La realidad de Yáke y Sínke 20: Preámbulo


 
Todos se preparan para los nuevos cambios de la realidad.



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Meses habían pasado desde la última vez que sus mentes habían abandonado su realidad. Durante todo ese tiempo temían que al abrir los ojos por la mañana aparecieran en un mundo nuevo; por eso Sínke prometió, no sin sentirse decepcionado, no intentar imaginarse en otra realidad. Fuera de eso la vida del jínnliù continuó siendo normal, como si esos tres viajes que habían hecho a otros mundos no fueran más que un recuerdo incómodo ocurrido en un sueño.
Los gemelos se encontraban en relación con las chicas que se habían interesado en su unión al jínnliù, y dichas relaciones al principio no pareció cambiar el paradigma social que habían estado viviendo hasta entonces, con la excepción de las espontáneas y abruptas conversaciones de novios que de tanto en tanto aparecían; a veces quejumbrosas, a veces regañantes o románticas, pero también inútiles y sin resultar más que una fuente de incomodidad para el resto de los miembros sin pareja.
Pero cuando el año estaba a punto de terminar, un nuevo problema les haría tener que vivir un nuevo viaje a otra realidad.
—Los exámenes vocacionales se llevarán a cabo en la última semana del ciclo escolar —anunció la presidenta Tárka en el auditorio—, por lo que las elecciones presidenciales se retrasarán para una semana después, aunque caigan en vacaciones.

***

Nunca antes un cambio había sido tan repentino y desconcertante.
Recordóse Áte en el tercer año mientras permanecía de pie en la fila. El edificio era verde y había mucho eco de todos los aspirantes a inscribirse a sus respectivas carreras.
—Siguiente.
La voz alegre canturreaba a cada turno. Se detenían los demás tras la línea amarilla pintada en el suelo verde de aspecto resbaladizo. Llevaba Áte unos folios consigo en una carpeta. Pese a que estaba consiente de ese nuevo viaje, no sintió tener control sobre el cuerpo de su alter ego, y quedó siendo testigo de sus propias acciones.
—Siguiente.
Caminó. El alegre atendiente, sentado tras un escritorio de blanco plástico, recibió al chico mientras acomodaba otros folios y los archivaba en cajas hechas del mismo material que todo el edificio.
—Vine a solicitar la inscripción a la carrera de matemáticas (¿matemáticas?), aquí está el comprobante de aprobación de examen.
—Veamos… umm —inspeccionó detenidamente los papeles—… no se puede, muchacho.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Según tu documento del bachillerato, todavía te falta aprobar la materia de Literatura III. Lo siento, no te puedo inscribir a la facultad de matemáticas hasta que lo hayas aprobado todo.
—Pero me dijeron que con el comprobante de aprobación del examen de matemáticas sería suficiente. Revíselo, es del examen oficial que da la universidad a sus aspirantes, lo aprobé con la calificación más alta (¿cómo pasé un examen así?).
—Ese examen significa que la universidad acepta tu nivel en la materia para poder estudiar la carrera, pero eso no es suficiente; para que el sistema pueda aceptarte debes tener todo el bachillerato. Quien sea que te lo haya dicho, estaba mal.
—¿Qué sentido tiene todo esto? No voy a estar mejor en matemáticas por aprobar un examen de literatura.

