Se sentirá despidiéndose de esa mujer en la entrada de una escuela; la mujer de la cual provenían palabras que, viruosas y llenas de bondad, lo harán derramar lágrimas de alegría.
—¿Kányu? —dirá Áte, viéndolo llevarse las manos a la frente.
Un impulso lo obligará a tomar esa rana y continuará llorando. Recordará toda su vida; la vida que tuvo a lado de su madre, Nída, que en ese mundo había estado plenamente a su lado durante su infancia. Llorará de felicidad al vivir en sus recuerdos sus abrazos, sus besos, sus caricias y sus sonrisas; y sus piernas no podrán seguir sosteniéndolo. La rana será aplastada por la fuerza del puño cerrándose alrededor de ella. Áte querrá levantarlo, desesperado; pero será como si no pudiera escucharlo. Recordará Kányu el día en que ella fue a buscarlo a la escuela, llevándole la rana de juguete, cuando un conductor ebrio se subió sobre la banqueta y terminó con su vida en frente de él. La rana salió volando, inadvertida entre los gritos de la gente. El conductor era Zíyi Prágt, el padre de Áte. Sin embargo fue sentenciado a solamente diez años de prisión. Vérend había enloquecido de dolor, y con él, Kányu, quien se volvió un chico violento que nunca logró superar su muerte, situación que empeoró a causa del deseo de venganza que su padre le inculcó en los años siguientes. Cuando entró en la preparatoria, de casualidad se encontró con el hijo del hombre que había matado a su madre, y junto con su padre comenzaron a planear la manera de vengarse. Se hizo amigo de Átedurante todo ese tiempo, ganándose su confianza, saboreando lentamente el día en que por fin le haría pagar matándolo a él en frente de su padre cuando saliera de prisión, y cuando al fin ese día llegó, esperaron a que se reunieran por primera vez en años, para que su separación cuando lo secuestraran fuera más dolorosa. Entonces irrumpieron en su casa y lo raptaron, dejándole una nota a Zíyi diciéndole que, si lo quería vivo, lo encontrara en aquella casa abandonada, y si llamaba a la policía, lo matarían. Entonces sentirá toda esa ira amarga en sus músculos; su alter ego reclamaba el control de su cuerpo para continuar con su propósito.
Sujetará al sorprendido Áte violentamente por la espalda, lo someterá contra el suelo y lo atará de manos con una cuerda que había sobre una silla.
—¡Kányu!
Le pasará un brazo por el cuello como una anaconda a un cocodrilo, y con furia lo encaminará hacia la salida trasera, pese a las súplicas y luchas de Áte por escapar. Kányu parecerá tener una fuerza increíble, producto de la ira y el rencor. Antes de salir, recordará que hay una pistola guardada en el cajón de la mesa junto a la puerta, y con sangre fría la tomará, dirigiendo el cañón a la sien del que antes había sido su jínn.
***
Clamó Zíyi el nombre de su hijo al verlo salir. Alarmado, quiso acercarse pero se lo impidió Vérend con su arma. Durante todos esos minutos, Vérend no había dejado de hablarle acerca de lo mucho que dañó su vida con su descuido, y lo injusto que había sido el sistema por darle una condena tan corta para un crimen tan horroroso. A cada instante sentía que no iba a controlar las ganas de disparar, y agradeció por dentro la interrupción de su hijo.
—No pudiste esperar, ¿verdad, hijo? Te comprendo, quieres hacerlo ya.
Kányu tenía el cuerpo rígido, los ojos rojos de lágrimas y apretando los dientes. Sujetó con más vigor a Áte cuando éste intentó darle codazos para zafarse; pero al sentir de nuevo el arma tocar su cabeza, se detuvo, y suplicó sin aire que no disparara. Kányu parecía no escucharlo. Su dedo temblaba sobre el gatillo mientras tensaba todo su cuerpo, impidiéndose a sí mismo caer en la tentación.
—Ya estoy aquí —dijo Zíyi—, ahora déjalo ir.
—Verás —dijo Vérend—, tú mataste a la madre de mi hijo, y mereces un castigo. Sin embargo, ¿qué castigo tendrás si te matamos a ti?
La sangre y el aire desaparecieron del cuerpo de Zíyi.
—¡Juro que fue un accidente!
—Mi hijo vio morir a su madre, lo justo es entonces que tú veas morir a tu hijo, y será a manos de su mejor amigo…
Sintió Vérend un enorme peso cayéndole encima, y lo último que oyó antes de quedar inconsciente por un golpe en la cabeza fueron los instantes iniciales del disparo de una pistola, sonido cuyo final no alcanzó a oír.
***
Kányu escuchó unos rumores a su izquierda, volteó pero sólo vio los árboles. Desconfiando por una intuición que no comprendió muy bien, se puso alerta y se apretó contra la pared de la casa. Áte seguía diciéndole que lamentaba lo que fuera que hubiera hecho; pero a cada palabra suya Kányu se enojaba más. Miró entonces la esquina de la casa, escuchando atentamente. Vio también, no sin extrañeza, que el señor Prágt no se veía tan alterado como lo había imaginado, y un par de veces le vio mover los ojos hacia arriba por un instante, algo que Vérend parecía no notar dada su emoción.
Inesperadamente, Sínke saltó del techo de la casa y cayó sobre Vérend, lo aturdió de un golpe en la cabeza con el dorso de la mano. Reaccionó Kányu instintivamente disparando en su dirección, y lo hirió de gravedad en el abdomen. El gemelo cayó al suelo. De nuevo su cuerpo tomó voluntad propia, y disparó hacia la esquina de la casa, de donde Yáke había salido corriendo con la intención de quitarle el arma, y lo hirió en el estómago.
—¡Por dios! —exclamó Kányu, dándose cuenta de lo que había hecho. Su cuerpo apretó aún más a Áte. Apuntó temblando alternativamente a sus tres amigos y al padre de Ate, temiendo del que más se moviera—. ¡Yáke, Sínke, perdón!
Yáke intentó incorporarse; pero el dolor de su herida se lo impedía.
