La realidad de Yáke y Sínke 15: Zoológico


Viaje a un zoológico de seres de otros mundos.


43

La semana de la actividad de Kányu estaba a punto de terminar y la calma volvería al club. Durante todo ese tiempo habían desempeñado muchas de sus actividades en compañía de Íma, en una serie de citas cuádruples en las que solamente una era de verdad. Caminaron por las calles del centro y en los centros comerciales tomados de las manos, compartiendo sus bebidas, viendo películas juntos y entrando a tiendas. También fueron a la costa a contemplar las puestas de sol. Los chicos acompañaban a las chicas a sus casas al terminar. A su paso, la gente murmuraba el curioso espectáculo; los más viejos suspiraban recordando su juventud y añoraron sus pasados momentos románticos; los chicos de su edad que los conocían cuchicheaban y murmuraban que, aun en el romance, el jínnliù parecía indestructible. Algo irritante era que los únicos realmente enamorados pretendían guiarlos en los comportamientos que debían llevar, como si les quisieran dar lecciones de cómo ser novios, pero lo peor era que, conforme más tiempo estaban con ellos, su relación más comenzaba a asemejarse a la de Délo y Déla, sin llegar a ser tan cursis como ellos, pero con una manera de tratarse casi rayando en lo infantil; si ambos caminaban tomados de la mano, incitaban a los demás a hacerlo, si Íma caminaba abrazada del brazo de Kányu, incitaba a las otras a hacer lo mismo, y si se daban de comer el uno al otro, los demás también tenían que hacerlo, soportando la vergüenza pública que todo eso les provocara. Entre tantas experiencias vergonzosas y triviales, que hicieron dudar a todos si debían volver a permitirle a Kányu proponer una actividad, es interesante notar que los dos novios en ningún momento se besaron en la boca. Al preguntar por la razón, contestaron, de manera no muy convincente, que era para que los demás no se sintieran raros, ya que era lo único que habían acordado no hacer durante esa actividad. Sínke, siempre queriendo probar algo, comenzó de repente a discutir con Yúska.
—¿Cuándo fue la última vez que me preguntaste la razón de mi existencia? —dijo con una exagerada voz acusadora— Me molesta que siempre que estamos juntos lo único de lo que nos ocupemos sean de cosas triviales. ¿Cuándo fue la última vez que te interesaste en mi En sí y en mi Para sí?
—¿Eh?
—Cada vez que te interrogo acerca de a qué posición filosófica tu razón es partidaria, cambias el tema. ¿Por qué no me tienes confianza para revelarme lo más profundo de tus problemas existenciales? —se llevó la mano a la cara, con una pose dramática— ¡Oh, Aikân mío! ¿Por qué tuve que haberme fijado en ti? Nunca te importa el Dasein.
Yúska comprendió lo que intentaba hacer.
—¿Tú crees que eres el novio perfecto? —enojó la voz— Todo el día estás con lo mismo, que la realidad es ridícula, que tal filósofo dijo esto, que no existe la moral objetiva, que la sociedad está sesgada, que todos hemos sido condicionados. Pareces un disco rayado.
Kányu e Íma, aparentemente sin captar el tono sarcástico de la situación, intentaron calmarlos alegando que molestaban a la gente. Sínke y Yúska continuaron todo ese día eludiéndose las miradas con los labios apretados, como una pareja peleada que no quería reconciliarse, pero siempre murmuraban risas cuando los novios de verdad no se daban cuenta.
Más tarde, cuando estuvieron en casa, Yáke habló con su hermano del porqué de esa actitud, aunque creía ya saber la respuesta.
—Obviamente —dijo Sínke— te habrás dado cuenta de que su relación con Íma todavía no estaba consolidada, hermano, sino que siguen en la fase crepuscular y melosa de los primeros meses del noviazgo, siguen en una etapa platónica de sexo de formación. Lo que hice fue ver sus reacciones ante una pelea tonta, aprovechándome de su ingenuidad, para mostrarle, tal vez infructuosamente, que con el tiempo dejará de ver a Íma como una chica perfecta y viceversa.
—¿Tan interesante te parece el mecanismo del cortejo de este mundo?
—¿A ti no, hermano?
Yáke pensó un momento, y luego dijo:
—Interesante, y quizás también un poco inquietante: cerebros segregando drogas de placer ante un estímulo sensorial que afectan el razonamiento; un adicto ve a su droga como algo divino, y en el momento del éxtasis más intenso no va a percibirla como algo que le estorba la razón, y los seres de la realidad no parecen listos para renunciar a la droga del amor.

***

Hubo una disputa sobre si el club estaba cumpliendo algún propósito real o solamente era un pretexto para no hacer nada pensando que sí se hacía algo. Mientras que los clubes deportivos tenían partidos, los culturales hacían exposiciones, los clubes científicos fabricaban pequeños robots y mezclaban sustancias en sus laboratorios, el club Fíkcionò, cuyo objetivo, según Sínke, era investigar la realidad, apenas pasaba de actividades extrañas en casas abandonadas, molestar gente por la calle, y fingir que eran novios entre ellos mismos. Cada vez que alguien preguntaba a uno de los jínnyi qué era lo que hacían en su club, ya fuera por curiosidad o por el deseo de unirse, no sabían qué decir, y acababan haciendo creer a todos que en el fondo no hacían nada.
Fue el turno de Séntsa de escoger la siguiente actividad. Sintiéndose la menos convencida del objetivo del club, había decidido desde la actividad de Kányu que no iba a esforzarse mucho. Sínke hizo la observación de que nadie había utilizado ninguno de los libros que se había molestado en llevar, y tomándoselo como una indirecta, Séntsa se acercó a ellos y sacó el primero que su mano encontró: un ejemplar de El zoo humano, y sin dejar a su mente pensar más allá del simple título, decidió cuál sería su actividad.

