La realidad de Yáke y Sínke 32: Los Jínnyi

 


Momentos cotidianos en la vida de los Jínnyi.


87
“Ven, amigo mío. Te haré un hogar en mis recuerdos”[1]

Yúska iba galopando con entusiasmo sobre su brillante bicicleta roja. Esquivando autos, doblaba y serpenteaba entre las modestas esquinas de los callejones de la ciudad de Shórsta. Las puntas de su cabello negro se alzaban ligeramente hacia arriba. Con gran habilidad y confianza eludía sin dificultad coches y personas a su paso, y a la vez lanzaba algunas risas maliciosas y algo burlescas.
No lejos de ahí, en la entrada de una nada modesta casona de un antiguo estilo japonés, Hínta miró la hora en su teléfono celular y pensó que ya se estaba haciendo tarde. En su serio y tranquilo mirar se escondía una latente timidez que le mantenía la cabeza agachada, en una pose sumisa que se le había vuelto costumbre debido a su educación impuesta. Tenía una diadema roja en sus cabellos rubios de cascada. Pacientemente se cruzó de brazos, meditativa, pero con una ligera impaciencia. Continuó esperando mientras golpeaba suavemente el suelo con la punta del pie. Escuchó el timbre de una bicicleta y un grito de júbilo. Yúska se detuvo frente a ella.
—Hola, Hínta —exclamó Yúska levantando efusivamente la mano hacia arriba, con los ojos cerrados y una sonrisa de alegría exagerada—, perdón si se me hizo algo tarde, ya sabes que me da trabajo despertarme por las mañanas —se disculpó simulando pena—. Pero no importa, espero que estés lista.
Hínta observó a su jínne montada sobre su devastador transporte y el pequeño asiento adicional que Yúska había puesto en la parte de atrás, y el pensar que estaba a punto de subirse ahí con ella le hizo revelar un tierno rostro de temor que intentó controlar.
—Este… Yúska… no creo que sea una buena idea —tartamudeó nerviosa.
—¡Eh! Pero ya le puse este asiento sólo para poder llevarte —contestó Yúska con una poco creíble inflexión decepcionada, mientras palpaba suavemente el asiento.
Al ver aquel rostro pretencioso, y sin embargo conmovedor, Hínta no tuvo más remedio que tragar saliva y montarse controlando su temor.
—Sólo promete que irás despacio —pidió mientras nerviosamente se abrazaba a su espalda.
—¿Pero qué estás diciendo? Si no nos apuramos, llegaremos tarde —contestó Yúska como si fuera un desafío.
Antes de que Hínta pudiera decir algo, la bicicleta partió y alcanzó gran velocidad en pocos segundos. Así subieron y bajaron por las colinas de asfalto de la capital de Danzílmar en dirección al instituto Ítuyu.

***

En la entrada del instituto Ítuyu, por donde decenas de alumnos caminaban ignorándolo completamente, se encontraba Áte reclinado perezosamente contra el muro, observando con ojos indolentes a los demás chicos pasar a su lado sin prestarles mucha atención, su mente apenas llena de pensamientos imprecisos que rápidamente desaparecían. Su semblante era, para los que lo veían, el del típico vago sin motivación alguna, de aquellos que son buenos haciendo nada. Sus lentos bostezos no eran por falta de sueño, sino por exceso del mismo, el cual se le había vuelto costumbre durante las vacaciones. Su apariencia descuidada, cabello negro enredado, endeble complexión física y sosa mueca de pesadez, eran suficiente para desanimar a cualquiera que quisiere entablarle conversación. Sacudiéndose la pereza, tomó con desgana su teléfono celular y marcó un número.
En el interior del metro de Danzílmar, a la hora en la que se encontraba más atestado de gente, una temblorosa anciana que acababa de entrar intentaba abrirse paso entre el mar de gente. Cuando el metro prosiguió su camino con una sacudida, sujetó su enorme sombrero amarillo mientras intentaba mantenerse de pie y vio que ya no había más lugares disponibles. Kányu le cedió su asiento sin dudarlo, con una tierna actitud caballerosa y una amigable sonrisa como un trazo. Acomodó sus lentes, que estaban a punto de caerse por inclinarse para hacerle una reverencia a la anciana, ésta le agradeció mascullando sus palabras. En la mirada del chico se podía apreciar la encarnación perfecta del optimismo, la inocencia y el buen humor. Su cabello castaño, peinado corto y estético, elevada altura y mirada carente de toda malicia, hacían que fuera imposible sentir desconfianza a su lado. Su feliz sonrisa se prolongaba durante periodos ridículamente largos de tiempo; parecía que la fisonomía de su cara era incapaz de expresar otras emociones.
Poco después de haber bajado del metro, su teléfono sonó.
—¿Hola?
—¿Dónde estás? —respondió la sosegada voz de Áte.
—Estoy a punto de llegar, estoy precisamente a la vuelta, ¿están ahí las demás?
—Yúska dijo que iba a traer a Hínta; pero no han llegado.
—¿Ya las llamaste?
—Yúska volvió a dejar apagado su teléfono, y Hínta no sé por qué no contesta.
Kányu escuchó el alboroto de una bicicleta deteniéndose y una exclamación de sorpresa de Áte.
—Hola, Áte —dijo Yúska.
Azorada por el violento viaje, Hínta sentía como si su corazón se le hubiera atorado en el esófago, y se bajó de la bicicleta intentando calmarse.
—Esa fue Yúska, ¿verdad? —preguntó Kányu.
—Obvio —contestó Áte antes de colgar.
—Vamos, Hínta, fue divertido, ¿no crees? —dijo Yúska.
—Te dije que no sería buena idea venir con ella, Hínta —dijo Áte con pereza.
—Pues deberás acostumbrarte —replicó Yúska pasándole un brazo por el hombro—, porque de ahora en adelante así es como va a ser.
Instantes después, Kányu apareció por la esquina de la manzana que estaba frente al instituto.
—¡Kányu! —gritó Yúska casi dando un salto.
El chico le regresó el saludo ondeando la mano.

***

La primera alarma de la escuela había sonado: faltaban diez minutos antes de que comenzaran las clases. Aquellos que todavía se encontraban en las entradas se apuraron al interior de la escuela, pero ese pequeño grupo de chicos no se movió. Hínta trató de persuadirlos de que se dieran prisa, pero Yúska los mantuvo ahí, estricta como un pastor a sus ovejas, diciendo que tenían que esperar a Séntsa.
Minutos después, una lujosa limusina se detuvo cerca de la entrada donde estaban los jóvenes.
—Miren, quién llega tarde —dijo Áte.
Un mayordomo maduro salió del asiento del copiloto y abrió una de las puertas de atrás. Salió entonces Séntsa con un porte soberbio y presuntuoso, agradeció amablemente al mayordomo, y, metiéndose éste de nuevo, la limusina se alejó de ahí. La chica era alta y tenía un rostro severo, cabello rizado y pelirrojo. Sus ojos eran los de una chica de alta moral, gran dignidad y orgullo, de esas que defienden los valores de la sociedad danzilmaresa con su vida, y cuyo semblante inquisidor y acusador asustaba un poco a los jóvenes. Mientras caminaba dominantemente hacia sus amigos, sus ojos se cerraron con una actitud que disparaba orgullo a todos los que la veían, porte de los que quieren aparentar tener el control de todo lo que sucede a su alrededor sin poder lograrlo en realidad.
Yúska y Kányu la saludaron alegremente.
—Lamento el retraso —se disculpó con una no muy convincente humildad, sin abrir los ojos—, mi chofer tuvo unos problemas… pero bien, ¿están listos para nuestro primer día de preparatoria? Esto no será tan fácil como los cursos anteriores, aquí tendrán que aplicarse con más dureza. Especialmente tú, Áte —dijo mirándolo acusadoramente.
—Cálmate —contestó Áte—, con esa actitud nadie querrá acercarse a ti durante estos tres años tampoco.
—No estamos aquí para divertirnos— replicó algo enojada—, sino para mejorar como personas. Deberías pensar un poco más en tu futuro para no terminar siendo un vagabundo…
Tales eran los chicos que conformaban ese grupo de jínnyi danzilmareses, y que para mí, en su momento, no tuvieron mayor interés salvo por las extrañas actitudes que representaban, siguiendo los preceptos de comportamiento que ese universo había definido para sus habitantes.

