El parque del lago 3


Empiezan a surgir unos secretos. 


Un círculo ligeramente ovalado en la parte de Ánke contenía en medio alimentos altos en grasa y azúcar, bebidas altas en alcohol, y un tablero de damas chinas. Resultando esta vez Kuésta la ganadora alrededor de las once, se decidieron a continuar en el círculo hasta que les alcanzara espacio en el estómago. Genáo había empezado a hablar de la influencia del pensamiento de Ráu Shórsta en la forma en que el danzilmarés moderno evalúa la eficacia de los envoltorios de los alimentos bajos en nutrientes, y tras media hora concluyó que el danzilmarés ha aceptado religiosamente que la viveza de los colores y la representación explícita del producto a medio consumir en la superficie del envoltorio, representa un claro indicio de estímulo engañoso como los falsos gusanos de las lenguas de algunos lagartos, por consiguiente evitándolos y prefiriendo aquellas envolturas minimalistas y olvidables, cuyos contenidos fueran totalmente incógnitos salvo por su anuncio escrito en la parte de adelante.
—Mira, Genáo —interrumpió Kuésta la efusividad del ponente—, una cosa es que nuestra turbulenta historia nos haya acostumbrado a desconfiar de lo aparente, pero otra cosa es ir en contra del código de la naturaleza humana, la cual es débil ante la exageración de los estímulos que en tiempos antiguos eran indispensables y cuestión de vida o muerte. No va el hombre primitivo a preferir el fruto oculto tras abstracciones a la representación real frente a sus ojos y manos.
—Estimada Kuésta, tal parece que tarde te enteras que el danzilmarés ahora más que nunca es el nuevo engendro de la evolución humana, y tales pequeñas pero importantes diferencias con la psique del homo sapiens hará que la isla del moa sea la primera cuna del siguiente homínido en algunos cientos de miles de años. Eventualmente no podremos aparearnos más con los sapiens y querrán conquistarnos, si es que antes no los conquistamos nosotros.
Dijo Dézen:
—Si el homo habilis existiera hoy en día, seríamos monstruos para él.
—Sin duda —dijo Genáo— le aterraría todo lo que se ha construido con su pulgar tan desarrollado.
Ánke estornudó, y continuó Genáo:
—El danzilmarés es tan indiferente a los cambios que, ante la influencia suficiente, podrían salirnos ojos como los caracoles y en un año se nos habría pasado la sorpresa, y sólo nos quedaría esperar a que también nos salgan pinzas del ombligo...
—Ahí te equivocas —interrumpió Kuésta—. El danzilmarés no sólo sería indiferente, sino que decididamente se aburriría y diría: “bah, sólo son otros ojos, sólo es otro apéndice, sólo es otra cabeza”. Se convertiría en un monstruo con el descaro de llamarse humano.
Dijo Ánke:
—La pregunta es ¿quién de entre estos danzilmareses se dignará a cambiar la posición de su cuerpo e ir por las cervezas de la otra hielera?
—¡Ajá! —exclamó Genáo— Para tu mala fortuna, el danzilmarés acepta rápido los cambios que la realidad le imponga, pero no moverá un dedo para cambiarlos por sí mismo.
—Bueno, quién de entre todos nosotros es el menos danzilmarés.
Dijo Kuésta a Líru:
—Uno de tus bisabuelos era chino, ¿o no?
—De Taiwan —corrigió Líru ofendida—, lo mismo pero menos crédulo.
Dijo Dézen:
