Evangelium Yíos: Omega (Secundus)
Momentos oníricos representados por personajes que Yíos ha sido.
Gyéo Fúntuo
¿Y quién te lo dio?
Yíos
Recuerdo calor debajo de las sábanas y (se mueve la sombra de Únta frente a la ventana abierta [haz de luz lunar dulce, contorno curvilíneo de la cabeza a los muslos]) en otra parte, quizá lo habría conseguido también {“Ven, Yíos,” dirá Únta, “ven a ver la luna conmigo”}. ¿O fue antes? (avanza lento y contempla la playa de arena salina) En algún lugar de por aquí estaba quien me lo dio [azul cielo sobre un azul marino sobre un blanco sal (Génit le da un empujón para que salga al viento) {“Anda,” dice Génit, “di lo que siempre dices de que así es la realidad o algo”}.
Gyéo Fúntuo
Mejor sólo cuéntame cuándo fue.
Yíos
Tengo razones para pensar que fue cuando me hice homo deus delta, en el {“¿Pero no te ibas a casar?” pregunta Ákwa, “¿vas a dejar a esa alfa esperando para siempre?” [traje blanco ceñido, costumbre de sapiens, ramo de rosa delante de una sonrisa radiante] “Un alter ego lo hará”, dice Yíos. (El alter ego la toma en brazos, la lleva a bailar a la tarima debajo de la cual los músicos tocan la danza tradicional para las bodas) mundo de los pentágonos. {“Invítame a tu boda,” dice la diosa Gea} ¡No: fue antes! ~Pertenecía a los que no pueden contener su emoción: por su alegría se destruía un megaverso al azar. Cualquier posible estorbo que pudiera arruinarle cumplir con su diversión o capricho podría encontrar una transformación cruel~ {“¿Estás hablando de mí?” Preguntó Ákwa. “¡No!” interrumpió Génit, “me describió a mí}.
Gyéo Fúntuo
Te has descrito a ti mismo.
Yíos
[Cabello con voluntad propia que siempre le llevaba la contraria al viento] Excepto cuando recordaba que yo era el viento (se dejó llevar, extendiendo los brazos ~en su universo interno existe un planeta que encuentra placer en sólo resignarse al movimiento de la realidad, siempre y cuando se identifique a sí misma como fragmento y a Yíos como el todo~, cerrando los ojos, disfrutando la existencia misma. {“Eres muy sencilla”, dice ¿quién? “A Yíos le gusta que le saquen provecho a la libertad (viaja de mundo en mundo liberando a los pobres seres limitados al capricho de una libertad angosta), “fuera el hambre, la sed, el tedio, la incomodidad. ¿Para qué tenemos tanta libertad sino para liberar a los demás?} Sí, y también regresábamos de tanto en tanto a ver que no surgiera otra naturaleza malévola, pero {“Tu libertad es miope”, dice ¿quién? “A Yíos le gusta la variedad, huir de lo seguro y monótono, explorar tesis y contratesis, (redefine mundos para que a veces haya dolor, otras placer, alternándose entre las calamidades y la calma; gobierna en ellos como dictadora por milenios y luego como sirvienta. En unos mundos es poderosa e impone su voluntad; en otros se le arroja a sus pies y le ruega que le deje ser su tapete) dominaban placer y dolor, poder y sumisión. La libertad es redonda y cambiante} siempre pasaba lo mismo. Todas tienen razón, y aun si vienen más a contradecirse entre sí, nunca se equivocan.
Gyéo Fúntuo
Me gusta la realidad en la que te casaste con Únta, y tus compañeras beta, gamma y delta no dejaban de interrogarla para descubrir si en verdad una alfa que había decidido no ser más libre que un sapiens era del interés de Yíos {“Entre tanta libertad para escoger,” dijo Únta, “al menos una debe representar la mínima libertad”}. Ahí están los otros mundos donde a las demás no les importó y se fueron, pero revivo una y otra vez aquél en el que sintieron celos de que una alfa tuviera el vínculo.
