La realidad de Yáke y Sínke 13: Cour d’amours

 


El jardín de los amores en otros mundos.


37

La vio en el umbral de la puerta, ella sonreía con la tediosa alegría y malicia de siempre. Yáke, el cual había mantenido inconscientemente la respiración al escuchar girar la perilla, dejó salir el aire por la boca ruidosamente, pero esta vez no con el fastidio que habitualmente su jínne le producía, sino con un contradictorio sentimiento de alivio e intranquilidad. Examinó la imagen de Yúska, que entró como si fuera su propia casa y se sentó junto a él con una mirada coqueta, le jaló los cabellos con algo de fuerza y los agitó como un gato jugando con hilo.
—¿Qué pasa, Yáke? ¿Algo te pone nervioso? —preguntó, le peinó el cabello hacia atrás para descubrirle los ojos de color naranja, pero los mechones se rebelaban de su control y volvían a su posición inicial.
Todo el tiempo que ella había estado yendo a su casa a pintar, Yáke había estado más interesado en sentir cambiar a la realidad como la primera vez. Únicamente habían hecho algunas figuras simples sobre los lienzos: círculos dentro de círculos, cuadrados dentro de cuadrados, triángulos dentro de triángulos, y hasta estrellas dentro de estrellas. La realidad los juntaba cada vez, y su razón comenzaba a ser dominada por las emociones que el misterioso aire dulce les generaba. Cuando terminaban, el encanto de aquel momento se rompía. Esa sensación, que en más de una ocasión llegó Yáke a catalogar de placentera, fue la razón de que continuara aceptándola ahí cada semana, solamente para poder revivir ese misterio que se daba por el solo contacto con ella y que no se generaba nunca fuera de esa habitación.
—Mejor no hacemos nada hoy —dijo Yáke, deteniendo la mano que jugaba incesante con sus cabellos.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Estoy cansado.
Yúska hizo un puchero y se echó sobre la cama.
—Idiota, ya que vengo hasta acá me dices que no quieres. Además, ¿tú, cansarte?
—¿Por qué te ha interesado tanto pintar? —preguntó Yáke, con una voz inusualmente temblorosa— Siempre me dices que sólo te parece divertido, pero sé que no es eso. Te he estado viendo todo este tiempo y no me puedes engañar. Es la realidad, la misma que mi hermano y yo hemos sentido, esa cosa que no sabemos llamar de otra forma, también la sentiste desde la primera vez.
Yúska le apartó la mirada.
—¿Desde cuándo te han importado mis razones? Tú te la pasas todo el tiempo con la realidad esto, la realidad aquello, la realidad es absurda, no me importan los seres de la realidad. Eres cansino.
—No eludas mi pregunta —Yáke alzó la voz. Al no recibir respuesta de Yúska, se levantó y se dirigió hacia su piano—. Como quieras, no necesito preguntarte nada para saber lo que piensas, eres demasiado fácil de leer. A partir de ahora ya no vendrás.
Yúska se incorporó sobre la cama, sobresaltada.
—¿Eh? ¡Qué te pasa!
—Lo sabes —dijo Yáke con un rostro sombrío—, esta tontería ya ha durado demasiado tiempo, y no pienso tampoco seguir permaneciendo en este absurdo jínnliù.
Sintió entonces un repentino mareo, como si su mente se encogiera y su cerebro se quedara sin sangre. Su visión se volvió negra por unos breves instantes y tuvo la sensación de desmayarse. Desconcertado, volteó a mirar a Yúska, y ella estaba parada frente a él, con las manos en las caderas, apretando los labios, con unos ojos tan severos que parecía a punto de estallar en un regaño o una súplica. Él vio al mismo tiempo varias Yúskas ocupando el mismo espacio: cientos de rostros que mostraban todas las facciones posibles entre la tristeza y el furor superpuestos en la misma cabeza.

