Chino supersimplificado


Hóuye Ném crea un sistema para supersimplificar el chino mandarín.


Hóuye Ném murió el diez de noviembre del 2057, a cinco años de haberse convertido en el cuarto danzilmarés en ganar el premio Nobel de literatura. Meses después se erigía una estatua en su honor en el centro de Útod. El mismo año nos fue comisionada una biografía del escritor para ser publicada al año siguiente.
La vida de Hóuye Ném, sin estar tan llena de secretismo, tenía sus propios enigmas. Se sabía que había escrito mucho más de lo que alguna vez publicó; su esposa e hijos comentaban que solía leerles fragmentos de algún cuento que se le ocurría garabatear a la mitad de la noche, y luego con toda tranquilidad lo quemaba para no caer en la tentación de rescatarlo del basurero. Era tanta su dedicación por los detalles que era de los pocos escritores que, aun en tiempos de tecnología, hacía sus primeros borradores a mano, con papel y lápiz, porque “el esfuerzo de escribir a mano hace a uno pensar dos veces antes de poner una palabra, pues la mano evitará escribir lo innecesario para no cansarse. El cerebro se reciente si ha desperdiciado energía escribiendo una palabra que luego resultará desechada”. Sólo si su borrador hecho a mano le gustaba, lo transcribía a computadora.
No se sabe realmente cuántas ideas, interesantes o no, fueron escritas y luego consumidas por las llamas durante las largas noches en que se encerraba en su estudio. Él se refería a ese hábito suyo como “abortos por el bien de la literatura”, ya que así se aseguraba de “sólo dar a luz a lo mejor”. No obstante, también es verdad que una nada despreciable cantidad de manuscritos se salvaron del fuego, tal vez por considerar que la idea central de ellos tenían suficiente valor para no perderlos. En los años siguientes a su muerte, debatimos la posibilidad de publicar todo escrito suyo que fuera encontrado íntegro, sin importar su contenido. Su esposa no tuvo problema, pero sus hijos insistieron en que su padre, siendo tan obsesivo con la calidad, habría odiado que sus últimos escritos publicados fueran precisamente los que no consideró dignos de publicación. Esos dilemas siguen en proceso, pero creo que eventualmente los escritos saldrán a la luz de un modo u otro, tanto poder tienen las editoriales de nuestro país.
Entre todos esos escritos abandonados se encontraban borradores de cuentos, fragmentos de novelas, esquemas para narraciones, algunas digresiones escritas azarosamente, intentos de ensayos y algunos dibujos hechos, supongo, en momentos de aburrimiento. Sin embargo, entre todos esos trabajos inconclusos destacó uno fuera de lo común, que había sido encontrado con el título de “Chino supersimplificado”.
Cabe recordar al lector que Hóuye Ném fue un sinófilo, al menos en lo que a la lengua china se refiere. Realizó estudios de chino en Beijing durante su juventud, y durante varios años antes de despegar su carrera literaria sobrevivió enseñando esta lengua en varias escuelas de Útod.
Las referencias a la lengua china a lo largo de su literatura son numerosas, pero esa fue la única vez que la misma fue tema de un escrito suyo, y sin embargo no era ni un intento de cuento o de novela. En su lugar, se trataba de la descripción de un sistema nuevo para simplificar todavía más la lengua china usando solamente caracteres latinos, como había sucedido con otras lenguas, prescindiendo totalmente de los caracteres que tanta fama de difícil le dan a esta lengua. Durante mucho tiempo hemos discutido si se habrá tratado de una sátira; Hóuye siempre había demostrado su desapruebo por la reforma china del siglo XX que simplificó los caracteres, y más de una vez abogó por enseñar los caracteres tradicionales en las escuelas. También había visto con malos ojos la propia reforma danzilmaresa, que sustituyó totalmente nuestro antiguo alfabeto por el latino. No obstante, de ser una sátira, sería extraordinariamente raro para los estándares de Hóuye, pues en ningún otro lugar hizo uso de este género en sus cuentos y novelas. De todos modos, el consenso general es que se trataba de un simple ejercicio lingüístico que ni el autor se tomaba muy en serio; aunque algunos todavía creen que, detrás de lo aparentemente ridículo de la propuesta de supersimplificación del chino, una invención que de seguro le habrá llevado una buena cantidad de tiempo y esfuerzo no podría ser atribuida meramente al ocio o a la broma. Pero esas opiniones sobran para este escrito.

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El sistema de supersimplificación comienza con la siguiente introducción:
“Cierto es que nada es tan complejo que no pueda reducirse, pero que tampoco nada puede reducirse infinitamente cuando se ha llegado al silencio. Es entonces de mi interés proponer un sistema que lleve la simplificación del chino mandarín hasta sus últimas consecuencias, intentando reducir a caracteres latinos la complejidad de los hànzì hasta hacerla parecer una lengua por completo diferente, pero aún utilizable por los hablantes nativos y estudiantes”.
Prosigue después con el desglose general del sistema y sus componentes:
“Para este nuevo sistema partiremos del sistema pinyin y construiremos sobre él. Así pues, para supersimplificar el mandarín es necesario transcribir cada carácter a su lectura pinyin, y después modificarla para poder representar gráficamente cada uno de los caracteres. Eso se logrará siguiendo estos pasos:
1-Se selecciona una sílaba, incluyendo tono, y se le asigna un hànzì de base. Supongamos la sílaba “shì” y atribuyámosle el hànzì 是 como base.
2-Se seleccionan otros caracteres con una lectura similar, pero añadiendo una “final muda” que indique una distinción con el hànzì de base. Supongamos el carácter事, cuya representación gráfica sería “shìh”, donde la “h” es una final muda que sólo sirve para diferenciarla de 是.”

