Luxación



Deván es condenado a sufrir eternamente el momento más horrible de su vida.


Deván siempre había ganado todos los concursos de halterofilia en los que había participado, excepto en el último, durante los juegos olímpicos de Shórsta en XXXX. Antes de eso siempre había manejado las pesas con soltura; decían que sus arrancadas eran tan finas y pulidas como si la barra estuviera siempre vacía, lo cual era una exageración que le dio bastante fama en ese mundo. Era de baja estatura, sus brazos y su torso estaban inflados y su cuello casi no existía. Cuando las pesas llegaban a sus hombros, el público callaba; cuando éstas se alzaban sobre su cabeza, todos gritaban. Había aparecido en comerciales que nada tenían que ver con lo que él representaba, sino sólo para aprovechar su imagen. En definitiva era un atleta respetado y admirado, pero sobre todo uno bastante humilde con temperamento dócil, en contraste con la mole de su cuerpo.
La única desgracia de su carrera sucedió durante los ya mencionados juegos olímpicos de Shórsta. Era el favorito en su categoría; había tenido una participación tan buena que nadie dudaba que se llevaría la medalla de oro. Pero al momento de la verdad, cuando llegó su último turno, ocurrió el desastre. Apareció ante las cámaras sonriente y emocionado, frotándose el talco de las manos y saludando al público. Se puso en posición y se aferró a la barra. En cuanto le dieron la señal, realizó el primer movimiento, que suavemente levantó la barra hasta sus hombros, y entonces, cuando intentó levantarla sobre su cabeza, un pequeño, minúsculo error nunca antes cometido en la técnica, resultó en que su codo izquierdo se dobló hacia atrás por el peso, tanto así que sus dedos le tocaron el hombro. El dolor tardó un instante en golpearlo, haciéndole soltar la barra y caer de rodillas. Todos exclamaron horrorizados cuando lo escucharon gritar mientras se protegía el codo dislocado con el otro brazo. Pero la tragedia no había terminado, pues instantes después, a causa de lo mucho que se abrió su boca para dejar salir sus penetrantes alaridos, sus mandíbulas llegaron a su límite y se dislocaron, dejándolo con una boca anormalmente abierta y una mirada desconcertada y aterrada por el repentino nuevo dolor. Los camarógrafos lograron captar en primer plano la escalofriante imagen de Deván con los huesos de su codo dislocado doblándose hacia la dirección equivocada, su enorme boca abierta y sus ojos incrédulamente abiertos, llenos de sufrimiento y terror. Rápidamente corrieron a auxiliarlo y a llevárselo para recibir atención médica. Sus recuerdos de ese momento estaban tan dominados por el dolor que apenas podía concebir algún otro pensamiento para recordar dónde estaba, qué le había pasado, o a dónde se lo llevaban.
Su recuperación fue más emocional que física. Tanto su codo como sus mandíbulas fueron puestas en su lugar y estuvieron listas para sanar. Había perdido una de las más grandes oportunidades de su vida, pero ante los demás permanecía optimista en su segura recuperación antes de volver donde se quedó. Hizo todo lo posible por no ver las imágenes del accidente como las habían registrado las cámaras durante el evento, para no recordárselo y caer en el miedo de volver a vivir lo mismo. Desafortunadamente, como si no fueran suficientes desgracias en esta historia, pese a las terapias para recuperar el uso de su brazo, los doctores le dieron la noticia de que no podría volver a usarlo para levantar pesas sin arriesgarse a una nueva luxación, por lo que su retiro era inminente. Deván al principio no lo aceptó, sino que continuó entrenando lentamente con tal de hacer un regreso triunfal. Pero los meses de terapias y entrenamiento se alargaban y su codo no dejaba de dolerle; llegó el punto en el que de hecho el dolor comenzó a intensificarse con menos peso y movimiento incluso. Los doctores le advirtieron que si seguía así, podría provocarse otra lesión y perder la movilidad total de su codo. Casi con lágrimas de rabia, Deván decidió hacerles caso y anunciar su retiro definitivo. Para colmo, debido a lo severo de la luxación de sus mandíbulas, tenía que tener mucho cuidado al comer, bostezar, reír e incluso para hablar en voz alta, pues pronto reportó diversos dolores y tronidos durante cada una de las acciones ya mencionadas; el mero hecho de hablar por mucho tiempo le desencadenaba dolores aún sin abrir mucho la boca, por lo que el resto de su vida fue casi totalmente silenciosa.
Todo iba mal para nuestro fornido atleta, el cual se ganó la vida administrando la tienda de su familia junto con su esposa. Todos los vecinos que iban regularmente a comprar ahí conocían la triste historia, pero Deván nunca se mostró triste ante ellos, sino que mantenía la cordialidad y el buen humor que lo habían caracterizado desde antes del accidente. No obstante, los fantasmas del pasado no desaparecían. En muchas ocasiones, su esposa lo despertaba en medio de la noche porque lo escuchaba dar ligeros gritos durante el sueño, y temía que si no se calmaba, sus mandíbulas volvieran a luxarse.
Deván reportaba sueños recurrentes con el accidente. A veces el brazo luxado cambiaba, pero el resto era igual. Para los demás, parecía una persona totalmente recuperada del trauma, pero Deván siempre sintió un pavor enorme a que alguna de ambas lesiones se repitiera, al punto de que prácticamente dejó de levantar nada con su brazo izquierdo y se aseguraba de detener siempre su mandíbula con el puño incluso para hablar. Con el pasar de los años, empezó a hablar sin abrir la boca, sólo articulando con los labios y mostrando los dientes. Sonaba y se veía extraño, pero era suficiente para comunicarse. Así vivió el resto de su vida. Murió de muerte natural a los noventa y cinco años.

