La realidad de Yáke y Sínke 12: El primer cambio


 
Los gemelos viajan a otros mundos por primeva vez.


35

Desconcertante. Mantienen el rostro tenso; casi no respiran. No recuerdan nada las chicas, ni todas las horas que Yúska había pasado frente al lienzo con un pincel en la mano, ni todas las vueltas y pasos sobre el suelo que Hínta dio sobre el que alguna vez fuera un salón de baile; todo ello parece haberse esfumado de sus memorias.
Las clases han terminado, las calificaciones han sido asentadas, la ceremonia de clausura ha concluido y las mentes de los estudiantes se ven finalmente libres de sus grifos oxidados. Pero los gemelos están ahora apresados por ese nuevo enigma.
—Supongo que se acabaron las actividades del club —dice Yúska. Las manos tras la nuca y echada para atrás en la silla. Hace equilibrio.
—Te vas a caer si haces eso —dice Séntsa. Miró a Sínke. Está muy silencioso, piensa que eso no es buena señal.
El gemelo distraído medita mirándolas, escucha el sonido de Yúska al caer.
—¡Ay! —grita y se soba.
—Te lo dije —dice Séntsa.
Se abre la puerta y entra Yáke en silencio. Leve zumbido, rápido destello negro como una breve ceguera.
—Llegan tarde —dice Yúska alegremente.
Sínke retiene el aire. Ella está sobre la silla. Kányu y Yáke entran al cuarto del club y se sientan. Yáke no dice nada.
—¿Va a haber alguna última actividad antes de terminar oficialmente? —pregunta Yúska.
—Si es así creo que yo quiero proponer algo —dice Áte cruzando los brazos.
—¿Desde cuándo te interesa tanto proponer una actividad? —pregunta Hínta, escéptica.
Un soplido silencioso la interrumpe, la negrura como un parpadeo, la fugaz sensación de encogerse. Se escuchan cientos de voces alrededor. Charlas como olas de rumores en ningún idioma.
—¡Apúrense, gemelos! —grita Yúska.
Casi no ven a sus jínnyi en la multitud de jóvenes en tumulto frente a la salida. Ambos avanzan con inseguridad. Dos brazos suaves rodean el torso de Yáke. Íma Líb se pega con gozo a la espalda del gemelo.
—Hola, amor. ¿Nos vamos juntos?
Y su voz era melosa, vergüenza esfumada, suave caricia con la nariz, sobándole los abdominales con las manos.

***

¡Ah, hermano!, ¿recuerdas ese momento como yo lo hago? Seguro que sí. Tu rostro no tenía precedentes: tu frialdad se transformó en miedo, desconcierto aterrador, el horror de la realidad incierta, aunque supongo que mi rostro era parecido. Yúska se dio la vuelta rápidamente y apretó los puños. Casi sin pensar, seguí caminando. Me invade entonces una corazonada, un presentimiento en mis venas al sentir de nuevo la realidad. Me acerco a Hínta y le pregunto discretamente si nos veíamos ese sábado como siempre. Dijo que sí con la cara roja. Entonces todo negro, ¿lo recuerdas? También lo viviste, porque ambos cerramos los ojos al mismo tiempo por instinto. Si no lo hubiéramos hecho, de todas formas hubiéramos sentido una ceguera por un nanosegundo, al mismo tiempo oímos ese agudo zumbido paseándose frente a nuestros tímpanos, y esa sensación de encogimiento, y ese breve letargo. Volteo a mirarte y los brazos de la voluptuosa chica de brillantes cabellos azules, por los que todos los chicos darían lo que fuera por tenerlos alrededor de sus torsos, habían desaparecido. Te sentiste libre y te volteaste confundido. Antes de que me dé cuenta, Yúska se acerca a ti y con insistencia toma tu mano y te arrastra diciéndote que eres muy lento y distraído, y su semblante era ahora enojadamente tímido, y su mano se estremece al tomar la tuya. ¿Acaso volvimos ya?, me pregunté.

