La realidad de Yáke y Sínke 24: Luchas
Hay varias razones para pelear.
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Por debajo de su temperamento infantil y verecundo, Zúruk poseía una gran fortaleza física, producto de los años de entrenamiento en el Yúndáo que le había enseñado su padre. Por debajo de las ropas casuales con las que acudía a la escuela se escondían unos abdominales y unos bíceps bien formados, resistentes y cosquilludos. Dicha condición física era evidente para sus compañeros los días que tocaba deportes, en los que tenía ventaja sobre los demás y provocaba congratulaciones por parte de los chicos y palabras de admiración en algunas chicas, quienes cuchicheaban su deseo de poder apreciarlo durante las clases de natación si no fuera porque estaban separadas por género. Contra lo que podía esperarse después de haberlo conocido un poco, su habilidad en la lucha era el único aspecto de su ser que no expresaba con modestia, sino que, al verse afrontado por algún comentario incrédulo o retador, no tenía vergüenza en levantarse y ponerse en posición de guardia hacia el chico que dudara de él. A veces una breve pelea se llevaba a cabo y terminaba en cuestión de segundos; a veces el retador se intimidaba por el fuego en los ojos del que normalmente sería como un niño indefenso, y todo terminaba antes de comenzar.
***
Zúruk termina rápidamente con su contrincante, pasando así a la final del torneo. Durante todo ese tiempo se ha dado cuenta de Sínke, y pese a no haberle dirigido la palabra en ningún momento, no ha perdido ninguno de sus movimientos durante los combates; especialmente el que le da a Sínke el pase a la final contra él. Siente miedo de la resistencia del gemelo, de la velocidad de sus golpes y de su ojo para vaticinar los ataques del adversario. Sin embargo, al encararlo en la arena, Sínke lo sorprende al decir:
—Perdona por ignorarte, Zúruk, no conocía esta sección de tu definición. Mas la viviente prueba eres de que, en esta realidad al menos, las apariencias inconfiables son.
Y Zúruk se da cuenta de que Hínta estaba del lado de Sínke, junto con los jínnyi. Ella se había quedado sin palabras y con pensamientos culposos al saber que Zúruk estaba participando, pues no sólo lo había rechazado sino que también fue ella quien le había dado a Sínke la idea de sustituir al que se había lastimado, por lo que no tuvo valor estar presente durante sus combates. Pero en ese momento siente injusto desaparecer durante el combate final de su jínn, y sólo evita mirar fijamente al adversario que tan tiernamente se le había confesado tiempo atrás.
Entonces siente Zúruk que el miedo lo deja para remplazarlo por una insoportable necesidad de luchar esa pelea, aunque acabe perdiendo y herido. Se pone en guardia, serio, como nadie lo había visto antes, y agradece el comentario del gemelo. Suena la alarma y comienza la lucha final del torneo.
***
“Sí, qué bueno, todo salió bien”, diría Zúruk. (Qué sorpresa, Bái Sémt, con razón el apellido de Hínta me parecía familiar) Los almuerzos comenzarían a ser lentamente comidos por la pareja a la sombra del techo del área común de alumnos.
“La verdad me aterré un poco cuando se reconocieron”, diría Hínta, enrollando pasta en los dientes del tenedor.
“Fue extraño verlos reaccionar así; luchando en tu dojo, con esa fuerza como si fuera algo serio, tuve la impresión de que querían resolver algún conflicto del pasado, tal vez sólo exagero”. (Has envejecido bien, Málg)
“A mí también me pareció extraño que al final se reverenciaran”. (Al fin y al cabo esta rivalidad es entre nosotros, no entre ustedes. Pueden ser pareja si así lo desean)
Zúruk reiría con la boca cerrada, poniéndose rojo. “Y luego lo que dijo tu hermana”. (¡Ey! Si se casan y tienen hijos, serán como tiernas palomitas guerreras.)
“Siempre se mete en todo, qué vergüenza”, diría Hínta.
