Láminas azules X

 


La política se apodera de las láminas.


Los intentos de algunos grupos políticos por censurar o reducir la expansión de muchas de las historias contenidas en las láminas azules preceden por mucho a los eventos descritos en Láminas azules IX. Ya incluso desde los tiempos de la guerra por las ficciones, era comprobable que muchas redes sociales de alcance masivo intentaban hacer que algunos contenidos de dichas láminas fueran eliminados o al menos ocultados lo más posible, pues debido a la gran cantidad de obras en ellas, era inevitable que algunas contuvieran mensajes que no gustaran o convinieran a ciertos grupos. En muchas ocasiones, dirigentes religiosos intentaron censurar algunas obras por considerarlas inmorales, y también lo intentaron grupos de izquierda y derecha que encontraban material ofensivo, intolerante o dañino en ellas. Dichos ataques pocas veces resultaban en alguna censura importante y casi siempre se olvidaban al poco tiempo. Pero con las nuevas ordenanzas gubernamentales, los grupos políticos que abogaban por un mayor intervencionismo del estado en la vida pública y privada aprovecharon para tomar fuerzas y lanzar un nuevo ataque. Se escudaban en la premisa de que las láminas azules eran demasiado libres, y que el exceso de libertad llevaría a la exposición de ideas nefastas o reprobables, y si éstas ideas eran de fácil acceso al público, poco faltaría para que la gente más influenciable, en especial los jóvenes, estuvieran en peligro o pusieran en peligro a otros. Temían que si aparecían versiones menos malignas de las historias de ciertas personas altamente condenadas, como dictadores o criminales del pasado, su influencia causaría el advenimiento de grupos extremistas intolerantes. Exigían así que se moderara el contenido de las páginas, y que aquellas que no fomentaran una sociedad con valores fueran descartadas y guardadas en lugares seguros, ya que, lamentablemente, eran indestructibles.
Todos estos cambios fueron por supuesto muy lentos, al principio sólo implementando medidas fastidiosas pero tolerables como las restricciones de edad, advertencias de contenido sensible, e incluso la obligatoriedad de tener una cuenta en alguna de las páginas para poder leer las láminas. A las editoriales también se les impusieron algunas restricciones en el marketing de ciertas obras, así como limitar el número de ejemplares que podían vender de cada una. Curiosamente, aquellas láminas que contaran versiones más positivas de algunas figuras importantes estuvieron exentas de estas medidas, y más aún, recibieron un fuerte apoyo para que aparecieran en los medios tanto como fuera posible. El ejemplo más descarado de esto fue cuando apareció la historia de cierto dirigente político del siglo pasado, figura clave de cierta ideología cuyos seguidores trataban casi como un ser divino. En esta versión, lo representaban casi como a un dios caído del cielo, que hubiera terminado con todos los sufrimientos del mundo si los seguidores de otras ideologías no se lo hubieran impedido, terminando como un mártir a manos de estos. Dicho libro fue tan alabado que, con mucha lentitud y sutileza, fue volviéndose el referente más conocido de dicha figura conforme pasaron los años, quedando casi olvidadas otras biografías y escritos más rigurosos sobre su persona.
Dado que las obras de ficción del pasado seguían apareciendo con variaciones interminables, empezaron también a promoverse también aquellas que algunos grupos consideraran como mejores y con mensajes más valiosos, y por consiguiente, con el pasar de los años, estas versiones más “correctas” fueron desplazando a las originales en los sistemas educativos.
La buena noticia es que la mayor parte de la población no cayó en dichas tretas, y continuó promoviendo y consumiendo las obras que más valoraran y que estuvieran disponibles. Cabe también aclarar que también hubo gobiernos que prefirieron no meterse con las láminas azules, y que también los cambios gubernamentales y sociales hacían que algunos países que apoyaban este intervencionismo se cambiaran de bando y viceversa. También solía pasar que la censura y promoción de obras específicas se mantuviera, sólo que beneficiando al nuevo bando ganador.
Durante las siguientes décadas, los escritos del ParalefikZland estuvieron entrando y saliendo de la censura dependiendo del clima político del momento, y esa sería su nueva realidad a partir de entonces.
Lo curioso es que, sin importar que los gobiernos, religiones y organizaciones sociales del mundo fueran directos o sutiles con la censura del contenido de las láminas, todos parecían coincidir en un mismo razonamiento, que se solía expresar a veces con mucho cinismo y a veces con extrema ambigüedad.
