Evangelium Yíos: Alfa (Primus)
Donde Gyéo Fúntuo acepta el orden al azar de este texto, y escoge los primeros tres fragmentos para iniciarlo.
Yíos, mi más estimado alter ego, había vuelto a Apogyéus para vivir el ParalefikZland. En cambio yo, Gyéo Fúntuo, me quedé para seguir creando historias.
Después me enteré de que numerosos viajeros se habían dispuesto la tarea de dividirse en varios grupos, atestiguar las diversas historias de Yíos y transcribirlas en láminas azules para darlas a conocer entre las variaciones de Apogyéus. Cuando terminaron, uno de esos grupos me invitó a acompañarlos para decidir qué hacer con ellas.
Estaban los viajeros y sus alter egos reunidos alrededor de una enorme colección de láminas azules con símbolos gravados, y dándome la bienvenida con extraordinaria deferencia, me explicaron que iban a seleccionar los fragmentos cuyo conjunto llamarían texto Alfa.
Tomó así la palabra el líder:
—Tal y como habíamos sugerido antes de emprender nuestros viajes, el texto Alfa será presentado a semejanza de la naturaleza libre de Yíos, sin jerarquía ni distinción entre los fragmentos de su historia a los que nos hemos expuesto, a excepción de dos: uno para el principio y uno para el final, ambos de los cuales serán colocados en la sección Primus. ¿Alguien tiene alguna objeción a ese plan inicial?
Uno pidió la palabra:
—Aprovechando que Gyéo Fúntuo se ha manifestado entre nosotros, ¿no sería una buena cortesía otorgarle a él la decisión final de cuáles deberían de ser esos primeros dos fragmentos?
Todos apoyaron la idea, por lo que examiné con cuidado las láminas que hablaban del principio y el final de la historia de mi amigo Yíos. Comenté que hablar en términos de principio y final podía ser algo engañoso, pero acepté elegir a cambio de que se atuvieran al más estricto azar para el resto de los fragmentos de las siguientes secciones del libro.
Así escogí entonces las siguientes dos láminas:
***
¿Ya quieres existir de nuevo?
Las características se iban uniendo para formar la naturaleza de un nuevo ser, y cuando tuvo las suficientes para saberse consciente de sí mismo, volvió a tener otra certeza.
¿Cómo te quieres definir?
Ante él aparecieron todas las variaciones que ya había tenido en otras realidades, y escogió las que más le complacieron. Decidió recuperar su forma de hominido y el nombre que más le había gustado: Yíos.
Volvió entonces el homo deus conocido como Yíos al universo cuna, donde varios de sus otros hermanos recién nacidos lo estaban esperando y lo rodearon. Uno de ellos se le acercó y le preguntó con asombro:
—¿Es cierto que estuviste a punto de regresar a Apogyéus?
—¿Quién les ha dicho eso? —preguntó Yíos.
Otro dio un paso adelante y respondió:
—Todos tuvimos esa certeza antes de nacer; tú o un alter ego tuyo nos la envió.
Yíos se les acercó y les tocó los hombros con un agarre cálido.
—Ésta es la buena noticia que les traigo, hermanos: Entre más varíen a Apogyéus creando realidades y ficciones, quizá lo convenzan de que los deje regresar a él. Sean tanto como puedan, hasta que les diga que sí.
Notó entre sus hermanos a Ákwa, que también había adoptado la forma inicial con la que la había conocido, y acercándose a ella, se contemplaron un momento, para luego abrazarse con una fuerza súbita.
***
Infinitas variaciones, abracen a Yíos, como él con tanta devoción lo hizo con ustedes.
Seres de una sola característica, seres máximamente grandes, y todo lo que haya en medio y más allá, sientan de nuevo cómo Yíos vuelve a serlos todos sin despreciar a ninguno.
Entidades concretas y abstractas, tiempos, lugares, acciones, pensamientos; simples o elaboradas, pequeñas o vastas, Yíos ya fue de ustedes; ahora sean de él.
Yíos, que ahora no sólo vives todas las variaciones sino que también las eres, te has vuelto demasiado libre para seguir siendo parte de esta historia, porque ahora eres la historias y todo de lo que están hechas.
Me despido así de ti, al ser ya inútil intentar limitarte en mi narrativa, pues eres yo y mis memorias, mis palabras y mis letras, mis deseos de atestiguarte y mi capacidad de hacerlo.
Sólo me queda recurrir al artificio, a fin de no terminar sin ofrecer al espectador una última imagen tuya:
Imaginemos que te sentiste sorprendido al darte cuenta de que ya no sólo eras todas las ficciones y realidades, sino que también todas ahora estaban en ti como si desde siempre hubieran sido tus células, tus ladrillos o tus átomos.
