El Oxímoron 6

 


El Oxímoron se revela a sí mismo, probablemente.


Cuando Ámia se despidió y se alejó entre los árboles, Zómwan estaba tan inquieto que todavía no quiso regresar a la cama, en su lugar se quedó un rato más, bajo la luz de la luna y la sombra de la posada, intentando calmarse aspirando el viento que olía al lejano mar. De pronto algo se acercó lentamente de entre los árboles, Zómwan se quedó sin aire, ese pequeño bulto caminaba hacia él a paso torpe, entonces se quedó rígido cuando se descubrió como un polluelo de avestruz, sus cuerpecito rechoncho y sus plumitas inspiraban ternura. Casi sin pensar, Zómwan se agachó y le silbó, el pequeño primero se mostró escéptico, pero un minuto después agarró confianza y se acercó. Zómwan le acarició la cabecita con suavidad y le preguntó cómo es que iba a crecer para volverse un sanguinario antropófago, pero entonces tuvo miedo de que su padre estuviera cerca y se alejó de él unos pasos, lo vio mirarlo con los árboles oscuros de fondo, y regresó rápidamente a su habitación. Subió las escaleras metálicas con miedo a mirar atrás, y se tumbó en la cama sin cerrar la ventana (lo que habitualmente hacía a causa del calor). Luego sintió unos pasitos por la ventana, y cuando se dio la vuelta, el polluelo ya estaba adentro. Zómwan miró con horror cómo el pequeño se paseaba por la estancia, explorándola y debatiéndose por dentro. Zómwan se levantó rápidamente, tomó al avestruz entre sus manos, bajó la escalera y lo dejó lo más alejado que pudo en el patio, justo en el límite con el bosque, y regresó asegurándose de que no fuera tras él. Una vez adentro, cerró la ventana y se acostó. Pocos minutos después un sonido le hizo abrir los ojos, se dio la vuelta y casi se queda sin aire al ver al pequeño avestruz ahí afuera, mirando por la ventana hacia el interior del cuarto, demandándole con los ojos que lo dejara entrar para seguir investigando. Zómwan intentó dormir, pero se despertaba cada cinco minutos sólo para encontrarse con que el polluelo seguía ahí. No fue sino hasta después de dos horas que vio con alivio que el polluelo se había ido de una vez por todas, y cuando finalmente logró dormirse, soñó que decenas de polluelos invadían su cuarto.

***

Sexta carta:
“Cuando Ámia huyó, se instaló en secreto conmigo y me compartió una parte de su versión del Oxímron: ocurre aquí en este pueblo, y alguien de afuera es el causante”.

***

¿Qué sabe usted de la hija de la dueña de la posada?, Zómwan se ha detenido antes de irse, y el panadero, tranquilamente, se volvió loca por el Oxímoron, y por eso ahora anda robando por ahí, sobre todo a mí. Tenía Zómwan en los oídos la voz del señor Nín y puso mucha atención a los gestos del panadero. Y Zómwan, hace ya una semana que llegué y no me siento progresar en absoluto. Eso es quizá porque no has integrado mis avisos en tu alma, ¿qué harás entonces? ¿Cuándo terminaré de saldar esos cuatro yaos? Sabes que los saldaste hace tiempo, ¿verdad? Pero ¿acaso importan ahora? Sabes que eso sólo fue una excusa, puedes irte apenas sientas que no lograrás nada más conmigo. Pienso irme mañana por la mañana. ¿Asistirás al festival de hoy? Sí, ¿por qué no?; pero debido a ciertas circunstancias ya no puedo regresar a la posada, ¿le importaría que pasara la noche aquí en la panadería?, le prometo que cuando venga mañana a trabajar yo ya no estaré más. Como quieras, quémala si quieres.