—La sangre china es buena para derramarse por sueños y esperanzas vanos, de modo que te toca, Líru. Y no me miren así, que ya mucha tierra hemos echado sobre los pobres danzilmareses, algo ha de tocarle a los demás.
—Cierto —dijo Genáo—, un poco de tierra ahora para los musulmanes...
La luna había alcanzado su climax en el cielo, Ánke ya estaba haciendo su crítica sociológica sobre las costumbres gastronómicas de los japoneses, y cuando se apagaron las risas repararon en la larga ausencia de Líru.
Preguntó Ánke:
—¿Tan pesada está la hielera?
—Con Genáo cerca, me sorprendería que quedara una sola cerveza —dijo Kuésta.
—Bueno —Genáo se tronó los huesos de la espalda—, creo que el novio debe ir a ayudar a la novia.
—No, espera —dijo Dézen, poniéndose de pie de inmediato—, déjame ese pequeño ejercicio que ya me piden las piernas. Cargar algo pesado también le caería bien a mis músculos.
Genáo se relajó y echó el cuerpo hacia atrás, sin dejar de sujetar su cerveza.
—Muy bien, amigo.
Dijo Ánke:
—Y además, si fuera Genáo seguro que se guarda la mayoría para él, o por accidente se le caen al lago.
Era la verdad que el paso de Dézen tampoco era el más firme mientras caminaba por los puentes hacia la cabaña de los novios. El homo erectus esta decepcionado, o muy divertido, si viera a sus descendientes usando sus avanzados cerebros para darse el placer de la caminata laxa y despreocupada, ahora que no hay bestias ocultas entre los árboles para castigarlos por su imprudencia. El lago aún estaba ahí, pero los monstruos estaban en la cabeza, no detrás de su húmeda opacidad. Líru estaba de pie mirando hacia el lago, apoyada en el barandal en el que terminaba el corto pasillo a la derecha de la cabaña. La hielera estaba justo detrás de ella; daba la impresión de que Líru en cualquier momento iba a usarla de asiento.
Preguntó Dézen:
—¿Pasa algo?
—Sólo me gustó cómo se veía el lago y la selva.
Era verdad que las siluetas de los árboles parecían bailar ante el escenario estrellado del universo. El agua comenzaba verde y se iba oscureciendo conforme se alejaba de las luces artificiales.
—Si quieres, quédate; yo la llevo.
Dézen ya había levantado la hielera cuando Líru dijo:
—Genáo va a pedirme que nos casemos.
Dézen tuvo el impulso de irse de ahí, pero en su lugar preguntó:
—¿Tú quieres?
—Se escucha muy emocionado cuando me lo propone en sus sueños, pero a mí no me deja dormir. Está todo bien como ahora, ¿no puede quedarse todo así? Sí lo quiero y todo, pero no podríamos esperar más.
—¿Cuánto?
—Hasta que todo sea perfecto. Él, yo, el mundo. Hasta que nada pueda arruinar nada.
—Contéstale que no.
—¿Cómo puedo? Él está contento con la imperfección, vive en ella, siempre asombrado. Yo no puedo.
Dézen se le aproximó un poco desde atrás.
—Líru, ¿te casarías conmigo?
Líru volteó la cabeza como si la hubieran asustado, y vio con confusión y vergüenza al mejor amigo de su novio aún con la hielera en sus manos.
—No —contestó tajantemente, algo agresiva. Si hubiera habido un poco más de luz, Dézen habría visto un ligero asco.
—Contéstale así exactamente.
Y como se le cansaban los brazos, Dézen dio media vuelta y se fue. Líru lo siguió hasta entrar en la cabaña 49. Entonces hubo un parpadeo de luz azul que la hizo volver la mirada hacia el lago. Ahí seguían las copas de los árboles en su danza nocturna.

