Entes 1: Tres cuentos





Tres cuentos sobre las repercuciones de viajar entre las realidades. 



Ante Yelái y Áigen aparecieron un día tres cuentos anónimos.

El primero:

El hombre salió finalmente de la caverna y contempló en el exterior colores y formas que lo dejaron suspirando, igual a un afortunado que, creyendo su inevitable ahogamiento en el mar, es salvado por una mano amiga y sacado a la superficie. Corrió a lo largo y ancho de todo cuanto sus ojos veían, que era nuevo y de colores que nunca habría podido adivinar solamente viendo las sombras reflejadas en la pared de su caverna. La gente ignoraba sus andanzas erráticas, como las de un niño, pues el cansancio de la costumbre les hacía pensar: “Otro más que sale de la caverna”, y sólo esperaban que el nuevo hombre libre se diera cuenta, tarde o temprano, de que aquel mundo real no se trataba más que de otra caverna dentro de otra caverna. Tuvieron que pasar decenas de años antes de que el hombre libre, después de haber recorrido toda la esfera y haber aprendido todo cuanto había por saber, finalmente advirtió que aquel nuevo mundo se había vuelto tan pequeño en su mente, como el niño al crecer siente que le queda más apretada la ropa, que su alma volvió a sentirse encerrada en una caverna, y al alzar la cabeza le pareció que el brillo de las estrellas y la magnitud de los planetas se habían vuelto nuevas sombras, que con sus dilataciones se mofaban de él y de los límites de su libertad, como lo habían hecho las sombras en la pared de su caverna. Eventualmente consiguió desprenderse de la naturaleza limitante que le obligaba a mantener los pies en la tierra, y de ese modo salió de esa nueva caverna y exploró, con mayor devoción y parafernalia, los confines de ese vasto espacio durante millones de años. Durante ese tiempo, fue huésped en planetas cuyas formas de vida ampliaban su percepción de la realidad, proveyéndola de tantos bastos senderos que recorrer que por un tiempo su espíritu permaneció calmado. Pero cuando ya no tuvo más que saber ni experimentar, la caverna volvió a caer sobre él, y el universo le quedó tan chico que podía viajar de un confín al otro como el fotón que da un pequeño paseo a través de un átomo. Entonces volteó los ojos hacia las ficciones; aquello que no es se volvió la nueva sombra, y en su desesperación al sentirse encerrado vio a las ficciones como una rana hipnotizada por la cola embustera de una serpiente. Para volver a salir de la cueva tenía que volver a perder sus naturalezas limitantes, para ampliar la grandeza de su alma debía enfrentarse directamente con aquello que no es. Entonces se volvió un viajero y recorrió todas las variables de la historia que pudieron haber sido diferentes. No cabría en este relato el número exacto de años que pasó viajando entre los confines infinitos del multiverso. Mas volviose a sentir encerrado y volteó hacia aquellas ficciones que se habían producido por las bifurcaciones de aquel evento que dio a luz a su universo. Así se liberó de más naturaleza y penetró en el ultraverso, cuyos infinitos multiversos pronto lo volvieron a constreñir hasta sentirse prisionero. Luego entró al hiperverso, o los mundos creados a partir de otros infinitos orígenes, y nadó libremente entre todos sus ultraversos. Para este momento ya sabía que su historia se repetiría tarde o temprano, después de unas cuantas eternidades. Era el momento de entrar a aquella existencia que contenía a las existencias que se bifurcaban de manera diferente a la suya; entre cualquier número entre uno e infinito. Llegó así a los megaversos y recorrió sus diferentes hiperversos, o mundos posibles, como alguna vez fueron llamados. Cuando al fin se hartó del megaverso, intentó salir de esa caverna hacia un nuevo exterior llamado omniverso, que contiene todos los tipos posibles de megaversos. Nuevamente lo conoció todo, y volteó la mirada hacia el Zland, o el punto que lo contiene “todo”, el reino de las magnitudes, cuya naturaleza exacta es oscura y donde finalmente se rompe el ciclo que hasta ahora se ha cumplido, para cambiar a una lógica que trivializa todos los esfuerzos y vuelve toda sabiduría en tontería. Mas el acceso a este nivel de la realidad no le fue permitido; su naturaleza aún no estaba lo suficientemente libre. Cansado, regresó a su mundo original, aquel de donde había salido de una caverna pensando que fuera de ella descubriría la verdad, que siempre se escapaba, que inútilmente había tenido que perseguir brincando de caverna en caverna a través de toda la realidad conocida. Al verlo, sus compañeros de mundo abandonaron su apatía y hablaron con el hombre libre con gran amor fraternal, diciéndole: “ahora que has vivido que no existe el afuera de la caverna, como nosotros lo hicimos también, te toca a ti decidir en qué caverna existirá tu consciencia. Pero entre más cavernas elijas para existir, más trivial serás”.

