Codex Buranus 6: Floret Silva Nobilis



El noble bosque florece.



 III. Auf dem Anger


Tanz

Sigue brillando fuerte el sol sobre Ítumi, donde cada estudiante se había dividido en un lado angelical, más diligente que nunca y fervoroso con sus haceres escolares, y uno demoníaco, lleno de pensamientos impuros, regocijándose en sus perversa maquinación para experimentar los placeres prometidos. Ambas mitades se balanceaban armónicamente sin obstruirse la una a la otra. Más se había vuelto un baile de máscaras de actores que sólo bailaban por dentro.
Pero el coqueteo aumentaba, más cínico y lascivo que nunca, a fin de avivar las llamas localizando a potenciales parejas futuras. Eran las ninfas llamativas y dulces como flautas al aire; los faunos, firmes timbales de ritmos atrayentes.
Lo secreto de esta danza peligraba con rebelarse entre más se aproximaran los faunos y las ninfas. Las miradas lascivas y evaluativas pronto se volvieron roces peligrosos, ora en las suaves manos, en las gruesas piernas, en los finos cabellos, en las potentes barbillas. Sentados, de pie o caminando, las manos hacían los intentos de aventurarse ahí donde elegía el ojo. No hicieron nada la Venus ni el Paris de la escuela para evitar ni las manos ni los ojos, pues como organizadores se sabían ahora propiedad de los demás. ¿Hubo acaso alguna ninfa o fauno que no sintió el calor de tocar o de hacerse tocar, como si con ello degustara de pequeños anticipos de lo que prometía ser la recompensa a sus años de resignación?

Floret Silva Nobilis

Ya nada detiene el florecimiento de este noble bosque, piensa Méyu, que todo lo contempla desde su soledad, y sólo florece más y más, y todos se han vuelto como flores en la primavera, flores y hojas que crecen y el viento hace volar, muertas de emoción. Pero para Méyu es poca la alegría por el recuerdo de su viejo amante. ¿Dónde estarás ahora, aún hermoso y tierno, aún robusto y enérgico? Pero sólo sus imágenes quedan, imágenes en que la abraza, la besa, y se desvanece, entre las sombras, hacia otros mundos. Ya se ha ido. Y por eso no es alegría lo que le producen las promesas del verano, ¿quién la amará sino aquel que ya se fue?
Que no se olvidan los contactos que tanta sangre hicieron fluir.
Que no se olvida el ardor de los músculos al trepar sobre los árboles.
Que no se olvida el sonido de las ramas sacudiéndose.
Que no se olvida la visión de las ropas cuando caen sobre las raíces.
Pero sobre todo, que no se olvida ese suspiro, casi grito, al saber que ya se ha ido, absorbido hacia otra realidad.
Pero se levanta de repente, los ojos bien puestos en aquel nuevo bosque floreciente, y que sabe seguirá floreciendo por doquier esté ella o no. Camina hacia el lago y se siente tentada a dejarse la cara roja intentando sacudirse a su viejo amante y dejar de añorarlo. Y observa las manos y los cuerpos que estos intentan tocar, y escucha los tenues suspiros, inaudibles para todo el que estuviera fuera de la ley del verano, y se avergüenza y piensa que en este nuevo bosque lo que abundan son las hojas, y en dándose cuenta de una de ellas siente atracción su ojo y energía su mano. Se parece en algo a él, su viejo amante, en sus cabellos y en sus hombros, pero esta hoja sólo le sonríe, y en esa flor siente también el magnetismo de la belleza. Pero Méyu es más rápida, y, queriendo romper la hipocresía del juego de máscaras, es la primera que, a la vista de todos, se la quita casi del todo. Tomó la hoja en sus manos no sólo como un roce, sino como una posesión, un reclamo, una certeza de que siempre perteneció a sus manos, y pese a la brevedad de ese momento sin máscara logra ser captada por decenas de ojos y corazones con sangre hirviendo, y es despedida con mezclas de suspiros, halagos y vergüenza por cobardía propia. Aquella hoja ahora se siente marcada.
Y Méyu se va de ahí, tan rápido y sin mirar atrás como su viejo amante, que a pesar de estar tan lejos no acaba de irse del todo. ¿Ahora quién la amará?
Y vuelve ese suspiro, casi grito, por el viejo amante que ha cambiado de realidad.

          


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