***
Ya casi anochece cuando Sínke termina colocar las tejas del tejado del dojo. El día anterior hubo un violento aguacero que duró por horas; el agua se había filtrado y había arruinado parte de la madera. Hínta llamó a Sínke para que lo ayudara a repararlo junto con su padre. El señor Sémt y Sínke estuvieron trabajando toda la tarde; descubrieron que el daño era peor del que parecía; tuvieron que conseguir madera nueva y remplazar toda una sección del techo. Mientras trabajaban, se hablaban el suegro y el yerno en el antiguo sistema hiperbático del danzilmarés; hablaba Sínke de los poetas de la segunda dinastía Máryo, la favorita del señor Sémt. Pese a que el señor Sémt nunca se apartaba de su solemnidad y tranquilidad al hablar, fue evidente para Hínta que disfrutaba, o al menos no le molestaba, la compañía de Sínke, pues en ningún momento se quejó de sus breves instantes de reflexión filosófica exagerada, con peligrosos momentos a sugerir que la mentalidad del danzilmarés de querer sentirse orientales u occidentales era una tontería, los cuales no solían ser tolerados por nada del mundo por el señor Sémt viniendo de alguien más. Tiempo después se enteraría Hínta, por medio de su madre, que tal excepción en el comportamiento de su padre era porque se había comenzado a dar cuenta de las contradicciones en su vida, sobre todo por sentir un gran respeto y aprecio al concepto danzilmarés del jínnliù siendo él tan apegado a lo oriental y ser muy duro con otros aspectos de la cultura puramente danzilmaresa. Los breves comentarios de Sínke, a veces disfrazados como palabrería incomprensible para todos los no acostumbrados al hipérbaton y vocabulario rebuscado, le hicieron pensar en eso seriamente aunque no lo demostrara, como si Sínke hubiera descubierto que la belleza de hablarle como los antiguos rompería su filtro anti-crítica.
Al terminar finalmente con el techo, el señor Sémt agradeció su ayuda y le ofreció que entrara a bañarse y a cenar, a lo que Sínke obviamente no se negó.
***
—Era como si las piernas de Zúruk golpearan un tronco de roble. En las luchas anteriores se había dado cuenta de eso; sabía que no tendría oportunidad de vencerlo, pues además de ser resistente, parecía Sínke leer su mente para interceptar todos los golpes que se dirigieran hacia una zona que marcara un punto de ser tocada. Sínke sólo se defendía, y tras unos minutos en que ninguno conseguía un solo punto, Zúruk le dijo ¿Qué te pasa, por qué no me atacas? Pues su orgullo le obligaba a pedirle que no se contuviera. No sabía Zúruk que Sínke había notado sus constantes ojeadas hacia la zona de sus jínnyi, deduciendo que esos vistazos buscaban a Hínta a causa de la expresión valerosa que adquirían sus labios y ojos, como si primero quisiera desistir de la lucha, luego la observaba y recobraba su confianza y deseo de, cuando menos, lucir su valentía. Sínke tuvo un desconcertante temblor en el cuello.
—¿Sabía Sínke de la confesión de Zúruk a Hínta?
—De otro modo no habría podido suponer que intentaba ver expresamente a Hínta. Sin embargo, no fue algo que ésta le contara. De hecho, Hínta únicamente se lo había dicho a Yúska pocos días después de la confesión, y ella siempre mantenía todos sus secretos como una hermana protectora. Sínke tuvo que deducirlo a partir de las observaciones que hacía cada vez que Hínta y Zúruk se aproximaban o compartían el mismo espacio, lo cual ocurría con cierta frecuencia dada la contigüidad de sus aulas y la presencia de otros alumnos con los que tenían relación de compañerismo en común. Observaba Sínke los claros síntomas de la vergüenza insoportable del rechazado y la vergüenza insoportable de la rechazadora. Habían dejado de hablarse por completo; si alguno veía al otro a lo lejos, modificaban sus direcciones para pasar lo menos cerca posible; si la aproximación era inevitable, por ejemplo, en las escaleras de caracol de su edificio, pasaban con la cabeza agachada, (no la mires) mirando hacia el lado opuesto, (no lo mires) esforzándose por mantener una posición carente de interés como dos extraños en la calle.
Te decía que, al darse cuenta Sínke de eso en la pelea, la lástima le hizo esperar a que Zúruk lanzara un par de golpes, y luego, habiendo anticipado una patada hacia su cabeza por el lado izquierdo, la dejó seguir, por lo que el pie de Zúruk le impactó con energía en el lateral de la cabeza. Sínke cayó. No se levantó hasta después de que el doctor viniera a examinarlo, y al verlo completamente aturdido y sin probabilidades de levantarse pronto, declararon a Zúruk ganador…
***
En el momento en que Yáke le insinúe a Zúruk que Sínke le dejó ganar, diciéndole que le parecía extraño que ni siquiera él, su hermano, de fortaleza y habilidades similares, había sido capaz de noquearlo nunca de una patada, pese a sus constantes luchas de entrenamiento, Zúruk se sentirá aún más insignificante, burlado y ofendido, y tras unos segundos, apretando su puño con rabia, correrá hacia Sínke y le lanzará otra patada a la cabeza, para sorpresa de todos los concurrentes que, hasta hace un momento, habrán estado aplaudiéndole orgullosos y admirándolo por su victoria. Zúruk nunca habrá visto a Yáke pelear, por lo que no le constará que su comentario tenga mucha relevancia con respecto a si su victoria fue genuina o no. Sin embargo, al ver al gemelo tirado en el suelo derrotado, sus sorpresa bien podría haber sobrepasado a la de todos los jínnyi, todos los alumnos, y en general a todos los que hubieren visto todas las peleas anteriores y conocieran a Sínke. El pensamiento de un fraude pasará por su mente, pero, en la conmoción de ser declarado ganador, ovacionado y entregado el trofeo, no dirá nada, y cada segundo que piense en lo ocurrido hará que le quede menos duda de que Sínke fingía. “Sínke pudo incluso detener mis patadas con un solo dedo”, pensará mientras sus compañeros lo felicitan, aquellas voces alegres para él sonaran quedas y muy lejanas, “pero tal vez su cabeza no era tan resistente, ¿será verdad eso, que sus dedos sean así de fuertes pero su cabeza no?” Y entre ese y otros pensamientos que lo harán dudar, fue comentario de Yáke el que finalmente le hará sentir como un perdedor que no merecía la victoria. Sínke se recuperará de repente cuando el trofeo le sea entregado a Zúruk. Se disculpará apenado con Yúska y Hínta (las que más le preguntaron qué le había sucedido. Yúska se decepcionará mucho más que Hínta, pero la manera con la que Hínta miraba a Sínke le hizo sospechar de los motivos del fraude). Entonces sentirá a Zúruk corriendo por detrás y lanzándole la patada. La esquivará, así como las que le siguieron. Todos se alejarán de ellos. La alegría por el fin del torneo se transformará en confusión al ver como Zúruk intenta golpear en la cabeza a Sínke, con mucho más ímpetu de lo que había intentado durante el torneo.
