La realidad de Yáke y Sínke 18: Nuevos cambios

 


La realidad vuelve a cambiar inesperadamente.


51

No nos habíamos visto por varios días cuando los cambios comenzaron (no tenía otra manera de llamar a lo que comenzó a ocurrir). A causa de las vacaciones me levantaba tarde, salvo algunos días en que mi madre entraba de repente a mi habitación y me dejaba el cesto de ropa sucia con un gesto demasiado tierno, recordándome sin hablar el precio que debía pagar por mi mediocridad. Pero eso no importa. Debí darme cuenta de que había algo extraño cuando vi que la camisa que llevaba puesta era diferente a la que había tenido al acostarme (me había dormido con una amarilla con el dibujo de una palmera; me desperté con una azul sin dibujo), pero en ese momento pensé que sólo lo había recordado mal. Eran las ocho, mucho más temprano de lo que mi reloj interno me hacía sentir; para mí era como si fuera mediodía. Salí de mi casa y me puse a caminar hasta la tienda; no porque quisiera comprar algo, sólo para tener un lugar al cual dirigirme. Debía parecer un zombi medio dormido para los demás, pero no me importaba. Si uno nunca ha tenido presiones en su vida, le será imposible imaginar el gran alivio que se siente al deshacerse de ellas, o al menos superarlas temporalmente. Con la seguridad de haber pasado de año y tener dos meses de vacaciones, extrañamente se despertaron mis pensamientos. El ocio es, según mucha gente, el punto de partida de todos los males; pero quizás Sínke tenía razón, tal vez es gracias al ocio que uno puede darse verdadera cuenta de su realidad, el hecho gozar de pequeños instantes en los que no tienes que preocuparte de sobrevivir es lo que nos hace vivir verdaderamente; también los miserables que se mueren de hambre viven dentro de su burbuja, sólo que ésta no es nada cómoda. El ocio es algo bueno, lo difícil es saber cómo aprovecharlo, porque no es lo mismo el ocio del que sólo se goza por el ocio mismo que el ocio que abre mentes, que cambia consciencias, que te enfrenta contigo mismo y te hace reflexionar, decía Sínke. Y en ese momento sólo una cosa pasaba por mi mente en ese momento de ocio: el jínnliù era historia. Así de repente se había terminado; sólo distanciarnos rompió el contrato. Era como si no me hubiera dado cuenta de que el fin había llegado hasta ese momento; me pregunté si de verdad yo había participado en él y por qué, si fue algo en serio o sólo producto del mal humor y del estrés. Llegué a la tienda y ya no tuve a dónde ir, así que me propuse caminar hasta la avenida como mi nuevo objetivo. Es algo triste que después de varios años de jínnliù uno se dé cuenta de que en realidad no significó mucho, al menos no lo suficiente para seguir juntos. Quiero decir, al fin me di cuenta mientras caminaba hacia la avenida de que honestamente no deseaba que se terminara; antes de que Séntsa dijera eso de dejar el club no tenía ganas de abandonarlos, pero algo en lo que dijo, o cómo lo dijo, provocó no sé qué en mí, como si algo importante dejara de importarme, no sé ponerlo en palabras. En fin, a veces uno simplemente ya no quiere nada que ver con la gente de la que durante tanto tiempo fue jínn. Es triste, pero así es la realidad. ¿Así es la realidad? Los gemelos siempre hablaban de rebelarse contra ella. Me parecía algo muy inmaduro de su parte, ¿cómo te puedes rebelar contra tu mundo? Llegué a la avenida.