***

Al volverse para mirar a su hermana, Hínta se sorprendió de verla completa, con ojos, boca y facciones tal como siempre las había visto. Se dio cuenta de que ambas estaban en el dojo y llevaban su ropa de entrenamiento. Hínta sintió un repentino y agudo cansancio, como si hubiera estado entrenando durante horas, que la hizo caer de rodillas al suelo.
—¿Y ahora qué te pasa? —preguntó Húba, molesta y jadeante.
Hínta salió corriendo a la calle, aún con su ropa de entrenamiento, y al ver a la gente caminando y conduciendo en sus carros, comprendió que al fin habían vuelto.

***

Todos los jínnyi se dieron cuenta del repentino cambio de la realidad. Yáke ya no estuvo frente a Yúska cuando abrió los ojos, sino a la mitad de una calle frente a un semáforo peatonal en rojo, y apenas tuvo tiempo para evitar que un camión lo atropellara. Los demás jínnyi también se encontraron en lugares diferentes a los que habían estado sólo un segundo antes de que la realidad cambiara, y, como si no fuera necesario ponerse de acuerdo, se reunieron lo más rápido que pudieron en casa de los gemelos.

***

Alivio, era lo que más se sentía, pero también miedo. Cuando estuvieron todos reunidos, fue como si el mundo fuera de la mansión se hubiera silenciado.
—Menos mal que ya regresamos —dijo Séntsa cruzándose de brazos.
—El hecho de que vinieras tan rápidamente indica que aún algo te preocupa —dijo Sínke.
—Sólo no entiendo por qué aparecí en un lugar diferente.
—¿Dónde estabas?
—Estaba platicando con ella —cerró los ojos.
—¿Quién?
—Íhra —dijo con voz pesada—, llegó de repente a mi habitación y se puso a hablar conmigo. Solamente podía ver sus ojos como el boceto de un dibujo, y su voz la escuchaba muy articulada… Pero eso no importa, el punto es que un segundo después estaba en el comedor con Ázt. Él estaba hablando como si lleváramos así un rato; obviamente me asusté.
Cada uno contó su versión de dónde se habían encontrado, pero Áte parecía más concentrado observando la palma de su mano derecha, con una extraña confusión.
—¿Cuál es tu versión, Áte? —preguntó Kányu, con interés.
—¿Qué importa seguir recordando eso? —dijo Áte, guardandose la mano en el bolsillo— Lo importante es que volvimos, y ya.
—Si en verdad pensaras así, no habrías venido tan rápido a nuestra casa —dijo Yáke.
Áte refunfuñó.
—Sólo es algo sin importancia.
—Todo en la realidad es sin importancia —dijo Sínke—. Pero si tiene que ver con lo que sucedió, dínoslo de todas formas, sin tanto drama.
Áte se puso de pie, y miró a través de la ventana de la sala, viendo el jardín delantero de la mansión.
—Unos minutos antes de volver, estaba en la cocina ayudando a mi hermana. Estaba observando de reojo su apariencia blanca y sin emoción, y… por un momento pensé que no me sentía muy diferente con ella en ese momento... que como usualmente es en este mundo…
—¿Qué sucedió? —preguntó Kányu.
—Estaba lavando un cuchillo y me distraje; estaba escuchándola hablar cuando me corté y comencé a sangrar —observó su mano, completamente ilesa—, me dolió mucho y la mojé en el chorro de agua, entonces ella me trajo unas vendas y alcohol, me dijo que no era grave y con un algodón comenzó a desinfectarme, y mientras lo hacía, y veía cómo mi sangre la manchaba un poco en los dedos…
Se detuvo por un momento, no encontrando palabras para continuar.
—¿Qué? —preguntó Hínta.
—Se van a reír de mí —dijo con una leve sonrisa de vergüenza—, pero en ese momento la miré, y me di cuenta de que el color de sus ojos comenzó a aparecer, de un color azul muy opaco… supongo que era el nivel de color que uno podía alcanzar a ver entre familiares en aquella realidad… pero entonces pensé… que no recordaba cuál era el color de ojos de mi hermana en esta realidad. Esa era la primera vez que me fijaba en ese detalle, y me sentí, digamos, como un idiota… unos segundos después aparecí de repente en un parque cercano a mi casa, no sentía más dolor, miré mi mano y ya no estaba herida.
No dijo nada más. Sínke se puso de pie y se aclaró la garganta.
—Bueno, basta de cursilerías. La situación es ésta: de alguna manera estuvimos en otra realidad, y cuando volvimos aparecimos en lugares diferentes, con ropa diferente, y la herida que nuestro jínn se hizo en la mano desapareció. Este evento extraordinario exige una explicación extraordinaria.
—¿Acaso alguien de sus familias les preguntó dónde habían estado? —preguntó Yáke.
Todos lo negaron.
—Si para el resto del mundo ninguno de nosotros desapareció por una semana, eso quiere decir que de algún modo estuvimos aquí todo este tiempo.
—¿Pero entonces cómo es que estuvimos una semana en otra realidad? —preguntó Hínta.
Sínke comenzó a caminar de un lado a otro.
—Quizás, solamente quizás, nos ayude una fábula que nos contó una vez el maestro Gyéo. Se trataba de una persona que una vez viajó a otro universo paralelo, bueno, no viajó físicamente, sino que fue sólo su mente la que viajó…
—¿Sólo su mente? —preguntó Kányu.
—Su mente viajó a un alter ego suyo que tenía una vida muy diferente. El tipo en su mundo originalidad era un barrendero que ganaba una miseria, pero aterrizó en un alter ego que era un prodigioso violonchelista. Sólo estuvo ahí por un pequeño rato, pero al volver, su mente había adquirido el talento de su alter ego para tocar el violoncelo, por lo que, tras juntar suficiente dinero para comprar uno, hizo una audición en una sinfónica y lo contrataron, y con el tiempo ganó fama en todo el mundo por su virtuosismo.

