Evangelium Yíos: Sigma (Tertius)

   



Donde Yíos vive con los homo deus beta, entre otras vivencias con entidades interesantes.

En la enorme ciudad de Yânt parecía imposible ver a dos seres iguales al mismo tiempo. Adonde dirigiera la mirada, una configuración nueva de naturalezas construían entidades cuyas formas, sonidos y consistencias desfilaban interactuando entre sí e ignorándose, cada una ocupada en su propia versión de aquella ciudad. “Ésta es la realidad”, dijo Yíos, “el mundo es tan vasto que todo puede caber en él, mientras no se importen entre sí.”

Tras explorar un rato la ciudad se encontró con un bar, y al entrar en él se topó con un ser en forma de escarabajo gigante que servía bebidas a los parroquianos. Se sentó a la barra y pidió vino. “Tú no me engañas”, dijo Samsa Trivial, que era cómo se llamaba el tabernero, “veo en tu cara que ya has probado mucho vino y que lo que en verdad deseas es probar algo desconocido, pero la nostalgia te hizo desear experimentar de nuevo lo que ya has experimentado muchas veces.”

Yíos respondió: “Ciertamente tiene razón; en mi estancia con los alfa probé muchos vinos y hasta ayudé a fabricarlos, pero ésta es la realidad: lo que ya ha pasado a veces quiere regresar, aunque sólo sea por un momento.”

Samsa Trivial le hizo probar otras bebidas y platicaron por bastante rato, al término del cual Yíos se ofreció a trabajar en su taberna. “Tú no me engañas”, dijo Samsa Trivial, “no quieres realmente trabajar aquí; sólo estarías reviviendo en otro contexto lo que ya viviste con los alfa. Pero tú no necesitas volver a ser lo mismo que ya conoces, de esos que imitan a los sapiens. Tú necesitas hacer lo que los sapiens no hacen.”

“Sabes dónde puedo encontrar a los homo deus beta”, preguntó Yíos, a lo que Samsa Trivial respondió: “Ellos están por todos lados, haciéndolo todo, desde cosas simples hasta complejas. Pero yo te recomiendo ir a buscar a un grupo de homo deus beta, el cual se dedica a proteger a Danzílmar Última más que solamente a vagar por pura curiosidad .”

“¿Proteger a Danzílmar Última de qué?”, preguntó Yíos. “Eso pregúntaselo a ellos”, respondió Samsa Trivial”. Yíos pagó la bebida y Samsa Trivial le indicó la zona donde sabía que se encontraban esos homo deus beta de los que hablaba. “Casi me engañas”, dijo Samsa Trivial antes de que Yíos hiciera ademán de marcharse, “me dices que quieres ser parte de muchas historias, pero presiento que también quieres ser el protagonista de alguna, como no lo pudiste hacer con los alfa. No me engañas, pequeño, no me engañas.”

***

A las afueras de la ciudad de Yânt había una enorme explanada donde se reunían los moas, y más allá se encontraba una colina donde los homo deus beta, según también escuchó de Samsa Trivial, se reunían de vez en cuando para reportar sus observaciones sobre cualquier cosa rara que pasara en Danzílmar Última, o algo así, pues el escarabajo gigante no sabía detalles.

Apenas se acercaba a la colina cuando uno le salió al paso. “¿Qué buscas? ¿Acaso quieres reportar algún incidente?”, a lo que Yíos contestó: “Me dijeron que ustedes viajan por todas las zonas de Danzílmar Última, manteniendo la paz y el orden. Quiero unirme a ustedes.”

El beta se presentó como Kúsat, encargado del grupo de homo deus beta conocidos como los hermanos casos, y añadió, contestando anticipadamente a la pregunta que Yíos iba a hacerle: “Gyéo Fúntuo nos liberó de la realidad que nos esclavizaba, así que a cambio nos pidió que patrulláramos a Danzílmar Última, como su sistema inmune.”

Yíos preguntó: “¿Qué tengo que hacer para poder unirme?” Kúsat respondió: “No hay problema si quieres unirte desde ahora; pero te advierto que mis hermanos podrían no estar muy convencidos, así que está preparado para hacer lo que te digan. Y si no encontrares su aprobación, entonces tampoco encontrarás la mía.”