—Deja ir a Áte —dijo sacando sangre por la boca.
—¡No! —exclamó llorando— ¿Cómo llegaron ustedes hasta aquí? ¿Dónde está Séntsa, dónde están Hínta y Yúska?
—Solamente hemos recordado ver a Séntsa y Yúska —dijo Sínke, arrastrándose lentamente hasta él—, a Hínta tal parece que no la conocemos.
—¡No te muevas! —le apunto directamente, arrinconándose. Quiso entrar en la casa; pero su cuerpo se empeñaba en permanecer ahí; como si ver a los gemelos arrastrarse le provocara un placer sádico—. ¿Qué hago, gemelos? ¡Voy a matar a Áte! —antes de terminar de hablar, su mano disparó directamente hacia Zíyi, que se desplomó sobre el pasto.
Áte lanzó un grito silencioso. Su inicial indiferencia por no tratarse del padre que conocía pronto fue controlada por su alter ego, llenándolo de temblores y arrebatándole el aire. Pensó que se desmayaría al ver la cabeza de su padre sumergiéndose poco a poco en un charco de su propia sangre. Su cara se cubrió de lágrimas, y su pasividad se transformó en un violento forcejeo mientras gemía apenas con aire:
—¡Hijo de puta, cabrón, te voy a matar!
—¡Ya! —gritó Yáke, con la mano en la herida, apretándose para no desangrarse—. Kányu, intenta dominar a tu alter ego.
—Sáquenos de aquí —suplicó Kányu conteniendo a Áte con toda su fuerza—, recuerden rápido, por favor —su mano temblaba en el gatillo—. Quítenme esta arma, lleguen hasta mí y arrebátenmela, por favor.
—Nuestros cuerpos no son tan resistentes en esta realidad —dijo Sínke casi sin aire, apretándose la herida—, tú tienes que soltar el arma.
—Acabas de saltar del techo sin lastimarte —dijo Kányu—, si puedes hacer eso, también puedes resistir un disparo.
—¡No es así, idiota! —dijo Yáke
Kányu se sentía desfallecer por el deseo de disparar; apretaba los dientes y lanzaba exclamaciones.
—¿Qué les importa si vive o muere? —dijo con los ojos fuertemente cerrados— No es el verdadero Áte; es sólo un alter ego.
—¡Tengo una vida aquí, cabrón, una familia aquí! —Áte siguió intentando liberarse, pero el dolor y la confusión comenzaron a cansarlo y le faltó sangre en la cabeza a causa del brazo de Kányu, que lo estrangulaba.
—Pero tú no eres tú, ni yo soy yo, ni los gemelos son los gemelos… Podría matarlos a todos ahora y no pasaría nada —la voz de Kányu lentamente pasó de aterrada a indiferente, y de la indiferencia a la emoción.
—¡No seas imbécil! —dijo Sínke— Si nos matas, nuestras mentes también morirán; quizá nos matarías de verdad.
—O quizás solamente mueran los alter egos —dijo Kányu cada vez más decidido; su mano ya no temblaba—, pues la mente y el cerebro no son la misma cosa.
Áte sintió dolor en el pecho al oír aquello. Viendo a Kányu sonriendo como si se hubiera librado de un peso de encima, los gemelos se arrastraron lentamente hacia él, ordenándole que no disparara. Kányu caminó hacia el pastizal, alejándose de los gemelos, asegurando a Áte con increíble fuerza. Estaba apacible.
—Freude, tochter aus Elysium. Freude, tochter aus Elysium —canturreó al momento de detenerse, y aplicándole a Áte una fuerte llave en el cuello, volvió a cantar, mientras el rostro de Áte se tornaba rojo—: Deine zauber, deine zauber binden —el sonido del arma alertó a los pájaros de los árboles cercanos—: wieder, deine zauber binden wieder —se incorporó y avanzó hasta los gemelos—: Was die monde strengt getheilt, deine zauber, deine zauber…
Vieron Yáke y Sínke el charco de sangre que salía de Áte; se habrían dejado llevar por los deseos de vengarlo de no estar heridos. Algo se acercaba a la lejanía, un horizonte que los llamaba con voces conocidas. La misma sensación que experimentaban cuando recordaban la vida de sus alter egos había surgido de la muerte de Áte.
Kányu apuntó entonces a la cabeza de Yáke. Reía al verlo en el suelo, y siguió cantando—: Alle Menschen werden Brüder, Wo Dein sanfter Flügel weilt.
Los gemelos cerraron los ojos y bajaron las cabezas. Durante mucho rato no se atrevieron a abrirlos hasta que oyeron el tono de un teléfono.
49
No pasó ni un segundo cuando escuchó a su hermano bajando rápidamente por la escalera.
—¿Funcionó? —preguntó Sínke en voz alta.
Llegó Yáke hasta él. Vio su mirada emocionada como la de un niño.
—¿Qué clase de realidad imaginaste?
Una risa eufórica, cínica. Abrió la puerta de la casa y se volvió a su hermano.
—Fútiles las palabras son, hermano, tanto como lo son los hechos. Esa es la nueva realidad, espero.
***
Se encontró Séntsa caminando en dirección a la casa de Hínta. Los hombres al caminar se saludaban quitándose sombreros invisibles, y las mujeres abrían la palma sin moverla. Diferencias mínimas, considerando que a un universo más caótico el gemelo los podría haber llevado, y se sintió parcialmente tranquila, pero atenta ante cualquier cosa demasiado extraña. No vio a una niñita de coletas y uniforme de primaria que dobló la esquina; su cuerpo la derribó haciéndola caer al suelo. Se sobó con un tierno quejidito de voz aguda.
—¡Oh, dios! —la ayudó a levantarse.
La niña la miró ingenuamente, algo aturdida, y dijo:
—Oye, más cuidado.
Recibió una humilde reverencia por parte de Séntsa, y retrocedió horrorizada.
—No fue mi intención, por favor perdóname —dijo Séntsa, la voz seriamente arrepentida.
La garganta trémula de la chiquilla, los labios como una línea quebrada.
—¡¿Qué dijiste?!