***

Las impresiones que habían vivido los han agotado, pero el hecho de estar ante tal descubrimiento les resulta tanto impresionante como inconveniente, después de todo, solamente faltan dos semanas antes del siguiente ciclo escolar, no van a tener tiempo para más universos paralelos.

44

El zoológico de la ciudad de Shórsta recibía cada día cientos de visitantes, era uno de los atractivos turísticos más famosos después del antiguo templo de Bríuh y la Costa de Platino. Albergaba más de quinientas especies de animales de todas partes del mundo, los cuales, encerrados en sus jaulas, veían sus vidas pasar frente a los visitantes que los observaban con asombro, indiferencia y risas desde las barreras. Pero para los jínnyi, aquellos seres inconscientes de su propia existencia eran lo menos importante, pues el objetivo de la actividad era observar al ser humano, los cuales, sintiéndose importantes por estar libres de las limitantes de una jaula, ignoraban el hecho de que eran ellos los seres en exhibición.
Sínke no dejaba de alabar la idea de Séntsa (con todo y reverencias exageradas), a pesar de que ella admitía que solamente era una actividad que no les causaría tantas molestias, tanto a ellos como a los demás, y la única condición era que no podían hablar con nadie, sino solamente observar a la gente como en un safari donde se observaran seres humanos, aunque Sínke era el único que parecía tomarse esa idea de manera seria.
—Presten especial atención a los ejemplares con crías —susurró—, esos son los más difíciles de observar sin que se alarmen.
Kányu inmediatamente vio a un hombre que cargaba un bebé en una cangurera, el cual se detuvo frente a la jaula de los avestruces.
—Ya que lo has visto, te toca observarlo —dijo Sínke—. Pero ten cuidado; estos seres son muy protectores con sus crías… los demás, continuemos.
Dejaron al perplejo Kányu solo, y, tomándoselo más a juego, se apoyó en la baranda, mirando a los avestruces, pero manteniéndose a distancia del hombre con el bebé. No pudo evitar mirar demasiado al bebé, y cuando el hombre se dio cuenta, Kányu le mostró una cara nerviosa y volteó la cabeza rápidamente.

***

—¿Y en dónde aparecieron?
—Sintió Séntsa un gran dolor en la cabeza, mareo y náuseas. Todo estaba oscuro, pero lejanos sonidos le llegaban como murmullos. Una mano sobre su cara suavemente removió el cabello que la cruzaba.
—¡Séntsa!
Sintió la palma en sus mejillas entumidas. Sacó leves y rasposos sonidos de garganta. Hínta la humedeció con un poco de agua, y su visión comenzó a aclararse poco a poco. Los sonidos se hicieron cada vez más intensos. Finalmente se movió, y observó a su jínne, que sonreía aliviada de verla con vida.
—Te dije que iba a estar bien —dijo Sínke, sentado sobre la rama de un árbol.
—¿Quieres un poco de agua? —dijo una chica que era la misma imagen de la presidenta Áltra, y con la cual compartía el mismo nombre. Le ofreció un vaso lleno de agua del lavabo que había junto a unas mesas con frutas.
Séntsa se sentó, lo bebió con ansias y miró a su alrededor intrigada. Una gran reja los limitaba por todos lados. Un prodigioso árbol de especie desconocida, con hojas rojas y aterciopeladas, se alzaba imponente desde el centro de la jaula, y un alto techo transparente dejaba pasar una luz suave, como un día seminublado. Para este punto ya todos la estaban rodeando, Yúska, Áte y Kányu, todos salvo por Yáke y Sínke.
—¿Dónde estamos?
Yúska colocó suavemente la mano sobre el hombro de Séntsa, y dijo como dándole un pésame:
—Volvió a suceder.
La gran jaula circular encerraba a los jóvenes como animales, sus ropas cambiadas por vestimentas grises de textura áspera, y símbolos curvilíneos tatuados en los antebrazos.
Yáke, apoyado contra la reja, ignoraba los gritos de desesperación de Séntsa al descubrir su realidad, y veía hacia el exterior los suaves movimientos de seres hechos de color y humo, que parecían observarlos a gran distancia.
Kányu trató de calmar a Séntsa, pero ésta, aferrándose a los barrotes de la jaula, demandaba que los dejaran volver a su mundo.
—No nos escuchan —dijo Áte, sujetándola—, ya lo intentamos antes.
Áltra permanecía sentada sobre una silla; las manos en la cabeza, mirada resignada y triste. Séntsa se fijó en ella.
—¿Qué está haciendo la presidenta aquí también? —preguntó en voz baja.
Hínta le explicó que ella ya estaba cuando todos despertaron y que no parecía muy sorprendida de hallarse ahí. Séntsa vio a Yáke, y, aproximándosele, le exigió que explicara lo que había sucedido.
—Un zoológico, jínne —dijo con voz sombría, sin despegar la mirada de los seres de humo—, esta es ahora nuestra realidad.
Sínke se dejó caer al suelo desde lo alto de la rama, y dijo:
—Más que un mero zoológico, estimados, un zoológico universal. Como el maestro Gyéo una vez nos dijo en otra de sus metáforas: imagínense unos seres tan avanzados que son capaces de capturar seres de otras realidades para exhibirlas disecadas en un museo, pero en nuestro caso, es como un zoológico…
—¿Acaso su maestro tenía una fábula para todo lo que nos está sucediendo? —preguntó Áte, molesto.
—No tenéis que preocuparos, jínnyi. Recuerden lo que hemos hablado apenas hace unos días.
—¿Lo de que estos cuerpos son alter egos? —preguntó Kányu, viendo con intriga sus propias manos.
Sínke asintió con confianza; pero Séntsa todavía estaba insegura.
—¿Cómo podemos saber si tienes razón? —preguntó escéptica.
Sínke se mojó las manos en el lavabo. El agua se deslizó de sus manos y cayó hacia la cañería.
—Por alguna razón ya no nos sucede lo del agua, pero en el mundo de las figuras blancas sí seguía sucediendo. Al menos yo sí estoy convencido de que éste no es el cuerpo que siempre he tenido.
—Bueno, entonces tenemos que esperar nuevamente a que nuestras mentes regresen a nuestra realidad —dijo Yúska, queriendo verse despreocupada.
—Pero… ¿qué va a pasar con ella? —preguntó Hínta en voz baja.
Miraron entonces a Áltra, que los había escuchado con un poco de temor.
Kányu se le acercó, y preguntó:
—¿Recuerdas cómo llegaste aquí?
—Estaba caminando de noche y vi una luz intensa —contestó con tristeza—, luego desperté aquí con ustedes.
Sínke la miró sospechosamente.
—¿Sabes quiénes somos nosotros? —preguntó.
Áltra negó con la cabeza.
—Es la primera vez que los veo, ¿también son de Danzílmar?