***

—Pueden comenzar ahora.
Lápiz en mano, golpeteó una vez el alter ego de Hínta antes de perder su voluntad. ¿Qué es esto? Los demás abrieron sus sobres y sacaron las hojas con los exámenes. La adusta examinadora de pie frente a la decena de jóvenes aspirantes, sentados en largos escritorios en un aula con forma de enorme escalera. Hínta, sentada en la parte más alta, no reconoció a nadie alrededor.
—¿Algún problema?
La voz de la examinadora la sorprendió. Era en apariencia la que en su mundo sería la profesora Nín, pero con los ojos atentos de un águila y la voz de una comandante.
—No. Lo siento, no es nada.
No puede ser, volvió a ocurrir. Abrió nerviosamente el sobre. ¿Por qué estoy aquí? Esto es como un examen para entrar en la universidad. Las hojas mostraban el examen de admisión para la carrera de Criminología. Pasó rápidamente los ojos por toda su extensión, tragó saliva, su respiración se aceleró y sintió un ardiente calor bajar por su columna. ¡No sé nada de esto! ¿Por qué nos ponen este tipo de examen? ¡No vimos nada de esto en la preparatoria!... O quizás sí lo vimos en esta realidad. Tomó de nuevo el lápiz y pretendió que escribía para evitar que la examinadora le reclamara de nuevo. Si estoy sentada aquí ahora eso quiere decir que mi alter ego está interesada en esta carrera; si es como yo, de seguro estuvo estudiando duramente para esto… ¿Criminología?, ¿en serio me interesé por esta carrera en este universo paralelo? No importa. Esto no es bueno, el tiempo está pasando y no puedo contestar nada. Vamos, tranquila, intenta concentrarte y quizás recuerdes tu vida, entonces volverás y podré terminar bien este examen… vamos, ¿quién soy en esta realidad? ¿Existe nuestro jínnliù? ¿Conozco a los gemelos? ¿Siquiera me apellido Sémt? ¡Ah! No recuerdo nada. Un momento: mis cosas; tal vez si veo en mi bolso encuentre algo que me haga recordar. Intentó agarrar el bolso rojo que estaba a los pies de su silla.
—¿Qué está haciendo?
—¡Ah! N… nada, perdón.
La examinadora no dejó de quitarle la mirada de águila durante el resto del examen. Si hago que me expulsen, mi alter ego perderá su oportunidad de entrar a esta carrera. O tal vez no. Quizás en esta realidad tenga otra oportunidad de presentar en otro momento, entonces al menos podré ganar tiempo para recordar y regresar, aunque la retrase un poco. Pero, ¿y si no es así? ¿Y sí es todo lo contrario y ser expulsada del examen significa tener que esperar hasta el siguiente año o ser vetada de la universidad para siempre? ¿Qué tal si es una alternativa que no puedo imaginar y es mucho peor? Si trato a este universo usando el mío como base podría equivocarme, pero también podría estar en lo correcto, ¿Pero cuál es la verdad? ¡Dioses! No sé nada de esta realidad, no sé qué debo hacer… Lo siento, alter ego, no es mi intención que tu carrera se arruine por mi culpa.
Mientras mantenía la cabeza baja, lamentándose acongojada, sintió como si su cerebro se despertara: primero breves palabras, luego frases simples y oraciones. Recuerdos breves relacionados a la investigación policial, a la psicología criminal, derecho, caligrafía, matemáticas, anatomía, entre otras áreas del saber humano. Volvió a mirar las preguntas, esta vez impresionada, pues se daba cuenta de que las respuestas se aclaraban en su mente como si siempre las hubiera sabido. Sus nervios se calmaron. Escribió titubeantemente las respuestas que su cerebro iba decidiendo para cada pregunta, solamente copiando al dictado, dudando a cada trazo pero finalmente cediendo, asintiendo como si escuchara a un sabio de cuyas palabras no comprendiera nada y no tuviera más opción que obedecer.
Terminado el examen escribió su nombre, la sorpresa la hizo taparse la mano con la boca cuando su cerebro le hizo garabatear sobre la línea el nombre de Íma Líb.

56

—Aquí está todo.
Le entregas el dinero y miras cómo ella lo cuenta meticulosamente; sus ojos siempre suspicaces, atentos al menor intento de engaño. Luego te sonríe y busca en lo más profundo de su mochila.
—Aquí tienes. Con esto pasas el examen de matemáticas.
Lo tomas y miras el sobre con recelo.
—¿Estás segura de que es el correcto?
—¿Con quién crees que tratas, Yóno? Todas las respuestas de los exámenes que doy son completamente confiables, yo misma ayudé a hacerlos.
Le das la espalda y sales apurado de aquella aula.
Y con respecto a ti, Hínta.
Te das cuenta de que estás en una alter ego. Tu sonrisa de satisfacción se transforma en una mueca de sorpresa. Sale a tu conciencia el contenido de las carpetas que tan celosamente guardas en tu mochila y las sacas de inmediato. Folios llenos de exámenes contestados, con fechas próximas y algunos con nombres de profesores que conoces. Tú, una de las asistentes de la administración de las pruebas, reducida a eso. Sientes fuego en la espalda; tienes que irte de ahí rápidamente. Guardas todo de nuevo y sales corriendo. La escuela está casi vacía, pero temes que los pocos alumnos que aún permanecen te vean escabulléndote. Tiemblan tus piernas pero también estás segura de lo que debes hacer ahora. Corres hasta la salida y suspiras aliviada. Caminas casi sin pensar hasta tu casa. No hay nadie pero no te sorprendes; no te das cuenta de que no te resulta extraño. Vas al patio trasero, al lado del estanque quemas las carpetas una por una hasta que son cenizas. No te preguntas por qué tenías un encendedor contigo, ni por qué haces eso de ese modo tan decidido. Luego analizas que tu primer impulso hubiera sido tirar los papeles lejos o mojarlos hasta destruirlos, pero no con fuego; eso no lo hubieras hecho en tu mundo.
“¿Y los demás?”, te preocupas de repente. Tu primer impulso es buscar en tu teléfono sus números; pero algo dentro de ti te decía que de todos ellos solamente encontrarías el número de uno. “¿Kányu?”, piensas como si fuera una certeza. Compruebas que has acertado al tener ese presentimiento. Marcas y esperas ansiosa a que te conteste.

