La realidad de Yáke y Sínke 16: Sexo y drogas

 


Viaje a un mundo donde Séntsa se enfrenta a su opuesto en carne propia.


45
La semana de los exámenes finales está a punto de comenzar. Pueden verse a los estudiantes que, habiéndose confiado mucho durante el mes previo, repasan una y otra vez los apuntes de las materias que habían descuidado más. Vuelve a ellos la agobiante presión del mes anterior. Para intentar calmar los ánimos de todos, la presidenta Áltra les había repartido pastillas para el estrés con la aprobación del director. Los clubes fueron oficialmente cerrados y no abrirían hasta terminada la semana de exámenes.
Preocupadas por las calificaciones de Yúska y Áte, Séntsa y Hínta deciden ayudarlos a estudiar en sus casas respectivamente, separados para tener menos distracciones.
Le cuesta algo de trabajo a Hínta hacer que Áte recuerde los símbolos de la tabla periódica, las identidades trigonométricas y la diferencia entre un verbo transitivo y uno intransitivo, pero sin quejarse nunca de todas las veces que se ve obligada a repetir lo mismo, ni de todas las veces que Áte se equivoca; era una buena maestra y jínne, comprensiva con la poca energía y voluntad de su jínn. La mayor parte del tiempo permanece seria y casi inexpresiva, con mucha seguridad para explicar y responder todas las dudas, pero sus progresos, por lentos que fueran, le hacían reflejar una grata satisfacción en el tono dulcificado de su voz y la parábola de su boca. La ayuda de Hínta da buenos resultados a Áte durante los exámenes, pasándolos uno a uno con números aceptables, pero al menos Hínta está segura de que no iban a tener un jínn atrasado un año.
El jueves se preparan para los exámenes de literatura, historia y filosofía, que tendrán lugar el viernes. Habiendo pasado horas repasando lo que tantas otras personas habían pensado, vivido y escrito hacía cientos de años, deciden tomar un descanso bebiendo un té de bambú en el patio, sobre unas bancas estilo lówk[1] que Kuésta, la hermana de Áte, había regalado a sus padres.
—Sólo un día más y todo habrá terminado —dice Hínta, intentando animarlo al ver su fatigado rostro.
—Sí, pero sé que apenas lo voy a lograr —dice Áte, echándose para atrás en la banca.
—No te atormentes por eso, lo importante es que apruebes.
—Tal vez eso te parezca, pero yo no lo veo así. Si lo piensas todo bien, esto de la escuela ha dejado de tratarse de pasar o no un examen; eso es de cajón, lo importante es con qué calificación lo haces. Un diez es siempre más importante que un nueve o un ocho.
Hínta mira las manos de Áte, que no han soltado el lápiz con el que había respondido el cuestionario de práctica, y luego dice:
—Creo que es la primera vez que te veo estudiar en serio; me alegra que te preocupe tu futuro, pero no te desesperes, todavía estás a tiempo de hacer un cambio.
—Sí, claro. Esta realidad es la que dicta y soy yo el que debe cambiar.
—¿La realidad? —pregunta Hínta extrañada.
Áte ríe con la nariz.
—Los gemelos hablan tanto de la realidad, como si se tratara de una persona, que creo que se me está pegando —dice y vacía la taza en su garganta —. ¿Tú qué opinas de la realidad, jínne?
Hínta baja su taza sin saber qué pensar.
—Te daré un ejemplo práctico —dice Áte al ver que ella no va a decir nada—, ¿por qué somos los únicos adolescentes de todo Danzílmar que conformamos un jínnliù?
Hínta nunca lo había oído hablar de esa manera tan seria. Se queda perpleja por un momento, pero pronto responde:
—Simplemente la oportunidad se dio. Nos llevábamos muy bien, no veíamos razón alguna por la que no hacerlo.
—¿Y a ti te parece que en verdad somos jínnyi, o solamente es una mera palabra con la que nos gusta nombrarnos? —adelanta el cuerpo hacia ella, su mirada se vuelve mucho más seria— Nuestra realidad es esta, pero es una realidad que nosotros mismos hemos creado, y si nosotros mismos la hemos creado sin razón lógica, podemos cambiarla si queremos, ¿no crees?
—Eso suena como algo que dirían Yáke y Sínke —dice Hínta, algo nerviosa.
Áte vuelve a reír.
—Tienes razón. Qué idiotez, ¿no te parece? Cambiar la realidad.

***

Si algo hubiera sido diferente, si la chica de cabello áureo no se hubiera desvanecido frente a sus ojos mientras sostenía su mano con suavidad, si no hubiera salido de su habitación, si no hubiera corrido rápidamente hacia la de su hermano, y si no hubiera encontrado a Yúska frente a la escalera, con la cara roja, sonrisa gozosa, radiando la felicidad de una chica enamorada, quizás el confundido gemelo no habría apurado tanto el paso en el momento en que la chica se despidió de él con un tono cantarín y satisfecho, no habría irrumpido en el cuarto de su gemelo idéntico, y no se habría llevado la mano a la boca, intentando contener la risa, al verlo sobre la cama, cubriendo su desnudez con la sábana, mirando la nada que había sobre él.
—¿Qué te ocurrió? —no habría preguntado, con dificultad por la risa— Parece que el frío corazoncito de mi hermano, y otras partes de su cuerpecito, ya han conocido el calor del contacto con las drogas mielescas del goce carnal —no se habría sentado sobre la cama. —Por eso Yúska se fue tan sonriente, ¿verdad? ¿Qué se sintió? Te ruego que me ilumines, ¿es en verdad un viaje a otra realidad, el sentir a otro ser dándole placer a tu cerebro? ¿Qué pasaba por tu mente? ¿Acaso todo tu intelecto, todos tus conocimientos, toda tu filosofía y todo el mísero valor que le has dado a tu vida se volvieron pueriles, vanos, triviales, estúpidos e inútiles en el momento del éxtasis químico?
En ese mundo, Yáke habría hablado sin articular mucho los labios, sin cambiar la posición de su cuerpo ni la expresión inquieta de su rostro:
—Era como si no fuera yo, como si mi mente se alejara, pero como si intentara retenerla. La sentía a ella, pero no la sentía ficticia; era como si se tratara de un ser real, un ser al que mis nervios podían reconocer como algo de verdad y no como trazos en el mundo.
—Eso suena maravilloso.
—No, no lo es —pero no se vería triste o serio, sino que se escucharía como si quisiera reír—. Eso quiere decir que esta realidad me atrapó, me volvió parte de ella por un momento, me hizo sentir que pertenecía al mundo, y eso es horrible —se incorporaría sobre la cama sonriendo—. Ganaste, hermano —Sínke lo miraría interrogante—, la apuesta la has ganado, hemos vivido experiencias que han resultado en algo más grande, algo que impulsará nuestra definición de lo que somos y nuestro lugar en la existencia. Te parece que exagero, pero ahora entiendo mejor esta realidad, y no debemos tratarla de enemiga.
Todo eso habría escuchado de la boca Yáke; pero el Sínke que yo atestigué, el que irrumpió en la habitación de su hermano, el que se encontró con Yúska en las escaleras, el que vio desaparecer frente a sus ojos a Hínta en su habitación, no tuvo la suerte de experimentar en esa realidad.

