La realidad de Yáke y Sínke 26: Atracción

 


Todos tienen que lidiar con los nuevos viajes arbitrarios.


72

[“Ya están viniendo los dos; no van a tardar”.]
Pero la verdad era que Yúska se negaba a ir con Yáke, aunque él le había explicado la extraordinaria situación en la que se encontraban. La chica contempló desde la reja el paisaje campirano de terrenos verdes que circundaba la colina sobre la cual se localizaba su casa, lejos de los callejones de la ciudad de Shórsta.
—Me gusta más este lugar —dijo.
Yáke insistió en que debían regresar.
—¿Para qué? Al fin y al cabo todo se terminó. Dices que en este mundo nunca fuimos jínnyi, ¿por qué no nos quedamos aquí entonces?
Se había dado cuenta del cambio unos segundos después de despertar. Lo primero que percibió fue el ventilador de su habitación y los resortes de su cama abatible vertical, y tras un pestañeo y un mareo, hubo colgando sobre ella una lámpara apagada, y bajo ella una cama sin resortes incómodos.
—No me asusté —explicó—, me asombré al principio, pero después simplemente lo acepté. Bajé y mi padre estaba desayunando, y desayuné junto a él. Entonces escuché la voz de mi madre también, en la sala, leyendo un libro, y me sonrió y me dijo buenos días, y me sonreía como nunca la llegué a ver así —su voz se tornaba entrecortada, dejó de hablar por varios segundos, el rostro triste y feliz a la vez, y concluyó—: y ya no me importó volver.
Yáke argumentó que los demás estaban alterados y querían regresar, además del hecho de que en cualquier momento podían volver a cambiar de mundo.
—Que así suceda —contestó Yúska—. Si de todos modos vamos a cambiar como dices, al menos déjame estar aquí el tiempo que pueda.
Yáke sospechó que ese mundo había salido de la necesidad de Yúska, y, compadeciéndola, le pidió perdón por haber dicho que el jínnliù debía desaparecer, y afirmó que sí era algo importante y que valía la pena mantenerlo. Incluso él dudó de estarse engañando sólo para convencerla, y adoptó un aire avergonzado.
[“El problema no es que nosotros regresemos, sino que ustedes lo hagan, pues de otro modo sus mentes permanecerán aquí”.]
Yúska se sorprendió al oírlo hablar así.
—¿Qué dijiste?
Tan acostumbrada estaba a la apatía de Yáke que, su reacción fue de una sorpresa algo exagerada. Yáke repitió sus palabras con más vergüenza, como si dolieran. Yúska se puso escéptica; le dio la espalda y reflexionó con el nudillo en el labio.
Yáke sintió entonces un nuevo horizonte en el infinito, sensación que le llegará haciéndole estremecer los huesos.
[“Siento otra realidad”.]
Yúska se dio la vuelta y preguntó:
—¿Qué haces aquí?

***

—No recordaba lo que habíamos hablado, pero sí me conocía.
—¿Podría ser que vayas tras ella y la traigas de regreso?
Mientras los gemelos hablaban por los celulares, el resto de los chicos tuvo un repentino mareo y se sintieron encoger. El horizonte se intensificó para los gemelos. Se volteó Sínke y sus compañeros se veían confundidos con expresiones interrogantes. Solamente Hínta reconocía a Sínke. Los gemelos ni siquiera tuvieron que decirse nada. Cerraron los ojos resignadamente y se dejaron llevar. “Que nuestros alter egos se ocupen de estos”.