***

Se veía lindo cuando tocaba esos caprichos con su violín. No se daba cuenta, pero cerraba los ojos y su éxtasis era tan absurdo que casi parecía humano. Verlo de ese modo y escuchar su música no tenía precio. Recuerdo haber pasado tardes enteras escuchándolo mientras tocaba en el centro de su cuarto, viendo al balcón, quizás imaginando que yo no estaba ahí, pero no me importaba porque yo sabía que le era imposible ignorarme de verdad; de tanto en tanto me miraba discretamente y lo sentía sonreír al verme, aunque nunca con la boca. Yo lo contemplaba y quedaba satisfecha con esa pizca de humanidad que solo yo podía ver. No era entonces el ser de ojos despreciativos, ojos como los de mi mamá, que miraban a través de mí como intentando ver a través de humo. Ve con mamá a jugar un rato; eso la animará. Pero no lo hacía. Ni el alegre ambiente del parque que está a dos cuadras; tenía muchos más árboles en aquel entonces; los juegos no estaban tan descoloridos ni la arena tan negra. Supongo que los niños que solía jugar ahí crecieron y muy pocos tomaron su lugar. El viejo columpio resplandecía cuando nos acercábamos a él para que ella me empujara. La arena se colaba en mis sandalias con el roce, pero no me importaba porque solamente me sentía volar más y más alto. Sus tristes manos empujaban mi espalda con más firmeza que como me recibía. Soy una niña fuerte; si me caigo no me hago daño ni lloro, sino que me levanto y vuelvo a treparme al pasamanos o a los aros y lo intento hasta que me aburro. Ella viendo desde el banco. Mírame mamá, ya llegué a la cima. Y una sonrisa de conformismo. Se veía como un pueblito se vería desde la montaña más alta de Danzílmar.
Tomadas de la mano de regreso a casa éramos menos que una. Le sonreía pero me retractaba por su rostro que no sabría describir. Apática, desilusionada, como si no tuviera más esperanza. Las notas de mi novio no me adormecen; me hacen reflexionar.
Papá, ¿por qué mamá no me quiere? Lo pregunto como si hubiera preguntado de dónde vienen los bebés, quizás porque en el fondo lo preguntaba más como una broma; no podía ser verdad, debía haber otra razón. Sólo está un poco cansada, me dice. Ha estado “cansada” desde que tengo memoria.
Notas atropelladas, violentas y dramáticas, como los sonidos que me despertaron esa noche. ¿Qué oí exactamente? No sé, mi memoria es débil, o quizás más que de palabras tengo memoria de tonos y sensaciones. No te enojes con tu hija. ¿Era eso? Pude haber continuado con mi vida. Papá, veo tu gruesa espalda desde mi pequeña altura. La sensación de mi suave y aterciopelada piyama. Enójate conmigo, Genúba, pero no te enojes con Yúska. Y ella me ve con sus ojos robóticos; los clava con tanta frialdad. Que me mire con desprecio, enojo o asco, lo que sea menos indiferencia. Papá se voltea. Me da la jovial sonrisa que me heredó, como si se dispusiera a jugar alegremente conmigo.
Da un fuerte golpe con el arco. Creo que se llama acorde. Toca la siguiente melodía.
Papá. Oh, lo siento linda. Y se pone a mi altura: me abraza. ¿Te despertamos? Me levanta y me regresa a mi camita. ¿Hoy también está muy cansada mamá? Sí, así es; ya se le pasará mañana.
No he vuelto a verla.
Yáke, deja ya ese violín, deja ya de pensar tanto, mejor ven y tócame a mí. Pensó y se detuvo. ¿Sabes lo que pienso? Me acuesto en la cama. Le sonrío con un guiño. Me pongo boca abajo; finjo dormir. Oigo el violín siendo guardado. Sus pasos hacia la cama me estremecen, su cuerpo altera los resortes, su mano en mi espalda viaja por mi columna hasta mi cuello. Labios en mis hombros; manos que acarician donde sólo él puede. Un abrazo cálido con todo su cuerpo. Nuestro juego; sin hablar. Lee mi cuerpo y tal vez mi mente. Más. Se sube sobre mí y nos frotamos por encima de la ropa. Suave, contra mí, como los leones. Quiero verte. Volteo. Tus ojos son insensibles, pero tus manos, tus besos, tus caricias, tus frotes, son cálidos y me estremecen.

***

—No entiendo nada de lo que dicen —ríe apenada mi madre, su somnolienta boca y ojos (que acabó heredándome) hacían parecer que no prestaba atención a la plática entre Kuésta y Sínke.
—Pero si es muy sencillo, señora —dice Sínke—, simplemente que si implementamos los…
No entiendo tampoco lo que dicen, ni nadie más a decir verdad. Palabrería tecnológica, matemática, física y cosas que nunca veré en mi vida, y todo para una máquina que pueda transportar agua para hacer cultivos en los desiertos. Kuésta está encantada con él. Mamá y papá la contemplan con su eterno orgullo por ella.
—Tal vez pueda usar algunas de tus ideas —dice Kuésta—. En verdad que tienes buenos conocimientos de ingeniería para estar en la preparatoria.
—Por favor, estimada, los conocimientos son inútiles si no se tiene imaginación, sino solamente seríamos máquinas de pasar exámenes.
—Muy cierto.
Todos muy alegres, incluso Séntsa, qué raro en ella, bueno, en realidad siempre admiró a Kuésta, me dice que cómo pudo tener un hermano tan haragán y sin ambición como yo. Kuésta de seguro hará algo con la idea se Sínke y…
—Oye, Kuésta —dice Kányu—, háblanos un poco más sobre la vida en China.
Otra media hora de plática. Mira todos estos platos sucios. Manchas de carne de res y pollo, grasilla de arroz que ya se ha pegado al plato, restitos de perejil y otras verduras que nadie se molesta en terminar. ¡Joder! ¿Quién crees que va a lavarlos todos en cuanto se vayan mis jínnyi? Bueno, supongo que es lo que gano por mi vida sin ambición. Cuando les diga que no voy a ir a ninguna universidad, me ganaré la vida lavando platos, trabajo seguro; siempre se necesita un friegaplatos o un barrendero.
—… pero el cielo queda muy contaminado durante los festivales de primavera, otoño y el año nuevo, durante varios días tuve que usar máscara.
—¿Y ya hablas bien chino? —pregunta Yúska emocionada, y voltea hacia Yáke— ¿Por qué no hablan un poco entre ustedes?
Y ahora están con su chan jin san zhong zen qiang, hablan tan fluido que no entiendo nada, liuli, espera, lo sé: tamen de hanyu shuo de hen luili, bi wode hao jile, ojalá supiera bien qué es lo que dije en lugar de sólo haberlo memorizado del libro de texto. Los radicales son fáciles: la mano, la boca, la persona, el bambú, el agua, el fuego, la tierra, el ojo, el sol, el gusano, la lluvia y el pasto. No ha llovido en varios días, el pobre pasto se seca. Meiyou xiaguoyu. Mañana me van a decir Áte, ve a regar el pasto, que hay sequía. Que se joda el pasto, no sirve para nada, antes sí, cuando de pequeños jugábamos en él a atraparnos y Kuésta me tomaba de las manos y me daba vueltas y vueltas y vueltas y nos pateábamos la pelota y jugábamos a que ella se disfrazaba de extraterrestre y yo era el héroe que salvaba al patio de morir de sed regándolo, cuando niño uno siempre quiere ayudar y juega a lo que sea aunque sea un trabajo disfrazado, los niños no disfrutamos ese periodo de la vida en que nadie nos pide ayuda, en su lugar nos ofrecemos movidos por curiosidad y deseo de atención. En fin, si riego el pasto, entonces crece y luego hay que cortarlo, todo por la belleza del jardín, antes se podía decir que era nuestro colchón de juegos que impedía que nos ensuciáramos con tierra o nos lastimáramos con rocas, aunque en cambio era un refugio de insectos que en invierno se metían en la casa buscando calor. Así se me metió esa cochinilla en el oído a los siete, cuando me quedé dormido afuera; creí que me moriría cuando la sentí arrastrarse hacia mi tímpano. Un poco de agua para ahogarla y una visita al hospital lo arregló todo. Pero si no hubiera el pasto, quedaría descubierta la tierra, y mi madre se avergonzaría de su patio como una mujer desnuda, además que el viento soplaría la tierra y ensuciaría la casa. Jodido pasto, ahora ya nadie te disfruta más, estaría dispuesto a arrancarte todo y a poner un piso de loza que cubra la tierra con mis propias manos con tal de no volver a saber nada más de ti.