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El penúltimo mes antes los exámenes finales en el instituto Ítuyu era siempre el más pesado para todos los grados. Era un mes dedicado a un extenuante maratón de estudios de repaso de todo lo estudiado durante el año antes de pasar al mes de preparación para los exámenes finales, cada día había un pequeño examen, y los agobiantes trabajos de repaso se incrementaban; los maestros no dejaban de marcárselos como si dieran por hecho que nadie tenía vida más allá de estudiar la materia que impartían. Más largas y pesadas parecían las clases, y la presión se podía sentir en cada alumno que abandonaba el instituto. La gente, al verlos pasar, podían notar en sus rostros los estragos de las noches en vela estudiando para el examen del día siguiente, los padres les compraban pastillas para la energía a sus hijos, quienes las tomaban junto a los alimentos mientras que con la otra mano sostenían un libro o escribían en una libreta. Las grandes zonas verdes y el aire limpio por los árboles ya no parecían ser un lugar tranquilo cuando un grupo de amigos repasaban en voz alta o se hacían preguntas para que el otro las contestara, y si alguien perdía una libreta o algún apunte importante se volvía loco y los buscaba hasta en los estanques, donde muchas veces iban a parar papeles arrastrados por el viento, y eran recogidos mojados y apenas legibles. La zona común de alumnos (el área más despejada después de las zonas deportivas y el llano para los bailes tradicionales) también se llenaba durante los descansos de jóvenes que no habían tenido tiempo de terminar todos los trabajos que les habían marcado, y con prisa y desesperación algunos garabateaban lo más rápido que les daban sus manos, resultando muchas veces en trazos incomprensibles hasta para sus propios autores. Había rumores de suicidios de alumnos de tal o tal aula, pero incluso en el caso de ser reales, se habrían mantenido invisibles en las consciencias de todos. Esa situación fue la razón principal por la que la presidenta Áltra decidiera anular la iniciativa de los clubes de Ále y Éla, puesto que tal era el ritmo de estudios que se esperaba durante todo el mes de mayo que no había tiempo para los clubes.
Los jínnyi obviamente también estaban ahogados en trabajos, y dicha agitación se vio reflejada en sus encuentros junto al lago durante los descansos; era de las pocas ocasiones en las que era posible ver a Yúska y a Áte con un libro en la mano, y con la misma velocidad con la que se alimentaban pasaban las páginas de sus libros de historia y filosofía, entre otros.
—Esto de la historia es un serio problema —dijo Sínke en un momento—, ¿qué pasará cuando sea el año un millón? ¿Les harán aprenderse un millón de años de historia a los estudiantes?
—No se quejen —dijo Áte—, a diferencia de ustedes, nosotros sí estamos sufriendo.
—Estimado Áte, me haces sentir tan culpable de nuestro prodigio memorístico e intelectual. Sé que mi hermano y yo deberíamos estar padeciendo los mismos tormentos académicos que los demás alumnos de la realidad sufren, pero la realidad dulces dones para nosotros ha deparado, privándonos de ser partícipes en verdades más amargas. Me avergüenzo de mí.
En ese momento llegó Íma; se detuvo a poca distancia de ellos y los saludó con una pequeña reverencia. Especialmente sonrió a Séntsa, como si la perdonara por algún daño que ella le hubiera hecho, pero ésta continuó leyendo, tensa y pegando la nariz a las páginas como ocultándose. Íma le sonrió a Kányu con dulzura.
—Amor, ¿nos vamos juntos hoy también?
La pálida piel de Kányu se llenó de sangre hasta las orejas.
—Claro, te veo en la entrada después de clases—dijo bajando su libro.
Íma cerró los ojos y lanzo una única risa con la boca cerrada. Se fue de ahí contenta.
—Deberías concentrarte más en tus estudios y menos por una chica —dijo Séntsa, sin alejar la cara del libro.
Áte dejó de leer por un momento y la miró con fastidio.
—No actúes como su madre, si quiere perder su tiempo con una novia, déjalo. Además, después de lo de tu comité, no tienes derecho a criticarlo.
Séntsa quiso golpearlo, pero una reminicencia de pesar se lo impidió; se limitó a salir de su escondite y adoptar un aire de orgullo.
—Séntsa tiene razón —dijo Hínta—, podría ser una distracción durante este tiempo tan difícil.
—Vamos, no exageren —dijo Kányu, apenado. Pasó por su cabeza la imagen de su novia también esforzándose duramente por estudiar, a veces sola, a veces con sus amigos, y a veces con él mismo— puedo con las dos cosas, y ella también.
