El derecho a la absurdez




Únta tiene una demanda muy razonable para el mundo.

 

Sepan que manejo una página llamada La amante del azul. Apenas al entrar, los visitantes serán bienvenido por un enorme banner en la parte superior de la página, en el cual se lee: Si es azul, lo vestiré. Dichas palabras están escritas usando diversos tipos de vestimentas: sombreros, sacos, pantalones, camisetas, bufandas, todo de color azul, manipuladas de manera que asemejen las letras del alfabeto. Pasé horas luchando con mis escasos conocimientos en photoshop para crearlo.
En mi página, como será obvio, muestro y sostengo mi amor y admiración por toda prenda que posea la cualidad de estar teñida del color azul. Mis posts, tanto propios como compartidos, están repletos de fotos y videos de gente vistiendo toda clase de prendas del ya mencionado color. En mis propios aportes se me puede ver posando frente a la cámara o frente al espejo con una variedad de vestimentas en todas las tonalidades del azul conocido. Me he fotografiado con vestidos, piyamas, blusas, gorras, playeras, abrigos, calcetines y brasieres sin más propósito que exhibir la belleza de un color azul estampado en toda clase de prendas que hayan caído en mi poder. En síntesis, y para no alargarme demasiado en la descripción de mi página, he creado un santuario para la admiración de las vestimentas de color azul y lo glorioso de llevarlas puestas.
Es ahora el momento de remarcar, con toda la seriedad del mundo, el problema que me ha venido aquejando desde el principio de mi vida en dicha página, problema que es motivo de mi presencia ahora mismo, con fines de solicitación de un derecho que, sostengo, debe ser inmediatamente concedido a todos los que como yo, han tenido que soportar la tortura que estoy a punto de describir.
Por alguna extraña razón (recalco que me es imposible concebir que la comunidad de internautas no haya sabido pensar de un modo más humano), los visitantes empezaron a suponer, a generarse creencias, a dar por hecho que mi color favorito, o al menos uno de mis favoritos, es el color azul. Esto dio por resultado que mucha gente (nótese mi indignación) comenzara a enviarme por inbox fotografías y dibujos, tanto propios como sacados de internet, de toda clase de vestimentas y objetos de color azul. “A esta chica le gusta el color azul”, razonaron, “por lo tanto, de seguro que le gustará que le mande una foto de mi chamarra con capucha azul, o del sombrero azul de mi abuela, o de los zapatitos azules de mi bebé, o de mi lámpara azul, o de un libro mío azul, o de mi casa recién pintada de azul, o esta foto de internet de un gato azul, o de una flor azul, o de unos lentes azules, o de una pelota azul, o del cielo, o del mar o del planeta tierra”. No saben ustedes lo que es este horror, esta miseria, de ingresar todos los días a mi página y encontrarme con que decenas de personas me han enviado una foto o un video con todo lo anterior mencionado y mucho más. Me hervía la sangre al pensar cómo se han atrevido a suponer que si me gustaba vestir ropa azul, iba a estar alegre de ver todo el tiempo fotos de objetos y prendas azules, como si fueran la misma cosa. Pero me calmé, intenté rebajarme a su nivel y suponer que, después de todo, ingresar a un página donde lo primero que uno se encuentra al llegar es un banner flamante que dice Si es azul, lo vestiré, puede hasta cierto punto dar una idea confusa con respecto a mi posición sobre el color azul y los objetos de ese color. Tras muchos días de intensa práctica de empatía, logré finalmente convencerme a la fuerza de que los posts y la actitud general que manejo en mi blog quizás, y sólo quizás, era incoherente con respecto a mis reacciones cuando recibía alguna aportación indeseada.
Originalmente había pedido, muy amablemente, en un post que acompañé con la indeseada fotografía de una cerca pintada de azul, que se abstuvieran de enviarme fotografías de cosas azules. El post pasó, pero seguían llegándome esas horribles fotos. Volví a pedir que se detuvieran, y siguieron enviándomelas. Fui muy generosa y consideré que era poco probable que expresar mi petición en un post normal, que a los pocos días se habría perdido entre la multitud de los demás posts, pudiera garantizar resultados a largo plazo, entonces decidí incluir en mi sección de preguntas frecuentes un apartado en el que solicitaba que no se me enviaran fotografías de cosas de color azul. El efecto satisfactorio empezó a notarse días después, cuando me di cuenta de que las fotografías habían disminuido significativamente. Si bien aún me llegaban varias fotos indeseadas, la sustancial disminución me animó más de lo que el bajo índice de fracaso pudo ocasionar. Comencé a promover, de manera constante en prácticamente todos mis posts, que si querían enviarme alguna fotografía o algún video, debía mostrar únicamente a alguien vistiendo alguna prenda azul; no paraba de hacer énfasis en la palabra vistiendo, subrayándola y poniéndola en mayúsculas, a fin de que no quedara la menor duda y que luego no fuera posible reclamar.