—¡Vamos, resiste otra vez! —le gritará.
Pensando que Zúruk se cansaría en un momento, Sínke se limitará a bloquear y esquivar. Los choques de sus puños contra los antebrazos del gemelo le dolerán; pero como Zúruk parecerá víctima de un frenesí colérico, y ya no será en nada el tímido que era normalmente, comprenderá Sínke la situación y su único remedio. Eludirá un último golpe y con el dorso de la mano golpeará a Zúruk en el pómulo derecho. Éste caerá, empujado unos metros por el golpe aparentemente suave; su piel quedará roja y su carne hinchada. El hueso habrá estado a poco de romperse. No obstante, sonreirá con una satisfecha tristeza al ver que los preocupados ojos de Hínta se fijan en él, y por primera vez en mucho tiempo ella se le acercará, se agachará junto a él y le preguntará si le duele mucho. Se sentirá en paz.
***
¿En serio lo estás considerando, Dúyu?
Viste el rostro de la presidenta Áltra cuando nos lo pidió, ¿o no? Nunca la había visto así de segura y avergonzada a la vez. No sé tú, pero yo no puedo decirle que no.
Ni Yóno ni Duyuháveni supieron qué contestar mientras Áltra esperaba la respuesta; sus ojos están tristes; pero sus piernas se mantuvieron firmes.
—Lo… lo vamos a pensar —dijo Duyuháveni.
Se alejaron sin hablar entre sí. Los pasos de Áltra los alcanzaron y les pidió que esperaran, su boca se colocó en medio de los oídos de los dos muchachos, y dijo:
—Si lo hacen, les garantizo que pasarán todos sus exámenes.
Si le decimos al director, de seguro la destituirán o la expulsarán.
O quizás sólo piensen que lo estamos inventando, ¿a quién le va a creer, a la presidenta tan querida y tan aplicada, o a unos tontos con fama de inútiles y además sin pruebas?
¿Crees que si intentamos avisarle al director y no nos cree, ella nos quiera perjudicar después?
¡Carajo!
¿Crees que lo haga?
No lo sé. Ya no sé qué pensar de ella.
¿Entonces qué?
Ya somos sus cómplices ahora, creo. No me arriesgaré a que quiera perjudicarnos si nos negamos.
¿Y cómo lo haremos? Podrían delatarnos después.
Usaremos máscaras, no te preocupes, no será tampoco gran cosa. Solamente los lastimaremos un poco.
***
—Son demasiado fuertes; no podemos hacerles nada —dijo Yóno.
—A pesar de parecer tan fuerte no sirves para nada —dijo Áltra, apretó los labios con fuerza.
(“Espera un poco más”, dijo Dúyu. Cuando los gemelos pasaron por el callejón les saltaron encima. Yóno intentó sujetar a Sínke y Dúyu casi golpea a Yáke. Instantes después estaban en el suelo, las rojas máscaras a punto de zafárseles por los golpes, y la risa de Sínke llenó el silencio de la callejuela.
—Cálmese, presidenta —dijo Dúyu, su voz temblaba de arrepentimiento—, hicimos lo que pudimos de nuevo.
Áltra respiró profundamente. ¿Por qué? ¿Por qué no se va esto?
—Lo intentarán otra vez y con un mejor plan —dijo con resolución—, usaremos a nuestro favor que no les interesa averiguar quiénes son, han sido muy idiotas por no tomárselo en serio...
—Si tanto quiere vengarse de ellos por sacar mejores notas que usted —interrumpió Yóno, enojado—, ¿entonces por qué no simplemente les cambia las calificaciones para que sean menores que las suyas?