***

¿Ahora a dónde voy? ¿Tendré que elegir otro lugar? Podría ir ahora hacia la glorieta cuatro calles más abajo, la que tiene el monumento a Ráu Shorsta; de seguro hay turistas. Bien, iré ahí. ¿Qué decía? Mi realidad, como decían los gemelos, no es la misma para todos, y la realidad de ellos de seguro es diferente a la que yo entiendo. Gaviotas, ellas viven en este mismo mundo, pero su realidad es diferente a pesar de eso. El sonido del tranvía; ahí está la gente viajando en él, cada uno en la realidad que sus decisiones crean. Qué raro, juraría que el tranvía doblaba en la otra calle. Bueno, como sea. ¿Qué tanto existo yo? Es la pregunta de Sínke. Sólo por el hecho de pensar, y darme cuenta de que lo hago, demuestra que existo, pero eso no quiere decir que exista del mismo modo que existió Ráu Shórsta; él fue un gran escritor que tuvo la suerte de tener el mismo apellido de esta región donde se construyó la ciudad. Todo danzilmarés sabe de él, pero pocos saben de mí. Por eso se puede decir que existo poco porque si muriera, habría pocos restos de mi paso por la tierra, y un día no habrá más memorias de mí, dice Sínke. Entonces ¿para existir más hay que hacer muchas cosas mientras vivas? Hay algo que no me cuadra de esa lógica. ¿Eh? ¿Dónde está el monumento a Ráu Shórsta?

***

—Disculpe, señor, ¿qué le ocurrió al monumento a Ráu Shórsta?
—No eres de aquí, ¿verdad? El monumento a Ráu Shórsta está al otro lado de la ciudad.
—¿Al otro lado?
—Sí, en la avenida de Las Flechas, cerca del teatro Ítuyu. Te apuntaré la dirección exacta.
—¿Avenida de Las Flechas? ¿No es ese un parque que está en las afueras?
—No, ese es el parque de Las Cinco Piedras… aquí tienes, ojalá te ayude.
—Gracias.

***

—¿Qué estás esperando?
La sonrisa mofante colmilluda de Húba. Hínta ajustose el cinturón, temblábanle las manos de cansancio. No tienes valor para atacar primero, ¿verdad? Fuertes piernas van hacia ella; se preparó para atraparla.
Negrura. La patada al soltarse golpeó un rostro. Espinilla impactante en duro cráneo.
—¡¿Sínke?! —el dolor de la tibia, opacado por la sorpresa de la aparición.
—Vaya, vaya, tu patada es más fuerte de lo que parece.
De pie.
—¿Qué… qué ocurrió? —como de un fantasma, hacia atrás con un traspiés, el dolor de la tibia hace su aparición.
—Tranquila, estimada —agachado, masajea el hueso que conoció su cabeza—. Encontrábame en inseguros pensamientos cuando algo ha pasado por mi sistema nervioso, como un horizonte cercano, familiar sensación, cerca pero lejos; e instantes después, esta dura espinilla en mi cara.
—¿Y mi hermana? —menguando el dolor, queda el ardor.
Sínke, hacia la puerta del dojo, mirando de un lado al otro, mas nadie para interrumpir.
—Ante algo grandioso nos encontramos, parece. Aunque también terrible… ¿No lo sientes?
—Sentir… ¿qué?
Dedo a sus propios labios: silencio. Temblor de cuerpo y calor por la espalda.
—Siento como si alguien acabara de irse, y solamente hubiera dejado huecos horizontes en la existencia.
Negrura. No más traje de artes marciales. La mansión de los gemelos. El pato mandarín en la cabeza de Hínta.

***

Hasta la estación del metro Kányu rápidamente en camino, suspirante reacción al cambio de dirección del metro, ya sin destino hacia donde siempre solía antes. “Oh no, ¿ahora cómo llego?”. Posteriormente, preguntas a un encargado, el nuevo camino adecuado con satisfacción y calma hacia su destino, ahora sí de su conocimiento. Inútil el celular para la comunicación con sus amigos; sus números ausentes en los contactos. “Espero que estén ahí”.
Carrera después de la parada, hacia la mansión, más de diez manzanas con impaciencia. Profunda y horrorizada sorpresa, la mansión de los gemelos desaparecida de su terreno. Reja oxidada sin candado. Largas hierbas marchitas como único adorno lúgubre del terreno. “¿Por qué no está?”. Un sonido entre los matorrales. El pato sobre la tortuga a su encuentro tras la reja. La cara sin sangre de Kányu hacia aquellos, como fantasmas.

