La realidad de Yáke y Sínke 21: Sorpresas

 


A veces ocurren cosas inesperadas.


58

La primera vez que los jínnyi se enteraron de lo que Sínke llamaba “el problema del agua” (nombre que le había puesto medio en serio, medio en broma) fue cuando éste solicitó a Hínta su presencia en su mansión un día. Estaba más alegre de lo usual, y eso le hizo sentir a Hínta un escalofrío. El gemelo la condujo de la mano hasta el enorme baño de la mansión, donde había una gran pileta de lozas blancas.
—¿Hace cuánto tiempo que estamos en el jínnliù? —preguntó mientras llenaba una cubeta con agua.
—Hace… como tres meses —respondió Hínta, más confundida que inquieta.
Sonriendo, Sínke comenzó a quitarse la ropa. Al ver que Hínta se paralizaba, y volteaba hacia todos lados como si quisiera esconderse, dijo que ya era tiempo de que fueran conscientes del problema del agua.
—¿Te gustaría saber por qué razón mi hermano y yo no podemos nadar? —preguntó, hallándose ya en ropa interior.
Hínta no levantó la mirada, pero al escuchar esa pregunta su curiosidad poco a poco se abrió paso por su pudor, y giró un poco la cabeza para mirarlo.
Sínke se quedó de pie dentro de la pileta, sujetando la cubeta llena de agua, y pidió a Hínta que lo observara mejor. Ella dudó un momento, pero al final terminó por volverse del todo, y vio la casi completa desnudez del gemelo. Entonces, Sínke vació el contenido de la cubeta sobre su cabeza, escurriéndole el agua por todo el cuerpo y pegándosele a la piel como si fuera metal a un imán, de modo que ni una gota tocó el suelo. Hínta se llevó la mano a la boca cuando aquella agua que se negaba a caer comenzó a moverse como si tuviera voluntad sobre el torso y abdomen de Sínke; subió reptando hasta su rostro, dejando sus vías respiratorias sumergidas. Sínke la miraba con orgullo, con la soberbia de un dios.

***

Séntsa se postulará a la presidencia del consejo estudiantil días después de aquella desafortunada junta. Un fuerte remordimiento le hará ir al cementerio, arrodillarse ante la tumba de su madre y pedirle perdón. De algún modo, había sentido que los ideales de su madre le hubieran sido legados en el momento de su último suspiro, cuando Séntsa tenía xxx años. Es por eso que, frente a la lápida de su madre, juró que no le quitarían la moral tradicional al instituto Ítuyu, y con eso en mente no le importó luchar por una causa perdida, pero no absurda.
Hínta se sobrecogerá cuando su jínne le cuente sobre sus nuevos planes. Puesto que en el instituto Ítuyu era necesario contar con el apoyo de al menos un representante para ser candidato, Hínta retendrá el aliento cuando escuche la obvia proposición de Séntsa.
—Necesito que secundes mi candidatura —dirá, más como una orden que como una petición.
Sabía que Hínta, y por consiguiente toda el aula 1-C, no aprobaba su estricta ideología, y que la única razón por la que la había defendido en la junta era por su situación de jínne. Antes de que Hínta pueda articular alguna nerviosa excusa, Séntsa dirá, no sin sentirse miserable:
—Yo te estuve cubriendo todo este tiempo desde que comenzaste a ir a casa de los gemelos disque para aprender a bailar. Yo he dado la cara a tu padre por ti cada vez, y siempre le he mentido diciendo que te encontrabas conmigo o con Yúska, y él tiene tanta confianza en mí que ni siquiera pide hablar contigo para saber si es verdad. Lamento mucho tener que pedirte esto, jínne, pero necesito que hagas esto por mí.
Cuando se aleje de ella, estará apretando los labios de vergüenza, pero se consolará pensando que era para un fin necesario para su integridad.

***

—Aeiyóu —devuelve Yáke el saludo, bajando la cabeza.
Íma Líb se le acerca, radiante, contorneándose tiernamente, con la mentalidad quizás demasiado infantil para darse cuenta de su sensualidad. Intenta besarlo en la boca, pero el movimiento esquivo del gemelo hace que sus labios le aterricen en la mejilla.
Camina Yáke a su lado; su mirada es asustada y sin voluntad para oponerse a los pasos guiantes de su novia, que lo agarra de la mano y pregunta:
—¿Qué te sucede, Yáke?
Y él contesta:
—¿No te molesta todo lo que te dije ayer?
Ella vuelve a besarlo en la mejilla y responde:
—Para nada. En serio es muy interesante tener un novio de otra realidad.
Tienen que separarse debido a su proximidad al instituto Ítuyu. El comité de moral no los dejará entrar si los ven tan juntos.