***

Rascacielos de kilómetros de altitud infestando una gigante metrópolis. Construcciones como de plástico gris opaco y ventanas negras. La gente volaba entre un tráfico de otras gentes volantes sin ayuda de aparatos o alas. Yúska caminó entre los pocos que deambulaban sin levitar, con la boca abierta, anonadada ante los altos y numerosos edificios que en conjunto obstruían la luz del sol en el fondo cuando éste no alumbrara directamente encima. Lo primero que pensó fue en Yáke, sus ex-jínnyi y lo mucho que se maravillarían de ese mundo.
Por otros lados los demás aparecieron según sus alter egos habían decidido. Ninguno recordaba nada. Por puro instinto revisaron sus celulares (poseyendo unos más cuadrados y casi transparentes), y sus dedos automáticamente buscaron sus números, comprobando que estaban todos los siete registrados.
Se llamaron, se gritaron y desesperaron buscando ayuda en los gemelos. El alter ego de Yúska había dejado su celular apagado. Los gemelos vieron desde la ventana de su edificio a los que volaban con total normalidad en el exterior, y decidió Yáke ir por todos a sus paraderos mientras Sínke buscaba a Yúska.
Fue el gemelo serio rápidamente a sus ubicaciones, teniendo a veces los jóvenes que bajar cientos de pisos de las altas construcciones en las que se hallaban, y los mantuvo cerca como un pastor a un rebaño. Los seres de ese mundo no parecían inmutarse por los jóvenes que preferían correr por las aceras en lugar de volar como ellos.
Como se ha mencionado antes, la ciudad era muy oscura a causa de los edificios, sobre todo en la superficie; por lo que Yúska pronto comenzó a tener miedo de no saber dónde se encontraba mientras que en el cielo la gente volaba bajo la luz del sol. Sínke tardó un rato en encontrarla, usando su olfato, y cuando lo hizo, estando tan serio que parecía su hermano, el temor de Yúska se desvaneció. Mientras caminaban de vuelta a su edificio, la tranquilidad de Yúska le hizo elevar la vista y apreciar al tráfico que volaba, no habiendo necesidad ya de vehículos ni en el cielo ni en la tierra para esas personas, y se sintió con ganas de poder volar hacia ellos. Entonces el cielo se volvió la tierra para Yúska, y la tierra se volvió el cielo. Cayó hacia arriba gritando, rozando el cuerpo de un edificio que medía kilómetros. Gritó el nombre de Sínke y éste subió trepando y saltando a gran velocidad por la construcción plástica, dio un salto apoyándose en una ventana y le tomó la mano. Yúska miró el cielo a sus pies y sintió la gravedad que surgía de él, reclamándola como lo haría la tierra. Gritó que no la soltara. Sínke intentó descender poco a poco, pero era como si la gravedad que afectaba a Yúska fuera más fuerte que la que lo afectaba a él. La gente no estaba asustada de lo ocurrido, pues pensaban que era un juego de jóvenes tan común en aquella ciudad. La gravedad comenzó a arrastrar a Sínke hacia arriba y tuvo que aferrarse a una ventana para no seguir avanzando. Con un pie la despedazó y, arrastrando a Yúska hacia sí, se introdujeron en aquella habitación, quedándose Yúska pegada al techo.

***

Dégo se había espantado cuando vio a las dos figuras frente a su ventana, “otra pareja jugando a eso”, pensó fastidiado y continuó con su tarea. Entonces escuchó su ventana romperse en pedazos, se alejó asustado y vio a los dos entrando a su habitación.
—¿Qué carajo les pasa?
Comenzó a flotar hacia ellos, enojado.
—Lo siento, amigo —dijo Sínke—, estábamos en una emergencia, mi amiga estuvo a punto de caerse al cielo.
Ese comentario hizo que el enojo de Dégo se convirtiera en incredulidad.
—Tan grande y aún te caes al cielo —dijo casi riéndose—, mejor vayan a practicar con los del preescolar.
—¡Oye, no te burles! —exclamó Yúska— Apenas acabamos de llegar…
—Está bien, como digas —interrumpió Sínke—, somos un poco tontos para algo tan básico, ¿podrías decirnos cómo es que funciona esto de volar?
Y Dégo los miró sintiendo vergüenza ajena. Contestó entonces, como su fuera lo más obvio del mundo, representando con su cuerpo algunas de sus palabras:
—Si piensas en ir hacia arriba, tu gravedad cambiará hacia arriba; si piensas en ir hacia abajo, tu gravedad irá hacia abajo, y así para todas las direcciones y velocidades.
—¿Eso es todo? —preguntó Sínke.
—Procuren no pensarlo con demasiada fuerza o la gravedad podría matarlos.
Y haciéndole caso, Yúska pensó en bajar lentamente, no lo logró de inmediato, pero después de varios intentos la gravedad cambió, bajándola al suelo como una pluma. Suspiró aliviada.
—Oigan, ¿quién va a pagar mi ventana?