***

Llega Séntsa caminando frente a la reja. El perro ladra; pero nadie sale a su encuentro, como siempre había sido. Clamando el nombre de su amiga abre el seguro de la reja y se aproxima a la puerta cruzando el patio de hierbas marchitas y pedazos de tierra desnuda. El perro vuelve a dormir en su perrera. Sabe que puede reconocerla por el ladrido de su perro, pero quizás no abre porque aún está triste o tal vez resentida. Toca la puerta con los nudillos y llama de nuevo. Una pantalla negra la deja ciega por unos instantes, se encuentra entonces frente a la casa de Hínta. En su estupefacción, alcanza a oír decir a Húba que hacía rato Hínta había salido con Sínke. Pregunta si se encuentra bien ante su rostro impactado por el repentino cambio. Se va de ahí tras una apresurada despedida y piensa que quizás solamente sueñe; mas no se despierta, sólo recuerda que, habiéndose sentido afligida por el repentino distanciamiento, su moral la había obligado a dirigirse a la casa de Yúska. Ahora se pregunta sin poder responderse, camina errática y turbada. Suena el celular y contesta rápidamente. Es la voz de Sínke.

***

Kányu tendrá el instinto de alejarse del terreno baldío; pero sentirá sin poder evitarlo la necesidad de voltear a verlo de nuevo, y nada habrá cambiado. Los mismos animales en el mismo sitio lo mirarán y desaparecerán entre la hierba. Esa mañana, la nostalgia lo azotaba y mortificaba; había bajado las escaleras, preparó un desayuno a su primo, y al subir de nuevo a su habitación sintió el destello negro frente a sus ojos; rápido como la ceguera de un parpadeo, y la habitación la encontró en un orden diferente: la cama junto a la ventana y no junto al escritorio, la lámpara sobre el escritorio y no sobre la mesa de noche, la mesa de noche en ningún sitio, y libros y ropa por todos lados. La foto que se habían tomado en la fiesta de navidad inexistía en el segundo estante del librero. Inquieto, tomó su teléfono y buscó los números de los que habían sido jínnyi, desaparecidos de la memoria del aparato. Se sentó en una silla apartando una camisa blanca y reflexionó alterado. Pasarían unos minutos antes de pensar en los gemelos, sentiría el impulso de levantarse y dirigirse a su mansión, como si le supusieran la respuesta definitiva a tan extraño suceso.
Cuando terminare de cuestionarse a sí mismo, y concluyere que ir ahí no fue más que solución inútil, volverá a mirar el terreno una vez más, y después de la destellante oscuridad aparecerá de nuevo la mansión tal y como la recuerda. Una voz que no había oído en más de una semana volverá a sus oídos.

***

¡Kányu! Era la voz era Áte, que llegó agitado y quedose algo lejos, ¿qué haces aquí? No lo preguntaba como si le molestara, sino como si presintiera que sus situaciones eran similares. Titubeó el chico de lentes un Yo, y añadió: Creó que también vine a ver a los gemelos. ¿Para qué? Preguntó Áte, sospechando. Kányu tardó unos segundos en darse valor, y luego dijo: Tal vez te parezca una tontería, pero creo que por un momento estuve en otro mundo; me di cuenta de que al despertarme había algo diferente. ¿Qué era lo diferente? Preguntó Áte. Y contestó Kányu: no importa, pero lo más extraño es que cuando llegué aquí, la mansión no estaba. ¿Se te puso todo negro? Preguntó Áte, después de mirar la casa por unos segundos. Kányu se quedó helado, y preguntó: ¿Cómo lo sabes? Y los ojos alarmados de Áte parecían contestar mudamente: creo que yo también estuve en otro mundo.