—Por favor, perdóname —repitió Séntsa, extrañándose.
Se alejó varios pasos, como si fuera un animal salvaje.
—¿Pero qué te pasa? ¿Por qué eres tan grosera después de que me hiciste caer?
—¿Qué es lo que sucede? —dijo un policía de uniforme verde, de mirada inocentona, que salió detrás de la niña.
Un dedo acusador, frío y certero como una lanza, apuntó a Séntsa.
—¡Ella me ha insultado! —exclamó la niña lloriqueando con ternura— Me ha dicho lo siento, y también dijo otra palabra fea.
—¿Qué palabra fea? —dijo el oficial.
—La palabra con P.
—¿Quieres decir Por favor? —preguntó Séntsa, estupefacta.
El policía y varias personas que la habían escuchado enmudecieron, señalándola con la mirada. Sintió Séntsa la mano del oficial sujetándola, la esposó y comenzó a llevársela mientras le decía:
—No puedo creer que una puta como tú sea capaz de utilizar un lenguaje tan soez, debería darte vergüenza.
—¿Pero cuál es el problema? —se defendió Séntsa— Sólo dije Por favor.
Lo cual sólo aceleró que fuera subida a una patrulla.
—Quedas detenida por lenguaje ofensivo, puta —dijo el oficial al cerrar la puerta.
—¿Cómo se atreve a llamar así a alguien? ¿Qué clase de policía es?
Ignorándola, el policía tomó su radio y dijo:
—Aquí la patrulla número 67 a la central, llevo a una puta sorprendida en el acto de usar lenguaje vulgar, más especialmente la palabra con P.
Y mientras se alejaban de ahí, Séntsa maldecía a Sínke.
***
—Hoy sí que es un jodido día, ¿no lo crees, gordo? —saludó amablemente Sínke a un hombre de traje y espeso bigote que caminaba leyendo el periódico.
—Hablas con verdad, pendejo —contestó riendo—, la mierda de todos los días le deja a uno secos los cojones.
—Hasta luego, barrigudo, que te folle un pez muerto.
—Adiós, gilipollas.
***
Recibieron los jínnyi una llamada urgente de Yáke diciéndoles que no usen palabras educadas bajo ningún contexto, sino que más bien fueran lo más groseros e irreverentes para dirigirse a las personas.
Hínta había reaccionado cuando se encontró almorzando en su casa con su familia, sentados alrededor de la mesa, comiendo silenciosamente como era la costumbre. Diose cuenta de que la realidad había cambiado; pero se sintió incapaz de abandonar la mesa para ir con los gemelos. Estaba a punto de pedirle a su madre que le pasara la sal, usando la palabra con P, cuando la llamada de Yáke la salvó de provocar la ira de su padre. Colgó temblorosa y se sentó de nuevo.
—¿Qué cojones te sucede? —preguntó Húba suspicazmente— ¿Por qué tiemblas como una pinche gallina?
Bái Sémt permaneció tranquilo, y Hínta tragó saliva, recordando lo que le había dicho Yáke.
—Nada —contestó en voz baja.
Húba probó otro bocado del guiso.
—Ma, a esto le falta sal.
—Coño, Húba tiene razón —dijo el señor Sémt—, pásame la puta sal.
La señora Sémt con una sonrisa se la pasó, y luego dijo mirando a Hínta:
—Me pregunto por qué no ha llegado tu amiga Séntsa, la madre que la parió, una se parte el culo cocinando una ración extra y ni siquiera viene la pendeja.
—Se habrá quedado a zorrear por ahí —dijo el señor Sémt—, con lo pendeja que es.
No pudiéndolo aguantar más, Hínta se levantó y habló con timidez:
—Ya me… quiero ir de este… puto lugar —cerró los ojos con miedo.
—Claro, lárgate de una puta vez —contestó su padre, tranquila y ceremoniosamente.
***
¿Por qué no ha llegado Séntsa? Preguntó Yúska mirando preocupada la enorme reja de la entrada. Hínta intenta marcar a su celular de nuevo, sin respuesta. Imbécil, dijo Áte, sentado en el sofá, ¿Por qué se imaginó una realidad así? ¿Qué estaba pensando? Porque las palabras son fútiles, respondió Yáke, el influjo que crean en nuestra mente es decisivo, y él quiso rebelarse contra eso, ¿No deberíamos ir a buscarla? Preguntó Kányu. El teléfono celular de Yáke sonó, y al contestar escuchó la voz emocionada y levemente agitada de su hermano, Lamento tener que invocar un molesto cliché, pero es necesario que prendan la televisión; al parecer Séntsa va a ser juzgada por hablar con lenguaje educado en público, ¿En dónde estás? Yáke puso el altavoz, Pasaba por el centro, saludando groseramente a la gente a mi paso, y recibiendo las palabras y frases más bajas, obscenas y vulgares como respuesta junto con los rostros más amistosos que haya visto, cuando en la tienda de artefactos domésticos vi en la televisión encendida la figura de nuestra jínne, esposada, siendo conducida a un tribunal. Encendió Yáke la televisión de la sala, ¿Qué canal? El veinte. Apareció luego una toma del palacio de justicia de Shórsta, y un reportero, con un grupo de gente curiosa de fondo, hablaba sobre el proceso que iba a realizarse dentro de unos minutos contra Séntsa Fónet, la chica que había mencionado la palabra con P. Apenas mencionaron su nombre y enfocaron el temor e incredulidad de su rostro, los jínnyi voltearon consternados hacia Yáke. ¿Qué significa eso de la palabra P? Preguntó Kányu, Según deduzco, puede ser Por favor, Sínke habló en voz baja, cubriéndose con la otra mano, ¿La arrestaron sólo por decir Por favor? Dijo Hínta, con una voz tan fuerte y sorprendida que Sínke temió que la gente que pasaba tras él la hubiera escuchado a través de la bocina, No tan fuerte… me temo que las reglas de esta sociedad son así, ¿Por qué imaginaste una realidad en la que pueden arrestarte por decir esa palabra? Preguntó Áte, Yo solamente pensé en una realidad en la que el lenguaje grosero y el educado estuvieran invertidos; fue sólo una opción, una variación de todo lo que pudo haber sido diferente; pero me temo que no puedo controlar cada aspecto, cada opción y cada variante para la realidad, y por eso hemos caído en una en la que por coincidencia esta otra alternativa se dio, Entonces tenemos que avisar a su padre, dijo Yúska, Supongo que la policía se encargará de eso, dijo Yáke, Lo mejor que podemos hacer ahora es intentar salir de esta realidad, ¿Cuál es la prisa, hermano? Preguntó Sínke, Todavía tenemos mucho que explorar de este mundo, No puedes decirlo en serio, dijo Kányu. El reportero anunció: Nos llega la noticia de que la acusada de haber dicho la palabra con P, ahora también está acusada de haber dicho la palabra con G. Escuchó Sínke los comentarios indignados de la gente cerca de él, que veía la misma noticia en los otros televisores de la tienda, Bien, haremos una cosa, dijo alejándose de ahí corriendo, Me dirigiré hacia el palacio de justicia y veré qué puedo hacer, colgó. Yúska también se mostró dispuesta a ayudarla, y demandó a los demás que fueran con ella también. ¿Qué se supone que vamos a decir? Dijo Áte, ¿Qué venimos de una realidad en la que el lenguaje grosero y educado están invertidos, y que por eso no tienen derecho a enjuiciarla? Molesta, Yúska se acercó a Yáke y buscó apoyo en él, mirándolo suplicante. Recordó Yáke las realidades en las que habían estado, las realidades cuyos recuerdos y experiencias se habían quedado en su memoria, y se sintió débil ante esas súplicas. Creo que deberíamos ir, dijo al fin, Ya veremos qué hacer.
