Una verdad dulce
Me sumergí en un mundo de mentiras y verdades porque quería encontrar una verdad dulce. Pregunté a un habitante de ese mundo dónde encontrarlas y me respondió:
—El mejor lugar para buscar una verdad dulce es entre las mentiras dulces, ya que las verdades amargas no las aceptan y las mentiras amargas se aburren de ellas.
Fui entonces adonde vivían las mentiras dulces, y entre tantas que había como árboles en una selva, busqué una verdad dulce.
Pero me di cuenta de un problema: no tenía manera de distinguir una verdad dulce del resto de las mentiras dulces cuando éstas iban más allá de mi conocimiento o del sentido común que traía conmigo de mi mundo. Hable con miles y miles de esas supuestas mentiras dulces, y más de la mitad no pude reconocerlas como verdades o mentiras.
¿Sería posible que en realidad las verdades dulces se escondieran entre las mentiras dulces porque, en el fondo, así se sentían más seguras? ¿Es tan hostil la compañía de las verdades amargas que las verdades dulces sólo se sienten libres entre las mentiras?
Me hice acompañar de una verdad amarga para recorrer la zona de las mentiras dulces, y cada vez que sospechara de haber encontrado una verdad dulce, mi compañera respondía:
—No es posible que sea verdad; es demasiado dulce.
Algunas veces llegó a decir:
—Esta podría ser verdad si le cambiáramos esta parte para que no sea tan dulce.
Sólo una vez la escuché decir:
—Esta me gusta mucho, pero por eso debo rechazarla.
Le pregunté entonces cómo se vería una verdad dulce para una verdad amarga, y me respondió:
—Toda verdad es amarga; la que no lo sea, es ficción. Puede aparentar ser dulce por afuera, pero si por dentro no nos vuelve a llevar a la amargura, entonces no existe.
Me dediqué a observar cada una de esas mentiras dulces por dentro, y en algunas encontré dulzura pura y en otras un núcleo de amargura, a lo que mi compañera respondió:
—Sólo las que tienen la amargura por dentro son de verdad; las otras sólo están escondiendo la amargura con más mentiras.
Viendo que una verdad amarga no me ayudaría a encontrar una verdad dulce, me hice acompañar de una mentira amarga, la cual de inmediato trató a las mentiras dulces como familia, y entre todos rieron festivamente por encontrarse, a lo que me dijo:
—No hay mentira que sea enemiga de otra mentira, pues lo único que nos une es no ser nunca la verdad, y del resto poco nos importa.
La llevé hasta mis sospechosas de ser verdades dulces, pero me respondió:
—Aunque yo creo que sí hay verdades dulces, una mentira amarga no puede nunca encontrarla sin sentir que está frente a una mentira dulce.
***
Rato después, la verdad amarga se sentó a platicar con una de esas mentiras probablemente dulces, mientras yo y la mentira amarga escuchábamos todo.
VA: ¿Por qué es necesario que sigan aquí, acampando a sus anchas, sin más intención que la de nutrir las ilusiones de los ilusos que no pueden aceptarme a mí? Incluso la mentira amarga a veces se alía conmigo, ayudándome a esconderme cuando sea necesario.
MD: Yo también he formado alianzas contigo.
VA: Pero luego es difícil que me acepten a mí por preferir quedarse contigo, y por ello causas más catástrofes que las mentiras amargas. Por tu culpa, muchas ideas despreciables prosperan, y el efecto dominó que de ellas se desencadenan producen desgracias en nuestro mundo.
MD: Puedo ayudar a la gente a sentirse bien por un tiempo.
VA: La realidad no nos ha creado para hacer sentir bien a nadie.
MD: Las verdades dulces sí han sido creadas para eso.
La verdad amarga lanzó una risa y volteó a mirarme, como para asegurarse de que estuviera prestándoles atención.
VA: ¿Aún crees que en algún lugar existe una verdad dulce? Tal cosa no es más que una ilusión tuya, solamente una mentira dulce que no quiere ser amarga y que por ello decide llamarse dulce; pero es pura ilusión tuya, tus vanos intentos por negarme a mí, el vocero de la realidad.
MD: ¿Vocero de la realidad? ¿Es así cómo se consideran las verdades amargas?
VA: Somos los únicos con poder para describir a la realidad. Incluso detrás de las verdades que parecen más dulces y placenteras hay todo un mundo de amargura. Detrás de toda noticia que hace a uno llorar de alegría hay océanos de lágrimas de desesperación. El fin de toda guerra tiene miles de muertes a sus espaldas. Los placeres más inocentes se levantan sobre dramas y problemas serios. Ustedes nos quieren hacer creer que una historia feliz es sólo eso, y niegan que del otro lado sólo es otra tragedia más.
MD: ¿En verdad crees que detrás de cada historia placentera, cómoda y fácil de creer, estamos siempre nosotros?
VA: No hay otro modo de pensar que se adhiera a la realidad.
MD: La realidad también es cambiante, y muchos de ustedes en algún momento se volvieron o volverán como nosotros, y viceversa.
