La realidad de Yáke y Sínke 14: El mundo de la gente sin rostro
Viaje a un mundo donde para verle el rostro a alguien, hay que conocerlo bien.
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Ese día, al despertarse, Kányu sintió deseos de tomarse un jugo de naranja. El día anterior en la playa lo había dejado exhausto pero contento, aunque no podía negar que se sentía un poco inquieto por alguna razón que no supo ordenar en pensamientos precisos. Mientras se preparaba para salir a la tienda, no podía dejar de pensar en los universos paralelos que Sínke había estado mencionando ya por algún tiempo, como si le quisiera ir metiendo esa idea en la cabeza día a día. Desde el principio fue él el que se había mostrado más escéptico con respecto a los gemelos, al menos hasta el día que fueron a visitarlos por primera vez a su casa, en que lo dejaron sin palabras. A diferencia de Séntsa, él se negaba a considerar que fuera una circunstancia del todo negativa. ¿Qué tendría de malo que en verdad vinieran de otra realidad? Sería un gran acontecimiento para la historia, aunque de seguro si todos lo supieran, los científicos se los llevarían para estudiarlos e interrogarlos, quizás les conectarían aparatos y someterían a pruebas psicológicas y todo tipo de cosas que no le parecieron nada agradables. Sus tíos y su primo todavía no se despertaban, y mientras les dejaba un ligero desayuno de plátanos cortados con mermelada en la mesa, pensó en cómo habría sido el universo paralelo en que no lo hubieran acogido cuando su padre fue arrestado; pero en seguida se dijo que estaba exagerando, como si fuera uno de los gemelos. Las circunstancias entorno a su mundo inmediato eran excelentes, se decía, no había tomado ninguna decisión de la que arrepentirse, ni aspecto de su vida que hubiera necesidad de cambiar.
Al salir a la calle, el viento fresco le sentó bien. Caminando tranquilamente hacia la tienda pensaba si debía comprar algo más para su familia. Estaba a punto de doblar la esquina cuando una bicicleta pasó muy rápidamente frente a él. El conductor pasó tranquilamente, pero Kányu se quedó paralizado, sintiendo la sangre palpitándole en la cabeza y con un temblor recorriéndole las piernas, tuvo un escalofrío al reflexionar lo que acababa de ver e intentó convencerse de que solamente había sido su imaginación, pero estaba completamente seguro de que el que venía conduciendo la bicicleta no era una persona, o al menos no una persona completa. Por un instante, su memoria mostró la imagen de algo que parecía tener forma humana, pero solamente la forma, pues carecía totalmente de rostro, facciones, color de piel, ni siquiera tenía ropa alguna, era como si un pedazo de papel hubiera adoptado forma y tamaño humanos y hubiera cobrado vida. Una vez más intentó convencerse de que había sido su imaginación cansada por el sueño, pero poco después de haberse sobrepuesto de la sorpresa, otra de esas figuras pasó del otro lado de la acera. Kányu ya no pudo convencerse de que fuera su imaginación; la figura caminaba como una persona, pero era blanca como el papel, sin seña característica alguna: una persona vacía. Aterrado, su primer impulso fue el de regresar corriendo a su casa, pero entonces intentó convencerse de que se hallaba en un sueño, un sueño vívido como el que ya había tenido varias veces a lo largo de su vida, y de esa autosigestión encontró valor para seguir. Pese a que se repetía interiormente que soñaba, no abandonó el propósito con el que había salido cuando se creía despierto. Continuó caminando hacia la tienda, y conforme se acercaba, decenas de las mismas figuras seguían apareciendo por todos lados; todas las personas habían sido sustituidas por ellos. Los vio conduciendo automóviles, comprando el periódico, abriendo tiendas y platicando entre ellos, pero él parecía ser el único humano real. Entró a la tienda; había algunos de esos seres comprando. Pasaron justo a un lado de él al salir. Se asustó al escuchar, por un breve momento, que sus voces no parecían humanas, sino el tipo de voz que hubiera asociado con alguna especie de máquina programada para hablar lo que alguien escribía en una pantalla, carente de emociones y muy precisa en su pronunciación. Tomó un envase de jugo de naranja, se acercó a la caja y miró a la figura que atendía.
—¿Algo más? —preguntó con voz robótica.
En ese momento, Kányu se dio cuenta de que la ropa de aquel ser se había vuelto visible, y era la misma ropa de rayas y pantalón café que el tendero de siempre solía usar.
—No, gracias —dijo con voz temblorosa.