***
Riverrun. Cruzó la calle de un salto. Ojos atónitos muy abiertos vieron sus suelas en el cielo, exclamaciones de sorpresa y horror entorno suyo. Past Eve and Adam’s… fatuo lenguaje, que quemas como el hielo. Sintió los pies de nuevo en la acera y corrió. Yo nunca me acuesto temprano, las raras veces que lo hago. Imágenes llegaban a él, su vida, sus palabras. Voy tocando mi violín a lo largo de una orilla; y esta es un reguero de negras bocas sucias. La figura del padre que su sermón daba, saludando a todos llamándoles putos violadores de ovejas, como un relámpago en su cabeza. No quiero recordar todavía, mejor paso corriendo, llego lo más rápido posible, vöruber wie ein Pfeil.
***
—Hola, hijos de puta —el presentador de cabello melenudo, alegre junto a la imagen en vivo del tribunal—, como de seguro ya saben, si no son unos pendejos, dentro de unos minutos se llevará a cabo el primer juicio en años contra una persona por haber violado la ley de No ofensividad, que fue promulgada por el gobierno danzilmarés hace más de diez años. La última vez que estuvimos en una situación semejante una persona fue acusada de decir, en un estallido de ira, la palabra con B, la cual fue condenada a quince años de prisión. Y dado que ahora la acusada se enfrenta a los cargos de haber proferido las palabras con P y G, las expectativas de a cuantos años podría ser condenada son tan grandes como mi verga[1].
Banquisentada en medio de un círculo de altos asientos de madera, encerrada en una jaula plástica; bizcomirantes ojos de juez viejo con larga peluca dorada, el jurado circundándola con relamientes labios fugaces. Reporteros y cámaras llenaban de espinosas luces la sala. Desde las altas mesas las personas que la iban a condenar tecleaban la madera.
—La puta Séntsa Fónet, póngase de pie para el juramento —vociferó el juez.
—Disculpe, señor —dijo con la mano semilevantada. Caras de indignación la rodearon—, la jaula es muy pequeña, no me puedo mantener en pie aquí adentro, ¿serían tan amables de sacarme?
Exclamaciones indignadas y flashes punzantes al terminarse sus palabras.
—¡Cállense, pendejos! —gritó el juez, aporreando la mesa con un mazo de pato de hule que chillaba al impactar, las voces se detuvieron como si se apagara repentinamente el sonido de un televisor—. Dada a la gravedad del asunto, saltémonos el proceso normal que reservamos para crímenes menos inhumanos. Escucha, puta, ¿es verdad que con ese hocico pronunciaste las dos palabras prohibidas?
En otras circunstancias hubiera tenido leves ganas de reír, pues le había apuntado con el mazo de cabeza de pato chillante.
—No entiendo, ¿qué tiene de malo haber dicho Por… —apretando un botón el juez, la palabra fue censurada por el sonido de una pistola disparante— y Grac… —sonido orgásmico de mujer.
Volvió a chillar el martillopato y destellaron las cámaras. Advirtiósele que si pronunciare de nuevo aquellas palabras, sería condenada en el acto. Hicieron entonces entrar como testigo a la niñita con la que infortunadamente había chocado, y sentáronla en un cubículo a lado de la acusada, y estaba la niña llorando con ternura, con lágrimas semimocosas y pañuelo morado[ Una leyenda cuenta de una antigua noble, la cual llevaba un pañuelo morado, que fingió haber sido agredida para poder acusar a un enemigo. Desde entonces el pañuelo morado es símbolo del engaño y la mentira.] en mano.
—Dinos, putita —habló calmadamente el juez—, ¿qué fue exactamente lo que te pasó?
Reteniéndose las lágrimas, y alzando la angelimirada a los ojos desviados que no la miraban, contestó:
—Estaba yendo por la calle, ocupándome de mis pendejadas, sin joder a nadie, cuando de repente una puta que parecía muy desmadrosa, me hizo caer al suelo, y luego de eso… lo dijo… me dijo que la perdonara… Por…
—Es suficiente —interrumpió el juez—, no necesitamos más testimonio. Ya lárgate putita a que te den por culo.
Salió la niña caminando a lado de su madre, murmurando que esperaba que la condenaran a cincuenta años.
—¿Pero qué es lo que les pasa a todos en esta realidad? —preguntó Séntsa indignada— No pueden en verdad estar haciendo esto… ¡imbéciles!
Altar de silencio.