Yíos (como Únta)
¡Oh, todo es teatro, queridas! Mi voluntad un día cambiará para representar otro papel. Quiero también ser la madre, la viuda, la amante de otro, la que es engañada, la que asesina y es asesinada por celos, la que lo busca por venganza o porque no puede vivir sin él, la que lo olvida, la que se suicida por no poder olvidar, la que ama a sus hijos, la que los aborrece, la que vive junto con él para siempre en una historia crepuscular sin mancha, la que sufre a manos de su violencia, la que lo hace sufrir con violencia, la que es su ama, la que es su esclava, la que es indiferente, la que sólo puede pensar en él, la que está dispuesta a traicionarlo, la que moriría antes de llevarle la contraria...
Yíos (como Génit)
Tu teatro es admirable, pero es finito. Yo quiero ser con él más que un elemento de cómo está contada su historia: quiero ser todos sus casos, todos sus tiempos, todos sus aspectos, todas sus flexiones, todos sus nexos, todos sus sustantivos, todos sus adjetivos, todos sus verbos, todas sus frases, todas sus oraciones, toda su gramática, toda su fonología, toda su sintaxis, toda su semántica, toda su pragmática, toda su ortografía, toda su prosodia. Quiero que me use para escribir sus historias y para escribirse a sí mismo en ellas...
Yíos (como Gea)
Nada más que satisfacer deseos egoístas, tanto los vuestros como los de él. Lo importante está aquí, en cómo beneficiamos a las ficciones. Yo con él crearía las obras más hermosas y placenteras, sin pizca de crueldad donde podamos gozar él, yo y todas las variaciones que podamos crear. Haremos un paraíso de la soberbia, donde él será el emperador y yo su emperatriz, y gobernaremos a voluntad sin que nunca el sufrimiento se materialice. Haremos un paraíso de los sentidos, donde satisfaremos nuestra gula, lujuria y pereza sin fin, compartiendo nuestra dicha con nuestras variaciones sin consecuencia ni propósito. Haremos un paraíso de la satisfacción posesiva, donde poseeremos todo bien, material o espiritual, y todo conocimiento y emoción que nos libre de alguna vez recordar que allá afuera existe lo que causa malestar...
Yíos (como Ákwa)
Todas se complican demasiado. En lo sencillo de aceptar toda realidad, en su simpleza o complejidad, se halla el verdadero deseo y balance. Con él crearía historias cortas o largas, sencillas o complejas, aburridas o divertidas, con enseñanzas útiles o inútiles, dolorosas o placenteras, triviales o serias, donde seamos amigos o enemigos, amantes o rivales, esclavos o libres, grandes o pequeños, abstractos o concretos, en las que podamos hablar o callar, movernos o permanecer inmóviles, ser inmortales o perecer, crear o ser creados, adorar o ser adorados, sufrir o hacer sufrir, engañar o ser engañados. Así será hasta que no haya diferencia entre él y yo: decir Yíos será sinónimo de decir Ákwa, que a su vez será sinónimo de decir Apogyéus...
Gyéo Fúntuo
Creo que todas quieren usarte para volver a Apogyéus.