Al dirigirle la palabra, la blanca superficie de la figura se tornó de un color más oscuro. Luego, mientras el tendero buscaba cambio en su caja registradora, ésta se tornó completamente de color piel. Al final, en su cabeza comenzó a crecer un poco de cabello canoso.
—Ten un buen día —dijo al darle el cambio.
Su voz entonces se escuchó con un tono alegre, como si hubiera sido pronunciado por una garganta humana.
Antes de salir por la puerta, Kányu volvió a observarlo, y vio que había vuelto a ser tan blanco y carente de rasgos humanos como antes de entrar, y mientras atendía a otra persona escuchó que su voz había vuelto a ser la misma voz robótica y sin alma.
Se detuvo frente a la tienda y miró pasmado a las figuras alrededor; su visión intentaba volverse negra; sus piernas se entumecieron y apenas podían sostenerlo. Sonó su teléfono celular: era Sínke.
***
Cuando salga de su habitación, Séntsa tendrá la desagradable sorpresa de encontrarse a uno de los sirvientes de la mansión convertido en una figura blanca, y del susto no podrá evitar dar un grito y encerrarse de nuevo. No saldrá pese a las insistencias del ser que la llama del otro lado. Instantes después recibirá la llamada de Kányu, quien le explicará la situación de la ciudad habitada por esos seres blancos, y le dirá que debe ir a casa de los gemelos. Séntsa saldrá de su casa lo más rápido que pudiere. Entonces una figura le preguntará si necesita que la lleve a algún lado. Verá a la figura en un traje de mayordomo; la blanca piel se volverá más oscura y nítida, el cabello canoso, y un rostro con sólo boca y piel levemente arrugada, en la que podrá distinguir una preocupada facción que le resultará muy familiar. Reconocerá la parcial esencia del viejo mayordomo que había conocido desde que era niña, pero pese a eso no aflorará en ella simpatía ni cariño, tanta era su repulsión por aquella figura.
—No, gracias, Ázt, sólo voy con mis jínnyi —balbuceará antes de salir.
***
—Áte llega corriendo hasta la mansión Grámt. La reja está abierta. Corre hasta la casa. Cuando se hubo dado cuenta de lo que había pasado, al ver a sus padres y a su hermana en el comedor, su primer pensamiento fue si él también se veía igual a ellos, regresó a su cuarto y se miró en el espejo; se veía igual, con la diferencia de que su rostro y cabellos estaban cubiertos por una finísima película blancuzca.
Lo reciben dos figuras blancas, una con forma de tortuga y otra con forma de pato, ésta última vuela hacia el gran salón y él la sigue, ahí encuentra al resto de sus jínnyi, sentados alrededor de la mesa casi al ras del suelo.
Puedes mirar cuánto es el estupor de todos los presentes ante tal momento; todos fuera de sí mismos, sintiéndose parte de un mundo de fantasmas. Entre ellos son capaces de verse casi completamente normales, aunque todos dicen no poder ver algunos pequeños rasgos de los demás: las pieles algo opacas, los ojos borrosos, el cabello sin forma. En Sínke se muestra una mirada emocionada, fíjate que no parece aterrado como el resto.
—Ya, tranquilos, jínnyi, gritar de ese modo no solucionará nada.
—¿Por qué no viene Yáke? —pregunta Yúska.
—Él se fue desde que se dio cuenta de lo que pasaba, no creo que vuelva.
—Debemos ir a buscarlo…
—Eso no es lo importante —dice Séntsa—, ¿qué vamos a hacer ahora?
—El resto de las personas está como si nada —dice Hínta—, ¿qué les vamos a decir?
—Pero si no es un sueño o algo así, ¿entonces qué es? —pregunta Áte, con voz entrecortada.
Sínke ríe levemente, con malicia.
—Díganmelo ustedes mismos. De repente nos hemos despertado y toda la gente había sido cambiada por muñecos blancos, y solamente nosotros tenemos consciencia de esto, sólo nosotros lo vemos todo como algo extraño y no como algo normal.
Hay un frío en la sala, ¿lo sientes también?, los jóvenes no quieren reconocer lo que todos están pensando.
—¿Dices que éste es otro mundo? —pregunta Kányu.
—Es una posibilidad —dice Sínke—, o tal vez sólo estamos en una muy extraña alucinación. Debe haber, de hecho, muchas más opciones antes que un universo paralelo, ¿con qué se quedan?
Sigue un largo silencio, se miran esperando a que alguien diga algo, pero nadie propone alguna otra explicación.