***

El sábado llegó, y con él una tensión se ciñó sobre la mansión Grámt. El sol emanaba un calor frío como una fiebre, y unas nubes negras se movieron sobre la ciudad. Los gemelos salieron de sus habitaciones y caminaron hasta las escaleras, se miraron y no dijeron nada. El pato y la tortuga estaban en el piso de abajo, esperando como siempre a las chicas. Los gemelos regresaron a sus cuartos y cerraron las puertas.
Sentado sobre la cama, Yáke miró la puerta con recelo y entrelazó sus dedos. ¿Entraría Yúska por la puerta esta vez? Saludaría con su maliciosa voz alegre, estiraría los brazos hacia el techo haciendo un sonido suspirante con la boca cerrada, se pondría a hablar de lo primero que le pasara por la cabeza, tal vez acerca de lo extraño que se siente el tiempo, pero que le parece emocionante. Ella es así, busca lo extraño y exagera su importancia, lo hizo conmigo y por eso estamos aquí. ¿Pero y si no? ¿Si no viene ya no sería más algo importante para ella? Se levantó. No, mejor que no vuelva. El sonido de una reja a lo lejos, no se atreve a mirar por el balcón, se vuelve a sentar con un escalofrío. ¿Será real o sólo mi imaginación? Levanta la mirada a la puerta, escucha con su agudo oído lo que sucede en la planta baja: una ágil voz saluda al pato. Pasos en la escalera poco a poco se acercan, pasos en el pasillo, ansiosos, la presencia de alguien al otro lado de la puerta, la realidad se volvió insonora, no pudo escuchar ni su propio corazón. ¿Será más bien que lo que imagino se vuelve real? Gira la perilla.

***

—Hola, Yáke.
El gemelo apoyado en la palmera, bajando la cabeza, tecleando en el tronco con los dedos. Yúska se puso frente a él, sonriéndole, y adelantó la parte superior de su cuerpo con los brazos cruzados por la espalda.
—Hoy es mi turno de escoger la actividad —dijo—, no te puedes echar para atrás.
—¿Qué puedo esperar de lo que tú propongas? —preguntó Yáke.
—¡No seas grosero!, planeo que salgamos a convivir con la gente al centro, algo que te hace mucha falta.

***

Al terminar la escuela, se reunieron en el centro de la ciudad. La gran avenida Géwn[1], una de las más grandes de la ciudad de Shórsta; no había hora del día o de la noche en la que no transitara por ella algún vehículo desesperado. Dos enormes túneles llorando carros y humo conectaban a otra sección de la avenida que conducía hasta las afueras de la ciudad; grandes tiendas a lo largo de todo ese distrito engullían el dinero de las gentes despreocupadas. Pequeños puestos de comida, muy higiénicos, atendían comensales en cada esquina. La actividad de ese día era simplemente hablar con la gente que encontraran.
Se separaron: Sínke con Séntsa, Hínta con Yúska, Kányu con Yáke. Áte, en solitario, prefirió comprarse algo de comer cuando no hubo nadie viéndolo.

***

—Buen día tener os deseo, señor; dichoso soy por percibirlo —saludó Sínke, quitándose un sombrero invisible, a un hombre mayor sentado en una banca alimentando a las palomas—. Aquí mi estimada jínne y yo en actividad extracurricular nos hallamos esta maravillosa tarde, ¿os agrada el ambiente del parque junto al pasto recién regado, palomas a paso pomposo caminantes, acompañado del melodioso sonido de los si bemoles y fa sostenidos de los cláxones?
Apenada, Séntsa se distanciaba centímetros de su jínn. El anciano de sombrero marrón, que únicamente se había fijado con extrañeza en los ojos anaranjados y en los movimientos exagerados del gemelo, encendió su aparato auditivo en cuanto Sínke hubo terminado.

