Un emisario



Los viajeros intentan entender a los seres de otra realidad para integrarlos a su sociedad, pero el desconocimiento de su naturaleza provoca una tragedia.



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Quiero empezar con una disculpa, pues estoy consciente de que nuestra repentina llegada ha causado desconcierto y temor entre vosotros, los seres que pueblan este planeta en este universo, y que por ello vuestras vidas se han detenido para brindarnos un poco de atención a mí y los que me acompañan, que somos, como ya se ha dicho, visitantes de un universo paralelo en el que los viajes dimensionales son ya una realidad, y que en nuestros andares hemos tenido la dicha de cruzarnos con vuestra raza, con la cual no deseamos otra cosa que la paz y el mutuo entendimiento, para beneficio de nuestros universos.
Nosotros somos miembros de un programa llamado Zlándliú, cuyo propósito es reunir la mayor cantidad de universos paralelos para formar una alianza, una asociación en el que las más diversas realidades convivan las unas con las otras en un intercambio de riquezas y culturas, apoyándonos mutuamente en los problemas que nos aquejen debido a las limitantes de nuestras propias realidades. Estimados seres, hemos venido, en función de emisarios, a proponeros vuestra unión al programa Zlándliú, y que compartan con nosotros las experiencias y beneficios que puede brindaros los viajes multiuniversales.
Al unirse al Zlándliú contarán, entre otros beneficios, con seguridad contra la extinción de su raza por cualquier catástrofe natural de su cosmos. Han de saber que, debido a que los universos son infinitos, siempre será posible evacuaros e instalarlos en un universo similar en el momento en el que éste alcance su fin. También podremos proveeros con la tecnología necesaria para mejorar su supervivencia en este universo; podemos hacer habitable cualquier planeta de cualquier galaxia, de manera que vuestra raza podrá expandirse entre las estrellas, además de facilitar todo tipo de comunicación y transporte entre ellas. Si se unen, sus problemas con la falta de recursos también desaparecerán; hay literalmente universos hechos exclusivamente de aquellas materias primas necesarias para su subsistencia. Sólo por poner un ejemplo, para ustedes, que tienen que beber silicio líquido, tenemos un sistema que permite conectar este mundo con uno donde hay grandes planetas repletos de este material; ese silicio será transportado hasta este mundo y nunca más tendrían que preocuparse por su escasez. Los viajes multiuniversales serán también un derecho para todos vosotros; podrán viajar a cualquiera de todos los universos que se hayan unido al programa Zlándliú con la misma facilidad que toman un vehículo terrestre para ir de un lugar a otro dentro de una ciudad, o incluso más fácil. Entrarán en contacto con seres de otros mundos, podrán ir a vivir a ellos o sólo de vacaciones, podrán tener amigos y amores con esos seres, el intercambio cultural será tan grande como lo sea la vastedad del Zlándliú. El último beneficio que les expondré ahora (aunque aún hay muchos más) es muy importante, y que quizás pocos hayan considerado hasta ahora. Como ya habréis notado, nosotros somos viajeros que buscamos el bienestar de los universos y su unión en una sociedad pacífica, pero habrá otros viajeros, igualmente organizados como nosotros, que buscarán el objetivo contrario, y hablo de destruiros y esclavizaros, de trataros como seres sin valor, de seres ficticios lícitos de explotar. Pues bien, ofrecemos también protección contra todos aquellos que intenten perjudicaros de ese modo; tenemos sistemas de seguridad que evitan el ingreso de seres no autorizados en alguno de los universos del Zlándliú, y aún en caso de peligro contamos con aliados poderosos, seres con la capacidad de superar dioses, los cuales eventualmente conoceréis si se unen al Zlándliú, y que os protegerán de cualquier fuerza invasora.
Os suplico que penséis bien si deseáis uniros al Zlándliú; las ventajas son muchas y el precio a pagar es poco. Mis colegas y yo permaneceremos el tiempo suficiente en su mundo mientras lo consideran, y durante ese tiempo cada ser tendrá acceso a toda la información disponible sobre el Zlándliú, que nosotros gustosamente proveeremos. Muchas gracias por su atención.

***

Tras este comunicado, el mundo entero estalló en gritos de simpatía por la propuesta de los extranjeros. Los tres emisarios eran contemplados en cada aspecto de sus físicos por los seres, que se sorprendían de cada una de sus facciones: del color de sus pieles, de los hilos que les salían de la cabeza y les daban una apariencia multiforme, de las formas de sus troncos que los hacen caminar en dos extremidades, de la dulzura de su voz que sale de un gran orificio que se mueve excesivamente en su cabeza, de sus órganos receptores de luz que rotaban como canicas atrapadas en un cuenco. Los líderes de las ocho regiones del planeta aplaudieron a los emisarios junto con todos sus gabinetes, levitando en sus asientos y sacudiendo sus apéndices como antenas en señal de respeto. Las cámaras enfocaron entonces al líder de la región de plwqt, la más importante del planeta, y este dijo:
—En nombre de todo el planeta Dlkhj, y de todo nuestro universo en general, les damos la bienvenida oficial, señores emisarios. Les suplicamos que se sientan como en su universo mientras están aquí, y den por hecho que de inmediato se abrirá un equipo de deliberación para examinar cuidadosamente la propuesta de unirnos al Zlándliú. Mientras tanto, les invitamos a disfrutar de todo lo que este mundo pueda ofrecerles. Bienvenidos una vez más.