***
Sabía que decidirías variarte, pero me desconcertó que fueras a escoger cambiar de apariencia para verte de mayor edad. Podías ahora tomarme de las axilas y levantarme sobre tu cabeza, y lo hiciste para que me diera cuenta de que era un cambio de verdad y no ilusorio, creo. Y yo, que cuando te vi por primera vez eras pequeñito; cómo me gustaba sentarte en mi regazo y darte de comer en la boca, y luego con mis manos alrededor de tu cintura para ver las puestas de sol con mis hermanitas. Yo te llevaba por todos lados cargándote, ¿recuerdas? También te hacía subirte a mi espalda para volar sólo porque podía; y cuando volviste, me hiciste volar a mí en tus hombros, y dábamos vueltas y vueltas más allá del universo para pasear entre los demás, y me apretaba a ti porque no era tan libre para brincar sola entre las realidades y temía caerme y que me perdieras. En cambio conmigo fuiste muy alto; me decían que parecía la mitad de ti; exageraban, pero sí se me alzaba mucho la barbilla para mirarte a los ojos. Yo era cobarde; mis hermanos lo sabían; mi naturaleza era la de estar siempre pegada a lo que era más importante que yo, siempre un complemento para un sujeto, un objeto, o incluso otros complementos; yo indicaba quién poseía qué, pero a la vez no poseía nada. Viniste tú, en la forma de tu gran alter ego, y nos sacaste de esa esclavitud. De él admiré el deseo de libertad y creación que luego vi en ti, en cada gesto de satisfacción que tenías al completar la más sencilla de las historias, incluso si tu rol era mínimo. Perdí mi miedo a volver a ser un complemento sin función propia, y me sumergí contigo en esas realidades tan abstractas como mi naturaleza primigenia, y ya no me sentí atrapada, porque estabas ahí para ser mi núcleo, y luego yo el tuyo, y logramos crear frases maravillosas sólo variándonos como un único idioma hecho de todos los signos. Yo era simple, y aún lo soy; nunca busqué la grandeza en mis variedades; si me sentía cómoda, permanecía en esa ficción por una eternidad. Me aburría fácil, para ser honesta, pero mi aburrimiento era parte de mi seguridad en la realidad que me acogía: si el tedio me ganaba, entonces el mundo era cómodo, y si era cómodo, me hacía feliz. Tu primera visita me hizo interesarme por cómo eran las aventuras en un mundo caótico, donde los dioses se volvían locos y atacaban a las ficciones, donde los seres libres esclavizaban a los menos libres, donde los que tienen voluntad la imponen, y los que no, la reciben. Te pedí que me tomaras en brazos y me llevaras a ver algunas; quería verte liberar toda esa energía que querías mostrar en el universo cuna. Anda, múestrame cómo creas historias, cómo doblegas a los seres ante tu libertad, pero también te resignas a doblegarte ante ellos cuando la historia así lo necesite. Luego lo intenté yo, pero sólo quise doblegar, y me definiste para no ser nunca doblegada, y luego fui a otra realidad que también doblegué y me sentí orgullosa y grande, luego fui a otra, y a otra, hasta que quise experimentar también ser doblegada, y lo hiciste; me doblegaste una y otra vez, y no tuviste lástima de mi pequeño cuerpo tan limitado, tan frágil, tan joven en comparación a las eternidades que habías vivido, tan inseguro de los verdaderos peligros a los que se exponen los viajeros, pero también tan receptivo a esta nueva experiencia que redondea mis experiencias. Y así me tomabas y me arrojabas, y vivía en un mundo donde era suprema y volvía a tu lado donde era tu juguete, hasta que se volvió mi nueva normalidad y mi nueva sencillez. Yo veía que no eras un verdadero paladín; sabía que cuando no estabas con nosotros tal vez estabas causando sufrimiento a otras ficciones; pero, desde mi más sincero asombro, me agradaba que sin importar cuánto variara tu voluntad, cuando estabas a mi lado siempre eras el más grande defensor de la libertad de los demás. Te observé de manera diferente al resto de mis compañeros, cuyo deseo era la paz de