La realidad de Yáke y Sínke 10: Club



El instituto Ítuyu hace obligatorio pertenecer a un club. Los jínnyi acaban creando el suyo.



 30


Era el primer día de las vacaciones de abril, Áte se encontraba de regreso a su casa después de un día escolar común y corriente. Caminaba con pesadez y sin energía, pensando en que al llegar a su casa solamente iría hasta su cuarto, se echaría sobre la cama y dormiría las dos semanas que duraban las vacaciones. Sin embargo, no dejaba de repasar las cosas extrañas y tan nuevas para él de las que Sínke le hablaba, y que, aunque no lo admitiera, comenzaba a generar en él un sentimiento confuso, muy alejado de su usual apatía.
Al llegar a su casa, se dirigió hacia la cocina para beber algo de agua, y sentándose en una silla bebió mientras escuchaba el silencio de la casa, lo cual al principio le pareció relajante, pero luego se extrañó de ese mismo silencio, pues era muy poco común que al volver de la escuela su madre no anduviera por la casa, y su padre para esa hora todavía no salía al trabajo. Decidió no darle mucha importancia a ello, y se disponía a ir a su cuarto cuando una voz emocionada desde atrás le hizo dar un sobresalto.
—¡Áte, hermanito! Perdón, ¿te asusté?
Se trataba de Kuésta, su hermana mayor por siete años. Se quitó su gorro negro de algodón y lo puso sobre la mesa mientras se sentaba al revés en una silla, apoyando los brazos sobre el respaldo, y en sus anteojos se reflejó, como un garabato, la boca irritada de su hermano.
—¿Qué haces aquí? —dijo Áte, apartándole la mirada rencorosamente— ¿No se supone que estabas en china haciendo yo qué sé? A todo esto, ¿Dónde están mamá y papá?
—¿No te avisaron? Salieron de vacaciones esta mañana —contestó.
Áte asentó el vaso sobre la mesa, y la miró como si fuera una loca.
—¿Cómo que se fueron de vacaciones?
—Resulta que mi nuevo proyecto ganó el concurso de desarrollo tecnológico en Shanghái, y con el dinero decidí regalarles unas vacaciones en Japón; su avión salió hace una hora, pero creí que te lo habían avisado, se los dije desde hace más de una semana para que estuvieran hoy en el aeropuerto para encontrarse conmigo. Mamá se ilusionó mucho, incluso lanzó un gran grito de alegría.
Áte caminó hasta el fregadero, donde aún había una pila de platos sucios, y empezó a lavarlos con los ojos perdidos.
—¿Pasa algo? —preguntó Kuésta, tras escuchar unos segundos el agua cayendo.
—No, no es nada, sólo olvidé que me lo dijeron —dijo mientras luchaba contra una mancha de grasa en un plato.
—Pero no te preocupes, hermanito, yo voy a hacerte compañía mientras están fuera, se los prometí antes de despedirme.
—No tienes que hacerlo —dijo con voz distante—, puedo cuidarme solo. Además, debes estar ocupada con otros proyectos de la universidad, ¿o no?
Kuésta se levantó de la silla y le ayudó a lavar los platos que faltaban.
—Yo también me merezco unas vacaciones, ¿no crees? Y además, no hemos convivido desde hace mucho tiempo los dos juntos, como cuando éramos niños.
Áte no se conmovió, se alejó y vio sobre la mesa una manzana a medio comer que Kuésta había dejado. Mientras la observaba, ella hablaba sobre cosas alegres a las que no prestaba atención.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Kuésta al verlo tan callado.
—Nada importante, sólo algo que ocurrió cuando estaba en el club.
—¿Ya estás en un club?, me parece muy bien. Yo aún recuerdo cuando me uní al club de robótica cuando tenía tu edad. ¿Qué club es?
—No es ninguno que conozcas, es uno que creamos mis jínnyi y yo.
—Interesante, ¿y qué hacen ahí?
—No tengo la menor idea —contestó después de dudar un momento.
Kuésta movió confundida su cabeza castaña.
—Bueno, no importa. A todo eso, ¿te gustó el bumerán que te envié para tu cumpleaños?
—Bastante.