***

Han sido adornadas las calles y el parque de papel azul, luces de colores por todos lados que se encienden y se apagan. Músicos sacan sus viejas guitarras [1], mandolinas, chelos y tambores y se ponen a cantar canciones de amor, tragedia, alcohol y aventuras. Puestos de comida, hecha con ingredientes especialmente cuidados para ese día, a fin de ofrecer alivio al ya hastiado paladar de los pueblerinos. Habíanle explicado a Zómwan que los días de fiesta los avestruces no se atrevían a acercarse al pueblo, dado que la enorme cantidad de puestos de comida, luces, papeles colgando de los techos y, sobre todo, la gente que iba ruidosamente de un lado al otro, cantando y divirtiéndose, les aterraba y lo percibían como si, por esas noches, el pueblo entero se hubiera vuelto una única casa humana. Zómwan acompañó al señor Nín, ataviado en su antigua ropa de labrador, vieja y rota pero con enorme valor sentimental, hasta una de las bancas del parque, cerca de donde estaban los viejos huesos, y ahí le comentó que esa noche no volvería a la posada, que había dejado todo menos su dinero, que pasaría la noche en la panadería y se iría antes de que el pueblo se despertara. El señor Nín estuvo de acuerdo; le inventaría a la casera que había averiguado dónde se instalaba su hija y que iba a hacerle compañía de una vez por todas, hasta que se lo comieran los avestruces. Viejos campesinos, amigos del señor Nín, aparecieron y se sentaron a platicar con él, por lo que Zómwan alejose de ahí despidiéndose de él. La dueña de la posada se hallaba conversando con vecinas y amigas en un puesto de draóhi [2], y el tema de conversación fue, de nuevo, el forastero.
—¿Cuánto tiempo más lo vas a tener en tu casa? —preguntó su amiga la costurera, cuyo enorme cuerpo amenazaba con romper las patas de la silla de plástico. Las manos que preocupadamente se asían al brazo de la casera estaban llenos de piquetes de aguja.
—Espero que para siempre —dijo la casera—, desde que llegó, el señor Nín parece más a gusto; ya tiene a alguien a quien le gusta escuchar sus viejas historias. Pero lo mejor es que va a curar a mi hija y la llevará a una vida mejor —esto lo dijo con una lágrima asomándole por un ojo.
Otra de sus amigas, una lavandera que pese a no pasar de los cuarenta tenía la cara llena de arrugas y un párpado grotescamente caído, lanzó un suspiro desesperanzado y dijo:
—Vamos, Kísa. No pongas tantas esperanzas en ese muchacho.
—Si ustedes los vieran juntos —dijo la casera, como si no la hubiera escuchado— como yo los observo cada noche, y veo en el rostro de ella un brillo cuando mira a Zómwan; sé que pasa algo en su corazón, lo siento dentro del mío.
—Ahí viene la comida —dijo la lavandera.
—Ojalá así sea, Kísa —dijo la costurera—, si por acaso algo malo llegara a suceder, yo tengo mis ahorros bien guardados, deberíamos juntar todo lo que tengamos e irnos de este pueblo a alguna ciudad.
—Es una buena idea —dijo la lavandera—, nos ayudaríamos entre las tres, como lo hacíamos de niñas, ¿se acuerdan aún?
—Ja, ¿cómo olvidar esos tiempos? —dijo la costurera— En ese entonces el trabajo duro en este pueblo daba alguna recompensa; ahora lo mejor es irnos. Trabajaríamos de sirvientas en una gran casa de ricos. Tú cocinarías, Kísa, con buenos ingredientes no tendrías competencia, Néla se ocuparía de la limpieza y yo de los niños.
—Oh, ¿niños? —dijo la casera— No me atormentes, Yíla, no tengo en mi mente más que a mi hijita, no puedo dejar el pueblo hasta saber que Zómwan la está cuidando bien.

***

Zómwan vagabundeaba por el parque. Aun en ese día de fiesta, los pueblerinos se niegan a acercársele, de mala gana le sirven comida y reciben sus sonrisas amigables, y él sólo esperaba que la fiesta amainara (lo que quizás ocurriría en la madrugada), para retirarse a la panadería y dormir por unas horas antes de irse. Mientras tanto se sentaba a escuchar a los músicos y contemplar a los que bailaban con el ritmo de sus desafinados instrumentos, veía también a los niños que, disfrazados con máscaras rojas, se perseguían emulando las persecuciones de los sénha [3]. Estaba cabeceando, sentado en una banca, mientras la música seguía tocando sin indicios de mostrar sueño, entonces una joven con máscara pasó corriendo junto a él y le dio un pequeño golpe en la cabeza. Al levantarse enojado, la joven se levantó la máscara hasta la mitad: era Ámia, la cual con una risa le dijo que lo siguiera discretamente, para no arriesgarse a que su madre los viera. Zómwan había notado que la casera intentaba seguirlo con la vista desde hacía un rato. Vio a Ámia alejarse hasta unas casas lejanas, donde el festival terminaba, e instantes después la siguió. En el camino se encontró con el frutero, éste le ofreció de su mercancía y le preguntó si había visto a Érnte por ahí, pues hace rato que no lo encontraba y necesitaba su ayuda, Zómwan negó haberlo visto y le compró un pequeño durazno que metió en su bolsillo.
***

