La realidad de Yáke y Sínke 29: Batallas

 


Un mundo de agua. Un mundo de ciencia y magia.


81

Un barco descascarado de madera marrón, pudriéndose y astillándose. Arrugas de humedad lo surcan de la popa a la proa.
—Parece una nuez gigante —dice Kányu.
El oleaje los mece con un movimiento arrullador. Séntsa, apoyada contra el barandal, el agua a su espalda, asiente y vuelve a su estado adormecido, con los ojos abiertos.
En la parte de abajo, Hínta descubre un camarote lleno de cajas de madera repletas de oro en forma de gotitas.
—Parece miel —dice Sínke antes de regresar a la cubierta.
“¿Existe un dios en esta realidad? Un dios que aún sólo haya querido crear agua y nada más. No tengo memoria alguna de la tierra en este mundo. Los demás ya no dicen nada, ¿se han hartado al fin? ¿Habrán aceptado ya nuestra realidad?”
Sínke empuña el timón; sin camisa, deja su piel tostarse al sol. Una suave bruma impide la vista del horizonte por todos los extremos. Sínke tararea una canción pueril y fastidiosa, como la que le cantarían a un niño, a veces pronuncia palabras en ningún idioma y sigue tarareando.
“Se siente como si pesara mucho mi cuerpo, pero ellos no dicen nada”.
—Yúska, ¿en qué piensas? —pregunta Yáke.
A ella poco a poco le deja de importar todo.
—Nada —dice. Aparta la mirada. (Debemos llegar antes de que comience la tormenta nocturna).
—¿Adónde? —dice Yáke.
—¿Adónde qué? —dice Yúska. (No, mejor ahoguémonos todos de una vez).
—¿Por qué dices eso?
—¿Decir qué?
Todos menos Sínke sentados en la cubierta. Yáke sigue oyendo lo que nadie dice. (Ayer apenas pudimos escapar con la carga, pero si no le hacemos mejoras a este barco, pronto será un montón de basura) “Kányu es el que piensa. Se oye rudo y preocupado; es porque aquí somos contrabandistas. ¿Pero cómo existe el oro o la madera si nunca ha habido tierra en este mundo?” (Les dije que ya quiero volver, pero siempre es a otro lugar, debí haber dejado el jínnliù antes) “Séntsa, debe haber un modo de parar estos viajes, sólo hay que averiguarlo”.
Sínke se había callado.
“¿Cómo vas a resolver este problema si no haces nada?”, “¿Hermano?”, “También te escucho a ti y a los demás. Ellos no se han dado cuenta, pero están gritando directamente a mi cerebro”, “También siento sus cuerpos casi como si fueran el mío. Mira, Áte mueve su mano hacia la derecha al ras de la cubierta, míralo sobresaltarse”.
—¿Qué pasa, Áte? —pregunta Hínta.
—Na…nada.
“Me siento en el área motora de su cerebro; me puedo mover hacia el resto de sus sentidos”, “Lo siento ahora yo también, estoy viéndote la espalda a través de los ojos de Séntsa. Siento su coraje, su odio, su desesperación. Nos culpa a los dos; los estamos condenando a una existencia miserable de la que no tendrían que ser parte, sería mejor si continuáramos los dos solos”, “¿Qué pasó con regresarlos a todos a su realidad? ¿Todavía recuerdas? Debíamos juntarlos para regresarlos a su mundo, ¿qué salió mal, por qué no podemos arreglarlo?”, “Ya no nos es posible simplemente imaginar; nada sucede, no supimos controlar nuestro deseo de continuar con estos viajes, y ellos son los que lo están sufriendo”.
—Me muero de hambre —dice Áte.
Entra a la cabina y sale con unas migajas de carne de origen desconocido; es todo lo que hay.
Sínke divisa las jorobas de tres ballenas, cerca del borde en el que comienza la neblina, que se hace más densa y alta conforme el sol avanza. Sínke siente una subida de su ánimo, extiende su mano hacia una de las ballenas y la mira fijamente. Se la escucha gemir con miedo, la fuerza invisible la va acercando contra su voluntad al barco.
—Así que eso es lo nuevo que saben hacer —se ríe Séntsa, con un poco de histeria.
La ballena está ya muy cerca del barco y lejos de sus compañeras, que siguen su camino aparentemente sin darse cuenta. Sínke la hace levitar fuera del agua. Hínta y Áte observan incrédulos cómo comienza a quemarse sin razón aparente, víctima de una combustión espontánea. Se retuerce impotente a pocos metros sobre el agua, que es para ella un alivio inalcanzable para su agonía. Huele sabroso cuando la carne se le ha cocinado. El fuego se le apaga. Grandes pedazos se desprenden de esa ballena y llegan volando hasta el barco.
Comen todos. Los restos de la ballena muerta son abandonados después para los tiburones.

