La realidad de Yáke y Sínke 35: Los alter egos


Los gemelos regresan a su realidad.


93

Regresan Sínke y Hínta a la jaula tras aparecer por otra cápsula verde.
¿Qué ha sucedido?, pregunta Yúska.
Hínta la calma y explica que los captores intentan que creen descendencia. Sínke se dirige a su hermano, que mira atónito al exterior como si escuchara voces. Ninguno se habla; ya lo saben todo y no hace falta comunicarse. Sínke intenta romper las rejas con sus manos; Yáke lo imita tras unos segundos. El resto les pregunta si se han vuelto locos; pero cuando las rejas comienzan a ceder, las placas metálicas comienzan a encerrarlos. Áltra se esconde detrás del árbol; los demás se colocan por instinto en el centro de la jaula. Los gemelos golpean los paneles metálicos y los cuartean, los rompen, los arrojan y continúan abriéndose paso a través de la reja. Sienten que esas increíbles fuerzas los abandonan. Vuelven a tener la misma fuerza de antes. Un gas carente de olor comienza a brotar de ningún lugar, únicamente lo sienten porque quedan adormecidos inmediatamente, y segundos después Séntsa, Kányu, Áte, Yúska, Hínta y Áltra caen dormidos. Los gemelos se resistieron a los efectos del gas, manteniéndose retadoramente de pie atentos a cualquier otro cambio. Del mismo lugar del que había surgido la cápsula verde surge una plataforma blanca, de ahí sale lo que parece ser un humano como ellos. No tienen tiempo de examinar sus rasgos, pues su mera presencia les provocó un mareo intolerable, perdieron por completo el equilibrio y cayeron inconscientes.

***

La bala atravesó el cerebro de Yáke, su sangre se derramó sobre el pasto verde. Sínke sintió una punzada en la espalda al escuchar el tiro. Kányu se tambaleó como si sufriera un repentino mareo, miró los cuerpos de Áte y su padre y sonrió satisfecho, reparó entonces en su padre y corrió hacia él; estaba inconsciente, pero respiraba. Luego vio a Sínke con su herida en el costado y recordó que él lo había dejado así. Se acercó a él y le apuntó con el arma. Tenía la impresión de que lo conocía, pero al mismo tiempo era un completo desconocido. La mente de Sínke también lo vio dentro de ese tranquilo grupo de jínnyi, visión que le dejó el alter ego que acababa de marcharse de su cuerpo, y sintió que no tendría el valor de matarlo si tuviera la oportunidad. Pero antes de que Kányu terminara de examinar a su padre, Sínke sintió que la herida de su costado se cerraba, en unos instantes comprobó que ya no sangraba. ¿Era acaso un regalo de aquel Sínke que había usurpado su mente? Cuando Kányu le apuntó con el arma, habiendo dominado en él su personalidad original, Sínke se levantó de un salto y lo sometió con facilidad. Sorprendido, Kányu soltó el arma y quedó contra el césped. Por los ojos de Sínke pasaron imágenes de su convivencia con ese asesino en ese otro universo paralelo. Kányu intentó liberarse con todas sus fuerzas, pero Sínke lo tenía apresado mientras aparentaba estar ausente, con la mente en los hechos de otro mundo, indeciso entre matarlo o dejarlo libre. Sínke también recordó a Áte, y cómo había sido asesinado precisamente porque Kányu no había logrado dominar la mente del cuerpo anfitrión. Se disponía a perdonarle la vida, siendo entonces de su conocimiento que Áte y Yáke no habían muerto, sino simplemente regresado a otro mundo, pero precisamente al volver a pensar en ellos cayó en la cuenta de que habían muerto definitivamente en ese mundo. Dejó de importarle el asunto de los alter egos, dejó de ver a ese Kányu como el pacífico optimista siempre risueño y volvió a verlo como el asesino que ahí era. Lo tomó del cuello y lo estranguló hasta que dejó de luchar y cayó muerto. Después fue al cuerpo de Vérend y también lo estranguló hasta matarlo. Luego observó a todos los cadáveres surgidos de aquella operación fracasada, y se lamentó con lágrimas mientras caminaba hacia su hermano. Entonces ocurrió algo fuera de su entendimiento, algo que lo hizo mirar de cerca el cuerpo de su hermano con un rostro atónito: el cráneo de Yáke dejó de sangrar y su cerebro empezó a reconstruirse poco a poco. Sínke estaba tan intrigado y agitado por eso que se olvidó del resto de los cuerpos, y esperó durante horas hasta que el cerebro de su hermano y su cráneo se cerraran por completo. Durante ese tiempo no lo vio respirar, pero le pareció que había algo extraño en su piel, y al tocarlo en un brazo sintió como si sus poros estuvieran absorbiendo el aire del exterior. Cuando el cráneo se cerró, Yáke comenzó a respirar y abrió los ojos. Sínke, sobrecogido y mudo por aquel milagro, le preguntó frenéticamente qué le había pasado, si había seguido teniendo consciencia mientras estaba muerto, si había logrado ir al otro lado del horizonte y otras preguntas similares. Cuando Yáke se recuperó completamente, Sínke sintió una vibración en su cabeza, y pasaron por sus ojos las imágenes, sensaciones y experiencias de un gran número de alter egos en los que su hermano había estado mientras se encontraba muerto.