***

Al día siguiente de que los gemelos se unieran al jínnliù, Yúska convenció a dos de sus compañeros de aula de que se cambiaran de sillas para que los gemelos pudieran sentarse junto a ellos, y declaró, sin vergüenza ni necesidad alguna, que era a porque desde ese momento eran jínnyi y lo correcto era permanecer cerca. Sínke ocupó campantemente el asiento justo detrás de Hínta, delante de Séntsa y a la derecha de Áte, mientras que Yáke en el asiento de más atrás, junto a la ventana y con Yúska enfrente. A su derecha se encontraba un chico de nombre Dégo, el cual al ver al gemelo con cara de póquer, volvió la vista a su cuaderno de música. Minutos después de que la maestra Nín comenzara la clase, dos chicas de segundo año llamaron educadamente a la puerta y le pidieron a la profesora unos minutos para hacer un aviso a los estudiantes, a lo cual ella aceptó, y parándose al frente pidieron con voz firme que les prestaran atención.
—Buenos días, compañeros, yo soy Ále Mág, y ella es mi compañera Éla Gám.
Sínke retuvo una risa que estuvo a punto de salir estrepitosamente, llamando la atención de sus compañeros que estaban alrededor.
—Somos representantes de la sociedad de clubes de la escuela y tenemos un anuncio importante que hacer —dijo Ále mientras su compañera repartía entre los estudiantes unos folletos—, como ya han de saber, el instituto Ítuyu posee una gran variedad de clubes de todos los tipos como parte del programa educativo para seguir promoviendo un sano desarrollo entre los estudiantes, y es el deber de todos el encontrar y enfocar sus conocimientos y ambiciones a un ambiente práctico que desarrolle sus potenciales como individuos…
Mientras hablaba, Yáke vio que los folletos contenían información sobre los clubes activos hasta ese momento, los cuales se dividían entre clubes científicos, artísticos y deportivos, pero en lugar de seguir leyendo, decidió simplemente ignorarlo.
—…Así que, si ustedes son talentosos en algo y están interesados en pertenecer a un ambiente con gente que comparta sus intereses, entonces inscríbanse al club de su elección. Recuerden que desarrollar los talentos en muy importante en el competitivo mundo moderno, y un buen desempeño en un club puede darles grandes ventajas a la hora de querer entrar a una universidad.
Éla terminó de repartir los folletos y regresó al lado de su compañera.
—Para inscribirse a un club deben solicitar con nosotras una petición, y las remitiremos al líder del club correspondiente, luego los interesados procederán a pasar una prueba dependiendo de la disciplina que elijan para asegurarnos de que tengan talento…
Sínke alzó la mano y lanzó un silbido.
—Disculpen mi inoportuno interrumpir, estimadas, para mí lamentable, de una duda víctima-ser, es.
Las chicas lo miraron vacilantes con la boca ligeramente abierta, mientras algunos alumnos no pudieron evitar reír en voz baja por lo exageradamente teatral de su entonación.
—… Sí, ¿cuál es tu pregunta? —dijo Ále.
—De la búsqueda del desarrollo del talento, compañeras, acabáis de expresaros con gran ímpetu y determinación homérica, vosotras. Y ruego a la existencia que pertinente el interrogarme sobre de qué gracia la existencia os ha hecho portadoras me sea, después de percibir con mi frágil asombro el vigor de vuestro motivante expresar, y el carácter moviente-conciencias de las lideresas de las cuales esta bella nación oceánica precisa.
Hubo un momento de silencio en el cual sólo se escuchaba el sonido de los ventiladores en el techo, que eran usados en lugar del aire acondicionado cuando el calor les permitía abrir las ventanas.
—Perdón, ¿qué? —preguntó Éla, perpleja.
—Me parece que quiere preguntar si ustedes se encuentran en algún club —dijo Séntsa, con firmeza y un poco de vergüenza ajena.
—Pues, digamos que nuestro club es hacer que todos estén cómodos en sus clubes —contestó Ále, no sin cierto orgullo—. Sí; encontrar y sacar a flote las habilidades de los alumnos es nuestro club.