***

—Adelante.
Séntsa entró en el despacho de la presidenta Áltra. Un ligero enojo, consigo misma, le hacía arrugar la frente; una confusión que demandaba aclararse le hacía levantar la cabeza.
—Hola, Séntsa —sonrió Áltra—, ¿qué te trae por aquí? ¿Vienes a despedirte? —Áltra dejó de lado los modelos de exámenes parciales del año siguiente, los últimos que supervisaría en su vida. Los miró con una notable nostalgia—. Supongo que soy yo la que debería despedirse.
—Tárka acaba de dar el discurso de fin de año —dijo Séntsa—, usted no estuvo ahí.
—La presidencia de Tárka no será vigente hasta que regresen de vacaciones —dijo Áltra—, mientras tanto aún tengo que cumplir mis deberes. De todos modos la ceremonia para los recién graduados no será sino hasta dentro de tres días.
—¿Por qué lo hizo, Presidenta? —preguntó Séntsa, con una repentina brusquedad.
Áltra enmudeció por el tono de su voz.
—¿Sabe lo que acaba de decir Tárka en el auditorio? Anunció que para el siguiente año el Comité de Moral iba a ser cancelado, y que usted fue la que lo propuso como su último mandato.
Áltra bajó la cabeza, en su boca se filtró una ligera malicia.
—Así es, lo hice —contestó.
Séntsa se apoyó sobre el escritorio, desafiante.
—Ese no era lo que había prometido cuando fue reelegida, ¿se acuerda? Dijo que seguiría existiendo, sólo que bajo la supervisión del Presidente —Áltra escuchaba sin inmutarse—. ¿Sabe una cosa? En ese momento ni siquiera le discutí esa decisión, dado que había dicho que no quería ligar la moralidad con los estudios. Pensé que había cambiado de opinión y que el comité iba a estar en buenas manos, y desde que la reeligieron lo único que hizo con él fue implementar unas pocas reglas que eran muy fáciles de violar y castigos muy suaves, “pero bueno”, pensé, “al menos hay un comité de moral, logré hacer algo, aunque fuera muy poco”. ¿Por qué quiso que se abriera uno en primer lugar, por qué darme esas vanas esperanzas, por qué aceptar dirigirlo para luego tirarlo a la basura al terminar su periodo?
Áltra lanzó una risa nasal, luego volvió a su estado calmado y se levantó con el porte de beatitud que la caracterizaba.
—Séntsa —dijo poniendo una voz tranquila, pese a lo cual se veía intimidante—, ¿sabes por qué se le permite a los estudiantes que voten a sus presidentes como si fuéramos un país?
—Porque todo esto —dijo Séntsa tras un momento de perplejidad— es una práctica para la vida real.
—Así es. ¿Qué crees que es lo más importante para llegar lejos en la política estando desde abajo, para llegar a hacer que te aprecien tanto que no tengan más remedio que desear reelegirte?
—No lo sé —dijo Séntsa, más desconcertada, con un ligero temblor.
—Es aparentar, eso es todo.
Si Séntsa hubiera sido más paciente y cuestionadora, se habría quedado a discutir con Áltra para saber a qué se refería. En su lugar, salió apresuradamente de ahí, dando por hecho que, cualquiera que hubiera sido la explicación, le iba a provocar un pesar mayor del que se había preparado para escuchar.
La ceremonia y la fiesta de despedida de los graduados fueron pocos días después. Séntsa no asistió. Dos semanas después, fue a la playa con sus jínnyi y contempló largamente la puesta de sol junto a ellos.

***

Solamente un poco más, unas pizcas de sal, el cilantro licuado con una pequeñísima cantidad de agua, apenas unas gotas de este chile amarillo que se ha tostado en la estufa. Se vuelve ya, poco a poco, a base de las aplastadas con la espátula circular, de una consistencia cada vez más líquida, agregando agua a momentos, hasta que los champiñones pierden su consistencia y se vuelven salsa, posteriormente vertida sobre el draóhi a base de arroz frito y pollo. Esta parte con huevos para Hínta, la primera vez que le pregunté cómo le gustaría un draóhi me dijo que como quisiera. Al día siguiente le di uno con base de maíz con otros vegetales y observé su reacción, seguí experimentando, cambiando los ingredientes, modificando el tiempo de cocimiento o freimiento, hasta que finalmente descubrí la combinación que más le abría el apetito. Con Áte fue sencillo: draóhi a base de res con lentejas, acompañado de salsa de tomate espesa con poca sal, así me lo dijo. Séntsa no se decidía, a veces le gustaba a base de pasta con verduras, otras veces a base de ternera con garbanzos y salsa dulce, nos sorprendió a todos cuando confesó gustarle la base de arroz con frutas acuosas, arroz cocido en jugo fresco de sandía y toronja con una cucharada de tinta de pulpo y una yema de huevo en medio, un estilo de draóhi poco común. A Yúska todo le gustaba: la base de mariscos con ejotes, adornada con hojitas de brócoli mezclado con una leve estela de queso derretido, la base de frutas con carne, uvas congeladas con pollo frito bañadas en salsa picante y salsa dulce, todo decía que le encantaba y hasta decía que debía cobrar por ello, pero nunca lo hice. Sínke pasó por un proceso meticuloso para escoger su combinación favorita. Como casi nunca comía, no había pasado por la rutina culinaria con la que las madres danzilmaresas acostumbraban a los pequeños danzilmareses del futuro. Me observó preparar los alimentos por varios días. A veces Áte estaba con nosotros sólo por curiosidad. Sínke probaba y probaba, pero su lengua no acostumbrada a los sabores era indecisa; su pequeño estómago, poco habituado al trabajo, no aguantaba más de unos bocados cada diez minutos, pero estaba dispuesto a encontrar una combinación de draóhi que lo definiera. Se decía así popularmente: “conoce al danzilmarés por el contenido y disposición de su draóhi”[2], el pueblo que ha aprendido a comer de todo, tolerando todas las combinaciones de sabores y texturas, sin importar el ardor o el dulzor, lo áspero o lo suave, con tal de no tener que utilizar más de un plato. Y algunos extranjeros se quedan fascinados; otros, algo asqueados, pero admirando al danzilmarés que devora un draóhi a base de pescado frito con huevos de merluza y plátanos fritos, todo bañado con salsa de uva agriada con pimienta mezclada con crema de ajo, y unas moras congeladas en el centro. Tras varios días de lucha contra el gusto de Sínke, finalmente se decidió por la base de pulpo con cangrejo flotando en sopa de fideos de arroz, con granos de elote y lechuga desquebrajada, con una salsa de flores rojas licuadas y hervidas previamente con jugo de naranja, tomate para darle espesor y una raíz de pasparó de Burán[3]. Algo difícil de hacer, pero cada vez que puedo intento llevárselo. Yáke fue el más difícil, pues se negaba a intentar buscar una combinación que le agradara. ¿Para qué si ni siquiera necesitaba comer, cuál era el objetivo de buscar un buen sabor en los alimentos si el único propósito de comer al fin y al cabo era la obtención de nutrientes?; absurdo como el sexo por placer, o la perfumería o la caricería. Me es imposible debatir contra él; no tengo la capacidad. Al menos esa opinión emocionó a Yúska, que ahora lo está retando a que pruebe mis draóhi hasta que descubra uno que le guste, o más bien lo reta a que realice sólo por placer alguna actividad humana que en principio es por necesidad o con una razón prefijada; se ofreció a sí misma, como el tributo de un sacrificio, para llevar a cabo con él el acto de la cópula sin fines reproductivos. Bueno, eso no es de mi incumbencia. Ya descubriré si este draóhi le da placer a su sentido del gusto.