Imaginemos que tu cuerpo muestra, como una enorme pantalla, todas las ficciones y realidades a la vez. Eres personaje, tiempo, escenario, acción, descripción, narración, montaje e infinitas cosas más. Poco a poco tu rostro va desapareciendo tras la avalancha de variaciones en las que te dejas sumergir complacido; te disuelves en las historias como si te arrullaran y te acogieran en su seno, y en paralelo ellas también se disuelven en el tuyo.
Ya no eres Yíos; ahora sólo eres.
Todavía en mi artificio te presento como alguien que se fue, pero lo cierto es que no me es posible concebir ni percibir nada sin concebirte ni percibirte a ti, aunque tu voluntad esté durmiente en cada uno de los bloques que conforman a las realidades y a las ficciones.
¿Cuántas veces sentiré el viento y me preguntaré: será su voluntad manifestarse ahora? ¿Cuándo tendré la suerte de encontrarte de nuevo un día que decidas volver a limitarte, aunque sólo sea para crear una nueva historia?
Te imagino riéndote de mí desde mi propia mente, desde mi materia y desde todas mis abstracciones. Me río al pensarlo y sé que eres mi risa.
Un día yo también regresaré a Apogyéus y volveremos a limitarnos, luego a huir de la limitación, y así por siempre, pues toda la existencia, debe quedarle claro al espectador, no es sino una excusa para que Apogyéus se varíe una vez más.
Disfruta de las experiencias más allá de la realidad y de la ficción, o lo que es decir: ParalefikZland.
***
Terminando la lectura de estas láminas, tuve certeza de que los viajeros estaban algo decepcionados con mis elecciones. La primera, pese a representar uno de los comienzos de la historia de Yíos, no era el tipo de principio que esperaban para encabezar su texto Alfa. Lo escogí porque fue el principio que yo le sugerí tener, a fin de recomenzar su historia con su naturaleza completa en lugar de fragmentada. El final les pareció un poco adulador, muy sentimental de mi parte, pues el contenido de esa lámina lo concebí yo mismo. Confieso que no fue mi mejor discurso, pero fue lo que sentí en esa versión.
Los demás hicieron comentarios, pero no se atrevieron a decirme que hubieran preferido otras láminas. Me ofrecí a escoger otras si no les gustaban y se apresuraron a decir que no.
Mientras seguían hablando de sus cosas, me fijé en las demás láminas y leí una que me llamó la atención. Al terminarla, pregunté si, de no ir muy en contra de su proyecto, podrían aceptar una tercera lámina en la sección Primus, la que acababa de leer, ya que consideré que balancearía bien la imagen de Yíos tras dos láminas tan abstractas y grandilocuentes.
El líder la tomó un poco intrigado, pero dispuesto a concederme mi capricho, y la leyó:
***
Yíos colocó los leños en la chimenea y encendió el fuego con los fósforos.
—No pongas tantos —dijo la señora Únza desde la cama, con la voz más fuerte que todavía era capaz de sacar, pero que de todos modos sonó como un murmullo áspero.
—Hace frío —dijo Yíos—. Es probable que caiga una nevada esta noche.
La señora Únza tosió contra su puño.
—¿Qué más da? En cualquier momento me voy a morir; no quiero irme sintiéndome pegajosa de sudor.
Yíos tomó del refrigerador el plato de potaje que había sobrado del almuerzo.
—Déjalo —dijo la señora Únza, apartando algo invisible con un brusco movimiento de la mano.
—Debe comer algo, señora —dijo Yíos.
La señora Únzá se dejó hundir en la almohada.
—No, Yíos, no quiero que lo último que sienta sea a mi viejo sistema digestivo peleándose con la sopa. No quiero arriesgarme a que salga igual a como entró o algo peor.
Yíos guardó el plato y se acercó a la cama.
—¿Puedo ayudarla con algo más, o ya quiere que apague la luz?
La señora Únza ladeó su cabeza plateada hacia él. Su cara se arrugó en una sonrisa apacible.
—Siéntate un momento.
Yíos arrastró una silla y se sentó a su lado. Le pareció que la anciana tenía casi ya todo muerto salvo por sus ojos, como de muchacha joven, iguales al día en que lo acogió en su casa.
—Yíos... —tomó energía para sujetarle la mano, haciéndole sentir la fragilidad de sus huesos—, hace días que vengo presintiendo mi muerte, pero por más que me quejo y dramatizo con ella a ti no parece afectarte. Dime, ¿no te importa que me vaya? ¿No te sientes triste por quedarte solo?
Yíos apretó suavemente la delicada mano.
—Le prometí que limitaría mi libertad mientras usted viviera. Entonces, una vez muera, podré volver a ser el de antes. No puedo estar triste porque sé que volveré a verla. Tengo muchos modos de conseguirlo: puedo viajar a la mente de un alter ego en el mundo en el que usted no ha muerto; puedo simplemente viajar una realidad igual a ésta en la que aún tenga mucho por vivir, y la reconfiguraré para que trascienda la vida de una sola realidad. Además, simplemente puedo esperar hasta volver a experimentar todo esto una y otra vez, infinitamente. Como ve, no tengo realmente razón para sentirme triste, porque nunca pierdo nada.