***

Terminaron pasando por una tienda de ropa de la que salían dos chicas de cabello azul, y al verlas, Kányu pensó en su novia y que querría comprarle algo bonito.
—¿Crees que a Íma le guste una blusa nueva de color amarillo, como la de esa chica? —preguntó.
—¿Te parece que soy el más indicado para aconsejarte sobre trivialidades? —preguntó Yáke con una calma pesada, despreocupado de la situación como si caminara en un sueño.
Kányu sonrió nervioso, y mientras pensaba algo con qué responder, continuaron caminando.
—Ya te lo he dicho muchas veces, jínn —dijo Kányu cuidándose de no sonar reprochador—, pero te lo digo de nuevo: necesitas relajarte un poco, parar de pensar tanto, la vida a veces no es algo serio, sino sólo para eso: vivirla.
—Para ti es fácil decirlo —a pesar de su apatía, Yáke habló con una inflexión engañosamente alegre, algo burlesca—, lo único que sabes hacer es sonreírle a todo en la vida, nada te preocupa más que permanecer al margen de todo lo importante. No haces nada al fin y al cabo.
—Bueno, admito que es en gran parte verdad, pero es en parte por eso que me voy a tomar en serio esta actividad del club y te voy a ayudar un poco, lo único que necesitas es hablar con alguien y sonreír, a la gente le gusta las sonrisas, son una parte del lenguaje corporal que indica que todo está muy bien.
—Y la gente sólo quiere sentirse bien…
—¡Correcto, jínn! Ahora sólo busca a alguien y dile algo agradable.
Resignado, Yáke volteó la vista hacia la izquierda y vio a un hombre de espeso bigote caminando. Lo dejó pasar frente a él, sin atreverse a hablarle, luego caminó tras él con las manos en los bolsillos.
—Señor.
El hombre lo escuchó, pero a causa de la pequeña muchedumbre en la que se hallaban, no se dio cuenta de que le hablaba a él. Nadie más se atribuyó tampoco la atención del gemelo. Yáke repitió sus palabras dos veces más, pero el hombre no terminaba de darse cuenta de que se refería a él.
—Usted, el señor cuyo bigote parece un murciélago—dijo Yáke, subiendo la voz.
El hombre se detuvo y lo miró con confusión. La gente siguió pasando, perdida en su mundo. Kányu se llevó la mano a la boca, preocupado.
—¿Eh? —dijo el hombre.
Por un momento sólo se escuchó el sonido de la gente y sus charlas, sus planes y sus idilios, ignorantes del joven de ojos anaranjados que encaraba con frialdad al hombre de gran bigote. Yáke tenía que decir algo, pero toda comunicación cotidiana le parecía tan pueril que no lograba hablar.
—¿Qué opina del problema del asno de Buridán? —preguntó Yáke, tomando aire, tras cerrar un instante los ojos y volver a abrirlos.
—¿Qué?
—Ante varias proposiciones que parecen iguales, uno no es capaz de elegir una y acaba no haciendo nada, yo ahora mismo podría estar en mi casa encerrado, tocando el piano o leyendo un libro, pero estoy aquí hablando con un desconocido, y lo extraño es que, si bien antes la primera opción me parecía la más razonable, he llegado al punto de no poder diferenciar cuál es más patética, si mi yo encerrado lejos del mundo, o mi yo conviviendo con él. Ambos egos han adquirido igual valor, pero no puedo no elegir alguna opción porque la realidad demanda elegir algo.
El hombre titubeó un momento.
—Chico, yo soy empleado de oficina… no soy filósofo.
—Yo tampoco, por suerte —sentenció Yáke.
El hombre del bigote extraño se alejó de ahí calmadamente.


36

Ella está en frente de mí, ¿es esto verdad? El gemelo arrogante tomó la mano de Hínta, quien se disculpó por haber llegado tarde. ¿Recuerdas cuando hace una semana te llamé? Dijiste que no podías bailar y que nunca lo habías practicado conmigo, y mírate ahora, yo tomando tu mano y poniendo la música con mi otra mano. Tu paso ha mejorado, tu rostro siempre se veía tímido al principio, pero eventualmente tus facciones se tranquilizaron con el transcurrir de los meses por la fuerza del hábito. Ahora esto parece algo normal para ti; no eres ya la misma tímida Hínta cuyas piernas temblaban por mi presencia. Dieron unas cuantas vueltas. Sin embargo, ¿Quién eres? O mejor dicho, ¿quién era la otra, la Hínta que había negado ser mi compañera de baile?
—No arrastres tanto los pies.
Sigo riéndome. Eres ahora la que baila conmigo este vals. Muévete con el crescendo, ¡ímpetu, eso es! Algo en el espacio-tiempo. ¿Qué?
Se detuvo súbitamente. Sus brazos no sintieron el cuerpo de la chica. Miró alrededor: Nadie.
—Estás y no estás, eres y no eres: contradicción cruel —le tembló la espina, la sonrisa tiritándole y la voz rasposa atrapada en la garganta.