***

Yáke llegó volando a la estación internacional, una enorme estructura cúbica en la que se encontraban las máquinas de teletransporte, donde fue a recibir a Áltra. Al salir ella de la terminal, se saludaron, platicaron sobre su viaje a Lemuria y se fueron volando.
—¿Cómo va todo contigo? —preguntó Áltra— Todavía mantienen oculta su aeroquinesis del mundo.
—Aún pensamos que es innecesario que se sepa —dijo Yáke.
Áltra se le quedó sonriendo.
—¿Qué quieres? —preguntó Yáke.
—¿Quieres hacer lo que solíamos cuando éramos niños? —dijo Áltra.
—Eso fue hace mucho, podría lastimarte si lo hago.
—No seas cobarde, no me lastimaste entonces y no lo harás ahora. Mira, vamos hacia esas montañas.
Y al llegar, flotaron al borde de un acantilado rocoso, Áltra le encargó a Yáke su maleta y lo encaró.
—¿Lista? —preguntó Yáke.
—Lista.
Yáke se mantuvo inmóvil en el aire, los brazos a los costados, y un súbito torrente de aire salió disparado hacia Áltra, ésta se dejó empujar por el fuerte viento por más de medio kilómetro, riendo y gritando divertida mientras daba vueltas sin control, y no se estabilizó sino hasta que la gravedad empezó a atraerla peligrosamente hacia el suelo. Voló Yáke hacia ella después, su semblante complacido pero con cierta inquetud.
—¿Estás bien? —preguntó.
Áltra seguía flotando, y quitándose el pelo de la cara respondió:
—Sí, fue incluso más divertido que cuando éramos niños; ahora lo haces más lejos.
Después de andar un rato jugando así (aunque más bien era sólo Áltra la que se divertía), se sentaron a pocos metros de un arroyo a comer algo y platicar. Áltra notó que Yáke miraba fijamente el agua que bajaba fluyendo de la montaña.
—¿Qué estás pensando? —preguntó— Y no me digas que en nada porque tú siempre estás pensando en algo.
Yáke dudó por un momento, pero luego dijo:
—Hace unos días nos ocurrió algo extraño, se sintió como si lo hubiéramos soñado más bien. Estábamos con unos amigos de la escuela, Yúska, Séntsa, Kányu, Áte y Hínta, ¿los recuerdas?
—Sí, más o menos.
—Pues era como si nos hubiéramos juntado de nuevo después de tanto tiempo. Sínke y yo nos habíamos olvidado de que podíamos volar y de nuestra capacidad de mover el aire, y al mismo tiempo podíamos hacer otras cosas. Era un sueño un poco acalambrado; se sentía como cuando la sangre no te llega bien a los miembros, y te parece estar apretando un cilindro cubierto de largas púas que presionan la carne, pero no la penetran. Al final, nos pusimos a discutir sobre algo que parecía muy importante, no entendí bien qué, pues mis oídos estaban entumidos y sólo escuchaba ecos. Descubrimos de nuevo nuestra habilidad con el aire, y después de otra combinación de sonidos e imágenes que no te podría describir, nos despertamos. Sin embargo, ¿sabes qué es lo raro?
—¿Qué?
—En primer lugar, no estábamos donde recordábamos por última vez, y de hecho todos ellos se encontraban en nuestra casa, como en el sueño.
—¿En serio? ¿Y qué dijeron?
—Nada, sólo se mostraron confundidos, como cuando uno tiene amnesia, y se fueron de ahí. Pero hay algo aún más extraño.
Diciendo eso, se levantó y se acercó al arroyo.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Áltra.
—Dije que en ese supuesto sueño teníamos otras habilidades, ¿recuerdas? Cuando recuperamos el control, descubrimos que podíamos hacer esto.
Entonces acercó la mano derecha al agua, y una estela luminosa de ésta flotó lentamente hacia él, pegándosele a la piel. Áltra se levantó sorprendida y se le aproximó.
—¿Aquaquinesis?
Yáke continuó jugando con esos pedazos de agua que salían del río. Bajó sus manos y continuó moviendo el agua sólo con el pensamiento, describiendo trayectorias variadas en el aire.