***

Séntsa no sabía, no podía entender, por qué simplemente había dejado de hablarles. Después de salir de ese modo del cuarto del club Fiktionó sintió una liberación que más tarde la hizo estremecerse, era como liberarse hacia un agujero de cobardía, de rendición, similar al que había sentido cuando decidió no postularse para presidenta. La inevitabilidad del fracaso, el orgullo por seguir siendo quien era sin permitir que la obligaran a cambiar aunque fuera superficialmente, comenzó a sentir eso durante las actividades de su extraño club, y tuvo miedo de que si continuaba con ellos, en especial con los gemelos, iba a terminar cambiando, iba a cuestionarse a sí misma. No quería terminar perdiendo esa parte de su ser que le había heredado su madre. Estaba haciendo lo que había hecho con la presidencia: inconscientemente buscaba rendirse de todo. Pero pocos días después, cuando esa pequeña crisis se calmó, empezó a pensar en cómo estarían sus jínnyi, sintió de repente que haberlos dejado así había sido una falta a su moral, y decidió ir de inmediato a casa de Yúska.

***

Séntsa no puso ningún interés durante las elecciones del año siguiente, dijo que había dejado de tener fe en la política y, en su lugar, decidió que el futuro del país recaía en los maestros que educaban a las siguientes generaciones. Los nombres de los candidatos los olvidaba al mismo tiempo que los escuchaba por milésima vez. Comenzó a juntarse con sus profesores de manera más personal, especialmente con la profesora Nín, de la cual si bien no admiraba la aparente flaqueza de su carácter, sí admiraba en cambio su capacidad para mantener la atención y la disciplina usando nada más que la elección justa de palabras de manera que los alumnos no la pudieran ignorar, así como su didáctica no impositiva y con énfasis en la participación del alumno. Aprendió de ella su humildad, su disposición a aprender al mismo tiempo que enseñaba y sin miedo a equivocarse o quedar mal. Pese a todo eso, sus memorias no la abandonaron durante el periodo que duró la elección. A veces soñaba despierta (y dormida también) en el universo paralelo en el que había conseguido la victoria, pero por más que lo intentaba no conseguía que esa fantasía mostrara un resultado positivo para ella.
Por alguna razón, Yáke, de todos los jínnyi, fue el que más permaneció con ella durante ese tiempo. Sabía que desde que habían pasado por aquellas extrañas experiencias el gemelo había empezado a ver ese mundo de manera diferente, más interesado en sus interacciones y consecuencias. Ahora se hablaban constantemente.
—Deberías volver a postularte para el último año —dijo Yáke.
La cabeza pelirroja de Séntsa volteó hacia él. Era verdad que se había suavizado desde entonces; admitía que su obsesión por imponer su moralidad había decaído, pero no consideraba que fuera suficiente como para que alguien como Yáke la animara a volver a intentarlo.
—Sabes que intentaría promover lo mismo que antes —contestó, más para ver la reacción del gemelo que por honestidad.
—Lo sé —Yáke le respondió con una ligerísima sonrisa, apenas curveada en las comisuras.
Séntsa ya había visto a Yáke sonreír de ese modo. Tal vez él creía inspirar confianza, pero la verdad sólo se veía extraño, como si se en el fondo tuviera malas intenciones, resultado de su poca experiencia expresándose.
—¿Entonces por qué me lo dices? Pensé que no respetabas lo que era, ¿recuerdas? Dijiste que no era una persona respetable.
—No respeto tu ideología, pero sí otras partes de ti, como tu convicción para hacer tu voluntad. Ahora que ya no tienes tanto instinto de dictadora, pienso que podrías hacerlo mejor. Serías una gran líder si pensaras más racionalmente, y tal vez en algún momento lo harás.
—No voy a dejar de ser quien soy —contestó Séntsa, evitando sonar ruda.
—Deberías ser más tú y menos quien crees que era tu madre.
Y como si Yáke supiera que había tocado una fibra sensible, regresó a su asiento en silencio. El aula poco a poco se llenaba de estudiantes, y había cada vez más voces contra las cuales tenían que combatir para hacerse escuchar. Séntsa se había quedado pasmada y miraba al vacío. Por alguna razón volvió a ver frente a sus ojos el mundo imaginado por Sínke, donde el lenguaje educado se había invertido con el grosero, cuyas memorias poco a poco empezaban a ser menos nítidas hasta convertirse en un sueño de la infancia.
Durante los siguientes meses, Séntsa no pudo dejar de pensar que el gemelo podría tener razón. No sabía quién era ella realmente porque había pasado toda su vida imponiéndose una versión violenta de su madre, pero el estarse planteando esa cuestión también la inquietaba porque sentía que la traicionaba.
Empezó a juntarse también con Áte un poco más. Algunas veces pasaba a visitarlo a su casa diciéndole que no había convivido lo suficiente con él. Empezaron a jugar videojuegos juntos, actividad que Áte efectuaba regularmente con Kányu y su primo Práke, y le sorprendió lo interesada que se mostró Séntsa con un juego de carreras de autos callejeros. Para Séntsa, esa sensación de romper todas las leyes de tránsito y poner en peligro las vidas de seres virtuales fue como volver a hacer un viaje momentáneo a otro universo paralelo en el que estaba en control de alguien diferente a ella. Mucho tiempo mantuvieron ese momento íntimo en casa de Áte; llegó al punto en el que Séntsa jugaba con él con más frecuencia que Kányu. A diferencia de lo que había ocurrido con Yúska y Hínta en la mansión de los gemelos, esa actividad fue conocida desde el principio por todos los jínnyi, siendo la misma Séntsa la que habló primero. Tras la inicial sorpresa, sobrevino la aceptación y hasta el entusiasmo, como si los cambios repentinos y sin causas claras se hubieran vuelto algo normal en sus vidas.
Séntsa y Áte estaban tan habituados a esa convivencia que ya no parecían los mismos de hacía más de un año. Séntsa seguía hablándole de que necesitaba tomarse en serio su vida y no sólo resignarse a lo más simple, pero ahora lo hacía de una manera casual y calmada, no impositiva ni exasperada como antes. Empezaron a jugar juegos con contenido más violento y polémico, se transportó a mundos en los que podían hacerse cosas que en su realidad serían impensables, desde juegos de guerra hasta juegos de pelea, inclusive algunos con temas sexuales. Séntsa poco a poco revelaba una nueva personalidad, utilizando las ficciones para descubrir nuevas sensaciones en sí misma. Séntsa había abierto una nueva gotera, y con deleite se dejaba llenar lentamente por sus gotas.
Tras varios meses, después de una de sus sesiones de juego, Séntsa pidió a Áte un insólito favor. En sus mejillas había un fuerte rubor, pero en sus ojos una gran seguridad. Se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada y, con dedos temblorosos, se desabrochó la blusa.
Séntsa se había liberado los pechos antes de que Áte pudiera articular alguna palabra.
—Ven, toca.
Agarró una de sus manos y le hizo tocarla.
—¿Qué haces?
—Tengo curiosidad por saber lo que se siente.
—Pero somos jínnyi.
—Yúska y Yáke, y Sínke y Hínta también lo son; eso ya no es excusa.
Áte se resistió.
—¿Cómo puede ser, Séntsa? Esto es un cambio demasiado rápido para ti.
Séntsa bajó la cabeza, los ojos brillando.
—No, Áte, ya estoy lista —dijo casi gritando—, hasta ahora sólo he mostrado lo que mi madre me dejó a mí, pero lo que es mío, eso casi ni yo lo conozco. Debo saber qué se siente hacer esto; cómo reaccionaré yo, no mi madre, yo.
—No te entiendo.
—Ya sabes que toda mi vida he tenido opiniones muy firmes sobre el sexo y esas cosas, pero la verdad es que casi todo era lo que pensaba que mi madre diría. Quiero saber qué opinaré yo cuando lo viva directamente.
—¿Y luego qué? ¿Qué pasará después?
—Todo será igual que antes, te lo juro.
Séntsa sabía que no se enamoraría de Áte después de eso, y sabía que Áte tampoco lo haría. Estaba dispuesta a hacerlo sin consecuencias emocionales, se lo había propuesto con toda su voluntad, así como los gemelos algunas veces habían dicho.
***

