La realidad de Yáke y Sínke 27: Aislados


La isla de las tortugas.
 

75

Memorias de Kányu.

Era como si hubiera estado durmiendo durante días. Recordé a mis jínnyi difuminarse en negro ante mis ojos, y luego el sonido de olas, la sensación rasposa de arena en mis pantorrillas, y una pared de piedra en mi espalda. No tenía lentes, y no los necesitaba. Había un olor extraño y chillaban las gaviotas; las sentía revolotear cerca de ahí. Superando el sueño en que se encontraba mi alter ego, abrí los ojos, y cientos de miles de objetos blancos estaban desperdigados por toda la playa: eran huesos, su olor era penetrante y desagradable, me tapé la nariz y vi que a mi lado un cráneo de tortuga me miraba sin ojos. Del susto pegué un brinco, y me di cuenta de que vestía ropa raída, sucia de arena y descolorida. Observé a mi alrededor: sólo había huesos de tortuga y arena. La pared contra la que había estado durmiendo mi alter ego era una gran roca detrás de la cual sólo había más arena con huesos; ese escenario se extendía hasta donde alcanzaba la vista tierra adentro. No queriendo aventurarme en aquel mar de huesos, empecé a recorrer la costa, evitando pisar los restos de las tortugas, y grité los nombres de mis jínnyi. No hubo respuesta durante todo el día. Empecé a caer en la desesperación conforme la noche avanzaba, y no vi nada salvo huesos, huesos y más huesos. Tenía sed, necesitaba encontrar agua, pero al mirar tierra adentro me sentí como al borde de un mundo que sólo era un desierto infinito de arena y restos de tortugas. Afortunadamente el instinto de mi alter ego tomó un poco el control y me acerqué al mar, de manera natural tomé de aquella agua salada y mi sed se apagó. Aquella noche dormí apoyado contra otra de las muchas rocas que había a lo largo de la costa. Lancé todos los esqueletos que pude lejos de mí, pues ya no aguantaba el olor a hueso. Me despertó un movimiento a pocos metros de mí: una tortuga había salpicado de arena mis pies en su penoso avance tierra adentro, todavía era visible el rastro que había dejado por la arena y a través de las osamentas de sus compañeras tortugas. Me levanté de inmediato y la seguí con la vista; se aventuró lenta pero segura hacia la infinidad de la tierra de arena y huesos, y no sé por qué, pero no pude seguir mi camino hasta que no la perdí de vista. Por la zona hacia la que se dirigía la tortuga noté que se levantaban colinas de arena, igualmente escarchadas de blanco.
Tras medio día de recorrer la costa, con constantes paradas para beber del mar, llegué a una roca gigante que salía del mar y entraba a tierra. En lo alto, a varios metros de altura, vi a Yáke mirando hacia el horizonte. Grité su nombre, pero él no se inmutó. Corrí hacia ahí sin importarme pisar algunos huesos, y cuando estuve a los pies de la roca volví a llamarlo, diciéndole que me alegraba de verlo y preguntándole si había visto a alguien más.
—Te dije que no volvieras a mi lado de la costa —me dijo. Noté que su voz estaba deprimida, nunca lo había visto tan al borde de las lágrimas.
Confundido por su respuesta, insistí con mis preguntas.
—Te daré la oportunidad de que te vayas esta vez, o te irá peor que antes.
Ya comenzaba a tener miedo, y una parte de mí quiso mejor seguir el camino por la costa para encontrar a alguien más, porque sospechaba que lo que había observado Yúska en el mundo de los exámenes podía ser cierto; pero fue ese mismo pensamiento lo que me hizo quedarme y pregunté:
—No recuerdas que vienes de otra realidad, ¿verdad?
Su respuesta fue levantarse y clavar su mirada triste en mí. No había yo dado ni un paso atrás por el miedo cuando la roca en la que estaba comenzó a temblar, primero leve, luego aumentando la intensidad para finalmente liberarse de su nicho de arena y flotar en el aire.

***

Verás la roca levantarse a la distancia, hacia el final del desierto lleno de huesos, las lomas arenosas te impedirán la visión del mar. Notarás una figura humana sobre ella; pero no lo distinguirás como Yáke. Irás hacia ahí corriendo, confundido por qué no sentirás miedo ni perplejidad. Yáke se dará cuenta de ti cuando te hayas acercado, y te dirá que no te metas, que ya le había advertido que no viniera a su lado de la playa, y ahí estará Kányu, aterrado por la levitación de la roca. Irá hacia ti y te preguntará dónde están las demás, le dirás que no las has visto pero Yáke interrumpirá; pedazos de la roca flotante se desprenderán y saldrán dirigidos hacia él. Le exigirás a Yáke que se detenga, pero no te hará caso. Le insistirán, pero los pedazos de rocas cada vez serán más grandes y amenazantes. Saldrán corriendo los dos tierra adentro y le dirás a Kányu que te siga. Unas rocas enormes volarán siguiendo a Kányu, luego éstas se detendrán y volverán a la playa. Suspirando, Kányu te dirá que Yáke tal vez no recuerda quién es, y que la consciencia de su alter ego es la que está en control. No dirás nada, continuarán caminando entre las enormes lomas, tras las cuales saliste. Te preguntará hacia donde van, contestarás que hacia el oasis en el que apareciste. Se encontrará a media hora de caminata, y no será más que un largo agujero en la arena en el centro del cual habrá un estanque de agua salada, del cual pueden beber. Contarás que cuando llegaste a esa realidad lo primero que sentiste fue el sabor y humedad del agua salada, y sacaste la cara de ese pozo inmediatamente. Al salir del agujero te rodeaban las montañas desérticas atestadas de huesos de tortugas, e incluso había algunas vivas a algunos metros del pozo, rendidas y resignadas, muriendo lentamente bajo el intenso calor del sol. Habías gritado los nombres de tus jínnyi, pero tu voz no llegó a ningún oído, o si lo hizo, no tenían voz para responder. Permaneciste en la seguridad del agujero, bebiendo del agua cuando te diera sed y esperando. Al día siguiente, permaneciste ahí lanzando gritos con paciencia; te daba miedo dejar ese lugar porque temías no volver a encontrarlo y morir de sed. Hasta que algunas horas después, armándote de valor y mandando todo al diablo, abandonaste el agujero y caminaste en dirección a las dunas, y en tu irritación no te importaba patear los restos de los animales que habían parado a morir ahí. Tus esperanzas aumentaron cuando, tras unas colinas, viste una tortuga que venía en dirección contraria, y pensaste que las tortugas marinas debían venir, obviamente, del mar. Y entonces viste la roca flotando a lo lejos.
Se sentarán junto al lago salado.