***
¡Qué horrible momento para morir! Justo cuando empezaba el Reino de Lokáilora, en el que la entonces piadosa diosa Mínhiara, que administra el Lérenh y envía a sus niveles superiores a los que han luchado por el bienestar de los demás, se convierte en la temida diosa Lokáilora, que premia con grandes placeres a los que han provocado dolor, sufrimiento y desgracias en la tierra, y aborrece y castiga cruelmente a los bondadosos y benefactores de la humanidad. Durante cinco mil años los viles serán recompensados y los justos sentirán su ira. El pobre Deván fue el primero en ser juzgado por la ahora cruel diosa, y ante su espantosa apariencia tembló y se postró paralizado de miedo, pues conocía las leyendas y sabía lo que ahora le esperaba. La diosa hizo un recuento de todas sus buenas acciones, de cada vez que ayudó al prójimo, cada vez que alivió el sufrimiento de alguien y le brindó felicidad, y entre más hablaba más enrojecía de ira y se inflaba transpirando sangre. Sus malas obras eran tan minúsculas en comparación, que para cuando terminó el juicio, la diosa estaba como una torre sobre él casi amenazando con arrojársele y despedazarlo.
Como al menos no había dedicado su vida a combatir activamente el sufrimiento, no fue condenado a los peores tormentos, pero sí a revivir en un ciclo sin fin el momento más doloroso de su vida. Antes de darse cuenta, se encontraba de nuevo en el mismo día en que su carrera había terminado, en los juegos olímpicos de Shórsta. Cada detalle del escenario y cada persona fue reproducida con exactitud; las mismas cámaras, las mismas luces sobre su cabeza, los mismos sonidos y gritos de apoyo, todo lo rodeó mientras se ponía en posición para levantar las pesas. No estaba en control de su cuerpo; era un espectador en sí mismo, y se sentía sonreír y mirar a todos con seguridad sin decidirlo. Quiso salir corriendo, quiso gritar, negar fuerte con la cabeza mientras se inclinaba para tomar la barra. Por dentro lloraba y gemía a la espera de que le dieran la señal para comenzar. Entonces se repitió todo. Levantó la barra hasta los hombros con el mismo movimiento suave, luego hizo el movimiento para subirla sobre sus hombros, y de nuevo su codo volvió a ceder, y volvió a caer de rodillas, y volvió a gritar tan fuerte que su mandíbula se desprendió. Su mente de nuevo no pudo pensar en nada más que en el dolor y en su humillación, y apenas podía escuchar las exclamaciones de horror de los espectadores. Los ayudantes volvieron a socorrerlo, pero en vez de llevarlo a la enfermería, apenas salieron de la vista de las cámaras se volvió a ver frente a la barra, y volvió a escuchar los gritos de apoyo de los espectadores. Casi ni tuvo tiempo para digerir lo que había pasado cuando se encontró levantando la barra de nuevo, dislocándose el codo, gritando y dislocándose las mandíbulas, y volviendo a ser escoltado fuera de cámaras. Para la tercera vez, ya estaba totalmente consciente de que ése sólo sería el principio, y que su destino por tiempo indefinido sería revivir ese momento sin descanso, una y otra vez.


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