***

A la gran cena de honor fueron invitados los tres emisarios, Vélhes, Bóher y Dáfur. La mansión estaba llena de las más grandes celebridades y líderes de todo el planeta plwqt, y de más está decir que todos, desde los actores y actrices más aclamados, pasando por los científicos de más renombre y los políticos más detestados, prácticamente suplicaron por una oportunidad para estrechar sus tentáculos con las manos de los emisarios, los cuales fueron sometidos a un interminable maratón de conversaciones que se resumían en: “Buenas tardes, señor… un gusto conocerlo… es una bella realidad en la que viven…su fisonomía también nos parece del más alto interés… por supuesto, nuestros organismos pueden tolerar la comida de este mundo…, ya hablaremos de eso en otro momento, con mucho gusto…oh, pero por supuesto que la encontramos bella, señorita, ¿y usted a nosotros?...” Fueron salvados por el aviso de que la cena ya estaba servida, y todos los plwqtenses entraron en tropel para ocupar sus asientos, reservando en el centro de todos una mesa especial para los distinguidos invitados, bajo la cual colgaba una gran lámpara cuya luz verde iluminaba sus rostros sonrientes, sus ojos ya acostumbrados a la virtualidad de ese mundo, y antes de tomar asiento propiamente levantaron las manos para dar un saludo general a todos los demás invitados, para quienes sus dedos evocaban a una versión en miniatura de sus propios tentáculos.
Comieron los emisarios los platillos con gusto y esmero. Para empezar, una sopa con consistencia similar a la de la tierra mojada con óxido, y de sabor similar, luego carne asada de fgehy, cuyas plumas gelatinosas dotaban a la carne magenta de un peculiar sabor a hojas mojadas garapiñadas con azúcar de caña; el postre parecía un helado por su consistencia y un flan por su temperatura, a cada golpe de cuchara (cuyo mango era un tubo por el que los plwqtenses metían los tentáculos) producía un sonido crujiente, y sabía y olía igual que madera de cedro húmeda. Toda esa comida era acompañada por silicio líquido y vino de basalto, servido bien frío y que dejaba una sensación de adormecimiento en la lengua.
Mientras duraba la comida, fueron entretenidos por un espectáculo que llevaron a cabo en el gran escenario del comedor, donde habitualmente había representaciones de danzas y obras de teatro. Para esa ocasión especial, habían preparado un programa consistente en dos danzas y una obra de teatro, las que habían sido consideradas como las mejores de todo el planeta, y cerrarían con una de las mejores sinfonías alguna vez compuestas.
Las danzas (representadas por los mejores bailarines del planeta) los llevaron por un pequeño recorrido por la historia del arte dancístico, comenzando desde las épocas primitivas en las que se veneraban a los muertos representando movimientos de animales y plantas; ora los danzantes se movían como árboles, otros representaban el viento que se llevaba los espíritus de los fallecidos, representados por danzantes pintados de rojo y llenos de adornos y joyas. La última danza concluía con una muestra de bailes modernos, de naturaleza menos elegante, pero que exponían de manera simpática toda la clase de movimientos y contorsiones que eran capaces de hacer con sus cuerpos. Precisamente los plwqtenses ennegrecieron de pena durante los últimos momentos de la última danza, ya que representaba un baile considerado vulgar en el que los plwqt machos aproximaban sus qryp a los lkjh de las hembras, y éstas últimas los frotaban y contorneaban los bxzc mientras los machos las tomaban de las mrysf y las juntaban a sus cuerpos. La inclusión de este último baile fue muy discutida, pero al final decidieron dejarla sólo para demostrarle a los emisarios que no tenían vergüenza de su mundo (comentaban que había que hacerlos atestiguar no solamente lo agradable, sino lo desagradable también a fin de propiciar un acercamiento entre mundos con más confianza). Los emisarios aplaudieron con entusiasmo, alzando las copas y brindando, por lo que los plwqtenses se quedaron tranquilos.
La obra que presentaron se llamaba “La sgdfk que era muy qpljg”, y trataba de una chica que se enamoraba de un chico, pero éste había sido obligado por su hermana a aceptar un empleo en una ciudad lejana; la hermana había favorecido el alejamiento dada la repulsión que sentía por la protagonista por ser una sgdfk (habitante de unas zonas montañosas que en general se dedican al cultivo de pjhr), y la heroína, sin dejarse derrotar, aceptó trabajar cinco años para la hermana para demostrarle que era muy qplig (adjetivo usado para designar a un plwqt que está dispuesto a humillarse o a pasar penurias con tal de conseguir la aprobación de los padres por el amor de alguien), y si lo hacía, la hermana la dejaría casarse con su hermano, pero en secreto, mientras la protagonista se mataba a trabajar para ella, la hermana arreglaba todo para que el hermano se casara con una de sus amigas, con la cual él primero se niega, pero después de que su hermana lo engaña convenciéndole de que la protagonista lo ha dejado por otro macho más rico, y éste lleno de dolor termina aceptando el matrimonio. Cinco años después, cuando la heroína finalmente reclama el derecho a casarse, se encuentra con que su amor ya lleva varios años casado y ha formado una familia de ocho hijos. Herida por la traición de la hermana, huye de vuelta a las montañas, donde se suicida cortándose las venas, y su sangre, como si tuviera voluntad propia, se dirige como un río hacia su antiguo cultivo de pjhr, donde tiempo después crecieron unos phjr tan amargos y ácidos que el terreno fue abandonado para siempre.
Las caras absortas de los emisarios durante la obra fueron motivo de gran satisfacción para los plwqt, y la mayoría de ellos dejaba de prestar atención a la obra para contemplar esos extraños rostros, intentando adivinar qué movimiento de sus caras representaba gusto, tristeza, risa o aburrimiento. Al final, los emisarios aplaudieron con mayor entusiasmo aún, silbaron y vitorearon alzando sus copas, de manera que los plwqt se quedaron desconcertados, pues no estaban seguros si aquello indicaba gusto o disgusto, pero pronto se tranquilizaron cuando los emisarios les explicaron que se encontraban apabullados por lo estupendo de la obra.
La sinfonía, llamada “Sinfonía de los dsxcq en prry jlbg” duró quince minutos, y expuso a los oídos de los emisarios sonidos a veces cristalinos, como el roce de alas de insectos sobre una materia hecha de aluminio, oro y diamantes; a veces como vozarrones de viento similar a barritadas de elefantes mezcladas con graznidos de patos y rugidos de leones, y sonidos arrítmicos, como de árboles cayendo, que salían de instrumentos que se tocaban soplándolos con el qpzx y al mismo tiempo golpeándolos en el suelo; otros los frotaban con los tentáculos o los percutían. El conjunto final sonaba como un delicado choque de trenes, que en su impacto hubieran desparramado por el suelo millares de piedras preciosas sobre una superficie hecha de marfil, dentro de un espacio plástico que generaba un gran eco vibrante. Los emisarios volvieron a aplaudir, volvieron a brindar (ya se sentía un poco el impacto del vino de basalto), y con eso concluyó el espectáculo.