***

“Bebiendo del agua de la poza”
Kányu: Séntsa, Yúska y Hínta deben estar en puntos diferentes de todo este desierto.
Áte: Me pregunto por qué no te mató.
Kányu: ¿Quién? ¿Yáke?
Áte: Tengo esa certeza de que debió haberte matado, no sé por qué. Quizás es un recuerdo de la mente de este cuerpo.
“Con la mano en el lateral de la cabeza”
Kányu: Creo que comienzo a recordar. Es verdad, ¿por qué no lo hizo si su alter ego lo está dominando?
Áte: Bueno, eso no importa ahora. Hay que pensar en algo. Como parece que no tenía problemas conmigo, podría intentar volver yo sólo y hablar con él.
Kányu: ¿Qué le vas a decir?
“Reflexivo”

***

Al regresar a la playa, vio a Yúska, Séntsa y Hínta a los pies de la roca.

***

Oigo una tierna voz y una suave mano acariciando mi mejilla, también huelo un olor desagradable. “Hínta, despierta”. Abro los ojos y no sé si es Yáke o Sínke el que está frente a mí. Pienso que es Sínke por su sonrisa, pero la frialdad de sus ojos me hace pensar en Yáke. “Bebe un poco”, me dice, y un vaso hecho de piedra sale flotando hacia el mar, se sumerge en él y regresa lleno de agua salada. “Ya hace varias horas que no bebes”, me dice. Lo bebo porque, para mi sorpresa, en verdad tengo una sed de muerte y mi cuerpo pide esa agua; nunca sentí un alivio más placentero en ninguna otra realidad que cuando mi lengua, mejillas y labios se refrescaron con esa agua salada. Le pregunto si no recuerda nada y me mira confundido. Le menciono nuestra realidad, el instituto Ítuyu, su mansión, y el jínnliù. “Tal vez lo soñaste todo”, me dice. Entonces se levanta y veo que, recorriendo la costa por la derecha, se aproxima Íma Líb. Entonces me doy cuenta de lo macabro del ambiente en el que estamos, y de que lo que huele mal son los huesos de las tortugas, las cuales han sido apartadas del lugar en el que dormía y por eso no las había visto al principio. Me entristecí terriblemente ante tal panorama, pero Íma Líb se me acerca y dice “¿Todavía te sientes mal por lo de hace días?”, y yo no sé de lo que me habla y Yáke no dice nada tampoco. “No te preocupes, pero tienes que venir conmigo para continuar con el ritual”, me sujeta y me arrastra dulcemente hacia otro lugar de la playa sin que Yáke diga nada. Le digo que espere, pero ella dice “no te preocupes, mañana podrás volver”, y no tengo más remedio que ir con ella, soportando la horrible visión de los esqueletos de tortugas.