31

Los exámenes parciales de comienzos de abril habían dejado agotados a los estudiantes, pero aun así, la cálida luz esperanzadora de las vacaciones de dos semanas que les esperaban fue un alivio que tranquilizó sus agitadas mentes, y con esas pequeñas vacaciones en la mira, seguían su eterno hormiguear en aquella verde escuela inundada de árboles.
Para esas alturas ya no era sorpresa para nadie ver los nombres de los gemelos hasta arriba en la hoja de los mejores promedios seguidos del número cien al lado en el área común de estudiantes, pero lo que más llamó la atención fue un gran anuncio de grandes letras rojas clavado a un lado, y al leerlo uno a uno, algunos estudiantes se llevaban la mano al mentón y lanzaban una leve exclamación; otros sólo lo miraban como si nada y seguían con lo suyo. Pero entre aquellos que no pudieron evitar preocuparse por el anuncio se encontraba Hínta, quien no tardó en correr hacia donde se reunían con sus jínnyi desde hacía mucho tiempo junto al lago. Séntsa notó su preocupación y preguntó qué pasaba.
—Tengo una mala noticia: si no nos unimos a un club, no podremos pasar de año —dijo.
Debido a la confusión que generó el anuncio, la presidenta Áltra se vio forzada a aclarar las cosas en el auditorio ante todos los estudiantes. El asunto había sido sugerido por las promotoras de los clubes, Ále y Éla, las cuales lograron convencer a la presidenta de aprobar la obligatoriedad de pertenecer a un club para mejorar su desarrollo académico.
—Deben unirse a un club antes de las vacaciones —dijo la presidenta al final—, ¡den todos su mejor esfuerzo!
El anuncio de la presidenta tuvo un efecto arrollador en todos aquellos que aún no estaban en ningún club. Durante la semana siguiente, las listas de solicitudes se llenaron, y aspirantes de todos los grados hicieron fila para entrevistarse con los presidentes y conseguir el puesto. Los examinados eran puestos a diferentes pruebas según el club: el club de jardinería les hacían podar, trasplantar e identificar flores; los del club de dibujo les pedían que hicieran un retrato; los clubes deportivos los hacían jugar contra los miembros; y los de los clubes científicos les hacían pruebas sobre química, física o matemáticas. No era necesario salir perfecto en todo para ser aceptado, sino que únicamente bastaba con que el interesado tuviera talento y disposición. Entre los jóvenes no dejaba de sentirse la abrumadora presión de obligar a salir sus talentos, sobre todo cuando muchos no se habían puesto a pensar en ello hasta ese momento.