Lo siguió Yíos al interior de la guarida, donde varios de sus hermanos aguardaban, y presentándolo les dijo: “Es voluntad de Yíos unirse a nosotros, así que trátenlo con rigor y no duden en ponerlo a prueba de ser necesario. Uno a uno lo llevarán a patrullar a diferentes zonas. Enséñale bien.”

“Así es la realidad”, dijo Yíos, llamando la atención de todos, “a veces hay que ganarse el derecho de participar en una gran historia.”

***

Lo hicieron acompañar a uno de los hermanos, llamado Dátiv, a una región llamada Kyél, la cual era una enorme desierto lleno por todos lados de ríos de agua helada. Habían reportado los habitantes que una serpiente gigante estaba destruyendo algunas de sus poblaciones y saqueando muchos de los minerales que extraían de la tierra, por lo que no podían seguir trabajando.

Yíos se mantuvo en silencio mientras Dátiv interrogaba a los locales, que estaban hechos de diferentes formatos pero con apariencia corporal similar a la de las rocas. Algunos les decían: “Es una serpiente tan grande como una montaña; su lengua es gruesa y musculosa, la usa como brazo para golpear el suelo y destruir cosas”. Y tras recibir indicaciones sobre dónde se la había visto por última vez, dejaron el pueblo y se adentraron en el desierto.

Mientras andaban, saltando y bordeando los ríos de agua helada, Dátiv le iba diciendo: “¿Cómo está tu habilidad para desconfigurar, pequeño Yíos?” a lo que éste respondió: “Con los alfa no se me permitía practicarla, puesto que homo sapiens no tenía tal libertad, pero en una ocasión logré desconfigurar a un ser que nos había atacado, así que creo que tengo buen dominio.”

Dátiv respondió: “Existen muchos seres capaces de manipular las naturalezas y jugar con ellas. Algunos lo hacen por razones perjudiciales. Si tu capacidad para controlar las naturalezas es inferior a la de ellos, te arriesgas a que te arrebaten las tuyas. Cuando encontremos a la serpiente, quiero que me muestres tu capacidad para desconfigurarla, pues ésta es, por cierto, una de las formas preferidas de Gyéo Fúntuo para someter a otros seres.”

“Llegando a una zona en la que interseccionaban cuatro ríos, se sintió un gran terremoto bajo sus pies. De la tierra salió disparada, opacando el sol, un enorme serpiente que, sin esperar, dejó caer su lengua musculosa sobre ellos. Ambos lograron esquivarla pero Dátiv se hizo un lado para dejar actuar a Yíos, el cual lo primero que intentó fue ordenarle a la naturaleza de la serpiente que se desmoronara, como lo había hecho cuando fue atacado con el comerciante, pero la libertad de la serpiente era demasiado grande y mantenía a su naturaleza en su lugar.

Queriendo intentar algo más preciso, el pequeño homo deus hizo un mapa mental de las configuraciones que percibía de ella: altura, peso, forma, las manchas de sus escamas, su longitud, la forma romboidal de sus ojos, su capucha redondeada y su gruesa lengua rosada. Al mismo tiempo se desplazaba para esquivar los golpes, que con ligeros estruendos hacía volar la arena por el aire.

Se concentró para anotar otras características de su naturaleza, sus intenciones, sus deseos, sus memorias, y cuando logró entenderlas todas, o al menos la mayor parte, le ordenó al concepto de fuerza que la abandonara, pero esta se rehusó y el siguiente golpe casi lo aplasta.

“Tu voluntad es demasiado suave”, gritó Dátiv con desaprobación, “Expulsa sus naturalezas a la fuerza; éstas no van a obedecer solo por intimidarse ante ti”. Tras lo cual Yíos lo volvió a intentar y la fuerza abandonó un poco a la serpiente, haciendo que sus golpes fueran más suaves; pero cansado por el esfuerzo, se relajó y la naturaleza de la fuerza regresó a la serpiente.

“No solo debes expulsarla”, gritó Dátiv, “tienes que prohibirle regresar. Haz valer tu voluntad: ¡Imponla por la fuerza!” Y tras un tiempo, e intentándolo con diferentes características, Yíos logró reducir la velocidad de la serpiente, que sus colores se le apagaran y que su memoria quedara nublosa, todo lo cual parecía enfurecerla más.

