El Oxímoron 3


La ayuda que le ofrecen a Zómwan es dudosa. 


Hacia la media noche, con su viento seco, olor a polvo de cortezas, suenan hojas siendo aplastadas por pequeños pies.
Zómwan, que a duras penas había alcanzado la primera fase del sueño, se levantó y miró por la ventana. No se sorprendió de verla ahí. Hasta cierto punto, estaba esperando que volviera a hacer una aparición como antes de la cena.
Ámia, pálida y con ojeras, su vestimenta de un blanco mugriento y su cabello negro, seco y revuelto, espera a Zómwan como un fantasma en pena ante las puertas del Lerénh.
Zómwan bajó por las escaleras que había fuera de la ventana, cuidando que sus pies no hicieran chillar demasiado su madera podrida, y se halló en el patio junto a ella.
—Tú eres Ámia, la hija de la casera, ¿verdad?
—Ya esperaba que mi madre te hablara de mí, ¿qué cosa te pidió? Algo disparatado, espero.
—Quiere que te lleve conmigo hasta que recuperes la cordura.
—¿Te parece que acaso la he perdido?
Su voz, apagada y seca, sube grácilmente su tono, una balanza entre la impaciencia, la dulzura y la apatía.
—Tu madre lo piensa así. ¿Has estado viviendo de robos todo este tiempo?
—De eso y de la carne de los avestruces que mato de vez en cuando. ¿Ella de verdad cree que tú podrás curarme sólo porque investigas el Oxímoron?
—¿Cómo sabes que estoy aquí por eso?
—En un pueblo pequeño como éste hay pocos secretos. Ahora mismo todo el mundo debe de estar soñando con el extraño que llegó para descubrir lo que a nadie más le importa descubrir. La noticia del frutero se extendió como un incendio silencioso; no te sorprendas si mañana nadie te dirige la mirada, si nadie pronuncia una sílaba para ti, o si nadie se mete en tu camino. Pero ¿qué clase de pregunta es esa? ¿No pudiste haber deducido que si vine hasta aquí a hablar contigo, con tanta naturalidad como si nos conociéramos de toda la vida, es porque yo ya habría sabido tus propósitos y viniera precisamente para hablar de ellos?
Callan los dos y los grillos levantan la sinfonía nocturna. Amia, sus ojos brillan; la luna menguante está contra ella.
—Entonces dime lo que quieres de mí.
—No es tanto lo que yo quiero sino lo que el Oxímoron necesita. Tu presencia en este pueblo es esencial para descubrir el secreto del Oxímoron, por lo que únicamente he venido a decirte que no puedes irte pase lo que pase.
—¿Por qué estás diciendo eso? ¿Sabes algo del Oxímoron que yo no? Si es así, dímelo entonces.
—Me temo que lo que pueda decirte es muy limitado. Más aún, el hecho de darte más detalles podría arruinarlo todo; sólo puedo darte la más vital información, y ésa es que tienes que quedarte a toda costa, sin importar lo mucho que te desesperes cuando parezca que no vas a ningún lugar, cosa que sentirás sin escape entre más días pases en el pueblo.
Y la sombra de una nube vagabunda, con su oscuridad bañó los cuerpos de los jóvenes, y el viento acarreó el suave olor de un pantano seco a millas a la distancia.
—No tengo ninguna razón para confiar en ti. ¿Cómo sé que lo que dices no es un simple resultado de tu interpretación de lo que es el Oxímoron, no muy diferente de la del frutero y su ayudante? Ya he entablado una asociación con el señor Hén, el panadero; me ha dicho que me ofrecerá su ayuda a cambio de que trabaje para él. Voy a conocer primero su interpretación y analizaré su ayuda.
—¿Qué?
La figura espectral, los ojos apagados que se han despertado de repente, las manos blancas y sucias se le aproximan.
—Escucha, tal vez sólo quieres convencerme de que la ayuda del señor Hén es más valiosa que la mía; o tal vez de que, si me haces creer que puedes llegar a algo sin hacerme caso, te daré más información de la indispensable. Sea lo que sea, te digo que no puedes confiar en las palabras del señor Hén, y si lo haces, te desviarás hacia una ruta engañosa por su aparente facilidad.
—¿Por qué?
—Ese panadero no está verdaderamente interesado por el Oxímoron. Date cuenta, ¿quiénes se obsesionan por el Oxímoron? Personas como tú y yo, que hemos huido de nuestras vidas, dejado todo lo que teníamos para buscar una verdad que a nadie más le importaba. Tú y yo estamos desamparados en este mundo, desanclados de las antiguas preocupaciones de la vida, siguiendo una senda que probablemente nos llevará a nuestra perdición, pero nos perderemos sabiendo. En cambio, el señor Hén, pese a decir que se interesa por el Oxímoron, sigue anclado en su panadería, buscando las ganancias que lo puedan seguir manteniendo vivo con un poco de comodidad y estabilidad, y no sale de su burbuja desde la cual pretende visualizar la verdad, con lo cual nunca conseguirá llegar verdaderamente a ella; es decir, no es un hombre comprometido con el Oxímoron mientras no deje de pensar con su estómago y bolsillo.
—Yo todavía no me desprendo de todo; aún tengo algo de dinero con el que sostenerme.
—Pero cuando esa ancla empiece a deshacerse, cuando ese dinero vuele y te conviertas cada vez más en lo que yo soy, ¿no seguirías acaso persistiendo en tu búsqueda del Oxímoron con la misma fuerza que cuando tenías apoyo físico? Sí, lo veo en tu cara, en esa arrogancia y tenacidad de tu frente, tú harías lo mismo que yo, y serías capaz de vivir de avestruces el resto de tu vida con tal de continuar en el camino a la verdad.
La cabeza de Zómwan, arriba y abajo, arriba y abajo, sonrisa confundida, está a punto de ser cautivado por la lunática.
—Sin embargo, todavía no sé si deba confiar en ti más de lo que debería confiar en el panadero. Tal vez lo que dices sea lo que pasa por mi cabeza, pero no por eso voy a rechazar una ayuda que me hayan ofrecido. Lo más que te puedo prometer es estar pendiente de lo que me ofrezca el panadero, y mantenerte al tanto de toda información que pueda ser útil.
—Hazlo si es así como quieres, pero prométeme que no te irás del pueblo.
—Nunca pensé en irme en primer lugar, pierdes tu tiempo si me lo repites.
—Entonces nos veremos mañana en la noche. No omitas nada de lo que el panadero te diga y yo evaluaré su veracidad.
Con los pies haciendo ruido, las ropas zarandeadas por el viento, Ámia desapareció entre los árboles, difuminada por el juego de luces y sombras de la luna y las nubes.