***

Sínke se acercó a la ventana. El pato voló de la cabeza de Hínta como si su perplejidad lo repeliera. Los dos chicos ingresaban en el jardín por la reja y se dirigían hacia la entrada corriendo. Hínta fue a recibirlos.
Sínke tomó su celular y marcó el número Séntsa. Kányu y Áte ya habían llegado cuando Séntsa contestó.
—Ven a mi casa y no pienses mucho en el camino —ordenó Sínke.
Su tono se escuchó tan severo que le pareció a Séntsa estar hablando con Yáke.
—¿Por qué dices eso? —preguntó asustada.
—Te explico luego. No te preocupes, si cambias de nuevo, lo sabré.
Colgó.
Contaron los recién llegados lo que habían experimentado. Estaban evidentemente alterados, atrapados en una jaula esperando sentencias de muerte o de esclavitud.
—¿Por qué venir aquí fue para ambos lo primero que se les pasó por la mente? —preguntó Sínke.
Esa pregunta los privó de palabras por un momento, como escépticos después de ver un fantasma.
—Por lo de que tú y tu hermano siempre andan diciendo —contestó Áte—. Ya sabes… lo de no sentirse parte de la realidad.
—Pues lamento desilusionarlos —contestó tajantemente—, me temo que de un desconcierto tan grande como el suyo soy víctima también.
Sopló el viento en la ventana. Nadie habló por unos segundos. Luego preguntó Hínta:
—¿A qué te referías con que sentiste algo, justamente antes de que apareciéramos aquí?
A lo que Sínke contestó:
—Ya les hemos hablado antes acerca de nuestro eterno pesar: el sentir un horizonte a una distancia infinita desde que tenemos conciencia, al cual siempre hemos considerado, tal vez ingenuamente, como nuestra realidad, cuyos ecos nos llegan todavía, como si supiera que dos hijos suyos están perdidos en un universo ajeno y que los llama a su hogar. Nunca le pudimos dar explicación. Sin embargo, hoy en la mañana sentimos como si esa barrera invisible se debilitara; sentimos otra realidad similar que era, por así decirlo, más fuerte y cercana. Era como si nuestra piel hiciera contacto con algo a través de una tela de aire, y escucháramos sonidos tan bajos como si vinieran de algún lugar lejano del universo. Desconcertados, lo platicamos mi hermano y yo, y cada segundo que pasaba la sensación de que nuestro cuerpo estaba rodeado por una membrana invisible se hacía más fuerte. “Demasiado dura para que nuestro cuerpo la cruzara; tal vez ese privilegio sea sólo para la mente”, fue lo que él pensó un momento después. Luego, por alguna razón que todavía no comprendo, tuve un desmayo con la duración de un parpadeo, igual que si me encogiera o desvaneciera en esa misma fracción de segundo, y aparecí en casa de Hínta. No lo dije en ese momento, pero mi espíritu se volvió de piedra cuando momentos después sentí otro horizonte. Inmediatamente aparecimos aquí, como si hubiera cruzado a uno de ellos. Y el primer horizonte, el que pertenece a vuestro mundo, todavía está ahí, todavía lo siento. Ahora tengo dos horizontes: el de vuestro mundo y el del mío.
Rato después llegó Séntsa, igual de agitada que los otros, y lo primero que notó fue que faltaba Yúska.
—Cuando ocurrió el cambio, me separé de mi hermano —dijo Sínke—. No sé qué es de él ahora; pero mientras no sienta otro horizonte, puedo estar seguro de que ambos se encuentran en este mismo mundo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Séntsa.
Como si no la hubiera escuchado, Sínke marcó el número de Yúska, pero se lo ponían como inexistente. Mientras intentaba marcar una segunda vez, en caso de que sólo fuera un error, explicó:
—Ahora mismo nos encontramos en un mundo ligeramente diferente al que recordamos, no me atrevo a especificar qué tanta es la diferencia, así que solamente me limitaré a decir que en mi celular el único número de todos ustedes que tengo registrado es el de Hínta, y los demás ya no existen.
—¿Por qué crees que es así? —preguntó Kányu.
—Estoy seguro de que ustedes pueden pensarlo un poco también —dijo Sínke, colgando definitivamente el celular.
—Quizás en este mundo nos borraste a todos de la memoria de tu celular —dijo Áte—, así como hace un rato estuve en el mundo en que el monumento a Ráu Shórsta estaba en otro lugar.
—Dijiste que aún sentías otro horizonte —dijo Hínta—, que es el de nuestro mundo, eso quiere decir que podríamos volver a cruzarlo para regresar, del mismo modo que llegamos aquí, ¿verdad?
—Es posible —dijo Sínke—, pero si no entendemos lo que sucede, en cualquier momento podría sentir un nuevo horizonte, y según hemos visto, eso quiere decir que alguno de ustedes se ha ido.
Procedió Sínke a explicarle a Séntsa lo que había dicho antes de su llegada, y al terminar, su confusión se hizo más prominente.
—No entiendo nada—dijo Séntsa, tanto su voz como su cuerpo se estremecieron—, pero creo que lo mejor es no separarnos por cualquier cosa.
Iba a decir algo Sínke cuando su teléfono comenzó a vibrar. Al ver que el que llamaba era su hermano, inmediatamente lo puso en altavoz, y antes de dejarlo hablar, dijo:
—Ya todos están aquí, ¿dónde están Yúska y tú?