***

Inaudito para algunos, extraordinario para otros e irrelevante para miles de millones. Inesperadamente Yúska comenzó a caminar tomando a Yáke del brazo, mirándolo con ternura maliciosa y hablándole en un tono sólo un poco más dulce que de costumbre, sin perder su picardía, su tono altivo y dominante, y sus ojos indiscretos. El gemelo iba con su semblante normal, silencioso y frío, casi robótico e indiferente; a veces intentaba apartar la vista de su enamorada paralizando sus facciones, como si se distanciara.
Veíanlos sus jínnyi con ojos indiscretos, cotillantes, reunidos en la mansión de Séntsa, mientras incómodamente pretendían beber un poco de té. Conforme las interrogantes eran contestadas por la alegre voz de la nueva novia, ésta se le encimaba tiernamente a su serio enamorado, quien no dejaba de tocar un piano invisible con la mano que su novia no sujetaba. En los semblantes de todos se notaba la insoportable curiosidad por saber qué tenía que decir Yáke con respecto a todo eso, y al darse cuenta éste, levantó la cabeza como si se despertara de un letargo.
—¿No puede alguien enamorarse de otra persona sólo porque sí? —habló como si se lo preguntara más a sí mismo que a los demás— Llevamos ya algún tiempo conviviendo juntos. Es entendible que, dada nuestra condición humana, el sentimiento de afecto surja entre dos personas que vivan las experiencias adecuadas que la realidad les imponga por delante, por el tiempo suficiente…
Y no teniendo ninguno el valor para querer hacer o decir nada más, la visita terminó abruptamente y todos se fueron menos la anfitriona, quedándose ésta meditando con inquietud si al jínnliù le esperaban más cambios en el futuro.
Hizo ver Yáke a su hermano que la primera semana del noviazgo era la más difícil. Dada la actitud natural de Yúska, ella venía a visitarlo todos los días, y, conociendo el gusto de su amado por la pintura, cada día le traía uno de esos folletos que regalaban en el museo, los cuales explicaban la historia de las pinturas que se exhibían e incluían un pequeño análisis de algún crítico de arte. Traía además palomitas y una película para ver juntos en su habitación. Luego salían a pasear al parque o a observar la puesta del sol en la costa o iban al cine. Sin embargo, las pláticas triviales que se llevaban a cabo durante todas esas actividades era lo único que no parecía muy diferente de antes de comenzar a salir, con la excepción de que se veía que Yáke hacía un esfuerzo por seguir el juego de la comunicación.
Poco después, Yúska fue a su casa para pedirle que la acompañara al supermercado a comprar un frasco de mayonesa, y todo el camino lo recorrieron hablando sobre la comida en la cual les gustaba poner mayonesa y en la que no, y puesto que Yáke casi no tenía la necesidad de comer, dijo que no había tenido la oportunidad de probar mucha comida con mayonesa, a lo cual su novia le propuso, con un giño coqueto, que al volver cocinarían algo juntos, y cuando reparó Yáke en sus ojos emocionados, y su dedo índice levantado en señal de extrema convicción, se percató con una leve náusea de que aquella imagen le pareció un poco divertida.
No sabiendo cuál de todos los frascos de mayonesa escoger, Yúska comenzó a tomarlos uno por uno.
—¿Qué te parece éste? —preguntó mirando uno con la atención de un científico ante un microscopio— Me he dado cuenta de que los frascos con tapa verde tienen mayonesa un poco más amarga que los de tapa roja.
—¿Y qué hay de los que tienen tapa amarilla?
—Esos son más empalagosos —tomó otro frasco—; pero suelen ser más baratos, creo que por el color de la tapa.
—Eso sería por la marca y el tamaño más que por el color de la tapa.
—Nunca he visto un frasco de mayonesa de tapa roja más barato de trece yáos; y tampoco he visto frascos de tapa blanca que sobrepasen los seis, sin importar su marca.
—Sería muy ridículo si el precio de la mayonesa fuera en función del color de la tapa del frasco.
—Vamos, vamos Yáke —le dio suaves codazos en el abdomen—, ya deberías estar acostumbrado a lo ridículo de la realidad, y si no mira a tu alrededor, como tú dirías, gente intercambiando papelitos y metalitos por cosas para llevarse a la boca. Y las todopoderosas ofertas que nos rodean… Mira, 50 por ciento de descuento en cosas que de otro modo se venderían mucho menos y que no necesitamos, todo para generar más y más dinero. De hecho, puedes escuchar desde aquí el sonido de las cajas registradoras; cada bip bip bip es un porcentaje de dinero que se acumula y cae como las gotitas de una gotera que al final resulta en un enorme océano del cual sólo unos pocos podrán disfrutar. Menos mal que nosotros solamente vinimos por un frasco de mayonesa.
Yáke por un momento dudó que, a partir de un tema tan trivial, Yúska hubiera llegado a hacer el intento de sonar inteligente o profunda, aunque sin conseguirlo. Y al mismo tiempo que sentía otra ligera náusea, dijo:
—Si quieres que cocinemos algo, tendremos que comprar algo más; no tenemos muchos alimentos en mi casa.
Durante el resto de la semana, cada vez que tenían una convivencia de pareja normal, un nuevo malestar invadía el cuerpo de Yáke cuando en su mente la sensación de felicidad o bienestar comenzaba a surgir.