***
Tras varias horas, la distante bruma, que antes era casi totalmente transparente, se había vuelto completamente opaca y comenzaba a levantarse poco a poco hacia el cielo, amenazándolos con dejarlos encerrados en una prisión natural de agua y nubes. El mar también empezó a agitarse, los vientos soplaron en las velas y volvieron el barco inmanejable. Los jínnyi se refugiaron en el interior del barco, apretujándose unos contra los otros hasta que escucharon que la madera crujía bajo sus pies. Mientras tanto, los gemelos intentaban controlar la furia de la tormenta que ya se había precipitado sobre ellos; la lejana bruma que ya cubría todo el cielo se acercaba lentamente. Recordaban la habilidad que habían adquirido en el universo de los rascacielos, por lo que quisieron apaciguar el vendaval y el oleaje que aporreaba el casco. Desafortunadamente, los cuerpos de sus alter egos dolían cuando intentaban detener el viento y el agua. Lo único que podían hacer sin dificultad era comunicarse entre sí directamente a sus cerebros.
La madera del suelo crujió y el barco comenzó a partirse por la mitad. Los jínnyi salieron a la cubierta y, presos del pánico, buscaron ayuda en los gemelos. Se aferraron todos a cuanto pudieron cuando el barco colapsó en pedazos.
Se sujetó Áte de una de las cajas que contenía oro, que no se hundía para su fortuna, y llamó a los demás. Séntsa casi es hundida por una ola pero Kányu la tomó de la mano y se sujetó a los restos del mástil que aún flotaban. Yáke ayudó a todos a subirse a los restos de la proa que se mantenían en la superficie. Sínke estaba flotando a poca distancia de ahí, observando con asombro la lejana pared de bruma.

***

—¿Tuvieron que matarse, verdad?
—Sí. Aunque la tormenta había pasado, la cúpula de bruma seguía contrayéndose, acercándose a ellos, cada vez más negra y fría, y al mismo tiempo ennegreciendo y enfriando el mar. Ya no había sol; el cielo era un agujero sin fondo al igual que el océano. La proa también se hundía poco a poco, y la muerte de todos, al menos la de los jínnyi, era inminente.
—¿Los gemelos hubieran podido sobrevivir?
—Si hubieran logrado calmarse y concentrarse lo suficiente, habrían podido reactivar la habilidad natural que tenían en su realidad para controlar el agua y sobrevivir en ella sin ahogarse, quizás incluso habrían podido salvar a sus jínnyi si recordaban cómo volar, pero la realidad que yo atestigüé no les tenía deparado ese destino. Impotentes y llenos de miedos, culpas y otros pensamientos, llegaron los gemelos a la conclusión de que lo más justo sería si ellos mismos se suicidaban ahí mismo, porque al hacerlo sus mentes irían a otra realidad y sus jínnyi regresarían con ellos, para así al menos evitarles el dolor de ahogarse.
—¿Por qué pensaron que muriendo ellos todos cambiarían de realidad? Estuve con un alter ego tuyo hace poco tiempo, y él sí fue testigo de cómo los gemelos aprendieron que la muerte de alguno de ellos resultaría en volver a su realidad. También estuve con otro que pudo ver que la muerte de uno de los jínnyi podía hacer que los gemelos sintieran la brana de su universo paralelo, supongo que porque la mente del que murió regresaría ahí de inmediato. Pero en todas las historias que tú has atestiguado y me has contado no veo razón alguna para que los gemelos supieran eso.
—A mí también me sorprendió que dijeran eso, de hecho a todos les sorprendió esa afirmación repentina y los interrogaron, pero ellos estaban completamente seguros de esa verdad. Descarté que la desesperación que veían en sus jínnyi les hubiera hecho inventar algo absurdo que no iba a cumplir ningún propósito. Tuve que infiltrarme en sus mentes para explicármelo. Resulta que, desde que aquella odisea de viajes universales comenzó, habían estado captando inconscientemente los pensamientos de sus alter egos repartidos a lo largo y ancho de la existencia, pero eran pensamientos tan tenues, y en general tan insignificantes, que la inmensa mayoría se perdían en el fondo de sus cerebros; sobre todo las emociones nuevas que estaban viviendo propiciaban que esos recuerdos permanecieran escondidos, y sólo de vez en cuando alguno de ellos se manifestaba en sus consciencias. Cuando eso ocurría, tenían la sensación de haber recordado algo que nunca habían vivido o pensado, y simplemente no recordaban cómo lo sabían. En el caso de lo que yo atestigüé, ese recuerdo de que la muerte era la solución a los viajes lo habían adquirido en algún momento, pero no lo supieron hasta ese día en el barco. Quizá las circunstancias y la desesperación hicieron que sus mentes se presionaran para que ese dato fuera recordado. Aun así no fue agradable, Yúska, Hínta y Kányu intentaban desmotivarlos para que no lo hicieran; hasta Séntsa y Áte dejaron de lado su desesperación por un momento para reclamarles que era una idea absurda. Pese a que sólo era necesario que uno de los dos muriera, ambos se mostraron muy orgullosos para dejar al otro hacerlo solo, por lo que, al mismo tiempo, saltaron al agua y desaparecieron en las profundidades. Ya te imaginarás las reacciones de los jínnyi, confundidos, aterrorizados, pero en el fondo aferrados con esperanza en esa acción para al menos no sentir la muerte y regresar a su mundo. Los gemelos no tardaron mucho en morir; apenas podían verse el uno al otro en el agua oscura. Sus sentidos desarrollados no se manifestaron en ese momento, pero aun así se encararon con orgullo y aspiraron el agua directamente a sus pulmones. Pocos minutos después, estaban muertos. Las mentes de los jínnyi abandonaron esos alter egos, los cuales perecieron en ese lugar sin entender qué había pasado.
—Fue una suerte que recordaran lo de la muerte justo en el momento en que la proa iba a hundirse.
—Tal vez, pero eso de poco serviría tomando en cuenta que la realidad en la que cayeron a continuación fue la más cruel de todas.