Será en una de las casas más antiguas del pueblo, enfrente del parque, que había pertenecido a algún personaje importante de la historia de ese pueblo pero que ya nadie recordaba. Las puertas estarán rotas y se podrá ingresar sin esfuerzo. Ámia conducirá a Zómwan hacia la azotea, y desde ahí contemplarán el festival que prosigue a sus pies.
—Qué bello, ¿no? —dirá Ámia— Es uno de los pocos momentos que este pueblo no parece tan desagradable. Estoy hoy tan ansiosa y a la vez tan triste de que no volverá a haber nada parecido, tal vez sea lo mejor, pero lo más probable es que no.
—Tu madre en verdad tiene fe en mí —dirá Zómwan—, y me temo que ella no será la única decepcionada. Me iré mañana antes del amanecer.
Ámia no parecerá preocupada por eso, lo que sorprenderá a Zómwan, pero éste no comentará nada.
—Supongo que entonces me llevarás contigo —dirá Ámia—, o más bien, me llevarías contigo si no fuera porque esta noche sucederá.
—¿El Oxímoron? —preguntará Zómwan, sin mirarla.
Ámia seguirá contemplando el festival. En la cabeza de Zómwan se generarán cientos de interpretaciones para ese silencio, que irán desde la absoluta seguridad de que Ámia está resignada a lo que sucederá, hasta un silencioso grito de ayuda hacia él. Acabará por sentirse indefenso e inútil. No deja de haber gran contradicción en el actuar de Ámia y lo que le había dicho hacía varias noches, pero también le había hecho saber que el Oxímoron puede cambiar su sistema en cualquier momento, y que siempre era posible que todo lo que le había enseñado ya no fuera verdad. Por eso ya no sabrá nada, ya no querrá saber nada. Haber ido a ese pueblo para resolver el misterio del Oxímoron ha sido en vano, y reirá porque ya sabía que sería en vano, y que si seguía desesperándose y lamentándose por su mala suerte era culpa completamente suya. Si el Oxímoron puede ser lo que sea, ocurrir dónde y cuándo sea, independiente de aquella visión o sentimiento para darle cierta certidumbre con el que todos nacían, entonces nada podría refutarle que el Oxímoron no fuera precisamente ese festival pueblerino, o el hecho de que el frutero esté pelando manzanas, o el que la amiga gorda de la casera se haya atragantado con un garbanzo, o el que el anciano señor Nín ande recordando su juventud con sus amigos, o el que los niños jueguen descuidadamente cerca de los huesos del entomólogo y lo pisoteen y revuelvan, o el hecho de que Ámia se le acerque, apoye la cabeza en su hombro, sonría y suspire, o que el viento con olor a pantano mueva sus cabellos ásperos y exponga sus ojeras, o el hecho de que sus dedos sucios de tierra busquen sus manos, o el hecho de que su pecho se llene y vacíe de aire cada vez más expectante, o el hecho de que en algún lugar del mundo haya algo sucediendo por alguna razón que nunca podrá saberse. Todo aquello, pensará, es el Oxímoron.

***

Los avestruces se aproximan al pueblo. El polluelo camina al frente de todos.

Fin

          


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[1] La guitarra danzilmaresa tiene sólo tres cuerdas y su forma es más circular, no confundir con la guitarra europea.
[2] Estilo de cocina distintivo de la gastronomía de Danzílmar.
[3] Espíritus malignos del folklor danzilmarés, representados como pequeñas nubes de polvo rojo que fastidian a los que se adentran en los bosques secos.

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