—Sea como sea, no creo que duren mucho de todos modos —continuó Séntsa, cada vez más concentrada en su lectura.
Yúska trató de cuestionar a Séntsa sobre sus opiniones con respecto a la relación entre Kányu e Íma, y eso llevó a otras discusiones de temática similar mientras Sínke lo veía todo, entretenido. Yáke tuvo que recordarles que no era momento de perder el tiempo en esas pláticas; lo decía más bien porque le incomodaba la evidente pretensión de Yúska por querer dirigir esa conversación hacia él de manera indirecta.
Kányu, por su parte, se sentía inquieto; le parecía que a sus jínnyi no les gustaba que saliera con alguien independientemente de que fuera una distracción para los estudios; incluso pensó que Áte en realidad tenía celos de él por tener novia. No dijo nada durante todo el periodo que duró la preparación para los exámenes, pero estuvo concibiendo una nueva actividad para cuando el club volviera a funcionar.
El mes pasó lento. Los jínnyi casi no tuvieron tiempo de verse fuera de la escuela. Yúska era de mente muy distraída, y por eso constantemente acudía a casa de Hínta para ayudarla, y alguna que otra vez también acudió con Yáke. Áte se juntaba con Kányu para el mismo propósito, y cuando ninguno de los dos entendía algo, acudían con Hínta, y cuando ésta tampoco podía, iban con Séntsa, y en la única ocasión en la que ninguno logró aclarar sus ideas, todos terminaron acudiendo a Yáke, quien les ponía ejercicios del tema que no entendían.
Se volvió aún más incómodo para los gemelos el ambiente de la escuela. Los demás alumnos los miraban con recelo porque nunca los veían estudiar o hacer esfuerzo alguno a la vista como todos los demás. Algunos, menos severos con ellos, también pedían la ayuda de Yáke, entre ellos se encontraban constantemente Délo y Déla, por lo que Yáke tenía que soportar sus constantes arrumacos y sus tiernas maneras de ayudarse entre ellos. Nadie le pedía ayuda a Sínke porque su actitud y forma de expresarse iban a confundirlos y atrasarlos más que a ayudarlos; de ahí que Yáke sintiera envidia de su hermano durante ese periodo.
Finalmente el agotador mes de repaso concluyó, y un suspiro ahogado de tranquilidad sacudió el instituto Ítuyu. Durante el último mes no había más pruebas y los maestros no marcaban trabajos, por lo que las clases se hacían mucho más relajadas hasta el punto de llegar a ser una pérdida de tiempo. Las clases consistían en repasar individualmente sus temas, sentados tranquilamente en sus asientos, y resolver dudas con el maestro, una y otra vez durante toda la jornada. Bastaba que sólo un alumno tuviera alguna pequeña duda para que el maestro tuviera que explicar el tema nuevamente, aunque los demás soltaran exclamaciones de fastidio, y mientras el maestro explicaba a ese único alumno los demás tenían que aguantar el repaso por enésima vez.
—Ahora es el momento para hacer preguntas —dijo la profesora Nín, quién desde que había empezado su hora no había dejado de revisar todos los temas y preguntando si había dudas—, tienen un mes prácticamente sin nada de trabajo, sólo para repasar, así que no quiero que el día del examen me digan que no habían entendido algo.
Los alumnos juraban y perjuraban que toda duda ya había sido aclarada. Con tal de salir antes, incluso los que sí tenían dudas confiaban en que aún faltaba mucho para los exámenes y tendrían tiempo para estudiar más calmadamente en sus casas. A causa de todo eso, la escuela dejaba de ser la prisión agobiante y torturante del mes anterior, y se convirtió en algo más parecido a un parque tranquilo en el que los estudiantes practicaban deportes o se relajaban en las áreas verdes, socializando con sus amigos. Las pláticas triviales volvían a ser comunes; chismes sobre los que no les caían bien, las quejas acerca de sus familias y parejas, y los cuchicheos que se levantaban cuando una chica se acercaba sonrojada a un chico. Todo eso remplazó a las desesperadas peticiones de ayuda para recordar lo que un filósofo había dicho hacía más de cien años, una fórmula matemática, o lo que un poeta había querido decir con una metáfora rebuscada. Sin embargo, sabían que para compensar ese lapso de tranquilidad debían mantener una disciplina personal para no olvidar lo aprendido, como si fuera un trato especial entre la escuela y los alumnos en el que les daban ocio a cambio de disciplina.