***

La orquesta de la escuela se encontraba ensayando en el auditorio cuando los gemelos los interrumpieron, entrando por la puerta principal, cargando ambos sus violines.
—Lamentamos la interrupción de vuestra interpretación de la Marcha Turca de Las ruinas de Atenas —dijo Sínke superando la intensidad de la orquesta, mientras se dirigía hacia ellos a paso campante—, hemos venido aquí para ver si de unirnos a vuestro club dignos somos.
El joven presidente del club, que también era el director, detuvo la música y los miró con extrañeza mientras subían al escenario.
—Ni Ále ni Éla nos avisaron que iban a venir nuevos aspirantes —dijo.
—¿Cómo es posible que a estas alturas, en las que prácticamente cada estudiante está desesperado por ser aceptado en una nueva familia, sea todavía necesaria tal inútil intervención burocrática? ¿No te parece, hermano?
—Como digas —contestó Yáke, abriendo la caja de su violín.
Un momento después los dos estaban afinando sus cuerdas, y el presidente preguntó si estaban bien con hacer la prueba en frente de todos, a lo que Sínke contestó que buscaba entrar en la posición del primer violín, y que su hermano estaba conforme con ser el último de los segundos.
—Esperen un momento —dijo Dégo, indignado—. Los nuevos no pueden simplemente tomar el puesto que quieran así como así, mucho menos mi puesto de concertino.
—Tranquilízate, amigo —dijo Sínke abanicándolo con el arco—, el criterio sobre quién debe el honor de tal puesto tener no es el tiempo, sino la habilidad y el talento, que es la competición que nuestra tan amada presidenta tanto se empeña en promover.
Dégo intentó reclamar al presidente, pero él propuso que primero vieran lo que los gemelos fueran capaces de interpretar antes de decidir. Sínke insistió en que ambos tocaran exactamente lo mismo al mismo tiempo, y para ello, le pidieron al presidente que eligiera un número del uno al veinticuatro. El número elegido fue el trece.
Los gemelos pusieron sus violines en posición. Yáke tenía la mirada caída y robótica, pero en el momento de ponerse el violín su rostro se levantó ligeramente y adquirió un brillo más entusiasta. Con Sínke fue el efecto contrario: al sentir el mentón contra el soporte, se tornó levemente solemne y concentrado.
Comenzaron a tocar al unísono una melodía a dos cuerdas, jocosa y saltada como la risa de un diablo, y al reconocer la pieza el resto de los músicos quedó en silencio. La manera en que los gemelos tomaban el arco y lo desplazaban a lo largo de las cuerdas, con una soltura y fuerza que arrancaba las demandantes notas de las entrañas del instrumento, estaba en perfecta concordancia con las pisadas de la mano izquierda, cuyos dedos, con la habilidad que requerían las dobles cuerdas para que cada nota sonara exactamente igual sin opacar una a la otra, sacudía con potentes vibratos la longitud de las cuerdas. Tras repetir la sección, tocaron una parte difícil y acelerada. Sus dedos se movieron de un lado al otro del diapasón, los arcos iban y venían de una cuerda a otra con un movimiento suave y ágil. Conforme pasaban las notas sus respiraciones se amoldaban a su ritmo, sus ojos se cerraron y apretaron los labios entrando en comunión con la música, llegando al punto en que casi no había diferencia física entre ellos, como dos sombras exactas.
Al terminar, todos aplaudieron emocionados. Dégo no aplaudió, pero los miró con la boca abierta y sintiendo que se le paralizaban el cuerpo. A pesar de todo, los gemelos no parecían satisfechos en absoluto con su interpretación.
—Tus agudos están demasiado bajos, hermano —espetó Sínke con violencia—, ¿no puedes hacer algo tan simple como cambiar de cuerda sin perder el tono?
—Al menos mi vibrato no parece como si estuviera masturbando el diapasón —dijo Yáke con voz ofendida.
—¿Cómo crees entonces, hermano, que le saco sonidos orgásmicos a mi violín?

***

—¿Cómo te fue en el club de historia? —preguntó Kányu, limpiándose las manos con un desinfectante líquido— Yo intenté entrar en el de lectura, pero creo que al fin y al cabo eso no es lo mío.
Suspirando, Séntsa se sentó a su lado y le pidió el jabón.
—No me agradó para nada el ambiente; entraban muchos interesados, pero al final todo el club parecía una excusa para sentarse a chismear.
—No van a poder controlar tantos clubes con tanta gente —dijo Áte—, todos los clubes están literalmente sin espacio para nadie más. ¿Cómo se supone que van a organizarse?
—En realidad no creo que se trate de eso —dijo Kányu—; solamente quieren agruparnos a todos en un club, no creo que literalmente tengamos que estar sesenta apretados en una habitación diseñando cosas en computadoras.
Mientras hablaba, Hínta se reunió con ellos con un pesado caminar.
—¿Cómo te fue? —preguntó Séntsa.
—No entré al club de Yúndao —dijo dando un suspiro.
—¿Cómo va a ser posible? Has hecho artes marciales desde hace muchos años.
—Me puse nerviosa en la prueba —contestó bajando la mirada—, me pusieron frente a alguien, y entonces, antes de que me diera cuenta, me había derribado.
—¿No estás lastimada, verdad? —preguntó Kányu.
—No, pero cuando llegue a mi casa… ¿cómo voy a decirle a mi padre que no pude entrar?
—Pues no tiene que saberlo —dijo Áte.
Séntsa estaba a punto de contestarle cuando el grito de Yúska la interrumpió.
—¡Adivinen qué! Me aceptaron en el club de fútbol —dijo agitando vigorosamente el brazo derecho y apretando el puño izquierdo.
—Qué bien —dijo Kányu.
—Pero lo rechacé —dijo juntando los brazos a sus costados, y sacando las manos hacia afuera.
—¿Por qué hiciste eso? —la reprendió Séntsa.
—Todos los demás eran malísimos; no quiero perder el tiempo en un club así.
Poco después llegaron los gemelos, los cuales habían sido rechazados del club de música, no a causa de su falta de talento, sino porque el resto de los miembros no los soportaba.
—¿Por qué no formamos nosotros mismos un club? —sugirió Yúska con el índice en el mentón—, uno de manera oficial, uno que sea reconocido por la presidenta para pasar de año.
—No me parece una mala idea —dijo Séntsa—, ¿pero qué haríamos en él?
El rostro de Sínke se iluminó un momento, se levantó, y, aproximándose a su hermano, comenzó a hablarle en alemán entusiasmadamente. Era la oportunidad que había estado buscando, una luz de esperanza para hacer algo nuevo con sus experiencias en esa realidad ajena. El gemelo frío se quedó pensándolo, incrédulo.
—Habla sólo en danzilmarés —se quejó Áte—, esto de ponerse a hablar en otros idiomas ya es ridículo.
Sínke sólo les sonrió, y, despidiéndose de ellos, se fue corriendo hacia la oficina escolar.
—¿Pero qué le pasa? —preguntó Séntsa.
Yáke se apartó del árbol en que se recargaba y comenzó a caminar lentamente hacia donde se había ido su hermano, y respondió inquieto, como si presagiara un desastre:
—Todo.