***

Déla cree observar a Sínke a lo lejos desde el barandal del puente, al otro lado del lago; sólo ve parte de su perfil y el color de su pelo y su piel, voltea hacia su novio Délo y observa sus profundos ojos cafés.
—Ayer me llamó Hínta —dijo Délo—, quería que te preguntara si pensabas ir a la fiesta de su hermana, y que le dieras tu nuevo número.
—Ah, claro, iré a buscarla después.
—¿Qué pasa? Te oyes como si no quisieras.
—No, es que no la conozco de nada y no sé qué regalo llevarle.
—Pregúntale a Hínta. Mira, creo que ese que viene es Áte, tal vez él sepa.
La figura blancuzca de Áte sube al puente; sus facciones se dibujan un poco al acercarse. Su mano izquierda está cubierta por una venda.
—Oye, Áte —dijo Déla—, qué bueno que te veo, ¿sabes qué regalo podría darle a la hermana de Hínta?
—Bueno, Sínke va a regalarle un nuevo costal de boxeo; Séntsa, un vestido tradicional; Kányu, un videojuego; Yúska, quiere que sea sorpresa; Yáke, nada; y yo, un disco de una banda que sé que le gusta.
—¿Y Hínta?
—Dice que aún no lo sabe.
—Incluso siendo su hermana no lo sabe, qué sorpresa —dijo Délo.
—Yo te diría que no te inquietes —dijo Áte—, a veces conocer mucho a alguien hasta el punto de poder verle los ojos perjudica más de lo que ayuda.
—¿Eh? ¿Por qué? —preguntó Déla.
—Porque entonces se espera mucho de lo que puedas regalar; hay la presión de demostrar qué tan bien conoces a alguien, hacer que valga la pena que esa persona sea capaz de ver tus facciones nítidamente. En tu caso, como prácticamente no la conoces, no tienes que demostrar nada. Regálale lo que sea.
El día de la fiesta, las figuras blancas se reunieron en el dojo de la casa de Hínta y celebraron el cumpleaños de Húba. El regalo sorpresa de Yúska era una pintura a gran tamaño de la cabeza de Sínke pintada en el costal de boxeo que el gemelo le había regalado. La idea fue de Sínke para darle a Húba la satisfacción de poder golpearlo, dado que ella perdía cada vez que luchaban.
—No fue fácil pintarla —dijo Yúska—, tuve que hacerlo bajo la dirección de Yáke para que quedara tal cual él lo ve.
Eso hizo que todos se interesaran vivamente en la pintura.
—¿Así es cómo Yáke ve a su hermano?
—¿Sus ojos son anaranjados?
—No me gusta; dejar que todos puedan verte no es correcto.
Los invitados siguieron reflexionando un rato sobre esa manera novedosa de hacerse ver por los demás, y la fiesta prosiguió. Déla había traído como regalo unos panes de durazno.

***

Tirado en el suelo, entre los escombros, el mago Sínke clama a gritos el nombre de su hermano, el científico Yáke.
El dolor en todo su cuerpo le hace retorcerse a cada grito, pero no cede y continúa llamándolo. A veinte metros de ahí, Yáke mira al cielo desde el suelo, las heridas reteniéndolo, incapaz de moverse. No hace caso a los gritos de su hermano al principio, pero su insistencia se hace tan grande que finalmente cede.
—¿Qué quieres? —grita con voz sumida en dolor.
Sínke ríe en voz tan alta que Yáke lo escucha hasta en sus resquicios más dolorosos.
—Estúpido, mataste a todos, no sólo a mi gente sino también a la tuya.
Yáke intenta incorporar la cabeza.
—Fuimos los dos, idiota —grita—. Los dos hemos creado un empate.
—No, hermano, tú fuiste el que vino a atacarnos, sabías que podías matar a todos con ese último ataque, y aun así lo hiciste.
—¡Cállate! —Yáke deja caer la cabeza— ¿Qué más da ahora? Nos recuperaremos en poco tiempo, te irás con los tuyos y yo con los míos, y esto volverá a suceder.
—Sí, hermano, pero ¿por cuánto más?
—Hasta que decidas intentar salir conmigo de esta realidad.
Sínke rio, esta vez en voz baja, como si hubiera escuchado un chiste.
—Otra vez con lo mismo. Si tanto te quieres ir, vete tú sólo.
—No me iré sin ti.
—¿Por qué eres tan terco? —gritó Sínke con cólera— ¿No vez que no tiene caso intentar matarnos sólo para ver si lo del horizonte es verdad?
—Eres un mentiroso. En realidad sí quieres hacerlo, sólo tienes miedo.
—No intentes hablar por mí.
—Te conozco, hermano, sé perfectamente cuándo no eres honesto contigo mismo, y ahora no lo estás siendo.
Sínke se calló y respiró agitadamente.
—De todas formas es casi imposible matarnos —dijo pausadamente—, ya nos hemos quemado todas las células, sacado los cerebros, decapitado, e incluso ya sobrevivimos una explosión de rayos gamma en miniatura.
—Buscaremos la manera, aquí o allá afuera en el espacio.
Sínke cerró los ojos como si quisiera dormir, reía en tarareos y sentía su corazón relajarse.
—Hermano —dijo al fin—, deja al menos que esta guerra termine. Tengo curiosidad de saber si los magos o los científicos ganan. Después, haré lo que digas.
Yáke rio complacido.
—Muy bien —y tras un rato, continuó—: a decir verdad, yo también tengo curiosidad por saber cómo termina toda esta lucha.
Y los dos hermanos heridos continuaron un rato más en esa pequeña villa hecha ruinas, tan quemada que ninguno de los demás magos y científicos era ni siquiera polvo.