Harto de esperar, Dátiv se acercó y lo apartó. Entonces, de un fuerte grito que pareció resonar por todo el desierto, le ordenó a la mayoría de la naturaleza de la serpiente que la abandonara, y de esa manera la serpiente cayó y empezó a desmoronarse dejando únicamente su cuerpo inmóvil sin memoria, sin voluntad, sin conciencia.

Entonces Dátiv encaró a Yíos y le dijo: “Ahora tú vas a volver a reconfigurar a la serpiente y a desconfigurarla, y no nos detendremos hasta que puedas hacer de ella todo lo que tú quieras, hasta que puedas modificar su naturaleza a capricho.”

Así pasaron los siguientes tiempos en el desierto ahora que la serpiente ya no era un peligro para nadie. Yíos se esforzaba por redefinirle su naturaleza devuelta, y tan pronto la serpiente volvía a atacarle, intentaba volver a desconfigurarla. Poco a poco empezó a acostumbrarse a jugar con sus naturalezas y a cambiarlas a voluntad, siempre bajo la supervisión impaciente de Dátiv, que no dejaba de recriminarle que tardaba demasiado.

Mucho tiempo después, Dátiv le ordenó: “Configúrala de manera que se convirtiera en un moa capaz de volar”, y tiempo después, cuando Yíos al fin lo consiguió, le volvió ordenar: “Ahora transfórmala en un pez que pueda respirar en el aire”. Y así cada vez que Dátiv ordenaba como configurar la serpiente, Yíos obedecía, cada vez necesitando menos tiempo para conseguirlo.

Las órdenes se hacían cada vez más y más complejas, hasta el punto en que ni siquiera parecía que en su naturaleza central se tratara de una serpiente. Ya la había transformado en prácticamente todo lo que Dátiv se pudiera imaginar cuando al fin éste le dio la última orden: “Ahora que ya puedes hacer lo que sea con sus naturalezas, quiero que la vuelvas a transformar en la serpiente que era, pero que modifiques su voluntad para que cese sus deseos de destrucción.”

Yíos dijo: “Pero si la vuelvo a su estado original, tendrá sus necesidades originales, y la configuración normal de la serpiente era tener que destruir porque se alimentaba de la destrucción. Si hago que ya no desee destruir, perecerá.” A lo que Dátiv respondió: “Entonces modifica su naturaleza para que aquello que le dé la vida sea otra cosa.”

Yíos lo pensó por un largo rato, al final del cual decidió reconfigurarla para qué aquello que la mantuviera con vida fuera proteger a los habitantes de la región de Kyél de cualquier otra amenaza, así como los hermanos casos hacían, tras lo cual la serpiente volvió a esconderse bajo tierra y sólo saldría cuando algo pusiera en peligro a su región.

Kúsat se mostró complacido con esa reconfiguración y le preguntó por qué había escogido eso, a lo que Yíos contestó: “Así es la realidad: la victoria no es sólo apaciguar lo dañino, sino más aún lo es volverlo beneficioso.”

***

Tiempo después Yíos acompañó a una beta llamada Génit a una región conocida como Yaôk. Habían reportado que una sección de la selva tenía un comportamiento extraño: aquellos que entraran en ella eran desconfigurados hasta morir o desaparecer.

Mientras se adentraban en la selva, iba Génit muy despreocupada contándole a Yíos cómo Gyéo Fúntuo la había liberado a ella y a sus hermanos de una realidad donde sólo eran elementos lingüísticos, y les había dado una existencia propia. “Tú te pareces un poco a él”, añadió, “tu mirada es tan curiosa, como la que él tenía en el momento de liberarnos.”

Llegaron en poco tiempo a una región llena de colinas, donde el número de árboles y de plantas empezó a decrecer hasta dejar una sección prácticamente vacía de vida, un óvalo de tierra muerta gris. Se quedaron de pie a la orilla de ella y Génit le ordenó que entrara.

A los pocos pasos, Yíos notó cómo los componentes de su naturaleza empezaban a separarse, como una estatua que poco a poco se desmorona en polvo. Estaba empezando a sentir que salía volando en pedazos cuando Génit sujetó firmemente cada uno de sus componentes definidores y los obligó a mantenerse juntos, tirando al mismo tiempo a Yíos fuera del óvalo.