VA: Hasta que la realidad no nos obligue a ello, seguiré firme en mi posición.
MD: ¿Y si hubiera ahora mismo una verdad dulce entre nosotros? ¿Si te convencieras de que yo mismo lo soy o de que alguien de aquí lo es, qué supondría eso para ti?
VA: Aún si de algún modo me convenciera de tal cosa, de que en efecto existe una verdad dulce, de todos modos tendríamos que ocultarla entre ustedes y tratarla como otra mentira más. Una verdad dulce, por más verdadera que sea, es peligrosa porque nos hará cuestionarnos si no hay otras verdades ocultas entre ustedes, y si le damos esa llave a la libertad de los seres, pronto el mundo estaría lleno de mentiras dulces compitiendo contra nosotros, lo que llevaría al colapso de nuestro mundo. ¡No! Si descubriéramos una verdad dulce, es nuestro deber moral ignorarla y fingir que nunca la vimos, no vaya a ser que por reconocer una verdad dulce nos haga caer en las mentiras dulces.
MD: Creo que es por eso que nadie de aquí se quiere reconocer como verdad dulce, viendo que, aún siendo reconocidas, podrían traer el mal sobre el mundo.
VA: Pero de ello no me preocupo, pues como ya les he dicho a todos, la verdad sólo puede ser amarga, aunque a veces no lo parezca a simple vista.
MD: A todo esto, ¿cuál es exactamente la verdad amarga que portas? Me dio curiosidad de repente.
La verdad amarga se plantó en su asiento con orgullo, y, como si quisiera que todas las mentiras de alrededor le escucharan, expresó el concepto verdadero y amargo que portaba. Muchos lo escucharon pero casi nadie le hizo caso, pues a las mentiras no les importa la verdad.
VA: Y ahora, estimada mentira dulce, también quisiera que me compartieras la tuya.
Dicha mentira se alzó de hombros, pero en lugar de expresar en voz alta el concepto falso que representaba, se acercó lentamente al oído de la verdad amarga y ahí murmuró. Casi de inmediato, la verdad amarga empezó a temblar, abriendo los ojos espantada, con la boca abierta en una mueca de incredulidad, luego se alejó y se cubrió la cara con las manos y empezó a dar fuertes gritos que se volvieron de dolor y desesperación. Todos se alarmaron por el cambio repentino de esa verdad amarga hasta el punto de llenarnos de miedo, pero antes de que se nos ocurriera pensar en algo, la verdad amarga se abalanzó sobre la mentira dulce y empezó a darle una paliza salvaje mientras gritaba:
VA: ¡Nadie debe concebirte nunca! ¡Debes morir antes de que a alguien se le ocurra pensar en ti!
La preocupación que las mentiras sintieron al principio pronto se convirtieron en enojo, y acudieron a socorrer a su compañera. A empujones sacaron a la verdad amarga de ahí mientras esta seguía vociferando:
VA: ¡Haré todo lo posible para que nadie sepa de ti! ¡Iré con las demás verdades y te destruiremos antes de que envenenes al mundo y lo hagas sufrir! ¡Aunque tengamos que matar a muchos y violar la libertad!
Rato después, cuando la conmoción hubo pasado, la mentira amarga caminó hacia la mentira dulce que había sido atacada y hablaron de algo que yo no pude escuchar. Decidí irme de ahí despacio, apenado de aparentemente haber creado una crisis en ese mundo por culpa de mi curiosidad.
***
Estaba por irme de ese universo cuando me vio el habitante que me había recomendado buscar a la verdad dulce entre las mentiras dulces, el cual me preguntó si había logrado encontrar lo que había ido a buscar, y tras narrarle mi desventura, se quedó pensando seriamente unos segundos, luego suspiró con una mezcla de decepción pero no sorprendida.
—Por un momento tuve la esperanza de que la verdad amarga pudiera reconocer a sus hermanas dulces, pero creo que fui muy optimista.
Lo cual me dejó confundido, y dije:
—Las verdades amargas no creen en la existencia de las verdades dulces, y nunca reconocerían su existencia.
—Pero las hay, amigo viajero, las hay. Yo mismo he sido testigo de ellas. Son de hecho parte de mi propia existencia, y sin ellas estoy mutilado.
Dicho lo cual se dio la vuelta y empezó a caminar.
—¿Adónde vas? —alcancé a preguntar.
Volteó a verme sin dejar de caminar.
—Dices que esa verdad amarga amenazó con atacar a esa mentira dulce, me temo que no sea lo único que pretendan hacer. Voy a ayudarlas, pues aunque sean mentiras tienen derecho a existir, y si entre ellas hay verdades dulces, éstas tienen derecho a ser reconocidas e integradas en nuestras decisiones.
Lo observé caminar un rato más, un poco perplejo por lo que me había dicho, pero antes de perderlo de vista al otro lado de una pequeña colina, pregunté apresurado:
—¿Y tú quién eres?
Justo cuando hice la pregunta, ya había llegado a la cima, donde volteó por completo y levantó la mano en alto.
—Soy la libertad.
Y casi de inmediato, desapareció tras la curva.
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