El parque del lago 4

 


El miedo a la indiferencia.


La luz era muy fina cuando Dézen abrió los ojos. Su despertar tranquilo coincidió con unos sonidos de pasos que salían de la cabaña. Su primer impulso fue darse la vuelta y volverse a dormir, pero su cerebro estaba demasiado despierto por tantas imágenes de la noche anterior que se incorporó. Kuésta aún dormía, roncando con un suave silbido. No supo qué le hizo levantarse y dirigirse a la ventana que daba a la cabaña 48, ni por qué sintió que debía mover la persiana sólo lo suficiente para que uno de sus ojos pudiera recibir las luces del exterior. Pero cuando lo hizo, vio claramente como Ánke era recibido por Líe en la puerta, para de inmediato desaparecer los dos tras la misma. Sintió que se caía hacia atrás y se aferró a los hilos de la hamaca. Alcanzó apenas a derrumbarse sobre ella y tuvo la urgencia de hacerse el dormido. Permaneció así por lo que le pareció mucho tiempo, casi sin moverse y con miedo de que su respiración despertara a Kuésta. Tan enfrascado estaba en sus pensamientos que casi brinca del susto cuando escuchó que abrían la puerta. Ánke entró despacio, y Dézen lo escuchó quitarse las sandalias y arrojarlas donde sea. Entonces no pudo aguantar más y se incorporó despacio, como si se hubiera acabado de despertar. Ánke lo recibió con una sonrisa apenada.
—¿Te desperté?
Dézen debió verse algo inquisidor, porque Ánke lentamente adquirió una expresión preocupada.
—No, amigo, justo me desperté.
—Ah, ¿dormiste bien?
—Bastante. ¿Y tú a dónde fuiste tan temprano?
Ánke intentó verse de buen humor.
—No eres el único al que le gusta salir a explorar por ahí.
—¿Por dónde fuiste?
—Por allá, por la zona de la fuente donde están los patos.
Kuésta se movió, haciendo que los dos se callaran, pero no se despertó. Ánke hizo una señal de silencio, volvió a ponerse las sandalias e hizo gestos a Dézen de que lo siguiera afuera. Dézen también se calzó y, con algo de recelo, lo siguió.
Afuera el sol aún no lastimaba los ojos, en parte porque algunas nubes lo tapaban. Hacía de hecho un poco de frío, pero de todos modos ambos amigos comenzaron a caminar hacia la cafetería.
—Mira, Dézen, hay algo que debes saber, pero antes quiero que me prometas que no le dirás a nadie que yo te lo dije.
Dézen, que caminaba tras él como siguiendo a un guía, contestó:
—Lo prometo.
Ánke permaneció en silencio mientras pasaban la cafetería y cruzaban la zona de canchas. Viraron a la izquierda en la última cancha y se dirigieron a la fuente, parte de la cual rozaba el final del lago. Cientos de patos se zambullían en sus aguas y se paseaban en el pastizal que la rodeaba. Extrañamente apenas graznaban, haciendo sus aleteos la mayor parte del ruido.
—¿Sabes? Yo vine aquí una vez cuando era niño, y en aquel entonces había sólo un puñado de patos. Pasé casi toda mi estadía observándolos, a tal punto que muchos años después ni siquiera recordaba que aquí había un lago tan grande ni tantas cabañas. Por mucho tiempo recordé este lugar como un parque con patos.
—¿Por qué me trajiste aquí? —esta vez, Dézen se mostraba más confundido que receloso.
—Porque recordar este lugar, esta parte del Parque, disminuye mi miedo a la indiferencia.
La mirada interrogativa de Dézen lo impulsó a explicarse.
—Ya hablamos lo común que es para los danzilmareses aceptar los cambios y las situaciones extraordinarias con suma facilidad, nuestra impresión o sorpresa rápido se vuelve costumbre y sobreviene la indiferencia. No debemos confundirla con la tolerancia o la normalización de lo extraño; si mañana fuera legal matar, pronto dejaría de ser una sorpresa, pero eso no quiere decir que lo aceptemos o que no nos opongamos, es decir, el danzilmarés es capaz de oponerse con fervor contra lo que es incorrecto al mismo tiempo que es indiferente hacia ello. El danzilmarés dirá: “sí, hoy mataron a otros cinco, qué mal, pero así son las cosas”, pero en cuanto esté en su poder revelarse contra esa realidad, apoyará todas las medidas necesarias para acabar con esa situación. Lo siento si te enredo; no soy tan conciso como Genáo. Déjame pensar... A ver. El danzilmarés rápido se vuelve indiferente ante las cosas desagradables, pero no las acepta, por lo que si está en su poder cambiarlas, no duda en oponerse; es indiferente mientras no pueda hacer nada, y en cuanto puede hacerlo, lucha por cambiarlo. ¿Me entiendes?
—Creo que sí.
—Pues bien, el miedo a la indiferencia es lo que uno siente cuando sí puede cambiar o mejorar las cosas, pero tiene miedo de descubrir que sigue sintiendo indiferencia. Es decir, uno teme seguir indiferente aun cuando es posible oponerse o luchar. Esto lo lleva a uno a no querer hablar o investigar sobre ciertos temas por miedo a descubrir que en el fondo no le importa la situación real, sino que se siente mejor con sus ideas originales aunque haya estado erróneas. Podría resumirlo como el miedo a descubrir que uno no está tan comprometido con la verdad como se creía. Espero no haberte confundido mucho.
—Estoy bien.
—Okey. Entonces, como podrás adivinar, este miedo a la indiferencia no es muy común entre los danzilmareses porque nuestra historia nos ha acostumbrado a aceptar la realidad, pero también a aprovechar todos nuestros recursos para combatirla cuando sea posible. Pero yo y los demás por alguna razón tenemos arraigado este miedo, aunque no sabría decirte hasta qué nivel los demás también lo tienen, sólo puedo decirte que para mí es prácticamente una fobia.
El sol ya era lo bastante fuerte para empezar a irritar la piel cuando Ánke terminó su explicación. Dézen seguía mostrándose más confundido que fastidiado, por lo que Ánke siguió hablando:
—Verás, tengo pavor a que, tras decirte lo que debo decirte, descubra que en realidad no me importa lo que pienses, lo cual llevaría a que nada cambiara en lo que yo o los demás hacemos, y me da miedo porque no sabría si serás honesto en tu reacción. En el mejor de los casos, no te importará en lo más mínimo y todo continuará como si nada, pero sólo en caso de que de verdad no te importe. Pero si te importa... pues, todo dependerá de qué tanto te importe. Y perdona de nuevo que no vaya al punto, pero debo tener tu palabra de nuevo de que, diga lo que te diga, no obedecerás a tus instintos en caso de que no seas indiferente; prométeme que, en caso de que provoque en ti cualquier tipo de emoción, por más pequeña que fuere, ante los demás actuarás como si nunca hubieras sabido nada, y sólo la tumba te liberará de fingir ante nosotros. Si no lo haces, algo terrible pasará. No sé qué ni por qué exactamente, pero será una catástrofe para todos. ¿Tengo tu palabra, Dézen?
La cabeza de Dézen creía ver que la fuente con los patos daban vueltas an torno a ambos, que el sol de repente oscilaba sobre su cabeza y bajo sus pies, que el lago se desplazaba a su derecha e izquierda.
—Lo prometo —dijo más con la cabeza que con la voz, sin poder evitar pestañear pesadamente.
Ánke se le acercó al oído y susurró.
El Parque del Lago ya no distinguía entre el cielo, el sol, la selva, el lago, la fuente y los patos. Toda esa masa de entidades ocuparon el mismo espacio mientras Dézen se recuperaba de la sorpresa, caído sobre sus rodillas.