***

—No entiendo, ni quisiera hacerlo, lo que pasa por sus cerebros cuando se sienten ofendidos.
—No es agradable —dijo Kányu—. No te puedo explicar si no lo has sentido, pero es mejor que no vuelvas a hacerlo. Además, pudiste simplemente acercártele y tocarlo en un brazo para llamar la atención.
—Consideré que tal acción representaría la derrota de mi intención comunicativa por medio de las palabras. ¿Tanto poder le otorgan ustedes a los signos lingüísticos que someten sus mentes a la perturbación?
—Bueno, es que las palabras significan cosas que a muchos no les gustan.
—¿Ah, sí? ¿Y quién ha dado significado a las palabras, Kányu?
—Pues, la gente, la cultura.
—Entonces es la gente y la cultura lo que determinan lo que ofende, ¿no? Atribuir características negativas a esas combinaciones de sonidos que describen conceptos aceptados como negativos, arbitrariamente, y luego demonizar a los que las pronuncien.
—Bueno, mira, no es lo que dices, es cómo lo dices.
—Permíteme dudar de eso. ¿Serías capaz de ir frente a una persona, y, con voz sumamente amable y dulce y pose reverencial, decirle el más mal sonante insulto que se te ocurra?
—¡No! Es un poco de las dos cosas. Mira, mejor vamos a buscar a los demás.

***

—No me enjuicies, estimada jínne, he de decirte que en nuestro deber de socializar con nuestros congéneres, problema alguno no deberíamos tener para referirnos a ellos de manera directa y sin ambigüedades de que con ellos comunicarnos pretendemos.
—Eso no te da derecho a haber llamado anciana a aquella mujer —dijo Séntsa. Se sentó en un banco y suspiró pensando que todo eso había sido una mala idea.
—De tal pensamiento, me temo, que de argumentación justificadora preciso —dijo Sínke, sentándose a su lado y cerrando los ojos con soberbia.
—¿No pensaste que quizás aquella mujer se pudo haber sentido mal por haberla llamado de ese modo? Y ya habla normal.
—Bueno —inhaló profundamente—, su edad era su propiedad más destacable, debía referirme a ella de algún modo. A mí no me molestaría si alguien se refiriera a mí como chico de ojos raros.
—No es lo mismo; llamar viejo a alguien es considerado ofensivo, sobre todo si no lo son tanto como aquella mujer. ¿No viste cómo se puso en el momento en que se dio cuenta de que te estabas refiriendo a ella? ¿No viste su cara cuando escuchó esa palabra?
—En efecto, lo noté —dijo enderezándose en el asiento—, su expresión me decía: “¿A quién le dices vieja? ¡Chico insolente!”, y de seguro pensó improperios menos refinados aun —se rio—. Esa pequeña palabra jugó un efecto en su cerebro lo suficientemente fuerte como para no tomar en serio nada de lo que dijera después, casi como si la hubiera llamado puta.
Miró sonriendo suspicazmente a Séntsa, la cual tuvo un pequeño retortijón.
—¿Y no ves nada malo en eso?
—No —contestó echándose hacia atrás muy cómodamente—, si la gente quiere seguir sintiéndose ofendida, es su problema, no echen la culpa a los demás por herir sus sentimientos.
—¿Cómo puedes decir eso? —Séntsa alzó la voz— ¿Acaso no te importa cómo se pueda sentir la gente?
—Irrelevante.
—¿Qué sentirías si alguien te dijera algo ofensivo?
—No existe ofensa ni para mi hermano ni para mí.
—Algo les tiene que ofender.
—¿Por qué?
—Porque todo el mundo tiene algo que le ofende, no hay ser humano que no se sienta ofendido por algo.
Sínke la miró como si hubiera oído una broma, luego rio en voz baja y se tornó un poco más serio.
—¡Qué horror! Todo ser humano debe tener algo que le ofenda, ¡Aikàn mío, yo quiero ser un ser humano, estoy ofendido, no me ofendan!
Séntsa exhaló al escuchar su tono sarcástico, luego Sínke regresó a su aire cínico.
—Podría decir que lo único que me ofende es que la gente se ofenda, así que, para que no me ofendas, debes dejar de ofenderte —y rio por el colérico rostro que puso su jínne.