***

Se reúnen en la mesa del presidente Hbt, junto a su esposa y su hija Plw, los acompañan ministros del gabinete presidencial, los cuales, ociosos, no dejaban de inspeccionar a los emisarios, como si la decisión final de unirse o no al Zlándliú dependiera de eso.
—¿Les han gustado nuestros espectáculos, señores? —dijo el presidente.
Vélhes, el más risueño de los embajadores, entrelazó los dedos y dijo con el mismo tono con el que había pronunciado su discurso televisado:
—Ciertamente, de todas las realidades que he visitado, nunca había visto cosa parecida. Indudablemente ha suministrado a mi catálogo de experiencias un ejemplar inolvidable.
—¿Dice eso en verdad, o no es más que una respuesta generada por la educación que los embajadores se ven obligados a demostrar? —preguntó la señora Hbt, que son su tono metálico pretendió ser suspicaz e indiscreta.
El presidente pareció adquirir la misma impresión a su esposa, pues en seguida adoptó su misma pose de emoción por escuchar la respuesta. Dáfur, el emisario que más fuerte había aplaudido, se echó para atrás y lanzó unas risas, diciendo:
—Señores, mi amigo tiene todavía la costumbre de ser exageradamente complaciente, y es verdad que a veces el amor por su trabajo le inhibe de expresarse con toda sinceridad, y debo decirles que en verdad que me es grato que en este mundo parezcan apreciar la sinceridad más que la cordialidad.
—Me alegra también que lo hayan notado —dijo el presidente—, y es verdad que preferimos una opinión sincera, así que no tengan miedo de expresarnos si en algún momento algo les ha parecido demasiado extraño, incluso feo o repulsivo, después de todo entiendo que para ustedes todo lo que han visto les habrá dejado con gran perplejidad en muchos aspectos.
—En gran parte se equivoca —dijo Vélhes—. En nuestra vasta experiencia hemos tenido la oportunidad de ver cosas incluso más extrañas, sin embargo el ser extraño o repulsivo no le quita lo interesante al asunto, y aquí tuvimos la oportunidad de tener un bocado muy grato de su cultura y de las posibilidades de sus cuerpos.
—Y ustedes —dijo Dáfur—, ¿cómo nos encuentran a nosotros, sienten repulsión o simple extrañeza?
—Siendo sincera —dijo la señora Hbt—, el sentimiento que sus cuerpos me da es miedo principalmente.
—Eso es explicable —dijo el presidente—, cualquier fisonomía que exagere, nulifique, agregue o disminuya las proporciones del cuerpo a las que uno está acostumbrado, dan como resultado miedo o hasta pavor.
—Si se puede saber —dijo Bóher, el más recatado y prudente de los tres—, díganos exactamente qué parte de nuestra anatomía les produce algún pavor.
—Quisiera que me dejes contestar a mí, padre —dijo la señorita Hbt, quien al tener el permiso de su padre, arrastró su cuerpo hacia Vélhes y posó un tentáculo sobre su codo derecho—. Tal vez mi padre exageró cuando dijo que lo diferente daba miedo; a mí más bien me da curiosidad esta parte vuestra, pues pareciera que tienen tentáculos como los nuestros, más al tocar siento como por dentro tuvieran alguna constitución metálica que les impide alcanzar nuestra flexibilidad, pero esta parte de aquí, como una bisagra, es lo único que les otorga una movilidad lejanamente similar a la nuestra.
—Hija, ya no molestes mucho al señor —dijo la señora Hbt, y la hija de inmediato lo soltó y volvió a su asiento.
—No piense que me molestaba, señora Hbt —dijo Vélhes—. Será preciso, de hecho, que conozcamos lo más profundamente posible los secretos de nuestras anatomías si vamos a iniciar una alianza como la que planeamos. A fin de poder brindarles los servicios que necesiten en cada universo disponible, hemos de entrenar médicos especializados en vuestros padecimientos y en los límites de sus cuerpos, y los hemos de enviar a servir en todos los universos con los que hayáis decidido mantener relación.
—Eso nos alegra —dijo el presidente—. Sin embargo, hay algo que aún me gustaría que me aclarasen: dado que vienen de un mundo diferente, y nuestras culturas y naturalezas son diferentes, ¿cómo hacen para que nosotros podamos escucharos en nuestra propia lengua?, para lo cual supongo que sería necesario disponer del apropiado aparato fonador que nosotros poseemos, el cual dudo que posean de manera natural.
—Pregunta bien, señor presidente —dijo Vélhes, y torciendo un poco el cuello les dejó ver el opaco aparato que se encontraba prendido de él, como un collar que no terminaba de cerrarse—. Esto es un Huónt [1], es un aparato especialmente diseñado para volver más fácil la convivencia con otras realidades. Entre otras cosas, nos permite adaptarnos al lenguaje de los seres ante los que sea expuesto, con una exactitud que depende de lo diferente que sea el idioma de los de nuestra realidad, y a su vez nos permite comunicarnos en vuestra lengua, interpretando inmediatamente aquello que sea nuestra intención decir.
—Parece un buen aparato —dijo la señorita Hbt, con un tono desconfiado—. Sin embargo, su funcionamiento no está libre de dudas y ciertamente no es infalible, puesto que aunque os escucho en mi lengua, debo señalar que los sonidos todavía no suenan tan naturales como entre los nativos de este mundo.
—Lo sabemos —dijo Dáfur—, y es por eso que con cada nueva realidad que se nos une, el Huónt se va perfeccionando hasta hacer de su uso lo más exacto posible. Pero no se preocupen mucho por eso; también fabricaremos para ustedes Huónt que sean adecuados para sus idiomas y complexión.

***

Cuentan unos testigos que cuando la fiesta hubo terminado, y los tres emisarios estaban a punto de ser conducidos a sus residencias por parte de los servidores del presidente, se pudo ver a la hija del presidente dialogando con el emisario de nombre Vélhes a la orilla del camino de tierra, a varios metros del vehículo donde sus compañeros lo esperaban. Las palabras que se intercambiaron permanecieron en el misterio durante mucho tiempo, aunque se recordaron risas y silencios repentinos, quizá uno que otro acercamiento indiscreto; uno que otro apéndice más o menos cerca de uno y el otro cuerpo, algunas expresiones faciales usualmente no articuladas hacia gente con la que se ha tenido poco trato, y señales de lenguaje corporal de interpretación ambigua por parte de ambas criaturas. Los hechos son que desde esa noche, la señorita Plw Hbt observó ansiosamente las acciones pertinentes con respeto a los acuerdos con aquellos emisarios que su padre y el resto de los líderes mundiales llevaban a cabo, insistiendo los emisarios que todo fuera tan abierto al público como fuera posible, y fueron pocos los habitantes del planeta Dlkhj los que no se enteraron de cada cláusula, de cada pequeña objeción y de cada beneficio que se fue discutiendo durante cuatro largos meses. Y mientras tanto, no eran pocas las veces que la señorita Plw acompañaba a los emisarios en sus inabarcables visitas hacia los lugares más remotos de su planeta. Relatar aquí cada detalle de los inolvidables paisajes, culturas, danzas, selvas, desiertos y océanos que los tres recorrieron se sale del propósito de esta pequeña crónica, pues mi intención no es otra que la de exponer las preocupaciones y rumores que surgían de ese grupo de emisarios, sobre todo de Vélhes, que permaneció casi todo el tiempo al lado de la señorita Plw, ocupados en pláticas tan insondables como los planes de un dios inepto o cruel. A veces no se los veía a los dos por varios días, y cuando regresaban no hablaban de dónde habían estado ni de lo que habían hecho. No fue sino hasta que todos los acuerdos estuvieron listos, y todas las potencias de ese planeta firmaron definitivamente por la unión de su universo con el Zlandliù, que salió a la luz la razón de tanto misterio entre el emisario Vélhes y la señorita Plw.