El segundo:

Ella vivía en una pequeña burbuja; ahí no había nada que ella no supiera, nada que no pudiera, ni nada que no hiciera. Luego se cansó; hastiose e irritose de la limitación de su burbuja y decidió salir. Exploró y aprendió, entró en contacto con otros seres igualmente aislados en sus burbujas, y creció y se perfeccionó. Pero no había salido de su burbuja, sino que ésta se iba expandiendo, inflándose como un globo con agua, y eso la molestó y trató con todas sus fuerzas de romper su burbuja adquiriendo experiencias, habilidades, conocimientos, con la esperanza de que su crecimiento punzara la burbuja como una lanza y la reventase. Pero la burbuja no explotaba. Buscó romper la burbuja en el engrandecimiento de su alma, en el crecer de su empatía y humanidad, pero la burbuja se resistía. Siguió expandiendo su burbuja hasta que ésta alcanzó los confines de la realidad misma; se dijo que para salir de la burbuja era preciso escapar de la realidad. Pero cuando pudo por fin hacer esto último, la burbuja la acompañó. La burbuja la persiguió como un cazador mientras ella viajaba y se expandía entre todos los confines imaginables e inimaginables de la existencia, pero al llegar al Zland, ya no pudo expandir su burbuja para que le permitiera continuar; quedó definitivamente atrapada en aquella enorme burbuja que abarca todo lo que le era permitido explorar. Cansada, regresó a su primer hogar y recostose a descansar. Sentíase tan chiquita en su habitación, aunque los confines de su burbuja estaban a una distancia casi infinita. ¿Qué había cambiado? Ahora sabía mucho, había experimentado tanto, tenía conocimientos tan vastos, ¿y todo ello para qué?, se dijo, para que al final me sienta igual que al principio, al fin y al cabo no hay un afuera de la burbuja, aun si salgo del Zland la burbuja sólo se hará más grande. Recordó cuando de niña le decían “ahora estás pequeña y habitas en una burbuja, cuando entres a los estudios superiores de enfrentarás a la realidad”, y cuando llegó aquel momento, le dijeron “ahora estás pequeña y habitas en una burbuja, cuando entres al mundo del trabajo te enfrentarás a la realidad”, pero cuando entró al mundo del trabajo no hubo nadie para decirle “ahora estás pequeña y habitas en una burbuja, pero cuando entres al siguiente nivel de la vida te enfrentarás a la realidad”. Pero nunca sería posible enfrentarse a la verdadera realidad porque nunca se puede salir de la burbuja. ¿O sí se podría enfrentar a la realidad desde adentro de la burbuja?, esta idea le hizo ponerse de pie y mirar por la ventana, si la realdad es como un enemigo que combatir, ¿es posible combatirla desde dentro?, si hay partes de la realidad que son nuestras aliadas, ¿no podríamos usarlas para combatir lo que no sea aliado? Pensó que había encontrado la respuesta, no en su deseo de romper la burbuja, sino en la consciencia de que no podría hacerlo hasta no rebelarse contra la realidad. Sí, ella decidió vivir la realidad normalmente, pero siempre conspirando contra ella tras cada pestañeo. ¿Cuándo daría el golpe? Necesitaba primero deshacerse de todo aquello que había adquirido de la realidad hasta volverse nada. Así sería; ella se volvería como la nada misma; un estado en el que la realidad no tendría poder, pensó, y una vez llegada ahí podría finalmente salir de la burbuja. ¿Pero a qué costo?, a costo de la inutilidad.