—No trates de reformarte ahora —dijo el juez, un poco más tranquilo; pero siempre intimidante—, por más que trates de cambiar tu lenguaje, aún estás acusada.
Hicieron pasar entonces al policía que la había detenido, presentándolo como el testigo que la había escuchado pronunciar la palabra con G, y lo sentaron en el mismo cubículo.
—Pues verán, bola de subnormales —dijo mirando a los jueces servilmente—, cuando en función de mi deber arresté a la puta aquí acusada, la llevé de inmediato a la central para procesarla, cuando llegué, ya habían informado a los medios, como lo manda nuestra jodida ley, y mientras la llevaba esposada para tomarle las fotos previa a traerla a juicio, se quejó de que las esposas le apretaban, y dijo la palabra con P de nuevo cuando pidió que se las aflojara, sin embargo, y me avergüenzo de ello, me apiadé un poco y se las aflojé, y fue entonces que de su boca inesperadamente pronunció… la palabra con G.
—Pero ¿qué hay de malo con eso? —exclamó Séntsa, aferrándose con rabia a los suaves barrotes.
Un abogado sin orejas, joven y con linda cara de niña, que había permanecido apoyado a los pies de la alta mesa del juez, avanzó hacia adelante y dijo:
—La puta parece no arrepentirse de sus actos, recomiendo que sea encerrada de una vez por el resto de su vida, pues me temo que si vuelve a salir al público podría corromper a la gente subnormal con su lenguaje tan vulgar.
—¿Quién es usted? —exclamó Séntsa, saliéndole lágrimas de rabia— ¿Y por qué no hay nadie defendiéndome a mí?
El pato chilló contra la mesa.
—Entonces, déjame entender esto, puta, en tus propias palabras, ¿pronunciaste o no pronunciaste esas palabras?
Se retortijoneó en su asiento, bajó la cabeza, y contestó, fiel a sus principios de honradez:
—Sí, dije esas palabras.
La sala violentaconmocionante; el patichillón no las pudo callar.
—Ha admitido su sucio crimen —dijo el abogado, rascándose su delgada barriga—, no hay nada más que decir.
—Los miembros del jurado que la encuentren culpable, saquen sus putas lenguas.
Veinte lenguas rosadas puntiagudas salivosas le apuntaron unánimemente, y los guardias la sacaron de la jaula con rudeza. Entonces dijo el juez:
—La puta Séntsa Fonet es condenada a cadena perpetua, por el crimen de lenguaje vulgar, ofensividad, y falta de reconocimiento a los inescrutables valores morales de nuestra sociedad.
Chilló el pato.
***
—¡Deteneos ahí mismo, hijos de la gran puta que los re mil parió! —exclamó valientemente la voz de Sínke, quien saltó por sobre los reporteros y aterrizó junto al estrado, con pose teatral melodramática, levantando en alto el dedo medio[2]—. He llegado yo, pues, a defender a mi jínne, que aunque es la puta verdad que no hace más que joder, de tal castigo desproporcionado no es merecedora.
—¡Ya era hora de que llegaras, imbécil! —exclamó Séntsa, con gran enojo pero también con un repentino rayo de esperanza.
—Bueno, pendeja… en realidad estoy aquí desde el principio, escondido entre los demás subnormales, atestiguando los modos misteriosos de esta realidad.
—¡Idiota! —su esperanza comenzó a menguar.
—Dinos entonces, gilipollas, ¿has venido en defensa de esta criminal? —preguntó el abogado.
—He venido más bien en acusación de la puta debilidad mental humana que os aqueja y de pendejas inverosimilitudes os llena.
Las piernas de Séntsa perdieron fuerza, creyéndose ya perdida.
***
Los jínnyi encontraron un mar de gente en el interior del palacio de justicia. Se abrieron paso entre los reporteros con cámaras y los morbosos que sólo observaban entre los enormes espacios que había entre cada mesa alta. Llegaron a tiempo para ver a Sínke robarse la escena. Había éste terminado de decir su última frase cuando Yúska apretó el puño y salió corriendo a juntarse con él.
“Y no se encuentra solo”, dijo encarando al juez pelucón. “Aquí me presento yo y el resto de mis jodidos jínnyi a defender a Séntsa, nuestra jínne putona[3]”.
Volteó a ver a los demás que se escondían entre la multitud. Todos a su alrededor les abrieron paso. Hínta avanzó, seguido de Áte y Kányu, quienes bajaban la cabeza sintiéndose derretir.
“¿Dónde se encuentra mi hermano?” Preguntó Sínke.
“Dijo algo de que el irrumpir a mitad de un juicio es algo muy cliché y que no quería formar parte de eso”, dijo Yúska, alzando los hombros.
“Así que todos ustedes están aquí para defender a esa criminal, ¿qué tienen que decir entonces en su defensa?” Gruñó el juez, hastiado de tener que seguir con el juicio.
Sínke se acercó impertinentemente, y lo señaló con el índice con aire triunfal.
“He ahora mismo de cuestionar la puta debilidad mental de esta pinche realidad de subnormales, los haré llorar, partiré en pedazos las concepciones de lo que ustedes siempre han considerado de cómo debe ser este mundo de mierda…” un dolor de cabeza repentino le interrumpió, y destellos de momentos de su vida llegaron a él, impidiéndole hablar por unos segundos. “¡No, espera, todavía no!” Exclamó aferrándose la cabeza.