Dijo Génit, “Al parecer es verdad que este punto es capaz de desmoronar a los seres, pero antes de repararlo vamos a aprovechar para entrenarte un poco. Existen muchos seres que van a querer imponerse sobre ti para robarte tus naturalezas, así que ahora vuelve a entrar e impide que los componentes que te definen se escapen de ti.”

Así empezó Yíos a practicar el mantener su naturaleza, incluso cuando la zona intentaba desconfigurarlo. Al principio Génit tenía que salvarlo para que sus componentes no se diseminaran por toda la existencia, y conforme fue pasando el tiempo Yíos lograba permanecer más tiempo en la zona, cada vez experimentando una lenta degradación.

Mucho tiempo después, Yíos consiguió que ni un solo fragmento de su naturaleza le fue arrebatado, y cuando Génit estuvo satisfecha le dijo: “Ahora configura esta zona a fin de que sea segura para los que quieran entrar en ella.”

Yíos permaneció un tiempo en silencio pensando, lo que confundió a Génit, pero al final se apropió de las definiciones de aquella zona y las cambió a voluntad. Génit preguntó qué había hecho y él pidió que entrara.

Apenas dio Génit unos pasos, sintió que la zona le proveía a su cuerpo de algunos beneficios: el cansancio, el hambre, la tristeza, la enfermedad, entre otros aspectos negativos, salían de su ser como si fuera una zona hecha para desconfigurar el sufrimiento.

Cuando le preguntó por qué había hecho eso, Yíos contestó: “Esta zona está muy apartada de los habitantes, por lo que para llegar acá tendrán que recorrer un largo trecho y probablemente se encuentren cansados y con hambre, así que configure la zona para que todo aquello sea aliviado de inmediato”, y agregó resueltamente: “Así es esta realidad”.

***

Fue Yíos con el hermano Nóminat a una región llamada Híns, donde habían reportado que una entidad le estaba robando la naturaleza a sus habitantes. Cuando llegaron, las diversas entidades les salieron al paso, con sus formas, colores y consistencias parcialmente mutilados, por lo que eran como monigotes cuya forma original apenas podía distinguirse. Les suplicaron que fueran tras dicha entidad, pues no sólo les había mutilado de sus apariencias sino también de sus habilidades, por lo que los pescadores olvidaron cómo pescar, los barrenderos cómo barrer, las madres cómo amamantar. A esta entidad la llamaron Nózem, que significaba Sombra en su idioma.

Yendo a la costa donde la entidad había sido vista, iba diciendo Nóminat, que con energía y seguridad guiaba la marcha: “Pequeño Yíos, tal vez hayas aprendido bien con mis hermanos, pero la lección que en esta aventura aprovecharé para darte no será digna de elogio en caso de éxito, pues no se trata más que de la base absoluta que debe dominar todo aquel que quiera unirse a nosotros, mucho más si un día quieres unirte a los gamma, como presiento. Así que escucha bien: esta entidad tiene la libertad de robar características y apropiárselas para sí mismo, por lo que tu deber será hacer exactamente lo mismo: no lo desconfigures como has hecho con otros; aprópiate de todo lo que posea hasta que no haya diferencia entre los dos. Si lo logras, concederé que tu adición nos brindará de buena ayuda en lugar de seguir como una carga a la que estar entrenando.”

Pronto llegaron a la orilla del mar; el estruendo del viento y las nubes negras del horizonte presagiaban una tormenta. Con los pies metidos en el mar, mirando concentradamente a la tormenta, estaba Nózem, una entidad cuyos elementos descriptivos eran tan vastos y cambiantes que sólo para describir un segundo de su existencia harían falta volúmenes enormes. Pero básicamente era una especie de espejo humanoide en el que se mostraban, tanto de forma estática como dinámica, todas las formas, colores, descripciones y demás naturalezas que había robado desde que tenía memoria. Aunque volteó a mirarlos no los percibió con una sino con todas las conciencias que había arrebatado. Se les acercó con una moción que no era ni totalmente caminata, ni totalmente vuelo, ni totalmente teletransporte.

