Un libro perfecto 3



Írgend finalmente se encuentra con el libro perfecto.




Antes de salir, le fue entregada a Írgend una carta que su abuelo había escrito antes de morir. Ésta contenía una dirección, una llave y una nota que decía: Nunca lo publíques, Írgend.
Movido por una ansiedad que no pensó que sentiría un día antes, salió inmediatamente. Pidió un uber y se dirigió hacia Trenkán[8], calle Luén[9], número 43, junto a un parque llamado “Las Flechas”[10]. Llegó sin darse cuenta de que el tiempo había pasado. Un domador de moas se encontraba paseando una de sus aves gigantes a lo largo de la calle donde Írgend vio un edificio tan plateado, que parecía hecho con las rocas de la costa de platino. La forma del edificio recordaba un poco a la de un castillo medieval europeo, por lo que desentonaba fuertemente con el resto de los edificios circundantes (muchos de los cuales estaban adornados con las más tradicionales cúpulas rodeadas de picos[11]). Se aproximó al edificio y subió las escaleras. La puerta era de una madera oscura que olía como a un bosque; la tocó y un momento después salió un hombre entrado en años, de barba desordenada y con manchas en la cara, parecía más un niño con rasgos de anciano.
—¿Sí? —preguntó.
—Disculpe, mi nombre es Írgend Bán —algo nervoso por no saber cómo explicarse, sacó la llave que le dejó su abuelo y se la mostró, los ojos del anciano se posaron en la llave—. Mi abuelo era Kiént Bán… él murió y me dejó un mensaje para que viniera a este lugar.
—Pasa entonces —dijo el anciano, que se había puesto de repente contento de mirada y triste de voz.
El interior del lugar no era muy diferente a una casa regular con la excepción de que las luces estaban bastante bajas, dándole una apariencia bastante oscura. Caminaron por un pasillo, pudiendo ver de paso una cocina y una sala de las que pasaron de largo.
—Mi nombre es Yaubú —dijo el anciano—, conozco a tu abuelo desde hace mucho tiempo, ya había empezado a trabajar en su libro perfecto cuando me asignaron a esta casa. Él me dijo que esperara a su nieto después de su muerte, que tú continuarías con su libro perfecto. Supongo que ya sabes cómo funciona todo, ¿o no?
—La verdad aún soy nuevo en esto de los libros perfectos —dijo Írgend. Doblaron por una esquina, seguida de un pasillo tan largo que le pareció que era imposible que pudiera caber dentro del espacio de la casa que se veía por fuera. —Un tal Séker Ném me contó un poco de cómo funciona todo…
—Ah sí, Séker. El libro perfecto de su familia también se encuentra aquí; de hecho su sección está por ahí —señaló entonces otro pasillo igualmente largo, al fondo del cual vio una puerta metálica, y sin dejar de caminar continuó hablando—: ¿Te dijo algo sobre esta casa? —y ante la negativa de Írgend, prosiguió—: Cuando los libros perfectos comenzaron a tener relevancia entre varias familias del país, algunas decidieron que sus proyectos eran lo suficientemente importantes como para darse el lujo de tener algo de seguridad. Hubo la propuesta de mantener los libros perfectos, junto con todas sus modificaciones y variantes, en algunos lugares específicos en el que los autores pudieran trabajar tranquilamente y al mismo tiempo mantener seguros los manuscritos. Hay muchas casas como ésta en varios puntos del país, y yo cuido de ésta.
Para ese entonces, ya llevaban un rato de andar dando vueltas en un intrincado laberinto que parecía imposible y contrario a las leyes del espacio; ahí por donde miraban, había más y más corredores como los de una modesta casa normal, y de tanto en tanto se veía alguno en el fondo del cual había una puerta de metal.
—Todo esto me parece exagerado —dijo Írgend—, ¿a quién le va a interesar robar uno de estos libros perfectos?, y no es por ofenderlo, pero no se me haría muy difícil entrar a este lugar por la fuerza si quisiera.
—Quizás no sería difícil irrumpir en este nivel de la casa, pero para ingresar a las secciones de cada libro sí sería muy complicado sin las llaves. Con respecto a lo de robar los libros, son considerados un proyecto tan importante que ninguno de los autores quiere bajar la guardia. Incluso yo opino que unas cajas fuertes servirían igual, pero entonces yo no tendría trabajo —rio.
—¿Falta mucho para llegar?
—No, ya casi. Te sorprende este lugar, ¿verdad? En realidad estamos ahora en las entrañas de la montaña que viste afuera, la que está detrás de la casa.
—No vi ninguna montaña detrás de la casa.
—¿Cómo va a ser? Cuando salgas fíjate bien. Mira, esa es tu puerta.
Llegaron a una puerta metálica que de cerca parecía de plata. Yaubú le hizo señas para que sacara la llave y apuntó hacia un agujero casi invisible en el medio de la puerta. Írgend metió la llave y la giró hacia la derecha, la puerta hizo un ruido y comenzó a abrirse.