***

Los exámenes terminaron al fin. Un suspiro de alivio clamó del norte al sur del verde instituto Ítuyu, solamente quedaba esperar una semana para publicar los resultados y otra para los exámenes extraordinarios, por lo cual el suspiro de alivio estuvo acompañado de sonrisas inquietas y pies golpeteando el suelo por parte de los alumnos que se creían en peligro de reprobar.
Yáke y Sínke, como ya era común para ese entonces, pasaron todas las materias con sendas calificaciones perfectas, lo que les valía más miradas de desprecio que de admiración por parte de sus compañeros. Hínta, Séntsa y Kányu también se habían desempeñado bastante bien; Yúska y Áte tuvieron que conformarse con pasar a duras penas con calificaciones aceptables. Yúska dio un brinco de alegría al ver que todos los jínnyi estarían juntos en el siguiente año, cuando los promedios finales fueron expuestos en el tablero de anuncios de la zona común de estudiantes.
Habiendo abierto nuevamente los clubes, el club Fícktiono volvió a albergar a los chicos; pero después de que Sínke diera un extravagante discurso de reapertura, Séntsa pidió la palabra y se levantó con el semblante de un medico a punto de dar malas noticias.
—Voy a renunciar al club —dijo.
Áte y Yáke fueron los únicos que no se quedaron pasmados ni le reclamaron nada, sólo escucharon las voces sorprendidas de los demás demandando razones.
—No hemos hecho más que perder el tiempo en actividades extrañas, y hasta peligrosas y sin sentido —argumentó sin perder su terminante postura—, quisiera hacer actividades normales que no involucren hacerme pasar vergüenza o que hagan que la gente me vea raro, y que realmente puedan considerarse una verdadera actividad productiva.
Sínke aproximó la cabeza, con ojos suspicaces.
—¿En serio todas las actividades que hemos hecho te han parecido una absoluta pérdida de tiempo? —preguntó.
—Yo no las definiría de otra manera —contestó Séntsa de inmediato.
Salió entonces por la puerta, ignorando las peticiones de Yúska, luego Áte se levantó.
—Si se va Séntsa, entonces también me voy yo —dijo con voz aburrida.
Salió sin dudar ni mirar atrás.
—¿Alguien más quiere irse? —preguntó Sínke cuando la puerta se hubo cerrado. Ya no se veía arrogante, sino que su voz se tornó firme como la de un general.
Hínta se debatía por dentro, mirando en silencio la puerta por la que habían salido Séntsa y Áte.
—¿En serio lo estás pensando? —preguntó Yúska, asustada.
—La verdad es que tampoco le veo mucho sentido a este club —contestó Hínta como si se disculpara—, admito que ha sido algo interesante lo que se proponía, pero en la práctica solamente resultaba extraño.
Miró a Sínke tristemente; éste no pudo sino asentir con aire frío, hasta casi parecerse a Yáke. Salió Hínta, y Yúska tras ella, intentando hacerla cambiar de opinión. Kányu no tardó mucho en retirarse también, y les dio una última sonrisa como si quisiera atenuar una culpa. Se iba no porque le desagradara el club, sino porque todos los demás se habían marchado también; era la oveja siguiendo a sus pastores.
Sínke se dejó caer pesadamente sobre la silla y vio sorprendido que en su hermano había una sonrisa suspicaz.
—¿Qué te parece tan gracioso, hermano, que tu rostro no ha sabido controlar la expresión? —preguntó despectivo.
—Simplemente que ocurrió lo inevitable, hermano. Tu intento por recrear una realidad sin sentido en la que surgiera la seriedad ha fallado.
Refunfuñando, Sínke se levantó y comenzó a sacar los libros de los estantes, que no habían tenido la oportunidad de brillar en ningún momento.
—Reconozco —continuó Yáke— que en el fondo tus intenciones llegaron a capturar mi interés después de algunas actividades. Querías hacerles sentir a todos al menos una parte de lo que nosotros sentimos con la realidad, a manera de pequeños ejemplos con experiencias poco habituales. ¿Pero en serio esperabas que todos los demás lo vieran de ese modo?
—Yúska y Kányu parecían hacerlo —contestó Sínke sin mirarlo.
—Yúska hace cualquier cosa extravagante y es feliz, y Kányu hace cualquier cosa que los demás hagan y parece feliz; Hínta, bueno, ella siempre se da la oportunidad de ser convencida y lo intenta de verdad, pero siempre decide reprimir su entendimiento. Tu principal problema era entonces con Séntsa, y por supuesto Áte —se dio cuenta de que su hermano apretó los labios al mencionar a Áte—… ¿En serio tenías esperanzas de que Áte quisiera quedarse?
—Supongo que no debo culparlo por haber tomado otra dirección; pero en verdad tenía la impresión de que podría llegar a seguir esa alternativa.
—Pues lástima, hermano. Me temo que el final del club es también el comienzo del fin del jinnliù.
Sínke colocó pesadamente el último libro sobre la mesa.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó con incredulidad y pesadez en la voz.
Yáke se encogió de hombros, como si la respuesta le pareciera lo más obvio del mundo.
—Si se dieron cuenta, al menos algunos, de que el club no tenía sentido, tarde o temprano podrían comenzar a pensar seriamente que el jínnliù tampoco lo tiene. ¿Quieres recordarme, hermano, lo que se hace cuando las cosas no tienen sentido? Renegamos de ellas y las dejamos.
—Non sequitur, hermano, ¡non sequitur! —contestó Sínke, alzando la voz nervioso—, no van a abandonar el jínnliù por ver al club como un absurdo inútil.
—El club falló porque la relación entre sus miembros durante sus actividades era poco coherente y armónica para los estándares que un verdadero jínnliù exige. Después de todo, se supone que una familia permanezca siempre unida, sin importar las circunstancias, ¿no? Casi me atrevo a intentar deducir, conociéndolos, cuáles serán sus razonamientos con respecto a esta ironía, la de separarse por la misma razón por la que se unieron: quién sabe.
Los papeles se habían invertido: Era Yáke el que ahora se mostraba jactancioso, levantando orgulloso la cabeza, su boca robando la sonrisa que usualmente pertenecería a su hermano, y era Sínke el que se había tornado inexpresivo y cabizbajo, con la mirada sosegada de su hermano, como si se hubiera dado cuenta de que había cometido un error que no quisiera admitir.