39

“Te regalo tiempo, crea un mundo con él”
Ráu Shorsta, El danzilmarés y sus demonios

Dentro del cuarto del club Fíkcionò, Yúska se mantenía relajada balanceándose sobre dos patas de la silla, con los pies sobre la mesa. Séntsa le decía que no lo hiciera porque podría caerse, entre otras cosas. Hínta tomó de la estantería uno de los libros que Sínke había llevado al club, un ejemplar de obras de Shakespeare, y comenzó a leer para matar el aburrimiento. Rato después, cuando Sínke entró, y los saludó una y otra vez como si no los hubiera visto desde hacía días, Hínta le preguntó por qué había escogido esos libros para el club, él respondió que era para tener ideas para sus actividades y darle un aspecto más serio al aula, y luego cambió de tema diciendo que era el turno de Kányu de proponer una actividad. Éste, levantándose con un porte caballeresco, se acercó al pizarrón y escribió los nombres de sus jínnyi en pares de hombre y mujer, luego los miró y sonrió ansiosamente, jugueteando con el marcador.
—Propongo que, por una semana, finjamos que todos ustedes están emparejados como si fueran novios, Yáke con Hínta, Sínke con Yúska, y Áte con Séntsa —dijo mientras usaba el marcador para unir los nombres de las parejas.
La perplejidad los golpeó a todos. Las violentas objeciones no se hicieron esperar; ni siquiera Yáke pudo evitar que la sorpresa se apoderara notoriamente de su boca y cejas. La justificación que dio Kányu era que, de ese modo, pudieran saber lo que se siente estar en una relación amorosa, y añadió que así quizás podrían encontrar el amor o al menos algo parecido entre ellos. Me disculpará el lector si simplemente me salto hasta la parte en que finalmente aceptaron Áte y Séntsa, no sin antes expresar un enfado hacia Kányu sin precedentes en la historia del jinnliù. Lograron éstos últimos que la única condición fuera sin besos en la boca o cosas de naturaleza similar. Entonces Yúska preguntó, algo atribulada, la razón por la que los había juntado en esas parejas específicamente.
—A ti y a Hínta los junté con Sínke y Yáke porque son bastante parecidos, y a Áte y Séntsa porque… bueno, ya no había nadie más para escoger.
Fue esa la primera vez que Áte y Séntsa miraron a su jínn con tanto furor, y éste no hizo sino disculparse con una sonrisa patética.
—Parece que hasta Kányu tiene un lado macabro después de todo —dijo Sínke, con la cabeza apoyada en la mano y el rostro malpensado.

***

Los brazos de Yúska lo rodearon inmediatamente. Todos los rostros de las Yúskas que habían aparecido al mismo tiempo desaparecieron menos uno, el más equilibrado entre la furia y el llanto. En su aturdimiento, para la mente de Yáke había sido como si su jínne hubiera doblado el espacio-tiempo para llegar hasta él, y por la fuerza del empuje cayó hacia atrás y apoyó sus manos sobre las teclas del piano; salieron disonantes acordes que se desvanecieron hasta ser silencios, pero la agitada respiración de la chica continuó tras ellos, hundiendo la cara en el pecho del gemelo, cuya espina comenzó a sentirse entumida de repente.
—¿Qué te pasa?
—No renuncies a esto ahora, por favor.
La voz de Yúska sonaba apagada, con un pequeño gimoteo, sin decidirse a ser afligida o iracunda. Lo miró entonces con unos enormes ojos brillantes, que tampoco se decidían por la tristeza o el enojo, y Yáke tuvo de nuevo la misma sensación, el mismo espacio que se contraía, el mismo aire que se condensaba y los apretaba el uno al otro cuando, sentados frente al lienzo, intentaban lograr trazar aunque fuera unas líneas. Pero en esa ocasión veía su rostro, tenía esos ojos relumbrantes en los que casi podía ver su reflejo. Intentó apartar la mirada; pero era como si paredes invisibles a ambos lados de su cabeza se lo impidieran. La figura de Yúska dejó de ser simples trazos en el mundo para volverse un ser con existencia. Los recuerdos regresaron a todas las veces que se habían encontrado, desde el instante en el que, rendido por el asombro, había aceptado que fuera a su casa todos los sábados, y todas las veces en las que las decisiones que habían tomado los habían hecho juntarse, platicar, vivir experiencias: la visita a su casa, la fiesta de navidad, su reacción cuando fue la confesión de Íma Líb, la campaña presidencial de Séntsa, el festival deportivo, la creación del club. Habían pasado el tiempo y las experiencias suficientes como para que ocurriera lo que el gemelo tanto temía afrontar.
—Yúska, ¿qué hice para que te sintieras así?
Ella no dijo nada, se limitó a cerrar los ojos y levantar la cabeza, exponiendo los labios. Eso era todo.
Infeliz Yáke. En vano intentaba convencerse de que aquella Yúska, de algún modo, no era la misma que la que había entrado en su habitación. El frío de la realidad lo empujó hasta sus labios. Sólo una rápida reflexión luchó intensamente en su consciencia. “¿Y si ahora la realidad volviera a cambiar? Lejos de aquí, que evite mi vergonzosa caída”.