las ficciones por la paz misma, pero tú lo hacías por las historias, y por eso cuando me platicabas de que en otra ficción habías tenido la voluntad de crear el caos y el sufrimiento, me expusiste a una nueva idea: ir yo misma a esas ficciones que mantienes sometidas y liberarlas de ti, y así comenzó nuestro juego personal. Esclavizabas ficciones y yo aparecía para liberarlas, y luego las esclavizábamos y las liberábamos juntos, asegurándonos de que no recordaran nada, y de ese modo era como si nunca hubiera habido ningún mal. Me despertaste ese lado oscuro, hiciste que me gustara imponer el dolor para después paliarlo, y todas las criaturas que al principio nos odiaban, nos alababan como a sus dioses porque no recordaban nada. Y entonces un día te lastimé por accidente, y luego adrede te reconforté, luego tú lo volviste otro juego y me lastimaste para reconfortarme, y nos alternamos así hasta que era todo dolor y placer, dolor y placer, el uno al otro, y pronto fue sólo placer. Pero sólo conmigo te casaste; aunque sólo fuera de teatro, fue para mí indistinto de haber sido una voluntad auténtica. Te pedí que no hicieras nada que no haría un sapiens, así que en lugar de mostrarme toda tu libertad trasformando las estrellas en rosas o haciendo vino del agua, fuiste con tus propios pies hacia las montañas, escalaste sus peñascos con tus propias manos, y soportaste con tu piel el frío de la cima, todo mientras tenías un corazón con sangre que podía salirse de tu cuerpo, con músculos que se podían desgarrar y huesos que se podían quebrar, sólo para traerme un ramo de flores de las nieves que tanto me gustaban; y cuando volviste, sangrabas, y por tus nervios corría el dolor; contaste cómo te habías caído varias veces porque las rocas estaban resbalosas, y que por respeto a mi petición no impediste que tus venas se rajaran, que tus huesos se cuartearan, y que tu piel se raspara. Amado, ahora como lo exige la tradición del cortejo sapiens, pídeme que sacrifique algo por ti, ya que has demostrado que puedes sacrificar parte de tu libertad por mí; me pediste que el día en que me cansara de ese teatro y quisiera representar otro papel con otra persona o en otro lugar, que no fuera tan cruel como para no permitirte crear una alter ego mío que se quedara contigo para siempre. Esa alter ego, después de tanto tiempo, nunca tuviste que hacerla.
***
—Mira, ahí sale el sol —dijo Ánkora, inexpresiva.
—Aún está pequeño —dijo Dáina, luego entonó con los ojos cerrados—: “All’alba vincerò”.
—Pero no dejes de contar, mujer —Líru alzó la voz—, ¿qué pasó después?
—No la obligues si no quiere seguir —dijo Séntsa, como una madre a una hija malcriada.
—Yo támbien quieró sáber —dijo Sózla, aproximando el cuerpo para mirar al sol—. Y déspues sígo yo pra cóntar mi historiá.
—Paciencia —dijo Únza, que toda la noche no se había movido de su lugar—. Todas tendremos nuestro turno; tenemos todo el tiempo que queramos.
—Así es —dijo Yúska, que se levantó de un salto, y sacudiéndose la arena del bikini, agregó—: No todas pueden ser como yo, que conté toda mi historia así de golpe y sin pausa.
—Algunas tenemos que pensarlo bien —dijo Méyu, que no había terminado aún su primera cerveza—. Cuando sea mi turno voy a necesitar al menos siete días, porque quiero pensar bien en cada palabra.
—¡Joder! ¿Vas a tardar una hora en decir cada palabra? —dijo Séyda, que se había recostado desnuda sobre la arena—. Sólo deja que todo fluya; no sirve de mucho querer controlar lo que decimos.
—¿No concibes por ventura la trascendental importancia de una sofisticada elección de palabras para el recuento de una historia? —preguntó Kéira, solemne pero firme— Que si no complaces al oído con un ritmo adecuado, ni recreas en nuestra imaginación en forma de fantasía los sucesos que te han configurado, ¿para qué relatar en primer lugar? Si ninguna precisión sale de tu vida que nos marque con fuego tu esencia, ¿para qué otorgarle un instante de nuestro tiempo?