46
Teclean los dedos de Yáke el sillón en el que está sentado, y piensa ¿qué va a pasar ahora? Kányu tiembla sentado en el suelo, el codo apoyado en una silla, su sonrisa tintinea a punto de desaparecer, posa la vista, sin poder evitarlo, sobre Áte, y cuando éste se da cuenta, Kányu vuelve a mirar el fondo de la silla y retiene las ganas de llorar. Áte hace lo mismo con Sínke; la boca arrogante del gemelo desprovista de rencor no lo tranquiliza; pero no siente ganas de llorar, sino de desaparecer. Yúska está sentada a los pies del sofá, las piernas de Yáke a su derecha; se acerca a ellas y roza con el hombro la pierna izquierda, piensa lo siento, Yáke, y se le escapa una lágrima. Hínta la observa desde su silla y el remordimiento la ahoga, siente como si su cerebro liberara ácido a sus venas. Séntsa repara en su mirada decaída y cubre la mano de su jínne con un suavidad, ambas manos están rígidas, sin calor, ya no transmiten el afecto que antes solían aportarse mutuamente. ¿Qué aprendimos de toda esta experiencia? Pregunta Sínke, su optimismo le parece ofensivo a Séntsa; Áte piensa ¿cómo puedes seguir tan normal? Todos ya han recordado plenamente la vida que habían perdido mientras deambulaban en las mentes de sus alter egos, y un agudo sentimiento de desamparo les impide hablar por bastante rato. La ceremonia de fin de curso estuvo… bien, dice Hínta con voz tenue. Sí, estuvimos todos juntos, dice Yúska. Kányu se esfuerza para sonreír y asentir. Dice Sínke es increíble lo que experimentamos en esos mundos, me pregunto qué está sucediendo en ellos en estos instantes. Séntsa dice no pienses en eso, tenemos ya una vida aquí con problemas reales, no nos debe importar lo que les ocurra en otra realidad. Yáke pregunta ¿qué va a pasar con el jínnliù? Yúska levanta los ojos para verlo, su boca se abre pero no le salen palabras.