***

Como si de una pareja de espectros se tratasen, los estudiantes del instituto Ítuyu veían incrédulos a Séntsa y Áte caminando tomados de la mano, manos que se apretaban no con el cariño de un par de seres en una relación sentimental, sino con enojo y vergüenza, como queriendo traspasar la culpa al otro por hallarse en esa situación. Fueron Délo y Déla los primeros en verlos con ojos alegres, y con la mejor de las intenciones se acercaron a ellos, tomados de la mano, y al ver aquello, Séntsa y Áte sintieron algo de asco por su cursilería, que ahora más que nunca era evidente.
—¡Mira nada más! Finalmente lo han decidido —dijo Déla, aferrándose al brazo de su novio.
A los jínnyi les alarmó que se lo tomaran con tan poca sorpresa.
—E… Esto es sólo una actividad de nuestro club —dijo Séntsa.
—¿Ah? ¿Qué actividad es esa? —preguntó Délo.
—Se supone que debemos actuar una semana como si fuéramos… una pareja —dijo Áte, encogiendo la cabeza.
Lejos de desilusionarse, los novios de verdad les mostraron su apoyo, diciendo que quizás al final podrían encontrar que querían ser algo más que jínnyi. Se fueron de ahí no sin antes ofrecer su ayuda en caso de que quisieran saber más sobre el noviazgo.