El ocio es el máximo fin de la humanidad, Áte pensó en algún momento antes de la graduación. Todo cuanto se ha inventado se ha hecho con la intención de que la vida sea menos dura. El tiempo para el ocio es un tiempo para crear, para ver más allá. Como dice Yáke: la realidad no es otra cosa que una caja que poco a poco expandimos; si nos resignamos a ella, nos estancamos y nos extinguimos; si nos aventuramos a salir, probablemente sobreviviremos, y es el ocio para pensar cómo salir de la caja lo que al fin y al cabo mueve al mundo. Un día, como dice Yáke, habremos avanzado tanto, nos habremos liberado tanto de nuestra humanidad que nuestra existencia será puramente ocio, y no tendremos otra preocupación que llenarlo. ¿Por qué crean los dioses? Por ocio, claro; nada les obliga, nada ganan realmente de esto. Si el futuro del ser humano está en llegar a ser como dioses, esencialmente seremos divinidades ociosas.
Dejó de pensar un rato para ponerle atención a un retrato de su hermana Kuésta que estaba sobre el escritorio. Ella estaba sola al frente de la casa, tenía xxx años pero ya tenía su característica boina gris, sostenía su cactus mascota y su cabello aún no había sido cortado, por lo que le llegaba a la cintura. Al mirarla, se imaginó a sí mismo a su lado y se vio diferente a como se habría visto hace varios años; ya no se vio apático, sino tranquilo; no alegre, pero en paz, finalmente como alguien aparte; ya no como el hermano menor de Kuésta sino como Áte. Darse cuenta de eso le hizo levantar la vista el techo y sonreír. ¿En qué momento dejó de sentirse así? ¿En qué momento desde que habían vuelto de esas otras realidades se habían calmado sus celos y sentimientos de inferioridad?
No seas tonto, la lentitud y la sutileza es la característica principal de los cambios importantes. Puede haber eventos que te impresionen y cambien drásticamente tu vida, pero incluso estos cambios drásticos toman tiempo para asentarse en tu espíritu y modificar tu carácter. No viste bien el rostro de tu hermana en la realidad de los hombres blancos y eso te impresionó, fue el seguir con esas experiencias en otros mundos y el regresar de ellos lo que mezcló y alteró tus sentimientos, pero fue el lento transcurso del tiempo desde entonces lo que acabó por integrar y ordenar tus nuevos cambios. Tenías en claro una cosa: por más trágico que fuera, habías vivido algo increíble; habías visto otros mundos y sido testigo de tus otros yo. Ahora lo ves claro: vas por tu propia senda en la vida, toda decisión tuya creará infinitos alter egos tuyos y es tu responsabilidad existir en el alter ego que más te haga feliz.
Sin embargo, aún hay algo que te molesta: todas estas nuevas ideas y sensaciones que tienes son prácticamente cosas de las que los gemelos han hablado, o al menos a las que se han referido sutilmente; tus ideas aún no son del todo propias sino grandemente ideas de otros. Sabes todo lo que los gemelos tienen que decir, pero casi no sabes lo que Áte tiene que decir. Quieres tus propias ideas, reflexionar a conciencia sobre lo que significó realmente viajar a otros mundos y crear tu propio sistema de pensamiento, pero para eso primero debes saber cómo ya se ha pensado, qué ya se ha dicho y desde qué perspectivas. No importa lo que digan Yáke y Sínke, importa lo que dirá Áte. Por eso querrás estudiar filosofías, sabiendo que tienes la ventaja de ya haber visto lo que hay afuera de esa caverna que llaman realidad.
Sigue trabajando en tus memorias sobre tu tiempo en el instituto Ítuyu.

88

Los mundos posibles, ¿una realidad o pura imaginación? Idiotas, las fiestas universitarias nos son para debatir estas cosas. Y aun así… los mundos posibles, en contraposición a los universos paralelos. “¡No son más que una tontería inventada por ateos!” Qué alguien lo calle; lo estamos pasando tan bien aquí con cerveza y tragos. Buag, mis manos están entumidas. Cállense. No es momento de ejercitar la mente sin importar que seamos de la carrera de Filosofía. Tú, colega ahí desmayado en el suelo; envidio tu estado en el que no oyes a estos imbéciles. “No es correcto dar por hecho tales suposiciones absurdas sin evidencia científica”. “¡Oh!, ahora resulta que el teísta quiere evidencia científica para sustentar el multiverso, pero luego cínicamente clama que dios no debe ser demostrado ni respaldado por la ciencia”. ¡Cállense, ya están muy borrachos! Charlas de ebrios pseudofilosóficos, yo estuve ahí, en otros mundos en los que las cosas eran diferentes. ¿Eh? ¡Ay! Mi cerebro ebrio ya no me permite andar bien. “Es que Dios no entra dentro del campo de la ciencia, sino de la teología y la filosofía, por eso es absurdo demandar evidencia científica de un dios”. ¿Pero acaso no es el Kalám que te encanta un conjunto de afirmaciones científicas? Que el universo tuvo un comienzo, que no había nada antes del universo, que si el universo tuvo un origen eso significa que nada lo precedió, ¡patrañas y más patrañas! “La omnipotencia… no es… hacerlo todo… sino únicamente lo… lógicamente posible”… O algo así. “¿Es lógicamente posible influir en la “nada” para crear “algo”?”. No se van a callar, ¿verdad? ¡Uaaaaaag! “¡Áte!” “¡Llévenlo afuera, qué asco!” ¿Dónde? ¡Gemelos! ¡Mis jínnyi! Mundos posibles que son lo que no es aquí. Ahora que sé que no somos la única realidad, sino quizás infinitas, un mundo posible será uno en el que sólo exista un universo y nada más; en otro mundo posible sólo existirán tres y ya; en otro, sólo cuatro; en otro, cinco… “Su cuarto está allá, junto a la piscina”. No te preocupes, amigo teísta; si tu dios no existe aquí, con toda seguridad existirá en alguno de esos mundos. “Tranquilo, Áte, ya puedes dormir”. ¡No! “Yo estuve ahí, Vakrú, estuve ahí”. “Sí, claro, Áte, ya duerme”. “Yo estuve en universos paralelos, y todo gracias a esos gemelos. Búscalos, Vakrú, amigo mío”.

