Evangelium Yíos: Sigma (Secundus)

  



Donde Yíos llega a vivir con los homo deus alfa, que viven a imitación de sapiens, entre otros sucesos de importancia.

En la primera zona que visitó vivían los homo deus alfa. Apareció cerca de un pueblo del cual iba saliendo un buen número de comerciantes en carretas tiradas por moas e ipolotám. Y viéndolo llegar, le gritaron: “Adónde vas pequeño homo deus?” “Busco crear historias”, dijo Yíos. “Entre los homo deus alfa solamente podrás crear pequeñas historias”, le respondieron, pero él insistió: “no hay historia pequeña para Apogyéus”, y contentos por su respuesta le dijeron que entrara al pueblo y buscara a un hombre llamado Érnte.
Lo encontró sentado sobre la escalera de un gran edificio rojo, bebiendo y contemplando el pueblo. Le refirió los pocos sucesos de su vida y su deseo de crear historias, y le preguntó si le permitirían vivir ahí, a lo que Érnte lo recibió y lo invitó a acompañarlo a vivir en su casa para hacerle vivir la vida de un homo deus alfa.
Iba diciendo Érnte en el camino: “también conmigo aprenderás a cosechar tiempo, o sea cómo es que usamos las vidas de nuestros alter egos y su tiempo para comerciar. A la vez trabajarás en mi granja y ayudarás a las demás personas del pueblo. Trabajarás un tiempo con el carpintero, el zapatero, la policía, y otros. Todo para que entiendas los modos de vida de cuando éramos seres más limitados, los antiguos homo sapiens, y aprecies sus pequeñas historias.”

***

Instalaron a Yíos en la granja de Érnte, donde conoció a sus dos esposas y a sus tres hijas. De éstas se llamaba la mayor Únta, que pronto se encariñó con el pequeño Yíos; le dio su primer baño, le hizo probar su primera comida elaborada (pues hasta entonces sólo había conocido los frutos silvestres) y compartió con él su primera noche. Devotamente le enseñó a criar a los hipopótamos, a darles de comer, a matarlos, a cocinarlos y enviarlos adonde fueran pedidos. De parte de las esposas y de las otras dos hijas también aprendió a limpiar, a sembrar y a cosechar. Con frecuencia lo empleaban para llevar pedidos de hortalizas a las diferentes personas del pueblo, cargando grandes canastas sobre los hombros.
“Esto es la realidad”, se dijo Yíos tras terminar con los encargos un día, “las pequeñas historias también requieren de esfuerzo.”

***

Fue con Érnte a la zona de cosecha de tiempo, y cuando llegaron se encontró con una región muy vasta, con un suelo que parecía de plástico, que estaba llena de haces luminosos circulares. Érnte le dijo: “Entra a uno de esos círculos, pequeño, y aparecerás en una nueva vida; entre más tiempo sobrevivas en ella, más tiempo cosecharás. Vive mucho y tu tiempo valdrá mucho, vive poco y ganarás poco.”

Así pues, Yíos cosechó mucho tiempo. Algunas veces sobrevivía miles y miles de años como alter ego en otra vida. Al principio le costaba sobrevivir aunque solo fuera unos días, pero poco a poco logró crear historias más largas e interesantes en cada una de ellas.

Érnte estaba complacido por la energía que mostraba Yíos incluso cuando solamente vivía una existencia humilde. Ya fuera como una pequeña lombriz de tierra, como el ala de una mosca, como el soplido de un gigante, o como un rayo de luz de una mañana, siempre se esforzaba por hacer que esa minúscula historia significara lo suficiente.

“Grande es Apogyéus”, exclamaba una de las esposas, llamada Náxa, la madre de Únta, pues nunca había visto a un homo deus que amara tanto crear historias, a lo que Érnte le respondió: “Es diferente de Gyéo Fúntuo, que solamente gustaba de crear grandes historias donde su libertad fuera inmensa.”

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La joven Únta también observaba con admiración cómo Yíos se adecuaba a la vida de los alfa, los cuales viven a imitación del homo sapiens, representando como en un teatro la realidad de su vida pasada antes de ganar la libertad de un homo deus.

Le preguntó un día Yíos: “¿Por qué les gusta representar la vida del homo sapiens, por qué ven tan interesante sólo crear historias pequeñas con escasa libertad?”. A lo que Únta contestó: “Nuestra voluntad es seguir representando los límites de nuestro pasado, pues de ese modo los demás podrán apreciar mejor las libertades de nuestro presente. Algunas veces, cuando viajamos a las otras zonas, los seres inconformes con su libertad nos miran y se sienten más complacidos con lo que tienen. Parece poco, pero existen muchos que dicen: “Quiero ser tan libre como Gyéo Fúntuo”, y han ocasionado problemas con tal de que les permitan reconfigurarse para ser como él. Pero, pequeño Yíos, también es necesario que existan los seres resignados a su pequeña libertad, incluso si pueden optar por incrementarla. Todos volveremos de un modo a otro a Apogyéus, y seremos tan libres que no podremos seguir creando historias; hay que apreciar que ahora, con nuestros límites, podemos crearlas. Al menos yo decidí ser una alfa por eso.”

***

Le pidió un día uno de los comerciantes que le acompañara a una zona vecina para llevar el cargamento de tiempo que le habían pedido, y en el camino unas extrañas criaturas similares a humo sólido se apoderaron de la carreta e intentaron llevarse el tiempo cosechado. Pero, interponiéndoseles Yíos, le ordenó a sus naturalezas que se apartaran de los seres, por lo que las criaturas se desmoronaron como en polvo conforme sus características los abandonaban.

