Estaciones: Verano III


La tormenta finalmente golpea. 


Un fuerte estruendo me hizo abrir los ojos. De entre las gruesas nubes oscuras brotaban potentes destellos de luz y salieron fragores ensordecedores que sentí hasta mi interior. Di un paso atrás, pero mi guía siguió con la vista en aquella tormenta, en silencio.
Empezó a caer el agua. Al principio apenas la noté, pero poco a poco las gotas empezaron a sentirse pesadas. Un nuevo viento fuerte chocó contra mi cara, pero esta vez no se detuvo como con los vientos de antes. Esta vez traía consigo más agua que se hizo pedazos contra mí. Sentí un fuerte empuje invisible, pero aun así caminé hasta estar junto a mi guía, con mi rostro empapado y apenas abriendo los ojos, pues el viento no dejaba de intentar cegármelos con su agua salada.
Mi guía, sin perder su pose solemne, dijo casi gritando a mi oído:
“El viento no perdona, pero su poder tampoco dura mucho. Ahora ruge y se siente imponente e imparable, y lo será por un tiempo, pero conforme se acerque a nosotros verás que se empieza a quedar sin fuerza, y al final acabará desvaneciéndose.”
Pero dichas palabras no me animaron, pues en ese momento estaba luchando sólo para poder ver y escuchar, y conforme pasaban los segundos la intensidad no hacía más que crecer. El empuje amenazaba con hacerme caer, por lo que con fuerza me aferré al brazo de mi guía, que al notar cómo el viento me zarandeaba me sujetó con fuerza, y nos dimos la vuelta para abandonar el acantilado antes de que el viento fuera imposible de resistir.
Vi entonces con asombro cómo los enormes árboles del bosque eran sacudidos, revoloteando las ramas de un lado al otro hasta doblarse y partirse. Su tamaño y grosor poco resistían el duro embiste del viento. También las hojas hacían lo imposible por aferrarse a sus nichos, pero su agarre no era lo bastante fuerte y salían disparadas hasta perderse a lo lejos.
Para ese punto el cielo se había puesto tan negro que la única luz era la de los destellos que venían de la propia tormenta. Eran breves pero intensos, dejando ver por escasos segundos la imagen de los árboles y plantas que batallaban por no caer. Y siempre eran seguidos por esos estruendos como rugidos que sentía como golpes dentro de mí.
El suelo rocoso se había humedecido tanto por el agua que empecé a resbalarme, lo cual los golpes de viento a mis espaldas también facilitaban. Di contra el suelo muchas veces mientras mi guía intentaba mantenerme de pie.
Pasamos al lado del bosque y nos dirigimos hacia la playa, pues mi guía tenía la intención de alejarnos de la tormenta y decía que era más seguro intentar huir que refugiarnos entre los árboles. Primero tuve la tentación de hacer caso omiso y buscar el árbol más alto y resistente que encontráramos para escondernos debajo de él, pero en ese momento volví a ver más resplandores y escuché un sonido nuevo, como de algo muy duro quebrándose. Ambos volteamos a ver y comprobamos que varios de los árboles se habían caído; unos cuantos mostraban horrorosas heridas del momento en que fueron descuartizados por el filo del viento, otros tenían sus raíces expuestas sobre la tierra.
De ese modo vimos cómo el que parecía un bosque frondoso y lleno de árboles fuertes se iba derrumbando poco a poco. Seguimos avanzando con lentitud, recibiendo todo el tiempo agua salada en el rostro. Cada tanto volteábamos a ver cómo seguía el bosque, y siempre lo encontrábamos con menos árboles de pie.
A mi cara llegó volando algo tan duro que me hizo caer de lado. Mi guía me ayudó a levantarme y con dificultad, y ayudados por los resplandores del cielo, vimos que se trataba de un animal, de esos que, según mi guía, sólo podían vivir dentro del agua y que fuera de ella sólo les espera la muerte. Me dijo mi guía, gritándome al oído, que los fuertes vientos lo habrían arrancado de su hogar en algún lugar del océano, y que lo habían traído volando hasta esta costa. Sentí una profunda lástima al verlo ahí retorciéndose. No había tenido la culpa de que la tormenta lo hubiera atrapado y no era justo que muriera de ese modo.
Hasta entonces todas las muertes que había visto eran injustas; algunas eran un designio inevitable para mantener la vida de su depredador; otras eran tomadas por las circunstancias ciegas y frías del funcionamiento de ese mundo, sin nadie detrás a quien rendirle cuentas o pedir explicaciones.