***
La bicicleta había sido para Yúska un símbolo, una analogía del paso del tiempo y los cambios que ocurren en el mismo. Lo primero que notó cuando aprendió a manejar su primera bicicleta a los ocho años, fue que el mundo cambiaba completamente en cuanto la velocidad hacía vibrar sus imágenes y sus sonidos. A mayor rapidez, menor tiempo para fijarse en los detalles que destellan en el campo de visión. La velocidad significa concentrarse en las cosas importantes del camino, los elementos de la vida que resalten y tengan significado y utilidad, es decir, menor tiempo para la reflexión a la que obliga inevitablemente la lentitud. Al pedalear sólo había unas pocas palabras en su cabeza: bicicleta, piernas, autos, árboles, calles, muros, meta. Dejaba a su cuerpo reaccionar ante esas construcciones mentales de manera automática. La bicicleta era su escape a la reflexión.
Pero en la camilla de la enfermería, tras haber sido auscultada por los enfermeros, y habiendo dictaminado que, salvo algunos raspones muy feos en sus brazos, piernas y cabeza, no tenía nada más grave, no tenía más alternativa que reflexionar, pues todo su cuerpo dolía al moverse. El movimiento no podía acudir en su rescate. Pero la quietud no era nueva para ella tampoco; estaba acostumbrada a la convivencia con Yáke, de quien ahora era pareja y cuyas actitudes y razonamientos había experimentado, entendido, y admirado un poco. Recordó parafraseando el tranvía de Sartre, mencionado algunas veces por Yáke, “tengo que alcanzar el tranvía, pero si reflexiono en que estoy corriendo para alcanzar el tranvía, se escapa”. Su conciencia había sido pedaleando-meta, no hubo reflexión, y aun así a la realidad no le importó, haya o no haya habido conciencia. Pero sabía que no podía esperar de sí misma un mejor entendimiento de ese concepto filosófico más que una reflexión relacionada a su situación inmediata.
Tus jínnyi y otros compañeros y amigos pasaron un rato contigo mientras terminaba el festival. Séntsa te llevó a tu casa en su limusina y permaneció contigo un rato, incluso te ayudó a lavarte, a aplicarte la medicina y a cambiarte las vendas. Hablaba mal de Yáke por no haberse preocupado por ti. Ese chico se había quedado mirando cómo los demás te rodeaban, te preguntaban cómo te sentías, te levantaban y te llevaban a la enfermería, pero nunca entró a verte ni se acercó mientras Sínke te sacaba en brazos de la escuela para meterte en la limusina. No fue sino hasta llegada la noche, mientras en tu cama intentabas pegar los ojos sin conseguirlo, cuando escuchaste un pequeño ladrido de tu perro; un ladrido muy corto, cortante y grave. Quisiste levantarte y mirar por la ventana, pero permaneciste acostada, cubriéndote aún más con tus sábanas, y esperaste. Luego hubo un ruido fuera de tu ventana, alguien estaba del otro lado y golpeteaba el cristal. Te moviste en tus sábanas fingiendo que dormías, pero en realidad con ese movimiento pretendías llamarlo, invitarlo a pasar. Habías dejado la ventana sin pasador a propósito, adelantándote a las intenciones de tu Yáke, quien entró sin hacer ruido, ágil como una brisa. Lo sentiste junto a ti, lo oíste quitarse los zapatos, luego se acostó a tu lado y te abrazó por encima de la sábana.
—Se le zafó la cadena a tu bicicleta por la caída —murmuró—. Ya la arreglé; está en tu jardín. Perdón.
Tus ojos estaban abiertos debajo de las sábanas. No sabías si estabas enojada con él por no haberte ayudado. Le diste la razón a Séntsa: había sido insensible, pero ¿no era él siempre así?, ¿no era eso parte de lo que te había gustado de él? ¿Esa terquedad suya de querer desprenderse de todo sentimiento de afecto y preocupación por los seres de ese mundo, esa arrogancia con la que decía que no le importaba nada de lo que sucediera en una realidad que no sentía suya?, así era él. Sin embargo, estaba ahí abrazándote, sentías en sus brazos el cambio que poco a poco se daba en él. Esos viajes a otros mundos, te convenciste, lo estaban haciendo apreciar lo que tenía en éste.
—Si volviera a suceder, con mis puños abriría un camino hasta el otro lado de la tierra, si fuese necesario para llegar hasta ti.
Pensaste que quizá su actitud de egoísta indiferencia había sido necesaria para hacerlo darse cuenta de eso, para aprender a ser honesto consigo mismo. Una alegría tranquila casi te delata, esa manera en que Yáke dejaba de lado su ser normal para expresarse así te hizo perdonarlo, aunque en realidad nunca pasó por tu cabeza condenarlo. Cerraste los ojos adormecida. Yáke en ese momento era abrazar-Yúska, sin reflexión alguna que lo hiciera perderte, y poco a poco tus reflexiones también se atenuaron hasta que te permitieron quedarte dormida.

***

La cara engreída de Sínke estaba siendo usada como blanco para los golpes y patadas de Hínta. Sínke le había dicho que no tuviera miedo ya que sus golpes no podrían lastimarlo. Hínta se lo tomó como un reto, también un poco ofendida, así que ajustó la cinta blanca de su traje y cargó contra él. Sus piernas llegaban a estirarse hasta la altura de la cabeza de Sínke; lograba patear con ganchos o con patadas rectas con la misma fuerza y la misma agilidad. Sus brazos, más cortos que sus piernas, estaban reservadas para cuando se acercara lo suficiente, y entonces se lanzaba contra su abdomen y cara con todo su peso como si fuera un arpón. Sínke se mofaba y la retaba a que lo hiciera más rápido y fuerte, Hínta respondía haciéndole caso, esperando al menos poder atinarle una sola vez.
Desde pequeña había visto a su padre y a sus alumnos practicando aquella mezcla de artes marciales asiáticas, y aunque en un principio no le llamó la atención su padre la obligó a ir por ese camino. Hínta no era una chica de complexión fuerte, incluso después de tantos años de entrenamiento duro no se consideraba a sí misma como alguien apropiada para la lucha, su cuerpo y su mente preferían la paz y la suavidad, y sin embargo se había habituado al dolor y a las heridas propias y ajenas. Cuando adoptaron a su hermana Húba, y vio que ésta tenía una fortaleza y capacidades innatas para la lucha, Hínta se sintió aliviada porque pensaba que ahora el peso del arte marcial de la familia iba a recaer sobre ella y su padre iba a dejarla ser como quisiera. Pero no fue así. “Las artes marciales son un instrumento para la paz y la harmonía”, decía su padre, y aún desde pronta edad Hínta ya sentía que aquello era una tontería. En su intimidad, cuando no tenía que guardar modales o reglas, rebatía a su padre en su cabeza: Claro, son perfectamente para la paz, para demostrarlo qué tal si espero a que me tires un golpe, entonces atrapo tu brazo, tuerzo la muñeca y la empujo con mi codo para que se te rompa, con el mismo codo te rompo la nariz, estiro tu brazo para tensarlo y piso tu pie para hacerte caer, luego te domino en el suelo y tuerzo tu brazo hasta que se luxe. “Son las paradojas de la vida”, le dijo una vez Sínke, “son la violencia del cuerpo y la paz de la mente conviviendo juntos, el arriba y el abajo, el adentro y el afuera, lo serio y lo trivial”. Y con Sínke se sentía diferente porque sabía que a él no le importaba si era buena luchando o no; no estaba ahí para evaluarla sino la ayudaba a mejorar como si fuera un juego.
La lucha era para Hínta como parte de la carga de un barco en el océano, el cual no sabe dónde debe anclar; a veces no sabe ni qué es exactamente todo lo que transporta, algunos dicen que transporta oro y plata, otros que piedras y sangre. Sínke le había dicho que llevaba todo eso y mucho más, pero que nada era inherentemente importante o sagrado; podría tirar por la borda todo lo que le pesara demasiado, o cargarse de cosas nuevas si las circunstancias se lo permitían, pero ante todo que fuera ella misma la que decidiera qué cargar y hasta cuándo. Al mismo tiempo, admitía que era casi imposible evitar que los demás metieran carga indeseable porque, al igual que un barco de verdad, otros la construyeron, otros la tuvieron en mente y fue el proyecto de otros antes de darse cuenta de quién era, y cuando se sienta en control de su propio timón otros van a intentar pasarle cargas, y es su responsabilidad decidir las cargas de quién quiere llevar. El jínnliû era un buen ejemplo de una carga que en principio no estaba segura de querer llevar; no veía una orilla final que justificara tener que transportarla por el mar, y sin embargo tanto tiempo vagó con ella encima que la carga se volvió parte de ella, y Hínta había decidido que así sería por propia voluntad. Se dio cuenta de que lo mismo había sucedido con las artes marciales; otra carga impuesta que acaba volviéndose parte del barco. Y lo mismo con Sínke, quien en principio fue alguien impuesto en su vida y ahora era parte de ella.
Una veloz patada le dio de lleno a Sínke en la boca; apenas retrocedió. Hínta bajó la pierna y lo vio llevarse las manos a la boca.
—¡Oh, dios! ¿Estás bien?
—¡Ah! Me partiste los labios —Sínke se escuchaba auténticamente adolorido.
—Déjame ver.
Hínta le apartó las manos y de inmediato recibió en los labios la boca del gemelo, cuyos labios suaves y sin ninguna herida hacían un movimiento como si murmurara. Hínta movió también sus labios, sincronizándose en una conversación en ningún idioma. Tras pocos instantes se separaron.
—Te dije que no podías lastimarme —dijo Sínke.
Esa noche se quedó a cenar con su familia. Bái Sémt le dijo que desde que entrenaba con él, Hínta había estado mejorando mucho. Pero él contestó que él no era más que una elección que llegó azarosamente a su vida, y él a su vez era el resultado de un número infinito de decisiones propias y ajenas que se remontaban hasta el comienzo del universo, y mucho antes.