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En el mismo folio, aparentemente algún tiempo después, concluye del siguiente modo:
“Todas las finales añadidas son siempre mudas”.
Y después, como si temiera no ser lo suficientemente claro:
“Todas las consonantes al final, salvo la “n”, la “ng” y el final retroflexo “r”, son mudas”.

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Luego sigue una serie de tablas llenas de tachaduras y borrones en lo que intenta ejemplificar cómo sería este sistema puesto en práctica. En uno de ellos, por encima de una tabla aparentemente en su versión final, se lee:
“El carácter de base tendrá la escritura pinyin normal, y a partir del segundo, se le asigna a cada pinyin una final muda diferente hasta el décimo carácter, supongamos entonces los primeros diez caracteres cuya pronunciación es “shì”:

Aunque después no lo especifica, es evidente que propone la final muda “h” para el segundo carácter pronunciado “shì”, “k” para el tercero, “z” para el cuarto, hasta llegar a la “d” para el décimo. Al final concluye:
“De ese modo sólo resta asignar un carácter a cada una de las finales mudas para todas las sílabas en todos los tonos: “kǎip” es el sexto carácter con pronunciación “kǎi”, etc.

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En otro folio comenta lo siguiente:
“Cuando el piyin de un carácter esté conformado por una final que contenga una consonante sonora “n, r” o la nasal “ng”, las finales mudas se agregan a éstas: “ènh, ènk, ènz”.

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En otro folio puede leerse:
“Para representar los siguientes hànzì del once al cien, se señalarán las decenas por medio de grafías sobre las iniciales, y las finales mudas se repetirán para cada una de estas grafías”.
Lo cual representa con la siguiente tabla:


Éstas son las representaciones de cien caracteres con la pronunciación “yì”. Vemos que, a partir de la segunda columna, la inicial “y” tiene diferentes marcas que representan cada decena. Las primeras cuatro (del once al sesenta) usa los cuatro tonos del mandarín, y el resto, del 61 al cien, diversos acentos y grafías sacadas de otras lenguas y del danzilmarés. Uno podría decirse que es una exageración pensar que hay cien caracteres que se pronuncian igual, pero Hóuye Ném no sólo sabía que algunas sílabas de pinyin podían llegar a tener más de cien hànzì, sino que, no conforme con llegar a cien, llevó su sistema hasta llegar al carácter número mil:
“A partir del ciento uno, las centenas se señalarán colocando las grafías de las decenas sobre las finales mudas”, lo que ejemplificó con la siguiente tabla:


No nos lo explica, pero es evidente que a partir de las centenas, los pinyin duplican la final para colocar la grafía sobre ella. Justamente al pie de esta tabla aparecen como ejemplos: “Àiī” (el centésimo primer carácter pronunciado “ài”) y “Èn¯n” (el centésimo primer carácter pronunciado “èn”).

En el siguiente folio de la nada aparecen estas dos tablas:




De las cuales se concluye que, cuando el pinyin está compuesto sólo por una final, ésta duplica la primera vocal para las grafías de las decenas, y la última vocal para las grafías de las centenas. De ese modo, “Āàiī” indica el centésimo décimo primer carácter pronunciado “ài”, etcétera.

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A fin de tener un cuadro completo de al menos una sílaba, Hóuye Ném completó los cuadros de todas las sílabas “yì” hasta la milésima, los cuales no creo que sea necesario incluir dado el espacio que ocuparían. Pero basta seguir el mismo sistema para deducir que, a partir del carácter doscientos, los demás irán agregando las mismas grafías de las decenas sobre las finales mudas. En la siguiente tabla intentaré ejemplificar algunas representaciones para su comprensión, indicando a qué número de carácter de pronunciación “yì” se correspondería:





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De modo similar, Hóuye Ném incluyó unas tablas donde resumía las finales mudas y las grafías especiales:


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Debajo de este último folio, escrito casi como un garabato, se lee lo siguiente:
“Los pinyin de los caracteres irán separados por un guion corto para indicar dónde termina un carácter y comienza el otro: Fènk-dōuh[1]."

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Así terminan las hojas que le dedica a este extraño experimento de súper simplificación del chino. En ningún lugar propone cuál debería ser el orden de otros caracteres salvo el “Shì” de la primera tabla, pero se intuye que sugiere ordenarlos de acuerdo con su frecuencia de uso. Las hojas fueron cuidadosamente contadas y enviadas al museo de historia de Útod, donde se han archivado y esperan a que les llegue la hora de que salgan a la luz como una anécdota curiosa de un escritor extraordinario.

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Postdata:
Un año después de la publicación de “Los escritos perdidos de Hóuye Ném”, llegó a mis manos una carta escrita a mano de un estimado amigo, también especialista en el autor. En ella, se había tomado la molestia de transcribir el siguiente fragmento usando el chino supersimplificado de Hóuye Ném:

“世界太小,一个词就能涵盖它”
Shìm-jiè tài xiǎo, yī-gè cíh jiù néng hánz-gàih ta
(El mundo es tan pequeño que cabe en una palabra)


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[1] “Lucha”

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