***

En el área común de estudiantes se encontraban Yáke y Hínta, comiendo sentados en una de las mesas de metal cerca de la cafetería. Su mutua cercanía y solitaria compañía les pareció a todos los que los conocían un acontecimiento tan extraordinario como haber sacado un promedio de cien. La chica de cabello dorado tomó tranquilamente con el tenedor un pedazo de carne y lo acercó a la boca del gemelo, el cual lo recibió y comenzó a masticar con desgana, pues no tenía hambre, luego fue él quien la alimentó tomando un poco de arroz con una cuchara. Dicha dinámica era una de las pocas referencias que tenían ambos sobre las actitudes románticas, y aunque era vergonzosa, al menos no era complicada de ejecutar.
—Pasé años cargando enormes piedras en mi espalda, practicando el violín por más de doce horas al día, y leyendo tantas obras maestras en un día, y ahora me encuentro en esta situación.
El semblante de Yáke, más que enojado o irritado, era de incredulidad. Hínta no se sorprendió por eso.
—Todavía no puedo creer que vivieran así —dijo tras limpiarse la boca con una servilleta—, ¿su maestro era en verdad tan bueno?
—Era el mejor —dijo Yáke antes de recibir otro bocado, tragó y continuó—. Por alguna razón, no se asombraba con la idea de que nos sintiéramos así, de otro mundo. No quisiera apresurarme a decir que en algún momento en verdad se lo creyera, pese a que fue él mismo el que nos lo sugirió en primer lugar.
—¿Y qué les dijo?
—Decía que no importaba lo que él creyera, porque todas las posibilidades eran un hecho multiplicado por infinito.
—¿Y eso qué significa?
—Él cree que existe un número infinito de universos paralelos, por lo que no solamente todo lo imaginable es un hecho, sino que nosotros mismos seríamos una ficción desde el punto de vista de otros seres.
—Esa idea es algo incómoda. ¿Tú le crees?
—No tengo razones para hacerlo. A lo mejor no es más que una interpretación alegórica de la realidad, como el eterno retorno de Nietzche, o una fantasía absurda a lo peor.
[—Perdona que pregunte, pero ¿ni siquiera su problema del agua o lo del horizonte les hace pensar que esa idea tenga algo de verdad?
—Debe haber otras explicaciones dentro de este mismo mundo.]
Hínta miró el reloj de su celular y vio que aún tenían un cuarto de hora antes de volver al aula.
—Aún tenemos tiempo, ¿de qué quieres hablar ahora? —preguntó.
—De lo que se suponga que deban hablar los novios —dijo Yáke.
—¿No incluye eso cosas demasiado triviales? —preguntó Hínta, intrigada.
—Así es la actividad, me guste o no tengo que hacerlo. Aunque quizás tú prefieras estar con mi hermano.
La voz se le trabó a Hínta en la garganta por un momento.
—Me siento más cómoda contigo —dijo tras lograr aclararse—, la verdad me alegra que Kányu nos haya juntado; eres alguien interesante con quien hablar.
Una leve agitación había aparecido en su semblante. Yáke notó cómo ella apretaba levemente su cuchara, y cómo su cabeza se había inclinado cuando mencionó a su hermano.
—Me intrigas, jínne, ¿qué ha hecho mi hermano para que te enamores de él?
La columna de Hínta sintió una parálisis amarga, y retuvo el aliento.
—No te espantes tanto —continuó Yáke—, he usado la palabra enamoramiento, sería muy tonto si hubiera dicho amor.
—No… en realidad… no es eso.
—No tienes de qué avergonzarte; en vista de la realidad de la que te tocó ser partícipe, tu género, tu edad, tu orientación sexual, y tu propio e inevitable gusto por lo que te es diferente, supongo que es algo natural.
—¿De dónde sacas que me gusta lo que es diferente a mí?
—Del hecho de que tu mejor amiga sea Yúska, hasta el punto de aceptar ser jínnyi.
—¿Dices que Sínke me gusta porque se parece a Yúska?
Se llevó las manos a la boca, arrepentida de su elección de palabras, que tanto de un lado como por el otro iban en su contra. Yáke ignoró su reacción.
—No, te gusta Sínke por la misma razón por la que aceptaste tener una relación de amistad con Yuúka, una razón en común: la fascinación por las actitudes diferentes a las tuyas, las cuales complementan carencias en tu propia personalidad. —Luego añadió como si hablara consigo mismo: —Evitar, huir de la homogeneidad, ser testigo de lo que te es contrario, hasta lo que nunca quisieras o pudieras imaginarte siendo.
Hínta bajó la mirada y escondió el rostro tras sus manos.
—Sin embargo —Yáke volvió a dirigirse a ella—, la atracción y el enamoramiento en ustedes, los seres de esta realidad, si bien el segundo es consecuencia del primero, no son lo mismo. Lo que he dicho hace un momento es insuficiente para que en ti surja ese estado que catalogan como enamoramiento a partir de la simple atracción; por eso dije que me intrigaba. Dime, ¿qué fue, en todo el tiempo que llevamos como jínnyi, lo que hizo que tu cerebro te hiciera tener esa reacción de bienestar y placer cada vez que mi hermano está cerca o es mencionado? Quizá la constante convivencia poco a poco te fue condicionando…
—Yáke —dijo Hínta, con voz discreta pero firme—, no creo que hablar de otros chicos sea una plática de novios, mucho menos si es de tu hermano.

