Estaciones: Verano I

 


El visitante experimenta la dureza de la vida en el desierto.


Me llevó mi guía a una región llena de arena hasta donde alcanzaba la vista. Muy atrás dejamos los bosques frondosos y los pastos verdes del páramo, ahora nuestros pasos eran ásperos sobre el suelo seco. Arriba de nosotros el sol dejaba caer el peso de sus rayos como lanzas. En mi curiosidad por experimentar, pedí a mi guía que me permitiera sentirlos impactar contra mí, y así sentí por primera vez cómo los átomos de ese mundo vibraban con agitación extrema, produciendo sensaciones incómodas y dolorosas en mi cuerpo poco acostumbrado a las disposiciones de esa realidad. Caminé así, ardiéndome en todas direcciones, soportando el golpe de los átomos exaltados.
Mi guía me detuvo para descansar, viendo que lo novedoso del clima se llevaba mis energías con facilidad, y dijo:
“En este mundo los balances son escasos. Ha querido la realidad que sólo un rango muy delgado en la escala de la temperatura sea agradable y eficiente para las formas de vida, mas no por eso pienses que por ello este es un lugar vacío, sino que tan sólo es diferente, y al ser así, su vida también lo será.”
Pregunté intrigado si en serio ahí encontraríamos algún otro ser vivo, pues por más que miraba por todos lados, no me imaginé a ninguno haciendo su hogar en aquella arena árida.
“Es verdad que el mundo no es amigable para la vida en general, pero ésta es tenaz, y se aferra a cualquier descuido de la realidad para plantarse firmemente en ella. A veces la realidad se asombra de su valor y la deja vivir; otras veces no tiene reparos en hacerse aún más dura y acaba obligándolos a adaptarse.”
Seguimos nuestro camino, y en algún momento escuché un ajetreo en el cielo: uno de esos seres llamados aves se zambulló volando directamente sobre la arena, levantando una muralla espesa de polvo mientras se revolcaba. Cuando todo se aclaró, vi que en su pico había un ser alargado y sin patas, que de inmediato sirvió de comida para esta ave. Nos quedamos a contemplarla mientras terminaba, y mi guía volvió a comentar:
“No muchos seres viven aquí, pero los que lo hacen tienen que aprovechar todo cuanto esté a su alcance. Esa ave es en realidad de las pocas que quedan en este desierto; están a punto de extinguirse. La razón es que se han especializado tanto en alimentarse de esas serpientes venenosas que se han vuelto su alimento principal. Hace miles de años, cuando dichas serpientes abundaban en el desierto, era una gran ventaja poder alimentarse de ellas y ser inmune a su veneno, pero ahora la población de serpientes está disminuyendo cada vez más rápido, y por ende esa ave cada vez encuentra menos comida. Si nada cambia, el desierto seguirá vaciándose de vida.”
Continuamos nuestro camino hacia el corazón del desierto. Esporadicamente logré divisar alguna otra forma de vida, casi todas muy pequeñas que vivían en agujeros en el suelo, y que cuando cayó la tarde y empezaba a anochecer salieron a refrescarse. Uno de estos seres, que mi guía llamó lagarto, tan pronto como se hizo presente empezó a devorar a esos pequeños animales, llamados insectos, y a pesar de que éstos se defendían ferozmente con sus aguijones y tenazas, el lagarto se los tragaba sin dolor alguno.
Cuando la noche cayó, los átomos se calmaron demasiado, tanto así que ahora su baja movilidad me hizo temblar, y el inicial alivio por dejar de sentir las lanzas del sol se volvió un deseo de volver a sentirlo, a lo que comentó mi guía:
“Los extremos son lo normal en este mundo. Aquellos que hayan nacido aquí tienen que vivir con ambos, y si alguno de esos extremos llega a desaparecer, o si la realidad lo mueve todo hacia el centro, sería para ellos una catástrofe.”
Varios días caminamos así por el desierto. Vimos también algunas plantas que luchaban contra la escasez de agua a su modo, preguntándome por qué se empeñaban en seguir viviendo lejos de ella, a lo que mi guía contestó:
“La realidad de este mundo no te permite elegir dónde nacer. Esas plantas están ahí porque sus ancestros habitaban aquí desde hace miles de años, cuando el desierto no era desierto, y conforme la temperatura fue subiendo, se fueron adaptando a ella. Si ahora sacaras a esta planta de aquí y la llevaras al bosque, moriría sin dudas, pues aunque haya ahí abundante agua, se ha acostumbrado a la que el desierto le provea, y no puede concebir otra forma de vivir.”
Una mañana escuchamos el canto de otras aves. Siguiendo el sonido llegamos a uno de los pocos árboles que habitaban en el desierto, el cual era flaco y en apariencia débil, pero al llegar y tocarlo comprobé que de hecho era resistente y eficiente para guardar líquidos en su interior. Mientras tanto, las aves seguían revoloteando. Eran más pequeñas que la que se había alimentado de la serpiente, pero volaban con velocidad igual y mucho más ruidosas.
Dijo mi guía:
“Se comportan así porque son sensibles al mundo, y sienten que dentro de poco habrá un viento fuerte. Han de resguardarse en este árbol, y tienen miedo porque el viento que viene es muy intenso, y usualmente se lleva volando sus nidos con sus huevos.”
Poco tiempo después, divisé a la distancia una enorme columna de polvo que se elevaba hasta el cielo. Los vientos empezaron suaves, pero rápidamente me atravesaron los primeros golpes de arena que se sentían como garras. Antes de darme cuenta, la pared de arena se abalanzaba contra nosotros, y no vi nada más que el dorado de las arenas rodear al mundo a mi alrededor, y siguió así hasta que la densidad fue tal que todo se volvió como la noche, y sentí mi cuerpo siendo aplastado y obligado a someterse contra el ardiente suelo.
Pasé mucho rato así, sin poder moverme. Si hubiera pertenecido yo a ese mundo, y si hubiera tenido la necesidad de absorber oxígeno para mantenerme con vida, me habría encontrado con el mundo de los espíritus de ese planeta, pero por fortuna mi guía no tardó mucho en desenterrarme y sacarme de vuelta a los rayos del sol. Sacudiéndome la arena, comprobé con tristeza que el árbol había sido derribado, y de aquellas aves no quedaba rastro.
¿Estarán acaso debajo de la arena? ¿Habría tiempo de salvarlos? Casi con desesperación empecé a escarbar en la arena, esperando que el tiempo que habían estado sin oxígeno no fuera el suficiente para quitarles la vida, pero entonces mi guía me detuvo y me miró con lástima.
“No queda nada de ellos: el desierto los devoró. Sólo nos queda esperar que en algún otro lado otras aves similares hayan tenido más suerte, y que su descendencia sepa adaptarse.”
Seguimos nuestro camino hacia el otro lado del desierto, y mientras seguía contemplando el mismo paisaje árido y desalentador, iba preguntándome si, en caso de que hubiera alguna entidad trascendental controlando aquel mundo, no sería mejor ser un poco más piadoso con los que ahí habitaban.


          




Volver a Corcheas

Comentarios

Entradas populares