2

—…De un día para otro llegó nuestra gente, y tras la cordial bienvenida se pusieron a trabajar en todos los aspectos tratados en los acuerdos. Instalaron los servicios de transporte entre universos, los servicios para la producción y transportación de alimentos. Estudiaron a fondo la anatomía de los habitantes del planeta Dlkhj y en poco tiempo ya no había en ese planeta enfermedad que no pudiéramos curar. La velocidad de estos cambios fue tan rápida, que la calidad de vida en ese planeta pareció haber dado un salto de miles de años en el futuro en el lapso de unos pocos meses.
Dáfur hizo una pausa para permitirle a Níun asimilar todo lo que había acabado de contarle, pues de inmediato notó que el único ojo de su barbilla luchaba por mantenerse abierto y con la pupila flotando en medio, señal inequívoca de que se estaba interesando.
—Anda —dijo Dáfur—, puedo leer por tus antenas torcidas que tienes algo que decir.
—La verdad suena terrorífico —dijo Niún, cuya entonación entre un rugido y una madera partiéndose le indicó a Dáfur que su miedo era auténtico—. Entiendo que es parte de la realidad el estar cambiando constantemente, pero ¿acaso cambiar de manera tan drástica en tan poco tiempo no tuvo consecuencias para los habitantes del planeta Dlkhj?
Dáfur al principio clavó sus ojos en ese pequeño ser similar a un gato e hizo una sonrisa un tanto patética, sonrisa de los que buscan una excusa no para decir una mentira, sino una verdad.
—Esa es una de las razones por las que, poco después, mi compañero Vélhes decidió abandonar nuestra profesión. Es verdad, hubo consecuencias, pero estas ocurrieron sobre todo cuando empezó la emigración de los demás seres del Zlándliù, pues antes de eso sabe que no hubo queja alguna sobre ninguno de los servicios que instalamos.
—Creo que adivino lo que sucedió —Niún, que hasta ese momento se había mantenido acurrucado entre las gruesas y peludas hojas de uno de los matorrales de la selva, se levantó y negativamente emocionado caminó entre los matorrales, haciendo que cientos de gusanos alados salieran volando—. El choque cultural que se produjo, que se produce cada vez que logran adquirir otro universo para el Zlándliù, debe ser sumamente intenso, hasta niveles insoportables.
—Siempre damos pequeños cursos antes de permitir que nuestros habitantes viajen a otros mundos.
—Pero aun así, ¿qué hay de los seres del planeta Dlkhj? ¿Los prepararon a ellos acaso para recibirlos? Tal vez estoy hablando desde la mentalidad de la gente de mi mundo, pero no es posible entrar en contacto con seres de otros mundos y solamente aceptarlos como si no fueran nada.
—Tú lo has dicho —dijo Dáfur complacido por la observación—, así es según la mentalidad de la gente de tu mundo.
—Pero entonces sí hubo problemas, ¿no? Si dices que tu compañero dejó el trabajo de emisario a causa de eso, ¿no?
—Bueno, esos problemas no vinieron sólo por la impresión de los nuevos seres. Recuerda que los del planeta Dlkhj son sumamente sensibles. Ocurrió que, una vez instalado el sistema de viajes entre ese universo y los demás, no encontraron otro mundo al que les gustara visitar.
—¿Cómo?
—Cuando vieron a los visitantes nuevos, su trato cordial hacia ellos fue similar al de alguien que acaba de tener un bebé, pero conforme pasaba el tiempo se aburrieron de ellos; se acostumbraron tan rápido a lo diferente que su desilusión fue insoportable.
—¿Quién podría aburrirse tan rápido si tal cosa sucediera?
—Es parte de la naturaleza de los Dlkhjanos. Nosotros vimos cómo pocos días después dejaron de vernos con curiosidad cuando salíamos a sus calles, dejaron de preguntarnos por qué teníamos algo o no teníamos algo en el cuerpo, o cómo hacíamos tal cosa, y un largo etcétera. Cuando esto ocurrió a gran escala, bastaron pocos meses para que llegaran a ver a casi cualquier otra criatura de cualquier otro universo como algo normal y común; así eran ellos, el primer día eres la última maravilla del mundo, y a la semana eres tan común como un grano de arena en la playa, así es su naturaleza.
—Intento entender, pero ¿cómo es que eso les causó consecuencias negativas a ese planeta?
—Pienso que usar el término negativo para calificar esas consecuencias es exagerado, en realidad lo peor que ocurrió fue que los Dlkhjanos dejaron su mundo para explorar otros, pues al poco tiempo volvían igualmente aburridos y decepcionados, por lo que dejaron de viajar casi completamente. Fueron conocidos en todo el Zlándliù como los seres más incapaces de mantenerse emocionados con lo nuevo, al menos a largo plazo, aunque uno sea de otra realidad por completo; un caso que nunca habíamos visto antes a ese nivel.
Niún, un poco más calmado, aunque no menos confuso, se volvió a acostar en esa cama de hojas que cubría el suelo de la selva.
—¿Entonces por qué dices que tu compañero dejó de ser emisario por eso?
Dáfur tardó un poco en contestar:
—Él nos explicó que al descubrir la desilusión de los Dlkjhanos descubrió su propia desilusión. Llevábamos tantos años siendo emisarios del Zlándliù, vimos tantos seres y tantas realidades, que en el momento en que llegamos al planeta de los Dlkjhanos fue un esfuerzo para nosotros tener que decir tantas veces “Oh, eso es algo que nunca había visto, es la primera vez que trato con seres como ustedes, sus costumbres son totalmente únicas, su universo es especial y sin comparación”. Vélhes se dio cuenta de que lo que él había tardado años en dejar de sentir, los Dlkjhanos lo habían dejado en semanas; se identificó con ellos, se centralizó, y de ahí dejó de viajar.
—¿Qué fue de él?
—Se quedó con los Dlkjhanos, fue el primero de nuestro universo en unirse en lazos matrimoniales con una nativa de ese mundo.
—¿Con Plw Hbt?
—Así es.
La mañana había salido lentamente mientras los dos seres hablaban. El sol verde tiñó con sus rayos la densa vegetación purpúrea, creando una mezcla verdosa sobre copas de los árboles y arbustos donde los gusanos alados retozaban. En su tic reflexivo, Niún jugaba con sus largos colmillos usando su lengua como de serpiente, las antenas entrelazadas y las orejas agachadas; era su tranquilidad que afloraba, más por el espectáculo del amanecer que por la historia de Dáfur.
—Entonces, aún piensas que no es momento de que tu mundo se una al Zlándliù —dijo Dáfur.
—No, todavía no —Niún cerró la boca al mirar a Dáfur.
—¿Cómo podría convencerte?
—Conozco a los de mi mundo; fue un milagro que yo no muriera de impresión por haberte encontrado aquí, pero yo soy de los pocos que tienen la mente fuerte; me temo que el resto no podría soportarlo.
—No me puedo creer que tu mundo sea tan cobarde.
—Sí —Niún lanzó un siseo—, aún somos muy cobardes para encontrarnos con seres como ustedes. Danos tiempo y tal vez algún día estemos listos para unirnos —diciendo eso, se levantó y caminó un poco con la intención de regresar por entre los árboles por los que había llegado, pero entonces se detuvo, volteó y dijo: —Será mejor que ya te vayas, no sea que alguien más te vea.
Dáfur sonrió en silencio, le dio un saludo de cabeza y Niún percibió una profunda decepción en sus ojos, luego lo vio difuminarse, dejando en su lugar una marca en la cama de hojas que evidenciaba los extraños pies del ser que se había posado sobre ella. Niún regresó a su aldea, disculpándose por no haber podido atrapar ninguna presa.