Ante esa pregunta, Áltra tuvo que apoyar su mano contra un muro para no desmoronarse, y su voz se tornó turbia, levemente llorosa.
—No quiero que sea así —dijo sin levantar la cabeza.
—¿Por qué no? —dijo Dúyu— No tiene el valor de vengarse por sí misma, ¿y cree que lastimándolos la hará sentirse mejor? —tomó aire un momento, y añadió—: ¡No mereces que te admiren[1]!
Áltra los miró con unos ojos grises. Nunca antes alguien había visto a la normalmente tranquila y maternal presidenta con un semblante tan perverso, triste y al borde de una locura cuya absurda causa no hacía sino enterrarla más.
—Si no lo hacen, haré que los expulsen del instituto —sentenció.
***
—Sólo con saber el tipo de realidad en la que me había tocado atestiguar las vivencias de los gemelos Yáke y Sínke, supe de inmediato que iba a ser una estadía bastante tranquila, al menos en comparación con las realidades de los otros hermanos cuyos universos ya había visitado. Todo ese tiempo de monotonía, que consistía esencialmente de vida escolar, vida social, y, en menor medida, vida familiar, me pareció interesante al principio; mientras todavía conocía a estos gemelos e intentaba relacionarlos con sus otros hermanos y su realidad. Sin embargo, con el tiempo comencé a fastidiarme de los modos de los seres de esa realidad, sus actitudes, reacciones, psicología y modelos de comportamiento me hartaban cada vez más. Para un viajero como yo, que vivía hasta no hacía mucho cambiando de realidad constantemente, el tedio me hacía preguntarme qué hacía siendo testigo de una realidad que de seguro no le interesaría a ninguno de mis semejantes si no fuera por la naturaleza de unos gemelos que ahí habitaban. Pese a eso, después de una cantidad casi infinita de tiempo de mi estadía en ese mundo, seguí visitando mentalmente ese periodo de actividad monótona y sin importancia, como si algunas veces los aspectos más nimios de aquel mundo me produjeran gran nostalgia. Viajo de nuevo al mundo en el que Yáke se encontraba con Áte en el parque los sábados, y sin darse cuenta éste último, comenzó a asimilar las pláticas espontáneas y fuera de tema del gemelo frío, así como su forzada disposición hacia el jínnliù al que había decidido unirse. Aquello generaba en su naturaleza de humano una empatía que, mucho tiempo después, terminó por convertirse en un aprecio que apenas demostraba. Hubo ocasiones en las que él mismo llamó a casa del gemelo cuando Kányu no estaba disponible para pasar un rato jugando videojuegos con él, y Yáke acudía en su esfuerzo por fortalecer los lazos que él mismo había aceptado atar. También recordé el efecto similar que tuvo Séntsa con Sínke, pues eventualmente su cerebro se acostumbró al gemelo lunático casi del mismo modo en que se había acostumbrado a Yúska, y no eran pocos los momentos en los que reflexionara sobre qué es lo que diría Sínke ante cada evento que tomara lugar.
Podría seguir explicándote cada detalle que ahora me gusta rememorar de cuando estuve en ese universo, o cómo esas insignificantes observaciones afectaron mi propia definición, pero sería algo inútil, pues será mejor que tú mismo la atestigües y la razones.
Por cierto, se me ha ocurrido que quizás todas mis observaciones de los ocho hermanos deban ser conocidas por seres de otros universos paralelos. Debería buscar alter egos míos que también los hayan visitado, y tal vez así expandamos nuestras experiencias entre un número infinito de realidades.
—¿Por qué quieres hacer eso?
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“No me gusta la definición de cosidad, ni siquiera como broma o metáfora”, dijo Yáke.
Yúska se volteó hacia él; las sábanas se movieron con ella dejando ver la forma de las piernas y los senos.
“¿Entonces qué es para ti la cosidad?”, preguntó.
“Cuando te das cuenta de que la manera en la que te defines no tiene sentido, entonces uno empieza a preguntarse qué tan humano es, y si uno duda de su humanidad pasa a sentirse, o a definirse, como una cosa, algo sin En sí ni Para sí, inconsciente o indiferente de su propia muerte, sin Id ni Ego ni Superego que combatan entre sí. Por ende la pregunta es: ¿Qué tan Cosa sientes que eres?”
Después de volver a hacer el amor, Yúska se acostó boca arriba encima de Yáke, extendió los brazos y dejó que él palpara sus volúmenes con delicadeza.
“¿Qué haces?”, preguntó Yáke.
“Estoy comprobando tu nivel de Camidad para saber qué tan cama eres”, rio Yúska por lo tonto de sus palabras y por las placenteras cosquillas que recibía en sus senos de las palmas del gemelo.