Nóminat hizo avanzar a Yíos de un empujón y se hizo a un lado. Yíos, recordando lo que ya había hecho con los otros hermanos, organizó las naturalezas de la entidad y probó ver cuál obedecía más fácilmente la imposición de abandonarlo e integrarse a él. Nozém tampoco perdió el tiempo e intentó integrar para sí las descripciones de Yíos, pero por suerte, debido a su entrenamiento con Génit, éste ya poseía la libertad para evitar ser desconfigurado. Quedaron ambos así en una batalla silenciosa, estáticos a unos metros de distancia, no haciendo nada en apariencia. Más en el mundo de la abstracción los dos se esforzabas por atraer para sí al menos una descripción del otro mientras impedían que le arrebatara alguna de las suyas. La desventaja la tenía Yíos, que si bien resistía de forma eficiente, no tenía experiencia atrayendo definiciones, por lo que éstas se le resistían con mucha mayor fuerza. Por otro lado, la forma en la que Nózem se imponía sobre las definiciones de Yíos hacía cada vez más difícil resistirlo.

La tormenta se acercó durante mucho tiempo con lentitud. Nóminat se aburrió de ese juego abstracto de vencidas y espetaba a Yíos a que se diera prisa. Cuando pasó el tiempo suficiente para que todos perdieran la paciencia, las definiciones de Yíos empezaron de repente a ser absorbidas. Nóminat fue presa de la confusión cuando en poco tiempo Yíos fue reducido a un boceto, luego a una franja que apenas dibujaba su contorno, y al final nada.

Frente a Nóminat se mantenía de pie Nózem, solo y cansado, y en su cuerpo de espejo se vieron algunas de las imágenes del pequeño Yíos, que ahora definía más a esa entidad. Nóminat sintió lástima por un instante, pero se mantuvo firme y decidió terminar el trabajo él mismo. Pero ocurrió entonces que el cristal del que Nozém parecía hecho empezó a empañarse hasta volverse opaco. En el transcurso de un minuto, una sombra apareció en la zona de la cabeza, que poco a poco se fue aclarando hasta revelar las características que definían a Yíos. El resto del cuerpo también se aclaró, mostrando las imágenes ya conocidas del resto de la forma y colores de Yíos. Por último, la consistencia cristalina se desvaneció hasta convertirse en el mismo material que el homo deus. Ya no se veía a Nozém ni su cúmulo de definiciones, sino solamente a Yíos como si se hubiera apoderado del espejo desde adentro.

Iba Nóminat a interrogarlo cuando Yíos encaró a la tormenta, que para ese punto ya dejaba caer un fuerte chubasco sobre la playa, y entrando en el mismo tipo de batalla abstracta que acababa de tener empezó a desconfigurarla, nube por nube, gota por gota, hasta que el día volvió a estar despejado y el viento cesó.

Volvió Yíos con su mentor y respondió a su pregunta antes de que la hiciera: “Como no podía atraer sus definiciones a mí, se me ocurrió dejar que absorbiera las mías, y una vez dentro de él me volví a reconfigurar a la fuerza, tomando las suyas al mismo tiempo. Pero una vez hecho eso, pude ver lo que pasaba en sus memorias: esa tormenta no era normal; era una entidad maliciosa que robaba las naturalezas de los seres hasta reducirlos a la nada, una especie de hermano mayor de Nózem. Él intentó detenerla ofreciéndole las naturalezas parciales de un número limitado de seres con la esperanza de aplacar su hambre y así evitar que desaparecieran todos los habitantes de Híns. Pero mientras luchábamos notó que una de mis definiciones era la desconfiguración de características, cosa que le ayudaría a detenerlo definitivamente. Intentó arrebatarme esa naturaleza, pero yo me apoderé de las suyas desde adentro, y cuando impuse mi existencia decidí cumplir con su cometido.”

Regresaron con los habitantes y les regresaron sus definiciones, revelando que eran seres de formas monstruosas con una cantidad excesiva de miembros. Por último le contó a los habitantes toda la verdad. "¿Por qué no solamente nos advirtió? Con gusto le habríamos prestado nuestras definiciones para detener a esa tormenta", preguntó el líder, que tenía veintisiete bocas, cuarenta y dos cabezas repartidas en ciento setenta cuellos y siete cuatrillones de dedos repartidos en ochenta manos gigantes. Yíos respondió: “Nozém pertenece a una estirpe de vigilantes de la realidad cuya función es controlar la cantidad de definiciones que puede tener una entidad. Pero empezaron a aprovecharse de su libertad para hacer desaparecer a los seres que consideraran inferiores. Nózem se opuso a ellos y le impusieron muchas limitantes, entre ellas la capacidad de comunicarse incluso adquiriendo dicha naturaleza de otros seres.” Y añadió: “Así es la realidad: aunque no siempre seamos libres, tenemos que actuar.”