***

Cada uno de los jínnyi fue asignado a un área del zoológico para observar a la gente. Séntsa se quedó en la zona de los felinos, queriendo distanciarse lo máximo posible de la inútil actividad; Yúska en la de las aves; Yáke en la de los reptiles; y Áte había prometido quedarse en el área de los peces, pero apenas se fueron comenzó a vagar sin rumbo por todo el lugar. Sínke y Hínta estaban discutiendo a dónde ir, pero entonces vieron a un grupo de gente congregada en el área de los primates. Al acercarse, vieron que lo que llamaba tanto la atención era que una pareja de gorilas se encontraba en pleno acto de apareamiento. La gente soltaba risas al ver al gorila macho intentando seducir a la hembra, la cual juguetonamente se alejaba y se detenía para esperar a que se acercara; luego se juntaron y comenzaron a juguetearse los genitales el uno al otro. Entre la gente se podían oír repentinas risas de alegre vergüenza.
A Hínta no le hizo mucha gracia esa escena, le iba a decir a Sínke que se fueran, pero lo vio tan concentrado observando a la gente con una sonrisa tan exageradamente analítica y maliciosa, que le dio curiosidad saber qué pensaba. Un rato después, ambos se apartaron hacia una zona de la jaula con menos gente, pero aún se podía ver el espectáculo de la cópula que desempeñaban los dos grandes primates.
—¿Por qué crees, jínne, que la gente se ríe de ver a dos animales manteniendo relaciones sexuales? —preguntó con tranquilidad.
Hínta se ruborizó, pero permaneció fría.
—Supongo que es porque a algunos les parece divertido, algo risible… Pero también hay muchos a los que les da vergüenza.
—Entonces la otra pregunta es: ¿por qué a la gente le da vergüenza observar dicho acto?
—Porque en los humanos es algo que se considera privado.
—Y en todo caso, el criterio para decidir lo uno o lo otro va en relación a lo que el humano entienda como su realidad.
Siguieron observando hasta que los gorilas se separaron, la gente fue perdiendo el interés y empezó a irse.
—¿A ti el sexo te da risa, vergüenza, o te hace reír de vergüenza? —preguntó Sínke de repente.
El rostro tenso de la chica contestaba por ella.
—Claro —dijo Sínke al verla así—, es indispensable que una de esas reacciones se genere en ti si quieres quedar bien.
—¿Qué?
—Es el Ello contra el Súper Yo. Ver un acto sexual provoca una de esas reacciones porque los asociamos con actividades del ser humano, una actividad natural y que todos tienen deseos de practicar, pero no pueden expresarlo, o serían todos unos pervertidos, por eso la arbitraria moralidad que ve al sexo como algo impuro hace su aparición: nadie quiere ser considerado impuro o sucio, así que se ríen o se asquean, y al reírse o asquearse de otros seres copulando, se ríen y asquean de su propia naturaleza. ¿Qué tanta gente lograste observar desde aquí?
—No mucha.
—Yo sí, incluso podía oírlos pese al bullicio. Había gente casada, que de tanto en tanto se daba codazos discretos y miradas acusantes y bocas con sonrisas cínicamente avergonzadas; adolescentes que de seguro pensaban que hasta los gorilas follaban y ellos no; niños que se acercaban con su curiosidad infantil, pero eran alejados de ahí por sus madres diciéndoles que estaban muy pequeños para ver eso; alguna que otra melancólica también observaba en silencio, de seguro analizando su propia vida sexual y experimentando algún dilema interior… Y así muchas otras características entre toda la gente que se paraba a contemplar el espectáculo aunque sólo fuera por un segundo.
—¿Qué tiene todo eso de malo?
—Ya te he dicho que no catalogamos nada como malo o bueno, sino simplemente como algo que puede ser absurdo o no.
—¿Y te parece absurdo todo eso?
Sínke pensó un momento, luego dijo:
—Podríamos crear un ejemplo en el que, en lugar de ver animales apareándose, fueran seres humanos haciéndolo. ¿Habría alguna diferencia?
—Sí, de seguro los llamarían indecentes, y para muchos sería algo más emocionante.
—Exacto, porque al tratarse de sus iguales, los tratan de la misma manera en que serían tratados ellos. Ahora, para responderte, ¿esa reacción que tendrías tú de ver a dos seres humanos teniendo sexo no la hallarías absurda?
Hínta pensó un momento, con la mano apoyada en la barda protectora.
—Nuestra sociedad no enseña desde que somos niños que…
—No me importa lo que diga la sociedad, ni siquiera tus padres. Respóndeme, ¿es intrínsecamente risible el sexo?, y, de ser así, ¿por qué?
La situación se volvió incómoda para Hínta.
—Nos estamos desviando del tema —dijo.
—No, el tema no cambió, evolucionó en algo más serio. Contéstame, ¿cómo puede ser dicho acto digno de pudor?, ¿porque así se te ha dicho desde que eras niña? Si el pudor y la vergüenza fueran algo intrínseco en la definición de lo que es ser humano, entonces no existirían tribus en el mundo que viven casi completamente desnudos, pero existen.
Hínta no supo qué responder a eso, Sínke suspiró contento, y dijo:
—¿Te das cuenta de cómo de algo tan tonto como monos apareándose, llegamos a cuestionarnos el pudor humano? Seriedad a partir de lo banal. Este tonto club funciona un poco.