***
Un día estaba Sínke ayudando a Yúska con una tarea de literatura que no entendía y es por eso que Moby-Dick es aburridísima, pero el tema a veces se le desviaba hacia asuntos que nada tenían que ver con el examen aburridísima, de todos modos, Yúska anotaba en su libreta todo lo que podía en serio, estimada, todos en la cabeza tenemos una versión para niños de dicha novela mientras Sínke explicaba levantando el dedo índice, sin embargo, la razón por la que goza de tanta aceptación entre los eruditos es porque le otorgan, lo que a mí me gusta llamar, el Beneficio de la interpretación metafórica el beneficio de la interpretación metafórica, el cual hace que ya no se trate sólo de una Kányu, que estaba a lado de Yúska, escuchaba en silencio, más confundido que interesado ballena blanca y un capitán que quiere vengarse, sino que se ha convertido en una alegoría de la lucha del hombre contra dios o la naturaleza y la pequeñez del primero frente a los segundos el hombre contra la naturaleza, ¿qué significa para ti? Kányu preguntó para mí es un mensaje principalmente abortivo y los horrores de la paternidad y Sínke contestó de modo tal que los dos jóvenes no sabían si era en serio o en broma pues la ballena blanca, bajo ese cristal, no sería más que un espermatozoide gigante, y el capitán Ahab, a quien el espermatozoide privó de una parte de su ser, el eyaculador que desespera de venganza por lo que su propio semen le ha hecho ¡Ah, Moby-dick, gigante espermatozoide marino! ¡Muere! ¡No hay óvulo aquí que fecundar! No hay óvulo aquí que fecundar… ¿no es esa una interpretación muy rara? Es la magia de la literatura y al terminar de escribir, Yúska dijo gracias nadie lee exactamente lo mismo y al autor no debe importarle, sólo debe asegurarse de escribir algo con gran calidad literaria Sínke hablaba cada vez más calmado, como si pensara seriamente en sus propias palabras pero que sea digna del Beneficio de la interpretación metafórica, de ese modo puede escribir cosas que parezcan no ser la gran cosa pero que al menos una persona defenderá como una obra maestra y tras anotarlo todo se despidió Yúska y se fue a su casa, al día siguiente hola Áte, ¿ya tienes el trabajo de literatura? entregó la tarea, y al ver la nota, Séntsa le recomendó que no volviera a pedirle ayuda a Sínke para literatura.
***
¿Por qué Yáke le dijo a Áte que prefería las ficciones literarias a las demás?
Porque representaban el éxtasis de la liberación de la banalidad del día.
¿Le contó a su jínn que con el tiempo esa sensación dejaba de producirse?
Sí. Se daba cuenta de que la seriedad que le proporcionaban las obras literarias resbalaba con el tiempo al nivel de los asuntos anodinos de la vida diaria.
¿Le aterraba eso?
Sí y no. Sí porque la parte más importante de su ser (la que lo hacía sentirse superior por preferir una realidad a la que ni siquiera pertenecía ni había conocido nunca) también se sentía más distante, de extrema y remota lejanía. Por otro lado no, porque ese cambio además fue una experiencia nueva para él, y, aunque nunca lo admitiera, muy en el fondo tenía la curiosidad de saber hasta qué punto llegaba todo eso, incluso si llegaba al punto de dejar de sentir el horizonte, idea que al mismo tiempo le daba pavor.
¿Dijo algo Áte de todo eso?
Al principio le daba pereza escuchar las mismas quejas de Yáke sobre la realidad y la seriedad, pero con el tiempo esa pereza se transformó en curiosidad provocada por la fuerza de la costumbre. Eso en parte fastidiaba al principio a Yáke, pues consideraba que la reacción natural sería el hastío y el deseo de protestar por la monotonía de los tópicos, pero, como si la realidad le diera la razón con respecto a sus quejas sobre lo inverosímil, la reacción de Áte era la contraria. Y respondiendo a la pregunta, relacionada a lo que acabo de explicar, dijo un simple ¿en serio? Que no fue dicho con sarcasmo.
¿Qué acontecimientos siguieron?
Áte recibió una llamada de Hínta para pedirle que, debido a un problema que no quiso aclarar, su fiesta de cumpleaños se atrasaría un día.