Se fueron de ahí Yíos y Nóminat, que aunque no lo demostrara estaba complacido por la forma en la que había actuado. Pero todo eso le había generado una pregunta: “¿Cómo es que esa tormenta ladrona de definiciones logró entrar a Danzílmar Última? Tendría que haber pasado desapercibida para Belenzítih.”

***

Kúsat fue el encargado de avisar a Belenzítih del asunto, y tras un tiempo regresó con la noticia de que tal hecho podría indicar que algún ser con una libertad mayor lo había dejado entrar, por lo que el grupo de los hermanos casos fueron asignados con la tarea de patrullar algunas de las zonas y reportar las naturalezas sospechosas de cualquier ser, con mucha más atención de lo normal, obteniendo incluso el permiso de infiltrarse a la fuerza en los recuerdos de quien fuera necesario.

De ese modo Yíos acompañó a los hermanos casos, los cuales poco a poco dejaron de verlo como un aprendiz y empezaron a respetarlo como a uno más de ellos, sintiéndose complacidos por su desempeño resolviendo conflictos en las diversas áreas de Danzílmar Última.

No fue sino hasta que un homo deus beta llamado Antoine Roquetin, amigo íntimo de los hermanos casos, los contactó un día, y tras presentarse con Yíos dijo: “He encontrado información importante en la región de Êtbaz. Se cuenta que uno de los antiguos discípulos de Gyéo Fúntuo fue visto por la zona, pero en lugar de aparecer como un ser trascendental, lo vieron como un ermitaño que vivía casi desnudo en una cueva.”

Yíos acompañó a Kúsat y a Antoine Roquetin al lugar donde habían visto a dicho ser. Kúsat explicó: “Los discípulos originales de Gyéo Fúntuo poseen una libertad lo bastante grande para no ser detectados por Belenzítih y los demás gamma, pero es extraño que éste no se haya reportado ante ellos, como habían acordado hacerlo cuando visitaran este mundo.”

Llegaron a los pies de una montaña en una colina verde de hierba. En la falda estaba la apertura de una cueva. Un hombre salió de ella vestido de ropa blanca, sucia y raída, con una barba muy larga y llena de hojas. “¿Venís a ver a mi dios acaso?” Preguntó en cuanto se acercaron. Antoine Roquetin dio un paso al frente y preguntó: “¿Acaso es Alá el discípulo de Gyéo Fúntuo que se encuentra ahora en Danzílmar Última?” el hombre asintió.

Kúsat se aproximó: “Déjanos hablar con él, Muhammad”. Éste permaneció serio: “Mi dios no desea hablar con nadie.” Kúsat, ante tal respuesta, lo encaró amenazante e hizo ademán de querer entrar a la cueva por la fuerza.

Muhammad se dispuso a proteger la entrada de la cueva y Kúsat casi lo ataca, pero entonces del fondo de la cueva salió un lamento, se escucharon pasos y lentamente salió el dios Alá, que interponiéndose entre Kúsat y su creación preferida le suplicó que lo dejara en paz y que si deseaba hablar, lo haría.

Tras bajar los ánimos, Kúsat cuestionó a Alá: “¿Por qué volviste a Danzílmar Última de esta forma?” A lo que el dios Alá respondió: “Desde que Gyéo Fúntuo se fue, varios de los demás dioses han intentado seguir cumpliendo con su ejemplo en otros universos, pero yo me enteré de que mi hermano Jehová ha planeado un ataque a Danzílmar Última. Me ofreció parte de la gloria si lo ayudaba, pero tuve miedo de lo que pasaría si Gyéo Fúntuo fuera a regresar algún día y descubriera que Danzílmar Última y otras realidades están bajo el control de Jehová, por lo que, ante mi negativa y cobardía, decidió reducir mi libertad a la fuerza y me arrojó aquí para vivir de esta forma humilde, como una entidad limitada más. Y así tengo la intención de quedarme para demostrar que no soy cómplice de lo que mi hermano quiera hacer.