52

—Entonces ¿en realidad estamos tomando prestados estos cuerpos —miró Kányu su reflejo en el espejo—, pero la mente que tenemos sigue siendo la de nuestro mundo?
—Veo que aún en esta realidad tienen la molesta costumbre de repetir lo que se acaba de decir si es una afirmación extraordinaria —rio Sínke, sentado en el sofá.
—Espera —Séntsa se levantó de la silla y se acercó a él—, si dices que puedes sentir nuestra realidad original, ¿por qué no solamente piensas en volver a ella?
Se mostró Sínke tan calmado ante esa pregunta, que si no hubiera sido por su sonrisa maliciosa hubieran jurado que se trataba de Yáke.
—El problema no es que nosotros regresemos, sino que ustedes lo hagan, pues de otro modo sus mentes permanecerán aquí.
—¿Y cómo lo vamos a hacer? —preguntó Hínta— No es como si nosotros tuviéramos control sobre esto.
—Ese es precisamente el problema que hay que resolver en cuanto mi hermano y Yúska lleguen…
—¿Qué te sucede?
El gemelo se había detenido bruscamente, víctima de un sopor paralizante.
—Siento otra realidad.

***

Se sintió Hínta jalada hacia atrás. Se halló de repente en los brazos de Sínke, quien retrocedió llevándola como en un baile, y ella instintivamente movió los pies al mismo ritmo, y cuando el gemelo la sostuvo casi horizontal, evitando que cayera, con el rostro encima de ella, miró de cabeza a los que, riéndose y cuchicheando, habían visto la osadez de su novio.
—Ah, mi querida palomita guerrera, mis sentimientos obligado a compartir repentinamente me he sentido. He soñado despierto en prodigiosa realidad, donde ningún ser idealista exista, ni empirista, ni determinista, ni nada. ¿Qué opinas de ello?
—Sínke… no es el momento…
Su voz era queda; pero con la mano apretó el bíceps y no dudó en mostrarle una pequeña boca regañante.
La incorporó Sínke, volviendo sobre sus pasos, y con una pose dramática dijo:
—¡Wafna! Que aquí hoy admito que de como novio empalagoso actuar me avergüenzo… mas la emoción de esta nueva sensación, querida, de al volver en una relación hallarme, en mi mente actúa como si en elixir me ahogara. Tiene mi existencia nueva definición que me diferencia de infinitos alter egos, mil veces más incapaces de ser honestos consigo…
Las gentes pasantes rápidamente se aburrían de su cursi hablar forzado para llamar la atención, aliviando así a la enamorada, quien después soltó una risa enternecedora, sintiendo divertido el hablar y expresar que muchos otros considerarían incómodo e ridículo. Lo interrumpió tomándolo de la mano.