***
Ni aunque me lo supliquen voy a entrar ahí. Sus espaldas desaparecen entre el público. Joder, ahora siento culpa, cuando en el camino, Kányu preocupado, no aportando nada, diciendo que había que confiar en la justicia de esta realidad, y Áte recriminándole su ingenuidad, decía que sería una pérdida de tiempo y me forzaba a recordar para volver lo antes posible. De hecho recordé algo, al entrar en el autobús me sentí subiendo con otra persona, esa chica de largo cabello azul, esa chica dulce, de apariencia inocente como una niña, el reflejo de la más asquerosa banalidad. Sentí labios en mi cuerpo al bajar del autobús, escuché voces y sentí piel suave, al acercarnos al edificio por alguna razón se intensificó esa sensación de familiaridad. ¡Oh, no! Ahí está, ¿qué hace aquí? ¡Carajo, Íma Líb! No hay Yúska mía en esta realidad, sino ella. Infancia, el maestro Gyéo, el instituto Ítuyu, pero el mundo, el lenguaje, todo igual. ¿Pero por qué? ¿Por qué ella?... Se acerca, sonriéndome, me dice hola, pendejo, ¿Que si he venido a ver el juicio que su padre está llevando a cabo en esos momentos? Dice que escuchó la noticia en la televisión, le apena mucho que condenen a una de mis jínne, pero no puede hacer nada. Debo de estar turbado, pues me mira preocupada, sonríe y me besa repentinamente. Ahora tengo ganas de abrazarla, y casi lo hago pero retiro mi mano, quiero volver con ella a subirme en los botes que recorren el río, decir palabras malsonantes camino de la corte tras ver un juicio, de ayudarla a seguir reparando una pared de su casa que se había estropeado. Algo entonces me agarra y me levanta en el aire sin moverme físicamente; me echan de aquí junto con los demás, que me parecen las únicas almas existentes en el universo. Me dejo arrojar.
50
Nadó Yúska hasta el borde de la piscina, con brazada amplia estirada como si intentara tocar el cielo. Séntsa sentada en la orilla remojándose hasta las pantorrillas; el cabello rojo recogido en una trenza. Su jínne Yúska llegó hasta ella, y al apoyarse su cuerpo parecía sudar agua.
—Mas querida Séntsa, ¿por qué tengo la desdicha de contemplarte en tal melancólico semblante cual alma que ha perdido la razón de vivir? —y se escuchó su voz pesada, lastimera, tocando suavemente la rodilla, que se movía en bisagra, de su jínne.
A decir verdad, la había visto así desde el día en que había anunciado su dimisión del club, y habiendo corrido tras ella para intentar hacerla cambiar de opinión, le dijo con gran optimismo que, si no le gustaba lo que hacían, lo correcto del jínnliù no era huir cuando las situaciones se volvieren confusas y carentes de sentido, sino el sentarse y arreglar lo que a la mente de cada uno insatisficiera. Séntsa no había dicho más que simplemente no valía la pena seguir con un club sin sentido y con situaciones forzadas, de las cuales supuestamente sacar algo de provecho, algo que valiera la pena como un club y no sólo un pretexto para pasar el tiempo. Pero en ese momento, en la piscina, sin apartar la mirada del horizonte, pataleó en el agua.
—Yúska estimada, he sentido desde hace varios días, de profunda reflexión y hasta momentos de insondable inquietud, la necesidad de interrogarte sobre la razón por la que de formar un jínnliù en la primaria te interesaste.
Flotó Yúska frente a ella en el agua, y dijo:
—No hay más respuesta que la ya sabida por todos nosotros: de gran bienestar nos hemos sentido al juntarnos todos, como si hubiéramos encontrado un lugar al que pertenecer en nuestra hermandad voluntaria.
A lo que Séntsa contestó, con el semblante perdido y una inquietante seriedad:
—¿En serio crees que somos un buen jínnliù?
Algo malo había para que Séntsa usara un lenguaje tan simple, con ese tono y actitud tan poco usuales en ella. Yúska levantó la cara hacia Séntsa, ojos preocupados y la boca semiabierta.
—¿Qué te ha hecho sentir la necesidad de tal interrogante expresar?
—Nada, olvídalo.
Presintió algo malo Yúska los últimos días de clases del año, habiendo pasado los exámenes. Parecióle que de repente sus jínnyi actuaban de manera extraña: Séntsa alegaba agotamiento para no salir más con ellos; Hínta seguía acompañándola pero había dejado por completo de hablar; Kányu intentó ser más impulsivo con respecto a las cosas que harían como jínnliù, aunque rápidamente se retractaba de sus ideas y regresaba a su estado de pasividad; Áte miraba largo tiempo el horizonte y casi no escuchaba a nadie hablar; pero no eran miradas de aburrimiento por la carencia de interés, sino un sorprendente deseo por contemplar y permanecer tranquilo.
Fue un día en que, debido a la época del año, comenzaba a llover la lluvia naranja[4]. Yúska entró en la habitación de Yáke, como a veces acostumbraba hacerlo. Al día siguiente sería la ceremonia de clausura del ciclo escolar, y los gemelos, así como otros estudiantes que habían sacado excelentes promedios, pasarían al frente a recibir un reconocimiento, mas Yáke permaneció distante cuando Yúska le preguntó si estaba contento.
—Debo, pues, deducir que para tal cuestión no ha sido tu intención irrumpir en mi santuario, ¿verdad?
Le explicó, exaltada, que algo andaba mal con el jínnliù y lo preocupada que eso la tenía, después añadió:
—Soy víctima del temor profundo de que puedan elegir desintegrar el jínnliù.
Pese a que se habría sentido orgulloso de eso, Yáke sintió empatía de su mirada triste, que le suplicaba como si de él esperara una ayuda milagrosa, pero una vez más su lado frío tomó el control.
—No soy capaz de apreciar el dilema emocional que tal evento te produce, o más bien sí puedo; pero me parece de nula importancia.
No había más Yúska alegre y jovial, sino una chica muy desilusionada que se le aproximó como con intenciones de asesinato.
—¿Cómo eres capaz de llenarte la cabeza con esa opinión después de todo lo que hemos podido experimentar juntos? ¿En serio todavía te parece algo de importancia nula el jínnliù, aun cuando tan bellos recuerdos nos ha generado para siempre?
—Exagerada tu reacción me parece, Yúska; mi hermano y yo no hemos pertenecido ni un año a este liù.
—De asunto de tiempo un jínnliù no se trata, Yáke, sino de la capacidad de nosotros de poder crearnos una familia fuera de la sangre, una familia que sin importar lo que suceda unida deberá permanecer, y a todo esto el repentino alejamiento de todos no encuentro lógica.