***

—Séntsa Fónet, tienes visita —dirá el guardia.
Séntsa será sacada de su celda y caminará custodiada por el mismo guardia obeso por el pabellón de las celdas de confinamiento solitario. Jorobada, pálida y demacrada por la inactividad, Séntsa se sentará frente a Yúska y tomará el teléfono.
—¡Carajo, te vez bien jodida! —dirá Yúska del otro lado, la voz opaca por el teléfono.
—¿Qué cojones quieres? —preguntará Séntsa.
—No me jodas, Séntsa, ¿que no puede una puta amiga venir a saludarte? ¿En qué huevadas te la has pasado todo este tiempo?
—¿Te parece que estoy tomando unas putas vacaciones? ¿Qué mierda quieres que haga aquí sino morirme de coraje por haber sido condenada por un crimen que ni siquiera recuerdo?
—Ninguno de nosotros recuerda bien qué carajo pasó en el tribunal —dirá Yúska disimulando su confusión con una alegre indiferencia—, pero bueno, ¿no te bastó con que Íma convenciera a su padre de bajarte un poco la sentencia, a petición de Yáke? Sé un poco más considerada, carajo.
—¡Sé considerara con tu puta madre!
—Bueno, bueno, hoy estás como una puta cabra, ni modos, regresaré otro día.
—Al menos contrabandéame algo la próxima vez, para matar el aburrimiento.
—Sí, por supuesto —Yúska reirá—, ya veré qué me cabe en el coño que te pueda entretener —se levantará y saldrá por la puerta.
El guardia obeso regresó a Séntsa a su celda, ésta se sentó en su litera y se entretuvo mirando una extraña mancha morada verdosa en una de las esquinas que ya estaba ahí cuando había llegado, inventándose historias acerca de su misterioso origen.

***

[Sonido de los metros en la estación, zapateos, puertas que se abren y cierran]
En el centro del andén, los siete que una vez fueron jínnyi dejan sus maletas en el suelo un momento, forman un círculo humano.
—Ya llegó el momento —dice Sínke, sonriendo con poca alegría.
—Hay que decir algo, ¿no? —dice Yúska imitando la sonrisa de Sínke.
Y todos esperan a ver quién se anima a hablar primero. Parece que Hínta va a hablar, por lo que Kányu espera, pero ella tampoco dijo nada. Kányu va a hablar cuando Séntsa lo interrumpe:
—Fueron unos estupendos años los que viví al lado de todos ustedes, sin importar qué.
—¡Habrá más años! —exclama Yúska, motivada por la resignación en la cara de Séntsa— Nos haremos videollamadas todo el tiempo y nos whatsappearemos a cada rato también; que no parezca que estamos lejos.
Séntsa sonríe conmovida, y continúa:
—Estudien duro y vivan mucho, y repórtenos cómo les ha ido por el chat.
Kányu empieza a aplaudir, pero se detiene al ver que los demás lo miran raro y se ríe de sí mismo.
—Bueno, yo quiero decir que… —la cabeza se le queda en blanco, piensa decir: “hagan lo que dijo Séntsa”, pero no quiere que lo último que escuchen de él cara a cara sean las palabras de otra persona. Finalmente dice—: No se olviden de poner en silencio el grupo de Whatsapp, no vaya a ser que alguno escriba un mensaje cuando alguien está en clase o en otro momento peor.
Todos, incluso Yáke, sonríen por ese consejo. No habían sido palabras muy memorables, pero eran parte del alma de Kányu.
Áte dice entonces:
—No vayan a llenar el chat con tonterías —y mira acusadoramente a Sínke y a Yúska, que fingen estar ofendidos con sendas sonrisas maliciosas—, y tampoco estén mucho tiempo sin escribir algo —y mira a Yáke y a Séntsa, que se ofenden de verdad.
Luego todos miran a Hínta, que tiene la misma apariencia que el primer día de clases, cuando se presentó ante todos, pero luego agarra valor y dice:
—También mandémonos fotos de las ciudades a las que vayamos, de las escuelas y de nuestros nuevos amigos.
Nadie responde nada, pero todos están de acuerdo.
Yúska da un pisotón, y exclama:
—¡Nos veremos en vacaciones y haremos fiestas con alcohol!
Séntsa no objeta; le sonríe mirándola como si Yúska fuera una niñita una vez más.
Sínke, emocionado y fingiendo sollozos, dice:
—Estarán siempre conmigo, estimados. Lamento haber pensado al principio que eran unos seres triviales, ficticios, que no eran más que algo que curiosear por un rato y olvidar.
No se conmovieron, pero tampoco se enojaron; incluso se vieron algo nostálgicos por aquellos días en los que apenas lo estaban conociendo.
Finalmente, todos presionaron con la mirada a Yáke, quien, tras dudar varios segundos, dijo apaciblemente:
—Adiós, amigos.
[Llega otro metro en otro de los andenes, baja y sube gente]
El círculo se rompe.
94
Al despertarse, se encuentran tumbados a los pies de la escalera. Sienten la punzante resaca del regreso a la realidad, el entumecimiento de los huesos y los músculos por volver a asimilar la física y química de ese universo. Las decenas de alter egos bullen silenciosamente en ellos; ya tienen la suficiente fuerza como para mantenerlas controladas debido a la costumbre.
—¿Ya estamos en la realidad, hermano? —preguntó Sínke.
—Estrictamente hablando, siempre se está en una realidad —dijo Yáke.
—¿Pero percibes en qué sendero estamos? —Sínke se puso de pie, habló con una mezcla de sorpresa y tristeza.
Los alter egos originales de esos cuerpos revelaron el aspecto más importante y desalentador de ese mundo: los gemelos habían decidido no unirse al jínnliù, tal y como siempre fue la posibilidad dada la terquedad de Yáke y la poca seriedad de Sínke en aquel tiempo. La estima que honestamente habían empezado a sentir por sus jínnyi no podía aplicar en ese mundo. Hasta que no volvieran a cambiar, esa será su nueva realidad.
Pero para la mente de los alter egos originales, la sorpresa será que en ellos cayeron versiones suyas que sí habían aceptado la amistad de esos seres, y no podrán comprender fácilmente las razones por las cuales aquello fue aceptado y desarrollado hasta el punto de llegar a quererlos.
Sabrán que ya no vale la pena perturbarse por eso. Decidirán que deben razonar en sus acciones en ese mundo hasta que algo los haga cambiar, y mientras tanto intentarán vivir ahí normalmente, quizás aplicando y practicando los conocimientos y habilidades que habían tomado de todos los alter egos que vivían en ellos.
Querrán salir para recorrer un poco el mundo y recordar tranquilamente a la orilla del mar, como le gustaba a uno de sus alter egos que ahora moraba en ellos, pero antes de abrir la puerta, el timbre sonó.
***
Te aproximas al monitor y lo enciendes. En frente de la reja se encuentran Yúska, Hínta, Áte, Séntsa y Kányu. Escuchas a Hínta decir: “Yáke, Sínke, ¿están ahí?”. Tu hermano piensa que es raro que estén buscándolos, puesto que la graduación había terminado y en ese mundo nunca congeniaron. Abres la reja y los ves dar un paso atrás por la sorpresa. Sales de la mansión, tu hermano te sigue. Los cinco jínnyi avanzan un poco bajo las sombras de los árboles, pero se detienen cuando los ven a ustedes acercarse.