82

—¡Oigan, ustedes! ¿A dónde van?
Yúska y Séntsa se encontraban a la salida del instituto Ítuyu. De repente sintieron un gran temor, y al voltear vieron a Déla mirándolas con desaprobación.
—Lo sentimos, jefa —dijo Séntsa visiblemente nerviosa—, ya volvemos de inmediato.
La suspicacia en los ojos de Déla se agudizó, levantó la mano hacia ellas.
Las dos jínne se elevaron en el aire. Déla parecía intentar leer sus mentes desde el suelo. Vislumbraron recuerdos de esa realidad, en la que el instituto Ítuyu se encontraba en medio de la selva de Yâok, muy lejos de Shórsta. Recordaron las dos, incrédulas, que aquel era una ciudadela donde habitaban hechiceros, de los cuales ellas eran parte.
Déla apretó aún más los labios.
—Hay algo muy raro en ustedes dos —dijo—, y en un momento como éste no puedo correr riesgos.
Caminó hacia el interior de la ciudadela. Las chicas flotaron tras ella como si las jalara un lazo invisible. En su camino vieron los edificios de la escuela convertidos en viviendas con puertas que que sólo eran arcos pintados de negro, todas las casas eran completamente blancas y de apariencia áspera, sin ningún tipo de decorado. Vieron a decenas de jóvenes y adultos que practicaban hechizos y encantamientos exclamando frases en diversos idiomas que, en esa realidad, se habían perdido para siempre desde hacía centenares de años. De sus manos desnudas brotaban fuegos azules y luces verdes; cambiaban de forma los muñecos de práctica que tenían delante o los hacían encogerse. Vieron a Zúruk invocar un par de manos blancas gigantes, las cuales se movían en el aire obedeciendo sus propios movimientos, y así aplastaba y trituraba las rocas que sus compañeros le lanzaban invocando otros conjuros.
Como ya dije, ninguno de los edificios tenía puertas. En su lugar, en la parte de enfrente había enormes arcos dibujados: el pedazo de pared que encerraban se volvía traspasable, como un holograma, ante todos los magos que quisieran entrar. Déla las condujo a uno de esos edificios que llamaban la Torre, extendió su mano, pensó un encantamiento y traspasaron la pared. El interior del edificio era un cilindro oscuro que se extendía hacia arriba por kilómetros, pero por fuera no llegaba ni a cinco metros de alto y era completamente cúbico. Había cientos de rectángulos dibujados a lo largo y alto del cilindro negro. Muchos de los rectángulos brillaban con una soporífera aura verde; el resto mantenía un color blanco opaco. No había escaleras. En su lugar, Déla las condujo hasta un cuadrado dibujado en el centro, el cual se desprendió del suelo y comenzó a elevarse instantes después de que Déla se parara sobre él.
Las chicas subían flotando, y durante todo ese tiempo no se atrevieron a hablar, pero pensaban, casi con la misma exactitud, en lo preocupadas que estaban del destino del resto de sus jínnyi.
La plataforma se detuvo a decenas de metros del suelo, justo donde terminaban los rectángulos verdes. Déla las hizo flotar hasta una de las puertas pintadas que no brillaba.
—¿Qué nos va a hacer? —preguntó Séntsa.
Déla no contestó, las hizo atravesar la pared y se encontraron en una habitación pequeña, completamente blanca y lisa como el plástico. Al entrar, el exterior de la habitación se iluminó con un brillo verde.

***

Elegí seguirlos hasta una realidad en la que la magia y la ciencia habían entrado en guerra. Durante cientos de años, los humanos que habían nacido con capacidades mágicas habían vivido al margen de los humanos con capacidades científicas, manteniéndose separados y conviviendo lo menos posible entre sí. Habían desarrollado sociedades independientes que fueron evolucionando de manera paralela conforme sus conocimientos aumentaban; así pues, los científicos desarrollaron curas para enfermedades mortales casi al mismo tiempo que los magos dominaron encantamientos para solucionar el mismo problema; los magos habían perfeccionado sus habilidades de vuelo cuando los científicos inventaron tecnología que les permitía hacer lo mismo, y así durante toda su historia desde los comienzos de la humanidad. Dicha competitividad era generalmente ignorada por la mayor parte de los científicos y los magos; sólo un pequeño porcentaje de ellos se veía con recelo y abogaban para que sólo uno de los dos grupos imperara sobre la tierra, alegando cada quién las carencias y defectos de los otros desde sus puntos de vista. Los científicos argumentaban que los magos banalizaban demasiado las leyes que regían la realidad con su fantasiosa palabrería, y que, debido a lo aparentemente sencillo de su modo de vida, algunos jóvenes de la raza científica podían ser seducidos por esos encantamientos que parecían hacer aburrida la comprensión del mundo por medio de la experimentación científica. Los magos, en cambio, criticaban que los científicos lo hacían todo muy complicado con fórmulas y ecuaciones que requerían muchos años de formación para ser comprendidas, y que sus inventos y máquinas increíblemente complejas eran menos eficientes y requerían demasiado esfuerzo inútil en comparación a sus hechizos y conjuros; alegaban también que la magia no era un paraíso de facilidad como los científicos suponían, sino que los riesgos que se corrían durante su entrenamiento y perfeccionamiento eran cientos de veces más peligrosos que las combinaciones y reacciones químicas más peligrosas de los científicos; también se daban los casos en los que los jóvenes magos quedaban fascinados con los experimentos de los científicos, sobre todo por el hecho de que pudieran salir grandes maravillas sin necesidad de la magia, simplemente con el puro ingenio y entendimiento de leyes físicas que ellos no necesitaban aprender. Por tales motivos, muchos magos se sentían menos inteligentes que los científicos, y muchos científicos se sentían más ineficientes que los magos.