—La clave tú misma la has dicho, Yúska —dijo Yáke tomándola suavemente por los hombros—, no hay lógica, según la realidad en que hemos nacido, pues las cosas solamente ocurren bajo los aburridos caprichos de los seres con alegado razonamiento; de la nada nos juntamos y de la nada nos separaremos, y el jínnliù desde el principio sueño ideal absurdo era, pues nadie verdaderamente ansias de seguir un ideal tenía. Ni siquiera Séntsa, con toda su lealtad a los principios danzilmareses, aceptaba sinceramente que tales lazos hubiéramos de formar, y se han dado cuenta todos de que lo mejor es romper este insensato vínculo, este irreal e insignificante contrato social llamado jínnliù, y que sea enterrado para siempre en lo más profundo de las concepciones humanas más vergonzosas que se hayan inventado jamás.
Lágrimas le hicieron brillar el rostro cuando apartó las manos del gemelo. Le dio la espalda y caminó hasta la puerta, y una vez ahí, volvió a mirarlo con el rostro sombrío, un rostro desalentador, oculto tras una cortina de oscuridad.
Cuando salió de la mansión, la lluvia naranja había cesado; los charcos de agua le recordaban dolorosamente a los ojos del chico que en algún momento llegó a considerar más que un jínn.
Me fijo entonces en la gente que a ella rodea, llenos de paz: figuras humanas ajenas a su desilusión. Dejo de prestarle atención a Yúska y me pongo a contemplar el hermoso cielo anaranjado del cual la lluvia había surgido, llenando toda la ciudad de una frescura con la cual la gente se sentía reconfortada, y donde los rostros desconsolados no encajaban.
***
—Que pase el siguiente —ordenó Áltra, chocando la punta de su báculo verde en el suelo.
Dos guardias ataviados de ropas blancas arrastraron por la alfombra roja del palacio un bulto cubierto por una bolsa de tela negra, iluminados por las miles de velas de las paredes. La maltrecha figura estaba inconsciente. Se detuvieron ante la presencia de la princesa Yúska, acomodada sobre un trono elevado, con finas ropas brillantes ornamentadas de joyas. Áltra se adelantó hasta encarar al desgraciado que habían postrado a los pies de la escalera.
—¡Despiértenlo! —ordenó con firmeza. Los adornos de su largo sombrero blanco se balancearon, haciendo ruido al chocar entre ellos.
Apoyándose sobre una mano, la princesa Yúska observó con malicia cómo le quitaban la capucha al pobre que habrían de enjuiciar. Yáke salió del otro lado de la tela, con los ojos cerrados, completamente inmovilizado por gruesas cadenas. Unas fuertes palmas resonaron sobre su rostro enrojecido, y volvió a la vida con quejidos guturales. Áltra leyó un rollo que un sirviente con antifaz le había entregado, el cual habló:
—Princesa, este plebeyo ha sido sorprendido en el acto de robo a una familia de clase alta. El hurto consistió de doce piârk de oro y cinco zièf de esmeralda.
—Ya veo —aproximo la princesa el cuerpo con curiosidad—, supongo que tendrás una buena excusa, ¿no es así, plebeyo?
Yáke levantó la mirada sin dejarse intimidar, apretando los dientes, y contestó:
—Tenía hambre, y le quitaron ustedes la granja a mi familia...
—¡Oh, es nuestra culpa entonces! —exclamó Yúska fingiendo sorpresa— Ya saben lo que tienen que hacer —abanicó con la palma a los guardias.
Sintió Yáke que le aflojaban y estiraban una pierna mientras otro guardia le apretaba el cuello con sus brazos, y el horrendo filo de un hacha se dejó caer sobre su muslo. Tuvieron que darle más de cinco golpes para que finalmente se desprendiera, la sangre manchó el suelo de marfil ante la satisfecha sonrisa de la princesa Yúska y la indiferente mirada de Áltra. Los gritos de Yáke fueron amortiguados por la mano del guardia que lo asfixiaba, y al final se dejó caer aturdido por el dolor.
Iba Áltra a ordenar que aquel miserable fuera llevado a la guillotina cuando la princesa Yúska descendió a toda prisa de su trono, bajó las escaleras llorando, y abrazó al ladrón que tiritaba de dolor. Al verla bajar, los guardias se apartaron de ella con reverencias, y no le impidieron acercarse.
—¡Yáke! ¡Oh, dios mío! —exclamó sin aliento, de rodillas— ¡Lo siento, en verdad lo siento!
El llanto que escucharon salir de ella petrificó a Áltra y los demás sirvientes; era la primera vez que veían a la Princesa mostrar tal arrepentimiento por los castigos que impartía, y ese no había sido especialmente horrible en comparación a otros.
—¡Rápido, cúrenlo inmediatamente! —demandó con lágrimas de rabia.
Fue llevado Yáke ante los médicos del palacio, quienes le detuvieron la hemorragia y cauterizaron la herida con fuego, pudiendo la princesa Yúska escuchar con angustia los gritos, al otro lado de la puerta, del que en otra realidad pudiera soportar un dolor intenso sin quejarse. La vio Áltra llorar ahogada en culpa, preguntándose incesantemente por su repentina piedad, y cuando el joven recién amputado fue sacado del consultorio de los médicos, la princesa Yúska ordenó que lo llevaran a descansar a una buena habitación y que lo trataran como a un príncipe, sin que nadie opusiera objeción alguna. Fue introducido en una gran habitación de suelo de marfil, con una cama de ricas sábanas rodeada de pilares blancos. Fue acostado en la suavidad del colchón y la princesa Yúska se encerró con él, prohibiéndole a cualquiera la entrada bajo pena de muerte.