***

—…Te encuentras en la isla de Yazalá[1] —dijo Íma Líb—. Como puedes ver, hay huesos de tortugas marinas cubriendo toda la playa, y es igual para el resto de la isla. Eso es porque, desde hace millones de años, las tortugas han sido atraídas por el extraño embrujo de la isla, que les hace venir a morir como si todas supieran que este lugar ha sido asignado por los dioses para su descanso eterno.
—Suéltame, por favor —suplicó Séntsa, cuyas ataduras le lastimaban las muñecas.
—Cada día salen del mar decenas de tortugas —jugueteó Íma Líb con un cuchillo—, y con un coraje admirable, se arrastran lo más profundo que pueden en el desierto. Pero últimamente el número de tortugas que vienen a morir se ha reducido por centenas, lo que es muy preocupante…
—Por favor, suéltala —dijo Hínta.
—¿Por qué la defiendes, Hínta? Después de todo, tuve que ir a buscarla hasta las islas Wírfe especialmente para tu ritual.
—¿Ritual? —Hínta no apartaba los ojos de la daga brillante.
—Hínta, ya sabes que para que la isla no se hunda es necesario que las tortugas vengan a morir, y para que vengan a morir, debemos atraer a la muerte primero.
Íma Líb tomó a Hínta del brazo, y con el filo le hizo un largo corte recto sobre las venas. Hínta lanzó un grito y la hoja se llenó de sangre.
—Vamos, Hínta. Ya sabías que esto era parte del ritual.
—No… —Séntsa tembló cuando Íma Líb se le acercó con el cuchillo ensangrentado.
—Pensé que al menos deberías saber por qué ibas a morir —continuó Íma Líb—, y deberías estar feliz de que sea para una buena causa.
La salpicó en la cara con la sangre de Hínta. Séntsa cerró los ojos, creyendo que la iba a apuñalar después. Hínta, creyendo lo mismo, corrió hacia Íma Líb, paso un brazo por su garganta y, con todas sus fuerzas, comenzó a estrangularla. Íma Líb soltó el cuchillo por la sorpresa, forcejeó contra Hínta, que era casi de su altura. De su garganta salían desesperados gorjeos resecos. Hínta ejercía cada vez más presión, con los ojos cerrados, no pudiendo darse cuenta de que los ojos de Íma Líb enrojecían y la piel de su rostro palidecía. Cayeron sus rodillas sobre la arena sin que Hínta cediera su insólita presión sobre el cuello. Con desesperación, Íma Líb se aferraba a los brazos que la estrangulaban, implorante, escurriendole lágrimas, sacando la lengua, hasta que su cuerpo fue un gran peso para los brazos de Hínta. Las piernas de Íma Líb se convulsionaron, revolvieron la arena y los huesos cercanos, hasta que dejó de moverse; pero Hínta, en su ímpetu protector con su jínne, continuó asiéndose a su cuello por varios minutos más hasta que estuvo segura de que había muerto.

***

¡Oh, dios mío, Hínta! Moverá huesos arenosos en su retroceder. Verá el cuchillo caído sobre la arena. Pavor ante la imagen del macabro evento. Verála recular; mano en boca, ojos en el cadáver. Se arrastrará hasta el cuchillo, intentará aferrarlo con las manos atadas a su espalda. Reaccionará Hínta. Irá hacia ella y la liberará de las cuerdas que le inmovilizan las manos y los pies, húmedas de agua de mar. Se levantará Séntsa y caminará de espaldas hacia el mar, mirará a Hínta aterrada.
—¿Qué te pasa, Séntsa?
—No te acerques —marcará espacio con la mano.
Boca abierta de Hínta.
—¡Te iba a matar! —no habrá soltado el cuchillo—, lo hice para salvarte.
El cuchillo aún en su mano, levantado inconscientemente contra ella.
—Esa no eres tú, Hínta —tocarán los talones la marea, que arrastra pedazos óseos en su subir y bajar—; además, ella no me iba a matar aún. El ritual requería esperar un día después de que la víctima fuera marcada con la sangre de la guardiana principal, osea tú.
Hínta enojará los ojos, avanzará amenazante como un acto reflejo.
—¿Cómo es que sabes eso?
—No lo sé, no me preguntes cómo lo sé —tartamudeo, temblor, terror.
Y sobre la duna de arena que Séntsa encara, aparecerá Yúska, vestida de raídas ropas grises.

***

Es, pues, este camino.
Huesos despedazándose por las pisadas de Sínke en su carrera hacia el mar.
¡Espera, Sínke! No tan rápido.
Pies adoloridos y escarchados de arena. El avanzar de Sínke detenido.
Hay que darse prisa, estimada; aunque el sacrificio sea hasta mañana, no debemos perder tiempo.
¿No recuerdas nada en serio?
Cabeza ladeada, ojos fatigados.
La toma de las conciencias comenzarán, la isla por fin se hundirá y su memoria será olvidada por siempre, pero mi hermano no lo permitirá.
A lo lejos, tortugas arrastrándose en el desierto, detenidas al finalizar el discurso de Sínke y muertas por fin.
Ve, pues, hacia esa dirección; el lado por el que el sol se levanta, pasa tras esas dunas y camina durante unas horas, pues ahí se encuentra el lugar en el que el tributo de sangre será entregado, y mata a íma inmediatamente.
De nuevo sonidos de huesos aplastándose. Una nueva carrera de Sínke en el desierto, hacia una dirección ignota.
¡No te vayas!
Mano de Yúska hacia él. Luego, ojos en el horizonte señalado por el gemelo. El inseguro avanzar de sus pies, sorteando huesos, hacia aquella dirección.
¿Detener un sacrificio? Detener un sacrificio ¡Detener un sacrificio!
Sordera.
Si la isla se hunde, podremos irnos de una vez en lugar de permanecer aquí por siempre. ¿Dónde estarán Yáke y los demás? Pobres tortugas, atraídas a esta isla a morir. La tortuga, la tortuga, la tortuga, Yáke, ¿por qué tu tortuga no tiene nombre? Vamos, dime que es por algo que te molesta, pero custodias la isla y sus reglas y darás todo por seguirlas y ¡no tendrás piedad porque Kányu intentó matar a tu hermana Hínta! ¿Qué?
Frente sudorosa con una mano encima.
¿Cómo? Evitar el sacrificio, acabar con la que debe dar la sangre. ¿No entiendo nada?