Una de las razones por las que la censura es generalmente condenada es porque va contra la libertad de expresión de un autor, pero las láminas azules no fueron escritas por nadie de nuestra realidad, y que tampoco tiene manifestación o representación de ningún tipo. Por ende, el argumento era que si las láminas azules no fueron escritas por nadie, censurarlas no atentaría contra la libertad de expresión de nadie; no habría derechos humanos que proteger; las láminas no serían parte de lo que la humanidad ni la naturaleza de este mundo han producido, por ende sus contenidos no tendrían derecho a ser protegidos bajo nuestras leyes. Más aún, algunos incluso alegaron que no existía siquiera el derecho de acceso a o posesión de las láminas azules, por la razón de que todas las leyes existentes hasta ahora sólo han aplicado a nuestra realidad y no a otras. Algunos terminaban diciendo que, al fin y al cabo, sólo se trataban de cuentos ficticios de otros universos, y que en lugar de estarlos criticando tanto por controlarlos, deberían enfocarse más en otros problemas más reales, seguido entonces por los habituales discursos políticos, religiosos o idealistas.
El escándalo que esto creó llevó a muchos a pensar que, ahora sí en serio, se desencadenaría la segunda guerra por las ficciones. Si es que la hubo, nadie supo exactamente si ya había comenzado desde antes o si comenzó a partir de esos comentarios. La principal razón por la que aún hoy no hay consenso acerca de si en verdad hubo una segunda guerra por las ficciones, es porque todo pareció demasiado estático del lado de los que buscaban la libertad de las ficciones. A diferencia de la primera guerra, esta vez no se crearon grupos importantes ni en internet ni en otras instituciones culturales o literarias. A lo sumo hubo algunas cuantas manifestaciones en algunos lugares, debates en programas de televisión, ensayos en video y blogs intentando refutar o justificar los argumentos oficiales, e incluso algunas recaudaciones de firmas para proteger el contenido de las láminas.
Los resultados fueron lamentables. El público general no sabía mucho de la historia de las láminas azules y sólo las consideraban algo curioso para pasar el rato, y que, fuera de que los gobiernos estuvieran intentando reemplazar las obras originales por sus variaciones más convenientes, no les importaba lo que pasara con las láminas. La mayoría alegaba que había problemas importantes y reales en este mundo, y que preocuparse tanto por historias de ficción de otros mundos era una nimiedad. Pese a eso, todos al menos estaban de acuerdo con que las historias de las láminas no debían usarse como propaganda política, por lo que los movimientos que se centraron sólo en eso obtuvieron mucha más aprobación, hasta el punto en que parte del discurso político para obtener votos tuvo que tomarlos en cuenta. Como mínimo, esto resultó en un lento retroceso hacia la conservación de las obras originales y la retirada de las versiones más cómodas de las escuelas y bibliotecas públicas.
Si hubo en verdad una segunda guerra por las ficciones, ésta se llevó a cabo más en espíritu que en hechos, porque fuera del freno al reemplazo políticamente correcto nada impidió realmente que los grupos con influencia política, religiosa y social fueran prohibiendo el contenido de las láminas azules tanto de las librerías como de las páginas de internet.
En los países con dictaduras, lo normal era que todo el ParalefikZland estuviera legalmente prohibido salvo los escritos que beneficiaran al régimen. En los países más libres, se sentía igual, con la diferencia de que no eran oficialmente ilegales, sino que sólo habían dificultado lo suficiente su lectura y adquisición como para sentirse casi prohibidos. La página ParalefikZland-Infinite, por ejemplo, reportó que ahora tendrían que pagar un impuesto mensual por mantener los escritos en sus servidores, y que las compañías que ofrecieran servicios de búsqueda en internet debían limitar el alcance a la página, además de prohibir anuncios en la misma, y que si no recibían suficientes donaciones o suscripciones, probablemente no podrían durar mucho tiempo. Muchas editoriales también reportaron ser víctimas de nuevos impuestos y de la limitación de los ejemplares que podían tener en las librerías, haciendo que los precios subieran.
Esta nueva crisis amenazaba con ser la última en la historia del ParalefikZland, al menos mientras no fuera tomado en serio por una cantidad suficiente de personas. Pero por el momento, estas historias sólo son ficciones escritas por nadie y que no ayudan en nada a solucionar los problemas reales del mundo.


          


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