Enojado, Kúsat tomó a Alá del cuello: “¿Fuiste tú o Jehová el que permitió la entrada de ese ser que roba naturalezas?” Muhammad intentó proteger a su dios, pero éste lo detuvo y respondió: “Es posible que Jehová haya hecho alianzas con otros seres que odian a Gyéo Fúntuo, por lo que presiento que no va a ser el único que llegue.”

“¿Sabes cuándo volverá a atacar Jehová?” Pregunto Antoine Roquetin, a lo que Alá respondió: “Mi hermano quiere aumentar su existencia antes que nada. Yo le insistí que no sería posible, que aun sí lograra escabullirse a sí mismo y a otros seres a Danzílmar Última, serían destruidos apenas Belenzítih, los hermanos casos y los demás trascendentales los encontrarán. Pero no me hace caso; está enojado con Gyéo Fúntuo por haberlo despertado a la realidad de que no es el ser supremo de la existencia.”

Kúsat preguntó si llegado el momento, podrían contar con su apoyo y el de los demás dioses, a lo que Alá le contestó: “No puedo hablar por el resto de mis hermanos, pero mi libertad está muy limitada para hacerle frente. Dejo toda mi confianza en ustedes; yo sólo me limitaré a vivir en esta cueva alejado ya de toda trascendencia, que desde que aprendí la verdad trivial de ser un dios he intentado buscar una oportunidad para alejarme de todos.”

Antes de que los tres beta se fueran, Muhammad lanzó un último grito: “Sin importar lo que pase, Alá es para mí el más grande.”

***

Siguieron aumentando los casos en los que reportaban que, en varias regiones de Danzílmar Última, habían sido avistados muchos seres creados por Jehová, los cuales se hacían llamar Santos. Fueron apresados e interrogados, pero sólo mantenían silencio. La invasión forzada de sus mentes tampoco dio resultados, pues pronto descubrieron que una libertad mayor los mantenía vacíos de toda memoria y voluntad, como cáscaras sin fruta.

Durante ese tiempo incrementaron la seguridad en Danzílmar Última. Muchos homo deus gamma y beta fueron reclutados para vigilar las áreas, y Yíos junto con los demás hermanos fue testigo de cómo los habitantes empezaban a tener miedo, dada la noticia de que un ser de gran trascendencia estaba planeando atacar. Por eso cada vez que veían a alguno de los vigilantes lo trataban con gran deferencia y respeto, y les daban regalos o les invitaban de sus productos.

En una ocasión mientras patrullaba la ciudad de Dyánz, una ser de apariencia anciana le regaló a Yíos un gorro blanco y negro, diciéndole así: “Hace mucho tiempo le regalé un gorro similar a Gyéo Fúntuo como agradecimiento por acogernos en Danzílmar Última, y dado que tú te pareces un poco a él, quiero regalarte otro igual”. Desde entonces Yíos portó el gorro casi todo el tiempo.

***

Las creaciones de Jehová iban aumentando el número y fueron puestos en contención bajo la vigilancia de Belenzítih. Uno de estos era llamado Yéshua, considerado el hijo de Jehová y su creación más amada. Fue interrogado e intentaron desconfigurarlo para extraerle la información, pero al igual que los demás, había sido configurado por una libertad superior a la que podían doblegar, y durante todo su encierro no hacía nada más que quedarse en silencio y mirar a todos con una sonrisa apacible. Las únicas palabras que alguna vez dijo fueron: “Hágase la voluntad de mi padre, no la mía.”

El consejo de los homo deus gamma, viendo que no podían tocar las naturalezas de los Santos, decidieron que no tenían más alternativa que exiliarlos a la fuerza de Danzílmar Última de ser posible, pero justo cuando estaban por intentarlo, tanto Yéshua como el resto de los santos unieron sus características en una sola entidad: Jehová.

***

Belenzítih se enfrentó directamente a Jehová intentando mantenerlo dentro del cubo. Se enfrascaron los dos en una lucha abstracta por desconfigurar al otro. Mientras tanto, Yíos, junto con los demás hermanos casos y otros seres trascendentales, protegían a la población de las diversas tormentas que se avecinaban por toda Danzílmar Última, reduciendo al vacío a los desafortunados habitantes cuyas naturalezas fueran absorbidas. Por cada tormenta que eliminaran, conservaban las naturalezas robadas para volver a manifestar al ser en cuestión una vez pasara el peligro. El resto de los habitantes fueron conducidos a universos copias, que servían de refugio en caso de emergencia.