***

De nuevo ambos gemelos habían sacado un promedio de cien. Reverenció a las chicas que se habían acercado al tablero para observar las calificaciones. Se alejó de ahí a paso solemne. ¿Por qué esto me tiene tan mal? No puedo evitar pensar en lo mucho que me molesta, pero no puedo hacer nada al respecto, tengo que soportarlo sea como sea.
Se acercó Íma Líb y saludó con alegría, “Buen día, presidenta Áltra[1]”. La presidenta se le devolvió el saludo, “Ya sabes que no me tienes que decir presidenta, llámame sólo por mi nombre”. La acompañó al edificio de los segundos años, le compartió el irracional pesar que sentía cada vez que el número cien aparecía a lado de los gemelos en el tablero. “Es admirable que siempre saquen un promedio perfecto”, dijo Íma, “Lamento que te sientas mal, pero no puedes hacer nada para impedirlo”. Áltra siguió caminando, viendo los árboles del camino como si quisiera ver a través de ellos. Pero cómo podría siquiera pensar en eso, no quiero ser una persona envidiosa, no es lo correcto en alguien como yo… “Tal vez deberías descansar un poco de tus obligaciones”, dijo Íma, “¿por qué no le pides a la vicepresidenta Tárka que ocupe tu cargo aunque sea por un tiempo”. “Ni pensarlo”, dijo Áltra con ternura, “¿Qué clase de ejemplo sería si mostrara síntomas de cansancio, en especial por algo tan irracional como celos académicos?”. ¿En verdad creo esto de mí misma? Sintió su cuerpo tensarse, “Además, tengo que ver el asunto de Séntsa y el comité de moral”.
Dos jóvenes les salieron al paso, tristes y preocupados, pero saludaron con entusiasmo a la presidenta y a Íma. “¿Por qué están tan deprimidos?”, preguntó Íma. Yóno, el chico más alto y robusto de ellos, la miró apenado. “Apenas y pasamos con sesentas”, dijo, “Lo lamentamos mucho, presidenta”, continuó, Duyuháveni, el de mechones rojos al que llamaban Dúyu debido a lo increíblemente largo de su nombre, “Sabemos que es un deshonor, pero juramos esforzarnos mejor los próximos parciales…” Y Áltra los consoló con sus palabras tiernas y llenas de motivación, tan profundas que los jóvenes no pudieron evitar llorar un poco por su bondad (las omitimos para no abrumar al lector). “Gracias por su confianza, presidenta, si hay algo que podamos hacer por usted, no dude en decirnos”, dijo el pelirrojo; el robusto también asintió. Esa respuesta estuvo rebotando en el cráneo de la presidenta durante mucho tiempo.
Pocas horas después, la presidenta Áltra observó a los gemelos con su jínnliù, almorzando bajo la palmera de siempre, junto al lago. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso? Intentó distraerse en la reunión para decidir cómo se iba a organizar la fiesta de navidad. Pese a todo, siguió pensando en lo mucho que le gustaría que los gemelos no pudieran sacar cienes de nuevo. No supo ella misma por qué, pero al terminar la reunión solicitó que enviaran a Dúyu y a Yóno a su oficina, con pretexto de darles una última charla motivacional. Cuando llegaron, cerró la puerta y los miró con evidente culpa, “Yóno, Duyuháveni, lamento pedirles esto, pero ¿recuerdan lo que dijeron hoy en la mañana, acerca de que harían lo que fuera por mí?”, los dos sintieron una punzada por el modo en que la presidenta les hablaba, tan firme, pero al mismo tiempo tan dudante. “Presidenta, tiene nuestra completa lealtad”, dijo Duyuháveni, “Díganos y haremos lo que sea, si de ese modo usted es feliz”. Áltra se tragó el sentimiento de culpa, el cual hubiera evitado en otra realidad que pronunciara su petición: “¿Saben quiénes son los gemelos Yáke y Sínke?”, los dos asintieron, “Quiero que los lastimen”.