***

Y Sínke saltó a la poza y bebió.
—Saludos, Kányu, ¿qué haces tan lejos de tu territorio?
Lo vio vestido con lo que parecía ser una piel vieja. Quiso recordarle su condición, pero ese gemelo también permanecía en su sorda locura, metido en el papel de su alter ego.
—¿Dónde se encuentra Áte? —preguntó Sínke— Esperaba de hecho poder dialogar con él.
—Él fue con Yáke a la playa hace rato —dijo Kányu.
—Inverosímil es. Para este momento ya debió haber notado que el sacrificio no fue hecho.
—¿Sacrificio?
—Lo que hemos estado intentando evitar, acuérdate. La isla debería hundirse en poco tiempo. Yúska misma afirma que la propia Hínta fue la que mató a Íma para salvar al tributo, una chica de nombre Séntsa, que fue raptada del archipiélago Wírf. Pero lo mejor fue que Hínta misma fue a decirle la noticia a mi hermano. Debe estar destrozado por la traición de la chica que tanto quiere y considera su hermana. Aunque si la hubieras conseguido matar hace días, hubiera sido igual de bueno.
—Sínke —con lágrimas—, por favor volvamos a nuestra realidad; no quiero estar aquí.
—Por supuesto, estimado, que la alegría te vuelva a embriagar. En cuanto la isla se hunda, seremos libres.

***

Llamó sus nombres en voz alta y captó su atención. Las chicas se alegran de verlo.
(—Yáke, se acabó todo esto —dice Yúska—, ¿No recuerdas el universo de la gente blanca, el universo del zoológico y el universo de las groserías? ¡Ya date cuenta!
Él sigue mirando el horizonte con ojos tristes.
—Lárguense todas —dice.)
Tembló entonces la arena de toda la isla. Las dunas más altas y lejanas perdieron altitud. Los huesos se entierraron en la arena, y el cuerpo de Íma también fue sepultado.
/La dejarán ahí, olvidada, tú decidirás ir a decirle a Yáke que la has matado, extrañamente sin sentir temor alguno, pero aún con una ira surgiéndote en el corazón. Llegarás a él y le dirás: “Yáke, no habrá sacrificio”, y él reconocerá el cuchillo de Íma y te observará incrédulo y herido/.
[“¡Ha comenzado, estimado, ha comenzado!”
“¿Qué sucede?”
“Mira cómo la arena se atiborra de toda la muerte que yace en el desierto, pero la vida como la nuestra la respeta. ¡Ya somos libres!”
Y poniéndose de pie, la arena comenzó a flotar sobre él, y formó una nube tan gruesa que creó una sombra como un pequeño eclipse.
“Ahora es mi turno de ir contra mi hermano”]
(Las tres se van de ahí, intimidadas por la roca que Yáke ha hecho flotar en el aire, y vuelven caminando hacia el lugar por el que habían llegado.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta Séntsa— Aquí ellos sólo recuerdan la vida de sus alter egos, pero no la suya.
—Creí que si le decía que no estaba de su lado, iba a despertar —dice Hínta—. ¿A dónde se habrá ido Sínke?
—Ayer estaba hablando de un lugar secreto en la isla, algo sobre tener el poder de la tierra —dice Yúska—, no entendí bien, pero por lo que vimos con Yáke, es similar a lo de la electricidad de antes.
Llegan junto al cadáver de Íma Líb cuando el sol está a punto de ponerse.
—No podemos hacer más que esperar aquí a Sínke, ¿verdad? —dice Séntsa.
—¿Qué más podemos hacer? —pregunta Hínta.
Pasan la noche en aquella playa. Séntsa, todavía atemorizada por la actitud de Hínta, duerme alejada de ella. Al día siguiente siguen discutiendo y lamentándose. Poco a poco sus razones pierden el control, se hablan con violencia, relatan hechos de sus vidas sin ser conscientes de sí mismas. Hínta se enoja y amenaza a Yúska con el cuchillo. Ella se defiende y grita que el sacrificio ha fracasado. Hínta, perdiendo el control de su personalidad, se corta el brazo cómo Íma lo ha hecho el día anterior e intenta matar a Séntsa. Yúska se lo impide, pero en el violento forcejeo Yúska es herida; Hínta vuelve a tener consciencia de sus actos y lanza el cuchillo aterrada, viendo con horror la herida en la pierna que le causo a su jínne. Llora Séntsa y propone volver con Yáke y que suceda lo que tenga que suceder, aún si las mata. Las demás están de acuerdo).
Áte se tambaleó. La roca de Yáke vaciló en sus cimientos. La playa terminó de tragarse los esqueletos, y el agua comenzó a subir por la orilla.
/Te dirá que te vayas, entre gimoteos, y tú te quedarás hasta que te lo pida gritando, y regresarás afligida y aturdida, y ya no estará Sínke con las demás. Yúska propone ir las tres juntas; intentará hacer reaccionar a Yáke de algún modo/.
Todos menos Yáke corrieron tierra adentro, y tuvieron instantes de recuerdos de sus vidas en aquella isla, llenos de ira y miedo mientras desaparecía la isla tras ellos. Sintieron que el suelo se elevaba, y flotaron de pie sobre una porción de arena que había adquirido una consistencia sólida como el granito. Sínke los había visto y les brindó esa ayuda, subiendo posteriormente a Kányu a esa pequeña isla flotante mientras la isla poco a poco se hundía. Los jínnyi estaban reunidos, pero no supieron qué decirse. Sínke formó otra nube de arena que solidificó para subirse en ella, justo en el momento que la isla de Yazalá desaparecía en el fondo del mar.