***

¡Ah! Séntsa, cómo te molestaste por aquella respuesta mía, te ofendiste porque no me ofendí. Comenzaste a soltarme un montón de cosas con la intención de saber si me ofendía por ellas, primero fueron estúpidas y con una intención muy forzada de lograr tu punto, pero mi respuesta siempre fue la misma, y cada vez me veías más y más horrorizada, como si fuera un monstruo. Comenzaste a criticar mi esencia; mis propiedades físicas: mis ojos extraños, ojos de naranja aplastada; mi cabello enredado y despeinado, algo de caspa cae sobre mi ropa, mi ridículo caminar y exagerado expresar al comunicarme. A todo eso te di la razón y me reí; pero no me ofendí. Luego hablaste de las ideas contrarias a las mías, te respondí que no me ofenden, sino que me parecerían interesantes de analizar; podría considerarlas tontas y sin fundamento, pero no ofensivas. Pasaste entonces a mis reacciones ante las grandes acciones del mundo. Injusticias, gobiernos a los que no les importa nada que la gente se joda, corrupción que lleva a guerras que acaban afectando a la población, mal uso de los impuestos, en resumen: que la gente del mundo viva jodiéndose la vida “por culpa de los gobiernos o por culpa del pueblo por su propia mediocridad”, en tus propias palabras. Todo eso me parece un problema grave, divertido o absurdo, pero no me ofende. Luego mencionaste ejemplos de sufrimiento más específicos. ¿Discriminación? No suele dar buenos resultados, aunque cada uno es libre de valorar; a vece divierte; pero no me ofende. ¿Violencia infantil? Lo mismo que mi respuesta anterior. ¿Violencia contra los animales? Lo mismo. Te pusiste más nerviosa y te empeñaste en ser mucho más específica con tal de ocasionarme algún sentimiento de horror. ¿Alguien grabando un video torturando y matando a un perrito, o golpeando y matando a un inocente niñito? Igual que todas las respuestas anteriores. Te desplomaste sobre la banca, desmoralizada por tu fracaso en encontrar en mí alguna esencia de humanidad, y unas grises palomitas salieron volando asustadas. No te asustes, querida jínne, después de todo no soy de esta realidad, es obvio que mi hermano y yo no vamos a compartir todo lo que ustedes tienen como verdades universales del ser humano. Me reí por última vez; hasta yo me aburro a veces de mis risas constantes y masivas. La luz del día cada vez se volvía más y más anaranjada como mis ojos de naranja aplastada. Tal vez sí somos monstruos.

***

—Ese punto de vista me parece muy simple —dijo Séntsa—, la gente puede hacer cosas buenas sin esperar nada a cambio, eso es el altruismo.
—Eso me parece errado —dijo Yáke—, uno nunca hace nada gratis. Incluso el acto de bondad más desinteresado acarrea algún tipo de recompensa para la mente, aun si se tiene conciencia de que el beneficiado nunca podrá devolverte el favor.
—¿Qué es esa recompensa? —preguntó Hínta.
—Satisfacción —contestó Sínke maliciosamente—, o más específicamente, la recompensa es la satisfacción de no sentirse mal, pues en realidad no se siente bien hacer el bien, sino que el no hacerlo te hace sentir mal, y eso es lo que detestamos: sentirnos mal, y haremos lo que sea por no sentirnos así. El odio es la base del bien; el odio a sentirnos mal a largo plazo, aunque para eso a veces debemos jodernos a corto plazo.
—La felicidad es la recompensa —sentenció Yáke—, ni siquiera ustedes pensarían que recibir felicidad sea recibir nada, pero cuando se trata de altruismo, actúan como si la felicidad propia fuera igual a la nada. Tramposamente disfrazan un algo de nada.