***

Cuando Séntsa hubo salido por la puerta de la sala de maestros, se encontró vistiendo ropa apretada y muy reveladora; una falda tan corta que su ropa interior casi quedaba a la vista y una blusa a través de la cual le eran visibles los pezones. El shock que sintió la hizo ahogar un grito, y al volver a encerrarse en la sala de la que había salido, por temor a que alguien la viera, vio al viejo director tendido en la mesa, respirando agitadamente, despertando lentamente del éxtasis, con los pantalones bajados y sudando. Al verlo incorporarse con lentitud, Séntsa sintió sus piernas paralizadas por el miedo y el asco.
—¿Ya tan pronto quieres hacerlo otra vez? —dijo el centenario director poniéndose los lentes— Vas a tener que esperar un poco para que me recupere…
Un cuchillo muy frío se clavo en el abdomen de Séntsa; todos sus músculos quemaban, su cabeza se había llenado de vapor que le quemaba los ojos por dentro, haciéndolos derretirse en lágrimas. Salió corriendo de ahí, gritando desesperada, cubriéndose la cabeza con los brazos. Conforme corría hacia la salida, los demás estudiantes no dejaban de mirarla; los chicos le sonreían con naturalidad y picardía; las chicas cuchicheaban con miradas desaprobadoras, flechas directamente a su alma. Cerraba con fuerza los ojos y se arriesgaba a chocar contra la gente y los árboles. Corrió hasta el edificio de los segundos años y buscó a sus amigos; pero solamente encontró a Kányu, que la vio como a una quimera. Desesperada, Séntsa preguntó por los gemelos, y cuando Kányu le dijo, no sin sorprenderse por saberlo, que se habían marchado hacía rato, le exigió que llamara a Yúska para que la llevara a casa de los gemelos en su bicicleta. El teléfono de Kányu no tenía registrado el número de Yúska; por lo que marcó de memoria y, para su suerte, el número resultó ser el mismo. Yúska estaba en la entrada del instituto cuando recibió la llamada, y esperó ahí hasta que Séntsa llegó. Poco tiempo tuvo para sorprenderse, horrorizarse o preguntarle nada, pues Séntsa montó de inmediato en el asiento trasero de la bicicleta y le exigió que condujera lo más rápido posible, dejando atrás Kányu en su camino a la casa de los gemelos.
Percibió Sínke un cambio repentino en el momento en que hubo llegado a su casa; el pato había llegado volando hasta él y lo había acariciado en la cabeza, pero al sentir el cambio miró a su alrededor, y al no apreciar cambios notorios se dirigió a su habitación, siempre alerta.
Yúska y Séntsa llegaron en el momento en que Yáke estaba a punto de entrar por la reja, y al ver a Séntsa, la mirada preocupada que éste había tenido desde que había sentido el cambio se tranquilizó.
—Así que esto es lo que cambió.
Séntsa se bajó rápidamente de la bicicleta y lo tomó de los hombros con violencia.
—¡Hazme regresar! —gritó desesperada.
—Te encontraste en una situación que no podías soportar, ¿verdad? —dijo Yáke, indiferente.
—¡Creo que me acosté con el director! —gritó. Yúska se llevó las manos a la boca.
—Ya veo, ¿y te gustó? —preguntó Yáke, despectivamente.
Séntsa iba a golpearlo con todas sus fuerzas, pero esa pregunta le hizo reaccionar. Recordó entonces la vida tan diferente que tenía, tan vívida como si en verdad hubiera estado ahí. Su padre había muerto y su madre la había abandonado, viviendo ahora con una familia adoptiva cuya repugnancia la enfermaba. Revivió todas las veces que la indecencia la había llevado a situaciones que nunca hubiera pensado que haría. Su alter ego estaba desprovista de moralidad y vergüenza; era lasciva y temeraria, rebelde contra todos y manipuladora. Recordó un momento en el que había tenido un momento de placer en la azotea de su edificio con el gemelo que sujetaba tan enojada, y gritando de vergüenza lo soltó y se alejó unos pasos.
—Así que ya recordaste todo —dijo Yáke.
Ella no se atrevió a mirarlo, se dio vuelta y abrazó a Yúska, empapándola de lágrimas.
Decidieron que no le avisarían a ninguno de los otros, y al decirles ella que no quería regresar a la casa de la familia que la había adoptado cuando su madre la dejó, los gemelos la dejaron quedarse con ellos.
Sin embargo, en poco tiempo llegaron a la casa los demás, pues Hínta se había dado cuenta de que había dejado de existir una foto que tenía en su habitación, en la cual aparecían todos los que habían sido jínnyi, en la fiesta de navidad. Habló con Kányu, cuyo número aún tenía; éste le contó sobre lo que había sucedido en la escuela, y luego avisó a Áte. En menos de una hora, estaban todos reunidos en la mansión de los gemelos muy a pesar de Séntsa.
—Entonces, ¿lo único que ha cambiado de toda la realidad es que Séntsa es una puta? —preguntó Áte.
—¡No le digas así! —gritó Yúska—. Debe ser horrible encontrarse siendo alguien que no eres.
—¿Siendo alguien que no es? —dijo Sínke, reteniendo la risa— Claro, antes era la moralista amante de las tradiciones y la decencia <presidenta del comité de moral del instituto Ítuyu, temida por todos, alguien a quien nadie podía ver sin temblar> y ahora es una chica que tiene que acostarse con el director para aprobar.
—¡Sínke! —exclamó Hínta furiosa, pero luego dijo entristecida—: No digas esas cosas.
—Estoy poniéndolo todo en perspectiva —se defendió el gemelo—: ahora mismo hay dos Séntsas compartiendo el mismo cuerpo, y esto se aplica a todos nosotros. Entonces la pregunta es, Séntsa —se agachó hasta estar a su nivel y la miro a los ojos—: ¿quién eres tú ahora mismo? —hizo mucho énfasis en la palabra “eres”.
Sintió Séntsa puñaladas en su interior; la personalidad de su alter ego intentaba expulsar a la chica puritana que ella siempre había sido en su realidad. Se agarró fuertemente la cabeza y lloró.
Yáke le apartó a su hermano de la cara y le dijo que ya era suficiente.
Le dieron la ropa que su madre había dejado en su última visita, y la instalaron en la habitación que ocupaban sus padres cuando regresaban. Durante la noche no durmió; no pudo dejar de recordar una y otra vez esa vida tan horrible, reviviendo cada sensación como si las hubiera experimentado ella misma, y su desesperación crecía entre más se sentía como su alter ego. Sabían lo gemelos que la única manera de regresar a su realidad era recordando las vidas de sus alter egos; pero las diferencias entre ambas realidades eran tan pocas, que no era suficiente el saber que en aquel mundo nunca se había formado el jínnliù. Debía haber alguna situación más específica que activara sus memorias más profundas y contrastantes.
Debido a la vergüenza que aún sentía, Séntsa no fue a la escuela al día siguiente, y se negó a hablarles de cualquier cosa relacionada con ella, quedándose como si estuviera sonámbula y frente a sus ojos sus peores pesadillas la atormentaran. Hínta pensó que las demás personas de la escuela podrían contarles algo importante relacionado con Séntsa. Preguntaron a mucha gente, pero nadie parecía saber nada de ella más que de lo que ellos ya se habían dado cuenta. Tampoco los maestros pudieron decirles nada nuevo o muy relevante salvo la maestra Nín, quien les contó que tenía entendido que sus padrastros parecían no preocuparse nunca por ella. Yúska averiguó la dirección de la casa de los padrastros y se dirigieron ahí saliendo de la escuela. Los encontraron en un departamento desordenado y sucio de un barrio pobre en el este de la ciudad de Shórsta, los gemelos tuvieron que golpear a algunos pandilleros para evitar ser asaltados. Al llegar, les atendió un hombre alto que olía a alcohol, cuya ropa apenas ocultaba su repulsiva gordura. Se presentaron y dijeron que tenían que hablar de su hija.
—¿Ahora dónde está esa puta? —preguntó el hombre a punto de reír.
—Su hija ahora se encuentra en casa de estos gemelos —se impuso Yúska, sin intimidarse.
—Ya era hora de que se fuera de una vez —dijo la madre, una gruesa mujer que batallaba por planchar un vestido que parecía de cartón—, esa niña era una buena para nada.
—De por sí ya iba a echarla cuando volviera —dijo el padre.
—¿Alguna vez ella les habló sobre sus amigos, o quizás romances o algún problema que tuviera en la escuela? —preguntó Yáke.
—¡Ja!, esa chica todo lo resolvía con la boca, si me entienden —contestó el padre—. Y no, cuando no tenía la boca ocupada solamente se quejaba por todo. Nadie la soportaba si no era para follársela.
—¡Cabrones! —exclamó Yúska, furiosa como nunca la habían visto— Séntsa es una buena chica, una gran amiga y gran persona.
Ambas personas, entre risas, continuaron ultrajándola con comentarios sobre su reconocida promiscuidad y malicia. Yúska estaba a punto de abalanzarse sobre ellos con la intención de matarlos con sus propios dientes, y lo hubiera intentado de verdad sino fuera porque Kányu la sujetaba del brazo.
—A ver, gemelitos, si yo fuera ustedes no la dejaría sola en mi casa —dijo la mujer—, lo más probable es que ya les haya agarrado todo el dinero y se haya largado a comprar cigarros y drogas.
El hombre continuó contando sobre la vida desenfrenada de Séntsa, con un tono tan impertinente que Yúska no lo pudo soportar, se soltó de Kányu y le propinó al padrastro un golpe en la cara, luego retrocedió con miedo al verlo encararla con cólera. El hombre quiso sujetarla, pero Sínke atrapó su brazo y le dio una fuerte patada en el estómago. Se fueron rápidamente de ahí, tristes y enojados pensando en que no habían descubierto nada útil.
Cuando regresaron a la mansión de los gemelos, encontraron a Séntsa llorando, arrodillada frente a la entrada, y alrededor de ella cientos de billetes se encontraban desperdigados. La levantaron y sentaron en un sofá, y preguntaron lo que había sucedido.
—Tuve una incontrolable necesidad de fumar —contestó, y sus manos temblaban sin control.
—Tu padre dijo que consumías drogas —dijo Yáke—, quizás estés comenzando a sufrir el síndrome de abstinencia.
—Sí —dijo Séntsa temblando, los recuerdos parecían causarle epilepsia a su voz—… Cocaína… Desde hace un meses… Tengo un proveedor que me las da.
—Tranquila, Séntsa —dijo Yúska, tomando su mano y abrazando su cabeza—, sh, sh, sh.
Les contó entonces, no sin odiarse a sí misma, que la razón por la que se había detenido para ir a comprar cigarrillos fue porque comenzaron los temblores.
—No importa ya. Tenemos que llevarte al centro de rehabilitación para que te desintoxiquen —dijo Áte.
Séntsa no se opuso; pero antes pidió que la dejaran cambiarse en su habitación, ya que la ropa que tenía no le parecía la adecuada.
—Vamos a ir a una clínica —dijo Hínta—, de todas formas te van a quitar la ropa y a poner una bata, ¿para qué vestirte mejor?
—Porque quiero salir, al menos una vez, como alguien que se vea como yo lo haría… Tal vez su madre tenga algo más que pueda usar—dijo respirando agitadamente, y subió acompañada por Yúska hasta su habitación, pasando junto a la tortuga de Yáke.
Una vez adentro, Séntsa puso el cerrojo y se acercó a la mochila que había traído de la escuela, de ella sacó unas bolsitas con cocaína, una navaja de afeitar y una pajilla. Debido a la sorpresa, no recordó que tenía todo eso ahí; pero en cuanto el gemelo hubo mencionado lo de las drogas, ese recuerdo se activó en su mente.
Puso el polvo sobre una silla, con la navaja lo acomodó en líneas delgadas y acercó la pajilla para aspirarla por la nariz.
Entonces reaccionó, miró con horror la barbaridad que estaba a punto de cometer y se apartó de ahí. Pero volvió a mirar los polvos blancos que aún estaban sobre la silla, y el dolor que comenzaba a sentir recorriendo su cuerpo le gritaba que los aspirara. No había nadie que la detuviera; sólo estaba el alter ego de su interior que no dejaba de retorcerle los sesos para que lo hiciera. Maldiciéndose cientos de veces, se acercó de nuevo y acercó la pajilla al polvo blanco.
—Yo no soy así —dijo con los ojos lagrimeando—, esto es por culpa de mi alter ego…no soy yo la que hace esto.
Cerró con fuerza los ojos e inhaló profundamente.