***

Te encontrarás en el centro de la explanada de la ciudadela Ítuyu, viendo entrenar a tus compañeros de guerra, cuando Déla venga a decirte que, por alguna razón, las mentes de dos de las reclutas son inmunes a sus intentos por leerles las mentes, y que las ha encerrado por miedo a que sea alguna treta de los científicos. La acompañarás hasta la celda y la abrirás.
—Sínke —dirá Yúska, pero callará al ver en tus ojos una severidad que ella no conoce.
Les leerás las mentes sin dificultad y verás en ellas la sorprendente historia que guardan esas memorias. Una parte de ti se dará cuenta de que no eres más que un invitado en el cuerpo de un alter ego.
—¿Algún problema, señor? —preguntará Déla, inquieta por tu silencio.
Le sonreirás con arrogancia.
—Tu habilidad para leer mentes se ha debilitado, Déla —dirás—, solamente pensaban en dar un paseo para calmar el estrés que, sin lugar a duda, estamos sintiendo todos en este momento. Déjalas salir.
Déla, avergonzada por su acción apresurada, las hizo subirse en la plataforma y descendieron.

***

—Lánzalos ahora —dice Délo severamente, desde su monitor.
Kányu mira inquieto el tablero; no entiende las opacas figuras de la pantalla. Yáke, frente a los monitores, espera con ansiedad.
—¡Kányu! —exclama Délo.
Kányu tiene una sensación extraña al pasar la mano sobre una figura redondeada con trazos rojos, la presiona y cambian los botones del panel, su mano se dirige por instinto al botón de una figura similar pero gris.
De la estación del desarrollo tecnológico salieron volando decenas de esferas metálicas hacia la ciudadela Ítuyu.
—La primera ola llegará en treinta segundos —dice Délo—. Las coordenadas están en orden, la Torre estará fuera de peligro.
Kányu y Áte, una vez conscientes del cambio, se miran y gesticulan sin decir nada, ven a Yáke tan sumido en la trayectoria de las esferas y entienden que no recuerda. Áte decide enviarlo todo al demonio y sentarse en silencio, esperando a ver qué sucede. En el panel se ven las esferas estrellarse contra la ciudadela Ítuyu.
—Comienza ahora —ordena Yáke.

***

Los patrulleros de la ciudadela habían apresado a Hínta, que había osado aproximarse a a ciudadela siendo ella una científica. Los magos la recibieron con hostilidad y la llevaron levitando hasta Sínke.
—Vengo a prevenirlos a todos —dijo con firmeza—: mis compañeros planean atacarlos por sorpresa dentro de dos días.
Sínke intentó leer su mente, pero no pudo.
—¿Cómo esperas que confiemos en ti si tienes activado esa cosa que impide que les leamos las mentes?
—El chip que nos hace inmunes a sus ataques mentales los mantiene controlados la institución de científicos; no decido yo cuando desactivarlo. Tendrán que confiar en mí.
—¿Por qué una científica querría prevenirnos? —dijo Dúyu, mostrándole un puño brillante listo para carbonizarla.
—Por favor —dijo Hínta—, estoy completamente indefensa ante sus ataques; no tengo ni mis escudos ni mis armas y estoy completamente sola, si esto fuera una trampa ya lo habrían detectado porque conozco la eficacia de sus escudos. Sin embargo, les digo que los científicos han logrado crear un metal que su magia no puede detectar y planean usarlo contra ustedes en dos días.
—Eso no responde la pregunta —dijo Sínke—, ¿por qué querrías ayudarnos?
Hínta levantó la frente.
—Porque quiero cambiarme de bando —dijo—. Después de vivir tanto tiempo como científica, me he dado cuenta de lo vacío y frío que es ese mundo, la mentalidad de los científicos me ha decepcionado y hartado, y he empezado a admirar a ustedes, los magos, y cómo su mente es en realidad superior a la nuestra en muchos aspectos. Pienso que puedo ayudarles a ganar la guerra; tengo mucha información y podría conseguirles más.
—Tus palabras no son suficientes por ahora —dijo Sínke—, haremos algo al respecto para prevenir el ataque que dices, y si es verdad, te consideraremos una aliada. En caso contrario, te arrepentirás de haber venido.
Fue encerrada en uno de los calabozos de la torre.

***

Se había dado la orden de prepararse para una evacuación al día siguiente, y mientras tanto los magos no dejaban de vigilar el horizonte de la selva.
El día del ataque, Sínke estaba meditando profundamente acerca de lo que había visto con Yúska y Séntsa hacía tan sólo unos minutos. Poco a poco sentía que la personalidad del Sínke de ese mundo adquiría conciencia y opinaba sobre ese mundo y esa guerra. Sin embargo, el repentino sonido de una explosión lo sacó de sus cavilaciones. Todo un edificio de la ciudadela había sido reducido a escombros por el impacto de una de esas esferas que no podían detectar. Corrió la alarma. Los magos se juntaron para desviar la trayectoria de las esferas que la siguieron, sin embargo éstas explotaban apenas sentían el influjo de la mágia intentando detenerlas, por lo que continuaban haciendoles daño por las ondas expansivas.
Sínke salió a tiempo para evitar que las últimas terminaran con toda la ciudadela. Mirándolas fijamente, las hizo detenerse en el aire haciendo un esfuerzo increíble. Al explotar las esferas, Sínke absorbió las ondas y evitó más daños. Necesitó un momento para descansar después de eso.
Muchos de sus compañeros murieron por alguna de las explosiones. Estaba a punto de ordenar que abandonaran la ciudadela y alertar a los magos de otras regiones, cuando por la puerta de la Torre salió su hermano, acompañado de un pequeño ejército de científicos en sus trajes resplandecientes como la plata.
Sin tener tiempo de pensar, comenzó una batalla.