***

Ya eran las doce cuando las luces del lago se apagaron. La única luz era la de la luna, las estrellas, las lámparas de la administración, y algunas cuantas desperdigadas entre las cabañas de tierra firme. Dézen y Kuésta se hallaron sentados en la banca frente a la cabaña 49. Ya hace rato que los demás se habían dormido, pues habían cesado los suaves sonidos de la 48.
—¿Trajiste una lámpara? —preguntó Dézen— Si no, no podremos ver qué causó ese ruido.
—Ya te dije que prefiero no verlo —respondió Kuésta, cuya palidez resaltaba en medio de la oscuridad.
—No lo hemos vuelto a escuchar desde entonces. ¿Crees que vuelva?
—Aún si no lo hace, es agradable estar aquí a esta hora. Hace buen viento. No he sentido un viento como éste desde hace años. Es más potente y fresco que el que podía sentir en el campus, pero no tiene la sal ni el estruendo del viento del mar. Es perfecto para mí, no quisiera irme.
—Yo también hace mucho que no siento la noche sobre mí. Para serte sincero, creo que pasarán años para que mi insomnio se cure. Aun ahora mi cuerpo siente la urgencia de sentarse en un escritorio y seguir estudiando.
—Espera sólo al posgrado.
—No quiero volver a pasar por lo mismo. No recuerdo la última vez que pude dormirme plácidamente y despertar de forma natural en la mañana, sin saltar asustado por el despertador y sin prisa por ir a clase. Llevo semanas despertando con la sensación de que debo entregar algo, terminar un proyecto o estudiar. Incluso aquí en el lago, cuando duermo estoy en mi viejo dormitorio.
—No lo notas, pero cuando te duermes tienes el sueño de verdad pesado. Aun si te la pasas horas rodando en tu hamaca, cuando al fin te duermes pareces muerto. Yo, en cambio, no recuerdo la última vez que logré dormir sin antes ver las primeras luces del alba. Pero no te preocupes, soy de sueño corto; desde niña me ha bastado con dormir sólo tres horas.
—Debes aburrirte mucho.
—Ahora sí que ya no hay mucho que hacer. A veces pienso que si algún día evolucionamos para no necesitar del sueño, el exceso de tiempo libre llevará a todos a estudiar alguna otra cosa para pasar la noche. Aumentaría la lectura, el tiempo de aprendizaje de cosas útiles.
—O lo usaríamos para inventar nuevas formas de perder el tiempo.
—Sí, eso también.
Por un minuto, sólo se escucharon grillos y el viento en las ramas, también algunas ranas en la lejana negrura de la selva. Dézen dio otro sorbo a su termo, que ya estaba medio vacío.
—No me preguntaste cómo sé que tienes el sueño muy pesado.
—Di por hecho que tendrías algún método. Tal vez me tocaste la frente, tiraste de mi pelo, o me hablaste al oído.
—Sí, al principio sí.
El calor del cuerpo de Kuésta se sintió mucho más cerca. Su tono está vez más íntimo.
—¿Quieres saber qué hice después?
Dézen se quedó inmóvil ante la cálida voz de Kuésta en su oído. Una de sus manos subió suavemente sobre su muslo.
—Quiero saber qué hicieron cuando fui a buscar la hielera.
Kuésta no detuvo su mano.
—¿Qué quieres saber exactamente?
Ánke estaba sentado con la cabeza asomada por la puerta cuando Dézen regresó. Dézen lo vio meterse de golpe antes de cruzar el puente entre las dos cabañas, y cuando entró estaban los tres riéndose y resoplando nerviosos, cansados y un poco sudados, terminando lo que les quedaba de cerveza.
—Nada.
Kuésta se rio, parecía que algo había vuelto a embriagarla.
—Lo siento, Dézen. No fue mi idea todo esto.
—¿Qué idea?
—Eras el más serio de todos y, pues, no sabíamos cómo podías reaccionar. Genáo quiso decirte, pero Ánke y Líru no quisieron.
—¿Qué cosa?
—Lo mejor que puedes hacer ahora es olvidar. Ya nos graduamos, quizá sea nuestro último tiempo juntos. Después cada quién irá por su lado y estos años quedarán como un recuerdo. No lo arruinemos pensando en qué pudimos haber hecho y lamentándonos por ello.
La mano se había abierto paso bajo los pantalones de Dézen, y los dedos ya habían creado una imagen mental en la cabeza de Kuésta de lo que había y lo que faltaba.
—A mí no me habría importado incluso entonces, pero Líru casi grita.
—¿Cuándo?
Algo se movió en el lago, produciendo un sonido de madera húmeda contra otra madera húmeda. Kuésta se levantó de golpe y sus ojos se clavaron en la oscuridad debajo de la cabaña. En los ojos de Dézen se formaron animales extraños a partir de las pequeñas y oscuras olas. Se quedaron en silencio por tanto tiempo que Dézen pensó que en cualquier momento amanecería. Sólo la voz de Kuésta rompió el canto de los grillos:
—Vamos a dormir.
Dézen aún seguía alterado.
—No vimos qué fue.
—Ya sé. Es mejor así.
Las piernas de Dézen aún temblaban cuando entró en la cabaña y se dejó caer en su hamaca. Por primera vez en años se quedó dormido casi de inmediato.


          


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