***

Se instalan todos en el departamento de los gemelos. Yúska se había aferrado a los gemelos durante el trayecto en caso de que algo sucediera.
—Ya hemos intentado pensar en regresar o lo que dijo Sínke, pero no funciona —dice Áte.
—Pero si no lo hacemos, nos quedaremos aquí hasta que otro cambio ocurra —dice Hínta.
—¿No podríamos buscar ayuda? —propone Séntsa— Tal vez nos den por locos si contamos lo que nos pasó, pero podríamos intentarlo.
Sínke permanece apartado, meditando sobrecogido mirando sus manos. Yáke deja a los demás por un momento y se le acerca.
—¿Qué idea tienes ahora? —pregunta.
—Si nuestros alter egos también son de otro universo paralelo, entonces la regla de que uno puede volar cambiando la gravedad para uno mismo no debería afectarnos, ya que no nacimos aquí.
—Quizás esa regla es adquirida por cualquiera que llegue del exterior.
—¿Pero y lo del aire qué, hermano?
—¿De qué están hablando? —pregunta Séntsa.
—Eso no es algo natural de ellos —continua Sínke—. ¿No crees que, sólo posiblemente, esto sea como lo del agua?
Habiendo oído eso, Yáke abre la ventana; del otro lado sólo habían más edificios, sin nadie más volando. Todos se quedan quietos al verlo extender el brazo hacia el exterior.
—Despacio —dice Sínke.
Apunta Yáke con la palma semiabierta. Una suave corriente de aire comienza a fluir por toda la habitación, dirigiéndose hacia el gemelo y saliendo por la ventana, alejándose lentamente del edificio. Algunas personas que pasan volando notan la corriente de aire, por lo que el gemelo se detiene y cierra. Emocionado, Sínke va hacia un aparato cúbico de plástico en el que los seres de ese mundo almacenan el agua, se sirve en un vaso apretando un botón transparente y levanta el agua con el pensamiento.
—Esto no se ha perdido, hermano —dice.
Se atreve a pensar también en el aire, y, sin dejar de levitar el agua, una corriente todavía más suave que la de su hermano abanica con un viento fresco a todos los que observan atónitos dentro de esa habitación.