—Bueno —dice finalmente Hínta—, ¿cómo es que estamos en otro mundo?
—Esa es la gran pregunta —dice Sínke con seriedad—, ¿cómo es posible que unos seres que son de una realidad puedan aparecer en otra?
—Pero eso no es lo importante —dice Séntsa—, sino saber cómo vamos a regresar.
—¿Qué vamos a hacer pues? —dice Áte— Si es verdad esto de los universos o lo que sea, quizá sólo tengamos que esperar hasta mañana y todo será normal.
—Puede ser que Áte tenga razón —dice Sínke—. Y ya que estamos aquí, lo menos que podemos hacer es explorar un poco.
—¿Qué significa eso? —pregunta Séntsa, contrariada— Todo el mundo es un montón de figuras blancas, ¿qué vamos a hacer entre ellos?
—Tienes razón, mejor vuelve a tu casa y duérmete hasta que la realidad vuelva a cambiar sola. Yo sí que tengo curiosidad por explorar las posibilidades de esta situación.
Su teléfono celular suena en ese momento y ve el número de su hermano, contesta y Yáke se apresura a decirle que vaya de inmediato al instituto Ítuyu, Sínke está a punto de preguntar por qué, pero su hermano cuelga antes.
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En aquel mundo, el instituto Ítuyu permanecía abierto a todo público durante las vacaciones, como un parque gigante en el cual se organizaban actividades culturales. Había talleres de artes plásticas, pintura, escultura, música, actividades deportivas como la natación y el atletismo, y otras actividades que servían de pretexto a los padres para deshacerse un rato de sus hijos y aprovecharan un poco el tiempo al aire libre. Las figuras blancas iban y venían sobre los caminos entre los árboles, parejas paseaban cerca del estanque y los amigos se reunían a platicar en la zona común, donde también vendían comida. Yáke vagaba por todo el instituto, debía verse tan blanco y carente de facciones como todos los demás lo eran para él, pero por las pláticas que lograba escuchar de aquellos seres deducía que eran capaces de percibirse de manera diferente según las circunstancias en que se relacionaban entre ellos. A los niños de la clase de karate únicamente se les podía ver como seres blancos con uniformes de karate, al igual que el instructor, éste le dijo al grupo que se separaran en niños y niñas; pero para Yáke ambos bandos se veían exactamente igual a esa distancia. Entre los ruidosos grupos de adolescentes fueron comunes las pláticas sobre chicas, y en un momento logró escuchar que uno le preguntaba a otro si lograba verle el color de los ojos a alguna de ellas, cuando éste contestó que sí, los demás lo acosaron con risas. Un balón de soccer llegó hasta sus pies, hacia él fue corriendo una figura alrededor de la cual se hacía visible el uniforme del equipo, y al pedirle el balón, su piel adquirió un débil color y se le generó una boca que hablaba sin mover los labios. Cuando Yáke pateó el balón suavemente hacia él, ese ser se despidió diciendo gracias, y su boca adquirió una forma mucho más completa sólo por unos segundos antes de alejarse. Su uniforme volvió a desaparecer, dejándolo de nuevo como el mismo ser genérico blanco.
***
Los jínnyi llegaron al instituto Ítuyu poco después del mediodía, y tuvieron que pasar, inquietos, entre los seres que se ocupaban de sus actividades. Se les aproximaron dos seres que venían tomados de la mano, y sus texturas y voces se tornaron en algo que ya les resultaba familiar: eran los novios Délo y Déla, pero para los jínnyi eran esbozos poco más distinguibles de lo que eran sus compañeros en su realidad. Hubo un rápido saludo forzado entre ellos.
—Oigan —reaccionó Sántsa—, estamos buscando a Yáke, ¿lo han visto?
Se detuvo bruscamente al pensar que, en esa realidad, “ver” a alguien no tendría el mismo sentido que para ellos. Déla subió el índice a su boca apenas dibujada, y luego dijo:
—No estoy segura de si lo vi, ¿y tú? —dijo a su novio.
—Recuerdo haber visto a alguien con un cabello parecido —dijo Délo—, pero no estoy seguro; nunca lo he conocido tanto como para lograr ver ni su boca.
Antes de continuar su camino, Sínke miró a los novios una vez más, se acercó a ellos y les habló a solas.
—De casualidad, ¿alguno de ustedes puede ver el color de mis ojos?
—La verdad es que apenas y podemos ver la forma de tus ojos —dijo Délo confundido, como si fuera una pregunta tonta.