***

Vuela Yáke hacia ellos en su roca. Sínke crea un disco afilado de arena sólida y se lo lanza. La roca de Yáke se parte al eludirla, y usa los fragmentos para contraatacar a su hermano.
—¡No, otra vez no! —grita Yúska con lágrimas de furia— ¡Despierten, idiotas!
La roca de Yáke chocó contra la de Sínke, haciéndose pedazos las dos. En ese momento, la roca en la que flotaban los cinco jínnyi perdió su solidez y cayeron al mar.

76

Lidera Sínke a los demás al entrar en la mansión, localizada a la mitad de los grandes páramos de la región de Hyánt. Testigos afirmaron semanas después que el grupo de siete jóvenes se había dirigido a ese lugar pese a las advertencias de todos los que sabían de sus intenciones, y fue la última vez que fueron vistos. La mansión se ve limpia y reluciente, sin apariencia exterior de desmoronamiento, como si todavía viviera gente en ella, lo cual no hacía más que aumentar el temor de todos los que pasaran por la carretera aledaña. Reportaron que dos de los jóvenes, hermanos gemelos, iban muy confiados debido a una habilidad extraordinaria que poseían, la cual consistía en unos sentidos tan finos que, comentaron asombrados, los hacían capaces de caminar, correr y hacer increíbles acrobacias estando privados de sus sentidos de la vista y oído (para cuya prueba les pusieron máscaras y tapones en los oídos), y se movían únicamente guiados por su tacto. No han pasado ni cinco minutos en el interior cuando no son más los dueños de sus cuerpos.
La pareja del grupo, cuyos nombres eran Séntsa Fónet y Áte Prágt, dijeron que en sus vacaciones tenían la costumbre de visitar lugares embrujados por diversión, y hasta entonces no había habido un lugar que les asustara.

***

Habiéndose dado cuenta, mirando por la ventana, de que el exterior había sido reemplazado por un negro vacío, discuten y se lamentan de su desgracia interminable.
Áte: ¡¿Y ahora dónde estamos?! (Patea el aire. Se pasa la mano por la frente)
Yúska: Esta mansión… ¿no se parece un poco a la de los gemelos?
[Doblará Kányu, desesperado, por la derecha del pasillo en el que se encuentra la habitación de Yáke. Ese ruido, como una fuerte respiración asmática, lo seguirá]
Sínke: Es nuestra casa, pero ahí afuera sólo el vacío habita.
Habiendo escuchado un profundo soplido salir de la cocina, y habiéndose aproximado Kányu y Hínta hacia el centro de la habitación junto a los demás.
Yúska: ¿Qué fue eso?
Sínke: Sé que esto es inquietante, pero por favor, tranquilos.
Yáke: Lo escucho muy fuerte.
Habiendo descendido la temperatura de la sala, y habiendo sentido todos como si algo invisible y ruin rondara alrededor de ellos.
Sínke: Hay que subir.
[Subirá Áte al techo de la mansión, y desde ahí no verá más que espacio negro. Sentirá una presencia con él, y ahí, donde antes no estaba, estará la que en su realidad era la presidenta Áltra. De la verdosidad de su piel emanará un olor vomitivo.
—Bonita vista, ¿no crees?
Los ojos de ella brillarán de sangre. Los pulmones de Áte casi reventarán cada vez que inhale].
Habiéndose encerrado todos en la habitación de Sínke, después de haber subido de prisa, con los gemelos quedándose levemente rezagados y mirando hacia atrás constantemente.
Séntsa: ¿Qué hay allá abajo?
Habiendo pasado unos segundos.
Yáke: En este mundo hay algo nuevo en nosotros, lo siento cada vez más fuerte.
Sínke: Lo siento y huelo desde aquí. Está en el piso de abajo, rondando los pasillos como un animal salvaje iracundo por el hambre. Huele a carne podrida, su andar es cojo. ¡Ahora sube por las escaleras!
Yáke: Son dos en realidad. Uno permanece abajo, paciente.
Habiendo sentido los siete un rápido viento por debajo de la puerta.
Yáke: Está del otro lado.
[Un momento después de darse cuenta de esa presencia, Séntsa, víctima del pánico, intentará abrir la puerta del baño antes de que la horrorosa figura de la que en su mundo fuera la presidenta Áltra, desnuda y bañada en un ponzoñoso líquido verde, decida encaminarse hacia ella].
(El ente hace estallar los seguros de la puerta cuando irrumpe. Duyuháveni, como un fantasma morado por la sangre seca en su cara, desolado por la tristeza, se fija con ira en los gemelos que protegen a sus amigos).
[Serán estrelladas Yúska y Hínta contra las paredes de la mansión; se hieren, se rompen huesos, sentirán dolores de muerte, y Áltra hará que los gemelos vean todo ese proceso, mortalmente heridos e impotentes].