***

Había grandes colecciones históricas en todos los museos de Danzílmar, donde los vestigios de tiempos pasados descansaban en sus vitrinas como ataúdes transparentes, expuestos a la contemplación de los que querían mirar hacia el pasado para saber de dónde surgió el mundo que es ahora. En ese gigante museo en el que ahora se hallaba Írgend, amplio como para refugiar a todo un pueblo pequeño, iluminado con luces suaves, estaban en sus respectivas vitrinas cientos de manuscritos que contenían las diferentes versiones que sus escritores habían hecho del libro perfecto de su abuelo a través de varios siglos. Yaubú lo acompañó en el recorrido que Írgend, sin pronunciar palabra, comenzó a hacer por su cuenta dejándose llevar por su repentino asombro. La primera vitrina contenía una decena de hojas muy antiguas, sobre las cuales aún eran legibles las antiguas letras del ya muerto alfabeto danzilmarés; el manuscrito databa de los tiempos de la primera dinastía Dyanzilmaryo[12], lo cual la hacía, según explicó Yaubú, uno de los libros perfectos más recientes de todos, dado que había muchos cuya versión más antigua databa desde incluso antes del periodo Dyánz. Lentamente, Írgend pasó de vitrina a vitrina, enfocándose en primer lugar en los cambios que sufrían las diferentes ortografías de dicho alfabeto, y después en la cantidad de hojas en que variaba la cantidad total de los escritos. No se sorprendió de no hallar patrón alguno que sugiriera una secuencia ordenada de variaciones, aunque tal vez éstas se encontraban en los contenidos, pero hasta donde alcanzó a ver desde detrás de los cristales, la cantidad de hojas no sugería un continuo de variaciones en escalera, encontrando que muchas de las versiones más recientes habían cortado mucho del material de las versiones antiguas, para después ser recuperadas en parte por otras versiones futuras, y volver a ser cortadas en un futuro más reciente. Yaubú oriento a Írgend cuando éste le hizo notar ese desorden, e hizo énfasis en la ya conocida filosofía de los libros perfectos, cuya perfección consiste siempre en nunca tener la última palabra, en desechar o reintegrar lo viejo para acoplarlo con la realidad del presente, en busca de crear una obra que sea inmortal para el futuro. Las obras del siglo pasado ya estaban escritas a máquina de escribir, y precisamente a principio de ese último siglo fue cuando ese libro perfecto dio el salto al entonces nuevo alfabeto danzilmarés, basado en el alfabeto latino. Este salto fue tan abrupto, que cuando Írgend pasó la mirada de la vitrina fechada en el año 1875 a la fechada en 1902, el cambio en la forma y el volumen de las letras le hizo sentir que el suelo había desaparecido de sus pies; el salto hacia una comunicación más universal, sintió, había desprovisto al libro perfecto de algo que lo hiciera distinguiblemente danzilmarés, privado de su autenticidad, adaptado a la fuerza por la inminente unificación del mundo. Yaubú explicó que dicho cambio de alfabeto, lejos de molestar a los autores del libro, les había parecido una estupenda idea en el mejor de los casos, e indiferencia en los peores, dado que entre todos estaban de acuerdo que ningún libro perfecto debía poseer nacionalidad, cultura o identidad claramente definida dentro de los límites de esta realidad, sino que la perfección debía aspirar a la universalidad, incluso una universalidad que sobrepase las fronteras del entendimiento y de la capacidad humana. La última vitrina estaba fechada en ese mismo año, era tan nueva que estaba reluciente, y adentro albergaba, dijo Yaubú, el aporte de su abuelo a esa gran colección; era la primera versión en ser escrita a computadora, y las hojas estaban extendidas de manera que el principio y el final eran visibles, y entre ellos un cúmulo de cientos de hojas paginadas constituían el cuerpo de la obra. Explicó Yaubú que su abuelo había ordenado poner esa vitrina, con su obra en ella, pocos días antes de su muerte, como si, previendo su fin, hubiera tenido por última voluntad ver su minúsculo grano de arena acompañando aquella colección monumental de escritos milenarios.
Durante todo el recorrido, y más aún al momento de llegar a la vitrina de su abuelo, evitó fijarse en las palabras más allá de su mera caligrafía, no fuera que llegara a enterarse de detalles que le desvelaran el contenido de los libros. Para este punto su espíritu se encontraba emocionado, la visión de todos esos documentos y la historia detrás de ellos lo había liberado de casi todas las dudas con las que había entrado a ese lugar, pasando de estar escéptico de formar parte de esa gran obra a sentirse profundamente arrepentido de no haber tomado parte en ella desde su infancia. Ahora respiraba agitado. Tenía que leer el contenido del libro perfecto en todos sus tiempos y autores, quería escudriñar las entrañas de la historia y tomar cuenta de los cambios que cada autor realizaba. Esta repentina obsesión tuvo poco tiempo para asentarse en su razonamiento, y de inmediato pidió a Yaubú que le permitiera leer los documentos.