73

(¿A dónde voy ahora?)
Áte seguía en el cuerpo de su alter ego al salir del edificio verde, y no tenía control sobre él. No podía saber los pensamientos de su alter ego, sólo escuchar sus quejas masculladas por no haber sido aceptado. Se dirigió hacia un edificio similar del que salían decenas de estudiantes que habían terminado sus exámenes de ingreso, y conforme era envuelto por ellos sintió que ya tenía algo de control sobre sus piernas. Se detuvo el alter ego y se sobó los muslos, quejándose de un leve dolor. Áte logró tener un poco más de control y movió la cabeza, y entonces vio a Hínta entre la muchedumbre de estudiantes que salían del otro edificio. Batalló para poder gritar su nombre, peleando contra la voluntad de su desconcertado alter ego, que se sentía víctima de un ataque de parálisis. El esfuerzo por tener el control lo dejó muy cansado, pero finalmente pudo tartamudear el nombre de Hínta, luego otra vez un poco más fuerte, y de nuevo con más fuerza hasta que ella se dio cuenta. Hínta llegó corriendo hasta él.
—¡Áte! ¿Qué pasa? —dijo preocupada.
—Es otro jodido cambio —dijo Áte jadeando—, sabía que Sínke lo haría de nuevo.
—No es verdad —dijo Hínta—. Él prometió que no lo haría; debe haber otra causa.
Áte ya se sentía plenamente en control de su cuerpo.
—No importa ahora; sólo hay que encontrarlos.
Revisaron todo lo que tenían a la mano. Los celulares no tenían registrado ninguno de sus nombres.
—Creo que en esta realidad algunos tenemos otros nombres —dijo Hínta—, hace rato me di cuenta de que mi nombre era Íma Líb.
—¿En serio? —dijo Áte, asombrado—. Entonces tendremos que buscar a alguien que nos conozca para que nos diga algo de nosotros.
—O quizás los recuerdos nos lleguen.
Hínta le explicó entonces la extraña situación que había vivido durante el examen de hacía un rato. A mitad de su relato escucharon una conmoción; varios alumnos gritaban y huían de dos figuras que peleaban en una explanada de concreto blanco. Reconocieron Hínta y Áte a los gemelos, que luchaban encolerizados entre sí; Sínke mantenía su distintiva sonrisa malvada y soberbia, con los ojos mirando fijamente a su hermano, el cual estaba sosegado, dormido con los ojos abiertos.
—¡Yáke, Sínke! ¡Aquí estamos! —exclamó Hínta.
Ellos la ignoraron y continuaron luchando. No era la primera vez que los veían luchar, de hecho, antes habían sido testigos de algunos de sus entrenamientos cuando iban a su mansión y los encontraban peleando, pero nunca como algo serio. En cambio, ahora en verdad parecían querer matarse, y los golpes que se lanzaban eran capaces de romper el concreto y los árboles. Se hacían llaves, se liberaban y pateaban en la cabeza y abdomen hasta que comenzaron a sangrar. Quisieron acercarse para detenerlos; pero tuvieron miedo por el fragor de su increíble furia y permanecieron lejos.
—¡Ya cálmense! —exclamó Áte— ¿Qué carajo les pasa?
—¡Ya dejen de pelear! —gritó Hínta, asustada.
Del otro lado de la explanada aparecieron Séntsa, Kányu y Yúska. Ésta última dio un rodeo y corrió hacia ellos mientras Séntsa les gritaba a los gemelos que se detuvieran.
—¿Qué pasa, Yúska? —preguntó Hínta.
—No sé —respondió Yúska, agitada—, cuando nos dimos cuenta ya estaban peleando.
—¿Dónde estaban? —preguntó Áte.
—Estábamos todos en un examen, y al salir comenzaron a pelear.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Hínta.
Las autoridades llegaron para parar a los gemelos, pero incluso la policía fue recibida con golpes tan fuertes que por poco mueren, y cualquier oficial que osara intentar atraparlos recibía el mismo trato. La situación llegó al punto en que tuvieron que amenazarlos con pistolas, pero eso no los asustó. Los jínnyi pedían que no dispararan; ya no les importaba el hecho de haber cambiado de realidad, lo único que querían era que dejaran de pelear así. Los oficiales hicieron varios disparos de advertencia, pero no se detuvieron. El jefe ordenó usar contra ellos pistolas de electrochoques, los aparatos eléctricos salieron disparados y se incrustaron en sus cuerpos, pero no cayeron, sino que permanecieron de pie resistiéndose el dolor. Aumentaron el voltaje, pero los gemelos continuaban desafiándose con la mirada, y entonces ambos sonrieron; Yáke se volvió más confiado; Sínke se volvió más serio, hasta parecer exactamente iguales en un semblante que combinaba sus dos personalidades. Se apuntaron el uno al otro con las palmas izquierdas. Las pistolas de electrochoques dejaron de funcionar; quedándose primero sin carga, y después recibieron de vuelta tanta energía que se sobrecalentaron y estallaron. Todos se alejaron mientras la electricidad de las palmas de los gemelos se extendía invisible sobre sus cuerpos. Los brazos bajaron, se tranquilizaron mientras las pocas chispas que habían empezado a aparecer se diluyeron en el aire. Por un momento todo quedó calmado. Los policías volvían a apuntar con las pistolas y les ordenaban permanecer inmóviles. Ya creían los jínnyi que todo había terminado; pero cuando los oficiales se acercaron a sólo unos metros de ellos, sintieron un choque eléctrico tan fuerte que quedaron sin consciencia. Los gemelos no se movían, pero en realidad estaban intentando electrocutarse el uno al otro con un campo eléctrico que habían creado alrededor de ellos. Otros oficiales intentaron ayudar a los heridos y al acercarse también fueron electrocutados, como si hubieran tocado cables de alta tensión invisibles. El jefe ordenó que todos se alejaran y que dispararan a sus piernas. Las balas se incrustaron en sus huesos. Los gemelos se tambalearon, quejándose de dolor. Tuvieron que recibir varios balazos más antes de que se desplomaran, inconscientes a causa del esfuerzo de mantener el campo eléctrico. Esperaron hasta asegurarse de que el campo eléctrico hubiera cesado y recogieron a los oficiales heridos. Alrededor había gente incrédula de lo que acaba de ocurrir, incluyendo los jínnyi. Vieron éstos cómo se llevaban a los gemelos inconscientes en una ambulancia y toda la conmoción terminó abruptamente; pronto la explanada se vació de mirones y sólo quedaron los silenciosos destrozos de la batalla.
Rato después estaban los cinco sentados en un banco.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Kányu, con la cara tras las manos.
—Viajamos a otra realidad —dijo Áte—, y al viajar a otros universos nunca puedes saber qué vas a encontrar.
—¿Tendremos que volver a esperar a que recuerden su vida aquí para volver a nuestro mundo? —preguntó Séntsa, más triste que enojada.
—Yo creo que ya lo hicieron —dijo Yúska.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Áte.
—Lo creo por la manera de ignorarnos; ni siquiera voltearon a vernos, como si no nos reconocieran.
Minutos después, cuando comenzaban a sobreponerse de la sorpresa, sus mentes volvieron a viajar a otra realidad.