59

Un día se me acercó Sínke cuando salía de mi casa para ir al instituto. Había dormido mal debido al insomnio, así que no me dieron ganas de comenzar a platicar con él, pero antes de que le pudiera decir que no estaba de humor para lo que sea que quisiera me dijo Hola, Áte, vine a acompañarte al instituto, y yo le pregunté ¿Viniste hasta mi casa solamente para acompañarme?, y él contestó Sí. De camino a la parada de autobús me dijo Oye, no hay problema con lo de ayer, ¿verdad?, y yo le contesté ¿Esa cosa de que el agua se les pega al cuerpo? Ni me importa en absoluto. Y luego de eso se vio satisfecho, aunque yo sabía que aquello sólo era un engaño para soltar alguna tontería en cualquier momento. Sin embargo, esa tontería tuvo que esperar hasta el día siguiente, cuando también lo encontré esperándome afuera de mi casa, y le pregunté ¿Qué es lo que quieres ahora?, y él me contestó Te voy a enseñar un poco de filosofía, y no sé qué gesto hice yo, pero el caso es que me siguió con la mirada emocionada, y comenzó a decir no recuerdo bien todo, pero sí recuerdo que preguntó ¿Quién eres?, y yo me rehusé, pero al final, cuando ya habíamos llegado a la parada, le dije Soy Áte Prágt, y él se llevó la mano a la cara como si aquello fuera una tontería, y dijo Entonces ¿si te hubieran llamado de otra manera, serías otra persona?, y pese a que continué ignorándolo no entiendo cómo es que aún me acuerdo de lo que dijo después: Tu nombre no eres tú, nadie es su propio nombre, el nombre es solamente un título que te ha sido dado en esta realidad, es sólo una pequeña parte de tu definición, más exactamente la parte de tu definición con la que uno se refiere a ti en este mundo. No sé por qué después yo pregunté ¿Cómo que mi definición?, y sonrió mucho más satisfecho que el día anterior; pero para mi sorpresa no me contestó, y no volvió a mencionar el asunto el resto del día. Sin embargo, al día siguiente volví a encontrarlo esperándome a la salida de mi casa, sonriendo malévolamente.

***

Pedaleó Yúska alrededor del parque de Las flechas hasta que sintió que sus rodillas iban a romperse. En la línea de partida, Kányu la esperaba con un cronómetro, atento para detenerlo en el momento exacto en que la rueda delantera de la bici pasara la raya de tiza que había dibujado sobre el pavimento rasposo. Yúska se detuvo con un agudo chirrido de freno.
—¿Cuánto fue? —preguntó entusiasmada.
—Tres minutos y trece segundos —contestó el risueño.
Yúska se decepcionó, se quitó el casco con estampados de nubes y se sentó en una banca para beber agua. Estaba exhausta y sudorosa, respiraba por la boca y no dijo nada por un rato. Kányu se sentó a su lado y le dijo que había sido su mejor marca hasta entonces.
—Lo haremos de nuevo luego de descansar un poco —dijo Yúska, y vació la botella de agua en su garganta.
—No deberías exigirte tanto —dijo Kányu—. No creo que tengas problemas con la carrera.
—Vamos, jínn, es lo único en lo que puedo sobresalir en la escuela, al menos eso que logre… y tráeme otra botella de agua de la tienda, por favor; todavía me muero de sed.
—Ahora vuelvo —dijo Kányu.
Conforme caminaba al puesto de bebidas, volteó a mirar sonriente a su jínne, y pensó que era muy orgullosa para expresar en frente de él la preocupación que todavía sentía por lo ocurrido durante el Nóînye y la confesión de Íma Líb. “Pobre”, pensó, “Su mirada revelaba indirectamente que le gustaba su propio jínn, sus ojos eran como los de alguien que estaba a punto de perder algo muy importante. Aunque se lo ha estado tomando muy bien desde entonces, bueno, al menos lo aparenta…”
—Una botella de agua al tiempo, por favor —pidió al llegar a la tienda.
“Pero de todos modos, Yáke siguió actuando como si aquello no le importara, como es típico en él”.
—Tu cambio —dijo el tendero.
—Muchas gracias.
Al volver, observaba a Yúska a lo lejos, sumida en una meditación interior que le hacía permanecer inusualmente seria. “…Aunque supongo que es esa indiferencia de Yáke lo que la tiene tan triste. Tal vez por eso se empeña tanto en ganar la carrera, para así desviar su preocupación hacia otro lado… Yo eso haría”.
—Aquí tienes.
Yúska Sintió la botella y reclamó:
—¡Uh! ¿No había agua fría?
—Si vas a seguir haciendo ejercicio, no debes tomar agua helada, así que te traje al tiempo.