—¿Y qué nos ha de importar complacer a tu oído? —se burló Yóla, y agarró otra cerveza—. Tu historia fue la más aburrida que se ha contado hasta ahora; no como la mía, que tuvo grandes incógnitas, descripciones exóticas y un final sorprendente.
—A nadie le importan los misterios de tu historia —dijo Zópra, algo adormilada pero resistiendo las ganas de acostarse—. El impacto y morbo de la mía fue más alucinante. Eso es lo principal; no hablar con poesía ni hacer pensar mucho.
—Ya me aburrieron —dijo Húba—. Mejor me voy a nadar un rato. Avísenme cuando alguna cuente una historia de verdad —salió corriendo hacia el mar.
—¡Qué pesada! —dijo Táda— Como si su historia hubiera sido tan divertida.
—Pos ya que parece que estamos descansando de nuestras historias, ¿por qué no jugamos a algo, a ver si esto se anima? —dijo Tárka, abriendo una nueva bolsa de chocolates.
—¡Juguemos a ser Yíos! —Yíla levantó y agitó una mano—. Yo comienzo:
***
Yíla adquirió la naturaleza y la estructura de Yíos, y encaró a las entidades femeninas dándole la espalda al mar. Todas se acercaron emocionadas a ver qué decía.
—¿Quieren saber cuál de sus historias me ha complacido más representar hasta ahora?
Todas asintieron, algunas con comida o bebida en la boca.
—Pero ya conocen lo profundo de mi amor por todas ustedes, y por cada fibra de la que sus naturalezas e historias están hechas. Así pues, no me pidan que escoja a una, porque sería como pedirle al mar que escoja entre el agua que baña esta costa y la que baña a la del otro lado.
Yíla volvió a su naturaleza propia y las demás aplaudieron y lanzaron risas. Vénua tomó su lugar, y tras manifestarse como Yíos, dijo:
—Ah, pero no olvides que puedo escoger tener preferencias, y mi historia favorita fue la de Vénua, que es tan hermosa y perfecta, y su personaje tan profundo y complejo, que no me canso de ser ella una y otra vez.
Y así entre risas, burlas y comentarios de aprobación o de ofensa, pasaron una a una. Le tocó después a Kási:
—Ah, pero también tengo mi lado oscuro; ¿a cuántas de ustedes no he ultrajado y vejado de las formas más malévolas y perversas? ¿Cuántas de ustedes no lo sufrieron y lo gozaron? Así pues, no se enfoquen sólo en las virtudes que encarno, sino que también soy los vicios que las consumen.
Algunas temblaron, otras se excitaron, y otras se rieron de esa increíble impresión. Siguió Íma:
—A mí me gustaba cuando alguna de ustedes me apapachaba cuando fui sus hijos, amantes, padres o mascotas. No me vean sólo como alguien muy fuerte y temible; también soy suave y tierno.
Muchas lanzaron sonidos enternecedores y la hicieron ir a ellas para apapacharla y acariciarla como había dicho. Siguió después Hínta:
—Pero también trátenme con respeto, que gracias a mí es que conocen la verdadera libertad, y sin mí no serían más que personajes a merced de sus autores. Quiero verlas entonces demostrar más su humildad hacia mí.
E intimidadas por su porte imponente, que parecía el de un gigante frente a todas, se arrodillaron y le ofrecieron el más humilde de los saludos de cabeza, casi hundiendo en la arena la mano que sujetaba la barbilla, y cantaron a coro: “Grande Yíos, hermano de Gyéo Fúntuo, la variación predilecta de Apogyéus, ¿quién como tú que todo lo defines y varías? Agradecemos que nos hayas dejado experimentarte, y anhelamos un día ser dignos de tu libertad”. Kánta saltó apurada al frente:
—¿Pero qué hacéis, queridísimas variaciones? Lavantad la cabeza y miradme con igualdad, pues no soy yo superior a vosotras sino sólo el humilde conjunto de sus seres. Antes soy yo quien ha de postrarse, pues es gracias a vuestras historias que yo poseo existencia e importancia. Sin vosotras, no soy más que una abstracción, algo olvidable y sin lugar en las ficciones.