***

Bóher subió al pedestal y pronunció su discurso:

“Escuchen bien. El universo del que les hablo es al que llamamos Qikriouty, cuyos seres carecen del concepto de causa y consecuencia, y por ende nada pueden percibir; no son más que entes estáticos cuya interacción con su mundo nunca ocasiona nada. Al moverse no interactúan con la materia a su alrededor, ni la luz se refleja en ellos, y al chocar entre sí nunca se lastiman. Pero entonces llegamos nosotros, los emisarios enviados en pos del Zlándliù, con la ya conocida misión de integrarlos a nuestra sociedad de realidades unificadas, mas es aquí el punto de partida de lo que tiempo después sería una desgracia, nunca antes vista en los más de XXXXX... de años del Zlándliù, que llegaría a sacudir los fundamentos con los que esta sociedad fue fundada.
He dicho ya que los seres de Qikriouty no conocen la causa ni la consecuencia, así parecía durante el tiempo que permanecí con ellos. Debo comentar que mi comunicación con ellos intentó ser puramente conceptual, de mente a mente, sin el estorbo de los signos lingüísticos (ya que no los conocían). Pensaba que, si ellos no eran capaces de brindarme una respuesta a mis intenciones, yo podría ser capaz de tomarlas de sus conciencias. Pero no fue el caso. Su cierre a toda causa y consecuencia evitaba absolutamente toda comunicación; ni siquiera la comunicación conceptual produjo en ellos respuesta en sus mentes. Pero pese a eso, fue decidido integrarlos al Zlándliù después de haber entendido mejor su funcionamiento y haber evaluado que no eran peligrosos. Hubo enormes discusiones acerca de si era correcto integrar al Zlándliù a unos seres completamente incapacitados para entender cualquier cosa más allá de sí mismos, y que por consiguiente no eran capaces de tomar parte en ninguna actividad de integración con el resto de los seres de los demás universos. Se decidió incluirlos, no obstante, debido a que en aquel momento surgió en nuestra división la teoría de que podría existir un universo cuyas leyes pudieran anular su condición de seres absolutamente aislados, y la curiosidad por observar tal fenómeno fue tan predominante entre nosotros que, una vez integrados al acuerdo del Zlándliù, se llevó a cabo un comité para llevarlos a explorar todos los universos que conforman nuestra sociedad, con la esperanza de que uno de ellos los “curara” de su naturaleza. Tras mucho tiempo y muchos universos recorridos, encontramos finalmente un universo que cumplía con nuestro cometido, y este universo fue el que albergaba al ya conocido planeta Dlkhj, el famoso mundo de los seres que decidieron dejar de recorrer otros mundos porque todos les aburrían.
Al principio, la respuesta de estos seres ante la exposición de ese mundo fue de un movimiento tembloroso que sacudió sus cuerpos cúbicos. Indudablemente era la impresión de estar percibiendo algo por primera vez, y también por vez primera la forma de sus cuerpos dejaba marca en la tierra en la que yacían, y la luz al reflejarse en ellos les hacía sentir calor, así como otorgarles un pálido color grisáceo. Poco tiempo después, comenzamos a escuchar sonidos provenientes de su interior, y al contestarles mostraban una reacción, ya sea en forma de más sonidos o de movimientos espasmódicos, de ese modo creamos conversaciones de estímulo-respuesta, les enseñamos el calor, el frío, la presión, la dureza, la suavidad, la luz, la oscuridad, el ruido, el silencio, y todo concepto a nuestro alcance que fuera el resultado del proceso de causa y consecuencia. Sin embargo una cosa nos fastidió bastante: no pudimos comunicarnos conceptualmente con ellos, de modo que una comunicación directa y significativa todavía quedó vetada entre nosotros, pero la alegría por nuestro logro fue suficientemente grande para convencernos de ser pacientes. Poco tiempo después, se instaló en Dlkhj una zona especial en la que fueron puestos esos seres cúbicos, y ahí se les dejó con supervisión, para que vivieran experimentando su nuevo mundo.
Poco vale la pena ponerme a relatar en detalle todos los cambios que la exposición a ese mundo ocasionaron en los seres de Qikriouty. Basta resumir diciendo que comenzaron a adaptarse a las percepciones y adquirieron hábitos que reflejaban esa adaptación: al moverse lo hacían con mucho cuidado, se alertaban con sonidos que surgían de sus cuerpos, cuando había mucho sol o comenzaba a llover se refugiaban, etcétera. Volvieron a haber discusiones acerca de si ese cambio tan repentino en su existencia podría ocasionarles consecuencias negativas, pero hasta no existir una manera exacta de saber lo que ocurría en sus mentes, todo era especulativo, y a lo más que llegamos fue aprobar un acuerdo, el cual decía que, si al poder comunicarnos con ellos, descubríamos haberles causado perjuicios importantes, cesaríamos el experimento y los regresaríamos a su universo original. Sin embargo, la gran mayoría era de la opinión de que ningún daño ocurría a los Qikriouty, dada su aparente buena capacidad para adaptarse a esa nueva vida. Entonces, tiempo después, ocurrió el suceso que generaría un enorme infortunio en la historia del Zlándliù: los Qikriouty comenzaron a morir.
Al principio sólo aparecían inmóviles, casi como si hubieran vuelto a su antiguo estado de privación de percepciones, pero al examinarlos sus cuerpos empezaron a desintegrarse hasta volverse polvo, como si aún después de muertos sus cuerpos siguieran respetando la inevitable consecuencia de la podredumbre que está reservada para todos los organismos biológicos como consecuencia de la vida. La razón de dichas muertes fue rápidamente esclarecida: morían de hambre. De inmediato intentamos con todo lo que pudimos para alimentarlos, pero ¿qué alimento consume un ser que nunca antes ha necesitado comer para mantenerse vivo? Se decidió que los Qikriouty fueran evacuados de ese universo (pues fuera de él volverían a su estado inicial) hasta descubrir el alimento adecuado para ellos, el cual comenzó a buscarse entre los universos miembros del Zlándliù.
Procedimos de la siguiente manera: reunimos todo tipo de materia de una gran cantidad de universos, luego volvimos al planeta Dlkhj con algunos ejemplares de esos seres, y poníamos los alimentos potenciales en frente de ellos para ver si eran capaces de consumirlos de un modo u otro. Este proceso duró bastante tiempo y no daba resultados; ni siquiera podían consumir ningún tipo de materia de su propio universo.
Nos comenzaron a presionar para detener todo el experimento y regresarlos a su universo definitivamente, o si de verdad queríamos insistir en nuestra empresa, nos sugirieron acudir con algún ser con la habilidad de modificar las naturalezas de los seres, ya sea con algunos seres de otros mundos del Zlándliù o con los hijos de Gyéo Fúntuo, pero esta sugerencia fue criticada debido a que, alegaban, iba en contra del tratado sobre la modificación de las naturalezas de los seres. Se argumentó que modificar la naturaleza de los seres de Qikriouty no era un asunto de importancia crítica, como lo exigía el tratado, por las siguientes razones: a) Los Qikriouty no tienen conciencia de las repercusiones que involucrará la modificación drástica de sus naturalezas de manera permanente, y por ende no pueden dar consentimiento para dicho cambio, b) no corren peligro real más que en sólo un universo de todos los universos miembros del Zlándliù, y su presencia en ese universo en específico no es esencial ni para su subsistencia ni bienestar, y c) la naturaleza de los Qikriouty, como tal, no representaba un peligro para los demás seres que necesitara ser evitado.
Si bien no hubo nada que decir contra los últimos dos puntos, el primero abrió la discusión inicial acerca de nuestra decisión de incluir a los Qikriouty en el Zlándliù y buscarles una realidad que anulara su naturaleza. Se nos tachó de hipócritas por querer hacer por vía lenta lo que originalmente quisimos hacer por una vía más rápida. Después de todo, ¿no era verdad acaso que queríamos exponerlos a un cambio en su naturaleza para observar cómo se integraban a nuestra sociedad? ¿No habría sido mucho más coherente pedir una modificación de su naturaleza desde el principio y evitarnos tantos problemas? La respuesta es sí a las dos preguntas, y aquí debo confesar ante todos que la coherencia o la honestidad no eran lo que más reinaba en mi mente cuando decidí participar en ese proyecto, sino la curiosidad, una curiosidad en la que queríamos ver si podíamos presionar a unos seres que apenas daban señales de vida para transformarlos en algo nuevo con la influencia de otra realidad.
Me preguntaréis ahora, estimados seres, ¿no había en el tratado del Zlándliù alguna regla que prohibiera integrar seres con características similares a las de los Qikriouty, o al menos que evitara que experimentaran con ellos, o que permitiera una modificación artificial de naturaleza de manera especial? Estimados seres, en qué aprieto me ponen. No quisiera tener que arrojaros la excusa de que el Zlándliù está lejos de la perfección, y que dentro de sus fundamentos hay aún espacio para la crítica y el desacuerdo. Lo único que puedo decirles con respecto a esto, y no sin cierta vergüenza, es que los seres como los Qikriouty nos hicieron darnos cuenta de una laguna en nuestro sistema que no consideraba a los seres conscientes aislados en su propia conciencia. Y me preguntaréis ahora, ¿no pensaron en eso los seres trascendentales surgidos de tu mundo, como Gyéo Fúntuo y sus hijos? Y yo les respondo que tal vez sí lo hicieron, pero me temo que, desde que alcanzaron la trascendencia, todo, o casi todo lo concerniente al Zlándliù les ha dejado de importar, pero eso es otro tema.
Sin embargo aquí no termina esta historia. Falta aún el detonante cuya consecuencia fue la revisión total del concepto mismo del Zlándliù, después del cual los cambios que le siguieron por algunos es considerado el equivalente al de una gran revolución.
Yo estaba participando en las pláticas concernientes a las acciones que tomaríamos después del fracaso por encontrar un alimento para los Qikriouty. Mi posición era la de continuar con el proceso que ya he descrito, y la defendía frente a los que opinaban que debía cancelarse todo de inmediato. Al mismo tiempo recapacitábamos sobre todas estas cuestiones de las cuales os acabo de hablar y reflexionábamos sobre qué deberíamos hacer en el futuro ante una situación similar. Entonces uno de los miembros de la agencia, que antes había trabajado para otra división de emisarios y era, por tanto, nuevo en el problema que tratábamos, preguntó: “¿Cómo supisteis que los Qikriouty eran seres conscientes desde el principio?” Ante esta pregunta, todos voltearon a mirarnos, y los miembros de nuestro comité volteamos hacia Dáfur, el que nos había venido con la noticia del universo de los Qikriouty. La respuesta a esta importante pregunta se vio interrumpida antes de empezar siquiera, pues instantes después nos llegó la terrible noticia: mientras continuaban las pruebas en Dlkhj, para buscar alimento para los Qikriouty, uno de estos se comió a uno de los seres de Dlkhj que ayudaba en el mantenimiento de la zona designada para los Qikriouty, y de él no quedó más que la húmeda membrana que cubría su esponjoso cuerpo.