***

Al mismo tiempo que esa enorme cámara servía de museo, también servía de habitación. Kiént Bán había hecho llevar a uno de los rincones más alejados de la cámara una cama, un escritorio con una computadora y unos pequeños libreros que aún estaban llenos. Junto a la cama había una puerta que daba a un baño.
—Tu abuelo solía quedarse aquí durante días cuando se sentía inspirado —dijo Yaubú—. Es habitual que los dueños de los libros perfectos quieran trabajar en los recintos donde yace la historia de sus libros, pero creo que tu abuelo es el primero en traer una cama; pensaba que dormir con todos esos escritos a la vista le daría inspiración y temple para poder cumplir con su empresa.
Mientras Yaubú encendía la computadora, Írgend revisó la colección personal de libros de su abuelo, y ahí halló a las más grandes mentes literarias a lo largo de la historia y del mundo. Era evidente, viendo los títulos, que la literatura danzilmaresa tenía un lugar especial en su inspiración, aunque no por eso había escasez del pensamiento europeo, americano, latinoamericano, asiático e incluso africano. Se imaginó a su abuelo sintiéndose observado por ese Joyce y ese Borges, por esa Woolf y ese Kafka, ese Kawabata y ese Hesse, ese Dostoievsky y ese Sartre, pero sobre todo por ese Shórsta, ese Tyúni, ese Grámt, esa Kínt y ese Óun. Todos observando desde sus libros como si retaran al escritor a no decepcionarlos, a no fracasar en su soberbia ambición, o burlándose de la idea de que esa obra que se gestaba infinitamente pudiera destronarlos a todos ellos, titanes de las letras, y reducirlos a algo similar a lo que un analfabeto garabatearía con un lápiz. “Si Selá estuviera aquí”, y volteó de nuevo hacia las vitrinas. No habría habido para ella más grande alegría que la de sentirse poseedora de ese proyecto, pero no era de ella, sino de él. Sabía que ella no volvería, pero si por azares cósmicos lo hiciera, su nombre sería también sumado a la lista de autores del libro perfecto. No. “No importa que nunca regrese”, si parte de las razones por las que él estaba ahí era por ella, entonces Selá también, indirectamente, iba a ser autora del libro perfecto.
Írgend no se dio cuenta de que Yaubú ya había encendido la computadora desde hacía tiempo, y regresando de su fantasía se disculpó avergonzado con el viejo, el cual le señaló de inmediato que la sesión de su abuelo tenía una contraseña.
—¿Usted no la sabe? —preguntó Írgend.
Yaubú negó sonriendo como disculpándose.
—Sólo tu abuelo la sabía, ¿no te la dieron cuando te entregaron la llave?
Írgend repasó el momento en que le dieron la llave, pero no le dijeron nada de una contraseña. Su abuelo no pudo haber pasado por alto ese detalle tan importante; debía tenerla en algún sitio, pero entonces recordó que con la llave le dieron un papel advirtiéndole que nunca publicara el libro. Sacó el papel de su bolsillo, estaba arrugado y algo manchado de suciedad del pantalón, pero el mensaje era claro e inconfundible. No sabiendo si su idea era correcta, tecleó Nunca lo publiques, Írgend. Entonces la sesión se abrió. Su abuelo, con ese último misterio, había aprovechado para hablarle a Írgend directamente, encomendándole la tarea de continuar con el libro, haciendo énfasis en la regla más importante de los libros perfectos, una regla que, pese a que ya se cansaba de recordar todo el tiempo, era absolutamente necesaria, pues romperla echaría abajo la empresa iniciada desde hacía miles de años.
Lo primero que vio fue la ventana del explorador de Windows abierta, daba a una carpeta que contenía un archivo zip llamado Nuestro libro perfecto. Al descomprimirla, surgió una carpeta homónima, y dentro de ella, decenas y decenas de archivos pdf, todos numerados y titulados del mismo modo que lo estaban las vitrinas de ese mismo museo, en total 287. Írgend se sentó ante la pantalla sin moverse. Yaubú le dijo que tenía que retirarse, y que si lo necesitaba podría llamarlo usando un panel de voz que había junto a la cama, dijo que prepararía la cena y se la traería cuando estuviera lista, y que se tomara todo el tiempo que necesitara. Írgend asintió casi sin oírlo, y no se dio cuenta del momento exacto en que se quedó completamente solo.


          

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[8] Colonia con el nombre de un antiguo sacerdote de la dinastía del lago Dên, considerado el más cruel de todos.
[9] “Tigre”.
[10] En nuestro mundo, este parque se encuentra en Shórsta. El parque al que se refieren se llama “Parque de la lluvia”.
[11] Construcciones estilo kiúd, común en toda la isla de Útod.
[12] Creada a partir de la unión del imperio Dyánzil y Máryo.

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