***

Bueno, ¿y ahora qué? Hínta nos hizo venir hasta acá, pero ¿para qué?, ¿despedirnos, como lo propuso? No nos hemos hablado desde que comenzamos el instituto hace tres años, creo que yo nunca llegué a hablar con Yáke ni siquiera. Qué tontería, querer unirlos a nuestro jínnliù. Sínke aceptó, me acuerdo, pero cuando no pudo convencer a su hermano renunció. Yúska estaba decepcionada; Séntsa y yo estuvimos aliviados. Pero ya pasó hace mucho. Nadie dice nada ahora, sólo nos estamos mirando como idiotas. Bueno, Yáke parece asustado; Sínke está nervioso, ¿qué les sucede? Sé que es una sorpresa que vengamos, pero su cara me parece exagerada.

***

Décimo segundo de silencio
<Déjenos hablarles>
¿Qué van a decirles? Aquí no tenemos nada que ver con ellos.
<Al menos preguntémosles para qué vinieron>
Sínke
(Se despabila de su inquietud, intenta sacar la arrogancia que todos le conocen)
¡Ah, estimados! ¡Sorpresa más grata no podíais a nosotros ofrecido habernos!
Los cinco jínnyi
(Voltean hacia Hínta, la culpable de que estén todos ahí)
Séntsa
Sí, Hínta, ¿qué queríamos decirles?
El rostro de Hínta
(Duda y tiembla, los ojos miran el suelo mientras su cerebro busca la respuesta.)
Hínta

***

“El trece de junio, después de la graduación, irán a la mansión de los Grámt, tú y todos tus jínnyi”. Se repetía una y otra vez como un bucle. Esa idea, impuesta y sembrada después de… después de. Nadie notó nada; ella estuvo normal. Pero al día siguiente de la clausura, después de toda la alegría de la fiesta, los llamó. (¿Podemos encontrarnos en una hora?) (¿Para qué?) (Necesito que hagamos algo juntos) Y ninguno se negó, o al menos no expresaron su negativa con palabras, sino con gestos, con escepticismo. (Oye, ¿a dónde vamos?) (A la mansión de Yáke y Sínke) (¿Eh? ¿Y por qué?) (No hemos hablado con ellos desde aquella vez, ¿qué les vamos a decir?) (Aun así, fueron nuestros compañeros. No pudimos felicitarlos en la fiesta, al menos podríamos hacerlo y despedirnos antes de irnos, es posible que ellos también tengan planeado irse a otra ciudad para estudiar la universidad). Pero las razones dadas por Hínta no supusieron una respuesta satisfactoria.