***

No quisiera que se me malinterpretase con este escrito, pues no es mi intención desacreditar a mi compañero Bóher ni tacharlo de deshonesto, mas es mi deber, como involucrado directo en el asunto ocurrido con los seres de Qikriouty, el hacer una revisión a las palabras de mi colega para hacer observaciones y añadir información relevante que, ya sea adrede o no, quedó omitida en su discurso.
Bóher mencionó que uno de los miembros de la agencia expresó su duda acerca de cómo habíamos sabido que los seres de Qikrouty eran seres conscientes, y esta interrogante amerita una pequeña explicación para todos los seres ajenos al funcionamiento del Zlándliù. Existe en el tratado principal una serie de normas que regulan qué seres pueden ingresar al Zlándliù. Sin entrar muchos detalles, una de las reglas más básicas era solamente buscar la integración de seres con conciencia y con habilidad de razonamiento. A los seres carentes de conciencia pero vivos, tales como plantas y algunos tipos de microorganismos, se les protegía hasta cierto punto, pero su uso para investigaciones no estaba penalizado salvo circunstancias muy específicas. Pues bien, la primera vez que investigamos a los seres de Qikrouty nadie pensó que se trataran de seres con conciencia, ni siquiera era claro que se trataran de seres vivos. Esto parece obvio, pues unos seres inertes que simplemente flotan sin dirección, que están tan atrapados en sí mismos que no les es posible ninguna percepción y por ende ninguna comunicación, pueden ser muy fácilmente confundidos por simples piedras u otras estructuras no vivas. En el momento en que hicieron esa pregunta en la reunión, si hubiera tenido que contestar la pregunta hubiera dicho lo siguiente: uno de los hermanos, el que llamaban Dáran, me lo dijo. Es más, fue él mismo el que me llevó a ese universo y me presentó a esos seres, me dijo que no me engañaran mis sentidos: eran seres vivos y con conciencia, y que sería interesante intentar integrarlos al Zlándliù. Sin tener razón para dudar de sus palabras, presenté la propuesta a la agencia de emisarios, ante la cual el hermano Dáran tuvo que volver a declarar, por escrito, que los seres del universo Qikrouty eran, contrario a toda apariencia, seres sensibles y que no oponía ningún argumento en contra de su integración. Esta fue la última participación de uno de los hermanos en el asunto, y después de eso, el hermano Dáran no volvió a aparecer mientras el problema no se resolvió.
Otro punto que también me extrañó del discurso de mi colega fue la extraña manera con la que trató el asunto de las normas que impedían la modificación artificial de las naturalezas de los seres de Qikrouty, pues me dio la impresión de que sugería que la agencia no se había puesto de acuerdo en una modificación extraordinaria que le permitiera a esos seres comunicarse con nosotros para saber qué preferirían. De hecho se propuso, inicialmente, modificar su naturaleza de manera temporal, usando uno de nuestros métodos artificiales, sólo para explicarles la situación y, en caso de encontrar ese nuevo estado incómodo o demasiado súbito, se les regresaría a su estado normal (no me atrevo a imaginar por qué mi colega omitiría este detalle de tanta importancia). Es decir, había una solución coherente desde el principio; pero, como ya explicó mi colega, nos opusimos a ello.
El por qué nos opusimos es menos interesante que el por qué la agencia aceptó nuestra oposición, y por qué nos dio la libertad de llevar a cabo nuestro plan de encontrarles una realidad que les provocara un cambio de naturaleza. Esta es la única parte verdaderamente obscura y de la que menos me aventuro a sacar conclusiones. Quiero pensar que los demás miembros de la agencia compartían nuestra curiosidad, y no viéndose impedidos por nadie que detuviera la realización de ese proyecto, aprobaron nuestro plan dando como argumento que podría ayudarnos a descubrir nuevos conocimientos sobre el funcionamiento de la realidad y de los seres.
Debo ser honesto ahora, la probabilidad de que surgieran dificultades importantes estaba en mente de todos desde el comienzo. El que los seres de Qikrouty llegaran a necesitar alimentos para mantenerse con vida ya formaba parte de los imprevistos que podíamos afrontar. Este es el segundo aspecto verdaderamente criticable de nuestro proceder; no consideramos que la muerte por inanición ocurriera de manera tan repentina como sucedió, sin dar pruebas observables de necesidad como en los demás seres. En mi defensa agregaré que, a diferencia de lo que mi colega parece decir en su discurso, sí intentamos hacer que comieran durante el tiempo que permanecieron en Dlkj. Nuestros dos errores principales en este aspecto fueron que, debido a que nuestros esfuerzos por alimentarlos no parecían ser de su interés, dejamos de enfocarnos en eso, pensando que si llegaran a tener la necesidad de comer, tendrían suficiente en la zona para intentarlo y que estos intentos serían evidentes para nosotros. El segundo error fue dar por hecho que serían capaces de consumir alimentos del mismo universo que les hacía cambiar su naturaleza; no se nos ocurrió que el alimento tendría que ser buscado en otros mundos; pero, como tristemente descubrimos después, el alimento perfecto para ellos resultó sí estar precisamente en el planeta Dlkj.
