Estaciones: Otoño II


 
Un tiempo para la contemplación de las hojas que caen.

Dejamos transcurrir el tiempo mientras las hojas continuaban cayendo, aunque cada vez con menos viveza, como si el bosque se estuviera preparando para dormir. Me llevó mi guía hasta un lago tan cubierto de hojas que el agua era lo menos visible. Sobre ella, las hojas flotaban movidas por una corriente suave, chocando delicadamente entre sí y creando con el tiempo islas gruesas que a su vez se dejaban arrastrar con gran lentitud, absorbiendo hojas nuevas conforme nadaban hacia éstas, y dejando tras de sí otras conforme se alejaban.
Mi guía me indicó que no hablara y que yo tampoco lo hiciera. El viento ahora sólo era lo bastante fuerte para levantar las hojas escasos centímetros del suelo. Luego se acercó al lago, y sentándose a la orilla hundió parte de su cuerpo en ella, y recostó el resto de su cuerpo en una cama de hojas que crujieron al sentir su peso. Lo imité, pues suponía que quería que experimentara lo mismo.
A diferencia de lo que ya había sentido cuando comí la fruta, esta vez las hojas las sentí sosegadas, sin ánimos para jugar o dejarse llevar por mis fantasías de una realidad alterada. Durante varios días permanecimos así, sólo sintiendo el agua y las hojas húmedas tocando y abandonando nuestro cuerpo inferior, y las pequeñas vibraciones de las que aún de vez en cuando aterrizaban en nuestro cuerpo superior. Ahí miramos el cielo tornarse de naranja a negro, a amarillo y azul y otra vez naranja. El sol cada vez aparecía menos tiempo en el cielo, y no había por ningún lugar ninguna tormenta, viento fuerte, depredador o procesión de espíritus que interrumpiera la calma. Por primera vez desde mi llegada a ese mundo no hice sino experimentar la quietud y el silencio. Imaginé que mi guía me diría que debía experimentar aunque sea un poco la sensación del sueño, así como el bosque entero se iba adormeciendo.

No me percaté en qué momento volvieron a mis ojos las imágenes de la selva arrasada por el huracán, pero ahora no la sacudía ningún viento sino que también iba cayendo poco a poco en el mismo adormecimiento. Todos los otros seres vivos que había observado dormían también ahí, entre las hojas, y los espíritus de sus ancestros se acomodaban tranquilamente junto a ellos a acompañarlos en el sueño, como si éstos estuvieran aún más fatigados. Vi a mi guía recostado en la rama de uno de esos árboles contemplándolo todo con un semblante sereno, como si quisiera ser el último en dormirse. Parte de mi conciencia aún logró reflexionar sobre este concepto del dormir, el cual, pese a ya haber sido mencionado bastante por mi guía, aún no lograba comprender del todo más allá de que los seres dejaban de percibir el mundo por un rato. Con la fruta lo había experimentado parcialmente, y sólo me había parecido que viajaba por un momento a otra versión del mismo mundo. Estaba entonces yo de pie sobre el desierto, pero el calor insoportable se había vuelto fresco y cómodo. Entonces éste se llenó de hojas que salieron de ningún lugar sin que me diera cuenta, o más bien todos los granos de arena fueron reemplazados por hojas de decenas de colores y texturas diferentes. Me sentí hundir entre ellas como me había sentido arrastrar por el mar durante la tormenta, pero ahora todo era pacífico y me dejé caer en ellas.

Abrí los ojos de repente y estaba en el mismo lugar, encarando el naranja de la tarde, sintiendo la humedad del agua y las hojas sin haberme movido. Había vuelto a soñar. Me asustó un poco no haber notado en qué momento mis sentidos pasaron de percibir la realidad a sólo interpretaciones de fragmentos que ya había experimentado, pero la idea de que dicho fenómeno era posible en ese mundo rápido volvió a captar mi curiosidad e intenté que se repitiera. En vano cerré los ojos y dejé mi mente en blanco, o pensé que podría hacerlo, pero sólo aparecían en mi mente mis recuerdos y reflexiones como si estuviera hablando conmigo mismo, y ese diálogo interno se volvió fastidioso porque me impedían volver a caer en la inconsciencia.

Quise preguntarle a mi guía lo que debía hacer para volver a caer dormido, pero al incorporarme para hacerlo lo encontré con los ojos cerrados y respirando tranquilamente, como me habían dicho que ocurría con los durmientes. Me volví a recostar, pero en lugar de cerrar los ojos e intentar volver a dormir sólo me quedé mirando el cielo, el pasar de sus nubes y la hoja esporádica que el viento arrastraba por el aire. Se hizo de noche y las estrellas comenzaron a brillar; tuve el deseo de ir a explorarlas en alguna otra ocasión en la que volviera a visitar esta realidad. Me había dicho mi guía que ahí, muy lejos en la negrura del cielo, existían otros mundos similares o diferentes a éste. Imaginé que ahí quizás había otro viajero como yo, también maravillado y abrumado por la realidad de su planeta, que ahora mismo igual estuviera recostado en un lecho de hojas diferentes y se estuviera preguntando y haciendo las mismas observaciones que yo. Así fue que las hojas me parecieron cambiar de color; ahora eran azules o de un rojo brillante. El cielo lo vi plateado. El aire lo sentí como el agua y el agua como el aire. Mi mente se dejó llevar por esta nueva ilusión y volví a reimaginar a los seres vivos con otras formas y estructuras tan diversas que nunca pude recordar. Y ahí quizá todo igual estaba dormido, o más bien el sueño era la realidad principal. Ahí el dormir era la verdadera experiencia del mundo y la vigilia era la deformación. Y me vi cayendo dormido en un desierto verde, y en ese sueño caí dormido en un mar morado, y en ese sueño me dormía sobre un bosque donde el cuerpo de los árboles eran las hojas, y así seguí durmiéndome dentro de cada sueño.

Algo me tocó y me sobresalté, abrí los ojos y ahí estaba de nuevo. Mi consciencia tardó un poco en asimilar que había vuelto a percibir la auténtica realidad. A mi lado estaba mi guía, sentado sobre las hojas, aún con su rostro adormilado, pero igual de contemplativo. Volví a recostarme con calma y pensé que esto de dormir quería llevármelo conmigo, para poder usarlo en todos los mundos que visitara después. Me pregunté qué clases de sueños tendría en ellos, si al soñar dentro de uno podría recrear otro, o mezclarlos entre sí para crear una realidad nueva, y un día visitarla esta realidad y soñar en ella, y así por siempre, soñando realidades para luego viajar a ellas, y soñar en ellas, y seguir así viajando y soñando por siempre.


          



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