***

¿Por qué de repente dijo que no lo sabía si en el camino había dicho claramente que era para despedirse?
Se preguntó si aquella idea en verdad había surgido de ella y por qué, pero en su introspección no encontró el momento en el que ella lo había pensado. No encontraba convincente para sí misma la excusa de la despedida.
¿Qué hicieron los gemelos al escuchar que no sabía?
No tuvieron tiempo de decir nada, porque Yúska se adelantó para hablar en lugar de Hínta.
¿Qué dijo?
Respondió, como un loro repitiendo palabras, el argumento del compañerismo que ameritaba una despedida razonable, dada la inevitable partida de todos para estudiar sus carreras a otras ciudades, como era la costumbre de muchos estudiantes.
¿Qué respondieron los gemelos cuando Yúska, que intentaba con una cínica desesperación terminar con ese ambiente incómodo, les preguntó a qué ciudad irían a estudiar o si permanecerían en Shórsta?
Los alter egos de ese mundo les dieron la respuesta: Nada. Planeaban recorrer el mundo de norte a sur, de oriente a occidente, en un eterno viaje en el que no les aguardaría futuro prometedor. Pero no contestaron con esas palabras.
¿Qué dijo Yáke en vez de eso?
Que se quedarían en Shórsta a estudiar literatura, como había sido el plan de otros alter egos que tenían.
¿De qué hablaron cuando los hicieron pasar al interior, mientras bebían agua en los vasos de plástico que no se rompían?
De su paso por el instituto Ítuyu, de las presidencias, de los clubes, de las materias, de los maestros, de las tareas, de los compañeros. Evocaron la nostalgia que florece en aquellos que ya no están obligados a continuar haciendo lo mismo aunque lo hayan detestado mientras sí tenían que hacerlo.
¿Todos participaron en la plática?
Sí, pero el sentimiento de perplejidad por esa convivencia nunca se desvaneció por completo de todos.

***

Contaría Séntsa años después, en su libro “Los gemelos que desaparecieron”, su versión de los hechos ocurridos previamente a la extraña desaparición de los hermanos Grámt:
“…al principio se veían algo inquietos; Sínke seguía hablando usando el estilo hiperbático del danzilmarés antiguo, y Yáke continuaba dando respuestas cortas, generalmente Sí y No. Sin embargo, cuando Kányu le preguntó si recordaba el día que les propusieron unirse a nuestro jínnliù, él contestó Un poco. El ambiente se calmó conforme hablábamos menos de nosotros y más de la escuela. Lamento ahora no haber prestado más atención a sus respuestas, pero en ese momento no podía dejar de preocuparme de lo que sucedería con nosotros cuando nos fuéramos a la universidad. Yo era la que iría hasta Híns, la ciudad más alejada de ellos, y me preocupaba si el jínnliù podría continuar bien si nos separábamos. Áte debió leer mi rostro porque me delató, reveló mi preocupación y la expuso como si no fuera algo importante. Me enojé, pero el decir eso provocó un cambio en los gemelos. Primero se incorporaron, como si una idea se les hubiera ocurrido de repente, luego titubearon como si no pudieran representar esa idea en palabras. Yáke palideció y Sínke se puso a hablar puras incoherencias con respecto a la amistad y el concepto del jínnliù. Era evidente que algo les asustaba, como si estuvieran acordándose de algo triste. Sin embargo esas reacciones apenas duraron un minuto, luego se mostraron tranquilos. Me recordaron a cuando uno siente un alivio repentino y total después de horas de sufrimiento. En ese momento me hubiera gustado saber qué les sucedía. Fue tan sorprendente que yo no fui la única en preguntarles si se sentían mal. Pero no tuvieron tiempo de contestar porque, para susto de todos, una persona entró en la sala. Era Kúsat, un joven de nuestra edad, de cabello muy corto y bastante robusto; su rostro tenía el pacifismo y la sabiduría de un santo, sus facciones eran lentas, su voz era dulce, muy articulada y segura. Él había sido compañero nuestro en el instituto Ítuyu y el único que se juntaba con los gemelos. Sínke decía que era un primo, aunque nunca oí que Kúsat o nadie más lo confirmara. Ese es el sujeto por el cual los gemelos Yáke y Sínke desaparecieron de este mundo desde ese día…”

***

Kúsat: (entra a la sala) Hola, gemelitos… ¿ya están listos para irnos?
Yáska: Ho… hola, Kúsat.
Kúsat: Me alegra ver que vinieron, (a Hínta) no te dio trabajo convencerlos, ¿verdad?
Áte: ¿Convencernos?
Kúsat: De venir a este lugar en esta fecha (se les aproxima). Al día siguiente de la graduación del instituto Ítuyu, Hínta los llevará a la mansión de los gemelos Yáke y Sínke.
Hínta: (parece recordar algo) Siento algo raro…
Kúsat: Tranquila, Hínta, no tienes que alarmarte, ni ninguno de ustedes. Sólo vine por los gemelos. Vayámonos, ya tuvieron tiempo suficiente para añoranzas y despedidas.
Yáke: (levantándose) ¿Ir a dónde?
Un alter ego de Sínke: Esperen, ¿quién es éste?
Kúsat: El resto de sus alter egos ya tendrán tiempo de acostumbrarse, pero por ahora vámonos.
Sínke: (sospechoso) ¿Cómo que nuestros alter egos?
Un alter ego de Yáke: ¿Sabe acaso de nuestros viajes?
Kúsat: Sí, sé de ellos. Sé que ahora mismo hay muchos de ustedes en el mismo cuerpo, cada uno con diferentes recuerdos, emociones, experiencias y habilidades. De hecho ya son suficientes. Debemos pararlo antes de que sean demasiados. Vamos, vengan conmigo.