***

Se dio cuenta Yúska de que tardaba demasiado, y llamó su nombre tocando la puerta, pero no oyó respuesta. Golpeó cada vez más fuerte, y al escuchar sólo silencio intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Llamó a sus jínnyi, aterrada de que algo malo le hubiera sucedido. Unos momentos después, el pie de Yáke había derribado la puerta. Séntsa se encontraba sonriendo con la mente ebria, acostada sobre la cama, la mirada perdida en éxtasis.
Hínta clamó asustada su nombre, corriendo hacia ella.
—Hola, Hínta —dijo Séntsa de gran humor, con las pupilas sumamente dilatadas—, te ves muy bien… muy real…
Hínta retrocedió con horror. Sínke vio la pajilla sobre la silla, y acercándose vio unos leves rastros del polvo blanco que todavía quedaba.
—Está completamente idiota —dijo Áte como si viera un fantasma.
—Hermano, ¿por qué no pudimos oler esta droga cuando llegó? —preguntó Yáke.
—Estos alter egos al parecer no tienen tan buen olfato —respondió Sínke.
—¡Dejen de perder el tiempo! —exclamó Yúska— Hay que llevarla a que la desintoxiquen…
Séntsa se levantó y caminó animosamente hasta ella.
—Tranquila, jínne, ya me siento muy bien… —la abrazó con un brazo— Todo se siente tan diferente, tan extraño, tan real... ¿Me oyeron? Todo se siente muy real —rio con fuerza.
Yúska se zafó y la miró enojada.
—¡Tú no eres Séntsa! —exclamó.
—Los vicios de tu alter ego te han controlado —dijo Hínta, igualmente molesta—. Pero no importa, porque te llevaremos a que te desintoxiques, luego te ayudaremos para que tu vida mejore y ya no tengas que ser infeliz.
Séntsa se rio de nuevo, burlándose despiadadamente de las palabras de Hínta.
—¿Qué ganaríamos con eso, si algún día vamos a regresar a nuestra realidad? A ver, díganme —dijo con retadora alegría—, supongamos que arreglo la vida de mi alter ego, cuando regresemos tal vez no recuerde nada, y se preguntará qué cojones sucedió, y vuelva a ser la puta drogadicta que es ahora… ¡la puta drogadicta que soy ahora! ¿De qué sirve intentar cambiarla? Su vida ya está arruinada por completo.
—No digas eso —dijo Kányu—, aunque sean de dos realidades diferentes, sigue siendo tú…
—Ella tiene razón —interrumpió Yáke.
Yúska lo miró incrédula.
—¿Qué?
—Las circunstancias de su vida han sido totalmente diferentes; las decisiones que ha tomado han moldeado su realidad. Cuando regresemos, su conciencia volverá a tomar el control de su cuerpo y volverá a lo mismo de antes. Nuestros alter egos tampoco recordarán el haber intentado ayudarla, ya que en esta realidad nunca fuimos un jínnliù.
—Aún si lográramos hacer de ella la más casta sacerdotisa —dijo Sínke—, esa sería una realidad que crearían las decisiones según la personalidad de la Séntsa que conocemos, por lo que, al irnos, la Séntsa de este mundo dejaría de serlo.
Y aunque Yúska y Hínta intentaron convencerlos de lo contrario, no fue posible hacerlos cambiar de opinión.
—Sin embargo hay un problema —dijo Kányu después—, si no podemos hacer que los gemelos recuerden nada, entonces estaremos atascados en esta realidad por siempre.
A Séntsa se le iluminaron los ojos, se acercó a Yáke con una gran sonrisa.
—Ah, creo que sé cómo hacerte recordar —dijo con una mirada lasciva que impactó a todos—, dices que debes recordar algo muy increíble de tu vida, pues entonces sólo hay que hacer una cosa.
Yáke la miró suspicaz.
—Así que mi alter ego hizo eso…
—¿Hizo qué? —preguntó Yúska.
Sínke puso la mano en el hombro de Yúska.
—Según deduzco, parece que el alter ego de Yáke llegó a conocer muy bien el cuerpo de la alter ego de Séntsa.
Justo en ese momento, Séntsa se levantó muy alegremente la camisa y le enseñó los pechos a Yáke. El gemelo miró y escuchó murmullos en su cabeza, luego sensaciones como entumecimientos sobre su piel y debajo de ella. Imágenes de rostros, calles y objetos se moldearon ante sus ojos.
—Empiezo a recordar algo —dijo manteniéndose frío.
—Si te sirve más, puedes tocar —dijo Séntsa con ojos seductores.
Todos contuvieron el aliento al ver al gemelo alzar la mano. Yáke dudó durante varios segundos, mirando la idiota felicidad de Séntsa, luego suspiró, cerró los ojos e hizo a su mano sentir uno de los pechos. Todos se quedaron quietos, esperando a que el gemelo dijera algo, Yúska escondió la cara tras las manos, Hínta sintió que le faltaba la sangre en las piernas y en la cabeza. Un momento después, Yáke abrió los ojos y dijo:
—Recuerdo ya.
Revivió aquella experiencia que asqueó a la Séntsa de su realidad. De ese recuerdo se derivaron las memorias de toda su vida en aquel universo paralelo, en la que predominaba su búsqueda constante de impresiones sensoriales desenfrenadas. Sínke percibió también su realidad como un horizonte lejano.