***

Séntsa no dejaba de maldecir a Sínke mientras se encontraba en uno de los caminos blancos de la ciudadela, fieles representaciones del instituto Ítuyu de su mundo. Se quejaba de siempre tener que volver a aparecer en otra realidad y de no entender nunca qué demonios sucede con los eventos a su alrededor, y más aún si los gemelos se han olvidado de quiénes son. Yúska dice que comienza a recordar cosas de ese mundo. Le cuenta sobre la inminente guerra entre los científicos y los magos cuya primera batalla podría comenzar de un momento a otro. Séntsa se detuvo al oír eso, y recordó el aviso del ataque que la chica rubia había hecho el día anterior. Tuvo un temblor en la espalda en cuanto recordó que se trataba de Hínta, y que también había sido encerrada en la Torre, en una de las celdas de abajo. Mientras corrían hacia la Torre no dejaban de preguntarse si se hallaba a salvo, si los magos le habían hecho algo malo en algún momento que ellas no pudieran recordar. Yúska decidió que si estaba herida, se enfrentaría a Sínke. Cuando llegaron a la Torre se dieron cuenta de que no recordaban el encantamiento para poder entrar. Séntsa vio que algunos de los habitantes las observaban sospechosamente y se presionó para recordarlo. Yúska intentó ver en lo más profundo de sus recuerdos; cientos de encantamientos en palabras extranjeras aparecieron frente a sus ojos, cada una se relacionaba con algún efecto o algún ataque: vio fuego, agua, madera, heridas y fragmentos de edificios y partes del cuerpo, poco después vio aquella misma puerta dibujada en la Torre, se dejó llevar por la primera palabra que sintió, extendió la mano hacia ella y pensó: “dadurch”.
Al atravesar la puerta, Hínta se encontraba fuera de su celda. Al primer instante se sonrieron aliviadas. Yúska corrió hacia ella, pero de repente Hínta reaccionó como si eso fuera un ataque: retrocedió varios pasos y de sus manos con guantes grises surgió un brillo eléctrico. Yúska y Séntsa, instintivamente, le apuntaron haciendo brillar sus puños con un aura roja. Cada una se quedó muda mirando aquellos efectos que salían de sus manos; sus cuerpos se tensaron, sus ojos se encontraron pavorosos. Instantes después, un estruendo sacudió la Torre, seguido a los pocos segundos de varios más.

***

Hínta se encuentra en el interior de una celda blanca recostada contra la pared; el brillo de los muros es tan fuerte que tiene la necesidad de esconder los ojos entre los brazos. Tiene un leve pánico que casi inmediatamente es superado por una sensación de satisfacción y seguridad, como si supiera que lo único que tiene que hacer es esperar sin nada que temer. Permanece así por una hora, tiempo en el cual recuerda levemente la historia de ese mundo. También se da cuenta de que frente a sus ojos aparecen unos números y letras, como si viera desde la perspectiva de un robot. No se asusta; se deja llevar por la curiosidad. En un momento siente que ha llegado la hora de hacer algo. Se pone en pie, toca la puerta pintada de su celda con la palma. Unos números y letras cuyo significado no comprendió del todo aparecieron frente a sus ojos. Dejándose llevar por los conocimientos de su alter ego, seleccionó números y letras uno tras otro hasta que la pared se volvió traspasable y salió. Observó las puertas pintadas de las celdas de la torre cilíndrica, que se extendían hacia arriba hasta lo que alcanzaba la vista. Instantes después, vio a Yúska y a Séntsa aparecer a través de la puerta pintada que da al exterior de la Torre.

***

“Comienza ahora”, escuchó Hínta en su cabeza la voz de Yáke poco después de que cesaran las explosiones. Mientras Yúska y Séntsa seguían apuntándole, apareció un comando frente a sus ojos, a lo cual dio la orden de ejecutar. “Sistema de teletransporte activado”. Hínta apunto con la palma hacia el centro de la torre con un movimiento robótico que no pudo controlar; su brazo temblaba y su rostro sudaba. Yúska y Séntsa retrocedieron hasta quedar contra la pared.

***

La circunferencia en el centro de la sala de comando se iluminó.
—Bien hecho, Hínta.
—Yáke, ¿todavía no recuerdas nada? —dijo Kányu con una voz incrédula, casi le imploraba con la mirada. El resto de los científicos lo observó como si sospecharan— ¿No te das cuenta de que estamos en otro universo paralelo?
—Kányu —dijo Áte—, cállate.
Todos se dirigieron al círculo.
—Tú quédate —dijo Yáke a Kányu—, espera mis órdenes.
Y sin embargo esa pregunta de Kányu logró que una parte de Yáke reaccionara, pero sin quitarle el dominio a su alter ego. Antes de desvanecerse dentro del círculo, Yáke miró a Kányu por un instante como si lo reconociera.