***

(La panadería, temprano en la mañana. Zómwan ayudando al panadero a hornear los panes con masa dura y viscosa que forma costras en las manos al toque)

Zómwan: Que le conste, señor Hén, que desde mi arribo al pueblo mis indagaciones acerca del Oxímoron parecen haber causado un efecto desalentador para los habitantes, pues en mi camino hacia la panadería tuve la oportunidad de contemplar como evitaban dirigirme las miradas, o peor aún: recibí miradas desconfiadas e incluso enojadas, preocupadas, que no justifico de manera alguna salvo que por mi simple propósito les hubiera ofendido la moral.

El panadero: Tus observaciones son correctas, joven forastero. Era un comportamiento que ya esperaba que estos campesinos efectuaran, pero la razón por la que se han confabulado para mostrarte una hostilidad inofensiva va más allá del Oxímoron; se enojan porque tu interés por el Oxímoron no representa para ellos esperanza alguna, ni oportunidades ni consuelo, y en un pueblo donde todo eso es lo que más se necesita, aquel que no trae eso consigo está así de cerca de ser considerado un delincuente, un estorbo inútil del que no vale la pena influenciarse.

Zómwan: Es comprensible (de verdad lo sé) que todo aquel que se desvíe de las expectativas habituales de la productividad (en especial en un lugar como este) levanten pensamientos de desagrado y hasta de repulsión, pero dudo que me traten de ese modo cuando, en vista de que mis recursos no son ilimitados, me encuentre siendo menos que un pordiosero que se conforme con el menor mendrugo y grano de tierra, pues mi anhelo de respuestas por el Oxímoron es tan grande que la miseria y el hambre son un precio bajo a pagar.

El Panadero: Te dirían, llegado ese momento, que un propósito tan inútil como el descubrir la verdad es insuficiente para justificar la vagancia que te llevará a la muerte. “Mírenlo, ha muerto por querer descifrar los misterios de lo vano”, te gritarán al tirarte en la fosa común.