***

Ojalá te hubieras quedado más tiempo. Eran serios discutidores, nunca se reservaban sus opiniones, se lo tomaban todo con calma y una aparente apatía; pero en el fondo no podían evitar sorprenderse de su propia realidad. Así eras tú, basta que recuerdes un poco la realidad de los marcados a la que fuiste, debes haber mareado a todos con tus observaciones y comparaciones sobre ese nuevo mundo. Sin embargo, tú sabías de antemano que tu realidad era otra, pero ellos tuvieron que vivir con ese desconcierto obsesivo que, aunque no lo quisieran admitir, con el tiempo se volvió un temor, una desesperación interna; el sentimiento de sentir su realidad original como un horizonte debió ser insoportable para ellos. Nacer así, sin saber lo posees, debe ser terrible. Muchas veces me pregunté si era lo correcto seguir esperando o si debía hablar de una vez. Lo único que parecía hacerles olvidar esos momentos de angustia camuflada era motivarlos a actuar como sus naturalezas se los decían. Ponía a prueba sus habilidades físicas; a veces saltábamos de acantilados y rompíamos rocas, corríamos entre las ramas de los árboles a gran velocidad, y combatíamos entre nosotros hasta que nuestros huesos estaban a punto de romperse. Además, en la playa se ponían a experimentar el hecho de que el agua se moviera a su voluntad, sin necesidad de mover un músculo; con solamente pensar el agua les obedecía. Debiste haberlos visto en la orilla de esa solitaria costa en la playa del Pez Piedra, estaban ambos observando el ocaso, sumergidos en el mar hasta las rodillas, el agua trepándoles hasta el cuello. Estaban sintiendo nuestra realidad, hermano, sentí los deseos que tenían por seguir ese infinito horizonte hasta nuestro universo paralelo, que no conocían y que, no obstante, sentían como si lo amaran. Me acongojó un poco el saber que la verdad no era tan ideal como pensaban, como sentían, pero también estaba consciente de que no tenía permitido decirles nada hasta que no sucediera el evento que desencadenara la parte más importante de sus definiciones. Sólo permanecí junto a ellos como su “primo”, tal y como me pediste.

***

Estar aquella navidad en su casa, reunido con su hermano, sus jínnyi y su tía Kísa, comer el pan de bambú glaseado de mermelada de flor roja, beber del vino de durazno[2] y escuchar a su hermano quejarse teatralmente por carecer éste de alcohol, escuchar a Yúska contarle a su tía la historia y circunstancias de su unión como jínnliù, exagerando partes y omitiendo otras, oír los bostezos de Áte y ver la tonta sonrisa eterna de Kányu, tener que aguantar la pedantería moral de Séntsa sobre el significado social de tal fecha, tener que aguantar la teatralidad de su hermano sobre el origen extranjero y sinsentido de la misma, ver el repetitivo silencio serio y tímido de Hínta, escuchar a su tía Kísa platicar sobre su niñez, y de ese modo revelar a sus jínnyi momentos y circunstancias incómodas de su vida, a causa de lo extraño y surrealista de algunos eventos, y seguir aquella plática con la sensación de ser su vida y sus extrañezas el único tema del que hablar, fue un recuerdo permanente para todos.

***

—Recibe pues, mi presente —dijo Sínke. Los cascabeles de sus mangas sonaron como agujas metálicas.
Hínta tomó la caja envuelta en periódicos, e iba a preguntar el motivo, dado que los gemelos eran ricos; pero Séntsa se le adelantó, descolocada y se podía decir que ofendida.
—Pues —rio Sínke— es verdad que la vistosidad exterior vana es. De dinero materia no es toda, sino de psicología sobre todo…
La caja de Hínta contenía una caja musical, hecha de madera con ornamentos de zigzag tallados, sonaba un vals europeo al abrirla, y en la parte interior de la tapa se podía poner una foto.