***
¡Bravo! Clamaba el alumnado, el anuncio oficial de la victoria fue hecho en la explanada. El conteo de los votos declaró la reelección de Áltra como la presidenta. Nunca habría podido ser yo. Pupilas que dilataban tristeza; cabellos rojos cuyo brillo contrastaba con la amargura de la boca; las manos quietas entre una multitud de manos aplaudientes. Nunca habría podido ser yo [¿Qué dices, renuncias al comité de moral?, preguntó Déla. Le pareció a Séntsa que la chica ocultaba alegría tras su tono de sorpresa. Así es, contestó. ¿Por qué si te dieron tiempo para…? Porque no les voy a dar esa satisfacción, dijo Séntsa, ellos quieren que cambie (“¡Me postularé para presidenta!”) mis ideales para que se adapte a los caprichos de los estudiantes, y no lo haré, antes renuncio. Déla se quedó con el dedo en la comisura de la boca, Entonces, ¿se acabó? Se acabó, sentenció Séntsa, fue una corta experiencia, muy corta, de hecho, pero (“¿En serio crees lograrlo?”) es mejor que termine con todo yo misma antes que dejar que me degraden (“¡Sí!”). Presentó la renuncia y el comité de moral fue dejado en manos de Áltra. ¿Cómo puedes pensar así, qué pasó con esa gran seguridad que tenías al principio, qué pasó con la Séntsa que iba a defender sus ideales a toda costa?, Lo siento, Yíban, agradezco tu lealtad, pero esto era una causa perdida desde el principio, tenemos que aceptarlo] nunca por la que votara esta escuela, no soy para ellos, pero defendí mi integridad. Habló Áltra dando un discurso de agradecimiento que resonó en los altavoces. Los tímpanos de Séntsa sintieron la caricia de su voz; pero sus nervios la ignoraban en su camino al cerebro. Una mano en el hombro, ¿Quién… eh, ¡Yáke!? [El gemelo le dijo que lo sentía, tan fríamente que no parecía decirlo en serio] El gemelo le dijo que ya se iba junto con su hermano. ¿Por qué me avisas de eso? Y Yáke dijo Por si también te quieres ir pero no quieres hacerlo sola; las actitudes de los demás no asemejan a las de los que ya desean irse. (Séntsa mirará una vez más la tarima de madera de la cual había descendido cuando hubo felicitado a Áltra, después de terminar su discurso, y sabiéndose digna por haber luchado por intentarlo, hizo una reverencia y su espíritu quedó parcial y temporalmente en paz con ella misma) De la muchedumbre se desprenden tres seres, una de ellos se sentía satisfecha de haber hecho lo que hizo: no dejarse manipular; aunque su alma conservó durante mucho tiempo después un gran pesar, porque una parte de ella hubiera querido haber luchado un poco más.
***
Llegué a la mansión un poco más temprano. Entré en la habitación de Sínke (ya sabía que no le importaba que entraran sin tocar) y lo encontré bailando al compás de una música muy animada, cargada de un reconocible folklor europeo. Rato después, Sínke me explicó que su baile se trataba de diversos estilos de las danzas Kozak, originarias de Ucrania y que todo el mundo cree que son de Rusia. Sin dejar de bailar me saludó con alegría y pidió que esperara un poco a que terminara. No sabía si reírme o asombrarme ante aquel alegre baile en el que rebotaba de un lado al otro impulsándose con sus pies, daba enormes saltos, giraba, giraba mientras saltaba, se tiraba al suelo y levantaba, haciendo siempre gala de la gran fuerza de sus piernas (las mías me dolieron sólo de verlo). No parecía estar siguiendo una coreografía, sino que improvisaba según cómo sintiera la música.
—Esto es cultura, Hínta —me dijo sin detenerse. Rebotaba casi al ras del suelo sobre una pierna mientras la otra la sujetaba a la altura de la cabeza—, seriedad folklórica, ¿quién osaría decir que estos pasos tan llenos de historia y dificultad vanos son? —la música se hizo más fuerte y rápida; por lo que se levantó y comenzó a dar vueltas y vueltas, tal y como los bailarines profesionales rusos que alguna vez vi por la tele— ¡Siente la seriedad de la cultura! —gritaba y reía a cada vuelta. Al final, después de un paso extraño que parecía como si se resbalara apropósito una y otra vez, ejecutó el famoso paso en el que uno parece estar sentado en el aire, con los brazos cruzados mientras los pies percuten repetidamente y a gran velocidad contra el suelo, dejando a todos preguntándose cómo lo hacen sin caerse (luego me dijo que ese paso se llamaba povzunok). Se mantuvo efectuando ese paso durante un rato, en el cual, como una moto (o un cangrejo, por el movimiento lateral), fue de un lado a otro de la habitación como en un círculo hasta que se escuchó el final de la música. Se levantó y me hizo una reverencia. Le aplaudí y me dijo que se arreglaría rápido para salir. Se desvistió frente de mí sin que le importara (de todos modos ya estaba acostumbrada a ver su cuerpo).
—¿Estás segura de que no quieres seguir aprendiendo a bailar conmigo? —me preguntó, poniéndose una camisa limpia.
—¿Para qué? —contesté— Ya no es necesario ahora que somos novios.
—Ya eres capaz de decirlo con toda naturalidad —se puso los pantalones—, debo confesar que extrañaré esa timidez tuya al decirlo.
—Oye, ¿todavía estás molesto por lo de los universos paralelos? —pregunté. No sé bien por qué lo hice. Cuando volvimos por última vez luego del mundo de las groserías, noté que Sínke algunas veces tenía una pequeña mueca de insatisfacción, sobre todo cuando se quedaba mirando el vacío en silencio.