***

No sabes lo mucho que me asusté cuando aparecí de repente en mi bañera. De inmediato supe que habíamos cambiado de nuevo. Luego Hínta me llamó y contó lo que le había sucedido. Salí de inmediato en dirección a su casa. Siendo sincero, esa situación de andar cambiando de realidad comenzó a parecerme, como mínimo, una ayuda para el jínnliù, pues fueron esos cambios los que de algún modo nos estaban volviendo a unir, aunque sólo fuera el aparecer en algún lugar para tener que volver a encontrarnos, o al menos así lo sentí en ese momento. En el camino mi memoria recordaba la vida de mi alter ego, y me parecía una vida bastante monótona solamente habiendo conocido a Hínta. Ni siquiera era una amiga cercana; su número únicamente aparecía en mi teléfono como mero contacto escolar, ya sabes, en caso de tener que hacer algún trabajo en equipo. Cuando llegué vi a su padre saliendo en el coche. Me vio por un instante tras el cristal pero siguió de largo, tal vez no me recordaba de la única vez que había estado en su casa para hacer un trabajo de historia. Hínta salió instantes después. Al igual que las demás veces, dijo que teníamos que encontrar a los demás y yo estuve de acuerdo. Fuimos a sus casas; pero no vivían ahí en ese mundo. Hínta tuvo el fugaz recuerdo de haber visto a Áte en el instituto Ítuyu en algún momento de su vida; pensó que quizás él nos buscaría a nosotros. Se quedó en mi casa el tiempo que estuvimos esperando, tomando té de bambú, sentados en las sillas blancas de la mesa del jardín con una gran sombrilla azul, me hubiera gustado tener una así en mi universo.
Estaba melancólica. Le pregunté si estaba bien, la pregunta que cualquiera hace por instinto incluso sabiendo que la respuesta era negativa.
“Me pregunto qué irá a suceder cuando logremos volver”, contestó. Honestamente yo esperaba que dijera “no es nada” (la respuesta por defecto), pero continuó: “de seguro volveremos a aparecer repentinamente en otra realidad, y cuando los gemelos logren recordar, regresaremos, y volveremos a aparecer en otro mundo, y así y así por siempre…”
Su voz no era de cansancio o enojo (raramente así lo era), sino que parecía tener un afanoso deseo de que sus palabras fueran verdad. Sus ojos adquirieron una chispa de vitalidad mientras permanecía en silencio, de seguro imaginándose aquella versión de nuestra historia…

***

—¿Recuerdas cuál fue tu primera reacción cuando te dijeron que se sentían de otro universo? ¿Y después, cuando fuimos a su casa por primera vez? Ahora me da vergüenza admitir que pensé que sólo estaban exagerando o tenían algún tipo de problema psicológico.
Hínta bajó la taza de té.
—Eso es lo que cualquiera hubiera pensado. Los ojos anaranjados podrían ser genética, sus habilidades desarrolladas también podrían haberlo sido, o, cuando mucho, y todavía exagerando, algún experimento secreto o incluso cosa de otro planeta.
—Como extraterrestres; lo que sea con tal de mantenerlos en nuestro universo.
—Pienso que me lo creí muy deprisa, bueno, en comparación con todos ustedes.
—Eh, perdona la observación, pero me parece que toda esto de los cambios de realidad de algún modo te alegra, o al menos no te desagrada.
La sombra de dos pájaros se vio a través de la sombrilla.
—Tal vez porque, fuera del jínnliù, no tenemos nada de especial —rio por la nariz—, Sínke lo dijo una vez hace mucho tiempo, ¿lo recuerdas?: Somos todos clichés de la vida, seres triviales por defecto hasta demostrar lo contrario, y lo único que nos hacía interesantes era esa... tonta sociedad llamada jínnliù.
—Sí. Intenté olvidarlo.
Kányu tocó el hombro de Hínta; su boca era una parábola risueña; sus ojos, dadores de esperanza.
—Hínta, el jínnliù es lo mejor que nos pudo haber pasado. Y si necesitamos aparecer en un millón de mundos diferentes para que te des cuenta, no me importaría vivirlos contigo.
El deseo de Hínta por creerle le hizo permanecer callada. Kányu iba a decir algo más, pero al segundo siguiente se halló dentro de una casa, vio a su padre salir de unas escaleras y se sintió poco a poco perder el control de su voluntad.