***

—Toma, Yáke —dijo Kányu, y ofreció una envoltura que contenía algo suave—, ¡feliz navidad!... o ¡Saturnalia!, como dijiste ayer.
—No tengo regalo para darte.
—Bueno, no tienes que darme nada, después de todo, se supone que es incondicional.
—Nada es incondicional. Todo se hace por algo a cambio.
—Yo no lo pienso así.
Viendo que no lo pensaba aceptar, Kányu rompió la envoltura y optimistamente le mostró una camisa negra con el estampado de El grito. Yáke la miró con interés por un instante; pero luego, fríamente, dijo:
—No la quiero.
Y Yáke no dio ni aceptó ningún regalo esa primera navidad en un jínnliù.
[Imagínalo, hermano, la saturnalia, la fiesta de los esclavos, ellos son esclavos de la banalidad, de su propia realidad, dales una ración extra de ella; es su momento, dijo Sínke. Yáke se siguió negando y fue a abrir a los jínnyi que llegaban para la fiesta.]

60

—¿Quieren ver algo impresionante? —preguntó Sínke maliciosamente.
Los cinco lo miraron.
—¿Qué cosa? —preguntó Séntsa, con una inquieta expectación.
Sínke se levantó y caminó hacia una mesa.
—¿Tiene que ver con lo que estaban hablando en otros idiomas? —preguntó Kányu, pensando en romper la incomodidad del momento.
Del cajón de la mesa Sínke sacó un martillo. Asentó su mano en la superficie de madera. Yáke permaneció mirando desaprobatoriamente, pero sin intenciones de intervenir. Sínke alzó el martillo. Algunos de los jínnyi se sobresaltaron, uno lo miró confundido y otra con curiosidad.
—No solamente nos caracteriza nuestro sentir, o no sentir, de la realidad —dijo Sínke—, tenemos pruebas más concretas de que algo es extravagante en nosotros.
Estaba a punto de descargar el golpe sobre su mano cuando Hínta lo detuvo:
—¡No, espera! No lo hagas.
—Es verdad —dijo Kányu—, les creemos, les creemos que son de otra realidad, pero baja el martillo.
Sínke los miró fingiendo decepción. Se aproximó a Hínta y le dijo:
—Ah, ya sé lo que quieres decir…
Sorpresivamente la tomó en brazos y se dirigió hacia la salida con ella exclamando sorprendida. Séntsa le gritó. Todos los siguieron hasta la entrada. Al salir, Sínke dijo:
—Recuerdas algo como esto, ¿verdad?
Y manipulando el cuerpo de su jínne, la posicionó sobre sus hombros como solía hacerlo para llevarla a su casa desde el instituto. Durante ese momento Séntsa estuvo a punto de alcanzarlos, y al darse cuenta, Sínke le sonrió y en frente de ella dio un salto tan grande que llegó a la altura de la mansión, mirándolo Séntsa con la boca abierta desde abajo. La gravedad al bajar hizo gritar a Hínta, pero ambos cayeron a pocos metros de ahí, sin lastimarse ella por el amortiguamiento de las piernas de Sínke.
—A que no nos atrapas —se burló Sínke de Séntsa.
Corrió a una gran velocidad hasta uno de los árboles más altos del jardín y de un salto subió a la rama más alta. Aferrando los muslos de Hínta, comenzó a saltar entre las ramas de los árboles, dándole toda la vuelta a la mansión en muy poco tiempo. Hínta se le aferraba con fuerza a la cabeza; pero él no ponía objeción alguna por eso. Al dar la segunda vuelta, Sínke tomó con una mano un pesado tronco de una pila que había preparado a un costado de la mansión, hundió sus dedos en la dura madera, y continuó.
—Yáke, ¡dile a Sínke que se detenga! —le exigió Séntsa, despertando de su aturdmiento.
—El objetivo de esta visita era conocernos mejor, ¿no es así? —contestó Yáke secamente. Séntsa, aún aterrada, le suplicaba con la mirada, pero apretó los dientes al ver que Yáke no reaccionaba.
Áte y Kányu estaban mudos de espanto.
Al asomar por la esquina de la mansión, Sínke arrojó el tronco directamente hacia donde los cuatro jínnyi y su hermano se encontraban. Teniendo apenas tiempo de hacerse a un lado para evitar ser golpeados, Yáke por acto reflejo le dio un golpe tan fuerte que el tronco se detuvo y se partió en dos.