El tercero:

Viví una vez en una zona a la que llamaron Confort. Todos me decían que era un mal lugar para vivir, que la grandeza estaba afuera, que mi ser iba a ponerse escuálido y torpe si no huía de ahí inmediatamente. Integré esos consejos en mi corazón y de inmediato dejé de sentirme en confort en la zona de Confort. Agarré un asco tan grande a todo lo relacionado al confort que por miles de años me impregné de todo lo que pudiera proporcionarme disconfort; no hubo opinión que no escuchara, no hubo argumento que no atendiera, no hubo variante alguna en el pensamiento humano que no conociera, y me centré tanto en esta tarea que no notaba que, minuto a minuto, este nuevo estado comenzaba a constituir una nueva zona de confort. Me di cuenta un día que llegué a un universo en el que nadie discutía, no había intercambio de ideas, no había argumentos y no había más que una colectividad que compartía siempre un mismo estado de ser. Enseguida sentí temblor en mis huesos y en mi mente. Entonces supe que había salido sin notarlo de una zona de confort en la cual no sabía que me encontraba. Lo peor era que aquella nueva zona de disconfort era igual a mi primera zona de confort, y la idea de que todo se había vuelto al revés me enloqueció. Tardé mucho tiempo en cavilar lo que debía hacer; me debatía entre explorar esa torcida zona de disconfort y volver a lo que era antes, o ignorarla y seguir en mi zona de confort. Opté por una tercera opción, a la cual llegué después de concluir que había sido absurdo pretender huir del confort como si fuera un sofisma: iba a buscar mi zona de confort a través de la exploración de la zona de disconfort, o más bien iba a intentar crear mi propia zona de confort usando como material todo aquello que pueda sacar de toda la zona de disconfort. Intentar, claro, pero nunca realizarla, nunca concretarla. Con esa nueva mentalidad continué mi travesía. Ahora integraba todo aquello que me sirviera, todo aquel pensamiento que considerara respetable lo hacía uno conmigo y desechaba el resto, toda opinión era recibida, pero no por eso rebatida con menos pasión, todo eso con tal de estar seguro de que me iba construyendo con lo que más pudiera ser aprovechable. Desapareció de mi mente el concepto de respeto, de tolerancia y de seguridad. Aprendí en mi viaje que no era posible que todo pueda ser respetado, tolerado o seguro. Y por eso me hice de enemigos, muchos de los cuales eran los mismos que originalmente me dijeron que abandonara la zona de confort, y se enojaron y me dijeron: “¿qué te hemos hecho para que seas tan insensible ante nuestros seres, por qué tratas nuestros argumentos sin ningún tipo de misericordia, por qué te empeñas en tocar nuestras llagas con tu dedo impúdico? ¿No te amargan el corazón nuestras lágrimas?” “Sí, vive y deja vivir”, me gritaban, “cree y deja creer”, “respeta el derecho a la irracionalidad”. Y yo, como bien me conocen, contesté: “Amigos, fuisteis vosotros los que me dijisteis que saliera de la zona de confort, y os hice caso, y tiempo después me di cuenta de que lo que antes había sido mi zona de confort se había vuelto una zona de disconfort, y ahora pienso que es preciso buscar una zona de confort personal usando los materiales de la zona de disconfort, pero ¿cómo saber con qué materiales construir, no es menester para eso el ser lo más estrictos posible en la evaluación y enfrentamiento de las opiniones?, os digo que el salir de la zona de confort implica necesariamente la muerte del respeto, porque en el momento en que respetamos promovemos una zona de confort”, a lo que me contestaron: “miren como se contradice, pues dice que quiere crear una zona de confort para él, pero se queja de aquello que puede crear una zona de confort”, y les dije: “no hay contradicción, amigos, pues claramente os he dicho que hay que buscar la zona de confort, mas no que haya que encontrarla: la zona de confort debe ser un proyecto, nunca un hecho, un proceso continuo de perfección, es por eso que este proyecto requiere no respetar, no tolerar, no tener seguridad, abrazar el conflicto en sus más inhumanas facciones, asesinar lo sagrado y pisotear sus restos, y en mi mundo, amigos, no hay sentimiento, creencia, prejuicio o convicción que no pueda ser manoseado, pisoteado, escudriñado con las manos hasta sacar todas sus más profundas vergüenzas. Tal es la conclusión a la que he llegado desde que salí de mi zona de confort”.