Sus hombros se levantaron.
—Es comprensible que ustedes quieran que todo se quede como está —contestó—. ¿Por qué? ¿Te gustaría ir a otro universo paralelo? —sentí cierta emoción en su pregunta.
Bajé la cabeza y dije que no.
—¿Lo ves? —dijo tras un segundo, volviendo a su animosidad habitual— Igual yo ya me siento bien en esta realidad, contigo, de algún modo como si me hubieras encadenado a este plano de la existencia.
Fuimos al cine después de eso.
***
—¿En serio crees que no he dejado de pensar en eso, hermano?
En la oscuridad de la madrugada apenas entraba la luz de la luna por la ventana de la sala. El frío natural de la hora se escurría por debajo de las puertas y atravesaba los cristales de las ventanas.
—Claro que he querido volver a viajar. Después de todo, ese horizonte, nuestra realidad, todavía es lo primero que mis sentidos sienten antes que todo lo demás.
—¿Por qué será, hermano, que no hemos aparecido en nuestro mundo sino en variaciones de éste, o en algunos totalmente diferentes, como el zoológico y los seres blancos?
—¿Por qué razón no sentimos el primer cambio de todos? ¿Recuerdas? ¿El sábado en que ellas no vinieron?
—La noche anterior ambos habíamos dormido, quizás por eso no sentimos el cambio.
—¿Cómo saber entonces que no hemos estado viajando al estar dormidos, las pocas veces que lo hemos hecho?, ¿y si la realidad cambia tan nimiamente cada vez que dormirnos que no podemos discernirla de la del día anterior?
Yáke permaneció silencioso, mirando el jardín arboleado por la ventana empañada.
—¿Te has ya acostumbrado a Yúska?
—¿Y tú a Hínta? —tardó unos segundos en contestar.
—Sí —dijo en un susurro—, me ha aprisionado en esta realidad, y supongo que Yúska ha hecho lo mismo contigo. Eso podría explicar por qué no hemos experimentado cambios tan significantes, porque una parte de nosotros ya no quiere irse.
—Eso no es verdad conmigo.
—No me engañas, hermano. Has caído también. Yúska es ahora tu Eurídice, tu Julieta, tu Ligeia, tu Amaranta Úrsula, tu Scheherezade, tu Lolita, tu Hermine, tu Myrna, tu Kamala, tu Beatriz; te ha condicionado a este mundo cual perro que se queda con el humano que le da comida y le mima la cabeza.
Yáke respiró profundamente.
—¿Vas a aceptar las cosas como son entonces?
—No, no quiero hacerlo tampoco.
—¿Qué haremos entonces?
Y Sínke no dijo nada hasta que los rayos del sol hubieron entrado por el cristal de la ventana. Entonces se levantó y fue a arreglarse para la escuela.
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Pocos días después de que mi hermana llegara con los gemelos, nuestro padre murió. La enfermedad lo había dejado casi completamente ciego; no pudo ver bien a los bebés, pero tuvo las fuerzas suficientes para sentir sus piecitos con sus propias manos y sonreír, porque sabía que mi hermana era feliz con ellos. Después del funeral, mi hermana decidió quedarse en nuestra casa para dedicarse a sus hijos mientras mi cuñado seguía ocupándose de la empresa. Era rara aquella decisión, pues desde siempre había sido muy trabajadora y se tomaba con gran seriedad su estatus en la empresa. Tal vez, como creo yo, se dio cuenta de que una parte de ella era maternal, y nunca la vi ser tan calmada y dulce como durante ese tiempo en que se quedó en nuestra casa. Yo también me encariñé rápido con los pequeños, y pronto me di cuenta de que había algo diferente en ellos además de su color de ojos, que simplemente atribuíamos a un bello capricho de la genética. Muy pocas veces comían, de hecho nunca lloraron por hambre ni por ninguna otra razón, y aunque los primeros días dormían normalmente, en pocas semanas sus horas de sueño comenzaron a descender hasta que solamente dormían unas horas por semana, permaneciendo el resto del tiempo siempre despiertos y atentos. También sus cuerpos se desarrollaban de manera inusual: al mes de nacidos ya se sentaban derechos e intentaban pararse; cuando lo lograron poco después, comenzaron a caminar; primero lentamente, como los niños de un año, pero a los tres meses ya podían recorrer grandes distancias, podían correr y saltar un poco, así como subir por las escaleras. El mismo tiempo comenzaron a hablar el idioma, o al menos Sínke lo demostraba a cada rato, pues no dejaba de repetir cada palabra nueva que escuchaba y las encadenaba en oraciones coherentes por sí mismo. Con Yáke tardamos un poco más en darnos cuenta debido a su natural personalidad callada, pero a él lo vimos curiosear todos los objetos que encontraba a su paso y reflexionar sobre ellos. Yo les enseñé a leer. Comenzamos un día que Yáke encontró uno de los cuentos de mi biblioteca personal: “La tortuga de plata”. Rápido aprendieron a leer los dos, y se interesaron en tantas cosas que ni su madre ni yo podíamos contestar todo lo que les daba curiosidad.