—Entiendo —y miró a la novia—. Déla, ¿de qué color son los ojos de Délo?
—Marrones —contestó de inmediato.
—¿Puedes ver el color de ojos de alguien más aquí?
—¡No! —dijo con una risa incómoda— ¿Por qué preguntas algo tan raro?
—Ah, claro. Lo siento.
***
El agua opaca con peces de colores, bajo la palmera donde tantas veces se habían reunido. Yáke permanece preocupado y reflexionando con temor. Escucha a Yúska gritar su nombre.
El gemelo les da la espalda.
—¡No se acerquen!
Hínta, dándose cuenta del semblante de Yáke, impide a Yúska acercarse. Sospechando, Sínke caminó hacia él e indicó a los demás que no se acercaran mucho.
—Pensamos que te encontrarías por aquí, hermano. ¿Qué has descubierto?
Se puso frente a él y lo miró. Percibió el naranja levemente descolorido de sus ojos, como con una ligera capa blanquecina. Se rio al verlos.
—¿Ya lo has descubierto tú? —preguntó Yáke.
—¿Qué cosa?
—El modo en que opera esta realidad…
—¡Oigan! —interrumpió Séntsa. Se acercó enojada y añadió—: ¿De qué están hablando?
—¡Sí! —enfatizó Áte—, no es momento de que se hagan los misteriosos.
—No te dije que trajeras a todos —dijo Yáke.
Sínke se acercó a su oído, y dijo maliciosamente:
—¿A quién tienes miedo de mirar a los ojos?
Yáke bajó la cabeza y no dijo nada.
—No eres el único que se siente así, hermano —dijo Sínke bajando incluso más la voz—, yo también he estado reteniendo mi ansiedad… puedo ver el color de los ojos de Hínta.
Yáke cerró fuertemente los ojos:
—¿Eso no te preocupa?
Sínke inhaló, y luego exhaló con fuerza:
—Incomensurablemente.
—¡Ya dejen de ignorarnos! —exclamó Séntsa— Yáke, ¿por qué no nos dices nada? ¿Sabes por qué todo el mundo cambió?
—Tranquila —dijo Kányu—, ¿cómo va a saberlo él?
—¿Crees que no tienen nada que ver los gemelos, siempre hablando de la realidad y esas cosas, además de lo del agua y todas esas cosas raras que pueden hacer? No sé cómo, pero estoy segura de que algo tienen que ver.
—¿De verdad crees que sólo desearon que la realidad cambiara, y cambió por arte de magia? —dijo Hínta agarrándole el brazo— Estoy segura de que Yáke está tan confundido como nosotros, ¿verdad, Yáke?
El gemelo volteó ligeramente la cabeza, pero en seguida volvió a su posición original, dudando si hablar o callar. Al fin dijo:
—Tal vez sí tenemos algo que ver con todo esto, pero no estamos seguros de cómo sucedió. Sólo tenemos una conjetura mucho más inverosímil.
—Dinos —Áte cruzó los brazos impaciente.
Yáke miró a su hermano, y sin necesidad de hablar se pusieron de acuerdo. Sínke encaró a sus jínnyi, y dijo:
—¿Qué nos dirían si les dijéramos que, desde hace poco tiempo, hemos estado viajando entre universos paralelos mi hermano y yo?
Se oyeron las voces alegres de otro grupo de jóvenes que se dirigían a jugar fútbol.
—No es la realidad la que ha cambiado; somos nosotros los que hemos cambiado de realidad —dijo Yáke—. Poco antes de salir de vacaciones, ocurrió una serie de circunstancias que no podemos explicar con nuestro entendimiento del mundo. Todo comenzó a cambiar de repente; nuestros recuerdos y experiencias se contradecían con los hechos en torno a nosotros, pero sólo mi hermano y yo lo notábamos.
Explicaron brevemente las experiencias que habían tenido antes. La gente pasaba por el puente rojo, platicando con sus congéneres sin ver nada extraño en su manera de existir.
