Láminas azules VI
La guerra por las ficciones se complica.
No importa realmente quién soy. Basta saber que soy un Rékail que durante toda la “Guerra por las ficciones” se mantuvo bien al tanto de todo cuanto pasaba. Me limitaré a exponer brevemente los hechos de la manera más objetiva sin dar mi opinión.
Las editoriales mencionadas en láminas azules V continuaron con las publicaciones en los periódicos y revistas, tanto físicos como virtuales, y pronto se empezó a notar que se limitaban a publicar los fragmentos sueltos de forma desordenada, como si se sintieran apurados por sacarlos al público antes de que los medios independientes en internet lo hicieran. Las páginas oficiales de los grupos del ParalefikZland en plataformas como *******, ******** y ******* subían material nuevo con igual frecuencia, aunque en ese aspecto tenían el mismo poco cuidado que las editoriales, pues sus fragmentos apenas tenían contexto y muchos incluso tenían problemas de traducción. La página ParalefikZland-Infinite siguió recibiendo ataques que saturaban los servidores, por lo que permanecía días inactiva, y a su vez las editoriales también eran víctimas de hackers que les robaban la información de las láminas. Tanto los traductores de las editoriales como los independientes recibían presiones por terminar antes que los otros, y los grupos que intentaban armar los fragmentos tenían ante sí enormes rompecabezas que tenían que armar lo más rápido posible.
Por más caótico que fuera aquel tiempo, los grupos independientes lograron juntar suficientes fondos y crear una organización lo suficientemente sólida como para finalmente lanzar la primera obra del ParalefikZland recopilada, traducida y ensamblada por aficionados: el relato titulado El Oxímoron. Fueron meses de pedir apoyo a los internautas de todos los países y varios hackeos a las editoriales hasta que estuvieron seguros de que no había más láminas perdidas de dicho relato, aunque claro, esto sólo podía ser un estimado, pues nunca se sabía dónde iba a aparecer otra lámina que perteneciera a dicha historia, y cualquier nuevo hallazgo tendría que ser colocado en su lugar lógico. El relato se publicó oficialmente en ParalefikZland-Infinite en una nueva sección dedicada a los trabajos terminados, con una nota en la que se incentivaba a los usuarios a reportar cualquier otra lámina azul que pudiera pertenecerle. Según varios trabajadores de las editoriales que trabajaban en secreto para los grupos independientes, los jefes estaban enojados, y varios foros se llenaron de anécdotas sobre despidos casi aleatorios ante la más mínima sospecha de que algún trabajador estuviera filtrando el contenido de las láminas a alguna de las páginas web.
Yo pertenecí en su momento a varios de los grupos independientes. Cada día llegaban a mi bandeja de entrada los textos nuevos, ya sea en nuestro idioma o traducidos, y los descargaba en varias carpetas dependiendo de las sugerencias de los recopiladores o de la información en las láminas, como el nombre del escrito y la numeración, la presencia de títulos y nombres de capítulos, etcétera. Después tenía que leer a conciencia cada una de ellas para asegurarme de que encajaran en la secuencia lógica del relato. Esta parte era la que generaba más dolores de cabeza, pues, como ya se mencionó en Láminas azules I, el número de la lámina no siempre se correspondía a la estructura cronológica. Hubo algunos que se empeñaban en intentar ser rigurosos con el orden, pues hasta entonces todas las editoriales se habían limitado a sólo seguir la numeración, y cuando aparecieron las láminas con la numeración repetida sólo se ponía una después de la otra. Sin embargo, debido a la enorme carga de trabajo que dicho rigor con el orden suponía, pronto se decidió por continuar la tradición de no molestarse por ordenarlas según la coherencia narrativa. La única excepción fueron las láminas que carecían de numeración, en cuyo caso, y para no saturarnos de trabajo, se optaba por subirlas todas a su respectiva página en desorden y que los lectores sugirieran el orden que mejor les pareciera. Esto nos sucedió, por ejemplo, con el relato El parque del lago, donde artificialmente asignamos un número a cada página y los lectores fueron incentivados a organizarlas, a aquél que sugiriera el mejor orden para leer este relato se le otorgaba un premio. Esta idea gustó tanto que pronto se generalizó entre todas las páginas dedicadas a publicar los relatos del ParalefikZland, y muchos de esos escritos se llenaron de diversas versiones en las que variaban el orden de los fragmentos.