El siguiente punto a aclarar, el más escabroso de todos y cuyo intento de explicación no satisfará a nadie, es por qué, después de que los primeros seres murieran de hambre, los miembros de la agencia decidieron que las naturalezas de los Qikrouty no serían modificadas. El lector crítico notará que las tres razones que mencionó mi colega sonarán a simples excusas salidas de ningún lugar y por ninguna razón, y falta no le bastará, pues mi colega ha representado de manera incorrecta la manera en que dicha decisión fue tomada. Una vez más no me atrevo a acusarlo de completa mala fe. Pero es necesario aclarar que los tres puntos que dio no son invenciones suyas, sino parte de las reglas reales que regulan los cambios de naturalezas entre los seres del Zlándliù, incluidas en el tratado general. La única de estas reglas que definitivamente explicó mal es la segunda (que, dicho sea de paso, fue también la de menos peso en todo este asunto), la cual habla de que los cambios de naturaleza hacia un ser deben estar justificados dependiendo a la necesidad o urgencia de visitar un universo cuyas leyes les sean particularmente hostiles; es decir, si un ser quiere viajar a un universo que ponga en peligro su vida, la modificación en su naturaleza sólo será aprobada si no existe en todo el Zlándliù un universo similar cuyas condiciones no sean hostiles para ese ser (como nota aparte, este fue uno de los apartados que se discutieron al finalizar todo el asunto, dado que su mención fue usada como razón para no permitir el cambio después de la desgracia). Mi colega hizo ver toda esta regla con demasiada simpleza, limitándose a decir que no estaban obligados a permanecer en el planeta Dlkj, por lo que la modificación no se justificaba. Aun así, la razón por la que estas tres normas no fueron sino excusas para esta situación, está fuera de mi permiso explicarla del todo. Sencillamente no había razón lógica para no aprobar la modificación después de lo sucedido. Me aventuro a suponer que los miembros de la agencia, quizá mortificados por haber aprobado un proyecto basado en una laguna legal, que pretendía sin lugar a dudas la experimentación con esos seres conscientes, decidieron seguir las leyes tal cual estaban escritas y reconocer que nuestro proyecto no era indispensable para el bien de los seres de Qikrouty, y que si se tuviera que hacer alguna manipulación a esos seres, tendría que ser según la proposición que ya he descrito antes de comenzar con el proyecto. Estoy casi seguro de que hubieran propuesto esto si no hubiera sido por la noticia de la muerte del ser de Dlkj.
De más está decir que, después de la tragedia, la modificación fue aprobada inmediatamente, aunque tampoco estuvo exenta de señalamientos y críticas.

***

Qué alivio es el que siento, aunque también algo de lástima, por no haber participado en los eventos concernientes a los seres de Qikrouty. Alivio porque me libré de los problemas que causó, ya que de haber participado, probablemente hubiera seguido el rumbo que tomaron mis dos queridísimos colegas; lástima porque, seguramente, mi presencia hubiera sido un factor de cambio importante, aunque esto suene a mucha presunción de mi parte.
Yo ya me había desatendido del Zlándliù cuando todo pasó. Todo lo que supe llegó a mí del mismo modo que llegó al resto de todos los que no formaban parte de la agencia de emisarios; es decir, con noticias cargadas de incertidumbre e información que parecía contradecirse o que llanamente no tenía sentido dadas las circunstancias. La fiabilidad que los habitantes del Zlándliù siempre habían dado por hecho sobre la agencia de emisarios finalmente se vio envuelta en crítica y desapruebo, recordándonos que, al fin y al cabo, esta sociedad sigue siendo manejada por seres falibles, seres que actúan por motivos que no siempre son del todo comprendidos o anunciados al público general. Toda esta experiencia sirvió para resaltar los tiempos en los que nuestros seres trascendentales jugaban un papel mucho más importante en el manejo del Zlándliù, y cuyo creciente desapego hacia nuestra obra eventualmente dejó al descubierto sus fallos. Yo ya tenía la sospecha de que un asunto así podía ocurrir sin el manejo de Gyéo Fúntuo y sus hijos, cuyo compromiso (si se le puede llamar así) de hoy en día se limita casi sólo a defendernos de los ataques de otros seres poderosos que nos amenacen; es lo único que aún cumplen sin queja.
Es curioso que todo esto haya sucedido por la intervención de uno de ellos. Según dicen, Dáran se limitó a decir que los seres de Qikrouty eran conscientes, y por ende candidatos para unírsenos. Sé que no tenían motivos para dudar de la palabra del hermano, pero el tratamiento que les dieron a esos seres no se correspondió del todo a lo que debería haber sido, como si hubieran sido catalogados como seres conscientes en los documentos, pero luego vistos como seres inconscientes en la práctica, o al menos como material posible de experimentación.
No quisiera devanarme mucho los sesos intentando explicarme qué sucedió en la cabeza de todos realmente, qué motivos movieron el orden de las decisiones que tomaron, ni si de verdad llegaron a creer que lo que hacían no iba a tener consecuencias. No vale la pena pensar en eso, porque incluso después de haber escuchado el discurso de Bóher y el comunicado de Dáfur, sería ingenuo suponer que no ha habido subjetividad, manipulaciones u omisiones en sus historias. Los seres deben recordar que, más que verdades oficiales, son narraciones que han pasado por sus filtros personales. Que me trague un agujero negro si algún día alguien de nuestra especie llega a decir una verdad completa y honesta.
En fin, yo, como observador lejano a todo esto, sólo puedo especular, pero habiendo conocido nuestra empresa por dentro, debo dar prioridad a la desconfianza. De todo esto sólo podemos decir que algo sucedió, por alguna razón, por culpa de alguien y por algún motivo. Esta es, a fin de cuentas, la única historia posible de contar. Cualquier otra cosa es manipulación.
Afortunadamente mi esposa sigue conmigo; los de su especie no nos guardan rencor por la muerte de su compañero de realidad, y me han aceptado como uno de los suyos. Uno de estos días solicitaremos un cambio en nuestras naturalezas para poder tener hijos.
Algo más ha cambiado en mí: ahora observo a las piedras y al polvo, y me pregunto cuál será el universo que les despierte la consciencia.