***

Comentario de Yelái y Áigen.

Áigen: Ja, ja, ja, ¿ya viste qué parafernalia es ésta?
Yelái: No le hagas tanto caso a la presentación, tonto; valora el esfuerzo, si es que lo hubo.
Áigen: No me jodas, Yelái; la presentación lo es todo; el formato determina el valor intrínseco de las cosas.
Yelái: ¿Qué problema tienes con el formato de estos cuentos? ¿Es porque están escritos? No pongas esa cara de estúpido y respóndeme.
Áigen: Pues sí; la escritura ya ha pasado de moda, y la lectura le ha seguido.
Yelái: ¿Te parece inútil entonces?
Áigen: Insignificante como el propósito de nuestros esfuerzos.
Yelái: Entonces vamos a un universo donde sí sea significativo.
Áigen: Bueno.

***

Áigen: Tras muchas penurias, al fin llegamos a un universo donde estos cuentos son significativos.
Yelái: ¿Ya puedes ver la monumentalidad de las premisas y mensajes que se quieren dar a entender?
Áigen: La veo, pero solamente porque la naturaleza de este universo me obliga a verlo así.
Yelái: Al menos aquí podremos comentarlos con algo de seriedad.
Áigen: Seriedad impuesta, pero seriedad.
Yelái: Parece haber sido escrita para los seres que no tengan idea de viajes universales, pues explican parte de la clasificación de los universos paralelos.
Áigen: El objetivo no creo que fuera ese. Su mención disminuye con cada cuento hasta el punto que en el tercero el lector tiene que suponer que el personaje ha viajado a otros universos, aunque no se mencione explícitamente.
Yelái: ¿Mal planteamiento, flojera o respeto por la inteligencia del lector?
Áigen: ¿O todo eso a la vez?
Yelái: Entiendo que no es el objetivo, pero no creo que haya quedado del todo claro lo que es el Zland sólo con base en estos cuentos. Califico esa ejecución de torpe.
Áigen: A ti de por sí te da trabajo entender estas cosas, aunque seas una viajera. ¿Recuerdas el trabajo que te dio viajar a tu primer universo paralelo? ¿Y cuándo trataste de salir de nuestro megaverso?
Yelái: Serás cabrón, que tú y yo estamos en las mismas. Yo logré viajar al ultraverso antes que tú y me morí menos veces en el intento.
Áigen: Bueno, bueno, ya. ¿Qué más?
Yelái: Sé que son metáforas y no pretenden describir el cómo los viajeros viajamos, pero no puedo dejar de notar con curiosidad cómo simplemente dice que logran adquirir la habilidad de viajar por el hecho de adquirir más naturalezas o vaguedades similares.
Áigen: Sí, supongo que no habría tenido el mismo impacto si hubiera explicado que la capacidad de viajar a otros universos es una capacidad que se debe adquirir en sí misma.
Yelái: Hay muchos de nosotros que pueden viajar entre los megaversos y ni siquiera saben volar ni dormir.
Áigen: Pero de nuevo, cuento simbólico es cuento simbólico.
Yelái: El peor de todos me sigue pareciendo el tercero; es el que más se olvida de una de las premisas más importantes de los cuentos anteriores: la implicación que conlleva la adquisición de existencias y lo necesario de suprimir las naturalezas.
Áigen: No critiques un cuento por no centrarse en lo mismo que los demás. Para mí simplemente es otra cosa, ligeramente relacionada, pero sin el mismo propósito que los otros.
Yelái: Hace falta contexto. ¿Quién podría ser el autor?
Áigen: Es cualquiera, incluso un alter ego mío o tuyo. Pero para cualquier viajero será evidente que las ideas expuestas son en esencia las del maestro Gyéo Fúntuo: la rebelión contra la sabiduría regular valiéndose de anti-enseñanzas, el cuestionamiento de lo dañino de algunos conceptos bajo la luz de la realidad de los universos paralelos, un berrinche abogando por la inmadurez que es inevitable adquirir cuando eres viajero, dando como resultado la inutilidad, concepto que los tres cuentos tienen en común.