***

De la palma de Hínta salió una circunferencia verde que aterrizó en el suelo con brusquedad. De ella se materializaron Yáke y los científicos, entre ellos Áte. Al ver a las dos magas en ese lugar, los científicos activaron las ondas de choque de sus manos para matarlas, pero Yáke los detuvo, y en su lugar las inmovilizó con una onda paralizadora. Ambas cayeron al suelo, gimiendo por los calambres de sus cuerpos; sentían que se ahogaban.
—¿No vas a matarlas? —preguntó Délo.
Los alter egos de Hínta y Áte no les permitieron lanzar ni una exclamación de miedo o protesta, sólo rogaron porque Yáke las reconociera. Las convulsiones de Yúska y Séntsa fueron apaciguándose, respiraron con dificultad y permanecieron con los ojos cerrados mientras el dolor las abandonaba.
—No. No son peligrosas —dijo Yáke, con piedad en la voz—. Rápido, continuemos.
Yáke puso su mano sobre la pared, de manera similar a cómo lo había hecho Hínta. Ignoró los cuerpos de las chicas que se recuperaban, pero una parte de su mente continuó atento a ellas. Después de unos segundos las luces de las puertas pintadas se apagaron, de ellas salieron decenas de científicos que habían sido encerrados por los magos en el transcurso de varias semanas. Afuera, los estallidos del ataque ya habían cesado. Los científicos de las celdas elevadas descendieron activando los magnetos de sus pies que les permitían levitar. Los colegas recién liberados abrazaron a los compañeros que los habían rescatado, pero apenas pudieron intercambiar palabras de alegría porque de inmediato Yáke les recordó que aún no se terminaba su misión. Les explicó que durante su cautiverio, sus compañeros habían logrado desarrollar una tecnología capaz de repeler los ataques más peligrosos de los magos y usarlos en su contra. En cuanto fueron liberados, esa tecnología les fue dada a través del sistema inalámbrico del chip que tenían en los cerebros. Era una tecnología tan avanzada que incluso podía burlar el encantamiento mágico que los había mantenido aislados de comunicación en la Torre. Los científicos comenzaron a emitir un brillo similar al que Hínta había tenido en los brazos. Activaron sus escudos, preparados para cuando Yáke abriera la puerta de la Torre y salieran a atacar.

***

Los científicos rápidamente superaron a los magos; sus rayos paralizadores inutilizaban a todos los que se les pusieran en frente, quedando decenas de magos expuestos a otros ataques y reducidos a polvo. Aquello no evitó que algunos magos pudieran quemar, congelar o desintegrar a muchos de ellos con las manos blancas gigantes, pero aquella valiente resistencia de los magos no fue suficiente para contrarrestar esa nueva tecnología, y ahí donde un mago lograba matar a un científico, un científico mataba diez magos.
En el interior de la Torre se quedaron los jínnyi. Hínta y Áte habían logrado no seguir a los demás y apuntaban a las chicas en el suelo sin mirarlas. Las dos comenzaron a incorporarse; los vieron sin rencor alguno, pero sí con algo de dolor. Cuando se levantaron por completo, sus manos volvieron a iluminarse y esta vez tuvieron que luchar con todas sus fuerzas para no dispararse. Todos cerraban los ojos, Hínta gimoteaba un poco, Yúska miraba a su propio brazo con odio.
—¿Dónde está Kányu? —preguntó Séntsa, casi gritando.
—Él se quedó en la base —dijo Áte, apretando los dientes.
Volvieron a quedarse en silencio, resistiendo los cuatro sus ganas de matarse. Las luminosidades de sus manos hacían un sonido eléctrico cada vez más fuerte; aquella energía ganaba fuerza a cada segundo.
—¿Por qué no podemos mover los brazos? —preguntó Yúska, desesperada.
Se escuchó un agudo silbido. Séntsa sintió un intenso dolor en el muslo derecho. Una herida provocada por un aire cortante comenzó a sangrarle. La luminosidad de la mano de Hínta había menguado.
—¡Perdóname, Séntsa! —suplicó Hínta— No fue mi intención.
En ese momento, de la circunferencia del suelo se materializó Kányu; había desobedecido pensando optimistamente que Yáke ya debía haber recordado algo más, tomando en cuenta la manera en que lo había visto antes de desaparecer por el círculo, pero al ver aquella escena se le borró todo rastro de esperanza.
—¿Qué están haciendo? —gritó Kányu.
La otra mano de Yúska le apuntó.
—¡No podemos controlarlo! —gritó furiosa.
—¡Regresa ahora, Kányu! —gritó Áte— En cualquier momento ya no podremos controlarnos más. Nos vamos a matar.
—No, no —dijo Kányu apretando los puños, los cuales comenzaron a brillar tenuemente; sintióse dominado por una inmensa ira y apuntó a Yúska y Séntsa—, vamos a escapar a tiempo, nadie va a morir —su voz era temblorosa, histérica—, los gemelos van a recordar y saldremos de aquí en cualquier momento.
Todos cerraron los ojos, todos sintieron la ira apoderándose de ellos. Era inútil seguir combatiendo contra la naturaleza que aquella realidad les había dado. Antes de que alguno diera el primer golpe, la Torre sufrió una violenta sacudida. El techo se vino abajo y estuvo a punto de aplastarlos. Hicieron pedazos algunos fragmentos con sus ataques para salvarse. El cielo apareció en lo alto y la magia de la Torre desapareció; se desvanecieron las puertas pintadas, el negro cilindro se volvió una habitación cúbica y blanca sin techo. Vieron a los gemelos volando, enfrascados en su violenta pelea.