32

Sínke giró la llave y abrió la puerta. Entraron en una habitación ordinaria en la que había una mesa, sillas y un pizarrón, como tantas otras en todo ese edificio de clubes. Sínke se apresuró a abrir la enorme ventana corrediza desde la que se podía ver la zona de alumnos, muchos de los cuales estaban a punto de irse a sus casas.
—¿Para qué nos trajiste aquí? —preguntó Séntsa, cruzando los brazos.
Kányu se había puesto a ver un librero que había ahí.
—Aquí hay bastantes libros, ¿no es este el club de literatura?
—No. Esos libros, estimados, los he traído yo —dijo Sínke con orgullo.
—¿Ah, sí? ¿Para qué? —preguntó Yúska.
El gemelo le dio la espalda a la ventana y firmemente puso las manos en sus caderas.
—Porque ahora éste es nuestro club.
Estoy seguro de que el lector hasta este punto ya no tendrá necesidad de que le explique las reacciones que los seres de esa realidad mostraban ante las noticias sorpresivas.

***

Si hubiera presenciado esa realidad, habría visto a Yúska ser la única en dar un brinco de felicidad y a los demás permanecer callados, y oído preguntar a Séntsa:
—¿Cómo que nuestro club?
—Aquí tengo el permiso de la presidenta —visto al gemelo arrogante entregar el papel—. La crisis con los clubes es tan grande que aceptan cualquier club nuevo con tal de que haya alumnos en él.
Habría visto en el papel la aprobación para el club del salón 12 del edificio de clubes, y leído el nombre del club aparecer como Fíkziono[1].
—También eligió el nombre sin consultarnos —oído decir a Áte.
—Me parece un buen nombre —oído decir a Yúska.

***

Exageró Sínke un aire de solemnidad y respiró hondamente. Su hermano ya había comenzado a leer el penúltimo capítulo del Ulises sobre una silla, aparentemente sin prestar atención.
—¿De qué se supone que va a ser este club? —preguntó Séntsa, sacando a la fuerza todo su optimismo. Pensó en tomar asiento, pero anticipó que la respuesta la haría levantarse de inmediato.
Miradas: sosa; emocionada; nerviosa; sospechosa; sonriente; en silencio.
Ahora sí, hermano. Siente cómo la realidad se retuerce y nuestro camino marca. El gemelo leyente dio la vuelta a la página. En vano será intentar hacer esto, hermano. Pero adelante, aumenta la rareza, dejó de importarme hace tiempo.
—Como ya saben, estimados jínnyi, de nuestro sentir de no pertenecer a la realidad que ustedes entienden son ya consientes.
—Ya va a comenzar otra vez —dijo Áte, la mano extendida sobre la mesa, la cabeza recostada en el hombro.
—Es por eso que la idea de un club propio, como la vibración de una cuerda, ha excitado mis sentidos, pues a la brillante idea he llegado de en un curso más analítico y crítico encaminarnos…
—Sínke, perdón que interrumpa —dijo Hínta— ¿Podrías darte prisa? Debo volver a mi casa.
Vayamos al grano.
—Abrí este club para estudiar la realidad. Juntos nos adentraremos en los misterios más triviales de la vida y de ellos sabiduría cosecharemos. Es por ello que he llamado al club Fíkziono, pues en la ficción e irrealidad, algo importante para la vida real hemos de sacar, lo que sea que eso signifique. Explorar el mundo de la futilidad con altas dosis de reflexión.
Silencio. Manos a la cara; la barbilla; y la boca. Pies nerviosos y miradas esquivas. ¿Respuestas? Obvias. Será un club divertido, será un club extraño, será un club bonito, será un club insoportable, será un club inútil.