Yelái: Cierto; no queda duda que las anti-moralejas de estos cuentos son el resultado de la experiencia de un viajero que ha sido expuesto al infinito y lo ha integrado en su alma y corazón. La crítica a la madurez tradicional que se jacta de su capacidad para analizar y considerar puntos de vista diferentes desde muchos ángulos, relacionándolo todo a sus experiencias pasadas y planes a futuro, su empatía, su sensibilidad por los consejos y experiencias ajenas, su sentimiento de responsabilidad, su capacidad de valorar y respetar a los demás, está insinuada en estos cuentos. Desde el punto de vista del infinito (nuestra realidad) esa madurez se viene abajo, pues solamente puede funcionar si la cantidad de experiencias que puedes vivir, si la cantidad de seres con los que puedas convivir, y si la cantidad de circunstancias que puedan ocurrir, están todas limitadas a un solo mundo y tú estás limitado a una sola mente. Aquí se propone quedarse en la burbuja, en la zona de confort y en la cueva, y se aboga por que pierdan su connotación negativa habitual en los universos que no han dominado los viajes universales.
Áigen: No me parece que sea su intención tampoco el abogar por la inmadurez, al menos no de manera profunda, pues se deja muchos detalles fuera, tales como la futilidad de seguir consejos, de preocuparse por los otros, lo inútil de la responsabilidad. No creo que estos cuentos funcionen si fueron escritos pensando en seres de mundos donde aún no logran viajar, es más bien para los aprendices que van a empezar estos viajes: son la exposición de una experiencia que puede o no serle útil al novato.
Yelái: ¿Has estado alguna vez en un mundo de esos, en los que no saben todavía de los viajes universales?
Áigen: Fui una vez cuando comencé a ser viajero. Pude experimentar en persona aquello a lo que llamaban madurez, responsabilidad, crecimiento, enaltecimiento del alma por medio de las obras buenas, la fe, el respeto, el trabajo duro, la preocupación hacia los demás y muchas otras “virtudes de seres mediocres”. Intenté hablarles diciéndoles que, de donde yo venía, y desde las circunstancias de mi realidad, los buenos resultados podían ser hechos a partir de los vicios y no de las virtudes. No hay diferencia entre el diligente y el perezoso, entre el tramposo y el honesto, entre el que aprende de sus errores y el que no; al final sería un hecho que ambos conseguirían lo mismo, y puse el ejemplo del inmaduro que en un universo tenía éxito por puro azar, que no era diferente del maduro que tenía éxito por su propio esfuerzo en otro universo. Por supuesto, estos hechos fueron recibidos con risas o simplemente ignorados, pues es difícil que aquel que no viaje se tome en serio lo que suceda en otros mundos que, por el momento, no tienen nada que ver con él. Le pregunté a uno: “Si nunca te afectara lo que ocurre en Fyúna[1], entonces ¿no tiene importancia el pensamiento surgido de Fyuna?”, y él me dijo: “¿Para qué me va a interesar lo que piensen en Fyuna, si aquello no va a poner comida en mi mesa?”[2]
Yelái: Ese ser era víctima del pensamiento realicentrista[3]tan común en esos mundos. Pero ese pensamiento no es malo de por sí; de hecho, es necesario si no tienes la oportunidad de abandonar el universo para explorar otros. Se dicen: “Dime algo que me pueda dar resultados prácticos en el mundo real, de manera que dichos resultados sean útiles para que yo pueda predecir otros hechos bajo la expectativa de la veracidad de tus afirmaciones”, y esa ciencia es en lo único en lo que pueden confiar hasta que puedan llegar a otra realidad.
Áigen: Ni siquiera al abandonar su realidad se desharían de ese razonamiento; de hecho, únicamente volviéndose un viajero absoluto como nosotros es posible rebelarnos contra la practicidad de los conocimientos, anteponiéndoles el más absoluto caos en el que toda práctica será, al fin y al cabo, inútil.