***

—Hínta no está —dice Húba, con aire somnoliento, y piensa cómo es que Yúska parece tan llena de energía en un domingo por la mañana, en medio de las vacaciones de verano—, desde ayer se quedó a dormir en casa de nuestra abuela.
—No importa —dice Yúska—, ¿podrías darle esto?
Húba recibe un enorme objeto rectangular envuelto en papel periódico.
—¿Y esto?
—Es una pintura que hice cuando iba con Yáke a pintar, mira —arranca el papel periódico, que va cayendo al piso mientras el dibujo en acuarela sobre el lienzo aparece—, ¿qué te parece?
Húba examina sin ganas la fea manzana azul que parece flotar sobre agua de mar, parece más un tazón del que sale una palmera con sólo dos hojas.
—¿Para qué se lo quieres dar? —pregunta Húba con una mueca que no esconde su desapruebo estético.
—Como ya no pienso seguir pintando, se lo quiero regalar —Yúska parece no darse cuenta de que Húba apenas puede reprimir su risa.
—Está bien, se lo daré.
—¡Muchas gracias!
Húba cierra la puerta. Yúska toma su bicicleta, que había dejado apoyada en el muro, y se va pedaleando. En el camino, ya con un ánimo más apacible, se imagina que Húba recibe a Hínta con el cuadro esperándole encima de su cama, y le diría: “te lo trajo tu jínne Yúska”, y se reiría y le diría lo feo que es. Hínta le diría que se calle y que lo deje en paz, pero en el fondo estaría de acuerdo con que no hay duda de su fealdad. Pasaría el resto del día pensando qué hacer con él o, más específicamente, en dónde colgarlo, ya que cualquier otra opción sería impensable. Yúska no se había puesto a pensar que la presencia del cuadro podría ser objeto de dilema para Hínta, y al caer en la cuenta casi se arrepiente de habérselo dado. Imaginó que Séntsa la habría recibido personalmente, la habría invitado a entrar en su elegante comedor y beberían un té mientras le presenta el obsequio, y diría: “lo colgaré en mi cuarto”, pero únicamente lo colgaría cuando Yúska entrara en él; el resto del tiempo estaría escondido detrás del armario, de seguro. Kányu habría puesto su sonrisa más fingida, alabaría sus colores y lo mucho que se debió haber esforzado para que el color azul no se saliera tanto del contorno de la manzana, y diría: “lo colgaré en la escalera”, porque nadie se pone a contemplar los cuadros que cuelgan azarosamente en los pasillos y las escaleras, pues son lugares por donde se pasa con prisa, apurados por llegar a otro lugar más importante; después de un tiempo todos se acostumbrarían a él como si no estuviera ahí, y sería olvidado. Áte habría mostrado una mueca similar a la de Húba, pero con un poco más de criticismo, al menos tratando de verla bien una vez antes de no volver a verla nunca más en su vida, y diría: “la pondré por ahí”, y la dejaría encerrada en un armario o debajo de la cama, pero eso sí, siempre bien custodiada en la seguridad de su cuarto; algo inútil, sí, pero algo inútil obsequiado por una jínne. Con Hínta tenía más problemas para imaginar dónde colgaría el cuadro o qué haría con él, pues podría seguir el ejemplo de cualquiera de los jínnyi que se acababa de imaginar salvo el de Áte. Dejó de pensar en eso después de un rato.
En la siguiente visita a la casa de Hínta, se sentaron los siete a hacer la tarea en el dojo mientras el cuadro colgaba de una de sus paredes, la que encaraba a la entrada corrediza.

***

—¿Está bueno? —pregunta Hínta, la pajilla apuntando a sus labios, expectantes por una respuesta.
—Tiene un sabor agradable —dice Yáke, indiferente al té helado al cual había dado un sorbo, y más interesado en los ojos de Hínta fijos en él, entre ansiosa y emocionada; los ojos, aunque muy abiertos, parece que apenas alcanza a ver a un metro de distancia.
—¿Y qué más? —pregunta Hínta abruptamente, igual que una duda que nunca antes en su vida había tenido, y que de un segundo para otro llegó con tanta fuerza que no tuvo más opción que dejarla salir.
—No hay nada más —contesta Yáke—, al menos por ahora.
A la derecha de Yáke, el ratón retozaba en su jaula, y sus chillidos llamaron la atención de los ojos de Hínta, más como un pretexto para no mirar al gemelo.
—Yo tampoco me sentía feliz, hace tiempo —dice Hínta contemplando al ratón, que, sintiéndose llamado, asoma el hocico entre las rejas y olisquea el ambiente—, sé que te pareceré patética por esto, Yáke, y es algo que pocos saben, pero visto que eres mi jínn, me abriré contigo como tú lo acabas de hacer conmigo —deja pasar unos segundos, y sus ojos rodaron hacia Yáke—; cuando era chica, antes incluso de entrar a la primaria, tenía impulsos suicidas.
Yáke no muestra signos de sorpresa, sólo su boca se mueve ligeramente, dándole un aspecto de escepticismo. No dice nada, pues sabe que Hínta proseguirá de inmediato:
—No puedo decir por qué lo sentía —Hínta lo mira fijamente a los ojos, tan seria como Yáke nunca la vio y nunca la verá el resto de su vida—, pero varias veces me imaginaba lanzándome por la ventana de mi cuarto; tenía sueños en los que un camión me atropellaba, pero no me despertaba asustada; veía la muerte como una cosa tan natural de la vida, que no me parecía diferente a cualquier otra actividad, no entendía por qué la gente se sentía tan triste cuando alguien más moría —en este punto, tuvo un repentino sollozo—, me gustaba jugar a que me clavaba un cuchillo en mi corazón, o a que la comida tenía veneno; rato después de comer, iba a mi cama y fingía que me hacía efecto hasta matarme. Sí, es verdad, así fui y no tengo forma de explicar por qué me sentía así. Conforme fui creciendo esas ideas se fueron de manera tan natural como llegaron; me cambiaron de escuela, conocí a Yúska y a Séntsa, y ya sabes el resto. Sentirse vivo, Yáke, desplazó mis deseos infantiles de muerte, y ahora no los tengo más.
Yáke espera hasta estar seguro de que Hínta ya no tiene nada más que decir, y entonces habla con sequedad:
—Mientes, Hínta. Pocos fraudes hay más grandes que el que acabas de inventar.
Hínta retiene el aire, tiesa y con los ojos más abiertos.
—¿De verdad creíste que me iba a tragar una patraña de ese estilo? ¿Tú, suicida? Si yo fuera como mi hermano, qué teatro más desquiciado me pondría a desempeñar para desenmascarar tu ficción hasta sus últimas cenizas.
Hínta no reacciona, y sabe que no es buena idea hacerlo, pues Yáke continúa:
—Entiendo por qué lo has hecho, Hínta, lamento que yo no sea muy capaz de demostrar aprecio o conmoción, pero me temo que te equivocas en tus razones para inventar semejante drama: estas preocupada por mí, me has malinterpretado y por eso te has creado una versión de mí que no se corresponde a mis verdaderos pensamientos, y la has representado como una experiencia propia para intentar que me refleje en ti. Seré claro ahora: no odio la vida; no puedo odiar aquello que me es indiferente; sólo se odia lo que ocupa un lugar en tu ser, y esta vida no es nada para mí, ergo, no puedo odiarla.
Hínta regresa a su estado anterior a llegar a ese local de bebidas, cuando sólo estaba curiosa y desconcertada por la invitación del gemelo después de haber comprado el ratón para Yúska, y no queriendo objetar para defender sus palabras, dice:
—Pero, y todo eso que me dijiste, de no sentirte parte de la realidad, de que serías capaz de matarte…
—Dije que no tendría problema en escapar de este mundo si hay la más mínima esperanza de que haya algo al otro lado del horizonte —se apresura a corregir Yáke—. Lamento desilusionarte, pero no soy miserable; amo vivir, Hínta, amo tener la capacidad de tener experiencias, de tener conciencia y de observar, solamente que me gustaría que todo eso no fuera en este mundo, sino en alguno otro, más allá del horizonte.
—¿Serías capaz de cometer suicidio para lograrlo? —pregunta Hínta mirando al ratón, pálida y percutiendo el suelo con los pies.
—No —contesta Yáke de inmediato.
—¿Por qué no? —Hínta suena repentinamente desafiante, buscando acorralarlo, cualquier cosa que le haga a Yáke revelar sus verdaderos propósitos sin esconderse tras su semblante ambiguo.
—Porque soy un cobarde —contesta Yáke, y Hínta queda completamente desarmada—. Mi miedo de que más allá del horizonte no haya nada sobrepasa infinitamente mi sentimiento de que sí hay algo; no quiero dar ese paso y encontrarme con que nunca hubo nada, prefiero pensar que no soy más que una anormalidad de este mundo y que nada gano intentando alejarme.
Permanecen los dos en silencio hasta que los tés helados alcanzan la temperatura ambiente, entonces Hínta pregunta:
—¿Sínke piensa igual que tú?
Yáke ve la nueva preocupación que nace en Hínta; un miedo que está a punto de salir.
—Pregúntale a él; yo sólo hablo por mí mismo. Pero, conociéndolo de toda la vida, te puedo decir que él es valiente; si hubiera querido hacerlo, hace mucho que lo habría hecho.
Tienen que pasar más de dos meses para que Hínta, conviviendo con los gemelos y sus jínnyi, vuelva a sentirse tranquila sobre Yáke.