***

Y sobre el puente:
“¿Recuerdas, amada Hínta, nuestro primer beso que nunca vivimos? Estábamos volviendo de la playa. Nuestra tensión crecía y crecía en el autobús conforme pretendías mirar el suelo a mis pies, y subir los ojos hasta mis manos, mis hombros, mi rostro, sin que nadie te notara. Pero tus ojos hallaron los míos. No lo vivimos; pero lo recordamos. Era de esperarse, pues pasamos mucho tiempo a merced de la realidad, bailando en mi habitación. Y esa sensación de regocijo inescrutable que rompía con la lógica de la vida diaria, santuario que nos conectaba a la fuerza, poco a poco nos fue haciendo dependientes, nos fue llenando las arterias y la médula del deseo silencioso de volver, hasta que, a su tiempo, comenzábamos a sentirlo apenas nos quedábamos solos en algún momento, apenas nuestras pieles y ropas se rozaban por accidente, apenas tu miraba se apartaba de la mía con vergüenza. Se habían bajado todos, incluido mi hermano acompañando a su novia; pero tú no te bajaste a pesar de que debías hacerlo, poniendo como excusa que antes debías ir a otro lugar; pero en realidad te quedaste porque no me veías moverme, y al oírte poner tal excusa tuve menos motivos para hacerlo…”
Y bajo el árbol:
“Sínke, me intrigaste casi desde el principio, pasado mi inicial temor, debo ser sincera. Pero no fue sólo esa mirada profunda que tenías, ni ese modo de hablar que me es tan divertido aunque nunca lo admitiera, sino esa manera que tenías de ver las cosas de modo que siempre las conducías una tras la otra; aunque no parecieran tener nada que ver, o aunque resultara incómodo, pero siempre de manera ingeniosa, o confusa. Esa seguridad para decir lo que pensabas en cualquier momento, la seguridad de tus movimientos; nunca titubeaste, pensabas y eras imparable; aunque a veces te podían hacer cambiar de idea, y en ese caso solamente buscabas otra cosa en la que liberar la energía de tu mente. Yo nunca fui así; yo era la que se reprimía, la que se esforzaba por dar siempre la mejor imagen, la que fingía. Cuando me propusiste que bailara contigo mi cerebro se detuvo, al igual que en ese momento en el autobús, cuando de repente, al hallarnos solos en la parte de atrás, sin aviso te acercaste a mi boca y pegaste los labios en ella, para luego retroceder con la misma lentitud y calma con la que te habías acercado. Y yo temblé y me sentí sin esqueleto. Mi cabeza la tenía vacía, los músculos de mis labios reaccionaron y dieron un beso tardío al aire…”
Y entre las paredes:
“Te envío mensajes discretamente mientras el profesor Íbien habla. Vaga imaginación la mía a la hora de algo original efectuar. No espero que me respondas; pero me respondes, y tu respuesta no es enojada, sino un simple guiño coqueto hecho de grafías; un punto y coma y cierre de paréntesis, emoción que te daba vergüenza darme con tus verdaderos gestos en público. Es ahí en donde representas la realidad de tu mente; signos conceptuales que expresan tu interior. En una banca del parque mi cabeza recuesto en tu regazo, emulando a los otros enamorados alrededor de nosotros. Me tocas el pelo, lo peinas y juegas con él; lo pones sobre mis ojos, con mis puntas rascas mi piel y te escucho reír con la boca cerrada por mi estremecimiento. Luego, esa misma boca riente cae sobre mis labios. Levantas tu rojo rostro y finges, imitando seriedad, que miras un árbol. Cubren tus manos mi cabeza que yace en tu regazo”.
Y en la cama:

“Sientes mi respiración entrando y saliendo, y escuchas mi corazón latir cada vez más y más tranquilo, con tu rostro a la altura de mis pechos. Como un bebé te siento, y enmaraño tu cabello; me encanta hacerlo. Antes y después, estás siempre con esa exagerada atención, ya sea que te diga que vayas despacio, lo haces sin decir nada más, y luego, cuando comienzo a disfrutar, no paras de preguntar por lo que siento, muy cerca de mi oído, calentándome con tu aliento mi lóbulo, pero aún me da vergüenza hablar en ese momento, así que la presión que hago con mis manos sobre tu espada, apretándote contra mí, son mi respuesta. No tengo que hablarte; lees mis pensamientos con cada caricia de mis manos, como si hubiéramos inventado un código de tactos y sensaciones en el que tú hablas y yo toco, yo escucho y tu sientes, y ambos gozamos y reímos de lo bien que funciona ese lenguaje, ese juego que surgió sin que nadie escribiera las reglas. Ahora te acuestas a mi lado, entonces finges dormirte, lo haces para que yo me acueste sobre ti, para que lo haga al tiempo en que te abrazo, y entonces sea yo la que sienta tu respiración y escuche tu corazón latir. Luego tu mano me sujeta del hombro y me aprieta contra tu cuerpo, y aún disfrutamos el contacto de nuestras pieles sin nada entre ellas”.



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