***

En silencio total. Sombras sin voz ni aliento permanecieron en la jaula. De un lado para el otro, como un tigre, Áte, va observando la copa del árbol aburridamente. Detrás del árbol había una pequeña habitación de concreto: un baño, como lo recordaban de su realidad; también mesas y sillas, una bandeja con varias frutas y también un lavabo saliendo del suelo, del que constantemente bebían.
—¿Cuánto tiempo vamos a esperar? —se quejó Áte.
Nadie dijo nada. El silencio e inactividad comenzó a desesperarlo. Yáke no se había movido de su lugar, mirando hacia el exterior con tanta atención como si con ello fuera a descubrir una salida. Yúska estaba sentada en el suelo, los ojos clavados en las hojas rojas y ramas con cierto tinte plástico, perdida en pensamientos. ¿Qué universo debería ser ese para ver a Yúska tan quieta? Y Áte no lo soportaba. Partió con dificultad una de las ramas que caían hasta el suelo, y comenzó a golpear los barrotes de un lado a otro, haciendo resonar toda la jaula con su ruido metálico; todos se taparon los oídos menos los gemelos.
—¿Qué te pasa? —gritó Séntsa.
—Déjalo —dijo Sínke, contento—, hay tanta quietud que siente la necesidad de hacer algo.
—Así es —dijo Áte, sin dejar de golpear cada vez más furioso—, si no podemos hacer nada para regresar a nuestra realidad antes, al menos debemos hacer cualquier cosa, por más tonta que sea, pero algo…
Los sonidos provenientes de la jaula parecieron tener un efecto en los silenciosos observadores del exterior; Yáke los vio un poco más cerca, condensados como una bruma gris.
Cansado de golpear el metal, Áte se detuvo, respiró agitadamente y se sentó.
—¿Qué te ocurre? —dijo Kányu, acercándose a él.
—Me siento extraño —contestó Áte; Sínke lo miró de reojo—, tengo extrañas sensaciones en mi cabeza… me siento muy desesperado.
—Supongo que es normal teniendo en cuenta dónde estamos —dijo Kányu, sonriendo—, cualquiera estaría así si despertara dentro de una jaula.
—¿Tú te sientes así acaso?
Kányu levantó la mirada, meditativo.
—No; pero ahora que lo pienso, esta situación no me desagrada, podría decir que me siento contento.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Hínta.
—No sé, pero una parte de mí se siente a gusto en esta jaula.
—¿Estás loco? —exclamó Séntsa, haciendo estallar la última palabra de sus labios.
—¿Cómo se sienten todos ustedes? —preguntó Sínke, con una voz inusualmente seria— En una situación como la nuestra lo natural sería sentir ¿qué? Cada uno se conoce a sí mismo, o al menos así debería ser.
—No empieces ahora —dijo Séntsa, poniendo un gran enojo y tristeza en cada sílaba.
—¿Por qué Áte tuvo el deseo de hacer ruido? Porque el silencio le desesperaba, ¿les suena ese al Áte que conocemos en nuestro mundo?
Hínta se levantó, se aceró a Sínke y dijo:
—Creo que sé a qué te refieres, no he olvidado lo de las mentes y que sólo estamos ocupando el cuerpo de nuestros alter egos. Eso quiere decir que… ¿Adónde se fueron las mentes de nuestros alter egos, las que normalmente ocupan estos cuerpos?
—¿Qué tiene que ver todo eso? —preguntó Séntsa, hastiada casi al punto del llanto.
Hínta continuó:
—Solamente digo que, tal vez, las mentes de nuestros alter egos todavía estén en estos cuerpos y por eso estamos sintiendo cosas que eran parte de ellos.
—¿Como recuerdos? —dijo Yúska, sin quitar la mirada perdida del techo.
Sínke la miró sospechando. Se hincó ante ella, quedando a la altura de su cara, y preguntó:
—¿Qué recuerdos, estimada?
—Son como leves sensaciones, o no sé: sonidos y ruidos de voces, caras también, un calor, miedo, tristeza. No sé, no entiendo bien; pero hace rato que lo siento.
Un sonido grave, piano y tembloroso provino del suelo. Todos perdieron el aliento, y se quedaron atentos a cualquier otro cambio. El miedo y la inquietud por estar ante un nuevo peligro fueron desvaneciéndose entre más pasaban los segundos de silencio. Tras un rato de calma, Sínke dijo:
—Podría ser verdad. Tiene sentido que los recuerdos y sentimientos de nuestros alter egos todavía estén en nuestras cabezas. Quizás la acción de Áte, el sentimiento de Kányu y los recuerdos de Yúska sean rasgos de esas personalidades que intentan salir.
—¿Por qué no sentimos nada de eso antes? —preguntó Kányu, aún pendiente del suelo.
La sonrisa de Sínke era una curva algo deformada, trazada por una mano insegura.
—No lo sé. Quizás nuestros alter egos de la realidad de la gente blanca eran tan parecidos a nosotros que no notamos grandes diferencias…
—Eso no es del todo verdad —dijo Yáke, sin moverse de su lugar, con una voz distante y fría—, sí hubo diferencias importantes; pero no todos pudimos percibirlas por completo, al parecer.
Sínke se le acercó, mirándolo con recelo.
—¿Nos has estado ocultando algo, hermano? —preguntó apoyándose a su lado en la reja.
—He estado mucho tiempo observándolos, del mismo modo que ellos nos observan. Somos un espectáculo para ellos, pero ellos también lo son para mí —miraba a los brumosos seres alrededor de la jaula; los ojos de los chicos adentro de la jaula no podían captar en ellos formas que les resultasen lógicas. La luz del techo comenzó a atenuarse, como si anocheciera—. Miran con morbo; pequeños sonidos salen de ellos: murmullos, soplidos sordos sin orden, se interesan más en ustedes, aquellos que hacen algo interesante. Puesto que somos los representantes de otra realidad, nuestra psicología les divierte.
—¿Por qué no es del todo verdad lo que dije? —preguntó Sínke.
—Porque Yúska y yo ya lo vivimos una vez. Como si fuera un despertar, una epifanía, vimos una vida con sucesos diferentes en los que los resultados fueron otros.
—¿Crees que aquello haya causado nuestra salida?
Yáke se levantó de la reja y caminó hasta el centro de la jaula, una vez ahí, dijo:
—Sé algo que podríamos intentar para salir de esta realidad.
Las miradas de todos se clavaron en él, con algo de esperanza.
—¿Qué es? —preguntó Séntsa, desesperada.
—Debemos recordar toda la vida de nuestros alter egos, de ese modo será como si la mente de nuestro cuerpo anfitrión nos expulsara, eso nos enviará a nuestro universo, creo que esa es la clave.
—Espera —dijo Áte, levantando la mano escépticamente—, aún si eso fuera verdad ¿cómo piensas que va a suceder?
El gemelo miró a Yúska, la cual se había incorporado y lo observaba distante. Se aproximó a ella y tomó su mano.
—De verdad creo que fue por eso que logramos salir del universo de la gente blanca —dijo mirándola fijamente a los ojos—. Y si Yúska dice que sus recuerdos vuelven a ella, creo que hay una manera de activarlos.
La chica vio como Yáke se acercaba a su rostro; abrió mucho los ojos cuando sintió los labios del gemelo haciendo presión contra su boca, la cual se destensó y se abrió por instinto. Los seres fuera de la jaula hicieron un sonoro alboroto de sonidos cristalinos, y se atropellaron para acercarse lo más que se lo permitieran las barreras, emocionados por presenciar ese acto inexistente en su mundo.