***

Sínke atacaba con magia; Yáke atacaba con ciencia.
Me tendiste una trampa, hermano, y destruíste mi ciudadela; los científicos ganaron esta batalla, pero los magos aún no hemos terminado.
La magia nunca le ganará a la ciencia, hermano.
Yáke disparó un brote de rayos gamma en miniatura, el cual desapareció apenas fue esquivado. El intenso destello del ataque de Yáke casi deja ciegos a los jínnyi, que descuidadamente lo observaban desde el suelo.
Si te toco aunque sea una vez, desaparecerás, hermano.
Yáke continuó lanzándole los rayos gamma. Los resplandores hacían imposible mirar hacia arriba.
—¡Ya no puedo más! —gritó Séntsa antes de lanzar una esfera de fuego a Kányu.
Kányu la repelió activando un escudo de electrones. Esa acción fue suficiente para que el resto perdiera definitivamente el control de sus cuerpos. Comenzó una batalla entre Hínta, Áte y Kányu contra Yúska y Séntsa. Los brillos y chispas que surgían de sus manos rígidas intentaban atinar y al mismo tiempo corrían y eludían para evitar ser lastimados. De Séntsa surgieron dos manos blancas que aprisionaron a Kányu y lo estrujaron hasta sacarle gritos, pero de inmediato lo soltó debido al calor de las manos de Hínta que acudió en su rescate. Yúska se protegía de las luces de Áte con una barrera invisible que absorbía el calor para regresárselo con más fuerza. Los fuertes resplandores de la batalla que se liberaba en el cielo iluminaban constantemente a las figuras encerradas en la destruida torre. Los tres científicos, viendo que no lograrían traspasar su defensa mediante sus armas normales, recordaron sus paralizadores, cuya tecnología era nueva y su alcance más elevado y difícil de detener para las magas. Las dos volvieron a quedar tendidas en el suelo, tal y como había pasado con Yáke. Los científicos esta vez se dispusieron a matarlas. En ese momento, Sínke se cansó de huir ante esos rayos mortales de Yáke. Lo encaró, decidido a usar todo su poder para absorber un rayo y devolvérselo con más potencia. El rayo salio de la palma de Yáke y Sínke lo recibió de lleno. Debido a la reacción con su magia, hubo un gran resplandor parpadeante tan caliente como un sol. Los jóvenes magos y científicos quedaron ciegos y sordos al instante. El intenso estallido se volvió repentinamente una alegre música de carnaval.
83

Soñó Sínke que se encontraba en una región desértica, similar al desierto del sur de Danzílmar, siguiendo un maltrecho camino formado por el paso de vehículos que poco a poco desaparecía por falta de uso; la vegetación marchita suplicaba por una gota de agua y los guijarros puntiagudos se clavaban en las plantas de sus pies; la arena sucia y áspera se los ennegrecía. Cuando el sol estuvo en su punto más alto, el camino ya no era diferente a la arena, rocas y plantas secas, pero a lo lejos observó un bosque de arena, indicando el fin del desierto para entrar en un clima tropical. Las palmeras y cocoteros brillaban de humedad por alguna lluvia que las había refrescado antes de su llegada; sus sombras producían frescos espejismos que apagaban la sed, la arena sedosa y fina acariciaba y limpiaba sus pies de la amarga arena del desierto. Caminó hasta que llegó a un río que se abría entre la arena, amplio y diáfano, inmóvil como una columna de mármol, parecía que todos los peces y plantas que habitaban su hondo lecho podían ser alcanzados fácilmente con la mano. Caminó a lo largo del río, esperando hallar su desembocadura o su nacimiento, pues la inmovilidad de las aguas era tal que no podía saber hacia cuál se dirigía. Vio a un ser sumergiendo sus pies en la orilla; estaba adormilado y bostezaba quedamente, sus ropas eran como trapos cafés roídos por el tiempo.
—Hola —dijo Sínke— ¿Quién eres?
—Me llamo Áte.
—¿Qué haces aquí?
—Soy y estoy aquí.
Sínke se sentó a su lado y metió los pies en el río; las aguas lo abrazaron con su reconfortante frescor.
—¿Por qué estás aquí?
—He decidido vivir sin preocuparme por nada ni nadie, sin hacer nada ni aspirar a lograr nada.
—Qué miserables es entonces tu existencia.
—¿Quién eres tú para decidir lo que me hace miserable a mí? Cada mañana desentierro el cuerpo de la arena y contemplo la suave luz del sol que se filtra entre las hojas de las palmeras, extiendo mi mano y como uno de los hongos de arena, me refresco en el río, agarro un pez y me lo como, me paseo por el bosque de palmeras deleitando mis ojos y mis pulmones, camino hasta la playa para ver la puesta del sol y me duermo ahí donde caigo, abrazado por el viento salado, la arena y el olor de las rocas. A veces, cuando llueve, me meto en el río; ahí me duermo flotando en el agua. A veces trepo las palmeras y me quedo ahí todo el día casi sin moverme, a veces me pongo a jugar con los cangrejos antes de comérmelos. Miserable no soy.
—Vuelve a tus semejantes, vuelve al mundo, vuelve a la vida. Busca la compañía y el calor de otros humanos. Es imposible, o al menos es estúpido, alcanzar la felicidad si no es entre los otros. La felicidad en sí misma es absurda, egoísta y sin sentido. Abandona tu suave arena y tus palmeras frescas, renuncia a tu viento salado y a tus aguas diáfanas. Acompáñanos en el ardiente desierto cuya arena nos hiere y cuyo viento nos sofoca, pues ese es el mundo y a él debes ser sumiso y obediente aunque no quieras. No oses buscar felicidad en otro lugar que no sea el desierto.
—Viví entre la gente que vaga en el desierto como tú. No les importa mi felicidad o la de nadie más. Dicen: sólo se debe ser feliz en el desierto; la felicidad fuera de él es inaceptable. Por eso he decidido vivir aquí; ellos no van a decidir cómo debo encontrar la felicidad ni lo que me hace infeliz…
—¡Espera! —Sínke se levantó, la cabeza se le despejó y se dio cuenta de que soñaba— Ya se ha vuelto evidente…