***

—¡No lo hagas!
Otro tronco sale de entre los árboles, más pesado que el anterior. Tu puño lo detiene pero no lo quieres partir.
¿Para esto eran? Pocas horas antes de la visita, viste esa hilera de gruesos troncos cortados en el patio trasero, y junto a ellos a tu arrogante hermano. Lamentas ahora tu apatía en aquel momento, cuando pudiste haber evitado de algún modo que tus nuevos jínnyi estuvieran en peligro de ser aplastados. Rompes con una patada otro tronco.
—¿Sínke nos quiere matar? —exclama Áte. Por seguridad, todos se han metido en la mansión.
—No —dices—, sólo quiere molestarme.
El último tronco te llega desde el cielo, en donde Sínke arrojó el más pesado de todos con más fuerza. Los segundos que le toma al tronco llegar hasta ti parecieron minutos, pero al final, es detenido por tus dos palmas abiertas, provocando un sonido seco y sordo por el contacto de tu piel y la madera, y ante los ojos de tus jínnyi, a salvo a los pies de la escalera, cae al suelo con suavidad en el verde césped.

***

Al final, Sínke da un último salto y aterriza en el techo de la casa.
—¿Estás bien? —pregunta a Hínta, que ha perdido la voz.
La sujeta de los muslos y salta hasta el suelo. Camina tranquilamente hasta la sala seguido de la reclamante Séntsa, la asustada Yúska, los intrigados Áte y Kányu, y su fastidiado hermano.
—¿Tú también puede hacerlo? —pregunta Yúska, alterada, mirando a Yáke.
—Desafortunadamente, todo lo que uno puede hacer el otro también puede —dice Sínke acercándose al sillón—. Pero no se preocupen, estamos trabajando para que esa igualdad pronto desaparezca.
Dándole la espalda al sillón, sobre los cojines deja caer a Hínta, quien todo el recorrido estuvo sintiendo los pulmones en la cabeza, y lanza un breve quejido por el pequeño impacto.
—¡Oh! Lo siento, estimada jínne —dice Sínke, reagarrando el martillo que había dejado sobre la mesa—, pero no importa, ¿recuerdas que te había dicho que si te dejaba caer, me rompería una mano con un martillo?
Y esa vez nadie detiene al martillo, que cae pesadamente sobre la mano del gemelo, una y otra vez, hasta que lo que se rompe es la mesa de madera en la que se apoya. Yáke se sienta en una silla y suspira mientras su hermano se ufana del vigor y bienestar que su mano poseía. Entrega luego el martillo a Yúska, quien se sienta a lado de Yáke, y ésta siente la dureza del metal.
—¿Qué os parece, estimados? —pregunta Sínke— Contestando a su pregunta previa, durante todo este tiempo estuvimos perfeccionando todo esto y mucho más.
Hínta ya se incorpora en el sofá en el momento que Yúska, mirando fijamente el martillo, pregunta:
—¿En verdad ambos pueden hacer lo mismo?
—Ya he dicho que me temo que así es —dice Sínke.
Tomando el martillo por el mango, Yúska toma impulso y da un golpe a Yáke en la cabeza, lo suficientemente fuerte como para haber dejado a cualquier otra persona con una fuerte contusión; los jínnyi se sobresaltan; Kányu incluso se pone de pie de un salto, pero Yáke sólo voltea hacia Yúska como si le hubiera tocado suavemente en el hombro. Yúska parece no percibir el enojo de su jínn, y dice alegremente:
—¡Vaya, y ni siquiera les duele!
Por lo que le da otro martillazo en la cara. Está a punto de dar un tercero cuando Yáke se lo arrebata, y dice:
—Que no nos dañe no quiere decir que no nos duela.
—Pero eso también intentamos arreglarlo —dice Sínke.
Pocos minutos después, cuando el reloj dio las siete y media, la visita se dio por terminada.


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[1] En Danzílmar, es costumbre referirse a las figuras de autoridad por el nombre en vez del apellido, dado que usar el apellido connota desinterés o un sentimiento de inferioridad.
[2] Bebida no alcohólica usada para los brindis.

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