***

Ambos se quedarán ciegos de nuevo. Casi de inmediato se hallarán sentados en el sofá de la sala de su mansión, la mano de Yáke acariciando la cabeza de su tortuga; Sínke sintiendo a su pato sobre la cabeza.

***

Se levantaron rápidamente del sofá, el gemelo impetuoso todavía recordando la sensación de la droga misteriosa que le había calentado el cuerpo. Corrió Yáke a la entrada y vio a la tortuga bajando por las escaleras. Consultaron ambos los calendarios de sus teléfonos y comprobaron que era el ocho de noviembre, el Qwáo-grüm ya había pasado y ya habían cumplido los xxx años. Empezó a llegar a ellos el recuerdo de toda la vida que habían tenido mientras sus mentes estaban en otro universo paralelo. Sus teléfonos sonaron casi al mismo tiempo: eran Yúska y Hínta. Dijeron que se encontraban de camino a su mansión junto con los demás, Yáke estaba a punto de decirle a Yúska que no lo hicieran cuando Sínke le arrebató el teléfono y colgó.
—Hermano, recordaste lo mismo que yo —dijo Yáke, sorprendido—, sabes que no pueden venir así como así.
—Después de lo que sucedió en la jaula, ¿aún te importa? A mí ya no.
Subió Sínke a su habitación, se duchó y se vistió con la camisa con el violín estampado que Hínta le había comprado en su primera semana de noviazgo.

47
—Cambiando de tema, hay grandes probabilidades de que mañana Sínke te haga elegir la siguiente actividad.
El búmeran de tres aspas realizó una enorme curva sobre el campo verde, y volvió a manos de su somnoliento dueño.
—Sí, qué fastidio.
—¿Ya has elegido que será?
El búmeran volvió a salir disparado, cortando el aire con un agudo silbido.
—¿Con esos súper poderes de inteligencia que tienes no puedes adivinarlo?
—Puedo hacer algunas suposiciones. Quizás decidas que no se haga nada y nos quedemos mirándonos como idiotas, quizá propongas que durante una semana entera no nos hablemos en absoluto…
—Pues sigue suponiendo.
Se preparó para atraparlo.