***

Mis padres me hicieron mudarme de escuela después del primer grado de primaria. Ni siquiera me avisaron, simplemente el último día de las vacaciones me dijeron que iba a ir a otro instituto. No me pondría a discutir con mi padre. Mi madre me dijo que encontraría otros amigos, después de todo, solamente había estado en esa otra escuela por un año, no habría sido tiempo suficiente como para ponerme muy triste por dejar de ver a nadie. Creo que no entendían que, al menos para los niños, un año es suficiente para crear una amistad que dure por toda la vida, o así lo creí en ese tiempo.
No recuerdo qué dije en mi presentación, y es mejor así. Me senté hasta atrás y comenzó todo normal. Durante un momento en el que la maestra estaba ocupada calificando las tareas de matemáticas de ese día, Yúska caminó hacia mí. Nunca pude quitarme de la cabeza la manera tan familiar y confiada con la que me dijo “áiyo”, me asustó un poco, como si todo el contenido de su alma se viera reflejado en esa simple palabra. Creo que mi “áiyo” de respuesta también reflejó mi esencia, sólo que ésta era de gran falta de autoestima. El tono bromista con el que empezó a hablar me distrajo casi por completo de lo que decía. Preguntas simples y algo apresuradas: mi cumpleaños, mi color favorito, mi comida favorita. Era un interrogatorio y me sentí acosada. Séntsa vino a socorrerme y a reprender a Yúska. Séntsa parecía una madre, no una niña de primaria. Me dio algo de miedo, pero extrañamente también me hizo sentir segura. Yúska prácticamente me obligó a almorzar con ellas. Sentía que todo iba demasiado rápido. Quisiera recordar mejor lo que ocurrió ese primer día, pero por más que lo intente hasta ahí llegan mis recuerdos. Quizás no fue nada importante.
Recuerdo que días después Yúska me regaló una banda roja para el cabello (la cual aún conservo), fue entonces cuando Séntsa explicó la tradición de que las mujeres danzilmaresas solían representar su amistad regalándose bandas para el cabello, generalmente roja, costumbre que estaba a punto de caer en desuso por el desinterés de la gente.
Fue algún tiempo después, en clase de Civismo, que aprendimos la tabla de los “triángulos sociales de Danzílmar”, cada uno dentro del otro. Primero, el tyôliù, el triángulo que representa la unidad de toda la especie humana, desde los danzilmareses hasta los lituanos. Luego el màoliù, o el triángulo de la gente que comparte un país y una cultura en común, es decir, los danzilmareses y los lituanos tienen su propio màoliù. El siguiente es el kâoliù, en él se encuentra toda la gente con la que convives o has convivido, aquella cuyas acciones directamente ocurren cerca de ti; los maestros y los compañeros de clase son ejemplo de eso. El lànliù es el círculo de los amigos, las personas con las que te hayas asociado de manera un poco más profunda que el círculo anterior y que representen ya una parte importante de tu vida. Por último está el hyömliù, que representa a la familia y el es triángulo social más poderoso y el más importante de todos.
Aquella clase no habría tenido tanta importancia en mis memorias sino hubiera sido por el hecho de que, días después, Yúska señaló a la maestra que había omitido un último triángulo que se encontraba entre el lànliù y el hyömliù: el jínnliù. Dijo que lo había buscado por su propia cuenta, y preguntó por qué no se encontraba en la tabla de los libros de texto. La maestra contestó que no era necesario porque los jínnliù prácticamente ya no existían salvo entre algunas personas mayores. Esa idea estuvo rondando la cabeza de Yúska por varios días, en silencio, y en su mirada y sus movimientos impacientes había una emoción que cada día era más notable.
Para ese punto yo apenas me consideraba amiga de Yúska y Séntsa. Es verdad que no me animaba a hablar con nadie más; aparentemente el hecho de que Yúska y Séntsa me hicieran juntarme con ellas de algún modo desmotivó a los demás niños a hablarme, y aun cuando lo hacían nunca me atreví a comenzar una amistad por mi propia cuenta. Se imaginarán mi reacción cuando un día, mientras comíamos, Yúska dijo: “Saben, deberíamos formar un jínnliù”. Tal idea no disgustó a Séntsa, lo cual no me sorprendió después de conocerla por tantas semanas, pero aun así preguntó por la razón, y Yúska contestó que le parecía una buena idea simplemente porque, de ese modo, seríamos únicos en toda la escuela, y quizás en todo Danzílmar.
Después de pensarlo un rato, Séntsa dijo: “Por mí está bien, sería cumplir con una buena tradición”. Yo no supe qué contestar. Pregunté qué sería diferente, y Yúska dijo que haríamos lo mismo que siempre pero como si fuéramos hermanas. Sin estar del todo convencida, dije que sí.
Ahora que lo veo todo en perspectiva, creo que la idea del jínnliù no la terminé de aceptar por completo hasta que conocimos a Kányu, pero ese sentimiento de ser especial por el simple hecho de pertenecer a ese triángulo creció conforme vivimos experiencias los cinco, y llegué a pensar de verdad que era lo mejor que me había pasado en la vida. Ni siquiera ahora, en mi edad adulta, soy capaz de expresar con exactitud qué me hizo dejar de pensar así. Sin embargo, no me arrepiento de casi nada.


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