Todo mejoró a partir de entonces, en la mayor parte. Las fotografías indeseadas nunca se detuvieron, pues finalmente de resigné a la idea de que sin importar qué tanto me esfuerce en recordar a todo el mundo mis criterios de aceptabilidad, siempre habrá usuarios, generalmente los que recién descubran mi blog, que se dejen llevar por lo que su razonamiento les dicte al leer el banner y al echarle un ojo al contenido sin prestar mucha atención en mis comentarios, y concluyan errónea o desconsideradamente, que cualquier cosa azul es igualmente bienvenida en mi blog, cuando solamente estoy interesada en las prendas azules mientras están siendo vestidas por alguien.
El horror volvió, de manera esporádica y mordaz, en la forma del criticismo de los usuarios que expresaban su extrañeza con respecto a todo lo que ya les he contado. Me acusaban, de un modo que me hacía sentir irrespetada, que mi actitud era absurda. Eso era todo. Absurda era la palabra que más inundaba esos comentarios críticos, y aunque intenté ignorarlos, dentro de mí surgía un incómodo asombro de que hubiera gente que pensara que gustar vestir con ropa azul era equivalente a gustar de cualquier otra cosa azul sólo por ser azul. Escribí otra defensa, explicando que en realidad el color azul fuera del contexto de la vestimenta me parecía horrible, deprimente y sin propósito alguno; y que cualquier vestimenta en sí misma, sin cubrir un cuerpo humano, era también para mí algo digno de olvido y rechazo; era absolutamente necesario que lo azul fuera parte de una vestimenta, y que ésta estuviera siendo usada, para hacer volar mi alma y corazón hacia regocijos más allá de toda justificación con palabras. Las críticas se calmaron, pero pareció más como si simplemente se hubieran resignado a aceptar mi razonamiento en vista de que no era posible rebatirlo, que porque verdaderamente pensaran que tuviera algún valor argumental. Darme cuenta de que allá afuera hay gente que aún cree que los gustos personales, los motivos por el que hacemos las cosas o nos comportamos de determinada forma, deben obedecer a algún represivo sistema de coherencia que nos obliga a justificar nuestras pasiones, pero no entienden que la esencia fundamental de todo lo que nos mueve como seres humanos está fuera del alcance de lo que usualmente entendemos como sentido, y que todo eso es, en el fondo, nada más que un absurdo.
Es así, damas y caballeros, que en síntesis he venido a exigir, tanto para mí como para todos los que han sufrido horrores como el mío, que es momento de ponerle un alto a todos aquellos que crean que debemos justificar nuestro comportamiento, que nuestras acciones deban tener sentido, que nuestros criterios no pueden ser arbitrarios y salidos simplemente de nuestro llano y puro capricho. Es momento de demandar acciones legislativas que condenen la crítica hacia lo que no puede ni debe ser criticado: los gustos personales y sus criterios, la gente no debería tener el derecho de señalar nuestras incoherencias personales, ni de pretender que es razonable pedirnos una explicación por lo que somos o lo que decidimos. Damas y caballeros, estoy aquí para demandar el derecho de ser absurda, y de que no se me pueda decir nada por ello.

***

Y hubo un estruendoso vitoreo con aplausos, chiflidos y alaridos al dar por finalizado el discurso de Únta.
Celebró el monje promiscuo.
Celebró el aviador acrofóbico.
Celebró tuerto con dos ojos.
Celebró la madre sin hijos.
Celebró el asesino que lloraba en el entierro de sus víctimas.
Celebró el ladrón que quemaba los botines de sus robos.
Celebró la lesbiana que se acostaba con hombres.
Celebró el aire que no tenía oxígeno.
Celebró el sol que no calentaba.
Celebró el agua que daba sed.
Celebró el que celebra tanto por las victorias como por las derrotas.
Celebraron los soberbios que se muestran humildes.
Celebraron los médicos que fumaban.
Celebraron los mares sin sal.
Celebraron los ojos que no ven.
Celebraron los corazones sin sangre.
Celebraron los estómagos sin comida.
Celebraron las bocas mudas.
Celebraron los esclavos libres.
Celebró el negro de piel blanca.
Celebró el inteligente ingenuo.
Celebró el tonto perspicaz.


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