***

Al intentar retener Sínke y Yúska la risa, ésta salió intermitentemente de sus narices. Un compañero de complexión flacucha de su mismo grupo se había detenido a preguntarles si ahora estaban saliendo. No había ido a preguntar por su propia voluntad, sino que había sido enviado de su propio grupo de amigos cuando éstos no pudieron seguir aguantando la curiosidad. La respuesta fue un “sí” exageradamente dichoso, tanto que no pudieron hacerlo sonar más falso. Sínke tomó la mano de Yúska y la besó juguetonamente mientras ella le acariciaba el cabello con algo de rudeza.
—Así es, ahora somos novios —dijo Sínke, apenas conteniendose.
Cuando estuvieron solos, habiéndose ido el flacucho sin decidir si estaban bromeando o no, caminaron hasta el puente rojo y se apoyaron sobre el barandal, con la vista hacia los lirios verdes con flores del lago.
—Va a ser una semana divertida —dijo Yúska.
—¿Por qué piensas eso, jínne?
—Todos se creen de verdad esto de que de repente el único grupo de jínnyi de la ciudad está saliendo entre ellos, es divertido ver toda la atención que nos prestan.
Sínke notó un esbozo de inconformidad en la última frase de Yúska.
—Sin embargo, estimada, supongo que haberte unido con mi hermano hubiera sido de tu preferencia.
Yúska lo miró acorralada, pero luego sonrió nerviosa.
—¡No!, qué cosas dices, contigo hay más cosas divertidas para hacer. Yáke es frío, demasiado serio; no es divertido.
Volvió a observar el agua, y Sínke vio en ella una pequeña y sonriente mirada melancólica en su rostro mientras un pez negro pasaba bajo su reflejo.
—Entonces ¿no quieres hablar de mi hermano?
—Hablar del hermano de tu novio en un momento como éste no es lo que haría una pareja normal.
—Bueno, ¿qué quieres hacer ahora?
—Pues ya recorrimos toda la escuela y sorprendimos a muchos… ¿por qué no sólo nos quedamos aquí un rato?
Esa mirada ensoñadora no había desaparecido de su rostro mientras hablaba; Sínke creyó que haber mencionado a su hermano de algún modo le había puesto un freno a su actitud normal.
—Pues hablemos de lo que sea.
Yúska permaneció en silencio un rato, luego dijo:
—¿Viste a Hínta y Yáke en el área común? Creo que se veían bien juntos, ¿no crees?
—¿No dijiste que no hay que hablar del hermano de tu novio?
—Hablar del hermano no —Yúska levantó el índice autoritariamente—, pero hablar de otras parejas sí que es algo común entre los novios.
—Si tú lo dices.
Yúska tecleó suavemente sobre el barandal.
—Ambos son callados y poco divertidos, supongo que es normal que se entiendan mejor —dijo Sínke.
—Sí, ya lo sé. Mira, los peces se ven normales hoy, como casi todo el tiempo, aunque a veces he logrado ver que los que tienen pocos colores prefieren estar más cerca de los peces con muchos colores, me pregunto si les llaman más la atención por eso.
—Es posible.
—Se siente tan bien no tener tantas presiones en la escuela en estas fechas —estiró placenteramente los brazos—, podemos estar más tiempo aquí afuera… ¡Mira!
Un pequeño gusano medidor había llegado hasta el barandal, Yúska acercó su mano para que se subiera y jugó con él con cuidado para no lastimarlo; su rostro mostraba una alegría exagerada.
—¿Un pequeño gusano te hace tan feliz? —preguntó Sínke.
—Es muy bonito, ¿no te parece? —dijo mientras el gusano recorría su brazo con largas zancadas.
—Puede ser, pero también es algo extraño, ¿no crees? Es de color negro, sombrío, mira la forma en que se desplaza, se levanta sobre sus patitas traseras y medita en donde debe poner las delanteras antes de arrastrar el resto de su cuerpo. Es un insecto analítico; tiene que pensar su siguiente paso dos o tres veces, y por eso a veces tarda en decidirse. Curioso es que sus pasos tan fríamente calculados lo hayan conducido hasta tus manos.
—Sí, lo sé, pero aun así me parece adorable.
—¿Qué hizo el gusano para que te pareciera de ese modo?
—No hay razón, sólo porque sí.
El gusano se dirigió entonces a la punta de su dedo índice, Yúska lo colocó en frente de la hoja de un árbol, cuyo ramaje caía a un lado del puente, y lo dejó seguir su camino hasta perderse en el follaje. El rostro de Yúska expresó algo de tristeza cuando se hubo ido.
—Qué extraña es la reacción que puede generar en ti un ser tan extraño.
—¿Qué?
—Nada, sólo digo, te sientes tan contenta cuando llega a ti, te hace sentir un placer especial pese a ser tan repelente, pero él sólo parece tratar de escapar de tus garras; no le importa lo que puedas hacer por él; para él no serás más que un ser sin relevancia en su incesante avanzar por la vida.
—Yo… no creo que Yáke en verdad piense así.
—¿Quién está hablando de mi hermano? —Sínke sonrió con malicia— Yo hablaba de ese gusano.
Yúska se puso roja, y trató de mostrarse más relajada.
—Cierto, cierto… yo también hablaba del gusano.
—Vaya, ¿qué dirá mi hermano cuando sepa que lo comparaste con un gusano?
—Seguro no le tomará importancia, soltará un suspiro y hará otra cosa… ¡Espera, no lo comparé!
—Bueno, como digas.


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