Estaciones: Invierno II

                                                                                                 

Descansando en las aguas termales.


Nos acercamos a un pequeño cuerpo de agua que yacía en la ladera de la montaña. El agua seguía congelada alrededor de esa poza, pero ahí dentro todavía estaba líquida y emitía un suave vapor cuyo calor me acarició incluso a la distancia. Al llegar junto a ella pude ver cómo el agua del interior parecía moverse como intentando salirse de su lecho. Explicó mi guía:
“Aunque no lo podamos ver, debajo de esta sección de la montaña hay fuego, muy allá en lo profundo de la tierra, pero su influencia llega hasta este lago, manteniéndolo cálido y burbujeante. Ven, mete la mano; el agua es agradable y no quema.”
La sentí en mi piel. Era muy diferente al agua fría del océano, del huracán y de las ventiscas. La removí con ambas manos para ver cómo se movía y me llevé un poco a la boca para probarla. Mi guía se metió en la poza y se sentó con la espalda recostada en la orilla. Lo imité y el agua me cubrió hasta el cuello.
Durante todo ese tiempo, el agua fría no había dejado de caer, pero tuve la sensación de que al estar más cerca de la poza perdía su solidez hasta ser prácticamente una lluvia apacible. En mi cabeza podía sentir las pequeñas gotas gélidas que contrastaban con el calor placentero que envolvía mi cuerpo. Como hasta ese momento sólo conocía el agua fría, me pareció como si le hubiera pedido prestado un poco de su calor al desierto o a la estrella del cielo, la cual por cierto todavía estaba bastante oculta por las nubes grises, pero era tan agradable adentro del agua que no extrañé sus rayos.
Por mi mente volvió a pasar lo que había dicho mi guía sobre el fuego oculto debajo de la tierra, y sin poder evitarlo sumergí mi cabeza, pero el agua estaba turbia y apenas podía ver el fondo que tocaba mi cuerpo. Me decepcioné, pues tenía la expectativa de poder ver aunque sea un poco de ese fuego ahí debajo.
Cuando saqué la cabeza volví a exponerla a las gotas heladas, y mi guía me dijo:
“El fuego del que te hablo está mucho más abajo. Este planeta es en esencia una bola de fuego líquido rodeada de roca y adornada con agua y tierra. El movimiento de su interior altera la forma del exterior; todos los lugares que hemos visitado hace mucho tiempo no estaban ahí, incluso estas montañas. Y en el futuro sin duda volverán a moverse para crear otros lugares nuevos.”
Eso me sorprendió, pues no me podía imaginar que en algún momento los bosques, el desierto, el mar, el páramo y las montañas se pudieran mover de su lugar o incluso transformarse en otras cosas. Le pregunté a mi guía si eso significaba que un día esta poza de agua agradable iba a desaparecer, y contestó:
“Es muy posible que sí. Algún día, el movimiento de la tierra podría hacer que el fuego de sus entrañas se mueva hacia la superficie y termine saliendo. Esta poza de agua un día podría transformarse en un lago de fuego si la tierra la presiona lo suficiente, y no sólo la poza sino toda la región montañosa se volverá miles de veces más caliente que el desierto.”
Eso me entristeció, pues si bien no me había sentido muy cómodo en el frío, tampoco le deseaba la extinción o que fuera remplazado por más calor. Como leyendo mis pensamientos una vez más, dijo mi guía:
“Todo el planeta será consumido un día por el calor. Nuestra estrella tampoco es eterna; a su tiempo también habrá de morir, y antes de hacerlo aumentará tanto de tamaño que consumirá este planeta, y ya nada más podrá vivir en él.”
Eso me alteró. Me horrorizó la idea de que todo cuanto había atestiguado iba a desaparecer sin poder evitarlo. No habrían más de esas criaturas, no más hojas, no más agua, no más desiertos, bosques, ventiscas, huracanes ni arena. ¿Serían olvidados para siempre entonces? Cuando las criaturas fueran conscientes de ese destino, ¿perderán la esperanza de luchar por el futuro?, ¿se rendirán y se dejarán morir?
Mi guía respondió:
“A menos que alguno de ellos encuentre la manera de escapar de este planeta antes de que eso suceda, quizá sí estén destinados a desaparecer. Pero no te entristezcas; todavía tienen mucho tiempo para crear un legado que les sobreviva.”
Le pregunté entonces qué pasaría con él y con los demás espíritus. Me contestó:
“No sé qué será de nosotros. En lo personal, me gustaría recorrer el resto del universo, visitar otros planetas con vida o incluso otros universos, ser un viajero como tú. Así podría compartir las experiencias de mi realidad mientras experimento otras.”
Le deseé que, llegado el momento, encontrara un guía tan bueno como él lo fue, a lo que me sonrió dulcemente.
La tarde fue dándole lugar a la noche y seguíamos en el agua. El frío y la lluvia aumentó tanto afuera de ella que prácticamente pasé el resto de la noche con la cabeza sumergida. Y como la lluvia no se detenía, pensé que en cualquier momento se iba a desbordar el agua de la poza, pero eso no ocurrió, sino que sólo se volvió un poco más templada.
Sabía que no me quedaba mucho tiempo en ese mundo, y me sentí feliz de que una de mis últimas experiencias fuera atestiguar con mi cuerpo esa curiosa dualidad entre el frío y el calor, y recordé a las criaturas que tenían que vivir rodeadas de uno o del otro.
Por última vez me quedé dormido, arrullado por el sonido de las gruesas gotas heladas que caían sobre el agua cálida y burbujeante.


          



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Comentarios

  1. Grata lectura de esta narración. Transmite la placidez del narrador. Felicitaciones.

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