Viendo esto, el comerciante se le acercó a Yíos y le dijo: “Sé que quieres protegernos, pequeño, pero has de saber que el homo sapiens, a semejanza del cual queremos vivir, no tenía tal potestad sobre las naturalezas de los demás seres, por lo que estaba a merced de aquellos que le superaban en libertad. La próxima vez que nos vuelvan a atacar, no los desmorones ni los prives de su naturaleza; antes has de permitir que hagan lo que la suya así les ha dictado. No por tener mayor libertad habremos de romper nuestro teatro, ya que homo sapiens también era pequeño y limitado, y pese a eso nos dio a luz a los homo deus.”
Y aunque a Yíos no le parecía bien ni le satisfacía dejarse derrotar por aquellos seres, se adaptó a las normas de los alfa, y en el siguiente ataque se dejó zarandear, golpear y robar, y estando en el suelo fingiendo que el cuerpo le dolía y que se sentía desfallecer, dijo: “Así es la realidad: hay momentos para levantarse y pelear, y momentos para dejarse caer”.

***

Un día fue con Érnte al mar, pues éste tenía la intención de enseñarle al pequeño a pescar, y mientras estaban esperando, flotando sobre el bote y lanzando sus redes, un enorme pez los embistió e hizo caer a ambos al agua.

El pez volvió a atacar e intentó engullir a Yíos, arrastrándolo bajo el agua, pero éste se aferró con fuerza a los bordes de su boca, evitando apenas sus dientes afilados, se puso a pensar si debería luchar contra ese pez y vencerlo para llevárselo como comida, o si mejor debía dejarse comer y quedarse en su estómago. Se preguntó cuál sería la historia más interesante, la del pequeño que por su cuenta vence al pez enorme y lo lleva para disfrute de todos, o la trágica versión en la que se lo comen y no lo vuelven a ver.

No pudo decidirse por una de ambas historias, pues en poco tiempo uno de los arpones de Érnte atravesó al pez, y tirando de la cuerda los sacó la superficie. Satisfecho Érnte con la enorme presa que habían conseguido, Yíos le contó sobre el dilema que había tenido y le preguntó qué habría escogido él. Érnte contestó: “Una vez en otra realidad viví algo similar: un animal enorme estaba a punto de comerme, y como mi libertad no era lo bastante grande, no pude evitarlo; pero sí era lo suficientemente libre como para sobrevivir en su interior, por lo que me quedé adentro durante cientos de años hasta que un día alguien logró darle caza al monstruo, y al abrirle el estómago me sacó de ahí. Entonces, pequeño Yíos, si te hubieras dejado tragar por ese pez, yo le habría dado caza y te habría liberado de inmediato, y entonces habríamos tenido la interesante historia de cómo un pez casi te come vivo”. A lo que Yíos respondió: “Ésta es la realidad: la indecisión nos hace perdernos de grandes historias”.

***

Así vivió Yíos entre los alfa, y cuando pasó un año decidió que ya era momento de continuar. Nadie se sorprendió por su decisión, sino que todos ya habían intuido que el pequeño homo deus, por todos apreciado, no tenía la vocación suficiente para quedarse ahí pese a su buena disposición. Durante su fiesta de despedida, Únta lo llamó aparte y le dijo: “Siempre quise representar algún tipo de romance, así que si quieres, proponme que me case contigo para cuando regreses algún día, si es que lo haces.”

Yíos aceptó la idea, por lo que regresando al banquete con los demás, se arrodilló ante ella, como había visto que era la costumbre, y le pidió que se casara con él cuando volviera de sus viajes, por lo cual la celebración se volvió también una fiesta de compromiso que duró un día entero.

Terminada la fiesta, cuando fue momento de irse, lo acompañaron hasta el edificio del centro del pueblo, donde había conocido a Érnte. Se trataba de una construcción a la que llamaban El Espejo, desde la cual era posible ir a las demás áreas de Danzílmar Última.

Cuando le preguntaron adónde iría, respondió que quería visitar el centro, donde se encontraba el Cubo en el que vivían los homo deus gamma, y tras prometer que un día regresaría para casarse con Únta entró al Espejo.

Antes de irse se dijo a sí mismo: “Esto es la realidad: las historias no siempre se terminan con las despedidas.”

***

Adentro del cubo habitaban los homo deus gamma, que pasaban ignorándolo como si estuvieran muy ocupados. Sólo uno llamado Belenzítih le salió al paso, y sintiendo una presencia familiar le preguntó quién era. Yíos se presentó, contó rápidamente su historia en el universo cuna y con los alfa, y concluyó: “Quiero unirme a los gamma, y así crear historias en las que ayudo a otras realidades a unirse al zlandliù.”

Supo entonces Belenzítih que parte de la naturaleza de Gyéo Fúntuo había caído en él, pues pudo percibir la parte de su definición que estaba ansiosa por crear historias sin discriminarlas. Le pregunto entonces: “¿Ya has terminado de experimentar todas las historias que querías en Danzílmar Última?” Y al no obtener respuesta, continuó: “Si quieres ser un gamma, está bien; pero antes experimenta las historias que puedas crear como un beta, de esos que van vagabundeando por todas las zonas de Danzílmar Última sin establecerse permanentemente. Cuando hayas vivido como ellos, entonces te dejaré ser un gamma.”

Yíos se despidió, no sin antes preguntar quién era él, a lo que Belenzítih respondió: “Sólo soy un discípulo de Gyéo Fúntuo. Estoy a cargo de cuidar a los que entran a Danzílmar Última, entre otras tareas que me encargó mi maestro. Por cierto, te sugiero ir a la ciudad de Yânt; algo interesante encontrarás ahí”.



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