***
Una semana tuvieron que pasar los jínnyi en aquella realidad de seres blancos. Poco a poco se fueron acostumbrando a la gente sin rostro y a ver a sus familiares como si una fina capa de tela obstruyera sus facciones, e intentaron llevar una vida normal todo el tiempo que fuera necesario. Después de salir juntos una y otra vez, y tener ese sentimiento de sentirse ajenos en una realidad que se comportaba tan normal al margen de ellos, por primera vez pudieron entender lo que quizás sentían los gemelos en su mundo. Yáke fue el único que no se unió a ellos durante ese tiempo; permanecía en su habitación acompañado de su tortuga, leyendo libros y esperando que al día siguiente la realidad cambiara; sin embargo, no deseaba precisamente volver a la realidad de antes, pues la única diferencia entre ambos universos paralelos era que simplemente estaba más acostumbrado al anterior, pero eso no significaba que le tuviera más aprecio. Los demás, por otro lado, permanecían más juntos que antes. Eran liderados por Sínke, el cual no dejaba de llevarlos de un lado a otro por la ciudad para observar todo lo que les pareciera curioso. De ese modo averiguaron que, en ese mundo, los seres tenía una costumbre extraña: cuando uno había ofendido o lastimado a alguien, se disculpaban juntando sus frentes y quedándose así un rato. Sínke dijo que ese contacto tan cercano les permitía expresar una sensación de arrepentimiento, dado que era muy difícil que alguien lograra ver el rostro sinceramente arrepentido de alguien. Del mismo modo la gente solía usar mucho más la mímica; no podían apreciarse completamente sus expresiones de felicidad o tristeza, así que exageraban sus ademanes con las manos en una especie de lenguaje de señas. Por ejemplo, para expresar tristeza frotaban su mano contra su cara como si se estuvieran secando una lágrima inexistente, cuando querían expresar una gran felicidad colocaban una mano sobre la cabeza como si fuera una oreja de conejo, y para expresar aburrimiento se golpeaban la cara con el puño suavemente. Muchas de esas expresiones eran atenuadas, o incluso omitidas, en presencia de familiares y gente cercana, cuyos rasgos podían distinguir con más claridad. A pesar de que no se les podían ver los ojos, Áte se dio cuenta de que algunos de ellos los miraban tocándose la cabeza con los nudillos.
“Quizás es así como expresan su extrañeza” dijo Hínta, “sobre todo porque ven que ninguno de nosotros hace lo que ellos hacen”.
“¿Por qué no intentan ustedes imitar sus modos y actitudes?”, sugirió Sínke con malicia.
“Me sentiría rara si tuviera que frotarme en la barbilla cada vez que quiero dar a entender que me siento irritada”, dijo Séntsa.
“Entonces te rebelas contra los estándares que esta realidad ha determinado para sus habitantes”.
“Eh, no… solamente no me gustan”.
“Sin embargo, Séntsa, no pareces tener nada en contra de mostrarle respeto a alguien inclinándote y semitapándote la boca con la mano en nuestro mundo”.
Se quedaron en silencio observando el atardecer en la playa, mientras las figuras blancas salían del agua golpeándose en el hombro en señal de satisfacción.
42
—¿Recuerdas al maestro Gyéo, hermano, y sus fantasías de realidades infinitas?
—¿Pero cómo y por qué? Despertarse de repente en otra realidad, obligándote a enfrentarte con lo que eres ahí. Encontrarte con un diferente En sí.
—La existencia precede a la esencia, hermano, las decisiones que hemos tomado en el pasado nos construyen, incluso desde antes de empezar a existir.
—Nosotros no teníamos una idea de cómo debía ser nuestra realidad, sólo de cómo no debía ser. Si he venido tomando decisiones toda mi vida, quiere decir que también he tomado las decisiones opuestas; en otra realidad elegí no unirme al jínnliù.
—Las opciones son infinitas, hermano, cada decisión es un número infinito de mundos, según el maestro Gyéo.
—Infinito son demasiadas realidades.
—¡Todo lo imaginable, hermano! La ficción ha muerto, y se ha llevado a la realidad consigo.
***
Tu perro dio un fuerte ladrido, y desde tu habitación reconociste que el que había llegado a tu casa era Yáke. Bajaste corriendo rápidamente, ignoraste a tu paliducho padre y abriste la puerta. El gemelo, al verte salir, inmediatamente se dio la vuelta. Te detuviste a unos pasos de él.
—Si ya te tomaste la molestia de venir, al menos podrías mirarme a la cara.
Yáke no hizo caso.
—Respóndeme una cosa, cuando te dije por primera vez que no me sentía parte de la realidad, ¿qué tanto me creíste en serio, y qué tanto te lo tomaste como mera exageración?
Intrigada, te acercaste y apoyaste los codos sobre la reja que los dividía.
—Tal vez todo fue sólo por curiosidad al principio, no lo sé ni yo misma; ya sabes que no sé por qué pienso muchas cosas. Pero luego, cuando pintamos y sentí lo mismo que tú. Digamos que de ahí comencé a creerlo en serio. Tenías cierta influencia para controlar la realidad.