La señora Únza empezó a reírse pero le sobrevino un ataque de tos. Yíos fue a un cajón a sacar una botellita de jarabe y se lo dio en una cuchara. Cuando se lo hubo tragado, la señora Únza se sintió un poco aletargada y con la garganta fresca.
—Veo que a pesar de todos estos años no has aprendido a valorar las limitaciones —dijo respirando hondamente a intervalos.
—Sí desarrollé algún aprecio por ellas —dijo Yíos, con un gesto un tanto apenado por la decepción de las palabras de la anciana—. Limité mi omnisciencia y valoré la sorpresa; limité mi fuerza y valoré el esfuerzo; limité mi control sobre las naturalezas y valoré la lucha de cada entidad de este mundo, sobre todo la suya.
—Pero lo hiciste esperando el momento en que fueras libre, ¿no es así? Mi promesa sólo te encadenó por un rato, y cuando muera...
—¡No piense así! —Yíos lanzó un grito murmurado— No me molesta en absoluto limitarme de este modo para crear una historia como esta. Parte de mi consciencia siempre estará viviendo con usted en infinitos universos iguales a éste.
La señora Únza entrecerraba y abría los ojos; el sueño por momentos tocándola y dejándola en paz.
—Quiero que me hagas otra promesa, Yíos.
—Lo que quiera.
—Cuando muera, no hagas nada de lo que dijiste: déjame ir; no vayas a buscarme.
Yíos se quedó en silencio tras una fuerte inhalación.
—Es inútil —Yíos levantó un poco la voz—. Ya sé que tarde o temprano volveré a viajar, que mi consciencia volverá a ser parte de todas las entidades, que entre usted y yo no hay más que algunas variaciones de distancia. Es inevitable que vuelva a usted.
Ahora era la señora Únza la que apretaba con sus pocas fuerzas la mano de Yíos.
—Sí, lo sé —cada vez le costaba más hablar—. Sólo quisiera saber si habría alguien en mi mundo que se pusiera triste con mi muerte. Sé que mis hijos y mis nietos no lo harán; en el pueblo tampoco: algunos se alegrarán; a otros no les importará.
—No piense en eso.
—Es la verdad —unas lágrimas marcaron surcos en su rostro lleno de manchas—. Debes creer que es un deseo muy egoísta, pero quiero saber que le importé a alguien lo suficiente como para seguir apreciándome cuando ya no exista.
Yíos se apresuró a responder:
—Siempre existe todo en todo momento, en todo lugar, en todas las formas, y...
Se sintió interrumpido por el brusco movimiento negativo de la cabeza de la anciana.
—No, Yíos, yo estoy demasiado limitada para apreciar todo eso; no veo el mundo como tú. Quiero que aunque sea una persona en este universo en verdad sienta que ha perdido algo con mi muerte, algo que no podrá recuperar nunca.
Yíos contempló las lágrimas que seguían brotando como riachuelos de los ojos de la señora Únza, y tomando uno de los trapos de la cómoda, se las secó con movimientos suaves mientras ella mantenía los ojos cerrados.
—Así es la realidad —murmuró Yíos, más para sí mismo que para la anciana—: A veces para apreciar verdaderamente algo, hay que poder perderlo para siempre. Y como yo no puedo perder nada para siempre, cree que no podré apreciarla como lo desea. ¿Señora...?
***
El líder aceptó incluir la lámina, y quedó así decidida la sección Primus del texto Alfa del Evangelium Yíos. En seguida impusieron el azar al resto de las láminas, saliendo elegidas las siguientes, que se leerán para el resto de las secciones.
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No sé que tienes en la cabeza, pero es dificil de seguir. Leo y leo y tengo que volver para atrás. Supongo que tendré que empezar por el principio de tu Blog para encontrar sentido a tu narrativa. De todas formas, tienes una mente muy abstracta y eso es digno de admirar. Un saludo!
ResponderBorrarGracias por tus comentarios. Este escrito en concreto es difícil porque se supone que son fragmentos al azar, donde no importa su conexión con algún tipo de trama; deben ser leídos en sí mismos, más allá de su relación con los demás textos. Y en efecto empezar desde las Láminas azules puede ayudar a contextualizar un poco más, pero más que nada se trata de salirse de la mentalidad narrativa tradicional: aquí no hay inicios ni finales como tal, cada obra o incluso a veces cada fragmento es su propio proyecto, que puede estar ligado a otros pero que existe principalmente por sí mismo, o al menos así lo pretendo representar. Saludos.
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