***

El recuerdo más horroroso que Kányu reveló, estando ya en su lecho de muerte, en un estado tan senil que sus seres queridos creyeron que no se trataba más que de una mera invención, fue cuando aquel monstruoso alter ego que en su mundo fuera un compañero escolar, con una prodigiosa velocidad tomó a los gemelos por el cuello, y la increíble fuerza y habilidades que éstos habían demostrado en otros mundos se había desvanecido, quedando reducidos a simples trapos en el suelo. Luego él y los otros cuatro salieron corriendo, rebosando un terror tan insoportable que sólo buscaron otro lugar en el que esconderse, no dándose cuenta de que se habían separado. Contó cómo había sentido la otra presencia yendo tras él hasta su improvisado refugio en otra habitación, y cómo a cada segundo su corazón se sentía reventar. Lo último que vio antes de desmayarse fue unas pupilas negras sangrantes, que ocupaban casi toda la extensión del ojo, sobre un rostro verde de olor amargo y penetrante, el cual le dijo: “Hola, Kányu, cuánto tiempo sin verte”.

***

—¿Cuánto tiempo más vamos a estar aquí? —preguntó Yúska— ¿Por qué no cambiamos de universo?
Y Yáke sintió un ajetreo en algún lugar de la mansión.
—Sínke —dijo Hínta—, habías dicho el problema era que nosotros volviéramos a nuestra realidad, ¿verdad? —el gemelo parecía absorto observando una nada hacia las escaleras—, entonces ¿qué vamos a hacer?
Y en los oídos de los gemelos resonó un desgarrador grito de dolor, una sensación de horror e impotencia insoportable que les hizo cerrar fuertemente los ojos y gimotear sonidos guturales. Sus sentidos inesperadamente se sintieron intensificados. Fueron víctimas de una dolorosa omnipresencia; cada rincón de la mansión fue percibido con una exactitud tan grande, que era como si estuvieran en frente de ellos hasta los resquicios polvorientos de los libros abandonados en el ático.
—Hay que encontrar la razón por la que ustedes no quieren regresar —dijo Sínke.
—¿Por qué dices que no queremos regresar? —preguntó Séntsa.
Entre los alaridos que escuchaban, y toda la información que sus sentidos no podían evitar percibir, con mucho trabajo lograron mantenerse calmados.
—La ruptura del jínnliù ha sido lo que ha provocado estos cambios de realidad, es lo que suponemos —contestó Yáke.
Séntsa se cruzó de brazos.
Sínke se paseó de un lado al otro, intentando que todas esas percepciones en su cabeza no lo volvieran loco.
—¡Fue porque decidieron separarse! —dijo Sínke—, esos cambios pequeños fueron por sus propios deseos inconscientes de distanciarse más, pero al mismo tiempo de acercarse.
El tacto se les transformó en vista. El goteo de una llave, el polvo de las ventanas, las formas y texturas de cada loza, de cada esquina, de cada marco, escalón y objeto de la casa los percibían con una nitidez terriblemente precisa. Sus ojos ahora miraban un vacío. Oscilaban entre los ruidos y las terribles visiones de unas espantosas figuras fantasmales.
—O tal vez no, hermano —dijo Yáke, quien parecía luchar contra un terrible dolor—, quizás todo está equivocado y somos nosotros los que prolongamos esto.
—¿Por qué lo dices, hermano?
—Esa realidad de grandes edificios —Yáke ahora miraba hacia la cima de las escaleras, fijándose en algo invisible—, la gravedad cambiante según la voluntad, nuestra casa poseyente de un embrujo en la que percibimos hechos alternativos, ¿una isla de huesos de tortugas? —se estremeció con las imágenes que sentía durar largos minutos.
—Exámenes: pruebas para el futuro —dijo Sínke con los ojos cerrados, sus piernas poco a poco cediendo.
No pudieron soportar más y se desmoronaron sobre el suelo, sin consciencia.

***

¿Qué íbamos a hacer en ese momento? No respondían, no se movían. No había a donde ir. El mundo afuera no existía y no podíamos escapar. No se nos ocurrió mejor cosa que hacer que llevarlos a sus habitaciones y dejarlos sobre sus camas para que durmieran. Las habitaciones ya no tenían las cosas que antes sí tenían, como los pianos y los libreros, y sólo estaban las camas. ¿De qué podíamos hablar los demás? ¿Qué podíamos opinar? Ahora tenemos la eternidad, la eternidad de este espacio interminable en el que estamos para preguntarnos una y otra vez por qué sólo nos quedamos sentados en la sala, ahí en donde muchas veces nos habíamos reunido antes. Y no había sido mucho tiempo atrás que todavía éramos un jínnliù, ignorantes de estas verdades que ahora estábamos enfrentando. ¿Cuál debía ser nuestra reacción al saber no solamente que no existe una única realidad, sino que estábamos perdidos en otras y no podíamos ni siquiera regresar a la nuestra? Intentamos por varias horas simplemente desear volver, como entendimos por las palabras de Sínke, pero nada sucedía; ya no estábamos en control de nada. Yáke había dicho algo del jínnliù antes de abandonar ese primer mundo tan igual al nuestro, pero ya había sido olvidado, como si entre más tiempo permaneciéramos en esa mansión rodeada de oscuridad más olvidáramos lo ocurrido antes. Pero ahora concluimos que no vale la pena recordar esos tristes recuerdos sólo para llenarnos de melancolía. Aún tenemos mucho universo que recorrer.