***

Recuerdo que los gemelos lo siguieron como las ratas al flautista de ese cuento, pero sólo los llevó hasta el jardín delantero, avanzaron un poco y se detuvieron a la mitad del camino. No entiendo muy bien por qué nos animamos a seguirlos, tal vez porque en un momento dijo que él había sembrado en Hínta la orden de llevarnos ahí ese día. Nos empezó a dar un poco de miedo. Áte supuso que todo era una broma por las cosas raras que decía Kúsat en el camino. Decía que había muchos otros seres en las mentes de los gemelos, y algo de que unos viajes que habían hecho a otros universos se debían a la naturaleza con la que habían nacido. Todo sonaba muy de ciencia ficción. Pese a todo, me sentí emocionado, y creo que Yúska se sintió igual, aunque los otros desconfiaban y temían. Los gemelos también se veían desconfiados; parecían creerle y no creerle al mismo tiempo, lo observaban tanto como a un conocido como a un extraño. Cuando nos detuvimos, Séntsa se apresuró a decir que ya teníamos que irnos, pero Kúsat nos pidió que nos quedáramos un poco más.

***

Mientras caminaban, había recuerdos extraños aflorando en los gemelos. Recuerdos contradictorios a pesar de que estaban seguros de que se trataba de eventos vividos en el mismo mundo, por los mismos alter egos. Se veían entrenando en los acantilados con el maestro Gyéo, Kúsat acompañándolos; pero en otros, él no estaba. ¿Quién era ese tipo? El maestro Gyéo había llegado con un niño de su edad pocos días después de quedar a su cuidado. Él es Kúsat, había dicho, es un niño particular, un capricho de la naturaleza de este mundo, entenderán de lo que hablamos. Y ese niño también levantaba piedras pesadas, resistía grandes caídas, y aprendía de todo con sólo leer una vez, pero no sentía el horizonte ni se sentía ajeno a esa realidad. Algo hacía difuminar esos recuerdos; la imagen de Kúsat y sus diálogos se borraban y quedaba vacío y silencio.

***

Lo que sucede, dijo Kúsat, es que han descubierto que he estado influenciando sus memorias a fin de poder convivir con ustedes con mayor facilidad. Entonces, dijo Yáke, esos recuerdos con el maestro Gyéo, ¿no ocurrieron? Y Kúsat respondió: oh, sí ocurrieron, porque yo me incluí en ellos. ¿Por qué?, preguntó Sínke. Se detuvieron a la mitad del camino entre la mansión y la reja de la entrada. Cuando rechazaron unirse al jínnliù, eso nos preocupó un poco. Me propuse para hacerles compañía, para no permitir que el encierro en la interioridad de Yáke fuera absoluto, ni que la falta de seriedad de Sínke le hiciera pasar todo por alto. En otras realidades, en las que sí se unieron al jínnliù, sus jínnyi fueron mucho más efectivos para activar sus viajes. ¿Activar nuestros viajes?, preguntó Yáke. Ni siquiera nosotros estamos seguros al cien por ciento de qué los podría activar, dijo Kúsat, en algunos mundos parece ser la alteridad, la falta de ella o el deseo de tenerla; en otros, las emociones; en otros, el simple deseo de irse, o una mezcla de todo eso; pero en todo caso, aún no está controlada por su voluntad. Ya tendrán tiempo para enterarse de todo, pero por ahora ya tenemos que irnos. Los gemelos se dieron cuenta de que los jínnyi aún los escuchaban, tenían un rostro de incredulidad similar al de los jínnyi de otras realidades cuando habían viajado por primera vez. En esas circunstancias, era lógico tener muchas preguntas, pero muchas de ellas fueron obviadas porque la conversación de Kúsat revelaba implícitamente las respuestas, salvo por una. Quiero hacer una última pregunta antes de irnos, dijo Sínke, ¿qué somos mi hermano y yo? Kúsat no se inmutó, pero su sonrisa bajó levemente hasta ser algo que recordaba a un sentimiento de lástima. Ustedes ahora son todo lo que son, valga la tautología, pero su esencia principal será mejor que la vivan en lugar de que yo se las explique, mas no esperen un gran destino, gemelos, no esperen ni la gloria ni la desgracia, no esperen nada del mundo al que vamos, no esperen de él un hogar.