***

Días después, dentro del espacioso dojo adornado con espejos alrededor, Sínke observó desafiante a su hermano del otro lado de la arena recubierta de tatami gris, mientras que éste le lanzaba una mirada fría y sin vida. Ambos iban descalzos y vestidos de una ligera camisa blanca sin mangas y pantalón de lana de un llamativo color rojo, con una franja negra a lo largo de cada pierna que iba desde la cadera hasta los tobillos, el cual era la ropa común de las artes marciales en Danzílmar.
Sínke comenzó a atacarlo lanzándole golpes veloces, Yáke se mantuvo fuera de su alcance antes de responder con una barrida que Sínke evitó apartándose. Luego, Sínke se encontró retrocediendo ante los puños de su hermano. Se escuchan las tibias estallando contra codos, rodillas amortiguadas por palmas y puños que sólo hieren el aire.
—¿Qué sucede, hermano? —preguntó en un momento de forcejeo— Parece que algo te perturba.
Le quiso golpear en el estómago, pero Yáke lo bloqueó, y con una repentina patada lo obligó a retroceder.
—¿Sigues pensando en Yúska, verdad? —preguntó con picardía— ¿Será que ya tan rápido te esté pareciendo bien la idea del jínnliù?
Yáke no contestó, y golpeó con más violencia que antes lanzando jabs y crosses. Luego se entrelazaron y forcejearon, intentando derribarse: pies intentando desequilibrar al otro, músculos que friccionaban como metales.
—No me puedes engañar, hermano, alguna impresión toda esta situación ya ha dejado en ti.
Yáke recibió en el pómulo derecho un codazo de Sínke, y éste se alejó.
Con furia, Yáke se lanzó contra él. Le hizo una llave en la muñeca para inmovilizarlo y derribarlo. Sínke intentó liberarse, pero su garganta fue apresada por detrás por cinco dedos furiosos, el otro brazo de Yáke impidiéndole moverse. Yáke lo arrastró hacia atrás; el cuerpo de Sínke se dobló.
—Mira cómo estamos, hermano, sólo falta que estemos sobre un opuntia que crezca en una roca en un lago.
Harto de su falta de seriedad, Yáke lo arrojó violentamente contra el suelo. Sínke se incorporó de inmediato de un salto.
—Toda tu vida has estado huyendo de los seres, sin poder verlos a los ojos sin querer alejarte de ellos, y ahora te asombra, te inquieta aunque no lo admitas, que alguien en ti se haya interesado, aunque sea como objeto de una curiosidad.
Yáke le dio la espalda; respiró lentamente.
—La apuesta aún sigue en pie, hermano, un año es todo lo que pido.
—No voy a hacer apuestas —se volvió mirándolo con tranquilidad, su voz volvió a carecer de vida—, ni me importa nada de lo que hagan ellos.
—Muy tarde, hermano, ya existes. La curiosidad nos hace desear saber cosas que creemos que no nos importan, y es el primer paso para volverlo parte de nuestra vida.
Y sin embargo, su hermano nunca cedió.
La tortuga de Yáke lo esperaba en la entrada del dojo, y en cuanto su amo pasó junto a ella, ésta lo miró con demasiada humanidad.


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[1]  Adaptación danzilmaresa del término inglés fiction.

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