***

—Vamos a comer algo, ¿quieren? —dijo Vélhes.
—Preferiría irme a dormir —dijo Bóher, sintiendo que el cuerpo se le entumía.
—¿Cómo es que estás tan cansado? ¿A qué universo de mandaron? —preguntó Vélhes, y le dio una palmada cálida en el hombro.
—Uno bastante raro —dijo Bóher—. Incluso en la etapa de exploración me pareció una locura; era un mundo levemente intolerante, en el cual no existía el concepto de sueño o descanso; sólo el movimiento y el alboroto, y al entrar en él mi naturaleza se modificó automáticamente para adaptarme. El problema es que al regresar es como un bajón repentino por la recuperación de mi naturaleza, y todo el tiempo que no descansé ahora me está golpeando.
Sin necesidad de decir nada, los tres se dirigieron instintivamente hacia la zona donde se encontraba el departamento de Bóher, para acompañarlo hasta la puerta. Dáfur, consciente de que los emisarios con frecuencia exageraban los problemas comunes que traían consigo los viajes entre realidades, se mostró escéptico ante el cansancio de Bóher, pero para no parecer insensible, dijo:
—Mañana te asignan otro viaje. Si quieres puedo pedir que te den unos días; así descansas bien. No sea que por andar con sueño la jodas y quede mal toda nuestra sección.
Bóher, percibiendo las intenciones de Dáfur por provocarle, contestó:
—Ni te molestes, camarada. Ya sabes que solamente se trata de la asignación; tendré suficiente fuerza mental para la explicación y la observación de los datos, cosa de unas horas y de vuelta a dormir, el viaje en sí será dentro de una semana. A diferencia de ti, yo no necesito mucho esfuerzo para asimilar toda la información necesaria para preparar un viaje.
—¿Cuánto es lo menos de tiempo que han tenido entre la asignación de un viaje y su realización? —preguntó Vélhes, para disipar un poco los ánimos competitivos que ya se empezaban a manifestar por medio de pequeñas risas sarcásticas. —Lo más corto que he tenido yo es de sólo tres días, claro que ha sido con universos relativamente sencillos. Una vez tuvimos que tener preparación durante tres semanas antes de mandarnos al mundo de las cascadas, ¿recuerdan que les conté? No había donde poner pie en ese mundo porque todo era agua cayendo, y los seres flotaban corriente arriba contra los violentos chorros de agua que caían hacia el vacío infinito.
—Si vuelves a contar esa historia, Bóher se quedará dormido antes de llegar a su cama —dijo Dáfur.
—Mis universos nunca han sido más aburridos que los de ustedes —dijo Vélhes, tomándoselo a juego, pero pensando que quizá Dáfur tenía razón.
—No, déjalo —dijo Bóher—. Al menos él no se inventa cosas de cuando viaja.
—¿Yo cuándo me he inventado algo? —Dáfur alzó la voz.
—Como cuando te mandaron al universo de los seres animados que no tenían cuerpo, que eran pura cabeza. Dijiste que encontraron tu cuerpo sexualmente estimulante e intentaron follarte por el ombligo.
Y como sus dos compañeros comenzaron a reírse, Dáfur se defendió ofendido:
—Pero eso no me lo inventé, de verdad pensaban que mi ombligo era mi órgano reproductor.
—¿Cómo pudieron haber pensado eso si esos seres no conocían otra parte corporal más que la cabeza? —dijo Velhés, que aún reía de manera intermitente imaginándose la escena.
—Yo que sé, tenían mucha imaginación, ya sabes lo impredecibles que pueden llegar a ser las mentalidades de otros mundos.
Pasaron así por los pasillos del edificio de la agencia, mientras la tarde caía más allá del mar verde que se veía a través de las ventanas. El edificio, construido a semejanza de una torre que se retuerce sobre sí misma, reflejaba los últimos rayos del sol con su color grisáceo.
Pronto llegaron al departamento de Bóher, el cual secamente se despidió de sus colegas y se dispuso a dormir. Vélhes y Dáfur caminaron unos pasos más hasta el transportador que se encontraba en el pasillo, a pocos metros del departamento de su amigo, y al meterse en él lo activaron para transportarse fuera de la sala de reuniones, de la cual habían salido instantes antes de que Vélhes les propusiera ir a comer algo. Los dos amigos se despidieron con una calidez que raramente manifestaban cuando se despedían de Bóher; Dáfur daba a Vélhes un pequeño golpe en su cráneo con los nudillos, y Vélhes siempre intentaba detenerlo fastidiado, porque a veces se le pasaba la mano y le quedaba un pequeño dolor durante un rato. Vélhes se dirigió hacia el restaurante de la agencia para cenar algo, Dáfur simplemente se fue por su rumbo sin explicar cuál era su destino. Esa fue su última convivencia durante el resto del día.
Esos momentos de convivencia y charla eran, aunque no hablaran abiertamente de ello, tan apreciados por los tres, que a ninguno le importaba haber recorrido todo el camino hacia el departamento a pie, a través de tantos pisos y pasillos, cuando simplemente podrían haber usado el transportador que estaba fuera de la sala de reuniones para llegar en un instante al departamento de cualquiera de ellos.

[1] “Cadena”.  

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