74

Pese a que sentí sus mentes viajar, decidí ser el alter ego que permaneció con ellos en ese mundo y nunca pensé que me arrepentiría por eso. Poco a poco dejaron de verse. Tan sencillo como eso. Yúska y Hínta continuaron visitándose esporádicamente durante más tiempo, pero al igual que los demás, sus periodos de convivencia tuvieron huecos de días, luego semanas, meses, y al final muy raramente convivían. Un año después habían dejado de evitarse, incluso se saludaban, pero fuera de eso no se hablaban. Hicieron más amigos, se juntaron con ellos y volvieron a tener sus vidas sociales separadas. Inconforme y decepcionado, Sínke continuó con su reputación escolar de chico irritante, escandaloso y excéntrico, y humildemente aceptó tarde su derrota ante su hermano, a quien el alejamiento de los jínnyi le hizo volver a sentir la calma que no tenía desde hacía tiempo, y recuperó su anterior soledad en la que le gustaba vivir, intentando olvidar todo lo que había experimentado. Algún tiempo después, los gemelos decidieron salir de esa realidad por cuenta propia.

***

Los aplausos suenan en el auditorio al terminar el concierto, ovaciones de pie al concluir los acordes de la obertura Fidelio, reverencia de los músicos con sus instrumentos a la mano. Dégo, relegado a estar un atril más atrás, pensaba que en ese lugar pasaba mucho más desapercibido; nunca antes fue tan evidente para él que los aplausos del público eran ofrecidos al concertino, el verdadero protagonista de una orquesta, fuera del cual todo era olvidable. Después de la noticia de que el director había designado al inexpresivo gemelo como el concertino y a Sínke como su acompañante, Dégo lo aceptó sin quejarse, pero regresó a su casa digitando frenéticamente con la mano izquierda; el pulgar abajo, recibiendo las yemas de los dedos como el diapasón; los dedos imitando el capricho de Paganini que acababan de interpretar los gemelos. Yo también puedo tocarlo, yo también; en realidad no fue tan grandioso, ¿verdad? Quiero decir, esa precisión de los dedos; sin desafinar ni una nota, la agilidad del arco sin rozar accidentalmente la cuerda equivocada, la presión sobre la nuez para sacar el sonido, la soltura en las dobles cuerdas con cada dedo a la distancia exacta, ¡todo fue perfecto!, pero yo también podría lograrlo si practico más. Desde ese día, renunció a casi todas sus horas libres para practicar sin detenerse, teniendo siempre como meta recuperar su puesto, y permaneció en su lugar viéndoles resignadamente las espaldas hasta el momento de su regreso.

***

—Ya te toca —dijo Dégo.
El gemelo apenas lo miró; el tono de Dégo tampoco era muy amigable.
—¿Sabes?, yo estaría en tu lugar si no te hubieras unido —continuó, cruzado de brazos—, y sería yo quien toque ante esos jueces —luego de intercambiar miradas desconfiadas una vez más, dijo —: hazlo bien, al menos por el prestigio de la orquesta del instituto Ítuyu.
Yáke salió al escenario acompañado de un mar de aplausos. Los jueces estaban serios, preparados para apuntar cualquier error o desliz en la difícil interpretación que el gemelo iba a realizar. Del otro lado del escenario, Sínke se apoyaba contra la pared, sonriendo con orgullo.
Comenzó a tocar [(La,lala dotila mi,mimi sifimi la,lala dotila mi mi). Despertaron Yáke y Sínke en la ambulancia tras un rato de inconsciencia. “¿Ya recuerdas, hermano?”, preguntó Sínke. “Sí”, respondió Yáke, desequilibrado por los recuerdos que atestiguó en su inconsciencia. “Yo también”, dijo Sínke. Sus mentes abandonaron esa realidad. (La, lala telasol fa,rere famire sol, solsol lasolfa mi,dodo miredo fa,titi redoti mi,lala dotila fa,rimi midoti la la)]. En la primera variación sintió algo raro en los dedos, como un entumecimiento que rápidamente pasó sin afectar nada, pero el entumecimiento lo sintió en la cabeza en la segunda variación. Su cuerpo se tensó, pareció por un momento que se iba a tambalear. Sínke lo percibió, preocupado [(Do,la siti mi do,la tiri fami). Kányu pregunta qué deben hacer entonces, pero los gemelos están más interesados en la habilidad de crear viento que poseen en ese mundo de los edificios altos. Sínke dice que eso les parece más importante, Séntsa y Áte se enojan. Séntsa les grita que se olviden de eso y que quiere irse de ahí, entonces sus mentes se fueron (la,di remi fafi sol,ti dore rimi fa,ti mi,la tifa misi ti la)], y entonces sintió también el entumecimiento en sus miembros y cabeza. Escucharon unas voces: “Ya estamos en otra cueva”, “Rápido, luna, bájate”.
Yáke se detuvo de repente a mitad de la quinta variación. El dolor de cabeza se transformó en la sensación de quedarse sin sangre, y cayó de rodillas como si pesara toneladas, haciendo vibrar el escenario. Lo mismo le sucedió a Sínke, pero nadie le prestó atención más que el igualmente confundido Dégo. Empezó la conmoción; corrieron a ayudar a los gemelos cuando sus cuerpos sucumbieron.