***
Mírame, por favor, mírame. Siento tanto todo esto, intentaré arreglarlo todo; pero siento mi vida, recuerdo poco a poco, ¡Ordené muertes y castigos crueles! No quise que termináramos así, todo por el jínnliù, ¿dónde estarán los demás? No tengo recuerdo de ellos todavía. No me mires así, Yáke, no me mires con tristeza. Una mano siento, tu mano la siento en la mía. No veas mi rostro, no me veas llorar. No, Yáke, no quiero regresar todavía, quiero quedarme un poco más y aliviar un poco el dolor que he causado a todos. Gracias, quiero tu ayuda, acepto tu ayuda, estoy tan agradecida… pero miro el lugar donde estaba tu pierna, con la que antes podías correr más rápido que mi bicicleta y los automóviles. Te causé un gran dolor, voy a abrazarte ahora y pediré tu perdón una y otra vez en tu oído. Respiras y siento tu aire, gracias por no odiarme, Yáke, querido Yáke.
***
Se ha abierto de par en par la puerta. Los brazos de los sirvientes la han abierto. La Kêny de Danzílmar entra ataviada en ropas más brillantes que las de la princesa. Áltra también entra, con el rostro quieto y consternación en los ojos.
Se aparta la princesa del herido. Tiene una semilla de alegría enterrada bajo un mar de pánico.
—¡Madre!
Camina la Kêny hasta ella, con una mirada furiosa.
—Así que es verdad, mi hija ha dado aposento a un simple plebeyo acusado de robo.
La princesa la mira como si fuera la primera vez que estuviera ante ella, titubeando como la culpable de un crimen imperdonable.
—No creí esta actitud de ti, ¡llévenselo! Lo ejecutaremos de inmediato.
Van los guardias a levantar a Yáke.
—¡No, madre! No lo mates, por favor…
Una sonora bofetada casi la tira al suelo.
—Yo no crié a una hija débil que muestra piedad a los plebeyos, que cumplen su castigo por los abominables pecados de sus vidas pasadas.
Salen llevándose a Yáke con rudeza. La princesa Yúska corre tras ellos desesperada, implorando a su madre que lo dejen ir.
—Te lo ruego, madre, haré cualquier cosa, pero no lo maten, por favor, por el amor de los dioses, del mar y el cielo…
—¡Sujétenla!
Los guardias que hacía un rato la obedecían actúan como si nunca hubieran estado a su servicio, y la mantienen inmóvil mientras las enormes puertas se abren, dejando ver al otro lado el área de ejecuciones, donde una brillante guillotina espera a Yáke.
Implora Yúska aún más desesperada que antes, llorando forcejea inútilmente mientras los ve aproximarse al mortal aparato. La Kêny, cruzándose de brazos, espera a lo lejos para ver la cabeza rodar.
—Así es cómo debe ser, hija.
Yúska aprieta los dientes, con las mejillas brillosas por las lágrimas. Baja la cabeza, respirando como si se asfixiara.
—Te odio —murmura. Colocan a Yáke sobre el nicho mortal. Cierra los ojos para no ver la decapitación, y exclama—: ¡Te odio, mamá!
La cabeza de Yáke mira la hoja brillando sobre él. Yúska se resigna respirando agitadamente, pero entonces lo escucha gritar:
—¡Yúska, ya recuerdo!
Al oírlo, Yúska abre los ojos incrédula y sonríe con triste alivio, le salen unas últimas lágrimas espesas.
La princesa se tambalea como si fuera a caer desmayada. Áltra corre hacia ella.
—¿Princesa?
La princesa se despierta y recobra su postura. La Kêny ni se ha dado cuenta de su repentino desmayo.
—Ah, ¿ya lo van a ejecutar?
Su sadismo ha vuelto, y demanda con rudeza que los guardias la suelten.
—Esperen, quiero ver la última mirada que tendrá en esta vida.
Se acerca riéndose hasta pararse junto al reo. Áltra mira confundida a la Kêny, ésta se ve tan confundida como ella, pero satisfecha al fin y al cabo por la reaparición de su crueldad.
Una sádica sonrisa al revés es lo último que el ladrón de ojos anaranjados ve con horror.
La hoja tiene que ser soltada tres veces antes de poder escucharla encajar en su nicho.
***
—“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca —, el dedo índice en la comisura derecha de la boca de Yúska, ella lo mira con ojos perdidos, pupilas opacas, respiración pesada pero dulce; no deja de mover sus caderas—, voy dibujándola como si saliera de mi mano…”, dibujando… nunca se ha usado un verbo de manera más exacta, Yúska, pues tu boca y todo tu cuerpo son puro dibujo para mí —mayor agresión que desencadena gemidos como actos reflejos; el gemelo no gimió, pero cerró fuerte los ojos—… “una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja…”[5]
Ambos volvieron a sentir el toque de sus labios, ahora es de su conciencia que no se trata de los labios de los que, en la otra realidad, se encuentran desnudos sobre la cama, sino de los labios de ellos mismos, ahí acostados en el pasto frente al riachuelo.
***
Pasado ese desconcertante éxtasis, sintieron un sueño de muerte. Los brazos de Yáke, sobre la espalda de Yúska, la apretaron. Él respiraba como un pez en la tierra. Ella, con una sonrisa, sucumbía al sueño.
—¿Cómo va a cambiar esto nuestra realidad?
Brillaba todavía el sol; no parecía que en ese mundo se moviera de su lugar, ni que el viento dejara de soplar.
—No hables ahora, sólo abrázame.
—Pero sí lo hará; nada será lo mismo, y estamos condenados a sucumbir sin poder evitarlo.
—Tal vez todo salga bien: nos quedaremos juntos por siempre en este campo tan bonito, sin nada que nos moleste, sin volver a preocuparnos por nada.
El cuerpo dormido sobre él respiraba cada vez más tranquilo, hasta ser soplidos, sin querer escuchar respuesta. Yáke le acarició los cabellos, cuyas puntas aun entonces se alzaban hacia arriba. Nunca pensó que en su vida llegaría a sentir tanto sueño. Cerró los ojos y durmió.
[1] NT: Hice varias versiones de cómo pudo haberse traducido esta parte y ésta fue la que escogió el editor en jefe.
[2] Símbolo de victoria.
[3] NT: en el original usaban la palabra pínda, que designa a una mujer obsesionada con prácticas sexuales especialmente obscenas.
[4] Señal de los dioses para indicar un nuevo comienzo en la vida de alguien.
[5] Fragmento de Rayuela, de Julio Cortázar.
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