57

Habla entusiastamente como siempre, Tárka. Ya eres la presidenta del consejo estudiantil, no acabas de darle las gracias a la ex-presidenta Áltra por aprobar la ley de cambio de fecha de las elecciones. Está contenta; esta vez has ganado. Ahora estás en la ceremonia de clausura. Dile a Ále que encienda las diapositivas, que impacten contra la pantalla del atestado y oscuro auditorio con fotografías tomadas a lo largo del año, que suene la música solemne, expongan las boletas de los mejores para que todos las vean. (¡Asht! Otra vez los gemelo ahí). Espera a que los aplausos educados terminen. Los diplomas se entregarán; directamente tú se los darás a todos. Vienen los gemelos y se los das como a cualquier otro: con la curva maliciosa de tu cara. Luego, el aburrido discurso del director bigotudo que brilló por su ausencia el año entero, dejando que los estudiantes se las arreglaran por sí mismos como todo director danzilmarés. Los egresados reciban una ovación especial aunque todavía no es el día de su ceremonia en específico; pasen algunos a dar discursos trillados y sin originalidad de sus experiencias en la escuela, y apláudanles todavía más. Ahora canten todos el himno de la escuela, y luego el himno nacional; más fuerte, con más entusiasmo, que los escuchen hasta en mi mundo. Y ustedes, gemelos, no cantan nada. No me sorprende de Yáke, y la verdad tampoco de Sínke; ambos se ven tensos, alertas, desconfían incluso del aire que respiran. ¿Es porque esa mañana le insinuaron a sus jínne algo de clases del baile y la pintura en su mansión, y éstas reaccionaron como si hablaran de locuras impensables, y desde entonces no han parado de preguntase qué carajo ha sucedido? Ya ha terminado la canción; pueden irse entonces. Pero no pueden abandonar la escuela hasta las once, así que algunos estudiantes se dirigen a sus clubes, ustedes entre ellos. ¿A dónde vas, Yáke? Ahora hablas con Délo y le haces una simple pregunta: ¿Se me declaró Íma Líb durante el Nóînye? Él te mira ladeando la cabeza, y confundido te responde que desde aquel día ella sale con Kányu. Vas a llegar atrasado a tu club.

***

El sol lanza unos rayos lácteos hacia la playa, como una ceguera hecha de bruma espesa. Los siete miran la franja que se alargaba a una distancia infinita en el mar; nubes brumosas son conducidas por el viento hasta lo alto de la bóveda maresa. Los danzilmareses tienen arraigada la admiración por el horizonte del mar; por lo que no es raro encontrar gente en las costas observando la lejanía en sus momentos melancólicos, o simplemente por ocio. Incluso yo me dejo asombrar un poco por ese hipnotizante dibujo, mucho más logrado que muchos paisajes naturales de mi propio universo.
—Esta es la mayor prueba de todas —oigo decir con voz nostálgica a Sínke.
—¿Qué? —pregunta Séntsa.
—Va a comenzar de nuevo —dice Áte.
Sínke ríe. Su hermano, tomado de la mano por la enamorada Yúska, contempla también. No ve a Hínta; pero la siente a poca distancia detrás de él, y por alguna razón se siente feliz. Yáke tiene un pequeño temblor en la palma; Yúska le da calor apretando su cuerpo.
El viento refresca sus pieles y cabellos con su aire salado.
—Ya no nos quedan más dudas —dice Sínke—. La gran pesadumbre que sufríamos ha llegado a su revelación definitiva.
Los gemelos sienten su realidad llamándolos del otro lado del horizonte, difuminado por el velo lumínico de los rayos del sol.
—¿Por qué? —pregunta Kányu.
Sínke se voltea y mira a su hermano. La visión de Yúska asida al torso de su gemelo, sin que éste se resistiera, es por sí misma una evidencia de lo imposible, y el propio calor que su espalda libera al sentirse cerca de Hínta no hace sino convencerlo más. El silencio de Yáke aprueba las palabras que el viento está a punto de llevarse:
—Porque ahora sí estamos seguros, estimados jínnyi, cuando decimos que nos encontramos en otro universo paralelo.


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