Zómwan: Y usted, señor Hén, dado que también dice compartir el mismo propósito que yo, ¿no ve en ese escenario que acaba de describir la visión de su propio futuro?

El panadero: ¿Yo? ¿Te parece que a mi edad y en mi condición física estoy hecho para dedicarme en cuerpo y alma a desentrañar los misterios del Oxímoron? No tengo en mente tal futuro, pues he de confesarte, no sin cierta vergüenza, que los lazos que me atan a un mundo en el que el Oxímoron no importa me han sido fuertemente amarrados desde mi lejana infancia, estos lazos se aflojan esporádicamente, con el tiempo medido, siempre listos para volver a ser apretados en cualquier momento. Soy como el cometa con el que un niño juega en un día de viento; sólo en mis momentos de vuelo puedo darme el lujo de zambullirme en el Oxímoron, pero la mayor parte del tiempo he de pasarlo en tierra, arrumbado en un armario.

Zómwan: ¿Y aun así ha podido reunir información objetiva sobre el Oxímoron?

El panadero: Nunca dije que tuviera pruebas objetivas; dije que los hechos que rodeaban al Oxímoron no me son indiferentes. Nunca nadie podrá darte prueba objetiva del Oxímoron porque toda experiencia y razonamiento han tenido que ser filtrados por nuestra subjetividad, y los detalles verdaderamente importantes nunca serán del todo claros ni útiles, puesto que el Oxímoron es, en sí mismo, incomprensible.

Zómwan: ¿Debo deducir entonces que, al hablarme de ese modo frente a la frutería, me ha llenado de vanas esperanzas al hacerme creer que usted sería una ayuda significativa para mí?

El panadero: Cuando se trata del Oxímoron, toda ayuda debe ser considerada vana, pero las hay ayudas que son menos vanas que otras. Habrá quienes te prometan conocer la forma de recorrer el camino completo, pero siempre es mentira. Imagínate un lugar al cual haya que recorrer una cantidad infinita de distancia para llegar, muchos te van a ofrecer caminos y todos son en vano, pero no es lo mismo el camino pedregoso, el camino de tierra, el camino de espinas, el camino de flores, el camino de bosques o el camino de ladrillos. Tampoco es lo mismo el camino que te hace sentir que no vas a ningún lado que el camino que te hace sentir que sí vas progresando. Yo sólo puedo ofrecerte esta segunda alternativa. Cada día que trabajes para mí te prometo poner un ladrillo más a tus pies, para que recorras con más comodidad este camino infinito.

Zómwan: Tomando en cuenta que ya he trabajado algunas horas, ¿cree que sea posible que me proporcione de una vez de qué se trata ese primer ladrillo?

El panadero: Ya te lo he dado, hijo, pero si no lo has entendido, te lo diré más claramente: No hay manera real de llegar al Oxímoron, sólo información segura que te ayudará a desentrañarlo un poco, y no confíes en quien diga saber con exactitud la verdad.

Zómwan: Debo decirle que la verdad me decepciona su ayuda hasta ahora.

El Panadero: Y, sin embargo, es la mejor información disponible hacia el Oxímoron.

Zómwan: No crea que me ha ganado, señor Hén, todavía no pienso hacer caso por completo de su información.

El panadero: No espero menos de ti, forastero. Haz lo que tengas que hacer y eventualmente me darás la razón. Ya es suficiente por hoy. Puedes irte.

Zómwan: Aún es temprano, ¿no necesita que me quede un poco más?

El panadero: Aunque suene paradójico, siento que por ahora la mejor ayuda la darás yéndote. Vuelve mañana.

(Sale Zómwan. El panadero espera a que los panes se enfríen)

¡Ah, insondable Oxímoron!, ¿cuántos ladrillos podré poner frente a Zómwan antes de que se harte, antes de que desista de su búsqueda y se resigne a volverse una cometa como yo? O es eso o la locura.

(Entra Érnte)

Érnte: Bueno’ día’, sñor Hén, mi patrón me dijo qu’me llamó.

El panadero: Claro; pásale, muchacho. Te necesito para que me hagas unos trabajitos. No tengo dinero pero te puedo pagar con pan.

Értne: Usté’ mande, jefe, sabe que me encantan zus pane’.


          


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