***

Ese día Áte se dirigió a la estantería llena de libros; eligió un libro de arte que explicaba la historia de grandes obras maestras de la pintura.
—Propongo que para la próxima actividad vayamos a una galería de arte y critiquemos las pinturas.
No dejándole de interrogar, fueron saliendo de clases. Llevaba todavía el libro de la estantería y lo leía mientras caminaba.
—Bien, empezaré yendo a la sección del renacimiento europeo —dijo llegados al gran vestíbulo principal, donde una enorme lámpara dorada colgaba sobre sus cabezas en el techo cupular, y en donde se unían varios pasillos que conducían a diferentes áreas del museo.
Kányu lo acompañó por sugerencia de Séntsa, la más impresionada ante la iniciativa de Áte.
Fue entonces Yúska a pergársele a Yáke en su camino a la sala de arte contemporáneo, una de las salas más grandes y con más gente, las cuales deambulaban en un eterno contemplar y frotes de barbilla ante las vanguardias que les exigían encontrar razón para su creación. Ahí está el cubismo, ahí el dadaísmo, ahí el expresionismo, todas orgullosas representantes del pensamiento de su época y autores, en las que se pretenden escondidas algunas verdades del espíritu humano o simplemente nada, representantes del arte por el arte en sí mismo. Pero Yáke observa y piensa, la gente contempla intentando entender, entender qué hay en tan repugnante y extravagante mezcla de colores y trazos que lo hace valer tanto dinero y esfuerzo por parte del pintor. La belleza es escasa, las figuras asustan, hacen desear irse a alguna otra sala cuyas pinturas al menos les deleiten la vista. ¿Ese es el objetivo del arte? ¿El placer? No. Cuando uno quiere placer no quiere pensar, y esta sala está poco hecha para el placer.
—Oye Yáke, ¿qué es eso?
Señaló Yúska un enorme cuadro, imágenes deformadas y con proporciones monstruosas, emoción por la extravagancia y escaso sentido que podría encontrar.
—Es Guernica —dijo Yáke—, una de las pinturas más famosas de Picasso.
Confusa, cabeza ladeada, boca a medio abrir, ojos inspeccionantes desde otro ángulo sobre gente y animales caricaturescos en una orgía de caos.
—¿Qué significa?
—Es una representación de un bombardeo que ocurrió durante la guerra civil española —se aproximó—, representa dolor, miedo, desesperación y sufrimiento a causa de la guerra.
—A mí me parece gracioso —dijo Yúska, y adelantó el cuerpo para ver una parte de cerca—, esas formas como de caricatura, esos trazos que parecen hechos por un niño o por alguien que ha estado fumando mucho… ¿te imaginas si la gente en la vida real se viera así? Sería divertido.
—No se supone que sea divertido, debes ver el trasfondo de todo y no solamente el formato con la que ha sido representado. Esos rostros deformados, como caricaturas, que se mezclan con aparente desorden de manera que no sabes dónde empieza uno y termina el otro, olvida todo eso y concéntrate en el fondo, en el subtexto.
La cabeza ladeada hacia el otro lado, tierno sonidito pensativo de la boca.
—No me parece ver lo que dices… ¡Ya sé! Haré lo que tú haces —mano a la barbilla, mirada escéptica—… Es una realidad, absurda, la gente no es así, mejor me iré de aquí.
—¿No escuchaste lo que te acabo de decir?
—Eres un poco hipócrita, jínn —sonrió, picó la cabeza del gemelo con el dedo—, quejándote de lo poco real que se ve el mundo para ti y contemplando con entusiasmo una pintura que parece sacada de un mundo aun más absurdo.
—A la pintura se lo concedo porque es algo serio, es cultura y hecha con gran técnica aunque no lo parezca, sólo por eso le concedo sus violaciones de formato.
—¿Y nosotros qué? Nos has dicho que para ustedes nuestra realidad es como una obra de ficción, ¿por qué nos desprecias tanto?
—Yo me tomo la molestia de ser menos tolerante con lo absurdo de la vida real.
Yúska se cruzó de brazos, los labios apretados y la mirada insatisfecha, volteó la cabeza hacia otros cuadros, con malicia.
—¿Qué es eso?
—Madonna, de Edvard Munch.
—¿Y ese de ahí?
—La vaca amarilla, de Franz Marc.
—¿Y aquella?
—El restaurante de la machine en Bougival, de Maurice de Vlaminick.
—¿Y ése?
—¡Lee los nombres!
Yúska lanzó una risa y ya no volvió a preguntar.

***

Delante de la pintura de La Gioconda vio Kányu leer a Áte información sobre el autor, conociendo así sobre su vida, inspiraciones y método para pintarla. Es la primera vez que te veo tan interesado en algo, dijo Kányu, Para ser sincero, me sorprende mucho, y más aun siendo pintura. Bajó el libro y volvió a ver a la mujer sonriente. En realidad no me interesa mucho, solamente escogí algo que no fuera tan molesto… Me habría gustado más que no estuviera sonriendo. ¿Esa es toda tu crítica? Preguntó Kányu, y rio un poco. No lo decía tan en serio, es solamente por observar algo. ¿Y eso te interesa? Ya te dije que no, pero es lo que me sonó menos fastidioso. ¿Pensé que te aburriría? Sí me aburre; pero no importa, sólo debo seguir así hasta que todo termine. ¿Propusiste una actividad en la que viéramos otras realidades pintadas sólo porque es más tranquila? Áte no dijo nada por un rato, sólo siguió contemplando la pintura como si todas las demás fueran insignificantes. ¿Te digo algo curioso? Durante las vacaciones de abril, mi hermana nos envió una postal desde China, ¿sabes de qué era la imagen? Hubiera sido lógico que fuera de la gran muralla o de la ciudad perdida o yo que sé, de algún paisaje chino; pero en lugar de eso la imagen era La Mona Lisa, ¿qué tiene que ver Mona Lisa con China? Pues sí que es algo curioso, dijo Kányu. Al no decir nada más, lo dejó meditando frente al cuadro, pensando que querría estar solo. Llegó Kányu al cuadro de Saturno devorando a su hijo, y se quedó observándolo en inquieto trance hasta que fue hora de irse.

***

—Espero que Sínke no haga nada escandaloso.
—Podrá ser alocado; pero cuando se trata del arte se vuelve muy sereno y tranquilo, si lo vieras a los ojos en ese momento, no lo reconocerías.
—¿Hablas por experiencia?
—Este… Bueno… Ya sabes.
—No me digas que siguen yendo los sábados, ¿por qué de repente parece gustarte tanto aprender a bailar?
—Mira, ahí está Las meninas. Según el folleto es una de las pinturas más enigmáticas de todas. ¿A quién están mirando todos y por qué? Casi parece que el pintor nos observa directamente para pintarnos.
—La niña del centro se parece un poco a ti. ¿Sabes? En aquellos tiempos era común que las niñas de familias ricas aprendieran algún tipo de danza, como el ballet, supongo que a muchas niñas en algún momento les parecerá llamativo; pero si no se tiene el talento o no te gusta, lo normal es no continuar.
—… Pero tal vez haya otra razón para que siguieran practicándolo a pesar de no ser muy buenas.
—¿Cómo cuál?
—… Bueno… Para hacer quedar bien a sus padres…
—¿Y si sus padres prefirieran que sus hijas se involucraran en actividades menos artísticas y más deportivas…?
—… No creo que eso fuera algo común en el siglo XVII.
—Sí, claro. Pero como dicen los gemelos, la realidad es inverosímil, la gente no quiere pensar, los gobiernos mienten, los precios suben, y las chicas engañan a sus padres para aprender sin razón algo en lo que son torpes.
—…Oye, mejor vamos a otra sala; ésta es algo aburrida ahora que lo pienso.


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[1] Bancas en forma de “u”.

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