***

¡Ah! ¡Pero qué hermosa noche despejada y llena de luces! Venid, recién graduados, venid a deleitar las retinas con el espectáculo nocturno, aunque les advierto que si se acercan demasiado al área de las canchas, sus tímpanos podrían sufrir un poco.
Es inaudito, pero también conveniente, que la administración aceptara tal espectáculo propuesto por algunos de los demás visitantes, más jóvenes que vosotros, y por ende aún no tan derrotados. “Está bien, pueden hacerlo si los demás inquilinos no están en contra”, les había dicho la administración. Y ahora preparan los encendedores, colocan sus artefactos llenos de pólvora en posición, y empieza la cuenta regresiva.
Explota el negro del cielo en luces más intensas que las de las estrellas a miles de millones de kilómetros de ahí. El ojo además siente más placer ante los colores que ante la oscuridad, y su pronto desvanecimiento casi de inmediato activa el deseo de una nueva dosis.
Ved todos juntos desde las bancas afuera de sus cabañas. Incluso el vecino viejo y robusto sale a contemplar las nuevas luces del cielo, luciendo los vellos de su pecho. ¿Pero quién de entre ustedes es el que tiene la mandíbula casi desencajada, quién tiene los ojos adormilados, quién se está tambaleando, quién parpadea con fuerza ante cada tronido, quién de repente se siente ciego cuando todas las chispas de colores se transforman en un azul deprimente?
Dézen, tu termo todavía tiene algo de té. Recomiendo que lo vacíes pero no me escuchas.


          


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