***

Me sentí como una tonta por haberme emocionado tanto cuando Hínta me dijo que Sínke había aceptado qué pasó cómo que no aceptó Yáke y él me dijo que lo había intentado todo pero que si él no se unía él tampoco lo haría y se fue y no volvimos a hablar me sentí mal pero se me pasó como siempre sucede siempre encuentro la manera de que los reveses no me entristezcan por mucho y no tenía por qué hacerlo en esa ocasión aunque seguimos viéndolos y nada más a veces se iban con Kúsat y platicaban y platicaban y nunca nos enterábamos pero esa curiosidad sólo afectó un momento porque seguimos con la vida normal obvio el centro de nuestra atención no van a ser siempre los gemelos aunque sean lo único verdaderamente intrigante que me haya encontrado en mi vida y ahora que universos paralelos y alter egos confunde aún más que las clases de álgebra o chino pero en realidad esto me emociona quiere decir que estuve en lo cierto cuando pensaba que había algo de irreal en los gemelos algo en la forma en la que hablaban miraban articulaban la voz o se movían que simplemente me parecía diferente a la de los demás y bromeé conmigo misma diciendo que tal vez fueran de otro mundo y ahora resulta que puede ser verdad hubiéramos todos juntos quizás bajo nuestras palmeras en nuestra parte del lago cuántas cosas habríamos aprendido de ellos cuántas cosas habríamos podido vivir con ellos si Yáke hubiera dicho que sí hubiera querido saber lo que pasaba dentro de ellos el porqué de su extrañeza poco a poco tal vez durante los periodos de exámenes en los que habríamos pasado horas estudiando y perdiendo el tiempo en nuestras casas y en esta gran mansión y nos habríamos quedado a dormir quizás habríamos recorrido juntos el desierto cuando fuimos a esa excursión con todo el grupo y a las antiguas ciudades las ruinas fueron conservadas para nuestro deleite y en bien de nuestra historia y en medio de ellas en medio de esas pirámides por donde la luz del sol hace fantasmas durante el amanecer y antes de anochecer los habríamos visto meditar alejados de nosotros mirando nada en sus cabezas llenos de pensamientos misteriosos como siempre los vimos…

***

Y en ese momento, durante los últimos minutos en que los gemelos y yo permanecimos en aquella realidad, ocurrió un cambio en el ambiente muy similar al que ya habían sentido los gemelos en otros universos: el espacio contrayéndose imperceptiblemente, la sensación de encogimiento y mareo, el efecto de que membranas invisibles los rodearan. Los jínnyi sólo notaron que los gemelos parecían debilitarse. Kúsat estaba calmado como una estatua, y entonces comenzó a cambiar: su cuerpo creció un poco, su cabello aumentó, su cabeza se ovaló y su piel se volvió un poco más morena. Vieron todos con asombro que Kúsat ahora era un adulto de unos xxx años, sereno e imponente como un profeta, humilde como el siervo de un dios.
—No les diré que los voy a llevar a su realidad, gemelos, porque la realidad es la suma de sus experiencias, sus recuerdos y características, no el mundo en el que estén actualmente o en el que comenzaron a existir. Yo sólo voy a llevarlos de vuelta a éste último. Su realidad la llevarán siempre con ustedes.
Hubo otro cambio: el mundo a su alrededor comenzaba a desvanecerse en la oscuridad, el sonido del mundo también descendía hasta morir. Desde el punto de vista de los jínnyi, eran los tres los que se difuminaban lentamente como flamas hasta el punto en que su transparencia casi se tornaba en invisibilidad y su carne se volvía incorpórea; podían ver los árboles y el muro a través de ellos; algunas hojas, sopladas por el viento, pasaban a través de sus cuerpos sin encontrar resistencia.
El horizonte se sentía a centímetros de los gemelos, y aun así se acercaba a una velocidad vertiginosa; quería llegar a ellos con desesperación, como alguna vez los gemelos también habían deseado acercarse a él.
Los gemelos observaron a los cinco jínnyi una última vez. Recordaron cuando los habían visto morir en el universo de la bomba y pensaron que las situaciones estaban invertidas, ya que para los cinco sería como si murieran. Pero esos jínnyi no llorarán su partida, sino que se quedará todo como un extraño recuerdo para el resto de sus vidas, pues ese mundo no lo habían compartido juntos. Pensando en ello, Sínke les mostró su habitual sonrisa irreverente, y sin embargo tan llena de afecto, para luego despedirse ondeándoles la mano. Yáke sólo volvió a apartarles la mirada y pensó en el adiós con una sonrisa casi horizontal, sabiendo que si tuviera la oportunidad, los buscaría de nuevo.
Unos segundos después, los tres habían desaparecido por completo. Sus últimas imágenes transparentes se habían desvanecido como el fuego de una vela apagada por una fuerte ventisca.

***

En otro universo paralelo, los gemelos que han vivido en todas estas realidades llegarán al mundo que los había visto nacer.


Fin


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Gracias por leer hasta el final. Por favor apoyen al proyecto ParalefikZland para tener más ficciones como ésta.


          

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