Después fueron a apoyar a Belenzítih, intentando todos usar su libertad para desconfigurar a Jehová. Éste, al notar la presencia de Yíos, se dispuso atacarlo directamente usando su omnipresencia. Yíos percibió en la naturaleza de Jehová un odio profundo contra Gyéo Fúntuo mientras usaba su voluntad para desconfigurarlo e imponerle limitantes. Le hizo sentir dolor, le dio corazón y venas para hacerlo sangrar, le dio huesos para rompérselos, y le dio una mente frágil para perturbarlo con visiones.

En medio de esa agonía dijo Yíos: “Ésta es la realidad: el sufrimiento también es una herramienta para las historias.” Dicho comentario enfureció aún más a Jehová, quién lo hizo pasar por un tormento al que había llamado Infierno, en el que lo mantuvo cautivo mientras le lanzaba comentarios incoherentes y llenos de arrogancia: “Tú escogiste este castigo al rechazarme. Sólo es grande el que se humilla ante mí. No hay mayor castigo que mi ausencia. Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin.” Y torturaba a Yíos exclamando: “¡Amén, amén, amén!”

No obstante, esta obsesión por atormentar a Yíos terminó por hacer que los demás tuvieron la oportunidad de infiltrar sus definiciones desde otros frentes, y muy lentamente, tanto como el periodo de vida de muchos universos, le impusieron a Jehová limitaciones más de lo que él lograba repelerlos.

Terminaron todos presas de dolor y desesperación impuestos entre sí, pero Belenzítih y los demás lograron reducir la configuración de Jehová lo suficiente como para darle un cuerpo físico, sin la libertad de usar las naturalezas de otros.

Una vez Jehová quedó inconsciente, los gamma y los hermanos casos recobraron sus naturalezas, y Yíos fue liberado de su tormento, regresándole todas sus definiciones anteriores. Y poniéndose en pie fue hacia donde estaba Belenzítih, que sujetaba a Jehová, y le pidió poder hablar con él directamente.

Belenzítih accedió e impuso el despertar en Jehová, que al verse tan limitado como un ser sin trascendencia empezó a maldecir a Gyéo Fúntuo y a todos los seres trascendentes, y más se llenó de furia cuando vio al pequeño homo deus que tanto le recordaba a Gyéo Fúntuo.

Yíos habló de este modo: “Mientras estaba en ese estado de penuria qué configuraste y qué llamaste infierno, logré pensar esta conjetura: todas tus creaciones pasadas que tampoco te amaron terminaron ahí, ¿es verdad eso?”

Jehová no contestó. Yíos prosiguió: “Ese infierno es el estado que configuraste para albergar a todos los que no te siguieran en Danzílmar Última, ¿verdad?” El corazón de Jehová se endureció todavía más, y Yíos hizo otra pregunta: “¿Cuál es el punto de hacer todo esto si al fin y al cabo también tú sólo eres una variación minúscula de Apogyéus?”

Los ojos de Jehová se llenaron de odio y tristeza, y dijo en voz muy baja: “Yo era el ser máximamente grande en mi creación hasta que Gyéo Fúntuo me sacó de mi eternidad, y resulta que no soy más que uno de infinitos seres trascendentales junto con mis hermanos, y que nuestra grandeza no es más que una minúscula variación de la realidad y de las ficciones. Yo sólo quería volver a lo que era antes...”

Y cómo Jehová se sumió en un silencio definitivo, Belenzítih lo levantó para llevárselo mientras el dios balbuceaba: “Me amarán por sobre todas las cosas, me amarán por sobre todas las cosas...”

***

Así vivió Yíos un año más entre los beta, volviéndose tan respetado en Danzílmar Última como uno más de los hermanos casos. Cuando presintieron todos que le había llegado la hora de irse, le dijo Kúsat: “¿Ya has creado suficientes historias en Danzílmar Última?” A lo que Yíos contestó: “Así es la realidad: no tengo que tenerlo todo a la vez; puedo irme y luego regresar, cuando extrañe las historias de este mundo.”



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