—¿Crees que yo hacía todo eso adrede?
—Bueno… tal vez era la realidad la que nos controlaba —lanzaste una risa burlona—… Míranos, Yáke, hablamos de la realidad como si fuera una villana.
—Eso es pueril.
Reíste de nuevo.
[¿Qué te hizo venir? —pregunta Yúska.
—Me cansé de quejarme de lo mismo todo el tiempo —dice Yáke, taciturno—. Después de que me llamaste hoy, me di cuenta de que ya no veía el color de mis propios ojos en el espejo —y como si se tratara de un milagroso e irrepetible suceso, Yáke ríe en voz baja. Yúska reacciona tensando el rostro como ante un extraño peligro, pero de inmediato percibe la paz en el corazón del gemelo a través de esa risa, y sonríe satisfecha. Yáke continua—: Qué mal me debería sentir. Hay tantos problemas en esta y todas las realidades, problemas de verdad, seres que tienen justificación real para sentirse miserables, y mi hermano y yo sufriendo por algo tan estúpido.
—No es estúpido —dice Yúska—, quizás exageraron un poco, pero no es estúpido.
—Como sea —dice Yáke, con voz resuelta—. Si fue mi propio pensamiento lo que provocó este cambio, debe haber alguna manera de volver a detonarlo para regresar —se voltea y mira a Yúska a los ojos.]
—Así es; pero —pusiste la mano en su hombro—, ¿vamos sólo a ignorarla o a enfrentarla?
Yáke sintió por primera vez en mucho tiempo un contacto humano que no se sentía irreal como en un sueño; era igual que todas aquellas veces que había pintado contigo.
Veías muy nítidamente su largo cabello, y con suavidad comenzaste a tocarlo, peinándolo con tus manos.
—¿Esto lo sientes real? —preguntaste.
Lentamente, Yáke se dio la vuelta con los ojos fuertemente cerrados, reíste de nuevo al verlo con la piel arrugada alrededor de los ojos, y dijiste:
—Deberías estar ocupado filosofando sobre las grandes preguntas de la humanidad, pero estás frente a una simple chica sin atreverte a mirarla.
—¿Qué catástrofe ocurrirá si resulta que podemos ver los colores de nuestros ojos?
Manteniendo la respiración, ambos acercaron sus rostros, y tú suavemente apretaste tu frente contra la de Yáke. En el momento en que sus frentes se tocaron, un increíble número de imágenes surgieron en sus cerebros, acompañadas de sonidos, olores, sensaciones, todo entremezclado en un bloque de recuerdos donde se apretaban todas sus experiencias al mismo tiempo. Se vieron desde niños, vieron a los mismos seres blancos que los cargaban, y poco a poco comenzaron a notar sus formas y facciones según se encariñaban con ellos: sus propios padres. Vieron una versión alterna de su vida, la vida que llevaron en aquella realidad, acostumbrándose a ella, conociendo sus leyes y normas. En la mente de Yáke resonó su propia voz criticando y analizando esa realidad mientras crecía, y a su hermano compartiendo su opinión pero con otros puntos de vista. Vio cómo te conocía a ti y a los jínnyi, de una manera muy diferente a como lo recordaba en la otra realidad, en una fiesta de cumpleaños de Kányu. Tú también visualizaste todas las memorias de tu vida. Te dolió que el abandono de tu madre siguiera siendo una realidad ahí, y llegaste al día en que conociste a tus jínnyi y cómo sus rasgos poco a poco habían quedado visibles para ti. Ambos vieron las imágenes de cómo habían convivido en ese mundo, de una manera muy parecida a como lo recordaban, y poco a poco dejaron de verse blancos y planos, para poder verse más completos, con sus rasgos cada vez más y más nítidos. Se acercaron mucho más, temblando.
—Yáke… ¿qué es esto? —preguntaste maravillada.
El silencio de Yáke, acompañado de sus propios suspiros extasiados, la hizo sentirse tan unida a él que no necesitó respuesta. Se entregaron por completo a las regresiones de ese pasado en el momento en que sus mentes empezaban a abandonar ese universo.
***
Revivieron todas las veces que sus cabezas se habían juntado de ese modo, siguiendo los planes de esa realidad, y sintieron una gran nostalgia, como si todo eso hubiera ocurrido hacía demasiado tiempo. Finalmente se visualizaron abrazados y con los labios unidos, sin saber si aquello era otro recuerdo o un hecho presente.
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