En esta ocasión no quise ser indiferente; ese animal no había sido sacado del mar para que otro se lo comiera, y si su muerte no tenía propósito y podía ser evitada, quería intentar hacerlo al menos una vez.
Solté a mi guía y me apresuré a tomar en mis brazos al animal, que se retorció e intentó morderme en su lucha por zafarse de mí. Podría estar pensando que era un depredador que quería comérselo, como quizá la memoria de su genética lo ha programado, y tal vez no tenía la suficiente comprensión para vislumbrar que al caminar yo con él en brazos lo que intentaba era regresarlo a donde vino. El viento no dejaba de empujarme, como queriendo alejarme del mar. Enviaba agua y aire para cegarme; los pies se me hundían en la arena mojada, y el pez todo el tiempo intentaba liberarse de mí con todas sus fuerzas. Con mucha dificultad llegué al agua y me adentré en ella; combatí con las olas, que ahora se sumaban para buscar derribarme. Quería dejarlo a suficiente profundidad para que tuviera la oportunidad de nadar lejos, antes de que la tormenta pudiera atraparlo de nuevo y mandarlo a volar. Cuando creí estar a suficiente profundidad, lo solté y sentí cómo desapareció rápido en la oscuridad marina. Al entender que había terminado, fui consciente de la terrible negrura del mar y del cielo que había ante mí, como la enorme boca de un depredador que quería tragarme entero. Al mismo tiempo las olas se volvieron más intensas, perdí el equilibrio y caí de cabeza al mar. Durante los siguientes segundos sentí cómo el ímpetu de las olas me arrastraban violentamente, primero pensé que hacia la orilla, pero cuando por fin pude asomar la cabeza fuera del agua, vi el bosque más lejos que antes. Empecé a entrar en pánico cuando dejé de sentir el suelo a mis pies y comencé a hundirme. No sabía qué había pasado y no tenía tiempo para pensar. Sabía que no podía morir, pero eso no me impidió sentir horror al verme descender al abismo negro del océano, que apenas se rompía por la frecuente intromisión de los destellos del cielo.
Justo cuando empezaba a darme cuenta de lo que había pasado, el brazo de mi guía me sujetó con fuerza y en unos instantes me había sacado del mar, arrastrándome sobre la arena hasta que pude caminar.
No dijo nada, sólo continuamos caminando lejos de ahí como lo había planeado. El bosque tenía ahora muy pocos árboles en pie, y parecía que los vientos se habían aplacado bastante. Las nubes ya no estaban tan negras tampoco, y a través ellas se dejaba entrar suficiente luz del sol para ya no depender de los destellos. Los gruñidos ahora era más débiles y esporádicos. Pero la muerte de la tormenta fue bastante lenta, tanto que incluso cuando nos alejamos lo suficiente como para salir al sol aún podíamos escuchar sus últimos rugidos a lo lejos. Una vez que sentimos que el viento ya no era un problema, nos detuvimos y mi guía me felicitó por ayudar a ese animal acuático, pero de inmediato me dijo que lo más probable es que ahora mismo esté muy lejos de su hábitat natural, y que había una gran probabilidad de que muriera de todas formas, principalmente porque la tormenta lo hubiera dañado demasiado y lo hiciera más vulnerable a otros depredadores.
Sentí lástima, pero aunque hubiera sido en vano, experimenté aunque sea una vez salvar una vida en ese mundo.
No quise en absoluto volver al bosque de antes sólo para saber si los seres que se habían ocultado habían sobrevivido, y en caso de haberlo hecho, qué sería de ellos ahora que gran parte del bosque estaba destruido, a lo que comentó mi guía:
“Muchos morirán por las consecuencias de la tormenta, no hay duda, pero ello también les obligará a pensar e intentar cosas nuevas. Los que tengan éxito y logren superar ésta y futuras calamidades, heredarán el futuro.”
Sólo me quedaba una duda: ahora que había roto mi idea original de no interceder en las dinámicas de este mundo, ¿podría hacerlo de nuevo? A lo que respondí mi guía.
“Si quieres interceder más, no me opondré si no afecta mucho a la realidad. Pero no te entusiasmes; este mundo no puede ser mejorado sólo evitando algunas muertes o paliando un poco el sufrimiento; el motor que hace a este mundo ser lo que es seguirá en marcha lo queramos o no.”
Me quedé un poco más calmado, y el resto de nuestro viaje hacia nuestro próximo destino me la pasé intentando recordar que no debía permitirme el apegarme demasiado a ese mundo.


          




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