***

—¿Mentía?

***

Áte aún estaba turbado por la visita que había hecho Yúska a su casa, sin avisar, pero actuando como si se lo hubiera dicho de antemano y él hubiera aceptado. ¿Cómo te apareces aquí sin avisar?, pero Yúska responde contenta ¿Así das la bienvenida a tu jínne? Y entonces Zíyi Prágt sale al patio y los descubre, se sorprende por un instante por el rostro de felicidad radiante de la chica que encara a su hijo, luego mira a Áte con una suave sonrisa paterna, éste tiene un retortijón al adivinar lo que su padre está pensando. Buenos días, señor Prágt, dice Yúska. Buenos días, dice Zíyi, y mirando a Áte no dejes a tu amiga afuera, que pase. Y dice Yúska en realidad no soy una amiga, y Áte con horror entrevé la malicia de Yúska disfrazada de ternura. Zíyi hace más evidente su mirada de orgullo y Áte quiere decirle te equivocas, pero entonces sale su madre, Yísa, la cual intercambia sendos saludos con Yúska y también percibe los falsos pero efectivos síntomas del enamoramiento, ¿por qué no la dejas entrar, Áte?, pregunta. Éste, que ya empieza a sudar, está a punto de hablar pero Yúska lo interrumpe, no se preocupe, señora, ya me tengo que ir, y mirando a Áte coquetamente nos vemos en la escuela el lunes. Durante un tiempo Áte tiene que soportar los incómodos silencios y miradas orgullosas de reojo de sus padres, por más que aclara que era una chica que lo había metido en un jínnliù hacía algún tiempo, no se lo creen y piensan que es timidez. Hasta su hermana Kuésta lo mira suspicaz, pero respeta su vergüenza y no lo acosa a preguntas. ¿Por qué no nos dijiste que la conocías de hace tiempo?, pregunta Yísa, Áte dice porque no es alguien importante. Sabe lo que piensan sus padres, piensan ojalá que así comience a sacar mejores notas, que salga más, que tenga motivación para algo, que no sea tan apático, que se interese en algo además de dormir; es tan perezoso que ni la tele ve ni juega con la computadora. Y así hasta el lunes no dejó de odiar a Yúska en su mente. Una curiosidad que también lo mantuvo ocupado durante la noche, en la cama, fue que a causa de eso sus padres le estaban prestando un poco de atención, e intentó convencerse de que esa no era el tipo de atención que quería, de hecho ¿quiero que me presten atención? ¿No era mejor cuando casi ni me hablaban? Papá por primera vez me miró con orgullo, y también mamá. Se durmió pensando en eso. Esa noche tuvo un sueño con Yúska.
El lunes Áte no deja de pensar en una cuestión, ya le he hablado mucho tiempo de mi familia, ¿lo habrá hecho a propósito? ¿En serio te parece que necesito que se sientan bien por mí de este modo? Busca una oportunidad para hablar con Yúska, pero cada vez que se cruzan pierde el valor y vuelven a hablar de cosas cotidianas. Yúska está como si nada hubiera pasado, ¿en verdad va a actuar como si nada después de eso?, y los demás tampoco sospecharon nada.
Al terminar el día de clases, Áte sigue a Yúska en su camino a casa, pues en aquel entonces todavía no andaba en bicicleta a la escuela. La sigue manteniéndose aproximadamente a una cuadra de distancia, y en el camino Yúska se detiene a contemplar por algunos segundos objetos y gente que por alguna razón le producen curiosidad. Áte estuvo a punto de ser descubierto cuando Yúska se volteó una vez para observar una cosa en el suelo, que más tarde, al seguir caminando, Áte vio que era una tapa de botella tirada, ¿por qué te detuviste a contemplar esto? Continúan el trayecto con unas cuantas paradas contemplativas de Yúska, y llegaron a un parque cerca del barrio de su casa. Ahí, ella contempló largamente los juegos infantiles y a unos pocos niños jugando, se sienta en un banco y observa con el rostro apacible, melancólico y ensoñador, muy diferente a la Yúska con la que Áte acostumbraba convivir. Al verla así, Áte sintió un pequeño calor en la espalda, pensó en irse y dejarla en paz, pero luego recordó que, alegre o melancólica, ella aún tenía que responder por lo que había hecho y resolverlo todo con sus padres. Se acercó a ella, primero resuelto a exigirle que la acompañara a su casa para aclararlo todo, pero cuando estuvo detrás de ella la escuchó sollozar; vio su espalda tiritar y su cabeza bajar hacia adelante. Áte no supo por cuánto tiempo se quedó ahí, a pocos pasos de ella, mudo y queriendo alejarse, pero sus piernas no respondían. Era tanta la tristeza de Yúska que no había escuchado sus pasos, y eso lo inquietó aun más.
—Yú…Yúska —salió de Áte una voz entrecortada y algo seca.
Yúska reaccionó de inmediato y volteó. En sus ojos y mejillas había lágrimas, pero su boca rápidamente se arqueó en una alegre parábola.
—Hola, Áte —su voz jovial salió un poco temblorosa con algunos sonidos sollozantes—, ¿ibas a visitarme a mi casa? —se levantó—, vamos si quieres.
—No, espera… —Áte pensó que lo mejor era fingir que no había visto nada, intentó verse lo más severo posible—, mis padres no han dejado de incomodarme desde lo del sábado, así que necesito que vengas a mi casa y les expliques que sólo somos jínnyi.
Yúska se secó las lágrimas con el puño.
—Está bien, como quieras —su voz ya se escuchaba normal, pero rápidamente añadió con un tono de disculpa—: perdón si me equivoqué al pensar que te haría sentir bien. A los demás les preocupa un poco que siempre estés desmotivado; a nadie le parece saludable.
—No importa, Yúska.
—Sabes que no soy de pensar mucho las cosas —se rio de sí misma—, pero en aquel momento tuve la idea de que, si insinuaba algo como eso, algo cambiaría en ti. No sé, tal vez fue algo muy tonto.
—No me sorprende que pensaras hacer eso —dijo Áte, ya tranquilo—. Todos piensan que hay algo malo conmigo, ya me acostumbré.
—Pero no tienen razón —dijo Yúska—, es decir, yo creo que todos tenemos algo que nos motiva, que nos hace sentir vivos, pero no tienes que obligarte a hacerlo. Debes hacer lo que te haga feliz, no importa que tardes años en descubrirlo, o incluso si no lo descubres nunca… —se detuvo al quedarse sin ideas qué decir, y volvió a reír—. Ya no se me ocurre nada.
Áte se conmovió un poco.
—Como digas, Yúska. Pero el sábado irás a decirles a mis padres.
—Sí, por supuesto.
Áte se alejó preguntándose por qué no se lo exigía para ese mismo día, pero usó su pereza como excusa para no ponerse a reflexionar, y aguantó otros cinco días de incomodidad en su casa hasta que Yúska fue a aclararlo todo. Poco tiempo después, Yúska le confió a Séntsa la verdad con respecto a su madre, y ésta se encargó de hacérselo saber a los demás, los cuales, como buenos jínnyi, respetaron sus sentimientos no hablándole de nada de eso, del mismo modo que con el padre de Kányu en prisión o la madre muerta de Séntsa.
Mientras que para Hínta esas circunstancias familiares le parecían un buen motivo que le daba cierto sentido al jínnliù (o al menos evitaba que se lo cuestionara mucho), Áte no estaba convencido de que las desgracias personales crearan uniones tan sólidas.


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[1] Koráng Dyí en el Poema al inmortal.
[2] Dicho real, introducido por Ráu Shórsta en “El danzilmarés y sus demonios”. Otra versión dice: Dime cómo preparas tu draóhi y te diré cómo es tu alma.
[3] Subespecie de pasparó nativo de la región de Burán, da unos frutos alargados de cáscara dura llamados comúnmente “frutas serpiente”.

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