***

Qué bebé tan bonito. Sube y baja los piecitos y las manitas como si condujera una moto. El avestruz lo observa como una serpiente a punto de atacar a un ratón, pero el bebé sonríe ante su presencia, sintiéndose seguro en la cangurera con su padre. Pero el ave se acerca cada vez más y el bebé comienza a inquietarse. El animal hace un ruido agudo y vibrante con la boca, y el bebé llora. Su padre lo aleja y se van a otro lugar.
Pobre avestruz, encerrado sin mucho espacio para correr; su naturaleza se ve reprimida por el espacio; pero, al fin y al cabo, tiene comida gratis y no tiene que huir de los leones que se lo quieran comer. Al menos en algo sale ganando.
Pobre bebé, ahora que lo pienso; habiendo nacido humano supuestamente tendrá libertad, la cual se la reprimirá su propia especie, es una lástima. Mírenlo, todavía tan inconsciente de la vida, observa a otros animales sin saber qué son o su papel en el mundo. Pero, a diferencia del avestruz, toda su vida no va a estar dictaminada por su instinto. Los animales tienen suerte en cierto modo: nacen con instrucciones, con un instinto que tienen que seguir y no pueden cuestionárselo, no tienen que preocuparse sobre cuestiones como quiénes son y para qué viven, y ese bebé tendrá que hacerlo algún día, cuando tenga mayor consciencia, claro, si tiene buenas influencias.
¿Desde cuándo me volvía tan filósofo? Supongo que los gemelos me han influido un poco; pero esa manera de ver la vida de un modo tan oscuro me desagrada. Quisiera pensar que ese bebé algún día encontrará un sentido a su vida más allá de ser parte de un zoológico humano, el cual, a diferencia del avestruz, no lo tiene nada gratis ni fácil. Mira ahora a los osos; su imagen es más amenazante, pero debido a la distancia no siente miedo. Juguetean con un cubo de hielo con pescados muertos para que laman y coman, se refrescan en el agua y juegan entre ellos, y no piensan mucho en los visitantes que los observan, salvo uno que otro tímido que se refugia en la calidez de su cueva, quizás aburrido o intimidado por los visitantes; pero nadie le presta atención al oso que sólo duerme, son los que juegan con el cubo de hielo los que roban las miradas. ¿Qué clase de oso será ese bebé algún día? ¿Será el que ignoran, o el que llama la atención? Pero, a diferencia de los osos, que independientemente de lo que hagan reciben comida y protección, el bebé tendrá que sobresalir entre todos para darse el lujo de vivir como un animal de zoológico… ¿Vivir como animal de zoológico? Dicen que están muy estresados, pero a mí me parece que se estresarían aún más en la vida salvaje, llena de peligros, donde no hay muerte sin dolor y todo es constante lucha, como he visto en los documentales, no lo sé. Pero una vida de ocio, comida segura y sin peligros, sin duda es el sueño de muchos. ¿Pero y los demás qué? Áte estaría feliz con ese tipo de vida, ¿pero lo estaría así Yúska? ¿Una vida completamente segura a cambio de no tener más cosas que hacer que sentarte y comer?
—Perdone señor, no lo vi.

***

No sucedió nada. Ni un recuerdo profundo llegó a Yúska ni a Yáke. Una adormecedora luz bañaba la jaula mientras los seres en exhibición yacían en camas que habían surgido del suelo, por algún tipo de sistema subterráneo que era lo que habían escuchado hacía rato, y, al mismo tiempo, la jaula fue rodeada por unas placas opacas que parecían de plástico, quedando aislados del exterior. El ambiente se sintió a una temperatura fresca y relajante, como si quisieran incentivarlos a todos a dormir, lo cual estaba dando resultado.
La nueva Áltra, confundida y con miedo, movió su cama lejos de los demás, pensando que quizás estaban locos por las cosas que decían sobre mentes y alter egos. Los gemelos se separaron un poco del resto también.
—¿Por qué no duermes con Yáke? —preguntó Séntsa a Yúska, regañante— Ya se divirtieron hace un rato; ve con él.
Yúska la miró avergonzada, y preguntó:
—¿No decías que eso era algo inmoral?
—Estamos en otra realidad, ¿qué importa para nosotros la moral aquí?
Se calló bruscamente al darse cuenta de la manera en la que había pensado, y se acostó de lado tapándose con las sábanas.
Ni Yáke ni Sínke durmieron fácilmente esa noche, sino que se quedaron acostados platicando con murmullos, mientras la luz menguaba hasta desaparecer por completo.