Yelái: Los seres del primer cuento parecían estar conscientes de todo eso que has dicho; sin embargo, aparecían como seres normales que simplemente decidieron llevar existencias como seres que aún están limitados a una realidad, pese a que se dice que ya son como el que salió de la caverna. De nuevo me viene a la memoria Gyéo Fúntuo, que, después de salir exitosamente del Zlánd, decidió escoger una realidad en la que vivir como si fuera un ser no-viajero, y creo que una vez dijo que, en algún momento del recorrido, vamos a querer elegir un mundo y quedarnos en él indefinidamente.
Áigen: Interesante esa correlación con la idea de madurez. La madurez solamente sirve si tu vida es limitada, si la muerte existe. Pero para los que mantienen la inmortalidad en la mente, de nada sirve suponer estados de la vida en términos de escalas o niveles, por lo que simplemente eligen en qué momento de su vida permanecer. A esto lo comparó Gyéo Fúntuo con el árbol que se vuelve semilla y vuelve a ser árbol cuando le convenga según las circunstancias: si viene el leñador con su hacha, se transforma en semilla; si viene el ave con su pico, se transforma en árbol. Un berrinche es un gran argumento en algún universo; un gran argumento es un berrinche en otro, y por eso es necesario tener en tu mente tanto al berrinchudo como al argumentador, siempre y cuando elijas seguir viajando.
Yelái: Por eso para Gyéo Fúntuo el estado mental más conveniente del viajero es la adolescencia, el que pulula entre dos mentes contrastantes; se hace más niño si viaja y más adulto si permanece en un mundo.
Áigen: No creo que esa interpretación que acabas de dar sea la más representativa del pensamiento de Gyéo Fúntuo.
Yelái: Es la que yo puedo sacar después de haberlo oído hablar y visto actuar, aunque concedo que no he estado expuesta a sus pensamientos directos, sin obscurecer por la falibilidad de mis sentidos e interpretaciones.
Áigen: No podemos negar también que en el pensamiento de Gyéo Fúntuo abunda la tendencia al desinterés general por alcanzar un modelo de pensamiento coherente, o al menos eso se deduce observando la cantidad de universos que existen, haciendo que una forma unificada de razonamiento sea imposible. De hecho, sólo sería posible vivir con una mentalidad fija y coherente si, como dicen los textos, dejamos de viajar y nos radicamos en una sola realidad, pero, al hacer eso, nos estaríamos encerrando a nosotros mismos en un marco muy limitado de perspectivas sólo por el beneficio de deshacerse de la trivialidad.
Yelái: Siendo así el caso, ¿por qué no intentamos buscar más puntos de vista? Podemos acudir a los hijos de Gyéo Fúntuo, esos seres fastidiosamente casi ilimitados, y que por ello se han topado con el problema de sentirse inútiles en sí mismos. Sé que constantemente luchan contra su propia trivialidad y que incluso algunos de ellos piensan tomarse en serio la idea de abandonar su actual estado de gran desprendimiento del ser, para rebajarse al mismo nivel de los que están más oprimidos por los caprichos y designios limitantes de sus realidades.
Áigen: Me gusta tu idea; vamos a visitarlos y pidámosles su opinión sobre estas historias. Oh, cómo se nota que los viajeros como nosotros no tenemos haceres más importantes. Afortunadamente, de las observaciones que surgen de su aburrimiento, el viajero no se avergüenza.

         





[1]Zona boscosa del estado de Trún, cerca de la ciudad de Kórens.
[2]En el habla popular, decir que algo o alguien proviene de Fyúna se usa como expresión que denota inutilidad, de poca importancia o de baja calidad.
[3]El original usa el término “zlandziént-fiyám”, que se puede interpretar como “tratar a la realidad como a un sol”.

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