***

Reportaron algunos vecinos que la mansión abandonada a la mitad del páramo repentinamente se había vuelto decadente, ruinosa y a punto de desmoronarse, como si los fantasmas que la habitaban la hubieran dejado desamparada, adquiriendo así el aspecto que debía haber tenido desde hace años. No obstante, algunas personas sintieron curiosidad por ese fenómeno y se adentraron en la mansión solamente para encontrar los cuerpos de seis jóvenes. Los dos gemelos, que días atrás habían sorprendido a todos con sus increíbles sentidos, se encontraban degollados al final de la escalera. Dos de las chicas estaban frente a ellos, muertas de lo mismo; presentaban horribles heridas por todo el cuerpo. Una de las chicas fue encontrada muerta en el baño; otro de los chicos, en la azotea. El cuerpo del último chico fue encontrado en el enorme jardín trasero, entre unos rosales marchitos.

77

No recuerdo el día preciso en que ese grupo comenzó a juntarse conmigo, pero cuando lo hicieron una vez no dejaron de hacerlo nunca. Fue poco después de que me transfirieran a la primaria del instituto Ítuyu. Yúska me presentó a todos durante el almuerzo. Todos, salvo uno, se mostraron amables conmigo, pero irónicamente fue el menos amistoso con el que mejor me llevaría de ellos. Me propuso Yúska que me uniera a su jínnliù, y como no sabía lo que significaba eso, la niña pelirroja de mirada intimidante dijo: “Es el círculo social danzilmarés más importante después del de la familia. Está conformado por gente comprometida a una relación de amistad que dure toda la vida y que sea más fuerte que con otras personas salvo la familia directa”.
Y si bien esa idea me agradó apenas la escuché, lo cierto es que sonaba muy exagerada y tajante; es decir, ¿cómo iba a ser amigo de ellos por toda mi vida si ni siquiera nos conocíamos?
Durante mucho tiempo se siguieron juntando conmigo, mientras me decidía. La verdad no me esforzaba en pensarlo mucho tampoco, pero durante esos días conocí mejor a esos niños y me cayeron bien. Yúska me hacía reír con sus ocurrencias extrañas; se preguntaba, por ejemplo, qué pasaría si hubiera un gato con dos colas, y exageraba lo impresionada que estaría de eso. Hínta fue la que me trató con menos indiferencia, y era la que más me convidaba de su comida, ¿había acaso algo de lástima en sus ojos durante esos días? No lo sé, pero me agradó su atención. Séntsa casi no me hablaba a menos que quisiera preguntarme algo, y en general era para saber si me iba bien en los estudios o si tenía problemas acoplándome en la nueva escuela. Áte, pese a no iniciar nunca alguna plática, fue más abierto conmigo cuando le hablaba, quizás por haberse sentido algo raro de ser el único niño de ese grupo hasta entonces. Hablábamos de lo que los niños hablan normalmente, sin nada muy especial o extravagante que agregar, solamente nuestros intereses y gustos en común, a veces eso es todo lo que se necesita para iniciar ese sentimiento de confianza que más adelante se transforma en estima.
En algún momento acepté unirme. No recuerdo si lo dije de manera explícita; quizás nunca dije un sí más que para mí mismo. En realidad, sólo continuábamos como siempre: almorzando juntos, saliendo juntos, haciendo las tareas juntos. Llegó un momento en el que simplemente fue dado por hecho, sin necesidad de resaltarlo con palabras.

***

Esas enigmáticas mezclas de sensaciones sutiles, voces fantasmales que chocaban contra sus nervios, marcaron un drástico cambio de ritmo en las actividades de los gemelos. Cada vez estaban menos dispuestos a realizar actividades al aire libre, ni siquiera cuando Kúsat se los proponía. Se interesaron menos en sus juegos con el agua, llegando a afirmar en alguna ocasión sentirse como si prefirieran el contacto con otra substancia; a veces era el fuego; otras, la tierra. También sentían la tentación de hacerse electrocutar de los tomacorrientes o salir al tejado durante una tormenta eléctrica para ver si eran alcanzados por un rayo. El capricho irrealizado más extraño fue cuando Sínke sintió el deseo de cambiar las leyes físicas para hacer levitar un vaso, y Yáke expresó un deseo (o necesidad) de realizar algo parecido. Aquellos anhelos e impresiones que no podían explicarse les hicieron adquirir una forma forzada de referirse al resto de su mundo. Se quedaban observando durante más tiempo el horizonte invisible que habían sentido desde su niñez, preocupados porque cada vez lo notaban más sutil, como una sábana delicada a punto de desaparecer, y al mismo tiempo una nueva fascinación por cosas que antes no les interesaban. Por ejemplo, Yáke miró con nostalgia al grupo de cinco chicos que más de dos años atrás le habían propuesto unirse a su jínnliù, y explicó que, en aquellas toscas y opacas alucinaciones sensoriales, podía reconocer sus voces en una cantidad incontable de emociones e intenciones, y comprobó, no sin aterrarse, que entre más pensaba en ellos, algunas de sus sensaciones eran más vívidas, casi al punto de llegar a engañarse y creer que en verdad los había escuchado, no como voces que sólo vibraban en su cabeza, sino como sonidos que también habían hecho vibrar sus tímpanos en la vida real.
Cada vez dormían más. Decía Sínke que al dormir las sensaciones desaparecían, pero pronto sus sueños, ciegos y sordos hasta entonces, comenzaron a mostrar de manera más vívida lo que en la vigilia sentían como un ensueño ligero.