***

El sueño de todos fue profundo, casi como en un estado de coma; pero apenas las placas volvieron a liberar la jaula, y la luz del techo volvió a simular el sol, el efecto adormecedor los abandonó. Pasaron así varios días en la jaula. Encontraban siempre comida y agua sobre la mesa, consistiendo principalmente de frutas y carne, aunque algunos días también aparecieron algunos platillos que les resultaban completamente desconocidos e incomestibles, de colores y olores desagradables, como pastas de hierbas y restos de cosas que no identificaban lo que eran, pero el hambre les hacía darles pequeños bocados de tanto en tanto. Hínta rápidamente sugirió que estaban estudiándolos como ratones de laboratorio, y esas sospechas fueron en aumento cuando un día apareció una cama menos, de manera que Yáke durmió en el piso, y cada noche el número de camas fue disminuyendo hasta sólo quedar una. Para empeorar las cosas, sentían que la comida debía tener algo, porque fuertes dolores de cabeza los asaltaban durante todo el día, y se dieron cuenta de que únicamente durmiendo en las camas encontraban alivio. Aquellos que poco a poco se quedaban sin camas notaron que les era imposible dormir fuera de ellas, y varias noches permanecieron en vela, hablando de cosas sin coherencia y quejándose sobre cuándo regresarían a su realidad. Los seres que los retenían también les proveyeron de varios objetos que conocían, los cuales salían del suelo del mismo modo que las camas, desde libros, juguetes para niños, e incluso apareció una vez una bicicleta que Yúska montó felizmente por toda la jaula, también una televisión que mostraba el oleaje del mar.

***

Inesperadamente el suelo se abrió, y de él emergió una enorme cápsula de base metálica y cubierta de un cristal transparente. Hínta se sintió arrastrada por una fuerza invisible hacia aquella cápsula, y, desesperada, clamó por ayuda. La mano de Sínke fue la primera en darle alivio, y pronto las manos de todos los demás se abalanzaron a sujetarla también; Yáke incluso se interpuso entre la cápsula y su jínne, empujando a ésta de la espalda. Sin embargo, todos menos Sínke fueron jalados violentamente hacia los barrotes de la jaula, con fuerza suficiente para dejarlos casi inconscientes. La fuerza invisible empezó ahora a arrastrar a Hínta y a Sínke hacia el interior del círculo. Yáke, que había soportado el golpe contra la jaula, saltó a sujetar la mano de su hermano, Sínke intentó agarrarse, pero la fuerza invisible nuevamente volvió a estrellar a su hermano contra la jaula. Hínta y Sínke atravesaron la barrera transparente como si fuera aire, y una vez adentro una capa luminosa de color verde coloreó el cristal y los encerró. Hínta gritó, pero el sonido no podía salir de la cápsula. Sínke intentó romper la cápsula a patadas, pero sólo retumbó un sonido sordo. Yúska agarró una de las sillas y comenzó a golpearla furiosamente contra la cápsula. Yáke volvió allí de otro saltó y dejó caer todo el peso de su puño sobre la cápsula, sin lograr más que hacerla vibrar, e instantes después, el suelo se la tragó tan rápido que más parecía que hubieran desaparecido.

***

En su aburrido vagar por el zoológico, Áte vislumbró la figura de Séntsa apoyada sobre un barandal, bajo el cual los tigres se alimentaban ignorando a los visitantes. ¿Qué haces? Preguntó, Séntsa soltó un profundo suspiro, este club es una tontería, dijo sin levantar la mirada, no hacemos nada más que cosas extrañas, sería mejor renunciar a todo esto e ir a clubes normales. La verdad, me da lo mismo, dijo Áte alzando los hombros, ¿Acaso no hay nada que te importe en la vida? Preguntó Séntsa lanzando aire por la boca. Ojos fijos en los tigres, arañazo al aire por el aburrimiento. No vale la pena nada de esto, dijo Áte, quizás el problema no es la idea del club, sino los miembros que hay en él, estoy seguro de que te has preguntado muchas veces por qué somos jínnyi, pero dudo que te hayas dado una buena respuesta en todos estos años. Tenemos una buena amistad, dijo Séntsa, ¿te parece? Preguntó Áte, tal vez los gemelos tengan razón, quizá todo esto haya sido inútil desde el principio, sin importar cuánto tiempo hayamos estado en esto, mira a los animales del zoológico, ¿crees que quieren estar aquí por su propia voluntad? No tienen más opción que resignarse, probablemente ni siquiera estén cómodos con los otros, pero las barreras a los lados les impiden irse a otro lugar de su agrado. Séntsa lo miró preocupada, ¿quieres dejar el jínnliù? Preguntó con una inflexión que no pareció de pregunta, como si más que preguntar estuviera contestando la respuesta de una adivinanza. Áte tardó un rato en contestar. No, todavía no. ¿Por qué no, si tanto te molesta? Preguntó Séntsa, con las cejas fruncidas. Por la misma razón por la que los gemelos no se suicidan, contestó Áte con un tono de inquietud, pero también tranquilidad.