***

Entrada la tarde, los jínnyi se reunieron con Séntsa y Sínke en medio del parque. Yúska había estado entrando en muchas tiendas con Hínta para hablar con la gente comprante. Sin pena alguna, Yúska le interrogó a una señora con una canasta llena de tomates si pensaba preparar una salsa para la cena, le recomendó entonces que comprara perejil para complementarla y se alejó de la agradeciente mujer. Hizo cosas parecidas con los clientes de tiendas de ropa y comestibles mientras Hínta la seguía fielmente pero sin ser muy partícipe en nada.
—¿Aprendieron algo de esta actividad? —preguntó Yúska, haciendo un especial énfasis en Yáke.
Sínke respondió:
—Vimos mi estimadísima jínne Séntsa y yo a una persona acercarse a un puesto de hot-dogs y pedir uno. Mientras se lo preparaban, platicó con el dueño del carro sobre el escándalo de esa actriz que fue fotografiada saliendo de un bar ebria. Al terminar su pedido, el cliente pagó y se fue. Después de él llegó otro cliente; éste no habló de nada con el dueño del carro, ¿y sabes qué noté? La expresión del hombre de los hot-dogs se vio aliviada, ¿no se los dije? Mientras el cliente anterior le platicaba, noté cómo la mirada del vendedor se tornaba incómoda, y evitaba contacto visual con él esbozando una hipócrita sonrisa de cortesía mientras desparramaba mostaza sobre la salchicha. Su voz se escuchó apresurada al decirle el precio, pero sin dejar de sonreír. Nos quedamos a observar un rato más, y nos dimos cuenta de que con los clientes que intentaban platicar amistosamente con él, su actitud se mostraba más forzada, mientras que con los que no hablaban nada se sentía más a gusto.
—Ajá —dijo Áte—. Sólo es un vendedor al que no le gusta hablar con la gente, ¿por qué tanto drama?
—Después de ese, encontramos en otra manzana a otro vendedor de hot-dogs, pero ése era muy platicador, y a todos los clientes los recibía con una gran alegría y comenzaba a hablarles de lo primero que se le ocurría; no podía faltar, por supuesto, de nuevo la noticia de la actriz entre sus tópicos. Y aquí ocurrió el efecto contrario: eran los clientes los que se mostraban incómodos y sonreían con una forzada cordialidad mientras el parlanchín hombre de ojos cerrados esparcía mostaza sobre las salchichas, y sólo uno que otro se animaba a seguirle la conversación.
—Todavía no veo cuál es el punto de todo eso —pensó Yúska en voz alta.
—Eso —dijo Yáke— quiere decir que nuestra actitud con los demás va a estar regida por lo que es conveniente para que funcione la sociedad en una especie de egoísmo deseable. El cliente quiere comida y el vendedor quiere vender, el primer cliente cree que intentando ser simpático hará sentir mejor al que vende porque le va a llenar el estómago, el segundo vendedor cree que intentando ser simpático hará sentir mejor al cliente porque le va a llenar la billetera, sean ambos conscientes de su actitud o no. Los dos se ven en necesidades que los fuerzan a convivir entre ellos por algo a cambio.
[—Ese punto de vista me parece muy simple.]
—No le veo lo malo a eso —dijo Kányu—, no todos podemos estar a gusto con toda la gente del mundo…
—No considero eso en términos de bueno o malo —dijo Yáke—, simplemente es curioso que ese tipo de hipocresía sea considerada una virtud bajo el nombre de educación y amabilidad. Lo que mantiene unida a la sociedad es, paradójicamente, no una unión, sino un alejamiento en la que simplemente nos soportamos los unos a los otros cuando tenemos algo que nos interesa y que el otro nos aporta. De nuevo: un egoísmo deseable.
—Vamos, Yáke —dijo Kányu—, en el mundo hay mucha gente que se comporta con toda una gama de actitudes, no puedes sacar conclusiones tan generales solamente por unos vendedores y compradores que actuaron de esa forma.
—Tal vez —dijo Sínke, subiendo los hombros—, pero no me voy a poner a opinar de lo que pude o no haber visto, sino de lo que sí vi, como dice esta actividad de club. Cuando nos toquen otros casos, podremos modificar nuestras conclusiones.

***

—En parte tengo que darles la razón —dijo Séntsa, que había estado pensando en eso con más seriedad que los demás—, ese egoísmo mal usado puede llevar a muchos males, pero es por eso que debemos generar conciencia de que necesitamos una sociedad más unida, con menos egoísmo, en la que todos nos tratemos como hermanos. Esa es la esencia del jínnliù.

***

Dijo Sínke:
—Los humanos ya nos tratamos como hermanos: nos envidiamos y nos arrebatamos los juguetes, agarramos sus libros y los leemos al aire libre para no arriesgar los nuestros, y tocamos sus violines con nuestras manos llenas de tierra, sangre y otros fluidos.
Yáke dirigió un rápido puñetazo a la cara de su hermano, el cual lo resistió sin siquiera reaccionar.
Dijo Sínke:
—¡Qué horror, estimados jínnyi, si todos los hombres y las mujeres nos volviésemos como hermanos gemelos! ¡Pero qué mundo sería!


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[1] Apellido de un general célebre de la guerra contra Japón.

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