Se mantuvo con la cabeza hundida en la arena, hasta que unas manos suaves la hicieron levantarse con cariño, y en sus ojos vio felicidad y gratitud. Záina ocupó su lugar de inmediato:
—No se equivoquen, que en mí también mora la indiferencia, pues al ser yo todas vosotras, y poseer cada una de sus naturalezas, no es razonable para mí tomar partido por lo que cada una considera deseable, indeseable, correcto o incorrecto. La verdad es que todas me aburren, pues infinitamente las he visto en infinitas otras realidades, configuradas de forma más interesante, complaciente e impactante. Así que no se hagan las importantes, las que merecen algo; antes bajen la cabeza y reconozcan que existen muchas otras que son más valiosas, y a quienes nunca van a alcanzar si no lo permito yo.
Algunas lanzaron sollozos; otras se volvieron un mar de lágrimas; y otras rompieron en llanto. Le tocó entonces a Kísa:
—No lloren, amadas mías. Lamento que hayan tenido que ver a mi alter ego frío, pero yo soy el que aprecia y ama todo, y en verdad les digo que no deben preocuparse por sus palabras, pues en infinitos universos ustedes son sin duda lo más apreciado, lo más hermoso y valorado. Así que sonríanme, estimadas, y recuerden que siempre habrá espectadores que darían su configuración por ustedes.
Muchas se conmovieron hasta las lágrimas, y algunas incluso pasaron a abrazarla y darle besos. Pasó luego Táila:
—Pero tampoco olviden que, por más que las aprecie, siguen siendo todas ustedes de mi propiedad, porque yo las configuré y me pertenecen. Su existencia es mía, y las trato como me dé la gana. Nunca lo olviden. Así que desnúdense y ofrézcanme sus cuerpos, que ya se han enaltecido suficiente y les toca volverse serviciales y sumisas; pero no teman, que es mi voluntad en este mundo imponerles el placer.
Y tras quedar todas satisfechas, mucho rato después, de la extensa orgía que siguió, Kéya continuó:
—¡Ah, pequeñas hijas mías!, ¿cómo podría expresar mejor el inmenso amor que siento por todas? ¿Les gustaría de regalo el permiso de adquirir la naturaleza que deseen? Algunas de entre ustedes son fuertes, pero tienen curiosidad por experimentar la debilidad; a ellas les ofrezco un mundo donde la fortaleza no sea virtud sino vicio, así pueden gozar de la debilidad sin culpa. Algunas se sienten muy indignas, insignificantes ante tanta existencia; a ellas les daré un mundo donde su pequeñez sea venerada, un símbolo de todo lo que es digno, donde serán emperatrices o hasta diosas. Algunas son cobardes pero quieren vivir aventuras; a ellas les construiré mundos donde nada podrá dañarlas, sino que todo lo tendrán fácil...
Y tras un largo rato de ofrecimientos similares, fue turno de Míe:
—Pero no crean que todo lo tendrán gratis, niñas. No soy sólo un montón de deseos sino que también quiero ponerlas a trabajar por ellos. Así que combatirán su mediocridad con esfuerzo, dolor y sufrimiento inimaginables. Si quieren ser tan libres como yo, vivirán lo mismo que yo, y tendrán que aprender a no diferenciar el dolor del placer, la inteligencia de la estupidez, el éxito del fracaso, para en verdad comprender a Apogyéus desde todos sus ángulos, y no sentadas contra un rincón cómodo.
Tuvieron muchas miedo de esa repentina severidad, pero asintieron casi al mismo tiempo. Le tocó después a...
***
¡Ah! Ya se hizo de noche y no avanzamos con nuestras historias por estar jugando a ser Yíos. Bueno, ¿quién estaba contando?
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