***

Suave sábana de lino, sintió su piel; suave sonido del viento a través de las hojas de los árboles escucharon sus tímpanos; penetrante olor; hechizante, excitante, mareante, aroma de la feromona femenina. Miró a su alrededor su propia habitación; el piano, su escritorio, sus libros, su violín sobre el sillón, las puertas del balcón abiertas de par en par y el cielo tras ella, todo como lo recordaba. Pensó que al fin habían regresado; pero el aroma continuó extrañándole, y se dio cuenta entonces del bulto que se formaba bajo sus sábanas, a un lado de él. Era Hínta, durmiendo plácidamente, con lenta respiración. Y vio sus labios entreabiertos, sordos murmullos que parecían llamarlo, y el aroma se intensificó en su ya de por sí sensible nariz, y acercó a ella su rostro, con la mirada hechizada. El cálido aire de sus pulmones la despertó del letargo, y miró sorprendida al gemelo; pero a ella el efecto del aroma rápidamente la embaucó; su corazón se aceleró y en su espina un frío se sintió. El gemelo la tomó de un brazo y ella no se resistió; mas sus manos lo tomaron de las costillas y bajaron al abdomen, y no pensaba, no razonaba, el aroma la embriagaba, aroma de feromonas masculinas.
¿Sucumbir o no sucumbir? Analiza las cosas. De seguro nos drogaron, conocen el aroma de lo que doblega el corazón del ser humano; somos sus conejillos. No nos han regresado; es una casa construida de recuerdos. Las manos de él se clavaron en el colchón y le besó suavemente la frente. Lo saben, por eso me aceptaron a mí y no a los demás. Lo sé, siento tus manos recorrerme, pero veo tu rostro temeroso y que poco a poco sucumben a esta dopamina. Quieres, ¿verdad? Pero no sólo por este experimento, quizás porque soy yo, porque soy yo tus brazos me aceptan, tus piernas se abren, tu boca parece querer recibirme. Pero no pienso con claridad; pierdo la batalla, pero aun así debo resistir, al menos un poco más; que mi razonamiento no caiga de este modo.
Se detuvo. Todavía sobre Hínta, tomó su mano y la puso sobre su corazón, y luego dijo:
—Siente el latir de mi corazón como un timbal, ¿lo sientes? ¿Qué es? No es un lento o un adagio, es más bien un allegro, allegro por ti. Tu respiración es mi metrónomo, y entre más te siento soplar, con tu boca flauta-soplante, mi corazón se hace un presto, ¿lo sientes? Mira, ahora es un prestissimo. Oh, estimada jínne, las cuerdas ya no pueden más; las cerdas de los arcos están a punto de romperse; los alientos lo pierden poco a poco; el timbal está a punto de rasgar sus membranas, ¿cuánto tiempo más tendrá que soportar mi cuerpo tan trepidante sinfonía? Anhelo llegar a la coda del finale, y en sus grandes acordes perderme y explotar contigo; mas si no puedes soportar el stringendo de esta sinfonía; si el acelerando y el crescendo de miedo tu ser llena, dime, dime ahora, querida jínne, y del podio me bajaré y la batuta descenderé. Dime un no, sólo eso, ahora mientras la droga mi mente aún controle, y si los dolores del final interrumpido me hirieren, me lanzaré por la ventana aunque de un mayor mal me haga víctima, y la ira de los que nos hacen esto desencadene contra mí, porque no es mi deseo de una sinfonía indeseada hacerte partícipe, en despreciable cadencia acabar, porque piensa que, al terminar, a nuestro estado anterior de seguro hemos de volver, y no quiero que tus ojos me desprecien por haberte ultrajado. ¿Aceptas, pues, que el jínn con la jínne yazca, sin que posteriormente su mente de culpa se llene?
Excitada, como la había dejado el aire, apenas titubeó inteligibles sonidos; pero su rostro, de ojos brillantes y algo llorosos, se acercaron a él y apretó sus labios con la boca, que permaneció cerrada por un momento para después abrirse y sentir de lleno los labios del gemelo. Una mano bajó hacia su pecho con suavidad; lo sintió conectado con su corazón, bombeo amortiguado por la suave piel. Se movió para desabrocharle la blusa; ella le sostuvo la mano con suavidad mientras lo hacía. Quedó al descubierto el sostén blanco, el torso subiendo y bajando con el aire, y vio un lunar donde nacía el seno derecho.
Sonidos, risas, sus manos sintiéndose mutuamente sin tocarse. Vio Hínta al gemelo como un niño, sonriéndole y hablando animadamente, practicando artes marciales a la tenue luz de la madrugada. Largos paseos a la orilla del mar de Shórsta, la cargaba mientras corría con los pies mojándose por el oleaje. Lloró después, frente a su padre que le gritaba palabras que había olvidado, y Sínke encarándolo desafiante, siendo todavía un niño, Bái Sémt le propinó un golpe que lo dejó muy lastimado. A escondidas se veían, año tras año, suceso tras suceso, experiencia tras experiencia, y pronto crecieron, se tocaron, besaron, abrazaron, y desvistieron; vio luego el lunar que escondía su blusa, y sintió en ese lugar labios húmedos. Una rápida luz cegadora le hizo verse encerrada en la jaula junto a él y otros amigos, y recuperaron ambos el control de sus mentes, quedándose abrazados sobre la cama, atónitos tras la visión de la que fue la vida de los alter egos cuyos cuerpos sus mentes habían invadido. Silencios en sus tímpanos, y luego una larga oscuridad.

***

—¿Todo bien, señorita Séntsa? —preguntó Ázt, el mayordomo, sentado junto a la estudiante en la espaciosa limusina.
Mirada confundida, como despertada de un profundo sueño. La enorme jaula se había convertido en su limusina, y la ropa gris era ahora un uniforme escolar. En su confusión se apresuró a abrir su portafolio, que sujetaba balanceándolo en sus rodillas, y de él sacó libros de segundo año.
—¿Qué le ocurre?

La vio llevarse las manos a la cabeza. La elección presidencial, sus jínnyi, el término del verano y el cambio al edificio de los segundos años. Honor y orgullo, pero celos ante las mejores calificaciones de los gemelos. Un nuevo Qwáo-grüm, otra navidad y otro año nuevo. Imágenes que no había visto, sonidos que no había escuchado, sensaciones que no había sentido, vida que no había vivido. 


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