***

Se detuvo Kúsat junto al río skér después de la caminata de más de cinco horas desde la ciudad. Yáke y Sínke también se acomodaron contra un árbol cuyas raíces superficiales casi llegaban al agua.
—¿Ya están cansados? —dijo Kúsat.
—¿En serio te parece? —dijo Sínke— ¿Cuántas veces no hemos caminado trechos superiores en distancia y dificultad en el pasado sin transpirar una gota de sudor? No nos recostamos, pues, por cansancio, sino por el aburrimiento de ya no saber hacia dónde dirigirnos o justificar siquiera nuestra presencia aquí.
—¿No se sienten mejor de alejarse de la ciudad? —dijo Kúsat.
—¡Bah! La ciudad tiene un encanto que el campo no posee —dijo Sínke—, no me preguntes ahora cuál es.
—Ya comienzas a hablar sólo por hablar, ¿verdad? —rio Kúsat— ¿Al menos ya se calmaron las voces?
—Ah, reconozco esa inflexión en tu voz —dijo Sínke—, en tu mente siempre ha estado el fenómeno que nos ha asaltado. Algo quieres saber, más de lo que ya te hemos relatado.
—Y aunque ya lo sabían, porque me niego a pensar que no habían notado mis intenciones de inmediato, de todos modos están aquí conmigo.
—Sí —dijo Yáke—, ahora que estamos lejos de lo que consideras el origen de estas influencias, crees que algo se nos ha aclarado, pues me temo que te decepcionaremos.
—Es todo igual entonces —dijo Kúsat—, pero si aunque sea un poco ha cambiado, explíquenme pues.
—Los pequeños cambios son variaciones que escapan toda descripción con el lenguaje —dijo Yáke—. Los qualia son celosos y no se dejan compartir.
—Al margen de su incapacidad para expresar en palabras la exactitud de sus percepciones, ¿cómo se explican que les hayan llegado tan de pronto?
—Bien podría no ser más que una enfermedad mental —dijo Sínke—, en cuyo caso lo encuentro divertido. Podría intentar ver qué tanto soy capaz de controlarla y escapar de ella, si me es posible.
—¿No han pensado que, a lo mejor, lo que estén sintiendo sean experiencias reales, hechos que ustedes mismos han vivido y cuyos recuerdos solamente les han sido dados a conocer?
—¿Qué teoría sostendría esa conjetura? —dijo Yáke— Estos no son dejavus o recuerdos reprimidos del pasado.
—Tal vez no los son en este rincón de la realidad.
Sínke despegó la espalda del tronco; suspicacia en los ojos; barbilla sobre las falanges.
—De nuevo los universos paralelos, Kúsat —rio—. El maestro Gyéo ha dado en el clavo para ti, ¿verdad?
—¿Por qué no podría ser? —dijo Kúsat— ¿qué hace imposible que las mentes de inconmensurables alter egos estén ahora mismo proyectando sus experiencias directamente a sus cerebros?
—Debes hacer un mejor caso que eso —dijo Yáke.
—En el fondo sabes que, pese a no ser muy verosímil, es posible —dijo Kúsat—. Pero como bien has dicho, la qualia no se comparte, ¿verdad? Ustedes han ya demostrado con sus actitudes que no solamente sienten algo más, sino que también son —hizo gran énfasis en esta última palabra—, potencialmente, algo más.
—Tengo la sospecha de que este asunto tiene mayor interés especial para ti que para nosotros, primo —dijo Sínke.
—¿Por qué me miran así? ¿No fueron ustedes los que clamaban provenir de otra realidad desde el primer día en que los conocí? Lo que supongo no es más que una observación con base en lo que ustedes mismos han estado diciendo desde la infancia.
—Nunca hemos dicho que somos de otra realidad, o al menos yo nunca lo he hecho, no hablo por mi hermano —dijo Yáke—. Tal idea es, cuando menos, insustentada, y una tontería a lo peor. Lo que siempre hemos dicho es que nada en el mundo nos parece real, y que sentimos algo más en el horizonte. Fuera de esa subjetividad no afirmamos nada más.
—¿Llamas subjetivo a la barrera que sienten en el horizonte? —dijo Kúsat— Considerando todo el énfasis que durante sus vidas han puesto a esa subjetividad, me sorprende que todavía no hayan tenido el deseo de cruzarla, o al menos imaginar que se acercan a ella.
—Hemos hablado de esto muchas veces —dijo Yáke—, ¿en serio es racional hablar de esto otra vez?
—¿Estás evitando la discusión? —dijo Kúsat, la inflexión de su voz se agudizó— Nunca antes te había parecido inútil repetir tus explicaciones.
—Tal vez ya me aburrí —dijo Yáke, tembló su voz, su vista giró hacia el río—, ¿no es eso lo verosímil después de tantos años de estar hablando de lo mismo?
—¿Y acaso ustedes son verosímiles? —dijo Kúsat.
La tierra entorno a la cual los pies de Yáke y Sínke tocaban el suelo tuvo un pequeño movimiento. Insignificantes polvos de tierra se levantaron centímetros del suelo, aumentó la cantidad y la altura hasta que una opaca capa de tierra les llegó hasta la cabeza. Los labios permanecieron tensos, los ojos abiertos, queriendo ignorar sin lograrlo.

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[1] Isla real en la que abundan leyendas sobre tortugas que van a morir ahí, probablemente de ahí se inspiró este pasaje.

Comentarios

  1. Vaya capacidad de crear concepciones abstractas y desarrollarlas manteniendo al lector en tensión. Me ha encantado. Gracias!

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