Dado que todo lo que hacíamos era público, no nos extrañó que las editoriales tuvieran acceso fácil a nuestras versiones terminadas, y no fueron pocas las veces que sacaban a la venta ejemplares copiados de nuestras páginas usando el orden que alguno de los ganadores había sugerido. Dicha movida nos la tomamos como una victoria moral, pues era un reconocimiento de que hacíamos un buen trabajo manejando las láminas, o al menos así lo creíamos, pues en los medios de comunicación se nos seguía acusando de sólo estar jugando con los fragmentos, de no tener idea de cómo presentar escritos tan importantes al público e incluso de contaminar las historias con fragmentos inexistentes.
A todo esto, al público general no parecía importarle en absoluto lo que ocurriera en la guerra por las ficciones, pues la idea más popular era la de leer gratis las historias en las páginas, y si les gustaban lo suficiente, compraban los libros impresos o los ebooks cuando las editoriales los sacaran al mercado. Claro, en la práctica no era mucha la gente que quisiera pagar por algo que pudiera conseguir gratis, sobre todo si sólo se trataba de relatos sin mucho de interesante salvo su misterioso origen.
En respuesta a esto, las editoriales intentaron incentivar la preferencia por los libros “oficiales” ofreciendo material adicional, como prólogos hechos por autores de renombre, obras comentadas por los mismos o con información adicional sobre los lugares representados en los relatos cuando estuvieran basados en lugares reales, e incluso ilustraciones profesionales para las portadas y para acompañar las lecturas. El internet, por supuesto, no se quedó atrás, y a la vez que los grupos independientes trabajaban por presentar al público los relatos, otros grupos de ilustradores se hicieron a la tarea de crear material visual para acompañar a los textos, algunos llegando tan lejos como para hacer animaciones sencillas que pronto se volvieron más complejas, y para sorpresa de nadie las editoriales también empezaron a crear más ilustraciones y animaciones para sus páginas oficiales.
La guerra por las ficciones llegó a su punto más álgido cuando empezaron a aparecer las láminas que contenían las historias de Gyéo Fúntuo, pues era evidente que no podrían ser clasificadas junto con las demás colecciones ya establecidas, pero no había un consenso significativo sobre si debíamos inventarnos una nueva colección o si sólo debíamos hacerlas parte de la serie de Memorias, Senderos o Crónicas, dependiendo de su longitud. Las editoriales también lo notaron, y la mayoría anunció su preferencia por acoplarlas a las colecciones ya existentes. Entonces los administradores de ParalefikZland-Infinite sorprendieron al mundo cuando de un día para otro empezaron a publicar dichos fragmentos bajo el título de “Hechos de Gyéo Fúntuo”, sólo para los textos centrados en este personaje. El recibimiento general fue de aprobación en cuanto se explicó cómo iban a estar organizados los textos, pero las editoriales parecieron tomárselo como una blasfemia que rompía un esquema tan bien establecido y que hasta entonces incluso el internet respetaba. Fue entonces que se abrió el primer y único caso judicial en el que se involucró al ParalefikZland. Este nuevo caso llamó la atención del mundo por lo ridículo que se vio. Los abogados de varias agencias literarias demandaron a los administradores de varias de las páginas por “robo y daño a la propiedad cultural” (así literalmente), argumentando que permitir que los escritos del ParalefikZland estuvieran en manos del público no especializado, era como permitir la vandalización de cualquier otra propiedad cultural de una nación, y que los autores de dichas láminas estarían decepcionados del enfoque tan trivial que el internet habría dado a sus obras. De más está decir que sólo lograron quedar como tontos ante las autoridades y la causa fue desestimada, pues no sólo no era posible considerar como propiedad cultural un grupo de obras que no eran originarias de este universo, sino que mucho menos podríamos saber qué habrían preferido los autores y si tan siquiera podríamos considerarlos como parte del contexto histórico y social humano, así que lo mejor era dejar a cualquiera hacer lo que quisiera con los textos. De ese modo las láminas azules fueron declaradas de dominio público.
Pasado este teatro, que incluso al internet le costó aceptar como un triunfo, todos nos preguntamos qué pasaría con la guerra de las ficciones ahora que teníamos una especie de respaldo oficial para hacer lo que quisiéramos.
En realidad nada cambió mucho; la competencia entre las editoriales y el internet por conseguir mayores audiencias siguió su curso, pero era sólo cuestión de tiempo para que alguno de los dos se diera cuenta de que se trataba de una guerra en la que no podría haber ganadores.
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