Un día en que los estaba bañando, Sínke me dijo Mira, tía, mientras enjabonaba a Yáke. El agua se le había trepado a Sínke hasta el rostro. Pegué un grito y llego mi hermana. Tuve miedo de que se ahogara e intentamos limpiársela. En nuestra confusión, fue lo primero que se nos ocurrió. Pero el agua se le regresaba apenas la retirábamos. Lo sacamos del agua y nos dimos cuenta de que lo mismo sucedía con Yáke. Mi hermana quiso llamar una ambulancia, pero al volver a ver a sus hijos, observó que no les ocurría nada malo; Sínke seguía riendo y observando ese fenómeno con interés, mientras que Yáke lo analizaba silenciosamente. Segundos después, el agua se les cayó.
***
Escuchas el grito de tu joven hermana Venúa en el jardín: “¡Kísa, los gemelos están en el techo”! Sales corriendo y los ves a la orilla del tejado de tejas azules. Los pequeños de un año de edad no están asustados. Yáke está sentado; Sínke de pie. Ambos están mirando por encima del muro que rodea la casa desde esa altura, pudiendo ver unas pocas casas, la playa, el mar y el cielo que está a punto de oscurecerse por completo. “¡Quédense quietos, no se muevan!”, gritas. Deseas que tu hermana Kinábi no tarde en llegar.
—¡Es el horizonte! —grita Sínke con una aguda pero firme voz de infante— ¡Tías, es el horizonte! ¡Debemos ir hasta ahí!
Ustedes, preparadas para atraparlos si caían, intentaban calmarse.
“¡Siéntate, Sínke! El horizonte no puedes alcanzarlo desde ahí, los llevaremos a la playa mañana”.
—No, tía Venúa, no es el horizonte del mar. Sentimos otro mucho más lejano, más allá del mar, más allá del planeta, más allá de las estrellas.
Mientras Sínke habla cada vez más entusiasmado, Yáke sólo observa en silencio y quieto, aunque sus ojos están igual de impresionados y concentrados en ese horizonte que no puedes percibir.
“Subiré al techo”, dice Venúa y va a buscar una escalera. Los gemelos permanecen con las miradas excitadas en el horizonte. Al subir Vénua, Sínke ve sus largos cabellos negros subir hasta que aparece su cabeza. “Ven aquí”, le dice.
—Espera, tía —dice Sínke—, quiero ir a ese lugar.
“Los llevaremos si se bajan”, dice Vénua, en un intento por convencerlo.
—¿Pueden sentirlo también? —pregunta Sínke, mirándola emocionado.
“Sí, sí puedo, y también tu tía Kísa y su madre”.
Sínke frunce las cejas.
—¡No es verdad! Sólo lo dices para que me baje.
Aún molesto, vuelve a encarar el horizonte del mar, y entonces, ante tus gritos de horror, Sínke salta del techo, atraviesa el jardín y aterriza sobre la barda. Ahí se queda y observa embelesado ese horizonte más allá de la bóveda anaranjada.
***
Es nuestro hogar. A Yáke le habían preguntado por qué habían hecho eso. Allá a lo lejos está donde debemos ir.
Kinábi, alterada, les ordena que no lo vuelvan a hacer nunca.
Discuten las hermanas lo que deberían hacer. Venúa dice que, dadas esas capacidades extraordinarias que hasta los vecinos ya notaban, no podrían controlar mucho más tiempo esa naturaleza inquisitiva que tenían, la cual podría llevarlos a hacer algo mucho más peligroso por seguir sus extrañas ideas. Proponen llevarlos con especialistas, e incluso con científicos para que los estudien, pues esas capacidades físicas y mentales no son normales. Kinábi rechaza esa idea tajantemente; no quiere que sus hijos se vuelvan objeto de estudio y queden como fenómenos ante el resto de la gente. Un momento después escuchan el timbre sonar. Venúa va al patio a abrir, del otro lado de la enorme puerta de madera encuentra un joven con un bastón de gancho, como el de un lisiado, colgándole de la espalda, asomándole por encima del hombro, además de un grueso gorro blanco y negro.
—Disculpe las molestias —dice el hombre, con una voz carismática—, vi en su puerta el anuncio de que buscan un jardinero y me interesa el trabajo. Mi nombre es Gyéo Fúntuo.
[1] Los danzimlareses cambian del registro formal al informal para enfatizar la pérdida del respeto hacia las figuras de autoridad.
Un final que no esperaba... Un placer leerte. Abrazos
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