***

Gracias a los dioses que esa pesadilla terminó, piensas acostada en tu cama, intentando superar al insomnio provocado por las impresiones de la experiencia que vivieron. No sé si pueda volver a mirarlos a los ojos, en especial a Yáke, ¡Qué vergüenza! Todavía lo veo y lo siento, ¿él también lo recuerda? Me muero si me quedo sola con él. Pero no hay problema, ¿verdad? Después de todo ya no somos un jínnliù, esto no ha de haber cambiado nada, ¿verdad? Te acuestas de lado; tus pupilas se ajustan en la oscuridad para percibir mejor la tenue luz de la luna que entra por la ventana. Así estaba la noche antes de entrar en la primaria, mamá murió sólo una semana antes de comenzar la escuela… cada instante de cada noche que permanecí llorando en la oscuridad… y luego papá quiso que no fuera al día siguiente, pero yo le dije Sí quiero ir, y me llevó. Secaba mis lágrimas cada minuto para que los demás niños no me vieran así, en el recreo me fui a un lugar solitario, no podía dejar de pensar en mamá, y mi rostro debía estar rojo, pero no quise mostrarme débil, ¿débil para quién? Era una niña que perdió a su madre, no habría sido mal visto si lloraba; pero no lo hice, porque quizá quería verme fuerte para ella, para emular su serenidad incluso durante los momentos dolorosos, y entonces escuché esa voz aguda, Hola, y una cara amigable saltó frente a mí, Soy Yúska, dijo, estamos en el mismo salón, parecía no notar mi dolor, y eso me calmó. No dije nada, pero ella continuó, vi que bajaste de ese auto largotote que se parece al escarabajo limu[1] de mi tío, ¿conoces los escarabajos limu? Viven en las costas del sur y pueden correr tanto hacia adelante como hacia atrás. Y yo dije Es una limusina, mi familia es muy rica y me traen en ella, y al hablar no pude evitar sacar una voz húmeda y entrecortada por los lagrimeos que comenzaron a salir, esa sensación de que la espalda se te quema se volvió insoportable y oculté la cara tras mis manos, creo que ella se impresionó porque se calló. Yo no le vi la cara pero, cada vez que recuerdo esta escena, la imagino con una expresión de piedad. Un momento después se quitó la banda roja que tenía en el cabello y me la ofreció, sonriéndome como si quisiera reconfortarme. Tómala, dijo, y yo dudé porque sabía de la tradición de la banda, y como no la agarraba ella misma se puso detrás de mí y me amarró una cola mientras tarareaba, entonces volvió a encararme y dijo Ahora podemos comer juntas[2], y me quedé sin habla porque, mientras me amarraba el pelo, había tarareado la cancioncilla de La tortuga de plata[3] (Tortuguita de plata, ¿por qué vas tan triste?), canción que mi madre solía cantarme desde que tengo memoria, y sintiendo el cabello amarrado de mi nuca, supe que había que cumplir con la tradición, como querría mi madre. Retomé mi compostura lo mejor que pude y dije Está bien.


Volver al índice



[1] Tipo de escarabajo que recibe su nombre por su semejanza con una limusina.
[2] Pedir a alguien comer juntos se considera una forma amable de expresar el deseo de hacerse amigo.
[3] Canción infantil popular.

Comentarios

Entradas populares